ARREBATOS ALÍRICOS

Me fui sobreviviendo como pude

(José Luis Piquero)


miércoles, 10 de septiembre de 2025

GAZA ANTE LA HISTORIA (Enzo Traverso)


En un notable ensayo dedicado a los bombardeos aéreos durante la Segunda Guerra Mundial, el novelista alemán W. G. Sebald se preguntaba por las razones del silencio en torno al sufrimiento de sus conciudadanos al final del conflicto[1]. En 1945, Alemania estaba devastada, casi 600.000 personas habían muerto bajo los escombros de sus ciudades bombardeadas, un número aún mayor de civiles habían resultado heridos y varios millones, que habían perdido sus hogares, deambulaban como una masa de refugiados. Sin embargo, este sufrimiento extremo fue silenciosamente censurado e interiorizado por una sociedad muda; casi nadie se atrevía a expresarlo públicamente. Por supuesto, la Alemania ocupada ya no era una nación soberana, pero este silencio tenía razones más profundas. Los alemanes sabían que, cuando el fuego devoraba sus ciudades y de las ruinas se elevaban al cielo nubes de humo, la Wehrmacht, la policía y las SS estaban cometiendo crímenes mucho más graves que los que ellos mismos habían sufrido. Esto explica la vergüenza y el silencio culpable en que se encerraron, así como la diligencia y el frenesí con que trabajaron para retirar los escombros y reconstruir sus ciudades después de la guerra. (...)

cuando Martin Heidegger los evocó para dar la vuelta a la tortilla y presentar a Alemania como víctima de una persecución, Herbert Marcuse decidió poner fin a su relación epistolar. Al adoptar estas posiciones, escribió, Heidegger se situaba «fuera del Logos», fuera de «la dimensión en la que todavía es posible un diálogo entre seres humanos»[2]. Heidegger no era uno de los vencedores, estaba en el bando de los que habían perdido la guerra (y sus cátedras universitarias), pero sus argumentos eran descaradamente apologéticos. Solamente a finales de la década de 1990, cuando la Alemania reunificada había integrado plenamente la memoria de los crímenes nazis en su conciencia histórica, sus propios sufrimientos durante la Segunda Guerra Mundial pudieron no solo ser ampliamente estudiados, sino también reconocidos y debatidos en la esfera pública sin dar lugar a malentendidos, sin aparecer como excusas o intentos de autoabsolución[3]. Tengo la impresión de que hoy la gran mayoría de nuestros columnistas y comentaristas se han vuelto «heideggerianos», inclinados a confundir a los agresores con las víctimas, con la diferencia de que los agresores de hoy ya no son los vencidos sino los vencedores. (...)




La guerra de Gaza no es la Segunda Guerra Mundial, eso está claro, pero las analogías históricas –que nunca son homologías– pueden servirnos de guía, aunque impliquen a otros actores y acontecimientos de distinta magnitud. Es en este espíritu que, en 1994, Jean-Pierre Chrétien habló de un «nazismo tropical» a propósito del genocidio de los tutsis en Ruanda, y que la palabra genocidio reapareció en Europa durante la guerra en la antigua Yugoslavia, en particular tras la masacre de Srebrenica[4]. En los genocidios, por complejos y diversos que sean sus contextos históricos, siempre hay verdugos y víctimas. Pero el futuro historiador de la guerra de Gaza tendrá que hacer una valoración diferente de la de Sebald, porque hoy los papeles parecen estar invertidos. Mientras destruye Gaza bajo una lluvia de bombas, Israel se presenta como la víctima del «mayor pogromo de la historia desde el Holocausto». (...)




La escena es bastante paradójica. Es como si asistiéramos a una especie de juicios de Nuremberg a la inversa, donde no se juzgan los crímenes cometidos por los nazis, sino las atrocidades (indiscutibles) cometidas por los aliados. Símbolo de la justicia de los vencedores, los juicios de Nuremberg estuvieron llenos de contradicciones, pero nadie pudo cuestionar seriamente la culpabilidad de los acusados[5]. Después del 7 de octubre, por el contrario, siempre se presenta a Israel como la víctima. ¿La destrucción de Gaza?: un exceso lamentable en una guerra legítima de autodefensa, la reacción implacable pero comprensible de un Estado amenazado que se protege por todos los medios. (...)

El 7 de octubre habría rasgado un velo sobre la verdadera naturaleza tanto de Hamás como de Israel: el ejecutor y la víctima. La Franja de Gaza, un territorio habitado por 2,4 millones de personas sometidas a una segregación total durante dieciséis años, se ha convertido en la cuna del mal, donde asesinos despiadados actúan con impunidad, convirtiendo a los civiles en «escudos humanos». En realidad, la destrucción de Gaza es el epílogo de un largo proceso de opresión y desarraigo. Hace 22 años, en agosto de 2002, Edward Said describió la violencia israelí durante la segunda Intifada en estos términos: Gaza está rodeada en tres de sus lados por una alambrada electrificada; aprisionados como animales, los habitantes se ven incapaces de moverse, de trabajar, de vender las verduras y frutas que cultivan, de ir a la escuela. Están expuestos a los ataques de aviones y helicópteros israelíes, mientras en tierra son abatidos como conejos por blindados y ametralladoras. Hambrienta y miserable, Gaza es, desde el punto de vista humano, una pesadilla, compuesta […] por miles de soldados dedicados a la humillación, el castigo y el debilitamiento intolerable de cada palestino, independientemente de su edad, sexo y estado de salud. Los suministros médicos son retenidos en la frontera, las ambulancias son tiroteadas o se entorpece su tránsito. Se derriban y arrasan cientos de casas y tierras de cultivo, y se destruyen cientos de miles de árboles en nombre de un castigo colectivo sistemático a los civiles, en su mayoría refugiados como consecuencia de la destrucción de su sociedad en 1948. (...)



El 75% de la población tiene menos de veinticinco años y ha vivido prácticamente segregada desde su nacimiento. A pocos kilómetros, más allá de la barrera electrificada, protegidos por la «Cúpula de Hierro» (Iron Dome), el escudo antimisiles que intercepta los cohetes, los israelíes viven como en Europa. Tel Aviv es tan cosmopolita, moderna, feminista y gay friendly como Berlín. Su industria cultural exporta series de televisión a todo el mundo y en los últimos años su gastronomía se ha vuelto muy apreciada. Este es el telón de fondo del 7 de octubre. El concepto de genocidio no puede utilizarse a la ligera, pertenece al ámbito jurídico y, como han señalado muchos investigadores, se adapta mal a las ciencias sociales. Sirve para designar a víctimas y verdugos y siempre se ha utilizado con fines políticos, para estigmatizar a los responsables, obtener justicia o defender causas conmemorativas. Todo esto es cierto, debemos ser conscientes de ello y no podemos utilizar este concepto sin tomar las precauciones necesarias, pero tampoco podemos ignorarlo, sobre todo hoy. La única definición normativa que tenemos, la de la Convención de la ONU de 1948, se adapta perfectamente a la situación que existe en estos momentos. (...)

Fue sobre la base de esta definición que, a finales de enero de 2024, la Corte Internacional de Justicia dio la voz de alarma sobre el riesgo de genocidio en la Franja de Gaza y, como es su prerrogativa, pidió a la comunidad internacional que tomara medidas para ponerle fin. Según el artículo II de la Convención, se entiende por genocidio cualquier acto cometido «con la intención de destruir total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso como tal». Se trata, prosigue el texto, de un proceso que adopta las siguientes formas: «a) matanza de miembros del grupo; b) lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo; c) sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial; d) medidas destinadas a impedir los nacimientos en el seno del grupo»[10]. Esta definición describe exactamente lo que está ocurriendo hoy en Gaza. Ya el 15 de octubre de 2023, 800 académicos de diferentes disciplinas, desde el Derecho Internacional hasta los «Genocide and Holocaust Studies», dieron la voz de alarma sobre el riesgo de genocidio en Gaza. En los meses siguientes, el Journal of Genocide Research abrió un debate sobre la cuestión, acogiendo numerosas contribuciones que presentaban el genocidio ya no como un «riesgo potencial», sino como una realidad (...).

La intención de aniquilar Gaza en su conjunto también estaba implícita en la declaración de Netanyahu del 28 de octubre, que, mediante una referencia bíblica, evocaba la implacable lucha de los judíos contra los amalecitas (el pasaje del Deuteronomio dice así: «Ahora ve y derrota a Amalec. Conságralo al exterminio con todo lo que posee y no lo perdones, mata a hombres y mujeres, niños y pequeños, vacas y ovejas, camellos y asnos») (...).

El historiador Omer Bartov, uno de los investigadores firmantes del llamamiento, tiene razón al observar que, nacida bajo el impacto de la Shoah, la Convención de la ONU «puso el listón muy alto», suscitando así la propensión a «identificar el genocidio como un acontecimiento de alcance, claridad ideológica y eficacia burocrática similares» al exterminio de los judíos. Esto, añade, también ha «creado una brecha» entre una definición jurídica que sigue siendo bastante amplia, susceptible de incluir casos muy diferentes, y un imaginario popular para el que un genocidio «debe parecerse al Holocausto para merecer tal nombre»[14]. No todos los genocidios son de la misma magnitud ni utilizan los mismos medios. Se puede exterminar a seres humanos con métodos muy diferentes: proyectiles, cámaras de gas, machetes, deportando a miles de personas a un desierto o a regiones carentes de medios para subsistir, como en Namibia en 1904 o en Anatolia en 1916, generando hambrunas o actuando conscientemente para no evitarlas, como en Bengala en 1943[15], o destruyendo una ciudad mediante bombardeos sistemáticos, planificados por inteligencia artificial. La exterminación de los judíos en Europa respondió a diversos objetivos, entre ellos un imperativo ideológico y racial; los genocidios coloniales perseguían la conquista y el sometimiento; otros, como el de los nativos norteamericanos, fueron limpiezas étnicas en las que se buscaba el exterminio para proceder a su sustitución. (...)

Podría observarse que la masacre de Gaza se suma a las sufridas en los últimos años por ciudades como Alepo o Mosul, y que es superada con creces en número de víctimas por los bombardeos que destruyeron las ciudades alemanas, soviéticas o japonesas durante la Segunda Guerra Mundial. Es cierto, pero el martirio de estas ciudades fue el resultado de guerras en las que se enfrentaban enemigos de envergadura análoga. En Alepo y Mosul se combatía conquistando manzanas palmo a palmo, como en Stalingrado. Los civiles podían ser tomados como rehenes, pero estaban atrapados en conflictos en los que los beligerantes querían destruirse mutuamente. El concepto de guerra –utilizado en estas páginas según el uso común que se le ha dado en estos meses– no es del todo apropiado para definir lo que está ocurriendo en Gaza, donde no se enfrentan dos ejércitos, sino donde una maquinaria bélica muy poderosa y sofisticada está eliminando metódicamente un conjunto de centros urbanos habitados por casi dos millones y medio de personas. Se trata de una destrucción unidireccional, continua, inexorable. No estamos ante dos ejércitos, dada la inconmensurable distancia que separa al Tzahal y Hamás, sino ante victimarios y víctimas, y esta es precisamente la lógica del genocidio.


Uno de los objetivos de la Convención de la ONU de 1948 era superar las limitaciones de los Juicios de Núremberg, donde los crímenes nazis fueron tratados como crímenes de guerra. Un genocidio no es reducible a un crimen de guerra. Por ello, la Corte Internacional de Justicia de la ONU ha reconocido en su orden de 26 de enero de 2024 que la acusación de genocidio presentada por Sudáfrica es, cuando menos, «plausible» y ha instado a Israel a tomar todas las medidas a su alcance para impedir que su ejército cometa actos de genocidio en la Franja de Gaza. Durante los tres meses siguientes a esta orden, la situación empeoró y, a finales de marzo, la misma Corte ha emitido una segunda orden para evitar la hambruna que se ha «instalado» en esta tierra devastada. El 20 de mayo, el fiscal de la Corte Penal Internacional solicitó una orden de detención contra Netanyahu y el ministro de Defensa israelí Yoav Gallant. Israel ha hecho caso omiso de estas órdenes, continuando con su campaña homicida, y sus aliados no han hecho nada para impedirlo, al contrario, se han mostrado escandalizados por estas medidas. (...)

Un tópico describe a Israel como una isla democrática en medio del océano oscurantista del mundo árabe y a Hamás como una horda de bestias sedientas de sangre. La historia parece remontarse al siglo XIX, cuando Occidente perpetraba genocidios en nombre de su misión civilizadora[1]. El orientalismo no ha muerto en el mundo global del siglo XXI; la atmósfera sigue saturada de él. Sus axiomas no han cambiado; permanecen fijos en una dicotomía ontológica imaginaria entre civilización y barbarie, progreso y atraso, Ilustración y oscurantismo. Occidente, escribió Edward Said en un famoso ensayo hace más de cuarenta años, es incapaz de definirse a sí mismo si no es en oposición a la alteridad radical de una humanidad colonial, no blanca y jerárquicamente inferior[2]. La diferencia entre la época en que Said escribió Orientalismo y hoy radica en que, en el siglo XX, el Occidente conquistador pretendía difundir su Ilustración, mientras que hoy se ve a sí mismo como una fortaleza sitiada. (...)

GAZA ANTE LA HISTORIA.
ENZO TRAVERSO.

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