ARREBATOS ALÍRICOS

Me fui sobreviviendo como pude

(José Luis Piquero)


domingo, 26 de abril de 2020

LO MEJOR DE "LAS NUEVAS CARAS DE LA DERECHA" (Enzo Traverso)

Las nuevas caras de la derecha: Conversaciones con Régis Meyran ...

En 2015 la crisis griega mostró el verdadero poder de la Unión: la troika –el Banco Central Europeo (BCE), el FMI y la Comisión Europea, que es su faceta política y reside en Bruselas–. Es sorprendente comprobar que –después de haber dado pruebas de nula flexibilidad con respecto a la deuda griega, la de un país cuya economía es saqueada por los grandes bancos internacionales–, con todo, la Unión Europea se haya mostrado por completo impotente ante la crisis de los refugiados. El armonioso coro de los ministros de Economía y Finanzas dejó su lugar a la cacofonía de las xenofobias nacionales, con el cierre de las fronteras entre los países miembros. Ese espectáculo indecente es una de las principales fuentes de legitimación de todos los movimientos nacionalistas, xenófobos y populistas vituperados por nuestras élites europeas. Entre 2004 y 2014, la Comisión fue presidida por José Manuel Durão Barroso, actual asesor de Goldman Sachs; en 2014 lo reemplazó Jean-Claude Juncker, que durante veinte años dirigió el paraíso fiscal luxemburgués. Otro exponente de Goldman Sachs, Mario Draghi, dirige el BCE. Al lado de estos personajes, Adenauer, De Gasperi y Schuman parecen gigantes, hombres de Estado sabios, previsores y valientes. (...)
Si después del trauma del Brexit la Unión Europea no es capaz de cambiar de rumbo, uno se pregunta cómo puede (y si acaso merece) sobrevivir. Hoy, lejos de proponerse como barrera contra el ascenso de las derechas extremas, las legitima y alimenta. (...)
Esta hipótesis no puede excluirse y por eso insisto en el carácter transitorio e inestable de las derechas “posfascistas”. Pero todavía no hemos llegado a esa instancia. Actualmente, las fuerzas que dominan la economía global –el capitalismo financiero– no apuestan a Marine Le Pen, como vimos durante las elecciones presidenciales en Francia, ni a los otros movimientos xenófobos y posfascistas del Viejo Mundo: sostienen la Unión Europea. Por eso se opusieron al Brexit y por eso, en la campaña electoral estadounidense, Wall Street apoyó a Hillary Clinton, no a Donald Trump. El escenario antes descrito, de llegada del FN al poder y disgregación de la Unión Europea, implicaría una recomposición del bloque social y político dominante a escala continental. (...)
la extrema derecha exhibe rostros diferentes y no se la puede combatir de la misma manera en Grecia, España y Francia. (...)
 Viñeta: Forges | Opinión | EL PAÍS
 POPULISMOS
no impugno la calificación de “populista” para ciertos movimientos políticos, porque puede tener su pertinencia, pero representa un problema cuando se la utiliza como sustantivo, como concepto.[4] Prefiero utilizarla como adjetivo. Como fenómeno político con todas las de la ley, con su perfil y su ideología, creo que el populismo no parece corresponderse con la realidad contemporánea. Tiene un estatuto consensual y hasta muy sólido en el plano historiográfico para fenómenos políticos del siglo XIX, como el populismo ruso y el populismo estadounidense, el boulangismo francés en los comienzos de la Tercera República e incluso, en el siglo XX, la gran variedad de populismos latinoamericanos.[5] Pero el populismo es ante todo un estilo político, no una ideología. Llegado el caso, es un método retórico consistente en exaltar las virtudes “naturales” del pueblo, en oponer el pueblo a las élites, la sociedad civil al sistema político, para movilizar a las masas contra “el sistema”. Ahora bien, encontramos esta retórica en movimientos y líderes políticos muy diferentes unos de otros. (...)
 El "o nosotros o el caos" no es de El Roto: la viñeta de 'Hermano ...
En el transcurso de estos últimos años se tildó de adherentes al “populismo” a Nicolas Sarkozy, Marine Le Pen y Jean-Luc Mélenchon en Francia; a Silvio Berlusconi, Matteo Salvini y Beppe Grillo en Italia; a Jeremy Corbyn en el Reino Unido; a Donald Trump y Bernie Sanders en los Estados Unidos; a Hugo Chávez en Venezuela; a Evo Morales en Bolivia; a Néstor Kirchner y luego a su mujer Cristina en la Argentina… Dada la extrema diversidad de estos personajes, la palabra “populismo” se ha convertido en una cáscara vacía, que puede llenarse con los contenidos políticos más diferentes. En el fondo, comparto el análisis de Marco d’Eramo, quien, más allá de la elasticidad y la ambigüedad del concepto, enfoca la atención en sus usos.[6] A su juicio, “populismo” es una categoría que califica más a quienes la utilizan que a quienes suelen verse descriptos por ella. No es más que un arma de combate político que apunta a estigmatizar al adversario. (...)
¡Según esta lógica, todos aquellos que critican la política neoliberal de la Comisión Europea, el FMI y el BCE –el verdadero gobierno europeo– serían populistas! Por lo demás, a Syriza en Grecia hasta 2015 y a Podemos en España –hoy en día– se los califica habitualmente de tales. Y de ese modo, Marine Le Pen y Jean-Luc Mélenchon en Francia, Donald Trump y Bernie Sanders en los Estados Unidos… caen todos en la misma bolsa y con eso se ignoran alegremente sus radicales divergencias ideológicas. (...)
Hay una diferencia fundamental entre las izquierdas de América Latina y los movimientos posfascistas europeos a los cuales se suele ubicar juntos en la categoría de populismo. Tome el caso de Hugo Chávez: era un populista en todo su esplendor, en el sentido de estilo político. A menudo utilizaba la demagogia como técnica de comunicación, apelaba regularmente al pueblo, del cual pretendía ser la encarnación. A veces incluso con buenos motivos, porque fue un levantamiento popular lo que lo salvó durante un intento de golpe de Estado organizado por la derecha venezolana y el embajador de los Estados Unidos en 2002. Ahora bien, los populismos de América Latina, más allá de todos sus límites, intentan redistribuir la riqueza a fin de incluir en el sistema político a estratos sociales que están excluidos de él. Esta política económica puede discutirse, por supuesto –la incapacidad de diversificar la economía de Venezuela apoyada en los pilares de la renta petrolera, que representa la casi totalidad de la riqueza del Estado, llevó al país al borde de la catástrofe después de la caída del precio del barril–; pero su objetivo es esencialmente social. A la inversa, los partidos “populistas” de Europa occidental se caracterizan por la xenofobia y el racismo, y se asignan el objetivo de excluir a categorías enteras de la población. Marco Revelli tiene razón cuando define al populismo de derecha como una “enfermedad senil” de la democracia liberal, una “rebelión de los incluidos” que quedaron marginados. (...)
 Estas 17 viñetas reflejan cómo nos ha sorprendido la victoria de ...
Hasta la víspera de las elecciones, la totalidad de los medios consideraba tan inevitable el triunfo de Hillary Clinton que el resultado final fue una sorpresa y un profundo trauma. Según The New York Times, la candidata demócrata tenía más del 80% de posibilidades de ganar, y desde su derrota una parte de la opinión pública tuvo la impresión de sumirse de pronto en una pesadilla, de vivir una historia contrafáctica, una ucronía, como el triunfo de Charles Lindbergh en 1941 descrito por Philip Roth en La conjura contra América o los Estados Unidos de la posguerra dominados por los nazis y el Japón imperial en El hombre en el castillo.[b] Dado que se consideraba inexorable la victoria de Hillary Clinton, la llegada de Trump pareció la violación de una “ley de la historia”. Por provenir de Italia, un país que pasó por la experiencia de veinte años de berlusconismo, mi sorpresa no fue tanta; desde luego, tuve una reacción un poco “desganada” (y estaría “desencantado” de antemano), aunque reconozco que las consecuencias de la victoria de Trump serán tanto más profundas. Si los resultados del escrutinio se miran con más detenimiento, hace falta derivar una conclusión bastante clara: en vez una enorme oleada neoconservadora, que no se produjo, antes bien los medios no supieron prever el derrumbe del voto demócrata. Trump ganó gracias al sistema electoral estadounidense, con muchos menos votos no sólo que Hillary Clinton (una diferencia de casi tres millones) sino también, probablemente, que Mitt Romney en 2002. Lo que explica su triunfo es la caída en picada de Clinton en algunos estados de la Unión tradicionalmente demócratas. No asistimos a la fascistización de los Estados Unidos, un país hipnotizado por un nuevo jefe carismático; nos enfrentamos al rechazo profundo del establishment político y económico por una abstención masiva y, a la vez, un voto protesta conquistado por un político demagogo y populista. (...)
 Qué hubiera pasado si EEUU hubiera apoyado a Hitler y el nazismo?
varios rasgos de Trump que recuerdan mucho a los líderes fascistas clásicos: Trump se presenta como un “hombre de acción”, no de pensamiento; da pruebas de un machismo a ultranza y ultrajante al exhibir su virilidad de manera muy vulgar y agresiva; se muestra intolerante frente a cualquier crítica; hace del racismo y la xenofobia un arma de propaganda, al proponer expulsar a los musulmanes y los latinos de los Estados Unidos, elogiar a la policía cuando los agentes matan a afroamericanos e incluso sugerir que, por sus orígenes, Obama no sería un verdadero estadounidense; llega la fibra chovinista de su electorado y se erige en defensor de las clases populares golpeadas por la desindustrialización del país y la crisis económica que, desde 2008, profundizó aún más las desigualdades sociales.[9] Con su carisma acapara las pantallas (las “atraviesa”), exhibe su autoritarismo y se vale de la demagogia para que los estadounidenses comunes y corrientes (entre quienes no se cuenta y a quienes explota desde siempre) se opongan al sistema político corrupto de Washington. Durante los debates televisivos con Hillary Clinton, llegó a amenazar con ponerla entre rejas una vez elegido presidente. Todos estos rasgos fascistoides son innegables, pero el fascismo no se reduce a la personalidad de un líder político. (...)
 Trump condena
En verdad, detrás de Trump no hay un movimiento fascista. Trump no es el jefe de un movimiento de masas; es una estrella de las pantallas de televisión. Desde ese punto de vista, sería tanto más comparable con Berlusconi que con Mussolini. (...)
Trump es antiestatista y más bien aislacionista, porque querría poner fin a las guerras estadounidenses y (entre muchas contradicciones) promueve una reconciliación con la Rusia de Putin. El fascismo siempre sostuvo la idea de comunidad nacional o racial, mientras que Trump predica el individualismo. Encarna la versión xenófoba y reaccionaria del “americanismo”: el self-made man propio del darwinismo social, el justiciero que reivindica su derecho a portar armas, el resentimiento de los blancos que se volvieron minoría en un país de inmigración. Ha cosechado los votos de una cuarta parte del cuerpo electoral e interpretado así el miedo y las frustraciones de una minoría, como lo había hecho el nacionalismo WASP (White Anglo-Saxon Protestant) hace un siglo, cuando se levantaba contra la llegada de inmigrantes católicos, ortodoxos y judíos del sur y del este de Europa. Así, cabría definir a Trump como un líder posfascista sin fascismo y, según hace el historiador Robert O. Paxton, agregar que sus posturas fascistas son inconscientes e involuntarias, porque, sin lugar a duda, jamás leyó siquiera un libro sobre Hitler o Mussolini.[10] Lo cierto es que Trump es una mina flotante, imprevisible e incontrolable. (...)
Red Corsaria #1: Rednecks, antipoesía y mucho más 
Trump pretende defender a las clases populares que han sido duramente golpeadas por la crisis económica de 2008 y la desindustrialización del país, y para hacerlo no denuncia a su principal responsable, el capital financiero, sino que señala chivos expiatorios. Su campaña reproducía varios rasgos del antisemitismo fascista de la década de 1930, que defendía una mítica comunidad nacional, étnicamente homogénea, contra sus enemigos. Para el fascismo se trataba en primer lugar de los judíos; Trump ha modificado y ampliado la lista, que ahora incluye a los negros, los latinos, los musulmanes y los inmigrantes no blancos. La increíble escisión revelada por el escrutinio entre las zonas rurales y las zonas urbanas de los Estados Unidos (Trump perdió en todas las ciudades, incluidos los estados donde ganó con más del 60% de los votos) muestra el muy antiguo vínculo entre la crisis económica y la xenofobia. Hay un temor y una reacción xenófoba de la nación profunda, blanca, frente a la expansión irresistible de una nación multiétnica, que la política del chivo expiatorio amplifica y explota. En la retórica de Trump, la palabra establishment reproduce y reformula el viejo cliché antisemita de una comunidad virtuosa, armoniosa y apacible, arraigada en un territorio, amenazada por la metrópoli anónima, intelectual, cosmopolita y corrupta. (...)
el posfascismo ya no expresa valores “fuertes” como sus ancestros de la década de 1930, pero pretende llenar el vacío dejado por la política reducida a lo impolítico. Sus recetas son políticamente reaccionarias y socialmente regresivas. (...)
Frente al descrédito de la política, propician un modelo de democracia plebiscitaria que suprime cualquier deliberación colectiva en una relación fusional entre el pueblo y el líder, la nación y su jefe. (...)
Podemos marca distancia con Syriza ante el 24-M tras el fiasco del ... 
El programa de Podemos (o de Syriza en 2015, momento de su primera victoria electoral) se opone radicalmente a las políticas neoliberales de la troika y podría parecer moderado si se lo compara con los proyectos sociales del programa común de la Unión de la Izquierda en Francia, de la socialdemocracia alemana o del Partido Comunista Italiano de la década de 1970. Ocurre, simplemente, que hemos entrado en un nuevo régimen de historicidad. En el mundo neoliberal, la defensa del Estado de bienestar parece subversiva. (...)
 Farage del Reino Unido critica a Macron de Francia y lo llama ...
Macron encarna un nuevo populismo, neoliberal, postideológico, “liberal-libertario”. Muchos progresistas se vieron seducidos por el encanto de este joven político que, por sus modales y su cultura, parece estar en las antípodas de la vulgaridad de Berlusconi (ni que hablar de Donald Trump). Pero una vez más, como siempre en el populismo, todo eso describe un estilo político. Detrás de sus modos afables hay una nueva concepción de la política que, casi sin mediaciones, expresa el nuevo ethos de la era neoliberal: la competición, la vida concebida como desafío y organizada según un modelo empresarial. Macron no es de derecha ni de izquierda, encarna al homo oeconomicus que ingresó a la política. No quiere una oposición del pueblo a la élite, propone al pueblo la élite como modelo. Su léxico es el de la empresa y de los bancos; quiere ser el presidente de un pueblo productor, creador, dinámico, capaz de innovar y de… obtener ganancias. Pero mientras la ley del mercado domine al planeta, los perdedores siempre serán la inmensa mayoría, y esto seguirá alimentando el nacionalismo y la xenofobia. Podemos apostar a que los próximos cinco años de “macronismo” no harán desaparecer al FN. (...)
 Zarkozy influenciado por LePen...by Colombato | Illustration ...
La idea de que el FN es una fuerza ajena a los valores de la República (e incompatible con esta) es discutible. Ese discurso, en efecto, presupone pasar por alto la historia de la República misma. Ahora bien, la historia de la Francia republicana también es la de un imperio colonial que se estructura bajo la Tercera República, un régimen que nace con el aplastamiento de la Comuna de París y termina con Vichy. Y la Cuarta República comienza con las masacres de Sétif y la represión de Madagascar, y concluye en el golpe de Estado gaullista durante la Guerra de Argelia. Por eso, en rigor, me molesta la retórica nefasta que nimba a la República de un halo místico. Y es aún más sorprendente su carácter transversal: esa aura es potenciada por todas las fuerzas políticas, de la derecha a la izquierda. (...)
 lazo amarillo – @FerranMartín
En España, el neofascismo es casi inexistente, y sin embargo la nostalgia del franquismo está muy presente en los estratos más conservadores de la sociedad, que votan por el Partido Popular, un partido de derecha posfranquista que no tiene vínculos con las antiguas organizaciones fascistas, como la Falange española. En Italia hemos asistido a un cambio de piel del neofascismo, convertido en una fuerza liberal conservadora e integrada a la derecha clásica, cuando por otra parte nacen nuevos movimientos fascistas o posfascistas como la Liga del Norte, que nada tenía de fascista en su origen. En el caso de Alemania, profundas pulsiones conservadoras se manifiestan sobre todo en el Este, con Pegida,[b] y ahora con Alternativa para Alemania [Alternative für Deutschland],[c] que explota la crisis de los refugiados. Pero, por otro lado, ese país arregló las cuentas con el pasado nazi. Alemania reconoció los crímenes nazis y llegó a hacer del Holocausto uno de los pilares de su conciencia histórica. De su “identidad nacional”, casi podría decirse, en la medida en que la memoria del nazismo disfruta de amplio consenso y ha llegado a ser en nuestros días una de las matrices del “patriotismo constitucional”, según la fórmula de Jürgen Habermas,[26] de un país que ha desterrado el nacionalismo étnico. Francia, en cambio, nunca se hizo cargo realmente de su pasado colonial, que regresa como un búmeran. (...)
 Marine Le Pen – @FerranMartín
Al contrario de un antiguo país de inmigración como Francia, durante un siglo Italia fue un epicentro del cual se irradiaron oleadas migratorias destinadas a distintos continentes, tanto más allá de Europa. De treinta años a esta parte, la península se transformó en una tierra de inmigración, donde nació casi un millón de jóvenes que, en cuanto hijos de inmigrantes, siguen siendo extranjeros en su país. Podrían discutirse largo rato los orígenes de una ley de ciudadanía que reconoce como único principio constitutivo el ius sanguinis –la mística de la sangre es uno de los rasgos destacados de la idea de nación surgida de la cultura del Risorgimento italiano–;[29] pero resulta evidente que no es la más adecuada para la Italia de nuestros días. No sólo la exclusión de la ciudadanía para millones de personas que viven y trabajan en el país –muchos de los cuales nacieron allí– es una intolerable discriminación, indigna de un país civil, sino que también es contraproducente y nefasta desde un punto de vista económico y social. Cualquiera es capaz de entender que, ante los desafíos de la globalización, la presencia de una nueva generación de italianos que pueden hablar árabe, chino, castellano, urdu, ruso es una ventaja para las exportaciones, los intercambios económicos, científicos, tecnológicos, etc. Pero la reforma a la ley de ciudadanía sigue frenada, desnaturalizada y acaso estancada por la sumisión del conjunto de las fuerzas políticas a los prejuicios xenófobos y racistas que reptan en la sociedad. (...)
En nuestros días, la política ya no deriva de la ideología; en cambio, esta última se improvisa, a posteriori, en busca de legitimar una política. El punto de partida deberá ser la idea de que, si las derechas radicales tienen una dimensión “posmoderna” desde el punto de vista de los referentes ideológicos, esto también es válido para los exponentes liberales y conservadores. En cuanto al Partido Socialista, me parece que desde hace tiempo los intelectuales cercanos a él, como Benjamin Stora o Michel Wieviorka, han renunciado a orientar su política. Suelen moverse en plan de obtener el mal menor, controlar los daños. (...)
Viñeta: Estado laico - Observatorio del Laicismo - Europa Laica 
En el paso del siglo XIX al XX, la Tercera República defendía el laicismo para hacer frente a una serie de amenazas reaccionarias; hoy en día la utiliza como un arma de exclusión de minorías a las cuales niega derechos. Hay cierta continuidad en esas posturas de exclusión republicanas y laicas. ¡Con la salvedad de que, en nuestros días, el laicismo apunta a poner en entredicho el carácter plural de la Francia real! Así, no es cuestión de poner en entredicho el principio de lo laico, que sigue siendo irreemplazable para cualquier sociedad libre y democrática, sino de tomar conciencia de las contradicciones de su historia, de la hipocresía de muchos de sus defensores y del carácter a menudo neocolonial de sus usos. Las polémicas recientes en relación con la burkini en las playas de la Francia continental son un ejemplo elocuente de eso: una interpretación sectaria del laicismo como “laicidad” –no como neutralidad del Estado con respecto a los cultos, sino como obligación impuesta a los ciudadanos de ajustarse a una postura antirreligiosa encarnada por el Estado– ha sido el vector de una campaña islamófoba (...).
Muchas investigaciones han demostrado que el uso del velo o fular islámico responde a una multiplicidad de decisiones que, sin duda, no pueden atribuirse exclusivamente a la dominación masculina. Al expresarse al respecto, muchas musulmanas (con velo o no) han reconocido la heterogeneidad del fenómeno. Cualquier docente universitario que tenga entre sus estudiantes a chicas con velo podría confirmarlo. Y aun al postular de manera unívoca su carácter patriarcal, la idea de combatirlo a través de medidas represivas y legales –como la prohibición de los cultos en la ex Unión Soviética– me parece contraproducente. (...)
Si el populismo es ante todo una forma de demagogia política, me parece claro que el uso actual del concepto de lo laico es populista en el más alto grado. En efecto, siempre se intenta disimular el verdadero objetivo de una propuesta legislativa: quienes hicieron la ley contra la “ostentación de símbolos religiosos” en el espacio público no dejan de repetir que incumbe a todas las religiones y no apunta especialmente al islam, es decir, la única religión contra la cual se ha aplicado hasta el día de hoy. (...)
Este mecanismo psicológico no es nuevo: en efecto, fue por “lealtad comunitaria” que muchos judíos, pese a haber conocido el antisemitismo nazi, se negaban por principio a criticar a Israel, o que los militantes comunistas se abstenían de denunciar el estalinismo, para no hacerle el juego al enemigo. Esta actitud es psicológicamente comprensible, pero sus resultados siempre son catastróficos. (...)
Para los africanos que cruzan el Mediterráneo en barco con la esperanza de llegar sanos y salvos a las costas sicilianas, Italia es la frontera de una fortaleza blindada que se llama Unión Europea. Sin embargo, los inmigrantes italianos que un siglo atrás desembarcaban en Ellis Island no eran tan “blancos”. En su carácter de campesinos del sur de Europa, católicos, “feos, sucios y malos”, no escaparon, durante por lo menos una o dos generaciones, a un estatus de “raza inferior”, muy distinta de los WASP dominantes. Gérard Noiriel nos ha recordado que hace un siglo en Francia hubo pogroms antiitalianos. (...)
 i.aiestaran on Twitter: "Todo esto ya lo resumió Chumy Chumez en ...
Las izquierdas radicales, comunistas y socialistas siempre tuvieron dificultades para articular clase, género, raza y religión. Desde el siglo XIX intentaron jerarquizar esas diferentes dimensiones y siempre atribuyeron prioridad a la de clase, en torno de la cual había que articular, de manera subordinada, el género, la raza, la religión, etc. La New Left estadounidense, por su parte, postuló muy tempranamente la idea de una articulación no jerarquizada entre esos distintos componentes, sin reducirlos a meros corolarios de la identidad de clase. La derecha radical, en cambio, propone una fuerte articulación entre cuestión social e identidad: el discurso del FN denuncia las desigualdades sociales de la manera más audible (y clara) y propone a la vez una respuesta reaccionaria: la defensa de los “blancos humildes”. (...)
Privados de mitos fundacionales positivos (como la Revolución Francesa), los alemanes se forjaban una identidad negativa constituida por el retorno a los valores tradicionales –la Kultur contra la Zivilisation, las “ideas del 14” contra las de 1789, etc.– en oposición a una minoría percibida como el vector de penetración de una modernidad destructiva: ser alemán significaba, en primer lugar, no ser judío. (...)
A fin de cuentas, lo que interesa a la derecha cuando habla de identidad es en realidad la identificación, es decir, las políticas de control social establecidas desde el siglo XIX en Europa: control de los flujos de poblaciones y migraciones internas, fichaje de los extranjeros, los delincuentes, los subversivos. La invención de los documentos de identidad obedece más a esa inquietud de control que a un reconocimiento de la ciudadanía como conquista de derechos jurídico-políticos. La identificación no es más que una faceta de lo que Foucault llamaba el advenimiento del poder biopolítico, con sus dispositivos de control y administración de los territorios y las poblaciones, de las naciones consideradas no como categorías jurídico-políticas, sino como cuerpos vivos. (...)
Las nuevas caras de la derecha.
Enzo Traverso. 
Siglo XXI Editores (2019)