Mientras, disfrutemos de algún poema de Zombie love. (No se lo van a creer después de haberlos leído, pero una vez estuvimos a punto de ser compañeros de antología. Como se lo cuento.)
Pues tened por seguro que nunca me ha ocurrido nada tan
triste, que de nada me he sentido tan culpable, que nada me ha procurado tantos
remordimientos. Cada vez que me acuerdo de aquella mujer, todavía, (…) se me
hace un nudo en la garganta, me entra un extraño hormigueo y se me suben de no
sé dónde una compasión y una piedad inagotables, un sombrío desconsuelo. Por
esa razón lo cuento.
Kalé heméra
Gonzalo Hidalgo Bayal
Simplemente estuve en el lugar adecuado
en un momento inoportuno de su vida.
Nos encerramos seis días luminosos
en un hostal sórdido de nombre impronunciable.
Juré que nunca le haría daño,
engolando la voz con ademanes de político.
Y acabó siendo una mentira
(o tal vez lo fuera desde el principio).
Romper el corazón de una desconocida
En una ciudad lejana y huir sin dejar rastro,
mail, ni número de teléfono. Tal vez sí es posible
el crimen perfecto.
Just
was I at the right place
in
a wrong moment of her life.
We
shut ourselves for six bright days
Up
a dark, unnameable hotel.
I
swore to never hurt her,
Theatrical
and solemn like a politician.
And
it ended up being a lie
(Or
maybe like that it began).
To
break the heart of a stranger in a remote city,
And
leave without a trace,
a
phone or a mail address. So, possible it is
the
perfect crime.
(Versión al inglés de María López Ponz. Sí, aunque parezca mentira, el "original" era en castellano. Aunque, como escribe José María Cumbreño en un poema que, a la postre ha resultado ser el epígrafe de la tesis de María López Ponz, a estas alturas de la película, resulta imposible distinguir entre originales, versiones y copias:
Lo cierto es que la versión, por mucho que disimule, envidia la seriedad de la copia.
Y que a la copia, aunque no lo admita, lo que realmente le gustaría sería llevar la vida frívola de la versión.
En cuanto al original, en fin, dicen que existir existe, pero nadie lo ha visto nunca.
El original, la versión y la copia. José María Cumbreño)
No por casualidad la primera entrada de este blog se abría
con una cita de Álvaro Valverde acerca de Gonzalo Hidalgo. Concretamente
esta:
El día queGonzalo Hidalgo Bayalsalga de la penumbra donde dicen
que habita y sus libros sean leídos por un público mayoritario (sea esto lo que
quieran que sea), este país ya no será el mismo, pero será el mío.
(Publicado porÁlvaro Valverdeen su blog personal el 17/09/2011,
-aviso para aquellos
navegantes que intenten subirse al carro dentro de diez años-.)
Por suerte, no ha habido que esperar diez años para que
Vargas Llosa se premie a sí mismo condecorando a Gonzalo ni para que a Álvaro
le publiquen una cuidada antología, perfectamente seleccionada y prologada por
Jordi Doce. Señales que para muchos herejes pueden resultar aún insuficientes pero que a
los creyentes ya nos permiten sentenciar, con total convencimiento, que Gonzalo
Hidalgo es Dios y Álvaro Valverde Su Profeta. Así que arrepiéntanse y lean lo que sepan. No vayan a tener que enviarles, directa o indirectamente, otra plaga lírica.
Conocía a Marino González Montero
de la presentación de Palabras Menores de Juan Ramón Santos (vino en calidad de
editor -de calidad- del libro). Apenas sabía de él, pues, que era un hombre
amable, con buen gusto para la edición (del que hacía gala en de la luna
libros) y, como comprobé después de adquirir su libro “Sed” en La Puerta
Tannhäuser, dotado de una innegable capacidad lírica y gran calidad literaria.
También pude saber por la actividad de su Facebook que tiene energía y empeño
por sacar sus distintos proyectos adelante. Sin embargo, lamentablemente, me
perdí la representación de su obra Rojo y Negro en el Alkázar de Plasencia por
motivos de salud y, por ser un desastre, había extraviado también el tríptico
con toda la información del magnífico Mes del Libro que hemos disfrutado este
año en Plasencia. Así que fui a la (re)presentación de Sed con pocos datos pero
sin excesivas intrigas: daba por hecho que, como el 99% de las presentaciones,
consistiría en el prototípico esquema de presentación, contextualización y
lectura más o menos expresivas o apagadas de unos textos que, eso sí, ya sabía
que compensarían el viaje, el calor y las alforjas.
Sin embargo, me encontré
absolutamente de improviso con que Marino estaba flanqueado por un saxofonista (Claudio
Gutiérrez) y un actor (Francis Quirós) de auténtico lujo que convirtieron la
(re)presentación en un espectáculo sorprendente, vivo y que acabó de enfatizar
el nivel de los relatos de Sed.
Una jodida pena que un show de
tanta calidad fuera disfrutado por tan poca gente. Para los que se lo perdieron claro.
Pero, al fin y al cabo, como
recuerda el personaje de Tony Wilson en 24 Hour Party People, en la última cena
apenas había 13 personas, ¿no?
Aquí pueden leer el magnífico articulo de Enric González publicado en JotDownSpain bajo el título de Expiación. Y aquí les dejo un pequeño fragmento para picar su curiosidad.
Considero que el periodismo es
necesario, en el viejo formato de intermediación o en el naciente sistema
difuso y multiyectivo. Pero nunca me ha parecido una actividad noble. Cualquier
trabajo consistente en meter las manos en la realidad para hacerla más acorde a
los criterios dominantes en la sociedad del momento implica buscar culpables y
señalarlos. Eso hacen los periodistas, los policías, los políticos y algunos
otros. En esos trabajos, inevitablemente aproximativos, se hiere a víctimas
colaterales, se dañan tejidos humanos, se usan la mentira y la coacción como
herramientas y se cometen injusticias en nombre de un fin en teoría superior.La novela negra, nacida para
hacer crítica social y para reflejar que la frontera entre lo legal y lo
ilegal, lo moral y lo inmoral, es más arbitraria y circunstancial de lo que
pensamos, muestra una característica que casi define al género: el demiurgo que
protagoniza la acción, que investiga y destapa, se somete a sí mismo a un
voluntario proceso expiatorio. O bebe, o se droga, o destroza sus relaciones
familiares, o padece un pavoroso trauma antiguo o, con frecuencia, todo eso a
la vez. Según un modelo clásico de justicia retributiva, quien manosea el dolor
humano (sin él no existirían ni policías, ni políticos ni periodistas) debe
asumir ciertas consecuencias.El hecho de asumirlas no
demuestra calidad moral; si acaso, la sugiere. El hecho de no asumirlas, de
mantenerse inmune a la culpa que lleva implícita el trabajo, sí demuestra, en
cambio, la inmoralidad del sujeto. Y su falta de inteligencia: quien cree que
siempre hace bien un trabajo que nunca puede hacerse bien del todo es a la vez
un idiota y un fanático peligroso.