Insomnio (featuring Dámaso Alonso) Madrid es una ciudad de más de un millón de parados (según la última encuesta de población activa). A veces en la noche me revuelvo como un tonto en esta cama que compré en Ikea hace un par de meses y paso largas horas oyendo gemir a los vecinos o ladrando quedamente a la telebasura. Y paso largas horas bebiendo como un pato, ladrando como un becario enfurecido, fluyendo como el semen de un actor porno negro. Y paso largas horas enganchado a Facebook, preguntándome por qué se pudre lentamente mi alma, por qué se pudren más de un millón de parados sin gritos, por qué cien millones se pudren en esto que fue Europa. Dime, ¿qué chiringuito quieres atender con nuestra miseria? ¿Temes que se te acaben los esclavos que te sirven tristes sangrías letales en tus noches de verano?
Y de pronto te sorprendes con el ceño fruncido
Y una expresión de oler mierda en la cara
Los ves subirse ocupar
Todos los sitios vacíos
Y gritan coño
Cómo gritan los malditos
Ellas no paran de menear la melena
Ellos sacan pecho como los pavos
Y disimulan como pueden los gallos
.
Reconoces e interpretas el juego de miradas
A este le gusta esta
A esta le va el amigo
Y la otra la pobre será el paño de lágrimas
Tears on my pillow
Cuando la noche acabe y su boca siga
Sin saber lo que es una invasión en toda regla
De labios dientes y lengua
Sin saberle a tierra quemada
.
Ellas se miran se retocan
En sus móviles y ellos
Les miran
para tocarse luego
Las tetas
.
Mira que gritan los jodíos
Como si no hubiese nadie en el mundo
Como si el bus estuviese vacío
Y tal vez tengan razón
Aquí nadie excepto ellos
Da señales de estar vivo
.
Hablan del Mangafest de Abraham Mateo
Del examen de Física y de un tal Chano
Que por lo visto
Es quien les lleva la hierba
Y estoy por pedirles el número
Y entonces recuerdo que para ellos
No soy más que una vieja
Como esas
Que ponían mala cara
Como de ir oliendo mierda
Cuando en el bus
Camino al centro me besabas el cuello
Y me aplastabas
Entre risas contra la barra
.
Enfilan todos la puerta
Mientras se pegan voces
Tío
tía
que me caigo
Y todo lo que queda
Es silencio condensado
Y un corazón
En el cristal
Con dos iniciales
Y una fecha
o es una polla
Que se desvanecen
Mi abuela Matilde
no sabe lo que es un platillo volante.
Ella sólo sale para ir a misa,
me dice que le parece bonita
la música de Star Wars.
Mi abuela opina que Darth Vader es siniestro,
no se entera de lo de su hijo,
le dice a mi madre que necesito espabilar.
Mi abuela se ríe de George Lucas.
No necesita ir al cine para recordar
una guerra entre dos mundos.
Hace ya tanto tiempo que no puedo acordarme,
pero sé que ocurrió. No sé dónde. En galaxias
improbables, difusas. Acaso en mi cerebro
tan sólo. No recuerdo ni el tiempo ni el lugar,
pero pasó. Las cosas importantes que pasan
parecen no pasar. Una chica muy pálida
venía de algún astro a jugar en tu sueño
contigo: era tu amiga, la que se fue de viaje
por el cielo, y volvía para no abandonarte
nunca más. Sonreía como una aparición
surgida de las páginas de una novela gótica
y, a la vez, como un hada de los hermanos Grimm.
Se hacía llamar Leia en nuestros juegos. Leia
Organa, para ser más precisos. Un nombre
que sonaba a romance galáctico, a balada
espacial, a cantar de gesta del futuro.
Un nombre que sabía a chicle americano
y a bolsa de patatas fritas en el descanso
de una doble sesión de cine, y a caricias
desmañadas, y a celos, y a promesas de amor.
Hace ya tanto tiempo que no puedo acordarme,
pero sé que ocurrió. Y sé que a la princesa
Leia irán dirigidas mis últimas palabras
cuando la luz se apague, y que repetiré
su nombre en mi agonía (como si Ella tuviese
un nombre) antes de hundirme en la noche total
Un palco sobre la nada Yo me imagino a Dios como una especie de Enrique Cerezo: a estas alturas más vago que corrupto, amante de la buena vida, algo putero y sin ninguna intención de preocuparse de nada que no sea él mismo.
XI El interés general, el bien común, la sociedad. La mayoría absoluta, la simple y la cualificada. Lo que la soberanía popular decida me resulta por completo indiferente. El precio por el que vendería mi alma al diablo baja con cada línea que escribo.
Buenas noches a todos: bienvenidos a la jornada de irreflexión.
Aunque, si me permiten, he de comenzar confesándoles que, realmente, es una lástima que esta presentación tenga lugar hoy, 19 de diciembre de 2015, jornada de reflexión electoral. No solo porque ni Víctor ni muchísimo menos yo mismo hemos destacado jamás por nuestra capacidad de pensamiento, sino también porque, por ejemplo, el 21, muy probablemente según todas las encuestas, existirán más motivos para Suplicar clemencia.
Sí que se podría señalar que hace exactamente un año salieron publicados dos libros de autores pertenecientes a lo que se vino en llamar la Plaga lírica placentina: uno de Álex Chico y otro de otro autor no tan cono…cido de cuyo nombre no quiero (ni puedo) acordarme.
Sin embargo, resulta mucho mejor recordar que, día arriba, día abajo, se cumplen 5 años desde la presentación placentina de Cómo hemos llegado a esto, uno de los pocos libros que resisten la comparación con Suplicaréis clemencia y que, casualmente, resulta ser del mismo autor.
5 años. 5 largos años. A simple vista, alguien que no conozca al autor puede pensar que es demasiado tiempo para publicar una segunda parte de 84 páginas y tendrá la sospecha de que puede haber estado vagueando.
Sin embargo, aquellos que conocemos a Víctor podemos estar seguros de que sí: ha estado, como poco, entretenido.
Pero como no es cuestión de sacar trapos sucios, al menos por el momento… Y es que si la comparación la hiciera no un desconocido ni un amigo con información privilegiada, sino un lector objetivo (mi animal mitológico preferido) llegaría a la conclusión de que 5 años es el tiempo mínimo para conseguir un libro tan redondo como este.
Y es que de este libro, muy probablemente, se seguirá hablando, por ejemplo, día arriba o día abajo, el 19 o incluso el 20 de diciembre de 2030.
Centrándonos ya en lo que nos importa, lo que nos cuenta Víctor en este libro sería, si la palabra de un poeta valiera algo (spoiler: NO), lo que ha vivido desde la publicación del anterior. Es decir, su regreso de Estados Unidos (donde había publicado su primera criaturita), el conocimiento de la precariedad laboral española, su abandono de y regreso a la docencia, su establecimiento en Madrid, el intento (exitoso) de abrirse hueco en un par de revistas online, asistir a una o dos docenas de millares de conciertos.
Lógicamente, en el poemario encontramos bastante del Víctor Martín que nos presentara Ediciones Casavaria y nos refrescara Ediciones Liliputienses pero, además, Suplicaréis clemencia relata, sin piedad, con muchísimo más detalle y, sobre todo, muchísima más fuerza y acierto, el párrafo que les acabo de soltar hace un momento y muchas otras cosas que son difíciles de resumir o de explicar sin dejarse la garganta o las tripas en el intento.
Por tanto, si en Cómo hemos llegado a esto encontrábamos (ya se dijo, ya se escribió) una voz sorprendentemente madura para los 25 años que tenía nuestro protagonista en el momento de su publicación, ahora nos topamos con una voz aún más sabia, más grave, más experta, mejor. Incluso.
Hace un momento he usado un término acuñado por Álvaro Valverde, alguien que conoce bien la obra de Víctor, pues prologó la reedición de su anterior libro (y supongo que sería un buen candidato para prologar o epilogar la reedición, que llegará, de este). Eso me da pie, además de para hacerle la pelota, para fusilar parte de su reseña:
“Partidario de cantar, el ritmo, veloz, evoca una música concreta; canciones desgarradas que, paradójicamente, están llenas de pasión y de vida. Al fondo, el peso y el paso de los años, ese llegar a ser lo que no o sí queríamos.”
La primera, Ricardo Lezón, dice: “Sabía lo que no quería ser, pero nunca pensé que costara tanto”.
Anticipa, creo, una construcción del yo en la voluntad de no-ser, es decir, de renuncia a la sociedad, en parte por principios y en parte por la lógica que conlleva vivir, tener más o menos conciencia y no estar absolutamente ciego.
En cualquier caso, nos anuncia (atención, spoiler) que la crítica social será aguda, despiadada y constante.
Pensarán entonces que el libro está condenado a un constante tono agrio, destinado a repartir estopa contra el mundo que nos rodea y, de paso, a regodearse en el autofustigamiento masoquista.
Y así sería y el libro sería muy bueno, muy duro y, sin duda, interesante pero, a la larga, repetitivo y quizás, al cabo, aburrido, de no ser porque la cita “Sabía lo que no quería ser, pero nunca pensé que costara tanto”… no acaba en manifiesto, puño en alto ni cóctel molótov, sino en una ironía que no esconde una claudicación tan inteligente y deshonrosa como acaban siendo todas.
Y es que este es un poemario sobre la rebeldía condenada al fracaso o, lo que es lo mismo, sobre ese proceso tan terrible vivido desde dentro y tan patético visto desde fuera de dejar de ser joven sin madurar en el intento.
Pero, como todos ustedes saben o irán aprendiendo, los fracasos solo se pueden sobrellevar bajo tres premisas: con dinero, con alcohol o con humor.
Por eso, la segunda cita es todavía más esclarecedora, ya que advierte de cuál será la otra fuerza que impedirá a Víctor caer en la indigencia, el terrorismo o el punk: es decir, la capacidad de reírse de todo y, especialmente, de sí mismo.
En la segunda cita, apoyándose en Samuel Beckett, nos recuerda que “Cuando uno está con la mierda hasta el cuello, ya solo le queda cantar” y nos advierte que, aunque desesperado y cruel el humor va a estar presente a lo largo de todo el poemario haciéndolo más variado, entretenido y, curiosamente, consiguiendo que el tono agrio que va y viene sea aun más efectivo. Si cabe.
Así, el primer poema es una andanada brutal contra un vosotros que en realidad somos todos, pero muy especialmente el yo que lo fustiga:
Debo confesar que me impresiona
vuestra capacidad para ir tirando,
capear el temporal y ser felices
con cuatro extremidades, cinco sentidos,
y aguantar ochenta y dos años de media.
Admito que quisiera tener vuestra solvencia
para coger el aire y expulsarlo
sin apenas daros cuenta,
y ese discurrir fluido y calmo
entre las cuatro estaciones de siempre.
(…)
Con toda la humildad que me permite
el asco que me dais, quiero saber, de una vez,
cómo lo hacéis vosotros para no moriros de pena.
Sin embargo, enseguida encontramos entonces un tono muy distinto, aparentemente amable, que parece aconsejar con, casi se diría cariño, un tan sencillo como imposible manual de antiayuda:
Busca el vacío legal en las leyes.
Son, nada más son, te lo aseguro,
el relato de sus taras y prejuicios,
(…)
Más allá de la música no hay nada,
es mejor que lo sepas cuanto antes.
Este mundo es triste y duele,
recomiendo subir bien el volumen.
(…)
En fin, que solo puedo darte, amigo mío,
la receta de un antídoto inservible
que en algunas ocasiones me sirvió:
ríe como un cerdo, ama como un loco.
Creo que en estos fragmentos se pueden observar bien las dos fuerzas de las que quehablaba, con un humor antisocial y amargo que resulta tan irónico y generacional como divertido y terrible.
Y considero que las dos citas que les comentaba resumen bien la esencia de lo que se van a encontrar en poemas que espero que lea como “Víctor Martín: Instrucciones de uso”, “El tapicero, señora” o en su identificación con la estética de los fracasos pop que despliega en el poema XXVI y que culmina irreprochablemente con los versos que siguen:
(...)
El accésit en el concurso de la vida.
El que cancela una vez hecha la reserva.
El saltador que duda encaramado al trampolín.
Soy el programa que no responde,
eternamente dividido
entre seguir esperando
o cerrarse definitivamente.
Además, en la parte final Víctor incluye unos bonustracks destinados, como mandan los cánones, a los fans. Pero, como se habrán dado cuenta, es difícil, si no imposible, no haberse convertido en fan a estas alturas.
Ya concluyo.
Para terminar, solo voy a pedirles dos cosas: la primera es que recuerden y lloren.
Que recuerden el patetismo, las miserias diarias, las derrotas humillantes, los pactos cobardes con la rutina y el enemigo.
Que recuerden su papel de partypoppers, que no olviden tampoco su papelón de cómplices con una sociedad injusta a la que posiblemente no podrían detener pero que, sin duda, les necesita para seguir aumentando la desigualdad, la mediocridad y la mentira.
Recuerden el alcohol, el fracaso y, valga la redundancia, la poesía.
Recuerden. No olviden.
La segunda cosa que les voy a pedir es que recuerden y sonrían. Que recuerden la ironía, el humor desesperado y divertidísimo, los chistes que no tienen ninguna gracia en el fondo pero sí muchísima en la superficie.
Que recuerden a Samuel Beckett, Ricardo Lezón, Irene Albert, Anatoli Karpov y las odas alamor efímero.
Me miras desde el sofá, con la lucidez que otorga la resaca, y dejas caer como quien no quiere la cosa tu barato psicoanálisis de andar por casa: "me da que este año no vais ni a la UEFA". Pero todo el mundo sabe que no estás hablando de fútbol.
FELIZ NAVIDAD
Ángeles con alas rotas protegiendo al Señor,
mientras en Belén, según la historia,
mandó Herodes degollar a diez mil niños.
Acordar yendo de Galilea
donde Juan le bautizó,
se abrió el cielo
y una paloma descendió
y Dios dijo: "este es mi Hijo,
el Salvador".
Y en Betania María y Marta agonizaban...
"Levántate y anda", ordenó el Señor
y Lázaro resucitó
y hasta el más incrédulo
reconoció que ese era el Sucesor...
El crucificado, muerto en el madero
el hHijo del Hombre, Dios hecho cordero.
El desheredado, libre de pecado,
el que dió su vida por todas las penas,
dejando de viuda a María Magdalena
el hippy más hippy, el loco más cuerdo...
tanto que creyó ser Hijo de Dios.
Si vuelves a venir
yo te veo morir en la silla eléctrica
en algún lugar de Norteamérica…
Y dos mil años y más años cantando por ti…
Feliz Navidá, feliz navidá,
feliz, feliz, feliz…
Feliz ná...
Letra del malogrado cantautor Miguel Bocamuerta, adaptada por Fernando Vacas y la Royal Gypsy Orchestra con la voz de El Niño de Elche.
(Aprovecho para dejar aquí otra canción de Miguel Bocamuerta incluida en su mítico disco póstumo Tú en Marte, yo en Plutón)
EE.UU es, desde su fundación o invención, un género en sí mismo. En literatura, además de "la gran novela americana" que siempre se anuncia y pocas veces llega, debemos destacar varios ensayos que sirven para clarificar esa visión grandilocuente y esperpéntica de un mundo que también es nuestro.
Entre ellos, sin duda, destaca ¿Qué pasa con Kansas? Cómo los ultraconservadores conquistaron el corazón de EE.UU, libro, en sí mismo, interesantísimo y cuya tesis es extrapolable a muchas latitudes (como puede ser la inquebrantable fidelidad al PP de sus votantes) pero que ahora que las elecciones han coronado como emperador a Donald Trump, nos interesa a todos, nos guste o no:
Nota editorial: Historia de un Doppelgänger
La lucha de clases no sólo definió la conflictividad social durante gran parte de los dos últimos siglos. De alguna manera también contribuyó a “estructurar” la sociedad y hacerla legible, distribuyendo los campos del antagonismo y sus coordenadas, la posición de los adversarios y sus identidades, los términos infalibles en los que podía leerse la realidad (alienación, conciencia, explotación, contradicción, etc.). Ironías de la historia que el pensamiento dialéctico trataba de desentrañar, reforzándolas a su modo.
Hace ya algún tiempo que todo eso llegó a término. Pero el fin de la lucha de clases no significa que se acabara la desigualdad, la explotación o la división social, como quisiera hacernos creer la cultura consensual (la democracia-mercado como fin de la historia). Significa más bien la derrota irreversible uno de los contendientes en liza, la clase obrera, que durante un segundo toco el cielo mediante sus luchas: la destrucción de las mismas estructuras sociales que definían al proletariado como proletariado.
Entonces supimos que el Apocalipsis no era la lucha de clases, sino más bien su desaparición.
Junto con la misma realidad, saltaron por los aires todas las brújulas, los aparatos de medición, los mapas y las escalas. El mundo se volvió salvaje, disperso, confuso, indescifrable, deforme. Aparecieron entonces auténticos monstruos, imposibilidades lógicas pero bien reales que desafían toda razón, toda coherencia, toda previsión. Uno de esos monstruos imposibles es el objeto de este libro.
Thomas Frank lo llama “Contragolpe”. Es un cambio sísmico, un movimiento telúrico, la reacción violenta de placas tectónicas, un contraimpulso: la “revolución conservadora” que empezó hace más de tres décadas en EEUU, no precisamente un lugar sin consecuencias en el mundo globalizado. Su resultado más visible es la transformación del Partido Republicano en “heraldo de los más pobres”. No se trata sólo de que el Partido Republicano se proclame desde hace algún tiempo “defensor de la gente corriente” y “del hombre común”, sino de que efectivamente una parte muy significativa de las clases populares lo apoye entusiasta y activamente, cavando así más y más hondo su propia tumba.
La máquina de guerra republicana es una paradoja andante: promueve el neoliberalismo salvajey apela a valores sustantivos (“El buen republicano es leal, honesto y muy cristiano”) ¡que el mismo neoliberalismo socava! Privatiza todos los recursos comunes y manipula más tarde el miedo al desarraigo y la desposesión. Fomenta la precarización generalizada de la vida y lamenta luego la pérdida de referentes. Critica la “decadente” industria cultural y hace un uso hiper-sofisticado de las nuevas tecnologías. Da la vuelta a la lucha de clases: todos los conflictos que antes se inscribían en el contexto de estructuras políticas, sociales y económicas ahora se codifican como “conflictos culturales” (cultural wars) que oponen “buenos americanos” y “arrogante élite progresista”. (...)
El Doppelgänger en España
¿Resonancias o traducciones literales? Es la pregunta que martillea en la cabeza de uno durante la lectura del libro de Frank. ¿Cómo es posible que un relato sobre la revuelta ultraconservadora en Kansas nos suene tantísimo a lo que hemos vivido en España los últimos años, es decir, a la aparición de una nueva derecha con una gran sintonía con los malestares sociales y una mayor capacidad de producir realidad? Es otra de las motivaciones que nos ha animado a publicar este libro.
La respuesta fácil también se ha negado aquí a medir la verdadera profundidad del fenómeno: la etiqueta de “neo-fascismo” servía para pre-comprender la situación y librarse así de tener que acercarse a ver o pensar por uno mismo. Recordemos la actitud del Grupo Prisa frente a las “tesis conspiranoicas” sobre el 11-M: ni siquiera las mencionó durante más de dos años, como si la “sinrazón” fuese a disiparse por sí sola como un mal sueño. Pero la bola de nieve fue ya insoslayable cuando el portavoz del gobierno tuvo que responder en el Congreso de los Diputados a preguntas del PP sobre la factura del atentado. ¡Responder a unas preguntas que llevaban un subtexto conocido por todos: el 11 de marzo fue un golpe de Estado para derribar al PP cuyo precio político se concretaría más tarde en la negociación entre el PSOE y ETA! La nueva derecha llega lejos, pero el verdadero problema es que el mundo la sigue. (...)
La nueva derecha es también una reacción horizontal y desde abajo que, en lugar de abrir preguntas críticas sobre la sociedad en que vivimos, captura la rabia en el tablero de ajedrez de la política-espectáculo.
En Estados Unidos, el tablero de ajedrez son “Las dos Américas”: los estados que votan a los demócratas y los estados que votan a los republicanos. Da igual por ejemplo que los índices más altos de divorcios se encuentren en los estados que votan masivamente a los republicanos, es decir, los estados “morales” de la “América buena”. Aquí, la propaganda de la nueva derecha manipula con mucha eficacia el imaginario victimista de “Las dos Españas”. “España se rompe” y, con ella, la igualdad constitucional de los españoles (“¡Viva 1812!” grita Esperanza Aguirre). La responsibilidad apunta exclusivamente a la presión centrífuga de los nacionalistas periféricos (con la “complicidad” de la izquierda). No encontraremos ni por asomo el menor análisis sobre cómo el contexto de globalización capitalista hace trizas los atributos clásicos de la soberanía del Estado-nación: fronteras, moneda, ejército, cultura...
La revuelta de la derecha populista ocupa el vacío de lo político y el vacío de las calles. Tanto en Estados Unidos como en España. Hace tiempo que la izquierda oficial decidió que habían llegado los tiempos “postpolíticos” de la mera administración de los efectos de la economía global. Se volvió retórica, cínica, autista, hipócrita, elitista, pija o simplemente gestora. No es casual que la nueva derecha critique que el PSOE “vive fuera de la realidad”, sin contacto con “los verdaderos problemas de la gente“, “los españoles corrientes que trabajan”. De hecho, la única baza posible de la izquierda oficial a estas alturas es jugar en el mismo tablero de política-espectáculo que la derecha: entre los últimos gestos simbólicos del gobierno ZP, la corbata de Miguel Sebastián, la regañina a Rouco Varela, los “palabros” de Bibiana Aído, la sonrisa de Leire Pajín, Chacón embarazadísima como ministra de Defensa, el puño en alto y la Internacional en el Congreso... Así no es de extrañar que las frustraciones cotidianas sintonicen mejor con la onda agresiva de la nueva derecha que con el “talante” soporífero de la izquierda retórica. ¡Si la política es espectáculo que al menos tenga algo de acción! Eso lo sabe muy bien el equivalente español del agitador de las ondas Rush Limbaugh.
La nueva derecha instrumentaliza malestares reales que no se politizan autónomamente, que no encuentran espacios colectivos para hacerlo, que no elaboran una voz propia. Explota la victimización y a su vez revictimiza. Anger is an energy. (...)
A. F-S.
Como han podido ver, simplemente los dos prólogos que abren el libro ofrecen enjundia suficiente para plantearnos el enfoque de ciertos debates ideológicos que damos por inamovibles. Pero entremos plenamente en materia con el inicio de la obra:
¿QUÉ PASA CON KANSAS?
El condado más pobre de Estados Unidos no está en los Montes Apalaches ni en los estados del sureste, sino en las Grandes Llanuras, una región de rancheros humildes y agonizantes pueblos agrícolas donde en las elecciones del año 2000 para elegir el candidato Republicano a la presidencia, George W. Bush ganó por una mayoría superior al ochenta por ciento.
Cuando me enteré en un principio me desconcertó, como a mucha de la gente que conozco. Para nosotros, el partido Demócrata es el de los trabajadores, los pobres, los débiles y los victimizados. Desde nuestro punto de vista es un planteamiento básico; forma parte del abecé de la edad adulta.
Cuando le hablé a una amiga sobre aquel condado empobrecido de las Altas Llanuras tan entusiasmado con el presidente Bush se quedó perpleja. “¿Cómo puede alguien que siempre ha trabajado para otros votar a los republicanos?”, preguntó. ¿Cómo podía estar equivocada tanta gente?
Dio en el clavo con su pregunta; una pregunta que es, en muchos sentidos, el mayor problema de nuestra época. La vida política estadounidense consiste en gente que confunde sus intereses principales. Esta especie de trastorno es el fundamento de nuestro orden cívico, la base sobre la que descansa todo lo demás: ha situado a los republicanos al mando de las tres ramas del gobierno; ha elegido presidentes, senadores y gobernadores; ha desplazado a los demócratas hacia la derecha y luego pone en marcha un proceso de destitución contra Bill Clinton sólo para divertirse.
La gente que gana más de 300.000 dólares al año le debe mucho a este trastorno y debería brindar alguna vez por los republicanos indigentes de las Altas Llanuras mientras contempla su suerte: gracias a sus votos desinteresados ya no les agobian los impuestos estatales, los molestos sindicatos o los entrometidos reguladores de banca. Gracias a la lealtad de estos hijos e hijas del trabajo duro, se han librado de lo que sus prósperos antepasados solían llamar niveles “confiscatorios” de impuestos sobre la renta (...) También están los que defendían a Estados Unidos allá por 1968, hartos de oír a aquellos niños ricos cubiertos de collares hablando pestes del país cada noche en televisión. Puede que ellos supieran exactamente lo que quería decir Nixon cuando hablaba de la “mayoría silenciosa”, gente cuyo trabajo duro era recompensado con insultos constantes en las noticias, en las películas de Hollywood y en boca de los profesores universitarios sabelotodo que no se interesaban por nada de lo que uno tuviera que decir. O tal vez fueran los jueces progresistas los que les irritaran cuando reescribían despreocupadamente las leyes de su estado según alguna idea absurda que aprendieron en un cóctel; o cuando ordenaban a sus ciudades que afrontaran un proyecto de mil millones de dólares para suprimir la segregación racial que habían ideado por su cuenta; o cuando soltaban a los criminales para que vivieran a costa de los diligentes trabajadores. (...) Puede que Ronald Reagan empujara a muchos hacia una espiral conservadora, con su modo de
hablar sobre esa Norteamérica alegre de Glenn Miller justo antes de que el mundo se fuera a la mierda. O quizá Rush Limbaugh, el locutor de derechas de la radio, les convenciera con sus constantes diatribas contra los arrogantes y presumidos. O puede que fueran presionados. A lo mejor Bill Clinton convirtió a algunos al republicanismo con su “compasión” claramente falsa y su desprecio evidente por los estadounidenses corrientes que no han estudiado en la Liga Ivy –el grupo de las ocho universidades privadas más prestigiosas de Estados Unidos–, a los que tuvo el valor de mandar a combatir aun cuando él mismo escurrió el bulto cuando le llegó el turno.
Casi todo el mundo tiene una historia de conversión que contar: cómo su padre había sido sindicalista en una acerería de Estados Unidos y demócrata incondicional, pero todos sus hermanos y hermanas empezaron a votar a los republicanos; o cómo su primo dejó el metodismo y comenzó a ir a la iglesia de Pentecostés a las afueras del pueblo; o cómo ellos mismos se hartaron de que les criticaran tanto por comer carne o por llevar ropa con la mascota india de la Universidad de Arkansas hasta que un día las noticias de Fox les empezaron a parecer “imparciales y equilibradas”. (...) Este trastorno o desfase es el rasgo distintivo del Gran Contragolpe, un modelo de conservadurismo que llegó a la escena nacional gruñendo en respuesta a las fiestas y protestas de finales de los sesenta. Mientras las primeras formas de conservadurismo ponían énfasis en la moderación fiscal, el Contragolpe moviliza a los votantes con asuntos sociales explosivos –buscando el escándalo público por encima de todo, desde el busing (traslado de estudiantes de clases bajas, generalmente negros, a zonas más acomodadas para que se integren) hasta el arte anticristiano–, los cuales después vincula con políticas económicas favorables al libre mercado. Se explota la furia cultural con fines económicos. Y son estos logros económicos, no las escaramuzas poco memorables de la interminable guerra ideológica, los monumentos más importantes del movimiento. A los expertos de todo el mundo les gusta considerar la grandeza divina de Internet e imaginar que es la fuerza que ha hecho realidad los milagros políticos de los últimos años, privatizando, liberalizando y desindicalizando de un lado a otro del planeta según dicta su sabiduría. Pero en realidad es el
Contragolpe que ha tenido lugar en Estados Unidos lo que ha hecho posible el consenso internacional del libre mercado, conduciendo a la solitaria superpotencia implacablemente hacia la derecha y permitiendo a sus sucesivos gobiernos librecambistas impulsar su visión del neoliberalismo económico sin temor a contradecirse. Resulta cada vez más evidente que para entender nuestro mundo debemos entender a Estados Unidos y para comprender a Estados Unidos tenemos que comprender el Contragolpe. Un artista decide escandalizar al estadounidense medio sumergiendo a Jesús en orina* y el Contragolpe decide que el planeta entero ha de reformarse según los criterios del Partido Republicano.
El Gran Contragolpe ha hecho posible el resurgimiento liberal, pero esto no significa que su estilo sea el de los capitalistas de antaño, que invocaban el derecho divino del dinero o exigían que los humildes supieran cuál era su lugar en la gran cadena de la existencia. Todo lo contrario, el Contragolpe se ve a sí mismo como enemigo de la élite, como la voz de los injustamente perseguidos, como una protesta justificada de las víctimas de la historia. Les importa un bledo que sus defensores controlen hoy las tres ramas del gobierno. Ni les da qué pensar que sus beneficiarios más importantes sean la gente más rica del planeta.
(...) Puede que los líderes del Contragolpe hablen de Dios, pero comulgan con la empresa. A los votantes les importarán más los “valores”, pero siempre desempeñan un papel secundario frente al imperio del dinero una vez que se han ganado las elecciones. Este es un rasgo básico del fenómeno,
de una constancia absoluta a lo largo de las décadas de su historia. El aborto no cesa. La discriminación positiva no se suprime. Nunca se fuerza a la industria cultural a enmendarse. Incluso el mayor guerrero cultural de todos ellos les dio la espalda cuando le llegó la hora de cumplir lo prometido. “Reagan se consagró como el defensor de los ‘valores tradicionales’, pero no hay indicios de que considerara la restauración de dichos valores como algo prioritario”, escribió Christopher Lasch, uno de los analistas más sagaces de la sensibilidad del Contragolpe. “Lo que realmente buscaba era el renacimiento del capitalismo salvaje de los años veinte: la revocación del New Deal”.
Para los observadores este comportamiento es irritante y cabría esperar que disguste aún más a los verdaderos partidarios del movimiento. Sus líderes fanfarrones nunca cumplen lo prometido, su rabia no para de aumentar y sin embargo cada vez que hay elecciones vuelven a votar para que sus héroes de la derecha tengan una segunda, tercera, vigésima oportunidad. La trampa nunca falla; la ilusión nunca desaparece. Vote para frenar el aborto y reciba una reducción en impuestos sobre plusvalías. Vote para fortalecer de nuevo nuestro país y reciba desindustrialización. Vote para darles una lección a esos profesores universitarios políticamente correctos y reciba liberalización de la electricidad. Vote para que el Estado les deje en paz y reciba concentración y monopolio por todas partes, desde los medios hasta el embalaje de la carne. Vote para luchar contra los terroristas y reciba la privatización de la Seguridad Social. Vote para asestarle un golpe al elitismo y reciba un orden social en que la riqueza está más concentrada que nunca, en que los trabajadores han sido despojados de su poder y los ejecutivos son recompensados más allá de lo imaginable.
Los teóricos del Contragolpe, como veremos, imaginan incontables conspiraciones en las que los ricos, poderosos y con buenos contactos –los medios de comunicación progresistas, los científicos ateos, la detestable élite del Este– manejan los hilos y hacen bailar a los títeres. Aún así, el propio Contragolpe ha sido una trampa política tan desastrosa para los intereses de la clase media estadounidense que incluso el más diabólico de los manipuladores habría tenido problemas ideándola. De lo que se trata, al fin y al cabo, es de una rebelión contra “el sistema” que ha acabado aboliendo el impuesto de sucesiones. Hay una ideología cuya respuesta a la estructura de poder es hacer al rico aún más rico; cuya solución para la degradación inexorable de la vida de la clase trabajadora es arremeter furiosamente contra los sindicatos y los programas de seguridad en el lugar de trabajo; cuya solución al aumento de la ignorancia en Estados Unidos es quitar las ayudas a la educación pública.
Como una revolución francesa a la inversa –una en que los sans culottes salen en tropel a la calle reclamando más poder para la aristocracia– el Contragolpe empuja el espectro de lo aceptable hacia la extrema derecha. Puede que nunca vuelva a introducir los rezos en las escuelas, pero ha rescatado toda clase de panaceas económicas de derechas del cubo de basura de la historia. Una vez que ha eliminado las históricas reformas económicas de la década de los sesenta (la lucha contra la pobreza de Lyndon B. Johnson) y las de los años treinta (la legislación laboral, los subsidios para mantener los precios agrícolas, la regulación bancaria), sus líderes apuntan sus armas hacia los logros de los primeros años del progresismo (el impuesto estatal de Woodrow Wilson o las medidas antimonopolio de Theodore Roosevelt). Con un poco más de esfuerzo, el Contragolpe podría invalidar todo el siglo veinte.
¿Qué pasa con Kansas?
Cómo los ultraconservadores conquistaron el corazón de EE.UU.
Me imagino en una terraza
al sur de aquella fría ciudad.
Con una taza de té en la mano,
calentándome los dedos
con el calor de la cerámica.
Me imagino de noche, necesitando aire,
porque la noche axfisia estando tan lejos.
Me imagino rodeada de no-geranios,
de no-golondrinas,
de gente rara y blanquecina con olor a rancio.
Me imagino en una era de sueños atascados,
recopilando material bello y horrible
del que cura y mata al mismo tiempo.
Me imagino que ya estaré dormida en aquella terraza,
en este momento, dentro de un año.
O tal vez, si hay suerte, estés tú allí, conmigo.
Sujetándome la taza mientras trato de dibujarte,
o de escribirte,
o de soñarte.
Mis poemas, mis escasos títulos,
mi vida toda, me la he hecho yo, despacio,
con precisión y constancia.
Nadie me regaló ningún sobre con dinero
en una boda absurda,
no creo en las fantasías neoliberales:
tengo una sola hija, un minicoche de segunda mano
y una casa que, generosamente,
siempre le dejo a los amigos.
Y también soy hija de obrero y madre ama de casa.
Y también conozco las fauces del paro.
Y vosotros, amantes del megusta,
¿qué hacíais mientras yo abandonaba el sueño
para aprender?
¿Desde cuándo estudiar es un defecto?
¿Desde cuándo leer y escribir tantos años
es execrable?
¿Qué hacíais vosotros mientras tanto,
sin botones de megusta?
¿A quién os arrimaríais en aquella época
como ratas voladoras?
¿En qué Universidad estudiasteis para ser
tan excepcionales parásitos?
¿Conocéis el significado de la gratitud?
Eso tampoco lo conocéis y no se estudia
en la Universidad.
Yo os podría enseñar en qué consiste.
Arduo trabajo el megustismo,
debéis estar agotados.
“Gracias, odio, gracias, resentimiento.
Lo peor de vosotros mantiene vuestro mundo en marcha”.
Esos sentimientos, ¿en qué asignatura o despacho?
Ay, megustistas, víctimas de nadie pero siempre
víctimas.
Qué mal os sienta el fracaso y la desdicha
recogida en cajas de mudanza.
De mí ya no podéis sacar ni una letra más,
ni un poema, ni un reproche, ni un techo,
ni una cama.
Y a ti, amiga, está claro que jamás podremos
ser amigas.
Amigas, ratas así,
ni en el infierno.
Y ahora, con el mejor de los cinismos, dadle a
megusta.
Que éste sea el verso Mamá y papá te joden la cabeza. Lo hacen sin intención, pero es así. Te entregan los errores de su época y añaden unos cuantos, para ti.
Pero a ellos les jodieron a su vez imbéciles de abrigos anticuados, que cuando no eran sosos y severos se la pasaban moliéndose a palos. Le lega el hombre al hombre sus miserias, se solapan igual que continentes. Así que sal corriendo cuando puedas, y no tengas tus propios descendientes.