Para dar un ejemplo, que desarrollaremos en otro libro, en la década de 1690, época en que los piratas estaban estableciéndose en Madagascar, hubo algo así como un salón de la protoilustración que se reunía en Montreal, en casa del conde de Frontenac, por entonces gobernador del Canadá, donde él y su ayudante, Lahontan, debatían asuntos de importancia social —cristianismo, economía, costumbres sexuales, etc.— con un estadista hurón llamado Kondiaronk, que sostenía una posición de racionalismo igualitario y escéptico, y mantenía que el aparato punitivo de la ley y la religión europeas resultaba necesario únicamente debido a un sistema económico dispuesto de tal manera que iba inevitablemente a producir los mismos comportamientos que dicho aparato debía reprimir. Tiempo después, en 1704, Lahontan publicó su propia redacción de las notas tomadas por él durante esos debates en forma de libro, que se convirtió rápidamente en un superventas por toda Europa. Prácticamente todas las figuras principales de la Ilustración terminaron escribiendo sus propios libros a imitación de este. Y, sin embargo, otras figuras, como Kondiaronk, fueron eliminadas de la historia. (...)
En otras palabras, hemos proyectado la idea de la existencia de una «civilización occidental» autocontenida (concepto que ni siquiera existió hasta comienzos del siglo XX) y, con ironía genuinamente perversa, utilizamos las acusaciones de arrogancia racial por parte de los que llamamos «occidentales» (eufemismo con que ahora identificamos a las «personas blancas») como pretexto para excluir a todos los no designados como «blancos» de cualquier tipo de influencia en la historia, en particular la historia del intelecto. Es como si la historia, y en especial la historia radical, se hubiera convertido en algún tipo de juego moral donde lo realmente importante es dejar claro hasta qué punto estamos eximiendo a los Grandes Hombres de la historia debido al (evidentemente, muy real) racismo, sexismo y chauvinismo que demostraron, sin que nos demos cuenta de alguna manera de que un libro de cuatrocientas páginas que ataca a Rousseau en definitiva es un libro de cuatrocientas páginas sobre Rousseau. (...)
Lo que me gustaría que nos mostrase este pequeño experimento de historia escrita es que la historia que existe no solo es eurocéntrica y plagada de errores, sino que además es innecesariamente tediosa y aburrida. Existe cierto placer oculto en el moralismo, sí, igual que hay una suerte de alegría matemática en el hecho de reducir todas las acciones humanas a un cálculo de autoengrandecimiento. Pero en última instancia estos son placeres sórdidos. La narración real de lo que aconteció en la historia humana es mil veces más divertida. Contemos, pues, una narración de magia, mentiras, batallas navales, princesas secuestradas, caza de humanos, reinos de pacotilla y embajadores fraudulentos, espías, ladrones de joyas, envenenadores, adoración satánica y obsesión sexual, que es lo que subyace al origen de la libertad moderna. Espero que el lector se divierta tanto como me he divertido yo. (...)
En cierto sentido se puede decir que esas narraciones, para emplear la frase de Marx, fueron una fuerza material en la historia. Después de todo, la Edad de Oro de la Piratería, como se la llama ahora, solo duró cuarenta o cincuenta años y sucedió hace bastante tiempo, pero se siguen contando historias sobre piratas y utopías piratas en todo el mundo, e incluso elaborando sobre ellas el tipo de fantasías caleidoscópicas sobre magia, sexo y muerte que, como ya veremos, las han acompañado siempre. Es difícil sustraerse a la conclusión de que estas narraciones perduran porque incorporan una visión bien definida de la libertad humana, una libertad que aún parece importante, pero que al mismo tiempo ofrece una alternativa a los conceptos de libertad que iban a adoptarse en los salones europeos durante el siglo XVIII y que todavía prevalecen. El bucanero sin dientes o con una pierna de palo que enarbola la bandera del desafío al mundo, bebiendo y celebrando hasta la extenuación la obtención de un botín, huyendo ante la primera señal seria de oposición y dejando detrás de sí nada más que embustes y confusión, es tal vez una figura de la Ilustración tanto como lo fueron Voltaire o Adam Smith, pero también representa una visión profundamente proletaria de liberación, necesariamente violenta y efímera. La disciplina en las fábricas actuales nació en los barcos y en las plantaciones. Fue más tarde cuando los primeros industriales, en ciudades como Manchester y Birmingham, adoptaron esas técnicas para convertir a los seres humanos en máquinas. Así, se podría llamar a las leyendas de piratas la forma más importante de expresión poética hecha por ese proletariado que emergía en el Atlántico norte, cuya explotación sentó las bases de la Revolución industrial.1Mientras esas formas de disciplina, o sus encarnaciones modernas más sutiles e insidiosas, gobiernen nuestra vida laboral, seguiremos fantaseando con los bucaneros (...).
No hay duda de que las narraciones sobre utopías piratas circularon ampliamente y que tuvieron efectos históricos. La verdadera duda sería cuán amplia y profundamente calaron en realidad esos efectos. Creo que podemos afirmar que fueron extremadamente importantes. En primer lugar, las narraciones comenzaron a circular muy temprano, en la época de Newton y Leibniz, mucho antes del surgimiento de la teoría política que llegó a identificarse con Montesquieu y los enciclopedistas. Desde luego Montesquieu argumentó que todas las naciones surgieron como algo muy parecido a los experimentos utópicos: los grandes legisladores impusieron sus ideas y las leyes llegaron a constituir el carácter de las grandes naciones. En las narraciones que, sin duda, esos legisladores oyeron durante su niñez y su adolescencia, se representaba a capitanes piratas como Misson y Avery intentando hacer exactamente eso. En 1707, cuando Montesquieu tenía dieciocho años, Daniel Defoe escribía en Inglaterra un panfleto que comparaba los asentamientos piratas de Madagascar con los fundadores de la antigua Roma, bandidos que se establecieron en un nuevo territorio, crearon nuevas leyes y finalmente crecieron hasta llegar a ser una nación grande y conquistadora. Que gran parte de la emoción que rodeaba a tales pronunciamientos se debiera a una propaganda extraordinariamente inflada o simplemente a un fraude no establece ninguna diferencia en términos de cómo se percibieron tales asuntos. No sabemos si ese escrito se tradujo al francés (probablemente no), pero sí que algunos hombres que decían representar al nuevo reino pirata visitaron París más o menos hacia la misma época, en busca de una alianza. ¿Habrá oído algo al respecto el joven Montesquieu? Una vez más, no lo sabemos, pero es difícil creer que no fuera la clase de noticias con las que bromeaban y hacían chistes los estudiantes, las que más fácilmente captaran la atención de un joven intelectual ambicioso. (...)
en el Madagascar de aquella época, y en especial en zonas influidas por los piratas, las narraciones sobre reinos poderosos, e incluso la existencia real de lo que serían cortes palaciegas, no debe necesariamente tomarse al pie de la letra. En aquel período existían en toda la costa todos los materiales necesarios para montar falsos reinos con los que impresionar a los extranjeros, y queda muy claro que al menos algunos de los «reyes» que encontraron los observadores extranjeros no eran más que parte de una ficción que contaba con la complicidad activa de sus supuestos criados malgaches. Los piratas eran muy buenos en ese tipo de juegos. De hecho, uno de los motivos por los que la leyenda de la Edad de Oro de la Piratería sigue viva es que los piratas de aquella época eran maestros en manipular leyendas: desplegaban sus maravillosas narraciones —ya sea por su aterradora violencia o sus inspirados ideales— como armas de guerra, incluso si la guerra en cuestión era la lucha desesperada y condenada de antemano de una abigarrada pandilla de forajidos contra toda la estructura de la autoridad mundial que estaba surgiendo en aquella época. En segundo lugar, yo destacaría el hecho de que, como toda propaganda de éxito, estas narraciones contenían elementos de verdad. Puede que la república de Libertalia no haya existido, al menos en un sentido literal, pero los barcos piratas, las ciudades piratas como Ambonavola, y diría que la misma Confederación Betsimisaraka —que fue creada por actores políticos malgaches en estrecha colaboración con los piratas— fueron, de muchas formas, tímidos experimentos de democracia radical. (...)
Yo iría aún más lejos y sugeriría que sin duda representaron una de las primeras agitaciones del pensamiento político de la Ilustración, que exploró ideas y principios que en última instancia iban a ser desarrollados por politólogos y puestos en práctica por regímenes revolucionarios un siglo más tarde. (...)
Titular este volumen «Ilustración pirata» es, obviamente, algo provocativo. Tanto más cuanto que, hoy en día, la Ilustración misma ha adquirido mala fama. Mientras que los «ilustrados» del siglo XVIII se veían a sí mismos como radicales, empeñados en romper con todas las ligaduras de la autoridad recibida con el fin de asentar los cimientos de una teoría universal de la libertad humana, es más probable que los pensadores radicales contemporáneos vean el pensamiento ilustrado como lo definitivo en autoridad recibida, como un movimiento intelectual cuyo principal logro fue poner los cimientos de una forma especialmente moderna de individualismo racional que pasó a ser la base del racismo «científico», del imperialismo, la explotación y el genocidio modernos. No hay duda alguna de que esto fue lo que ocurrió cuando los imperialistas, colonialistas y esclavistas europeos criados bajo las ideas de la Ilustración quedaron libres para actuar en el mundo. (...)
¿Esos hombres habrían actuado de forma diferente si siguieran justificando su comportamiento (como lo habían hecho en siglos anteriores) por la fe religiosa? Lo más probable es que no. Pero a mí me parece (y ya lo he sugerido en otra parte)2que gran parte del debate que siguió nos distrae de una cuestión mucho más fundamental: si tiene sentido que los ideales de la Ilustración, y en especial los ideales de liberación humana de la Ilustración, se llamen «occidentales». Porque tengo la fuerte sospecha de que cuando los historiadores del futuro vuelvan la vista hacia estos asuntos, con toda probabilidad decidirán que, en su mayor parte, eso no es conveniente. La Ilustración europea fue, más que nada, una época de síntesis intelectual en que los hasta entonces remansos intelectuales como Inglaterra y Francia, que de repente se encontraron en el centro de imperios globales y expuestos a nuevas ideas (nuevas para ellos), trataban de integrar, por ejemplo, ideales de individualismo y libertad provenientes de las Américas, una nueva concepción del Estado nación burocrática principalmente inspirada por China, teorías africanas de contratos y teorías económicas y sociales originalmente desarrolladas en el islam medieval. (...)
Al menos un prominente historiador del pensamiento político europeo ha sugerido que algunas de las formas democráticas desarrolladas más tarde por estadistas de la Ilustración en el mundo del Atlántico norte se aplicaron primero en los barcos piratas en las décadas de 1680 y 1690: Que el liderazgo pudiera provenir del consentimiento de los liderados, y no ser impuesto por una autoridad más alta, habría sido una experiencia probable entre las tripulaciones de los barcos piratas en los principios del mundo atlántico moderno. Las tripulaciones piratas no solo elegían a sus capitanes, sino que estaban familiarizadas con el poder compensatorio (en forma del contramaestre y el concejo de la nave) y las relaciones contractuales individuales y colectivas (en forma de artículos escritos que especificaban el reparto del botín y las tasas de compensación por heridas al realizar el trabajo). (...)
La historia de Libertalia es buen ejemplo de ello. Solo la conocemos por un libro titulado Historia general de los piratas, aparecido en 1724 bajo la autoría del capitán Charles Johnson, que probablemente fuera un seudónimo de Daniel Defoe. Los colonos, todos de origen europeo, se dispusieron a crear una suerte de experimento liberal basado en el voto de la mayoría y la propiedad privada, pero también en la abolición de la esclavitud, de las divisiones raciales y de la religión organizada: se dijo que casi todos los piratas auténticamente famosos (Tom Tew, Henry Avery, etc.) formaron parte de ese esfuerzo; la narración finaliza cuando son atacados y doblegados por nativos inquietos, que los destruyen sin ningún motivo discernible. (...)
El paralelo más evidente serían los mismos barcos piratas. A menudo los capitanes piratas trataban de forjarse una reputación de cara al mundo exterior como forajidos autoritarios que sembraban el terror, pero a bordo de sus barcos no solo eran elegidos por los votos de la mayoría y podían ser relevados de su puesto por los mismos medios y en cualquier momento, sino que solo podían dar órdenes durante la persecución y el combate: de otro modo debían formar parte de la asamblea como cualquiera de los demás. No había rangos en los barcos piratas, salvo el capitán y el contramaestre (que presidía las asambleas). Es más: sabemos de intentos explícitos de trasladar esta forma de organización a la tierra firme malgache. Finalmente, como veremos, está la larga historia de los bucaneros y otros personajes cuestionables que encontraron cobijo en alguna ciudad portuaria malgache y trataron de hacerse pasar por reyes y príncipes sin hacer nada por reorganizar las relaciones sociales reales sobre la base de las comunidades circundantes (...)
el advenimiento de los piratas desató una serie de revoluciones en la costa. La primera y probablemente la más importante de esas revoluciones fue en gran parte promovida por mujeres, y su objetivo era romper con el poder ritual y económico del clan que previamente había sido el intermediario entre los extranjeros y los pueblos de la costa noreste. En realidad, la creación de la Confederación Betsimisaraka fue la segunda revolución y se entendería mejor como una especie de reacción masculina contra la primera. Encubiertos como piratas y bajo el liderazgo formal de un rey pirata mestizo, los jefes del clan y algunos jóvenes guerreros ambiciosos llevaron a cabo lo que creo que se debería considerar su propio experimento político protoilustrado, una síntesis creativa de liderazgo pirata y de algunos de los elementos más igualitarios de la cultura política tradicional malgache. Lo que suele descartarse como el intento fallido de levantar un reino se puede ver fácilmente como un experimento exitoso de Ilustración pirata llevado a cabo por los malgaches. (...)
Es muy difícil ser objetivos acerca de los piratas. La mayor parte de los historiadores ni siquiera lo intenta. La literatura sobre la piratería del siglo XVII se divide mayormente entre celebraciones románticas en la literatura popular y discusiones eruditas sobre si es mejor ver a los piratas como protorrevolucionarios o como simples asesinos, violadores y ladrones. (...)
Algunos de los hombres a los que se recuerda como capitanes piratas en realidad fueron caballeros filibusteros, corsarios, representantes, oficiales o no, de uno u otro régimen europeo; otros pueden muy bien haber sido criminales nihilistas, pero muchos de ellos crearon, si bien brevemente, una suerte de cultura y civilización rebelde que, aunque seguramente brutal en muchos aspectos, desarrolló su propio código moral y sus propias instituciones democráticas. Quizá lo mejor que puede decirse de ellos es que, de acuerdo con las normas de le época, su brutalidad no era inusual, pero sus usos democráticos prácticamente no tenían precedente. También es este último grupo —la clase de piratas más apreciada por los historiadores radicales— el que parece estar más relacionado con lo que ocurrió en Madagascar en los siglos XVII y XVIII. Por lo tanto, conviene aportar algo de contexto. Algunos de los primeros barcos piratas fueron corsarios que se volvieron deshonestos, pero lo habitual fue que las tripulaciones piratas se generasen a través de motines. (...)
En los barcos europeos del siglo XVI la disciplina solía ser arbitraria y brutal, de manera que a menudo las tripulaciones tenían buenos motivos para rebelarse. Una tripulación amotinada sabía que había firmado su pena de muerte. Hacerse pirata significaba aceptar este destino. Una tripulación amotinada declaraba la guerra «contra todo el mundo» e izaba la Jolly Roger, la bandera pirata. Esta, de la que existían muchas variantes, es reveladora. Normalmente se suponía que mostraba una imagen del diablo, pero a menudo no solo mostraba un cráneo y dos huesos, o un esqueleto, sino también un reloj de arena, lo cual significaba no tanto una amenaza («vais a morir») como una simple declaración de desafío («vamos a morir, solo es cuestión de tiempo»), conclusión a la que probablemente llegaban las tripulaciones al descubrir esa bandera en el horizonte, lo cual resultaba mucho más terrorífico. Enarbolar la bandera pirata era la forma en que la tripulación anunciaba que aceptaba ir rumbo al infierno (...).
Es imposible comprender la importancia de Sainte-Marie a menos que se tome en consideración que los piratas que operaban en el mar Rojo a menudo se encontraban en posesión de enormes cantidades de dinero, además de oro, joyas, sedas y percales, marfil, opio y otros productos exóticos, y tenían dificultades para deshacerse de estos productos. En la década de 1690 ya no podía uno entrar en una joyería de Londres con una gran bolsa llena de diamantes y obtener, digamos, cien mil libras en efectivo, como tampoco se puede hacer hoy. La posesión de sumas tan grandes por hombres de clases evidentemente modestas habría atraído de inmediato la atención de las autoridades. Cuanto mayor la suma, más problemas causaba. Las narraciones informan cada tanto que, después de lograr un botín, los integrantes de una tripulación se encontraban en posesión de un tesoro de 120.000 libras, y aunque calculasen con minucia a cuántos millones equivaldría esto hoy en día, a un pirata le resultaba prácticamente imposible traducir esas sumas en, por decir algo, una gran mansión en la costa de Cornualles o de Cape Cod. Quizá se podría dar con un funcionario corrupto o venal en las Indias Occidentales o en Reunión que estuviera dispuesto a ofrecer perdonarle la vida a un colono a cambio de la parte del león de su botín; de no ser así tendría que trazar planes elaborados, o conseguir falsas identidades para poder vender una parte del botín. (...)
El caso de Henry Avery (alias Henry Every, alias Ben Bridgeman, alias Long Ben), que consiguió el que quizá sea el botín más grande de la historia, es muy instructivo. (...)
En vista de esto el gobierno británico declaró a Avery «enemigo de toda la humanidad» y se anunció una caza internacional del hombre, la primera que se conoce. Algunos de los hombres de Avery se dispersaron por las colonias del norte de América, otros volvieron a Irlanda con nombres falsos; a unos pocos se los descubrió tratando de descargar sus bienes, y de estos, algunos denunciaron a sus compañeros. Finalmente se detuvo a veinticuatro y se colgó públicamente a seis en un intento de tranquilizar al gobierno mogol. Pero la suerte de Avery es un misterio. Nunca lo detuvieron. Algunos dijeron que años después murió donde se ocultaba. Otros insistían en que finalmente logró convertir su botín en dinero y se retiró a vivir confortablemente, quizá en algún lugar de los trópicos; otros opinaron que fue sistemáticamente trasquilado por los mercaderes de diamantes de Bristol, que sabían que un hombre buscado por la justicia no podía llevarlos a juicio hicieran lo que hicieran, y que murió muchos años después, pobre de solemnidad, en una chabola junto al mar, sin tener ni siquiera lo necesario para su propio ataúd. Con todo, sería demasiado simplista llegar a la conclusión de que la notoriedad internacional de Avery era solo una carga. Las leyendas que muy pronto se tejieron a su alrededor proporcionaron a numerosos piratas posteriores, y quizá al mismo Avery (porque en realidad no sabemos qué le sucedió) los medios para negociar de una manera más ventajosa con la estructura de poder existente: declarándose el representante de un reino pirata. Pronto comenzaron a correr rumores, en muchos casos claramente alentados por los mismos piratas de Sainte-Marie, de que Avery seguía en Madagascar, y que se había fugado con la hija del Gran Mogol porque ella se había enamorado del apuesto bucanero después de la toma del Ganj-i-Sawai, y que habían fundado un nuevo reino en Madagascar. (...)
Uno de los primeros escritores que abrazaron la causa del nuevo Estado pirata fue un joven Daniel Defoe, quien en 1707 publicó en su periódico Review una elaborada defensa del reino de Avery: muchas naciones antiguas, incluida Roma, se habían fundado de forma similar por bandidos de uno u otro tipo; si el gobierno británico no normalizaba relaciones con esa potencia apenas emergente, bien podía convertirse en refugio de criminales emprendedores de todo el globo y un peligro para el imperio. (...)
Pocos años después, quizá escribiendo bajo el seudónimo de capitán Johnson, en Historia general de los piratas (A General History of the Pyrates, 1724), Defoe degrada más aún a Avery, al describirlo como un bandido inútil que se hace con un montón de diamantes pero muere en la miseria, cuya tripulación cae también en un estado miserable y un caos hobbesiano en la tierra firme malgache, y transfiere la historia del experimento democrático utópico (etiquetado ahora como Libertalia) a un tal capitán Misson, totalmente imaginario. (...)
A pesar del sinfín de insultos, al parecer terminaron en la ciudad grandes cantidades de esclavos malgaches. Para tener una idea de cuántos: en 1741, cuando las autoridades de Nueva York descubrieron lo que pensaban que era una red de células revolucionarias que planeaban un levantamiento en la ciudad, los encontraron organizados por lenguas; las más importantes estaban formadas por hablantes de idiomas de África occidental (fante, papa e igbo), hablantes de irlandés y hablantes de malgache.(...)
la descripción de la amistad entre piratas tiene sus raíces en hechos históricos puesto que, como con frecuencia observaban los visitantes, los piratas, a pesar de ir siempre armados y muy a menudo borrachos, prácticamente nunca se enfrentaban a golpes entre ellos. Esta inclinación a la paz que los piratas mostraban, y el ejemplo que daban de una vida amistosa (porque ponían todo el interés en evitar pendencias, y habían acordado presentar cualquier queja que surgiese entre ellos a la fría imparcialidad de North y doce de sus compañeros), les dieron gran fama entre los nativos, aunque antes se habían mostrado muy recelosos de los blancos. Más aún: eran tan exigentes en esto de guardar armonía entre ellos que el que hablaba en tono irritado o fuera de sí era reprendido por toda la compañía, en especial si lo hacía delante de algún nativo, aunque fuese uno de sus esclavos; ya que pensaban muy justamente que la unidad y la concordia eran el único medio de garantizar su seguridad; porque, viendo a esta gente dispuesta a hacerse la guerra unos a otros por cualquier motivo trivial, no dudaban que aprovecharían cualquier división que observasen entre los blancos y acabarían con ellos en cuanto se les presentase la ocasión. En otras palabras, no solo se erigían en mediadores neutrales en las disputas locales, sino que evitaban meticulosamente cualquier tipo de rencor interno, de lo contrario, los malgaches aprovecharían sus divisiones internas de la misma manera en que hombres como Baldridge había aprovechado las de ellos. El autor, Johnson (quien, una vez más, era casi con toda seguridad Daniel Defoe), explica con detalle el gobierno improvisado que resultó de esto: Cualquier exabrupto proferido en una disputa, cualquier salida de tono en una reunión, hacía que se levantasen todos, y uno de ellos tiraba al suelo el licor que tuvieran delante, diciendo que toda pelea suponía una pérdida para ellos, y que sacrificaban el licor al Enemigo a fin de impedir un mal mayor. A continuación, los dos contendientes, so pena de ser expulsados de su sociedad y enviados a otra parte de la isla, eran conminados a comparecer ante el capitán North por la mañana, y entre tanto se los condenaba a permanecer en sus respectivas casas. A la mañana siguiente comparecían las dos partes, con asistencia de todos los blancos; el capitán separaba a un lado al demandante y el demandado, y les decía que hasta que el agresor consintiese en que se hiciera justicia, y el ofendido olvidase dicha ofensa, los considerarían enemigos públicos, y no los mirarían como amigos y compañeros. (...)
Johnson continúa describiendo el desarrollo de Ambonavola hasta llegar a ser una base pirata muy importante, muy parecida a Sainte-Marie; cómo North y sus hombres establecieron alianzas con «tribus» malgaches cercanas, y también con monarcas que estaban bastante más al norte y al sur de la isla; cómo se vieron envueltos en una diversidad de conflictos locales; cómo North se casó y tuvo tres hijos malgaches. Después de un breve regreso al pillaje en 1707, North se retiró para siempre, si bien finalmente —quizá alrededor de 1712, no hay seguridad— acabó asesinado en su cama por una partida de malgaches en venganza por algún conflicto anterior. (...)
es fácil ver cómo el nuevo papel de los piratas, es decir, establecerse fundamentalmente como mediadores pacíficos, combinando sus riquezas y su elegancia con un sentido de justicia social, puede haber contribuido a las fantasías utópicas que ya circulaban alrededor de la figura de Avery. En la narrativa de Johnson, sus vecinos trataban a los piratas como a príncipes. Pero en la realidad es posible que se hubieran esforzado en convertir las instituciones democráticas que surgieron en sus barcos en formas que fueran factibles en tierra. Y, como veremos, hay buenas razones para pensar que indudablemente sus vecinos malgaches recibieron la influencia de su ejemplo. (...)
El mundo ha estado desde siempre lleno de reyezuelos bandidos con pretensiones de grandiosidad, pero la situación tan especial del noreste de Madagascar en los siglos XVII y XVIII hizo de ello un juego inusualmente fácil. La existencia de grandes cantidades de botines piratas dio a esos hombres la posibilidad de escenificar las señales exteriores de una corte real —el oro y las joyas, los harenes, las rutinas de danzas sincronizadas— incluso en total ausencia de medios para movilizar ninguna cantidad significativa de trabajo humano fuera de sus propios asentamientos (...).
Cuando los piratas llegaron a Madagascar, a finales del siglo XVII, se encontraron con una sociedad marcada por un constante estado de guerra interna, dominada por algo muy parecido a una casta sacerdotal y una élite emergente de guerreros que ya comenzaba a adoptar un sistema de rangos jerárquicos. Esta sociedad poseía elementos comunitarios, pero no podía llamarse igualitaria en ningún sentido. Por el contrario, bajo Ratsimilaho parece haber sido, en muchos aspectos, más igualitaria que lo que había habido antes. La llegada de los piratas desató una cadena de reacciones: primero la respuesta positiva de las mujeres malgaches y luego una reacción política proveniente de los hombres jóvenes, para quienes Ratsimilaho fue, efectivamente, la figura principal que en última instancia creó la sociedad de los betsimisaraka tal como existe hasta hoy. (...)
Las historias de los antemoro, por ejemplo, se quejan de los nativos que establecían la descendencia por la línea femenina,3y parte de la estrategia de los antemoro consistió en matar a los varones adultos y secuestrar a sus mujeres a fin de asegurarse de que parían hijos píos.4Incluso en el siglo XIX los antemoro eran célebres por insistir en la virginidad premarital, en medio de una numerosa población para la que la libertad sexual de los adolescentes de ambos sexos era absolutamente normal. Cualquier chica joven soltera que quedase embarazada y no pudiese demostrar que el padre del niño era un musulmán del linaje correcto, era lapidada o ahogada.5Los hombres jóvenes, en cambio, podían hacer lo que quisieran. Según las tradiciones locales, eran precisamente estas restricciones sexuales lo que más escocía a la población, y fueron la causa directa del levantamiento del siglo XIX que puso fin al reino. (...)
Pero todavía queda en pie la pregunta: ¿por qué los piratas —que después de todo provenían de países con costumbres sexuales más parecidas a las de los antemoro o, previamente, los zafi-ibrahim, que a las de los demás malgaches (John Plantain estaba dispuesto a matar de un tiro al supuesto amante de su esposa en cuanto lo tuviera delante)— se consideraban preferibles en este aspecto? Es de suponer que la respuesta es que los piratas, al menos una vez asentados, no estaban en condiciones de quejarse. Es probable que tuvieran enormes cantidades de dinero y tesoros, pero también carecían casi completamente de capital social o económico: no tenían aliados a quienes acudir aparte de sus compañeros inmediatos, ni una comprensión real de las costumbres, las normas o las expectativas de la sociedad en la que habían fijado su hogar. Se los percibía como enteramente dependientes de sus anfitriones. Como señaló Mervyn Brown,29cualquier pirata que resultara demasiado brutal, o que tan siquiera amenazara con abandonar a su mujer en favor de otra, podía eliminarse fácilmente poniendo veneno en su cena, en cuyo caso, si quedaba algún botín, pasaba a las manos de la viuda y la familia de esta (...)
El resultado fue una clásica situación del Rey Extranjero.30En muchas sociedades, quizá la mayoría, las riquezas y las maravillas de tierras lejanas, aunque no las traigan extranjeros misteriosos, se considera que forman parte de la esencia misma de la vitalidad humana.31El argumento es el siguiente: cada orden social comprende —al menos a un nivel tácito— que no puede reproducirse a sí mismo totalmente, que determinados asuntos fundamentales como el nacimiento, el crecimiento, la muerte y la productividad estarán siempre fuera de su alcance. Por definición, la vida es algo que viene de fuera. Por lo tanto, existe una fuerte tendencia a identificar esos poderes de fuera tanto con personas extraordinarias y sin precedentes como con objetos extraordinarios y sin precedentes que provienen del exterior. En malgache todo esto es siempre muy explícito ya que a esos seres se los llama, en general, Zanahary o Andriamanitra, que suele traducirse como ‘dios’, aunque en realidad es una especie de término genérico para nombrar algo que es poderoso o magnífico, pero inexplicable. (...)
Lo que estoy insinuando es que, incluso si las mujeres betsimisaraka y sus parientes varones no se alzaron, como los antemoro, para defenestrar a la casta dominante de los extranjeros del lugar, su buena acogida a los piratas tuvo, a grandes rasgos, el mismo efecto. Los zafi-ibrahim desaparecen de la escena. Las mujeres quedan liberadas de las restricciones sexuales anteriores, y desde luego las restricciones sexuales son, invariablemente, el medio de vigilar y censurar todos los demás aspectos del comportamiento femenino. La revolución se llevó a cabo por medio de los mitos. Marshall Sahlins ha documentado cómo, en Fiyi, el jefe, como Rey Extranjero, se casa simbólicamente33y después es «envenenado simbólicamente»34por las hijas de la tierra. Al parecer, en el caso malgache esto ocurrió, más de una vez, literalmente. (...)
Así como en las narraciones europeas las mujeres malgaches son «regalos» sexuales de unos hombres a otros hombres, aquí son las mujeres las que inician la acción. Los malata tuvieron lugar no porque los piratas se establecieron en la costa y tomaron esposas locales, sino más bien porque las mujeres malgaches se dedicaron a buscar hombres extranjeros para casarse; por cierto, estaban dispuestas a utilizar fanafody, o medicina poderosa, para conseguirlos. (...)
Como veremos, hacía mucho tiempo que esa medicina era famosa en Madagascar, no solo por su capacidad de despertar sentimientos de deseo y afecto sino también como medio para doblegar por completo la voluntad. Es bastante común que cualquier magia inventada para controlar directamente las mentes y los comportamientos de los demás se clasifique como «poción de amor».60 La crónica también deja claro que los motivos de las mujeres no eran esencialmente románticos. No buscaban tanto el amor como el respeto (a una mujer sin marido no se la «considera») y la posibilidad de entrar en el comercio. Es de suponer, pues, que si iban cada día a la playa en busca de marineros, eso era en primer lugar porque los extranjeros exóticos, en especial los de tierras lejanas como Europa o Arabia, se veían de forma automática como de alto estatus social (y las fuentes contemporáneas observan que muy a menudo este era el caso), pero en segundo lugar porque los marineros —y en particular los piratas— probablemente traían consigo grandes cantidades de bienes comerciables. Aquellas mujeres lo que buscaban eran los medios de dejar de ser meros peones en algún juego masculino y pasar a ser actores sociales por derecho propio. (...)
ILUSTRACIÓN PIRATA: bucaneros, alegres leyendas y democracia real
DAVID GRAEBER
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