EL HOMBRE SIN SONRISA SE SINCERA
O LA VIDA DESPUÉS DE LAS MODELOS
El café y los nervios echaron a perder mi sonrisa.
Antes tenía una sonrisa estupenda.
Las amigas de mi madre se enamoraban
perdidamente de mí. Llegué a rodar varios spots publicitarios.
Cereales, promociones residenciales en la Manga del Mar Menor,
entidades financieras, ese tipo de cosas.
Alcanzada la mayoría de edad, tuve algún que otro romance
con modelos y chicas del business show.
El más sonado fue el protagonizado con Miriam Reyes,
antigua chica Hermida y Dama de Honor en el certamen
de Miss España 1991. El público estaba con ella,
España entera estaba con ella, pero el jurado
o quien quiera que fuese
decidió que todos estábamos equivocados.
Manías de los expertos, ya se sabe.
Detalles que los legos en la materia no llegamos a comprender.
Siempre me gustaron las modelos. Irreales, escuálidas,
encantadoramente esquivas. Es cierto que una leyenda negra enturbia
sus vidas de pasarela y excesos, pero yo siempre amé
las leyendas negras. El lujo, las drogas, los hoteles.
Cómo no amar todo eso. El sexo con las modelos es fantástico,
parece que te regalen la vida y, ciertamente, te la regalan.
Pequeñas diosas anoréxicas, hijas suicidas de la posmodernidad.
Quien no ha visto amanecer desde el Hilton New York
con una modelo desnuda en la cama
pasada de alcohol, anfetas y megalomanía
no puede afirmar haber vivido.
La mayoría del tiempo somos putos esclavos.
Las modelos son ángeles liberadores, heroínas del fin de los tiempos
y la publicidad. Ellas nos salvan de la realidad,
tan engorrosa. Las amamos porque son irreales.
Quién coño quiere realidad. Zona ajardinada, cómodos plazos,
las migajas de la clase media trabajadora.
Yo perdí el don. Lo tuve y lo perdí, así de simple.
Esta vida es un asco. Todas las noches sueño con modelos.
Vienen a mi habitación y me besan la frente,
los pies, las ingles. Sienten lástima por mí.
Si pudiera verme desde fuera seguramente
yo también sentiría lástima por mí. Pero no puedo.
Debo conformarme con el desprecio.
Hay algo hermoso en el desprecio de uno mismo.
Dignifica, tonifica los músculos, vacía el intestino.
Quizá, si me blanqueara los dientes, si pudiera sonreír
como lo hacía entonces, pero aquello es historia.
Ahora las modelos prefieren a otros.
No soy más que el hombre invisible en la torre de control.
El café y los nervios hicieron su trabajo.
Cada noche ejercito los músculos de la cara,
pero no hay nada que hacer. Cuidaré mi jardín,
me dejaré crecer la barba, puede que incluso
me dé por escribir poesía. De todos modos,
las modelos nunca se acuestan con poetas.
Sus razones tendrán.