Instrucciones
para consumir un gran poeta
Como
ya habrá notado el lector inteligente que, obviando este prólogo, se haya
lanzado directo a devorar los poemas de Manuel del Barrio Donaire, el lenguaje
que encontramos en este libro es el que cabe esperar en un amigo algo maniático
pero inteligente, que te habla en confianza y con el que te entiendes bien. Sin
embargo, la plasmación del detalle cotidiano, la focalización en los elementos
más triviales o el empleo constante de su particular dialecto oral no son, para
el andaluz, un fin en sí mismos y en absoluto se regodea en su dominio de este
estilo desenfadado por el mero afán de, digamos, sonar cercano o, peor,
aparentar ser “cool”. Bien al contrario, Del Barrio se sirve de estos
accesorios como medio para continuar una tradición, brillantemente actualizada,
que parece transcribir en riguroso directo lo que le sucede ahora al hombre de
hoy. Por eso, aunque la poesía hace tiempo que dejó de ser un arma cargada de
futuro, si los versos de Del Barrio te desarman es, precisamente, por estar
rebosantes de presente, un presente imperfecto que apenas deja espacio para la
felicidad, inmersos como nos tiene en la rutina, la desesperación, la lucha por
mantener el cuerpo sano y las redes sociales que actualizamos trece veces por
minuto.
Por
este motivo y por otros que esperamos argumentar a lo largo de este prólogo, Del
Barrio es, en nuestra opinión y con perdón, el poeta contemporáneo por
antonomasia, dada su capacidad para plasmar, tanto con sus versos como con sus
silencios, un “ahora” indefinido que viene de antiguo y que nos va a acompañar
aún por un tiempo. Y es que la poesía de Del Barrio es “moderna” sin necesidad
de ser “actual” y sin estar, por tanto, condenada a fechas de caducidad,
estéticas o sociológicas. Por eso, creemos, Del Barrio sabe servirse de los know-how y las tribulaciones de hoy sin
quedar en absoluto constreñido a ellas. Es decir, muy mal se le tienen que dar
las cosas para no seguir siendo el poeta contemporáneo por excelencia dentro
de, al menos, un par de meses más.
Dostoievski 2.0
En
realidad, Del Barrio sigue la tradición literaria predominante desde el
Realismo, aquella que sabe que para escribir acertadamente de los sentimientos
más personales de un individuo no se pueden obviar sus hábitos sociales, por
mecánicos o frívolos que puedan parecernos a
priori. Pero, como remarca Eloy Fernández Porta, “el realismo tiene un tema (la épica de la clase media); la cultura pop
tiene otro (la épica del consumo)”[1].
Y especialmente cuando “hacer propio lo que nos ha sido impuesto”[2],
según la lectura que hace el ensayista catalán de Theodor Adorno, es el proceso
que define a la sociedad de consumo. Merced a esta asimilación y tal y como
revela, de nuevo, Porta para explicar la fotografía de Carlos Albalá, “el
sujeto, sometido a la presión de los media y los metamedia, acepta y
experimenta como convicciones íntimas una serie de inducciones de carácter
ideológico (opinar), político (votar), performativo (actuar en sociedad)”[3].
Manuel Del Barrio Donaire, posmoderno
por encima del canon establecido por los gurús de la posmodernidad, ha ido un
paso más lejos al prescindir de inducciones ideológicas o políticas y sabiendo
condensar en el retrato lírico de su adaptación al medio la actitud del hombre
ante la sociedad que es, en esencia, la del poeta ante la hoja (perdón, pantalla) en blanco: intentar simular que no tiene
importancia, seguir adelante sin que parezca que se lo toma en serio, abrir
otra ventana del navegador, lograr escabullirse con dignidad.
Sin
embargo, este envoltorio coloquial, cotidiano, por más que insista en un deje
en ocasiones superficial o, incluso, humorístico, no es ni nos remite, en
absoluto, a una literatura escapista. Del Barrio, aunque sea de forma cobarde
(como cualquier bípedo que se precie), se enfrenta al mundo, se sabe parte de
él y, sobre todo, es muy consciente de una verdad última: el ¨cuerpo es una
máquina imperfecta¨ que, irremediablemente, terminará fallando. Ante esto,
opone dos estrategias: encomendarse a su médico de cabecera y a la industria
farmacéutica o atrincherarse tras los objetos cotidianos, es decir, en todo
aquello de lo que no cabe esperar traición alguna, dado que lo conoce por
tenerlo ¨a menos de 3 metros de distancia¨. Así, lejos de seguir el camino
emprendido por poetas pretéritos (a saber: la búsqueda de verdades
trascendentes mediante el rechazo de lo material y el mercadeo de mitologías
más o menos vergonzantes), del Barrio se aferra a lo tangible, a lo inmediato,
a lo que puede tocar. En otras palabras, hace suya la máxima cartesiana: consumptio ergo sum.
La
vida como catálogo de Ikea
Del
Barrio hace suyo, efectivamente, lo que le es impuesto. Pero no se limita a
eso: pretende, ridiculizándolo seriamente, desentrañar su significado. El
título, en este sentido, resulta clarificador: no solo al progreso y la novedad
técnica (todas las marcas y cachivaches en los que Donaire se sostiene serán
polvo o, peor, estarán fuera de catálogo en unos pocos años), sino que pretende
desentrañar las principales preguntas de la humanidad, es decir: ¿quién soy
yo?, ¿qué hago aquí?, ¿con qué podría combinar esta chaqueta?, ¿por qué
demonios hay un plato que gira dentro del microondas?
El
tono auto-paródico del que el poeta se sirve nos resulta no ya una opción
respetable sino, precisamente, el único camino posible hacia la hipotética
redención: el recurso lógico con el que se emprende la tarea de desmontar el
sinsentido de la oferta y la demanda, la ilógica diabólica de nuestro carro de
la compra (reflejo no solo de lo que somos,
sino de lo que quisiéramos ser y vehículo, en definitiva, en el que arrastramos
nuestras adquisiciones junto con nuestros deseos, frustraciones y esperanzas).
Pero
vayamos por partes. Y, para ello, mejor hacer el estudio individualizado de
cada una de las secciones que forman el conjunto que usted tiene entre las
manos. Esta antología contiene bastantes elementos de la poética de Del Barrio
y la estructura y la selección (realizada por el propio autor) les permitirá
hacerse una idea aproximada de su recorrido poético, incluso a pesar de este
prólogo. Quedan advertidos, eso sí, de que acercarse a los poemas de Donaire no
suele suponer solo la mera descodificación del signo lingüístico, el simple
disfrute cabal de la palabra escrita. Implica, o al menos debería, la entrada
en materia, el cuerpo a cuerpo. Conviene que el lector se tire al barro.
Acertadamente, la antología liliputiense no recoge la poesía de Del Barrio según criterios
cronológicos, sino temáticos (lógico, por tanto, que el poemario se abra con el
subversivo ¨Instrucciones para ser un gran poeta¨ en solitario). Esta
disposición permite que sea al final, tras páginas y páginas, poemas y poemas
de búsqueda personal, de intentos más o menos frustrados de buscar lo
trascendente en lo cotidiano, cuando descubramos (irremediablemente) la cruda
realidad: “tu semen es igual / al de cualquier agente de seguros.” Pero
vayamos, decíamos, por partes.
1 - “No creo en Dios ni en los bífidus activos...
... sólo en Lord Byron / Schlegel, Wordsworth, en
las pinturas de Friedrich / y en el catálogo de Ikea de 2006” afirmará pronto Del
Barrio como síntesis ideológica
de su manifiesto personal. Retroalimentación
se titula esta primera sección de la
antología: “Solo me necesito a mí” nos dice, demoledor, al comienzo del primer
poema. “Me escribo y me reescribo”, continúa. Una declaración de
intenciones que no debemos entender como exclusivista ni excluyente: el poeta
no niega el mundo ni pretende abstraerse de él sino más bien al contrario:
comprende que, le guste o no, él es el filtro a través del cual el mundo va a
construirse y tomar forma. Sin dramatismos: no podemos evitar construir nuestra
visión del mundo ni tenemos alternativa alguna. Es lo que hay. Partiendo
de esta declaración de intenciones, podemos afirmar que Del Barrio desarrolla
una poesía amorosa con el medio y, así, tratando a los objetos como si fueran
mujeres, establece su torre de marfil, su contemptus
mundi y su beatus ille: la
tecnología, la salud, ser capaz de escribir bien comiendo sano. Sin embargo,
esta relación no es platónica, ni siquiera onanista, sino que parece
aproximarse más a una relación de pareja tan disfuncional y recíproca como la del resto. En este primer apartado se desarrollan ya los
rasgos más distintivos de la poesía de Del Barrio, que está escrita desde un
presente extremo, probablemente para disimular el horror por el
porvenir: la vejez, las arrugas, las enfermedades o, incluso, el devenir
apocalíptico, esto es, quedarse sin portátil. Nuestro poeta, haciendo suya la
máxima de Gabino-Alejandro Carriedo (“En poesía hay que ser seriamente frívolos
y no frívolamente serios”),[4]
desarrolla sus deseos y, sobre todo, temores, desde una desesperación hilarante
que sitúa a la sociedad de consumo como el único código sentimental aceptable.
Además, de paso, aprovechando que Ikea también vende por internet, emprende un
viaje iniciático en el medio que, a través de paradas deseadas o forzadas en la
amistad, la pose y la metafísica quizá, depare el autoconocimiento o, lo que es
más importante, el etiquetado de los demás:
Cuando entro en
Starbucks y pido un café tengo que decir mi nombre,
que es como
decirme a mí mismo y fabricarme de pronto, […]
Esa es mi
identidad, ahora mi vaso dice quién soy,
lo rodeo con
mis manos, está caliente, es suave, blanco, de cartón. […]
Sangre de mi
sangre a 82º C. Eso es lo que soy.
Salgo a la
calle para que la gente pueda verlo.
Rafael Sánchez Ferlosio señaló que la
poesía no tiene “receptores” (dado que no comunica ningún contenido semántico),
sino, únicamente usuarios, que serán los que, según la analogía desarrollada
por José Luis Pardo[5],
ocupen una casilla vacía, siempre receptiva con quien quiera servirse del poema
para expresar sus propios sentimientos. La poesía de Del Barrio, por su parte,
sería, ya lo hemos dicho, el equivalente al
carrito de supermercado que, defectuoso o trucado, poco importa, nos conduce a
bandazos por un centro comercial para, realmente, guiarnos hacia lo que de
verdad necesitamos: aquellos objetos que definen nuestra personalidad y nos
hacen ser nosotros:
compras cosas para hacer cosas,
te compras un
coche para sentarte dentro y ser un coche
(…)
Para construir tu propio cuerpo y ser tú mismo
tienes que seguir las instrucciones,
leer algunos libros, improvisar, salir de compras,
James Zeta sugiere que te gusta James
Zeta
La
originalidad de Del Barrio reside especialmente, como señalamos al inicio, en
la asimilación y, en buena medida, reelaboración de una tradición literaria que
permite la plasmación fidedigna del instante presente.
En este sentido, la primera sección del libro nos ofrece el ejemplo más claro y
directo: ¨Facebook¨, texto elaborado con una técnica muy similar a la
empleada por Nicanor Parra allá por 1962 en su poema ¨Noticiario 1957¨ y que
nos sirve, pues, para emparentar al hipster
adoptivo de Del Barrio con uno de los padres de esto que, a falta de un nombre
mejor, hemos dado en llamar poesía posmoderna.
Aquel,
entonces, como este ahora, se limitaba a ¨transcribir¨ un poema que ya tenía
frente a sus ojos, que llevaba tiempo ahí pero que nadie, hasta ese momento,
había sabido ver: o sea, el poeta como traductor, como chófer o como chamán, lo que ustedes prefieran. Ambos
(intentando dejar de lado cualquier posible elitismo cultural) recurren a un
medio de comunicación masivo, literariamente hablando casi vulgar. Ahora bien,
si para el chileno la elaboración (la pura redacción de texto) era mínima, en
Donaire es, diríamos, sencillamente inexistente. Si aquel estaba obligado a una
selección de los titulares (por azar, por voluntad o por simple zapeo
inconsciente), Del Barrio, aparentemente, se limita a enumerar la información
que El Muro le ofrece en ese momento concreto. El verso también es directo,
anti-poético, inmediato: su longitud viene marcada por el titular en cuestión o
el aviso correspondiente, es decir: huelga
de profesores y estudiantes / Romería a la tumba de Óscar Castro / Enrique
Bello es invitado a Italia, por un lado, y Eduardo Boix ahora es amigo de Tania Tomás Albert / James Zeta sugiere
que te gusta James Zeta / A dos personas le gusta esto, por el otro.
Así,
el listado indiscriminado de los hechos obliga al lector (harto de oírlos y,
por ello, fuertemente naturalizados) a
un distanciamiento de los mismos y, por tanto, a un cuestionamiento del formato en sí mismo. Hace que se produzca, en
resumidas cuentas, eso que hace ya mucho Víktor Shklovski llamó extrañamiento o desfamiliarización: presentar lo conocido desde una nueva
perspectiva. Por eso, el lector y su cotidianidad se ven a sí mismos en un espejo
que, aunque los deforma, los refleja fielmente, porque todos nuestros perfiles
acaban pareciéndose demasiado y, bueno, siempre podemos pulsar el botón de
actualizar y Facebook nos ofrecerá un nuevo muro-poema con otros titulares
sobre otras personas: prueba última de que la tierra gira y blablablá.
En conclusión, si su muro de Facebook
dice más de ustedes de lo que piensan, el Facebook de Del Barrio es un ejemplo
manifiesto de uno de los objetivos de su poética: la capacidad de sorpresa ante
la más absoluta (y, como saben, escalofriante) cotidianeidad.
2 - Imagina la mitad de un elefante. Wait for me
En la segunda parte del
poemario llega la revelación Blade Runner:
esto es, la aceptación de que los prejuicios, deseos,
sentimientos y miedos hacia y contra los que dirigimos nuestra vida, han sido
heredados de (o anti) nuestros padres, cultivados por los medios o producidos
por juicios desafortunados: o sea, que el carrito de la compra, tal vez, no nos
llevaba por buen camino. No queda, entonces, más remedio que la autoindagación,
primero, y la salida al exterior para buscar un amor o, al menos, un replicante
aceptable que, a su vez, acepte al poeta pese a todo lo desvelado en la primera
parte que, como habrán podido ver, no es poco. De ahí el título del poema que
le da nombre, Wait for me. De ahí,
sobre todo, poemas como “Cuentos por palabras” (con guiño incluido a Las
ciudades invisibles de Italo Calvino) o el que es, en nuestra humilde
opinión, el mejor poema amoroso de los últimos años: “Y te lleve a la cama el
desayuno”.
El Del Barrio más íntimo se nos aparece
en esta segunda sección, aunque se ha levantado, parece, con el pie izquierdo:
“No hay nada más allá del desayuno”, nos asegura para, cuitas amorosas aparte,
lanzarse a reflexionar sobre el hecho de “coger una sartén, una cuchara, / rascarnos, mirarnos un lunar, tirarnos pedos, / escuchar un pitido siempre que
apretamos un botón.” Es decir, dedicarle un poco de tiempo y espacio literario
a “Todo eso que ocupa el 90% de tu vida / y que sin embargo, /
inexplicablemente, / no aparece en los manuales de escritura, // ni en los
poemas”. Todo eso de lo que, por algún motivo nunca del todo aclarado, los
escritores se suelen olvidar a la hora de sentarse a escribir.
La sección (con notables incorporaciones
respecto a la primera edición de este libro) termina con uno de los
indiscutibles greatest hits del ubetense: “Sábado”. Es decir, follando. Pero no por el mero, fisiológico
y vulgar hecho de follar, evidentemente, “sino para escribir sobre ello y ser alguien en la vida / y
poder mirar atrás”.
3 - Cómo mirar.
El fracaso de esta
interacción provoca de nuevo el encerramiento, esto es, Lo de siempre, tercera y última parte del libro. Y, con ella,
la evidencia de que la tecnología no podrá, como tampoco lo ha hecho el amor,
salvarnos. Llega pues la aceptación de la inexorabilidad de la condena: “el
pasarnos lo que nos pasa / el cáncer de colon”, pero sin caer en el drama sino,
más bien, qué remedio, desde una paródica desesperación sin traumas.
De nuevo, el poeta, aun en la
cotidianidad de la degradación, la rutina y la muerte, descubre su verdadera función: “descubrir lo que otros ojos no,/ lo que
otros ojos nunca”. Y para eso no queda sino buscar sin descanso, lo que ya nos
anticipa la cita que utilizará para el último poema del libro, posiblemente,
con perdón, el mejor poema en castellano que hemos leído en los últimos años.
Pero todo a su tiempo. La cita, de Christian Bobin, es: “Hay una manera de
escribir que busca, no encuentra/ Más que por accidente o por gracia, y sigue
buscando” y sirve como declaración de intenciones acerca de la actitud del
poeta que, así, hace suya la máxima de Oscar Wilde (“en la vida es misterioso
lo que se ve, no lo que no se ve”) y
alcanza las cotas más profundas y metafísicas en esta última parte del libro
que, sin embargo, no pierde un ápice de ironía ni humor. Y, precisamente esto,
es decir, la capacidad de Donaire de conseguir la carcajada incluso con sus
textos más serios, es otra de las señas de identidad de su poesía: en estos
tiempos en que tanto abundan los payasos que saben hacerse pasar por genios, Del
Barrio se destapa como un genio que consigue que nos riamos cada vez que
hace el payaso.
Esta última sección contiene
también uno de los momentos más brillantes y característicos de Manuel Del
Barrio: su “Confesiones de un soltero autopoético”, cuyo recorrido desde la
seguridad del refugio hacia el terror de los pasos de peatones resume la
esencia de ¿Por qué hay un plato que gira
dentro del microondas? mejor que dos prólogos como este. En su lectura de Walt Whitman, Harold Bloom
sostiene que sigue el camino de la autoconfianza marcado por Emerson y que el Canto a mí mismo es una consecuencia
directa de la exhortación “no te busques fuera de ti”[6].
Como podemos ver, el soltero autopoético se encuentra en los objetos que le
protegen y, curiosamente, a diferencia de Whitman, que encuentra la alteridad
al oírse a sí mismo, Del Barrio va a darse cuenta de su propia insignificancia
en los otros: “Pierdes tu identidad en los transportes públicos (…) El
conocimiento de uno mismo / no llega a través de la lectura ni de la terapia de
grupo”.
Con
qué podría combinar esta chaqueta
Visto
lo visto y leído lo leído, resulta difícil situar a Manuel del Barrio en algún
lugar de la nueva poética nacional. Aparte de que no haya sido incluido en dos
de las antologías más trascendentes de los últimos años[7]
(La inteligencia y el hacha, de Luis Antonio de Villena y Tenían
veinte años y estaban locos, de
Luna de Miguel, en esta última por un motivo evidente). A este respecto,
lo que más nos interesa es que, leídos los cincuenta y nueve poetas antologados
(treinta y dos y veintisiete respectivamente), resulta complicado establecer
paralelismos con cualquiera de ellos, ya que carece tanto del pretendido
lirismo de la mayoría de los primeros como del juvenil
desmadre de los segundos. Quizás, simple o, mejor, simplistamente, la poesía de
Del Barrio supone una evolución más irónica y autoparódica de la llamada
Poesía de la Experiencia, que, como bien sabemos, optó por identificarse y
buscarse en lo inmediato, lo cotidiano, en las
pequeñas cosas que les rodeaban y que, mal que bien, conformaban su mundo. Es
decir, el viejo truco de ir desde lo local a lo universal y de fuera a
dentro.
Por
no dejarle solo en su tierra, podríamos citar a Pablo X. Suárez, joven poeta
asturiano que bebe con acierto de todos los grupos antes citados y cuyo libro Pop Retórika (el último y el único
publicado en castellano hasta la fecha) no desentonaría en absoluto colocado en
la misma estantería que los de Donaire. Pero, en realidad, necesitamos viajar
un poco más lejos para establecer auténticos paralelismos. Las mayores similitudes se encontrarían con uno
de los poetas más mediáticos de Estados
Unidos en la actualidad: Tao Lin. Poemas como ¨i am about to express myself¨
(estoy a punto de expresarme)[8]
o ¨Things I wanted to do today¨ (Cosas que quería hacer hoy)[9],
algún día aparecerán junto a “Dime un insecto en una planta”, “Y te lleve a la
cama el desayuno” o “Instrucciones para ser un gran poeta” en una antología que
no tenga en cuenta otros criterios que los puramente estilísticos[10].
El viaje no deja de ser peligroso aunque no levantes el culo de la
silla.
Cabe señalar, a modo de
cierre, que las influencias y relaciones aquí citadas, las ocultas y aquellas
que, lamentablemente, se nos han escapado, indicarían, en nuestra opinión, un
cierto grado de globalización poética, al menos en la parte del mundo
autodenominada ¨occidental¨, que debería ser cuidadosamente estudiado en otro
lugar y momento y, a ser posible, por otras personas. El catálogo de Ikea, las
compañías multinacionales y, sobre todo, el ruido de fondo de la televisión,
verdadera lingua franca de nuestra
época, algo han tenido que ver en estos acercamientos poéticos. De
nuevo nos servimos de Eloy Fernández Porta para recordar lo que hoy,
especialmente gracias a libros como este, es una evidencia: “La literatura posmoderna (…) combina la crítica a la cultura
popular desde la alta cultura con la crítica del pop desde la basura: con este
doble movimiento, no tan pop como populista, devuelve al pueblo lo que es del pueblo”.[11]
En resumen, y ahora sí terminamos,
tienen ante ustedes una colección de magníficos poemas dispuestos en una
inmejorable selección. Pasen, pues, y vean. Y toquen si quieren: a la poesía de
Donaire, pese a su enfermiza hipocondría, no le desagrada el tacto de los
desconocidos.
Víctor
Peña Dacosta y Víctor Martín Iglesias