Soy hija de Coatlicue
y princesa reinante,
pero a veces lo olvido.
A veces alguien levanta una mano
que golpea mi cara con saña
y olvido
que en mi interior
tengo la palabra y
mañana él estaría muerto.
Ningún médico lo habría evitado.
Su madre mortal, fuera de sí.
A veces olvido
que todo cuanto necesito es decirla
pensarla
respirarla
soñarla
y la vida habitará el borde de mi falda de piedras,
una pluma a la deriva
con la fuerza de cuatrocientos guerreros.
Esperando a que abra mis piernas
como una araña palpitante
EMPUJAR
del cielo al infierno
EMPUJAR
el alma de Dios a través de mí
EMPUJAR
el sol hasta la China
EMPUJAR
el eje de la Tierra
hasta que ruede cual peonza.
Y la vida está en mis manos,
chupando de mi pecho,
creciendo al ritmo de mi corazón latiente,
al calor de mi barriga palpitante.
Muerde ese cordón o no lo hagas
escupe los esqueletos de chicos malos
—o cágalos—
que no aprendieron a honrar
a la Mujer,
pero La temen por igual.
A veces olvido,
cuando he sido abusada y violada
hasta la muerte,
que la mía es una cólera terrible.
Y que la sangre empieza
y acaba entre mis piernas.
Poema de Ana Castillo.
Traducido por María López Ponz
para una antología de poesía chicana de próxima aparición.
(Ya fue incluido en esta selección para la web de literatura feminista La Tribu, dirigida por Carmen G. de la Cueva.
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