Cocaína (Manual de usuario) es una colección de dieciséis relatos que giran en torno a la cocaína y su consumo. Cada relato tiene una mayor o menor presencia de esta droga, pero siempre está. Son relatos breves, de discurso duro y afilado como es habitual en el autor. Son pequeñas piezas conectadas por el consumo, abuso o negocio de una sustancia que parafraseando al célebre Roberto Saviano, mueve el mundo.
El libro comienza con una cita de Escándalo en Bohemia, la novela sherlockhomiana de Arthur Conan Doyle, en la que el narrador testigo Watson hace esta confesión:
Últimamente yo había visto poco a Holmes. Mi matrimonio nos había distanciado. Mi completa felicidad, y los intereses centrados en el hogar que envuelven al hombre que se ve por primera vez dueño y señor de su propia casa, absorbían toda mi atención, mientras Holmes, cuya misantropía le alejaba de cualquier forma de sociabilidad, seguía en nuestras dependencias de Baker Street, enterrado entre sus viejos libros, y oscilando, semana tras semana, entre la cocaína y la ambición, entre la somnolencia de la droga y la fiera energía de su ardiente naturaleza.
Estoy sentado en Baker Street mirando pasar sobre la nieve las ruedas sucias de la historia. (...)
Llámenme Yo. Estoy sentado en Baker Street. Gasto mi dinero en el true west que sube y baja mis pulmones. Todo oxígeno es un círculo nasal: el cesto lleno de Kleenex, los Kleenex llenos de sangre, los Kleenex llenos de mí. Enciendo la computadora. Juego Solitario hasta entumecer mi mano izquierda. Luego intento escribir. Luego miro el reloj: ya pasaron veinte minutos. Voy al baño, me siento a horcajadas en la taza, vacío sobre el espejo un poquito de polvo, luego un poquito más. Lo huelo, lo muelo con mi tarjeta de cheque automático Serfín, hago dos rayas largas y bien gruesas. Aspiro. Esto es todos los días. Va casi un tercio de onza, llevo no sé cuántas horas sin dormir, no sé cómo parar. Van a correrme del trabajo. Llámenme como quieran: perico, vicioso, enfermo, hijitoqueteestapasando yaparalecarnal vivomuertopaqué, llámenme escoria y llámenme dios, llámenme por mi nombre y por el nombre de mis dolores de cabeza, de mis lecturas hasta que amanece y yo desesperado. Soy el que busca una piedrita debajo del buró, encima del lavabo, en el espejo, en mi camisa, y amanece otra vez y sin dinero, y la sonrisa helada del vecino a través de la persiana, y a poco crees que no se han dado cuenta. Estoy sentado en Baker Street mirando pasar sobre la nieve las ruedas sucias de mi vida. (...)
Llámenme Ismael: estoy sentado en Baker Street, junto a la chimenea, tratando de cazar con mis palabras a un animal blanco y enorme. Mide casi una legua, su cola es pura espuma, sus ojos tienen la pesadez y el brillo de la sal más brava. Es un animal que se asusta y enfurece, que mata ciegamente, que cuando no te mata parte tu vida en dos. Pero es también una bestia lúcida y hermosa, y respira música, y en el momento en que su cola te azota y arroja tu cuerpo por el aire no piensas ni en el dolor ni en la sangre que gotea: piensas solamente en la velocidad —que es como no pensar, o sentir el pensar, o estar sentado en medio de la purísima nieve mirando pasar las ruedas sucias. Llámenme Ismael. Estoy aquí para contarles una historia. (...)De acuerdo a los cánones de compra-venta establecidos para Latinoamérica por nuestros expertos en mercadotecnia, un usuario habitual es aquel individuo que consume en forma semanaria un promedio de entre 2 y 6 g. Todo consumidor por debajo de ese margen apenas si alcanza el calificativo de cliente; pero quien lo rebasa se convierte casi siempre en un moroso. Por breve lapso: es que no duran. (...)



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