ARREBATOS ALÍRICOS

Me fui sobreviviendo como pude

(José Luis Piquero)


domingo, 21 de abril de 2024

CANCIONES DE AMOR: LA HISTORIA JAMÁS CONTADA (Ted Gioia)


Aunque Safo suele ser considerada una escritora o poeta, el hecho es que fue lo que hoy llamaríamos una cantautora. Su música era ejecutada al son de una lira (de ahí el origen del término poesía lírica, categoría aplicada más tarde a los poemas hablados pero que inicialmente aludía a las canciones). Los estudiosos a veces califican estas obras de poesía mélica –la palabra griega melos significa melodía pero también puede referirse a una extremidad del cuerpo, sugiriendo una conexión original entre las expresiones de una canción y los movimientos de una danza. Tal vez Safo ejecutaba algunas canciones en el contexto de una danza o de un ritual que involucraba movimientos de los participantes, pero la cualidad íntima, expresiva, de su lírica sugiere que muchas de sus composiciones eran presentadas en escenarios menos ceremoniales, probablemente en pequeñas reuniones de mujeres. (...)

¿De qué hablaban estas canciones? Muchos temas emergen en los fragmentos sobrevivientes, pero solo una cuestión predomina: el amor en sus distintas manifestaciones. “¿Qué enseñaba Safo de Lesbos a sus muchachas sino a amar?”, escribe el poeta Ovidio. Pero estos poemas líricos acaso no concuerden con nuestras ideas estereotipadas sobre las canciones de amor, especialmente las de la más reciente tradición occidental de música romántica o sentimental. Predominan expresiones del amor homosexual, y abarcan toda la gama de las respuestas emocionales, desde el afecto respetuoso hasta el erotismo celoso. Quizá estemos nosotros mejor equipados para enfrentarnos a esta lírica que los clasicistas de generaciones anteriores, que preferían una versión aséptica de Safo, y la respetabilidad de la antigua poeta ha crecido ciertamente junto con la idea de que sus preocupaciones coincidían con las sensibilidades de nuestra época. Sin embargo, hay pocos equivalentes actuales de los matices ritualistas y religiosos que también permean la lírica de Safo. Extraña igualmente a nuestra mentalidad moderna el tono pedagógico y admonitorio de sus canciones. A todas luces, intentaba convertir a las jóvenes que tenía a su cargo en personas adultas y desenvueltas –tanto así que algunos, sin mucha exageración, la han visto como una especie de maestra de escuela. Probablemente, si Safo resucitara hoy en día, bien pudiera ser que cambiase su lira por una guitarra y difundiese su mensaje como una cantautora al estilo de Patti Smith o Joni Mitchell. Pero también la imagino con un programa televisivo de entrevistas confesionales, a la vanguardia de un movimiento social o promoviendo un renacimiento espiritual. En sus fragmentos podemos hallar atisbos de todas esas vocaciones. Si el lector es capaz de combinar la idea de una canción de amor con todo eso, habrá empezado a captar la complejidad del arte de Safo. (...)


La complejidad –y a veces las aparentes contradicciones– en estos poemas líricos no se deben tan solo a Safo, sino también a la tradición heredada por ella. Incluso las primeras expresiones de amor griegas en forma de versos íntimos están llenas de sorpresas para los no familiarizados con esta tradición. Arquíloco, quien probablemente nació medio siglo antes que Safo, es elogiado a veces como el primer poeta lírico –aunque en rigor, este título pudiera no ser exacto; en vista de algunas preguntas no respondidas sobre el papel de la lira en su obra y en qué proporción su obra era para ser cantada o recitada. Pero el contenido francamente erótico de su poesía ha escandalizado a muchos clasicistas. Cuando un poema suyo inédito, encontrado entre las telas de una momia, fue publicado en 1974, un crítico lo llamó en son de broma: “El último tango en Paros”, una alusión al filme clasificado X de Bernardo Bertolucci del mismo periodo, y a Paros, la isla natal de Arquíloco. 
Guy Davenport traduce el final de este fragmento en frases vívidas: Toqué con dedos ágiles sus cálidos senos, la tumbé bien y me apreté contra su pubis desnudo, hermoso y firme. Recorrí con caricias la belleza de todo su cuerpo y me corrí en un súbito chorro blanco mientras acariciaba su cabello. No deja mucho a la imaginación, pero la simpática referencia del reseñista a Paros pudiera ser aún más reveladora de lo que él pretendía. Esta isla del Egeo era conocida en la antigüedad por su dedicación al culto de Dioniso y Deméter, dos deidades relacionadas con la sexualidad, la fertilidad y la cosecha. La especialidad de Arquíloco, una forma peculiar de poesía satírica llamada yambo (no confundir con el metro yámbico), pudo haber tenido alguna conexión con estos rituales. Ya hemos visto un vínculo similar entre la poesía lírica explícita y los ritos de la fertilidad cuando analizamos las canciones sumerias y de otras culturas antiguas, y aquí volvemos a encontrar una dinámica parecida en estas expresiones personales de amor y de intención sexual entre los poetas griegos. (...)


En esta primera etapa de nuestro estudio, las relaciones entre las mujeres y las canciones de amor a menudo se revelaba en una voz narrativa inequívocamente femenina. De hecho, la conexión no podría ser más clara en el caso de Alcmán, el primero y más viejo de los nueve grandes poetas líricos canonizados por los eruditos de Alejandría, y el más importante predecesor de Safo. Conocemos a Alcmán como compositor de partheneia, o cantos de doncellas, que eran interpretados por coros de muchachas. Incluso antes de analizar los textos supervivientes, llama la atención el hecho de que un célebre poeta escribiese “cantos de doncellas,” pero Alcmán no era en modo alguno el único ejemplo de este ventrilocuismo de género entre los principales poetas griegos. Un fragmento de Píndaro, famoso por sus majestuosas odas triunfales y sus cantos de alabanza, ofrece esta inesperada confesión: “He de tener pensamientos virginales. Y pronunciarlos con mi lengua”. (...)

Puede que Alcmán haya sido –como registra un lexicón bizantino posterior– el inventor de la canción de amor, pero los textos que nos ha legado sugieren que, o bien andaba en busca de una orgía a gran escala, o bien operaba en un medio cultural muy diferente del nuestro. Quizá, como ha sugerido Eva Stehle, esta canción estaba dirigida a “jóvenes en edad de contraer matrimonio y a sus familias”, muchas de las cuales estarían sin duda entre el público, y el elogio a las distintas cantantes se proponía promoverlas como novias potenciales. Concebimos la canción de amor como la expresión de la añoranza de una persona por otra, pero la música de Alcmán era decididamente un amorío a mayor escala. Su obra es representativa de la tradición griega de una lírica coral ejecutada por grupos de muchachas. El canto era solo una pequeña pare de estas reuniones. “Las canciones cobraban vida durante las ejecuciones –escribe la clasicista Gloria Ferrari–, que incluían muchas cosas que no están en el texto; a saber, escenografía, vestidos, accesorios, e iluminación”. En otras palabras, este no era un foro para expresar intimidades, sino un espectáculo público, si bien con un deliberado matiz erótico. Pero más que espectáculos, estas actuaciones estaban imbuidas de una observancia ritual y religiosa. “El coro no actúa por sí mismo – explica el clasicista Claude Calame en su seminal estudio de 1977 Los coros de muchachas en la antigua Grecia–, sino que siempre existe para una ocasión especial, muy a menudo un culto”. Encontramos coros femeninos, por ejemplo, en los rituales dedicados a Artemisa, donde las ejecutantes son adolescentes solteras. (...)

Dioniso, el dios del vino y de la embriaguez, también tenía sus grupos de cantoras; a menudo se lo representa rodeado por un coro de mujeres experimentando el mítico frenesí báquico. En las Antesterias, un festival ateniense en honor al dios del vino, la esposa del arconte Basileus era entregada como novia ceremonial a Dioniso, aunque es debatible si ello resultaba en una unión puramente simbólica o en un coito verdadero. En este y en otros casos podemos ver similitudes entre los antiguos cantos mesopotámicos de la fertilidad, pero ahora la procreación es solo una parte dentro de un esquema más vasto. Estos rituales y su música contribuían al majestuoso y armonioso equilibrio de la sociedad –o, quizá en el caso del culto de Dioniso, reconocía (y canalizaba) las fuerzas que podían perturbarlo. El amor juega aquí un papel. Igual que sirve como una suerte de aglutinante emocional o de agente vinculante que mantiene unidas a las parejas para bien de la unidad familiar, también contribuye a que la comunidad en su conjunto sea más próspera y estable. El contenido emocional es valioso, y por tanto merece ser celebrado, pero solo dentro de esta visión más amplia. (...)


A mediados del siglo XX, la sonoridad swing de las grandes bandas había perdido buena parte de su magnetismo. Ahora dominaban las listas los cantantes pop que ofrecían baladas soñadoras y canciones novedosas. Entre los mayores éxitos de 1950 están “Mona Lisa” de Nat King Cole, “The Tennessee Waltz” de Patti Page o “Harbor Lights” de Sammy Kaye. Bing Crosby y Frank Sinatra seguían vendiendo montones de discos, pero sus principales éxitos de ese año fueron, respectivamente, “Rudolph the Red-Nosed Reindeer” y “Goodnight, Irene”. La música pop ofrecía ahora un confort material y hasta mamá y papá podían sumarse a esta diversión aprobada para todas las edades. Los sellos discográficos, por su parte, vislumbraban el futuro de la canción de amor en los términos demográficos más simples: cortejar el mercado masivo con canciones sentimentales e inofensivas, que tocaran el corazón de todas las generaciones sin ofender a nadie. Naturalmente, se equivocaban, y todo el mundo se daría cuenta antes de que pasara una década. Pero incluso en 1950, estaban surgiendo canciones de amor más desinhibidas, sobre todo en las comunidades negras. El año anterior, Billboard comenzó a emplear el término rhythm and blues como categoría musical y el mayor éxito de R&B de ese año fue “The Hucklebuck”, tan famoso por sus eróticos pasos de baile como por la canción misma. En 1950, durante la mayor parte del año ocuparon los primeros puestos en las listas de R&B canciones sobre la infidelidad o el adulterio –Johnny Otis y Little Esther con “Double Crossing Blues” y “Mistrustin’ Blues”, y Ivory Joe Hunter con “I Almost Lost My Mind”. Pero los Dominoes fueron aún más lejos con “Sixty Minute Man”, un hit que fue grabado a finales de diciembre: Habrá quince minutos de besos Entonces gritarás ‘Por favor no pares (¡No pares!)’ Habrá quince minutos de excitaciones Quince minutos de apretones Y quince minutos de estallido de placer. (...)


Algunas cosas nunca cambian en la historia de las canciones de amor. En las sociedades industrializadas del siglo XX, lo mismo que en las comunidades medievales, los censores y los ciudadanos preocupados por los asuntos de la moral pública continuaron interesándose activamente en las canciones de su tiempo, procurando librar a la impresionable juventud, y aun a los padres y abuelos, de quedar expuestos a contenidos sexualizados. Sus decisiones demostraban a veces una asombrosa incoherencia. Por ejemplo, la emisora radial NBC se negaba a mencionar el título de la canción de 1930 “Body and Soul”, temiendo que la palabra body [cuerpo] resultase demasiado insinuante. Sin embargo, poco años después, la discográfica Columbia permitió a Count Basie lanzar una pista titulada “Upright Organ Blues” [blues para órgano vertical]. No es preciso saber que solo los pianos, y no los órganos, pueden ser verticales para encontrar algo sugestivo ese título. Pero entre esta confusión se podía detectar una tendencia general: que los músicos negros y el público negro tenían un poco más de margen de maniobras. Cuando Cole Porter sufrió el rechazo del público por las implicaciones pecaminosas de su canción “Love for Sale”, que formaba parte del musical de Broadway de 1930 The New Yorkers, vio amainar un poco la polémica tras asignar esta canción a Elizabeth Welch, una cantante negra, en lugar de a la actriz blanca Kathryn Crawford. Para completar el cambio de imagen, el telón de fondo de esta canción fue sustituido: de un restaurante de Madison Avenue pasó a mostrar la fachada del Cotton Club de Harlem. Con estas modificaciones, una canción acerca de una prostituta ya no parecía tan objetable. Cuando la vocalista blanca Dottie O’Brien lanzó “Four or Five Times” en 1951, muchas estaciones de radio la prohibieron, aunque las cantantes negras habían interpretado esta canción durante muchos años sin generar la menor protesta. A inicios de la década de 1950, Dean Martin se colocó entre los veinte primeros con sus éxitos “If” y “I’ll Always Love You”, pero cuando presentó “Wha! Bam! Thank You Ma’am”, muchas emisoras se negaron a pasarla, y la canción (a diferencia de “Sixty Minute Man”, lanzada casi a la vez) jamás apareció siquiera en las listas de Billboard. Todo este intento de segregar el mercado de la música comercial en sectores blancos y negros resultó imposible en la práctica. (...)


Más o menos por la época en que el Tribunal Supremo dictó sentencia en el caso “El consejo de educación”, poniendo fin a la segregación en las escuelas estatales, los adolescentes estadounidenses comenzaron a subvertir la segregación del mercado de la música. Sorprendían a los DJs de las radios y a los dueños de tiendas de discos con su interés por el rhythm-and-blues. Puede que los primeros en ver venir el cambio fueran los dueños de rockolas. Estos observadores minuciosos del comportamiento juvenil, que vigilaban su inversión céntimo a céntimo, no tardaron en percatarse de que hasta las barriadas blancas necesitaban acceder a los éxitos del R&B negro. Inicialmente, muchos comercios minoristas con clientela blanca no tenían estos discos en su inventario, pero la mayoría de ellos tendrían que incluirlos en su stock para responder al aumento de la demanda. Influyentes disc-jockeys de la radio (Alan Freed en Nueva York, Dewey Phillips en Menphis, Bill Randle en Cleveland, y muchos otros) también reconocieron el cambiante paisaje de la música popular norteamericana y contribuyeron a acelerar el auge de la nueva moda: cantantes blancos que se inspiraban en los ejemplares más desinhibidos del R&B negro. A Phillips se le considera el primer locutor de radio que pasó un disco de Elvis Presley y Freed incluso afirmó haber creado el término rock’n’roll. Ante todos estos ardientes defensores con acceso a las ondas radiales, no hacía falta ningún fallo del Tribunal Supremo para integrar la música popular elegida por los adolescentes estadounidenses. Visto hoy, la decisión de toda una generación de jóvenes de abrazar una música ruidosa y orientada al baile, ya fuese rhythm-and-blues o rock’n’roll blanco, parece una reacción inevitable al pop insulso de principios de la década de 1950. Sin embargo, este cambio de guardia no tuvo lugar sin conflictos y represalias, especialmente por parte de aquellos que temían el contagio moral de esta nueva música. (...)


El punto de inflexión en este debate público llegó con la famosa aparición de Elvis Presley en septiembre de 1956 en El show de Ed Sullivan. Presley tuvo la mala suerte de tener un nombre inusual que rimaba con “pelvis”; pero sin duda sus movimiento por debajo del cinturón hubieran generado chistes y escándalo en cualquier circunstancias. Sullivan, por su parte, había declarado anteriormente que las actuaciones lascivas de Presley eran incompatibles con los valores familiares de su audiencia, pero cambió de opinión luego de que el presentador rival, Steve Allen, alcanzara un enorme ráting televisivo con una aparición de Elvis. La primera visita de Elvis al programa de Sullivan resultó muchísimo más popular de lo que nadie hubiera previsto. Más del 80% de la audiencia estadounidense sintonizó su televisor esa noche para ver al apuesto cantante. La CBS ofrecio a los espectadores apenas un vistazo de la famosa pelvis, enfocando el tren superior de Presley en la mayoría de las tomas. Pero el público en las casas podía imaginarse lo que se estaba perdiendo, por los gritos de las jovencitas que asistieron al programa. Puede que los moralistas ganaran esta pequeña batalla de los ángulos de cámara, pero perdieron la guerra. Cuando Presley cantó “Hound Dog” durante una segunda visita al programa de Sullivan cuatro meses después, la cadena permitió a la audiencia estadounidense contemplar por más tiempo las caderas giratorias del cantante. Y definitivamente les gustó lo que vieron. (...)


Cuando Presley cantaba “Love Me Tender”, un superéxito de 1956 y una de las canciones que aparecieron en El show de Ed Sullivan, no se desviaba mucho del patrón de las viejas canciones de amor (de hecho, la música de este mega hit provenía de “Aura Lee”, una canción de la guerra de Secesión, y la letra lacrimógena nos recuerda las sentimentales baladas de salón del siglo XIX). Lo mismo puede decirse de los Beatles, el siguiente grupo musical llamado a dominar las listas de la música pop. Los inocuos sentimientos que expresaba el primer exitazo del grupo en EE UU, “I Want to Hold Your Hand”, ni se acercan al provocativo material que ofrecían los grupos de blues y R&B de décadas anteriores. En este punto del apogeo de la banda, sus peticiones románticas más atrevidas eran “Please Please Me” y “Hold Me Tight”. Incluso en años posteriores, las canciones más experimentales de los Beatles –“A Day in the Life”, “Revolution #9”, “I Am the Walrus”, “Strawberry Fields Forever” y otras piezas originales e innovadoras– rara vez eran canciones de amor. Las baladas de amor más populares de la banda, canciones agridulces como “Yesterday” y “Michelle”, no resultaban particularmente revolucionarias. A menudo aparecían versionadas por veteranos de la era del swing o proveedores de “música fácil” y los padres y a veces hasta los abuelos podían disfrutar con ellas. (...)


Cuando los Beatles viajaron a Estados Unidos en febrero de 1964, el mismo frenesí estalló antes de que la banda tocara una sola nota. Tres mil clamorosos admiradores recibieron a los chicos de Liverpool a su llegada al aeropuerto Kennedy de Nueva York y, cuando los Beatles aparecieron en El show de Ed Sullivan dos días después, unas cincuenta mil personas trataron de conseguir asientos en un auditorio en el que no cabían más de ochocientas. Setenta y tres millones de estadounidenses los vieron desde sus casas, un nuevo record de audiencia. En contraste con el controvertido debut de Presley, la CBS ofreció numerosas tomas de cuerpo entero de la banda, pero el verdadero espectáculo tenía lugar entre el público. Después de la presentación de Ed Sullivan, la cámara giró inmediatamente hacia los enfervorecidos fans, un grupo compuesto casi por completo por mujeres. El objetivo de la cámara regresó a la banda, pero unos segundos más tarde, la cámara se vuelve una vez más hacia el frenesí del público, centrándose en una colegiala que parece estar hiperventilando. Al final de la canción la cámara recorre otra vez el público; los pocos chicos asistentes mostraban una cierta compostura, en tanto que las chicas exhibían todos los síntomas de una histeria colectiva. Todas las canciones que los Beatles tocaron en El show de Ed Sullivan fueron canciones de amor, pero su fervor romántico se quedaba en nada frente a la devoción que mostraron las espectadoras. Quienes buscaban canciones de amor transgresoras hallaban un material más atrevido en la música de los Rolling Stones, que pronto emergerían como el principal rival de los Beatles por el amor de los fans de la música rock. Los Stones tenían un vínculo más fuerte con la tradición del blues, como demuestra este ejemplo: cuando Keith Richards se reencontró con su viejo compañero de clase Mick Jagger en una estación de trenes en 1961 –un encuentro casual que condujo a la creación de la banda–, quedó sumamente impresionado por el conocimiento que tenía Jagger de los artistas estadounidenses del blues y el R&B. En una carta a su tía, Richards escribió con entusiasmo unos meses más tarde: “Tiene todos los discos de Chuck Berry, y sus colegas también, son fans del rhythm and blues, del verdadero R&B (no esa porquería de Dinah Shore y Brook Benton), Jimmi Reed, Muddy Waters, Chuck, Howlin’ Wolf, John Lee Hooker, toda la gente del blues de Chicago, están al tanto de lo último y maravilloso […] Además de eso, Mick es el mejor cantante de R&B de este lado del Atlántico, y de eso no cabe la menor duda”. (...)


(I Can’t Get No) Satisfaction” proclamaba el primer sencillo de los Stones que se hizo famoso en Estados Unidos, pero allá en Inglaterra muchos fans solo podían oír el disco en estaciones de radio piratas, debido al carácter sexual de la letra de esta canción. Sin embargo, cuando la banda lanzó “Let’s Spend the Night Together” en 1967, incluso muchos disc-jockeys americanos se negaron a pincharla y la canción de la otra cara del sencillo, “Ruby Tuesday”, subió en lugar de ella hasta el primer puesto en las listas. Los Rolling Stones insistieron en tocar la canción prohibida en El show de Ed Sullivan. El conflicto que esto provocó entre el presentador y la banda solo se resolvió cuando Jagger accedió a cambiar la letra por “let’s spend some time together”. Los moralistas (una vez más) ganaron la batalla, pero perdieron la guerra, pues los Stones se beneficiaron de su reputación de creadores de canciones de amor prohibidas. Los fans los recompensaron empujando sus posteriores lujuriosos sencillos “Honky Tonk Woman” y “Brown Sugar” hasta el primer lugar de las listas del Billboard. Pero no descartemos a los Beatles, cuya reacción fue la más ambiciosa de todas: nada menos que un intento de reelaborar la canción de amor en el espíritu de la época. Durante la segunda mitad de la década de 1960, las palabras amor y paz se habían convertido en poderosos mantras del movimiento juvenil. John Lennon y Paul McCartney comprendieron, antes que la mayoría de sus colegas, que sus canciones necesitaban cambiar, respondiendo a esta ampliación del concepto de amor. El término ahora significaba mucho más que romance o sexo; también expresaba un movimiento social, una identidad generacional y una fuerza cósmica fabulosa y de moda. Cuando los Beatles estrenaron su nueva canción “All You Need Is Love” en una trasmisión global de televisión por cable, el 26 de junio de 1967, unos cuatrocientos millones de personas vieron su actuación. En una jugada brillante, a Lennon se le ocurrió un título para esta canción que funcionaba también como una pegajosa consigna –igual que haría años después con “Give Peace a Chance” y “Power to the People”– y, para subrayar el espíritu comunal y participativo de este llamamiento, la banda actuó rodeada de jóvenes fans, casi como si todos estuvieran coreando la canción en lugar de tratarse de un estreno. “All You Need Is Love”, que fue lanzada como sencillo pocos días más tarde, alcanzó en el primer lugar de las listas tanto de Inglaterra como de Estados Unidos. (...)


La generación madura tendía a mirar con suspicacia estas exhortaciones, tanto musicales como de otro tipo, a que los jóvenes se unieran al love-in (término que apareció en el discurso nacional en 1967, para aludir a cualquier reunión donde predominase el espíritu emergente). ¿No era esto simplemente el ancestral llamamiento a la promiscuidad sexual, disfrazado con ropajes psicodélicos? Pero las canciones de amor más representativas de este efímero momento eran algo más que erotismo musical. De algún modo lograban combinar con la carga sexual elementos de espiritualidad y de elevada conciencia social. Quienes hayan seguido hasta aquí esta historia reconocerán la semejanza con los intentos de Rumi, Dante, Francisco de Asís y de otros, a finales de la Edad Media, por crear un nuevo tipo de canción de amor, que también buscaba llevar a sus oyentes “higher and higher”. Hacia finales de 1964, John Coltrane captó este mismo espíritu con su grabación de A Love Supreme, un disco que se adelantó en más de dos años a la mentalidad del Verano del Amor. En este punto de su carrera, el típico álbum de John Coltrane vendía cerca de treinta mil unidades, pero antes de que terminara esa década los fans habían comprado medio millón de ejemplares de A Love Supreme. En retrospectiva, todo el concepto de reescribir no solo las reglas de la canción de amor, sino también su contexto sociopolítico, parece de un idealismo salvaje y condenado al fracaso inevitable. Pero durante los últimos años de la década de 1960, esa transformación encandiló e inspiró no solo a visionarios y hippies, sino a una inmensa parte de los jóvenes de esa generación. (...)


Puede que Woodstock definiese a una generación, ¿pero qué consenso podría haber sobre el sentido de esta definición? Sí, algunos observadores ensalzaron a Woodstock como la vanguardia de una forma superior de amor, pero otros tantos lo vieron como un desbordamiento de la cultura de las drogas, o la culminación de las protestas de la década de 1960, o un utópico interludio de euforia juvenil, o simplemente la autoadoración de una generación narcisista. Puede que hasta unos pocos lo consideren un hito en la historia de la música. Pero sea cual fuere el veredicto, los tiempos estaban ahora cambiando, si bien en una nueva y sorprendente dirección, tan diferente de Woodstock como del viejo rock’n’roll de Elvis y compañía. A principios de la década de 1970, la música popular dio un giro introspectivo, liderado por una nueva generación de cantautores que hacían más hincapié en la expresión personal y la autorrealización que en las utopías sociales derivadas del amor. (...)


Los fans adoraban la cubierta de The Freewheelin’ Bob Dylan por su imagen romántica de Dylan acurrucado con su novia Suze Rotolo, pero las canciones más famosas del LP, “Blowin’ in the Wind” y “A Hard Rain’s a-Gonna Fall”, pese a todo su lirismo, son himnos de protesta social, y “Don’t Think Twice, It’s Alright” es una canción de separación sin dolor, un seco adiósy-que-te-vaya-bien. Dylan tampoco se acerca demasiado al romance en sus otros éxitos de este periodo, canciones antológicas como “Mr. Tambourine Man”, “The Times They Are A-Changin” y “Like a Rolling Stone”. Cierto, Dylan era capaz de abordar temas más íntimos, e incluso de hacerlo con brillantez –como prueba de esto basta escuchar “Lay Lady Lay” de 1969–, pero uno siempre tuvo la impresión de que, como diría Bartleby el escribiente, él prefería no hacerlo. (...)


Lo mismo puede decirse de Paul Simon, el otro precursor del renacimiento de los cantautores de la década de 1970, quien alcanzó una y otra vez el éxito en la década de 1960 con canciones en su mayoría desprovistas de romance, que hablaban de un boxeador, una visita al zoológico y el sonido del silencio. ¿Podemos clasificar “Homeward Bound” y “I am a Rock” como canciones de amor? ¿Y qué hay de “Feelin’ Groovy” o “The Dangling Conversation”? Bueno, quizá, pero aquí el romance tiene un papel secundario. Cuando la canción “Mrs. Robinson” apareció en la película El graduado, se le añadieron elementos de erotismo y una seducción intergeneracional que no se encuentran en la canción original. Aun así, hay un tono de trascendencia emocional en las canciones de Simon & Garfunkel, como en su éxito de 1970 “Bridge over Troubled Water”. Pero el amor personal, en todo su éxtasis y sus miserias, vendría a ser el tema dominante de los cantautores de principios de la década de 1970. El periodo entre 1970 y 1975 se define como el gran momento del pop lírico y poético en la era moderna y no me sorprende en absoluto que el término trovador comenzara a aparecer una y otra vez en la crítica musical y en la conversación cotidiana de los fans. De hecho, el club nocturno de Los Ángeles donde se concentraba la vanguardia de este movimiento se llamaba incluso The Troubadour, y aunque ya se llamaba así desde la década de 1950, el título aludía ahora con misteriosa precisión a los artistas que actuaban en su escenario. Entre ellos figuraban Joni Mitchell, Elton John, Carole King, James Taylor, Van Morrison, Neil Young, Cat Stevens, Neil Diamond, Billy Joel, Randy Newman, Laura Nyro, John Denver, Jackson Browne, Linda Ronstandt, Gordon Lightfoot, Don McLean, Kris Kristofferson, Carly Simon y muchos otros que ayudaron a conformar el estilo, más íntimo y confesional, de la expresión musical de este periodo. Apenas unos años atrás, grupos de rock enchufados y con nombres extravagantes, desde los Animals hasta los Zombies, habían dominado las ondas de radio, pero ahora individuos con opiniones muy personales, a veces estrafalarias, sobre las cosas y muy especialmente sobre el amor romántico, pasaron a ocupar el primer plano en el mundo de la música popular. Algunos de los éxitos de este periodo eran desconsolados (“Feelings … wo, wo, wo Feelings!”) o vergonzosas (“You’re Having my Baby!”) o lacrimógenos (“Alone Again Naturally”) o sencillamente raros (“Bye, Bye Miss American Pie”). Pero la libertad de la que disfrutaban los artistas para arriesgarse y explorar su propia psique, en escena y por la radio, hasta un grado sin precedentes en la música popular, tendía a compensar los colosales fracasos y los momentos embarazosos. (...)


Pero este giro introspectivo también podemos detectarlo en otros estilos del pop romántico de este periodo. Entre las discográficas que se concentraron en el mercado afroamericano, por ejemplo, las fórmulas del rhythm and blues habían sido remplazadas gradualmente por un estilo más nuevo llamado “soul music”. Y así como las bandas de rock de la década de 1960 fueron cediendo terreno ante los artistas individuales de principios de los 70, la música soul también experimentó un cambio similar con el surgimiento de megaestrellas unipersonales. Diana Ross dejó a las Supremes para seguir una exitosa carrera en solitario en 1970 y jamás miró hacia atrás. Más o menos por esa época, Smokey Robinson se separó de los Miracles, Eddie Kendricks abandonó a los Temptations, y Michael Jackson comenzó una carrera en solitario al margen de su trabajo con los Jackson Five. Stevie Wonder, el más famoso músico popular afroamericano de este periodo, había triunfado como artista en solitario desde el inicio de su carrera, pero incluso su música adoptó un tono aún más individualista. Anteriormente había trabajado con compositores profesionales de canciones y en un formato estrictamente controlado que le imponía la discográfica Motown, pero entonces demostró que podía alcanzar éxitos aún mayores no solo escribiendo su propio material, sino a menudo tocando múltiples instrumentos (a veces todos) en sus grabaciones a través de sucesivas mezclas. Otras luminarias de la música negra de esta época –como Marvin Gaye, Bill Withers y Roberta Flack– contribuyeron a borrar la distinción entre los artistas del soul y la nueva hornada de cantautores. (...)


Así como los músicos de jazz habían jugado un papel clave en el fin de la segregación racial en años anteriores, los rockeros marchaban ahora a la vanguardia introduciendo entre el público general conceptos heterodoxos sobre el género y la definición sexual. En 1972, la estrella británica del pop rock David Bowie creó su personaje escénico Ziggy Stardust (una mezcla de conceptos de ciencia ficción, androginia y atrevidas selecciones de estilo y vestuario). Más o menos por esta época, Marc Bolan, líder de la banda T. Rex, comenzó a ponerse purpurina en los pómulos y a usar boas de plumas, a partir de lo cual se elevó a los primeros puestos de las listas de éxitos. En 1970, Bryan Ferry malvivía en Londres como profesor de cerámica y restaurador de muebles, pero poco después, con ayuda de una falsa piel de leopardo y una generosa capa de maquillaje, se puso al frente de la popular nueva banda Roxy Music, un conjunto que integraba atractivas melodías pop rock y un despliegue de modas futuristas. Lou Reed, después de abandonar la Velvet Underground, designó a Bowie como productor de su álbum Transformer, y su famoso sencillo “Walk on the Wild Side” bien pudo ser el himno de esta cultura emergente. Un sinnúmero de otras bandas y artistas estaban en la misma sintonía, y la industria de la música bullía con el tema del “glam rock” y el “glitter rock”. Estas etiquetas implicaban una ostentación superficial sobre los escenarios, pero ello no lograba encubrir las profundas transformaciones sociales que estaban logrando introducir, en los hogares y en los reproductores musicales de adolescentes y veinteañeros, elementos de entretenimiento anteriormente limitados a shows de travestis y otros espectáculos clandestinos (...).


Esta sensación de liberación dentro de las discotecas tuvo especial resonancia dentro de las comunidades gays de las grandes ciudades, donde apenas unos años atrás había estado estrictamente prohibido el baile entre personas del mismo sexo. En los disturbios de Stonewall de 1969, los dueños de un club gay de baile en el Greenwitch Village de Nueva York respondieron violentamente a los ataques de la policía, consiguiendo el apoyo de muchos espectadores y de miembros de la comunidad. Su resistencia contribuyó al surgimiento de un enérgico movimiento a favor de los derechos de la comunidad gay y, a la larga, generó un mayor nivel de tolerancia por parte de las autoridades legales. Antes de este significativo acontecimiento, los dueños de bares gays estaban acostumbrados a las redadas de la policía, que fiscalizaba su gestión de los locales e intervenía cada vez que los hombres bailaban con otros hombres, o incluso si se miraban provocativamente en el salón de baile. Al emerger el fenómeno de las discotecas pocos años después, los homosexuales jugaron un papel clave en casi todos los aspectos de este movimiento, sirviendo como disc-jockeys, miembros de bandas, clientes y promotores. (...)

Cuando los principales artistas del género querían abordar otros temas, generalmente tenían que condensar su mensaje en las frases más simples posible, ya que los grandes éxitos de la música de baile empleaban mantras repetidos, un enfático puñado de consignas lanzadas a un ritmo predecible, que caía casi siempre entre los 110 y 140 golpes por minuto. En sus primeros tiempos, el rock’n’roll también había dado señales de incurrir en fórmulas inanes y autorreferenciales, pero aquella música había logrado rebasar temas como “Rock Around the Clock” y “The Twist”, evolucionando hacia The White Album y Exile on Main Street. La música disco, en cambio, no logró trascender las recetas que originaron sus primeros éxitos, y hasta sus más fervientes promotores en los clubes de baile, pronto comenzaron a buscar algo nuevo y diferente. (...)

Muchos fans anhelaban algo más fuerte, menos predecible y simplemente más obsceno que una música de baile o electrónica, e incluso antes de que la música disco hubiera pasado de moda, el punk y la nueva ola habían emergido como alternativas más transgresoras, sirviendo de imán y de inspiración como estilo de vida para los rebeldes, los radicales y otros miembros desafectos de la joven generación. La aparición de bandas como los Sex Pistols, Ramones, The Clash y Talking Heads demostró que la visión original detrás de la revolución del rock –su promesa de escandalizar, sorprender y subvertir– no había perdido su fascinación. Aunque algunos cantautores individuales, como Patti Smith, Joe Jackson o Elvis Costello, se adaptaron a los nuevos principios, esta fue sobre todo una época de bandas nuevas con alto octanaje y escaso superego freudiano. (...)



En esta fase tan avanzada de la evolución del rock, ¿era posible todavía cruzar nuevas fronteras, cantar acerca de cosas jamás cantadas con anterioridad? Estas bandas erigieron su reputación justamente sobre la base de este pacto con sus fans. Los Sex Pistols celebraron el jubileo de plata de la reina Isabel con “God Save the Queen”, un tema cáustico y desafiante que fue prohibido por la BBC y casi con certeza hubiese conllevado un proceso criminal años atrás. Para su primer sencillo, el grupo escogió “Anarchy in the UK”, y uno de sus miembros, Johnny Rotten explicó que la idea de cantar acerca de un anarquista provino de la necesidad de encontrarle una rima a “anti-Christ”. No, estas palabras no riman, pero en el espíritu de la época, combinar anarquista con anticristo tenía una lógica punk que ningún fan podía negar. Si una banda lograba encontrar algún tabú que no hubiera sido violado en la música popular, lo convertían en canción, como hicieron los Ramones con “Now I Wanna Sniff Some Glue”, los Talking Heads con “Psycho Killer”, y Devo con “Mongoloid”. (...)


Los más sofisticados grupos musicales que alcanzaron el primer plano más o menos en albores de la década de 1980, como The Police, Culture Club, Joy Division o The Smiths, apostaban por una trabajada sensibilidad pop, pero incluso en ellos el tono antirromántico descollaba como un elemento definitorio. Las canciones de amor preferidas por los fans a menudo eran extrañas o cínicas o frívolas; caracterizadas, por ejemplo, por un incómodo flirteo en “This Charming Man” de The Smiths, por la resignación en “Love Will Tear Us Apart” de Joy Division, o por una extrañeza general en “Karma Chameleon” de Culture Club. Morrisey, vocalista de The Smiths, afirmaba en las entrevistas ser célibe y, aunque sus posteriores revelaciones ponen en entredicho esta aseveración, su reafirmación de la asexualidad estaba muy en sintonía con la atmósfera del pop rock progresivo de finales de la década de 1970 y principios de la siguiente. En su canción de 1978 “Lipstick Vogue”, Elvis Costello anunció que el amor era un tumor que había que extirpar. Un año después, la banda Gang of Four comparaba el amor con un ataque de ántrax. No todas las estrellas del rock llegaron a esos extremos, pero podía verse un rechazo general de la visión utópica del amor y el sexo de la década de 1960 en una amplia gama de obras, desde el tono castrado del minimalismo de Brian Eno hasta la sonoridad shoegaze de “My Bloody Valentine”. Y cuando el sexo no estaba ausente, por lo general tendía hacia alguna parafilia. (...)


The Police acumulaba más ventas que cualquiera de estos artistas de la década de 1980, y sus grandes éxitos abarcaban una amplia gama de fetiches y traumas, incluyendo el masoquismo de “King of Pain” y “Wrapped Around Your Fingers”, las jactancias del acosador burlón de “Every Breath You Take” y las espeluznantes evocaciones de Humbert Humbert de “Don’t Stand So Close to Me”. Nunca desde la era medieval la música romántica se había visto tan desfavorecida. Sin embargo, mientras que los rockeros y las bandas de la nueva ola renunciaban a los sentimientos más tiernos, entró en la ecuación un factor inesperado. Pocos meses después de la muerte de Sid Vicious, un ex DJ llamado Robert Pittman y el antiguo manager de la emisora de radio CBS John Lack apelaron a sus supervisores de la Warner Amex Satellite Entertainment Company, solicitando veinte millones de dólares para financiar un atrevido plan de combinar televisión por cable, canciones de éxito y secuencias de vídeo. Al final de la presentación, los ejecutivos decidieron aportar el efectivo, concretándose así el lanzamiento de la MTV. (...)

así como el punk rock y sus derivados habían contribuido a eliminar el erotismo y el romance de la música comercial, la MTV y el formato del vídeo volvieron a colocarlos en primer plano, creando una nueva fórmula de entretenimiento popular que redefiniría la canción de amor en la época moderna. Hasta cierto punto, todavía estamos viéndonoslas con sus secuelas. (...)

Es difícil afirmar que la atracción sexual vaya a pasar de moda alguna vez, pero cualquiera que haya analizado las cosas desde la perspectiva de la música popular de vanguardia a finales de la década de 1970 y principios de la de 1980 podría haber llegado a pensar que un nuevo puritanismo había infectado a las principales bandas de rock. Nunca, desde la época de los castrati había sido tan popular la asexualidad, y tan bajos los niveles de excitación. Las estrellas del punk y de la new wave rehuían el romance –David Byrne de Talking Heads resumió este sentimiento, anunciando en su canción “Life During Wartime”: “no hay tiempo para bailar, ni para el romance; no tengo tiempo para eso ahora”. La llama romántica tampoco ardió demasiado en las bandas de synthpop o glam metal de la época. Cuando Mötley Crüe lanzó su primer disco en 1981, los miembros de la banda escogieron sabiamente el título Too Fast for Love [Demasiado rápido para el amor] y muchos fans aplaudieron estas prioridades. El ambiente de las discotecas, en particular, fue objeto de frecuentes parodias, por parte de todo el mundo, desde Frank Zappa hasta Barrio Sésamo, y los clichés eróticos de ese código generaron reacciones airadas incluso dentro de la propia industria musical. (...)



unos pocos años, la epidemia del SIDA provocaría que muchos se lo pensaran dos veces antes de tener sexo, pero antes de que las autoridades médicas y los medios identificaran esta situación, se percibía en las ondas de la radio un notable retroceso de la intimidad. (...)

El surgimiento del vídeo musical y el auge de la televisión por cable transformaron la canción de amor en un género visual, y los artistas más exitosos de la década –Michael Jackson, Madonna, Prince, Whitney Houston, y otros– sacaron el máximo partido del nuevo formato. Pocos prestaron atención cuando la MTV comenzó a trasmitir vídeos musicales en agosto de 1981. Por entonces solo una cuarta parte de las familias estadounidenses tenía acceso a la televisión por cable y el concepto de filmar las interpretaciones de las canciones de éxito era cualquier cosa menos nuevo: Hollywood lo venía haciendo desde la década de 1920. Pero el rápido auge del cable durante la década de 1980 y la atención de la industria musical para elaborar presentaciones en video de éxitos potenciales se combinaron para transformar la relación entre el artista y su público. (...)

La canción de amor cambió inevitablemente frente a esta perturbación en la industria de la música. Las discográficas siempre habían favorecido el talento unido a la belleza y a la sensualidad, pero estos atributos ahora se volverían primordiales. Ya no importaría tanto la capacidad de tocar un instrumento o componer canciones. Tras el apogeo de la MTV, Paula Abdul pudo emerger de las filas de las animadoras de los Lakers de Los Ángeles para convertirse en una estrella del pop, y este cambio tuvo muchísimo sentido, dado el nuevo énfasis en el erotismo y los pasos de baile “cool”. El dúo Milli Vanilli, invitados por Abdul a sumarse a su gira patrocinada por MTV, ni siquiera eran capaces de cantar sus propias canciones, pero lucían bien en cámara y bailaban con gran energía (de haber logrado sincronizar mejor los labios a la hora de doblar las canciones, quizá no hubieran terminado siendo el hazmerreír de la industria musical, e incluso seguirían siendo estrellas del vídeo musical). (...)


Algunos se quejaban de que la música se estaba convirtiendo en un espectáculo de choques y restregones (en honor a la verdad, muchos de los movimientos de baile de los vídeos de éxito no fueron creaciones de George Balanchine o Martha Graham, sino que se originaron en los clubes de strip-tease y los espectáculos burlesque). Sin embargo, la propia naturaleza del medio exigía inexorablemente que la canción de amor se transformara en una demostración física, y la naturaleza compacta del vídeo musical, por lo general de tres o cuatro minutos de duración, hacía casi imposible comunicar los matices de una historia de amor. Ocasionalmente, algún artista estiraba este formato y añadía un contexto narrativo a la canción y a la coreografía –como hizo, por ejemplo, Michael Jackson en 1982 con su vídeo de trece minutos Thriller, producido con un presupuesto de medio millón de dólares–, pero pocos músicos tenían el presupuesto o la inclinación de contar historias estructuradas. Usualmente el vídeo requería que los intérpretes fueran al grano y, en materia de amor, esto significaba menos cortejo, menos sensualidad y más embestidas de cadera y pelvis en plano. No todas las canciones en los vídeos de la MTV tratan de amor y sexo, pero una vez terminados el cásting, la coreografía y el vestuario, hasta las canciones menos románticas, como “Walk Like an Egyptian” o “Express Yourself”, quedaban notablemente erotizadas. (...)


este motivo de baile pronto se hizo moneda corriente en la MTV y, pese a toda su incongruencia, el público lo encontraba irresistible. En el vídeo de Cher para “If I Could Turn Back Time”, la artista se pasea coquetamente por el portaaviones USS Missouri, escoltada por un cuadro de marineros uniformados, vistiendo ella un atuendo más adecuado para hacer un lap dance que para cualquier actividad náutica. David Lee Roth canta “California Gilrs” para más de una docena de atractivas mujeres en diminutos bañadores, pero él permanece elegantemente vestido de pies a cabeza, con chaleco y corbata. Madonna adoptó un concepto similar, retratando a una bailarina de peepshow en su vídeo “Open Your Heart”. (...)


Madonna descubrió que la combinación de erotismo e iconografía cristiana suscitaba algunas protestas, y una saludable dosis de publicidad y ventas. Algunos artistas se aventuraron a incluir contenido homoerótico, por ejemplo la banda británica Frankie Goes to Holliwood, cuyo vídeo inicial para su exitoso “Relax” estaba ambientado en un club gay de sadomaso. Pero la transgresión se iba a pique si un vídeo rebasaba los límites establecidos para los materiales televisivos. En el caso de “Relax”, la banda tuvo que filmar un segundo vídeo para su canción, mucho más inocuo que el primero. (...)


La canción “Rhythm Nation” parece una torpe vocalización para un país imaginario que no podía permitirse un verdadero himno nacional, pero Janet Jackson al frente de una sensual tropa paramilitar de bailarines lo convirtió en uno de los vídeos más fascinantes de la época, una especie de steampunk sexy para la audiencia de MTV. La canción “Cherish” de Madonna no solo reutiliza el título de un sencillo famoso de The Association de hacía más de veinte años, sino que hasta copia sus palabras iniciales; y la referencia a Romeo y Julieta en la letra –supuestamente la canción estuvo parcialmente inspirada en Shakespeare– echa mano a un simbolismo romántico aún más viejo, de lo más banal y predecible. Así y todo, la grabación terminada resulta contagiosa e invita a bailar, y su vídeo extraordinariamente cinemático, con alusiones al romance playero de De aquí a la eternidad, llevó el atractivo sabor de la música pop a sitios jamás imaginados por el bardo de Avon. Tal fue el destino de las más populares canciones de amor de la era de la MTV: las letras apostaban por clichés trillados, pero el espectáculo era simplemente irresistible. (...)


Con el auge del rap gangsta, más o menos por esta misma época, los temas románticos quedaron aún más relegados. Las posturas desafiantes de N.W.A., Public Enemy y otros grupos de rap de la época con contenido político no dejaban mucho margen para la coquetería verbal y la charla de alcoba postcoital. Esta música requería un tono más rudo. Sus fans querían el lenguaje de la calle, no palabras azucaradas. Esto es cuantificable en el sitio web Rap Genius, que ofrece una medida estadística de la frecuencia con la que aparecen diversos términos en las letras de rap. La base de datos de este sitio, que se remonta a 1998, demuestra que cada año el término bitch [perra] aparecía con mayor frecuencia que mujer o chica o amante. La palabra romance está prácticamente ausente de la base de datos, aunque pistolas, coches y dinero son términos recurrentes. Ocasionalmente una perspectiva femenina pasaba al primer plano de la cultura hip-hop con Salt-n-Pepa, Queen Latifah y otras raperas que surgieron a finales de la década de 1980 para contrarrestar el tono dominante de los hombres, pero nunca con bastante influencia para cambiar la cultura machista de este género. Ya hemos visto algo similar en nuestro análisis del punk. Los exponentes de un estilo musical desafiante y cargado de testosterona se enorgullecen de sus actitudes intransigentes y sus truculentas figuras expresivas, pero les cuesta trabajo encontrar un modo de abordar el lado más íntimo de las relaciones humanas. Y la hostilidad hacia el romance, pese a su atrayente atmósfera agresiva, tiende a limitar el potencial de ventas. Sin embargo, a diferencia de los punks, los raperos encontraron una solución al problema. Los hombres del rap llenaron sus vídeos de mujeres provocativamente vestidas, que se meneaban y retorcían y sacudían las ancas como jinetes sin caballo. Las letras rebosaban de alusiones sexuales, a menudo en los términos más vulgares. Pocos grupos de rap cultivaron más esta vena explícita en la música –o suscitaron más pleitos por censura y etiquetas de advertencia en sus discos– que 2 Live Crew, cuyo LP de 1989, apropiadamente llamado As Nasty as They Wanna Be [Todo lo obscenos que quieran] hizo historia no solo como doble disco de platino, sino como el primer álbum en la historia de EE UU que un tribunal de distrito certificó como obsceno (decisión revocada más tarde por el tribunal del onceavo circuito). (...)


El motivo del hombre vestido cantándole a (o bailando con) una mujer semidesnuda se volvió moneda corriente en las décadas de 1980 y 1990. Lo podías ver en todas partes, desde las revistas de moda hasta las entregas de premios en la tele. Hasta la generación anterior de estrellas del rock y el soul aprendió a jugar este juego. Durante su dueto televisado con Tina Turner en el concierto de beneficencia Live Aid de 1985, Mick Jagger le arrancó la falda a su compañera en mitad de la canción y pocos creyeron que esto hubiese sido un gesto involuntario, como explicó Jagger más tarde. Hoy tenemos un nombre para estos accidentes que tanto complacen a las multitudes: wardrobe malfunction [desperfecto en el vestuario], pero mucho antes del show del intermedio de la Super Bowl de 2004, que introdujo esta frase en el vocabulario popular, ya la fórmula básica estaba bien establecida. La estrella masculina se viste “para matar” y su compañera se desviste para excitar. La cultura popular había cambiado y el mismo atuendo que alguna vez hubiera provocado un arresto por subvertir la moral pública ahora contribuía a que las mujeres alcanzasen el estrellato como divas bailarinas. Sin embargo, los oyentes que buscaban canciones de amor afectadas, simplistas y sin sexo, todavía tenían muchas opciones, especialmente en género musicales más sanos. La demanda de música country se incrementó en la década de 1990, tal vez como reacción a estas tendencias, y aquí el público podía disfrutar de temas sentimentales que hablaban de amor sincero sin nada que pudiera ofender la sensibilidad más delicada. Es difícil imaginar una canción de amor más empalagosa que “Achy Breaky Heart”, lanzada por Billy Ray Cyrus en 1992, pero el público recompensó sus asépticas y sensibleras declaraciones de añoranza comprando veinte millones de copias del disco Some Gave All que contenía esta canción tantas veces ridiculizada y parodiada. (...)


En algún punto las canciones comenzaron a perder su mística como llamamientos, potenciales o reales, a una grandiosa utopía colectiva; de hecho, como la mayoría de los productos de consumo, se fueron afinando y ajustando a segmentos específicos del mercado. Con la proliferación de opciones y géneros, difícilmente un tipo de canción de amor podría ser “el himno de toda una generación”, como fue el caso durante la Era del Swing o la Era del Rock. El cambio ha sido gradual, pero el resultado final es indudable. Cuando los comediantes de las décadas de 1960 y 1970 se burlaban de las pretensiones sociales de la música, a menudo se reían de la gente que se sentaba en corros y cantaba “Kumbaya”, pero el humor de principios del siglo XXI hizo blanco más bien en el corredor o el peatón con auriculares, consumiendo beatíficamente una banda sonora autónoma y unipersonal. La llegada de internet, con sus infinitas oportunidades de personalización y aislamiento, no hizo sino acelerar la adopción de tendencias ya existentes y contribuyó a alejar el consumo de música de aquellos sitios tradicionalmente destinados al cortejo y el romance –los salones de fiesta, clubes nocturnos o las reuniones sociales donde antaño las parejas solían encontrarse, flirtear y bailar. YouTube y los servicios de reproducción online agarran el primitivo concepto de música personalizada, que nació con las mixtapes y el walkman, y lo llenan de esteroides. Los auriculares de alta gama y otras tecnologías de inmersión enriquecen la experiencia, pero también nos distancian. Si los fans mostraban su pasión por Sinatra o los Beatles aplaudiendo y gritando, ahora muestran lo mismo por las bandas del nuevo milenio haciendo clic y consumiendo sus vídeos online. En el siglo XXI, un joven amante todavía puede llevar a su chica a escuchar música en vivo o a bailar, compartiendo una sonoridad sensual en pos de objetivos románticos. Pero con el auge del entretenimiento virtual, este tipo de consumo musical en pareja se va haciendo más y más raro. Las tecnologías para la difusión de la música intentan más bien que esta llegue a su público a razón de un miembro por vez y, como resultado inevitable, la distancia entre cortejo y audición se ensancha cada vez más. En este contexto, la música del amor va liberándose gradualmente de los rituales de los amantes y atrincherándose en nuestras fantasías, nuestros momentos de soledad con nuestra interfaz digital preferida. (...)


"El sexo vende”, como he oído decir una y otra vez. Quienquiera que sea el autor de esa cínica divisa comercial debió de trabajar en la industria de la música. Pero incluso el sexo –o al menos la música sexualizada– exige variedad, y las estrellas emergentes han de encontrar el modo de introducir nuevas variaciones sobre el más viejo de los temas. Las bandas de chicas en Asia ahora incorporan elementos de cosplay, anime, filmes de acción y gimnasia en sus provocativas actuaciones. En Estados Unidos, Rihanna lanza vídeos de contenido erótico con todo, desde el sadomaso hasta la ruleta rusa. Elevando el nivel, Lady Gaga adopta los elementos más extravagantes del arte de la performance, tanto en su música como en sus apariciones públicas, y descubre nuevas maneras de acoplar lo auditivo, lo erótico y lo escandaloso. Según lo requiera la ocasión, aparece con un traje color carne, dentro de un gran huevo, con un hilo dental y un sostén hecho de conchas marinas, o (Lady Gaga imitando a Lady Godiva) sin nada en absoluto. Quizá la imagen más poderosa y recurrente en la concepción del siglo XXI de la canción de amor sea esa combinación, tantas veces probada a lo largo del tiempo, del hombre vestido y la mujer casi desnuda, el motivo central de Fosse que se niega a morir. (...)


De algún modo hemos vuelto adonde empezamos en nuestra historia de las canciones de amor. Como recordarán cuando analizamos los cantos de los ritos de fertilidad en la antigua Mesopotamia, hace unos pocos centenares de páginas, nos topamos con que muchos estudiosos se formulaban la acertada pregunta de si estos merecían realmente ser llamados canciones de amor. Los elementos sexuales estaban tan exacerbados y su envoltura romántica tan ostensiblemente ausente, que vacilamos en aplicar la palabra amor a estas actividades. Hoy nos enfrentamos a esta misma pregunta en relación con las más exitosas “canciones de amor” y nos vemos obligados a reflexionar sobre cómo, miles de años después, hemos regresado al punto de partida. (...)
CANCIONES DE AMOR: la historia jamás contada.
TED GIOIA.
Turner, 2022

sábado, 20 de abril de 2024

"LA OTRA GUERRA: una historia del cementerio argentino en las islas Malvinas" (LEILA GUERRIERO)


Seiscientos cuarenta y nueve soldados y oficiales argentinos murieron en combate. El nombre de más de cien de ellos demoró treinta y cinco años en ser esculpido. No en la historia grande sino en una lápida. Con esta camisa iba a bailar. Estas son las cartas que nos mandó desde las islas. Esta es la cadenita que le regaló la novia, el anillo de casado, el reloj, el carnet de la Armada, las fotos de la dentadura y del ataúd y de la fosa que están en el informe que nos entregaron los forenses. Al terminar la guerra, miles de soldados regresaron a sus casas, pero, salvo excepciones, el Estado no notificó oficialmente la muerte de quienes no volvieron. Día tras día, semana tras semana, cientos de familiares recorrieron los cuarteles buscando al muerto vivo, al despedido al pie de un autobús semanas antes. Apostados al otro lado de los muros gritaban: «¿¡Alguien sabe dónde está Andrés Folch?!», «¿Julio Cao, dónde está Julio Cao?», «¡¡Araujo, soldado Araujo!!». (...)

los cuerpos de los combatientes argentinos seguían esparcidos en el campo de batalla. Lo comunicó a sus superiores y, en noviembre de 1982, el gobierno británico presentó una nota a la junta militar argentina preguntando qué hacer. Según sostiene el historiador Federico Lorenz en el texto «El cementerio de guerra argentino en Malvinas»,1 «El gobierno militar respondió [...] autorizando el entierro de sus soldados caídos, pero “reservándose el derecho de decidir, cuando sea adecuado, acerca del traslado de los restos [...] desde esa parte de su territorio al continente”. Las idas y vueltas se debieron a que las consultas oficiales británicas incluían la palabra “repatriación”, algo inadmisible para la Argentina en tanto considera a las islas parte de su territorio». Así fue como el destino de cientos de cadáveres quedó reducido a un asunto semántico: no se repatria lo que está en el suelo propio. (...)

Geoffrey Cardozo recibió la orden de armar un cementerio. Encontró un lugar en el istmo de Darwin. Ejerciendo un oficio fúnebre para el que no tenía entrenamiento, recogió cadáveres insepultos, exhumó los sepultados, revisó uniformes buscando documentos, carnets, placas identificatorias: los rastros de la identidad esquiva. Logró reunir doscientos treinta cuerpos pero ciento veintidós de ellos –restos mudos, sin placas ni documentación– quedaron sin identificar. Los trasladó, a todos, al cementerio. Los envolvió en tres bolsas y, en la última, escribió con tinta indeleble el nombre del sitio donde habían sido encontrados. En las cruces de quienes no tenían nombre hizo grabar una leyenda: «Soldado argentino solo conocido por Dios.» Elaboró un informe minucioso y lo remitió a su gobierno que, a su vez, lo remitió a la Cruz Roja que, a su vez, lo remitió al gobierno argentino. El cementerio se inauguró el 19 de febrero de 1983. Luego, Cardozo volvió a Inglaterra. No regresó a las islas pero jamás dejó de pensar en ellas. Yo supe cómo había muerto mi hermano veinticinco años después de la guerra. Yo pensé que ese cementerio estaba vacío. A mí me habían dicho que estaban en una fosa común. Yo siempre creí que él iba a volver. ¿Cómo nadie nos dijo nada del trabajo que había hecho Cardozo? (...)


En 1983 terminó la dictadura, se restableció la democracia y la guerra quedó en la memoria como el intento agónico del régimen militar por unir al pueblo en torno a una causa épica. Ni los sucesivos gobiernos democráticos ni las fuerzas armadas entraron en contacto con –o confeccionaron un registro de– los familiares de los soldados muertos; jamás notificaron esas muertes de manera oficial ni proporcionaron datos acerca de cómo se habían producido. (...)

«Las controversias sobre el relato acerca de la guerra revitalizaron un hecho evidente: que el país que había sido derrotado en la guerra de Malvinas era el país de la dictadura tanto como el de la causa nacional, y que sus héroes en la guerra contra los británicos, en muchos casos, también habían participado en la represión ilegal, en nombre de la misma patria», escribe Federico Lorenz. (...)

La Comisión se opone a que los llamen así porque dicen que no son desaparecidos. La palabra «desaparecido» en la Argentina tiene connotaciones que remiten a la dictadura, y varios de los héroes de Malvinas fueron represores. Es difícil de procesar: un héroe de la patria que antes torturaba y mataba. (...)

Mientras, desde un cementerio casi siempre solo, los muertos irradiaban muertes que ya eran mucho más largas que sus vidas. (...)

Yo odiaba a los militares. Pero mi hermano amó ese uniforme. ¿Por qué lo voy a odiar yo? ¿Por dos o tres idiotas que mataron gente? Mi hermano hizo el servicio militar en el 81, y juró defender su patria. Papá nos educó en que la palabra se cumple. Sin embargo, cuando convocaron a mi hermano papá dijo: «Vámonos a vivir a Paysandú», en Uruguay, para que no tuviera que ir a la guerra. Y mi hermano dijo: «No, papá, vos nos educaste en que la palabra se cumple.» Y mi papá se tuvo que meter las palabras en el culo. María Fernanda Araujo tenía nueve años al comienzo de la guerra. El día en que su hermano fue a tomar el ómnibus para ir al regimiento ella se le prendió al cuello y le dijo: «Quiero ir con vos.» –Me dijo: «No podés venir, pero te prometo que voy a volver.» Ese fue el error más grande que pudo haber cometido. Porque yo me quedé esperando. (...)

En un momento un soldado le dice a mi papá: «Ese muchacho estuvo con Araujo.» Mi papá se acerca y le pregunta: «¿Dónde está Araujo?» Y el soldado le dice: «No va a venir.» Y mi papá: «¿Por qué, viene en otro avión?» Y el muchacho se pone a llorar y un compañero lo abraza y se lo lleva. Mi papá volvió a casa, la miró a mi mamá y, sabiendo eso, no se lo dijo. Mi mamá lo siguió buscando por todas partes pensando que estaba perdido, desorientado. En la mesa había siempre un plato vacío con un portarretrato y la foto de Eduardo. Había que brindar con el retrato. Si íbamos a un restaurante, mi viejo llevaba el portarretrato, lo levantaba y tenías que golpearlo con la copa. Murió en 2012, todo cortado. Le cortaron las patas. Se chupaba todo y fumaba tres paquetes de cigarrillos por día. (...)

"–Las cosas que sucedieron en Malvinas distan de ser heroicas. Las torturas a los soldados las realizaron los mismos que torturaban compatriotas en el continente. (...)

Ellos dicen: «Son todos héroes.» Nosotros no nos consideramos héroes. Los únicos héroes son los caídos. Pero muchos excombatientes ahora desfilan con torturadores. Nosotros no. No voy a desfilar con un oficial que torturó o se alzó contra la democracia. (...)

En septiembre de 2020, los gobiernos del Reino Unido y la Argentina firmaron un acuerdo para avanzar en una nueva etapa del proyecto: identificar los cuerpos depositados en una tumba colectiva. Hasta octubre de 2020, ciento quince caídos en Malvinas habían sido identificados y quedaban, aún, siete sin identificar. (...)

En esta sala, en un aparato de televisión que ya no está, Cristian Panigadi vio, a los veinte años, la noticia de que su padre, Tulio Panigadi, marino mercante y capitán del buque de abastecimiento Isla de los Estados, había muerto. –Yo estaba mirando la tele y un comunicado de los milicos dijo que habían hundido el buque de mi viejo. Ni siquiera recuerda cuándo fue la última vez que vio a su padre, ni de qué hablaron. Todo eso quedó arrastrado por el mar de intrascendencias de la vida cotidiana (...).



Panigadi fue hasta el cenotafio y buscó el nombre de su padre. –Me emocioné. Pero lo que más sentí fue rabia. Veía a las señoras sentadas en la tierra, vistiendo las cruces con la ropa de los caídos. Pensaba que ni el nazismo hizo esto: yo tengo que agradecer que a cuarenta años del conflicto pude ir al cementerio. Me parece terrible. –¿Cuando llegaste allá lo sentiste como una tierra propia? –El golpe fue sentirla ajena. (...)

En todo el tema de Malvinas ha habido mucha manipulación de grupos políticamente confrontados que han tenido a los familiares como el jamón del sándwich. Hubo una ausencia fuerte del Estado, y el maltrato que ha habido a las familias es muy manifiesto, de modo que tienes que construir credibilidad para que el resultado de la identificación sea aceptado. Después de tantos años de ausencia, el Estado no se puede plantar a querer entrevistar a un familiar. La intervención en las islas, el trabajo técnico, fue una parte pequeña. Pero hubo cinco años donde se fue consiguiendo crear credibilidad. Si no se hubiera formado algo sólido, esto hubiera podido ser un desastre total, y no lo fue. Al punto que muchos familiares ahora sintieron por primera vez un respeto por parte del Estado. (...)

Yo pensé que en estos treinta y siete años ya había llorado, ya había hecho el duelo. Y no. Se ve que todavía lo esperaba. Pero a partir del reconocimiento ya se hizo un corte. Antes me imaginaba que habían hecho un pozo y los habían tirado a todos adentro. Nunca me imaginé que lo habían puesto en una tumba. Yo no puedo entender que no nos hayan contado que Geoffrey Cardozo había hecho ese trabajo. Y le doy gracias a Dios, porque Cardozo le dio una santa sepultura. Fue un alivio tremendo. Dije: «Señor, no lo abandonaste en ningún momento.» Yo fui al viaje de los familiares este año. Y cuando vi ese lugar... A mí me podés decir que tiene petróleo, lo que quieras, pero lo que pensé fue: «¿Por esta mierda Gustavo se murió?» (...)

LA OTRA GUERRA: 
una historia del cementerio argentino en las islas Malvinas.
Leila Guerriero.
Nuevos Cuadernos Anagrama.

lunes, 15 de abril de 2024

ILUSTRACIÓN PIRATA: bucaneros, alegres leyendas y DEMOCRACIA RADICAL


Para dar un ejemplo, que desarrollaremos en otro libro, en la década de 1690, época en que los piratas estaban estableciéndose en Madagascar, hubo algo así como un salón de la protoilustración que se reunía en Montreal, en casa del conde de Frontenac, por entonces gobernador del Canadá, donde él y su ayudante, Lahontan, debatían asuntos de importancia social —cristianismo, economía, costumbres sexuales, etc.— con un estadista hurón llamado Kondiaronk, que sostenía una posición de racionalismo igualitario y escéptico, y mantenía que el aparato punitivo de la ley y la religión europeas resultaba necesario únicamente debido a un sistema económico dispuesto de tal manera que iba inevitablemente a producir los mismos comportamientos que dicho aparato debía reprimir. Tiempo después, en 1704, Lahontan publicó su propia redacción de las notas tomadas por él durante esos debates en forma de libro, que se convirtió rápidamente en un superventas por toda Europa. Prácticamente todas las figuras principales de la Ilustración terminaron escribiendo sus propios libros a imitación de este. Y, sin embargo, otras figuras, como Kondiaronk, fueron eliminadas de la historia. (...)

En otras palabras, hemos proyectado la idea de la existencia de una «civilización occidental» autocontenida (concepto que ni siquiera existió hasta comienzos del siglo XX) y, con ironía genuinamente perversa, utilizamos las acusaciones de arrogancia racial por parte de los que llamamos «occidentales» (eufemismo con que ahora identificamos a las «personas blancas») como pretexto para excluir a todos los no designados como «blancos» de cualquier tipo de influencia en la historia, en particular la historia del intelecto. Es como si la historia, y en especial la historia radical, se hubiera convertido en algún tipo de juego moral donde lo realmente importante es dejar claro hasta qué punto estamos eximiendo a los Grandes Hombres de la historia debido al (evidentemente, muy real) racismo, sexismo y chauvinismo que demostraron, sin que nos demos cuenta de alguna manera de que un libro de cuatrocientas páginas que ataca a Rousseau en definitiva es un libro de cuatrocientas páginas sobre Rousseau. (...)

Lo que me gustaría que nos mostrase este pequeño experimento de historia escrita es que la historia que existe no solo es eurocéntrica y plagada de errores, sino que además es innecesariamente tediosa y aburrida. Existe cierto placer oculto en el moralismo, sí, igual que hay una suerte de alegría matemática en el hecho de reducir todas las acciones humanas a un cálculo de autoengrandecimiento. Pero en última instancia estos son placeres sórdidos. La narración real de lo que aconteció en la historia humana es mil veces más divertida. Contemos, pues, una narración de magia, mentiras, batallas navales, princesas secuestradas, caza de humanos, reinos de pacotilla y embajadores fraudulentos, espías, ladrones de joyas, envenenadores, adoración satánica y obsesión sexual, que es lo que subyace al origen de la libertad moderna. Espero que el lector se divierta tanto como me he divertido yo. (...)

En cierto sentido se puede decir que esas narraciones, para emplear la frase de Marx, fueron una fuerza material en la historia. Después de todo, la Edad de Oro de la Piratería, como se la llama ahora, solo duró cuarenta o cincuenta años y sucedió hace bastante tiempo, pero se siguen contando historias sobre piratas y utopías piratas en todo el mundo, e incluso elaborando sobre ellas el tipo de fantasías caleidoscópicas sobre magia, sexo y muerte que, como ya veremos, las han acompañado siempre. Es difícil sustraerse a la conclusión de que estas narraciones perduran porque incorporan una visión bien definida de la libertad humana, una libertad que aún parece importante, pero que al mismo tiempo ofrece una alternativa a los conceptos de libertad que iban a adoptarse en los salones europeos durante el siglo XVIII y que todavía prevalecen. El bucanero sin dientes o con una pierna de palo que enarbola la bandera del desafío al mundo, bebiendo y celebrando hasta la extenuación la obtención de un botín, huyendo ante la primera señal seria de oposición y dejando detrás de sí nada más que embustes y confusión, es tal vez una figura de la Ilustración tanto como lo fueron Voltaire o Adam Smith, pero también representa una visión profundamente proletaria de liberación, necesariamente violenta y efímera. La disciplina en las fábricas actuales nació en los barcos y en las plantaciones. Fue más tarde cuando los primeros industriales, en ciudades como Manchester y Birmingham, adoptaron esas técnicas para convertir a los seres humanos en máquinas. Así, se podría llamar a las leyendas de piratas la forma más importante de expresión poética hecha por ese proletariado que emergía en el Atlántico norte, cuya explotación sentó las bases de la Revolución industrial.1Mientras esas formas de disciplina, o sus encarnaciones modernas más sutiles e insidiosas, gobiernen nuestra vida laboral, seguiremos fantaseando con los bucaneros (...).


No hay duda de que las narraciones sobre utopías piratas circularon ampliamente y que tuvieron efectos históricos. La verdadera duda sería cuán amplia y profundamente calaron en realidad esos efectos. Creo que podemos afirmar que fueron extremadamente importantes. En primer lugar, las narraciones comenzaron a circular muy temprano, en la época de Newton y Leibniz, mucho antes del surgimiento de la teoría política que llegó a identificarse con Montesquieu y los enciclopedistas. Desde luego Montesquieu argumentó que todas las naciones surgieron como algo muy parecido a los experimentos utópicos: los grandes legisladores impusieron sus ideas y las leyes llegaron a constituir el carácter de las grandes naciones. En las narraciones que, sin duda, esos legisladores oyeron durante su niñez y su adolescencia, se representaba a capitanes piratas como Misson y Avery intentando hacer exactamente eso. En 1707, cuando Montesquieu tenía dieciocho años, Daniel Defoe escribía en Inglaterra un panfleto que comparaba los asentamientos piratas de Madagascar con los fundadores de la antigua Roma, bandidos que se establecieron en un nuevo territorio, crearon nuevas leyes y finalmente crecieron hasta llegar a ser una nación grande y conquistadora. Que gran parte de la emoción que rodeaba a tales pronunciamientos se debiera a una propaganda extraordinariamente inflada o simplemente a un fraude no establece ninguna diferencia en términos de cómo se percibieron tales asuntos. No sabemos si ese escrito se tradujo al francés (probablemente no), pero sí que algunos hombres que decían representar al nuevo reino pirata visitaron París más o menos hacia la misma época, en busca de una alianza. ¿Habrá oído algo al respecto el joven Montesquieu? Una vez más, no lo sabemos, pero es difícil creer que no fuera la clase de noticias con las que bromeaban y hacían chistes los estudiantes, las que más fácilmente captaran la atención de un joven intelectual ambicioso. (...)

en el Madagascar de aquella época, y en especial en zonas influidas por los piratas, las narraciones sobre reinos poderosos, e incluso la existencia real de lo que serían cortes palaciegas, no debe necesariamente tomarse al pie de la letra. En aquel período existían en toda la costa todos los materiales necesarios para montar falsos reinos con los que impresionar a los extranjeros, y queda muy claro que al menos algunos de los «reyes» que encontraron los observadores extranjeros no eran más que parte de una ficción que contaba con la complicidad activa de sus supuestos criados malgaches. Los piratas eran muy buenos en ese tipo de juegos. De hecho, uno de los motivos por los que la leyenda de la Edad de Oro de la Piratería sigue viva es que los piratas de aquella época eran maestros en manipular leyendas: desplegaban sus maravillosas narraciones —ya sea por su aterradora violencia o sus inspirados ideales— como armas de guerra, incluso si la guerra en cuestión era la lucha desesperada y condenada de antemano de una abigarrada pandilla de forajidos contra toda la estructura de la autoridad mundial que estaba surgiendo en aquella época. En segundo lugar, yo destacaría el hecho de que, como toda propaganda de éxito, estas narraciones contenían elementos de verdad. Puede que la república de Libertalia no haya existido, al menos en un sentido literal, pero los barcos piratas, las ciudades piratas como Ambonavola, y diría que la misma Confederación Betsimisaraka —que fue creada por actores políticos malgaches en estrecha colaboración con los piratas— fueron, de muchas formas, tímidos experimentos de democracia radical. (...)

Yo iría aún más lejos y sugeriría que sin duda representaron una de las primeras agitaciones del pensamiento político de la Ilustración, que exploró ideas y principios que en última instancia iban a ser desarrollados por politólogos y puestos en práctica por regímenes revolucionarios un siglo más tarde. (...)
Titular este volumen «Ilustración pirata» es, obviamente, algo provocativo. Tanto más cuanto que, hoy en día, la Ilustración misma ha adquirido mala fama. Mientras que los «ilustrados» del siglo XVIII se veían a sí mismos como radicales, empeñados en romper con todas las ligaduras de la autoridad recibida con el fin de asentar los cimientos de una teoría universal de la libertad humana, es más probable que los pensadores radicales contemporáneos vean el pensamiento ilustrado como lo definitivo en autoridad recibida, como un movimiento intelectual cuyo principal logro fue poner los cimientos de una forma especialmente moderna de individualismo racional que pasó a ser la base del racismo «científico», del imperialismo, la explotación y el genocidio modernos. No hay duda alguna de que esto fue lo que ocurrió cuando los imperialistas, colonialistas y esclavistas europeos criados bajo las ideas de la Ilustración quedaron libres para actuar en el mundo. (...)


¿Esos hombres habrían actuado de forma diferente si siguieran justificando su comportamiento (como lo habían hecho en siglos anteriores) por la fe religiosa? Lo más probable es que no. Pero a mí me parece (y ya lo he sugerido en otra parte)2que gran parte del debate que siguió nos distrae de una cuestión mucho más fundamental: si tiene sentido que los ideales de la Ilustración, y en especial los ideales de liberación humana de la Ilustración, se llamen «occidentales». Porque tengo la fuerte sospecha de que cuando los historiadores del futuro vuelvan la vista hacia estos asuntos, con toda probabilidad decidirán que, en su mayor parte, eso no es conveniente. La Ilustración europea fue, más que nada, una época de síntesis intelectual en que los hasta entonces remansos intelectuales como Inglaterra y Francia, que de repente se encontraron en el centro de imperios globales y expuestos a nuevas ideas (nuevas para ellos), trataban de integrar, por ejemplo, ideales de individualismo y libertad provenientes de las Américas, una nueva concepción del Estado nación burocrática principalmente inspirada por China, teorías africanas de contratos y teorías económicas y sociales originalmente desarrolladas en el islam medieval. (...)

Al menos un prominente historiador del pensamiento político europeo ha sugerido que algunas de las formas democráticas desarrolladas más tarde por estadistas de la Ilustración en el mundo del Atlántico norte se aplicaron primero en los barcos piratas en las décadas de 1680 y 1690: Que el liderazgo pudiera provenir del consentimiento de los liderados, y no ser impuesto por una autoridad más alta, habría sido una experiencia probable entre las tripulaciones de los barcos piratas en los principios del mundo atlántico moderno. Las tripulaciones piratas no solo elegían a sus capitanes, sino que estaban familiarizadas con el poder compensatorio (en forma del contramaestre y el concejo de la nave) y las relaciones contractuales individuales y colectivas (en forma de artículos escritos que especificaban el reparto del botín y las tasas de compensación por heridas al realizar el trabajo). (...)


La historia de Libertalia es buen ejemplo de ello. Solo la conocemos por un libro titulado Historia general de los piratas, aparecido en 1724 bajo la autoría del capitán Charles Johnson, que probablemente fuera un seudónimo de Daniel Defoe. Los colonos, todos de origen europeo, se dispusieron a crear una suerte de experimento liberal basado en el voto de la mayoría y la propiedad privada, pero también en la abolición de la esclavitud, de las divisiones raciales y de la religión organizada: se dijo que casi todos los piratas auténticamente famosos (Tom Tew, Henry Avery, etc.) formaron parte de ese esfuerzo; la narración finaliza cuando son atacados y doblegados por nativos inquietos, que los destruyen sin ningún motivo discernible. (...)

El paralelo más evidente serían los mismos barcos piratas. A menudo los capitanes piratas trataban de forjarse una reputación de cara al mundo exterior como forajidos autoritarios que sembraban el terror, pero a bordo de sus barcos no solo eran elegidos por los votos de la mayoría y podían ser relevados de su puesto por los mismos medios y en cualquier momento, sino que solo podían dar órdenes durante la persecución y el combate: de otro modo debían formar parte de la asamblea como cualquiera de los demás. No había rangos en los barcos piratas, salvo el capitán y el contramaestre (que presidía las asambleas). Es más: sabemos de intentos explícitos de trasladar esta forma de organización a la tierra firme malgache. Finalmente, como veremos, está la larga historia de los bucaneros y otros personajes cuestionables que encontraron cobijo en alguna ciudad portuaria malgache y trataron de hacerse pasar por reyes y príncipes sin hacer nada por reorganizar las relaciones sociales reales sobre la base de las comunidades circundantes (...)

el advenimiento de los piratas desató una serie de revoluciones en la costa. La primera y probablemente la más importante de esas revoluciones fue en gran parte promovida por mujeres, y su objetivo era romper con el poder ritual y económico del clan que previamente había sido el intermediario entre los extranjeros y los pueblos de la costa noreste. En realidad, la creación de la Confederación Betsimisaraka fue la segunda revolución y se entendería mejor como una especie de reacción masculina contra la primera. Encubiertos como piratas y bajo el liderazgo formal de un rey pirata mestizo, los jefes del clan y algunos jóvenes guerreros ambiciosos llevaron a cabo lo que creo que se debería considerar su propio experimento político protoilustrado, una síntesis creativa de liderazgo pirata y de algunos de los elementos más igualitarios de la cultura política tradicional malgache. Lo que suele descartarse como el intento fallido de levantar un reino se puede ver fácilmente como un experimento exitoso de Ilustración pirata llevado a cabo por los malgaches. (...)

Es muy difícil ser objetivos acerca de los piratas. La mayor parte de los historiadores ni siquiera lo intenta. La literatura sobre la piratería del siglo XVII se divide mayormente entre celebraciones románticas en la literatura popular y discusiones eruditas sobre si es mejor ver a los piratas como protorrevolucionarios o como simples asesinos, violadores y ladrones. (...)

Algunos de los hombres a los que se recuerda como capitanes piratas en realidad fueron caballeros filibusteros, corsarios, representantes, oficiales o no, de uno u otro régimen europeo; otros pueden muy bien haber sido criminales nihilistas, pero muchos de ellos crearon, si bien brevemente, una suerte de cultura y civilización rebelde que, aunque seguramente brutal en muchos aspectos, desarrolló su propio código moral y sus propias instituciones democráticas. Quizá lo mejor que puede decirse de ellos es que, de acuerdo con las normas de le época, su brutalidad no era inusual, pero sus usos democráticos prácticamente no tenían precedente. También es este último grupo —la clase de piratas más apreciada por los historiadores radicales— el que parece estar más relacionado con lo que ocurrió en Madagascar en los siglos XVII y XVIII. Por lo tanto, conviene aportar algo de contexto. Algunos de los primeros barcos piratas fueron corsarios que se volvieron deshonestos, pero lo habitual fue que las tripulaciones piratas se generasen a través de motines. (...)


En los barcos europeos del siglo XVI la disciplina solía ser arbitraria y brutal, de manera que a menudo las tripulaciones tenían buenos motivos para rebelarse. Una tripulación amotinada sabía que había firmado su pena de muerte. Hacerse pirata significaba aceptar este destino. Una tripulación amotinada declaraba la guerra «contra todo el mundo» e izaba la Jolly Roger, la bandera pirata. Esta, de la que existían muchas variantes, es reveladora. Normalmente se suponía que mostraba una imagen del diablo, pero a menudo no solo mostraba un cráneo y dos huesos, o un esqueleto, sino también un reloj de arena, lo cual significaba no tanto una amenaza («vais a morir») como una simple declaración de desafío («vamos a morir, solo es cuestión de tiempo»), conclusión a la que probablemente llegaban las tripulaciones al descubrir esa bandera en el horizonte, lo cual resultaba mucho más terrorífico. Enarbolar la bandera pirata era la forma en que la tripulación anunciaba que aceptaba ir rumbo al infierno (...).

Es imposible comprender la importancia de Sainte-Marie a menos que se tome en consideración que los piratas que operaban en el mar Rojo a menudo se encontraban en posesión de enormes cantidades de dinero, además de oro, joyas, sedas y percales, marfil, opio y otros productos exóticos, y tenían dificultades para deshacerse de estos productos. En la década de 1690 ya no podía uno entrar en una joyería de Londres con una gran bolsa llena de diamantes y obtener, digamos, cien mil libras en efectivo, como tampoco se puede hacer hoy. La posesión de sumas tan grandes por hombres de clases evidentemente modestas habría atraído de inmediato la atención de las autoridades. Cuanto mayor la suma, más problemas causaba. Las narraciones informan cada tanto que, después de lograr un botín, los integrantes de una tripulación se encontraban en posesión de un tesoro de 120.000 libras, y aunque calculasen con minucia a cuántos millones equivaldría esto hoy en día, a un pirata le resultaba prácticamente imposible traducir esas sumas en, por decir algo, una gran mansión en la costa de Cornualles o de Cape Cod. Quizá se podría dar con un funcionario corrupto o venal en las Indias Occidentales o en Reunión que estuviera dispuesto a ofrecer perdonarle la vida a un colono a cambio de la parte del león de su botín; de no ser así tendría que trazar planes elaborados, o conseguir falsas identidades para poder vender una parte del botín. (...)

El caso de Henry Avery (alias Henry Every, alias Ben Bridgeman, alias Long Ben), que consiguió el que quizá sea el botín más grande de la historia, es muy instructivo. (...)

En vista de esto el gobierno británico declaró a Avery «enemigo de toda la humanidad» y se anunció una caza internacional del hombre, la primera que se conoce. Algunos de los hombres de Avery se dispersaron por las colonias del norte de América, otros volvieron a Irlanda con nombres falsos; a unos pocos se los descubrió tratando de descargar sus bienes, y de estos, algunos denunciaron a sus compañeros. Finalmente se detuvo a veinticuatro y se colgó públicamente a seis en un intento de tranquilizar al gobierno mogol. Pero la suerte de Avery es un misterio. Nunca lo detuvieron. Algunos dijeron que años después murió donde se ocultaba. Otros insistían en que finalmente logró convertir su botín en dinero y se retiró a vivir confortablemente, quizá en algún lugar de los trópicos; otros opinaron que fue sistemáticamente trasquilado por los mercaderes de diamantes de Bristol, que sabían que un hombre buscado por la justicia no podía llevarlos a juicio hicieran lo que hicieran, y que murió muchos años después, pobre de solemnidad, en una chabola junto al mar, sin tener ni siquiera lo necesario para su propio ataúd.  Con todo, sería demasiado simplista llegar a la conclusión de que la notoriedad internacional de Avery era solo una carga. Las leyendas que muy pronto se tejieron a su alrededor proporcionaron a numerosos piratas posteriores, y quizá al mismo Avery (porque en realidad no sabemos qué le sucedió) los medios para negociar de una manera más ventajosa con la estructura de poder existente: declarándose el representante de un reino pirata. Pronto comenzaron a correr rumores, en muchos casos claramente alentados por los mismos piratas de Sainte-Marie, de que Avery seguía en Madagascar, y que se había fugado con la hija del Gran Mogol porque ella se había enamorado del apuesto bucanero después de la toma del Ganj-i-Sawai, y que habían fundado un nuevo reino en Madagascar. (...)

Uno de los primeros escritores que abrazaron la causa del nuevo Estado pirata fue un joven Daniel Defoe, quien en 1707 publicó en su periódico Review una elaborada defensa del reino de Avery: muchas naciones antiguas, incluida Roma, se habían fundado de forma similar por bandidos de uno u otro tipo; si el gobierno británico no normalizaba relaciones con esa potencia apenas emergente, bien podía convertirse en refugio de criminales emprendedores de todo el globo y un peligro para el imperio. (...)

Pocos años después, quizá escribiendo bajo el seudónimo de capitán Johnson, en Historia general de los piratas (A General History of the Pyrates, 1724), Defoe degrada más aún a Avery, al describirlo como un bandido inútil que se hace con un montón de diamantes pero muere en la miseria, cuya tripulación cae también en un estado miserable y un caos hobbesiano en la tierra firme malgache, y transfiere la historia del experimento democrático utópico (etiquetado ahora como Libertalia) a un tal capitán Misson, totalmente imaginario. (...)

A pesar del sinfín de insultos, al parecer terminaron en la ciudad grandes cantidades de esclavos malgaches. Para tener una idea de cuántos: en 1741, cuando las autoridades de Nueva York descubrieron lo que pensaban que era una red de células revolucionarias que planeaban un levantamiento en la ciudad, los encontraron organizados por lenguas; las más importantes estaban formadas por hablantes de idiomas de África occidental (fante, papa e igbo), hablantes de irlandés y hablantes de malgache.(...)


la descripción de la amistad entre piratas tiene sus raíces en hechos históricos puesto que, como con frecuencia observaban los visitantes, los piratas, a pesar de ir siempre armados y muy a menudo borrachos, prácticamente nunca se enfrentaban a golpes entre ellos. Esta inclinación a la paz que los piratas mostraban, y el ejemplo que daban de una vida amistosa (porque ponían todo el interés en evitar pendencias, y habían acordado presentar cualquier queja que surgiese entre ellos a la fría imparcialidad de North y doce de sus compañeros), les dieron gran fama entre los nativos, aunque antes se habían mostrado muy recelosos de los blancos. Más aún: eran tan exigentes en esto de guardar armonía entre ellos que el que hablaba en tono irritado o fuera de sí era reprendido por toda la compañía, en especial si lo hacía delante de algún nativo, aunque fuese uno de sus esclavos; ya que pensaban muy justamente que la unidad y la concordia eran el único medio de garantizar su seguridad; porque, viendo a esta gente dispuesta a hacerse la guerra unos a otros por cualquier motivo trivial, no dudaban que aprovecharían cualquier división que observasen entre los blancos y acabarían con ellos en cuanto se les presentase la ocasión.  En otras palabras, no solo se erigían en mediadores neutrales en las disputas locales, sino que evitaban meticulosamente cualquier tipo de rencor interno, de lo contrario, los malgaches aprovecharían sus divisiones internas de la misma manera en que hombres como Baldridge había aprovechado las de ellos. El autor, Johnson (quien, una vez más, era casi con toda seguridad Daniel Defoe), explica con detalle el gobierno improvisado que resultó de esto: Cualquier exabrupto proferido en una disputa, cualquier salida de tono en una reunión, hacía que se levantasen todos, y uno de ellos tiraba al suelo el licor que tuvieran delante, diciendo que toda pelea suponía una pérdida para ellos, y que sacrificaban el licor al Enemigo a fin de impedir un mal mayor. A continuación, los dos contendientes, so pena de ser expulsados de su sociedad y enviados a otra parte de la isla, eran conminados a comparecer ante el capitán North por la mañana, y entre tanto se los condenaba a permanecer en sus respectivas casas.  A la mañana siguiente comparecían las dos partes, con asistencia de todos los blancos; el capitán separaba a un lado al demandante y el demandado, y les decía que hasta que el agresor consintiese en que se hiciera justicia, y el ofendido olvidase dicha ofensa, los considerarían enemigos públicos, y no los mirarían como amigos y compañeros. (...)

Johnson continúa describiendo el desarrollo de Ambonavola hasta llegar a ser una base pirata muy importante, muy parecida a Sainte-Marie; cómo North y sus hombres establecieron alianzas con «tribus» malgaches cercanas, y también con monarcas que estaban bastante más al norte y al sur de la isla; cómo se vieron envueltos en una diversidad de conflictos locales; cómo North se casó y tuvo tres hijos malgaches. Después de un breve regreso al pillaje en 1707, North se retiró para siempre, si bien finalmente —quizá alrededor de 1712, no hay seguridad— acabó asesinado en su cama por una partida de malgaches en venganza por algún conflicto anterior. (...)

es fácil ver cómo el nuevo papel de los piratas, es decir, establecerse fundamentalmente como mediadores pacíficos, combinando sus riquezas y su elegancia con un sentido de justicia social, puede haber contribuido a las fantasías utópicas que ya circulaban alrededor de la figura de Avery. En la narrativa de Johnson, sus vecinos trataban a los piratas como a príncipes. Pero en la realidad es posible que se hubieran esforzado en convertir las instituciones democráticas que surgieron en sus barcos en formas que fueran factibles en tierra. Y, como veremos, hay buenas razones para pensar que indudablemente sus vecinos malgaches recibieron la influencia de su ejemplo. (...)

El mundo ha estado desde siempre lleno de reyezuelos bandidos con pretensiones de grandiosidad, pero la situación tan especial del noreste de Madagascar en los siglos XVII y XVIII hizo de ello un juego inusualmente fácil. La existencia de grandes cantidades de botines piratas dio a esos hombres la posibilidad de escenificar las señales exteriores de una corte real —el oro y las joyas, los harenes, las rutinas de danzas sincronizadas— incluso en total ausencia de medios para movilizar ninguna cantidad significativa de trabajo humano fuera de sus propios asentamientos (...).

Cuando los piratas llegaron a Madagascar, a finales del siglo XVII, se encontraron con una sociedad marcada por un constante estado de guerra interna, dominada por algo muy parecido a una casta sacerdotal y una élite emergente de guerreros que ya comenzaba a adoptar un sistema de rangos jerárquicos. Esta sociedad poseía elementos comunitarios, pero no podía llamarse igualitaria en ningún sentido. Por el contrario, bajo Ratsimilaho parece haber sido, en muchos aspectos, más igualitaria que lo que había habido antes. La llegada de los piratas desató una cadena de reacciones: primero la respuesta positiva de las mujeres malgaches y luego una reacción política proveniente de los hombres jóvenes, para quienes Ratsimilaho fue, efectivamente, la figura principal que en última instancia creó la sociedad de los betsimisaraka tal como existe hasta hoy. (...)

Las historias de los antemoro, por ejemplo, se quejan de los nativos que establecían la descendencia por la línea femenina,3y parte de la estrategia de los antemoro consistió en matar a los varones adultos y secuestrar a sus mujeres a fin de asegurarse de que parían hijos píos.4Incluso en el siglo XIX los antemoro eran célebres por insistir en la virginidad premarital, en medio de una numerosa población para la que la libertad sexual de los adolescentes de ambos sexos era absolutamente normal. Cualquier chica joven soltera que quedase embarazada y no pudiese demostrar que el padre del niño era un musulmán del linaje correcto, era lapidada o ahogada.5Los hombres jóvenes, en cambio, podían hacer lo que quisieran. Según las tradiciones locales, eran precisamente estas restricciones sexuales lo que más escocía a la población, y fueron la causa directa del levantamiento del siglo XIX que puso fin al reino. (...)

Pero todavía queda en pie la pregunta: ¿por qué los piratas —que después de todo provenían de países con costumbres sexuales más parecidas a las de los antemoro o, previamente, los zafi-ibrahim, que a las de los demás malgaches (John Plantain estaba dispuesto a matar de un tiro al supuesto amante de su esposa en cuanto lo tuviera delante)— se consideraban preferibles en este aspecto? Es de suponer que la respuesta es que los piratas, al menos una vez asentados, no estaban en condiciones de quejarse. Es probable que tuvieran enormes cantidades de dinero y tesoros, pero también carecían casi completamente de capital social o económico: no tenían aliados a quienes acudir aparte de sus compañeros inmediatos, ni una comprensión real de las costumbres, las normas o las expectativas de la sociedad en la que habían fijado su hogar. Se los percibía como enteramente dependientes de sus anfitriones. Como señaló Mervyn Brown,29cualquier pirata que resultara demasiado brutal, o que tan siquiera amenazara con abandonar a su mujer en favor de otra, podía eliminarse fácilmente poniendo veneno en su cena, en cuyo caso, si quedaba algún botín, pasaba a las manos de la viuda y la familia de esta (...)

El resultado fue una clásica situación del Rey Extranjero.30En muchas sociedades, quizá la mayoría, las riquezas y las maravillas de tierras lejanas, aunque no las traigan extranjeros misteriosos, se considera que forman parte de la esencia misma de la vitalidad humana.31El argumento es el siguiente: cada orden social comprende —al menos a un nivel tácito— que no puede reproducirse a sí mismo totalmente, que determinados asuntos fundamentales como el nacimiento, el crecimiento, la muerte y la productividad estarán siempre fuera de su alcance. Por definición, la vida es algo que viene de fuera. Por lo tanto, existe una fuerte tendencia a identificar esos poderes de fuera tanto con personas extraordinarias y sin precedentes como con objetos extraordinarios y sin precedentes que provienen del exterior. En malgache todo esto es siempre muy explícito ya que a esos seres se los llama, en general, Zanahary o Andriamanitra, que suele traducirse como ‘dios’, aunque en realidad es una especie de término genérico para nombrar algo que es poderoso o magnífico, pero inexplicable. (...)

Lo que estoy insinuando es que, incluso si las mujeres betsimisaraka y sus parientes varones no se alzaron, como los antemoro, para defenestrar a la casta dominante de los extranjeros del lugar, su buena acogida a los piratas tuvo, a grandes rasgos, el mismo efecto. Los zafi-ibrahim desaparecen de la escena. Las mujeres quedan liberadas de las restricciones sexuales anteriores, y desde luego las restricciones sexuales son, invariablemente, el medio de vigilar y censurar todos los demás aspectos del comportamiento femenino. La revolución se llevó a cabo por medio de los mitos. Marshall Sahlins ha documentado cómo, en Fiyi, el jefe, como Rey Extranjero, se casa simbólicamente33y después es «envenenado simbólicamente»34por las hijas de la tierra. Al parecer, en el caso malgache esto ocurrió, más de una vez, literalmente. (...)

Así como en las narraciones europeas las mujeres malgaches son «regalos» sexuales de unos hombres a otros hombres, aquí son las mujeres las que inician la acción. Los malata tuvieron lugar no porque los piratas se establecieron en la costa y tomaron esposas locales, sino más bien porque las mujeres malgaches se dedicaron a buscar hombres extranjeros para casarse; por cierto, estaban dispuestas a utilizar fanafody, o medicina poderosa, para conseguirlos. (...)

Como veremos, hacía mucho tiempo que esa medicina era famosa en Madagascar, no solo por su capacidad de despertar sentimientos de deseo y afecto sino también como medio para doblegar por completo la voluntad. Es bastante común que cualquier magia inventada para controlar directamente las mentes y los comportamientos de los demás se clasifique como «poción de amor».60 La crónica también deja claro que los motivos de las mujeres no eran esencialmente románticos. No buscaban tanto el amor como el respeto (a una mujer sin marido no se la «considera») y la posibilidad de entrar en el comercio. Es de suponer, pues, que si iban cada día a la playa en busca de marineros, eso era en primer lugar porque los extranjeros exóticos, en especial los de tierras lejanas como Europa o Arabia, se veían de forma automática como de alto estatus social (y las fuentes contemporáneas observan que muy a menudo este era el caso), pero en segundo lugar porque los marineros —y en particular los piratas— probablemente traían consigo grandes cantidades de bienes comerciables. Aquellas mujeres lo que buscaban eran los medios de dejar de ser meros peones en algún juego masculino y pasar a ser actores sociales por derecho propio. (...)

ILUSTRACIÓN PIRATA: bucaneros, alegres leyendas y democracia real
DAVID GRAEBER