tag:blogger.com,1999:blog-16781321521151860292024-03-17T10:50:10.887+01:00Arrebatos Alíricosvictor.penahttp://www.blogger.com/profile/08356188105818887200noreply@blogger.comBlogger750125tag:blogger.com,1999:blog-1678132152115186029.post-9753893498960808482024-03-17T10:48:00.003+01:002024-03-17T10:49:18.950+01:00LOS ESCORPIONES (Sara Barquinero)<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhdvwYR8b3t4U6tiMTiONtSNC91kfFwk9REzRmIUM2hVB0wfYMitupNybnbfYqgCEPCwI7m4KYf_Mhq55rNsQGsDzZy-NwKRDud3JwCgp0y3Gj9OBhcBfcD4zQSIRKAAICTv5BTk0N-IaZqRECJa4KKKS0txA-uaS4QJHi0GOskr_ph6TEbV6Cpga76LAE/s1000/escorpiones.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1000" data-original-width="658" height="640" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhdvwYR8b3t4U6tiMTiONtSNC91kfFwk9REzRmIUM2hVB0wfYMitupNybnbfYqgCEPCwI7m4KYf_Mhq55rNsQGsDzZy-NwKRDud3JwCgp0y3Gj9OBhcBfcD4zQSIRKAAICTv5BTk0N-IaZqRECJa4KKKS0txA-uaS4QJHi0GOskr_ph6TEbV6Cpga76LAE/w422-h640/escorpiones.jpg" width="422" /></a></div><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><div>Javier sigue sin dar señales de vida. Ya han pasado dos días desde que no se presentó a la cita, y cada minuto es una tortura que me recuerda que tal vez no merezca la pena seguir esperando. Última conexión: las 10.29 del miércoles, y ya es viernes. ¿Le habrá sucedido algo? Es raro desaparecer de internet durante más de dos días. ¿Está evitándome? ¿Me intuye, ansiosa y loca, revisando su perfil una y otra vez? Mi mente oscila entre ambas ideas varias veces por minuto: me detesta, decidió no quedar conmigo porque nunca le gusté demasiado, quizá ahora mismo está tan ocupado con otra cita que ni tiene tiempo para mirar su teléfono. O todo lo contrario: ha debido de sucederle algo, y grave. Tantas horas gastadas los últimos meses, tantos secretos, la costumbre ya instaurada de llamarnos cada madrugada. Y era él quien lo hacía, casi todas las noches, o daba una buena excusa. No puede ser en vano. No puede desaparecer. Reviso por aburrimiento las capturas de su cuenta de la app de citas, la frase de Leonard Cohen como descripción del perfil y esa foto en la que sale tan guapo, fumando en un paisaje de niebla. (...)</div><div><br /></div><div>No me contestó. Insistí el lunes, tras quince minutos observando una pantalla sin novedades: «Entonces, ¿nos vemos el miércoles?». Un mensaje de él, lacónico, cinco horas más tarde: «Sí, sí». No me atreví a preguntar más. En mi cabeza desfilaban todos los mitos literarios y televisivos de mujeres pertinaces y demasiado deseosas de afecto. Además, por fin me había propuesto quedar. Nunca había tardado tanto con alguien de Tinder. Eso me mantuvo más o menos calmada: quizá no me escribía tanto porque íbamos a vernos. Solo me planté el miércoles a las seis y media en el café que había elegido. Dos horas bebiendo a solas, sin esperanza a partir de las siete. No vino. Y desde entonces hasta hoy. Son las 10.29. Último mensaje leído el lunes a las 16.40. Cinco minutos mirando esos números. Cinco minutos y, de repente, «En línea». Contengo la respiración, uno, dos, tres. Sigue ahí. Lo imagino revisando su teléfono en esa playa a contraluz. No dice nada. ¿Le da vergüenza lo que me ha hecho? No escribe. Empiezo a hacerlo yo. Borro. ¿Habrá visto que le estaba escribiendo o tendrá demasiados chats por encima del mío? (...)</div><div><br /></div><div>¿Por qué no quedábamos si hablábamos a diario y vivíamos en la misma ciudad? Yo también me lo había preguntado, pero era cómodo. El chat era sencillo y no me sentía preparada para conocer a alguien tan rápido. (...)</div><div><br /></div><div>Me trago un orfidal. Últimamente necesito uno para dormir, en ocasiones dos; hoy no habrá cantidad suficiente de orfidal que me permita hacerlo. Me tumbo en la cama, aún con la ventana abierta y la vista posada en las sábanas que se agitan por las corrientes del aire. Esta es la señal, Sara: ya vale de encerrarse, de huir, de hablar con desconocidos por internet sin atreverte a quedar con ellos. Si querías un signo, aquí lo tienes. Igualito al poema ese de Rilke: mañana todo cambiará, debe hacerlo, debes cambiar tu vida. Pero a mí no me lo dice un torso griego, sino una sábana sucia en una fachada aún peor. (...)</div><div><br /></div><div>Después, intenta que volvamos a su corto, me pregunta por ese chico del máster que quiso acostarse conmigo. Quiere distraerme, pero no funciona: ¿qué importancia pueden tener un premio regional de cortos o un burdo ligoteo comparados con la violencia de la muerte? ¿Por qué la gente se empeña en hablar cuando no se puede abordar lo único importante? Ah, tu amante se ha suicidado, o te ha dejado, lo que sea, en cualquier caso ya no existe para ti: tendrás que buscarte a otro. Toca entretenerse, como toca entretenerse cada vez que algo desgarra lo cotidiano. No pienso participar. El psiquiatra diría que esto es un retroceso: mi negativa a superar el dolor es la causa principal del dolor, y no otra cosa. Diego me toca el hombro. Debo de tener mala cara. (...)</div><div><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjwOcvyG-Un4f7S489lzDyc7sG8U3_r8XUrkf0boQA_qFbkA07K6WXP3tmJBlp01TfL5nAXyik81M6i8cqoKGgPPXJDu6sfSQVT55_nIfEi5JiaBgaf_dudUrVQYk_wwjbhyFGudBFSl5XqyvvFzvmjpcXePk4g-E2o9XuQ49MJ5gRYbLwgGrz5XOiI2kM/s1200/barquinero.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="700" data-original-width="1200" height="187" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjwOcvyG-Un4f7S489lzDyc7sG8U3_r8XUrkf0boQA_qFbkA07K6WXP3tmJBlp01TfL5nAXyik81M6i8cqoKGgPPXJDu6sfSQVT55_nIfEi5JiaBgaf_dudUrVQYk_wwjbhyFGudBFSl5XqyvvFzvmjpcXePk4g-E2o9XuQ49MJ5gRYbLwgGrz5XOiI2kM/s320/barquinero.jpg" width="320" /></a></div><div><br /></div><div>Esa noche sueño con Javier, pero en el sueño no tiene la misma sonrisa que en las fotografías. Está vestido con una americana negra y una camisa de color crudo y se enciende un cigarro en una terraza con vistas de Madrid, como si en lugar de trabajar en un edificio cualquiera su oficina estuviese en lo alto de la Torre Picasso. Me sonríe, apoyado en el quicio de metal. Da una primera calada y la imagen se parece a esa que a mí me gusta tanto, la de él fumando entre la niebla. Luego la sonrisa se esfuma y se queda muy quieto, inexpresivo. No triste, más bien en paz, casi sin moverse, con voluntad de ser paisaje. El cigarrillo se consume en su mano mientras lo miro, él solo deja caer la colilla cuando la brasa le quema los dedos. No lo pisa cuando toca el cemento. Parece como si quisiera sonreír, pero se le hubiera olvidado cómo. Entonces da un salto ágil y se encarama al salvacuerpos, alzando primero la pierna izquierda y luego la derecha. Se sienta mirando en mi dirección y levanta por un instante su rostro hacia el sol. Sin ningún tipo de prisa, se deja caer de espaldas sin apartar su mirada de la mía. Desde que Diego se marcha el tiempo se convierte en una cosa extraña, un viaje de avión sin turbulencias que vaga y discurre sin que nada cambie. Sin orden, incapaz de concretarse en eventos o ciclos naturales conocidos: noche, día, noche; domingo, miércoles, martes. Apenas sin salir de la cama, observando durante horas o bien la luz escuálida y escalonada que entra por la persiana, o bien las sábanas aún tendidas del vecino de enfrente. (...)</div><div><br /></div><div>15 de noviembre: fiesta de (ininteligible), Javier tiene muy mala letra. ¿No es esa fiesta en la que me dijo que se aburrió tanto, en la que me escribió de madrugada que si podía llamarme mientras volvía a casa en taxi? Sí, debe de ser esa, yo también estaba fuera, con Diego, dudando si podía decirle que nos viéramos en algún bar porque estaba un poco borracha y me sentía audaz. No me atreví. En ocasiones le insinuaba que estaba disponible y él nunca daba el paso de pedirme que nos viéramos. Pensándolo bien, es mejor que no nos hayamos conocido en persona. Imagina que hubiera venido a esta casa, que la hubiese contaminado para luego desaparecer, que hubiera manchado con su presencia alguno de tus cafés favoritos o determinadas calles de la ciudad. Imagina que hubiese muerto justo después de conocerte: qué responsabilidad más absurda. (...)</div><div><br /></div><div>Los centros comerciales son lo peor cuando la existencia parece a punto de perder sus cimientos. La alegría navideña y brillante ocasiona el efecto contrario, los productos de Rituals, los sustitutivos de comida para adelgazar, las revistas estampadas con caras de famosos y los bolsos de diseño se revelan como lo que son: un envoltorio estridente para la muerte. ¿No lo sienten todos los que luchan a mi alrededor por llegar a tal o cual producto, conseguir la atención de un dependiente o cambiar de planta? ¿O solo disimulan? Hubo un tiempo en el que yo no tenía nada que disimular. Caminaba por tiendas y celebraciones con la ligereza de un pez payaso en el acuario. ¿Se puede volver a ese estado? Muchos de los rostros que me rodean son maduros, por fuerza tienen que haber experimentado alguna vez cómo la realidad se desacopla. Pero parecen felices, o al menos calmados. ¿Son hábiles disfrazándose o han accedido a una respuesta oculta? No parecen fingir. Eso es que aún queda esperanza. (...)</div><div><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEieGLo0zOlTdmb8Lmdn-ME3XyR5qPEC2oQ4fc5drD4EV7XGMTDQTzVJo79X1FO7X3FpXxOsNx8v5HvBppnOp7y8XqIMmuzB6WJYaA-uFNE6FN92HM7CnIvDEYYm5x-TsQJ-8n8KuSBRVukpRcvWpKl9shNaaKTo0lD6n9IXDJLOQuibeJPIB8Hcfj51Tkg/s1200/mandinero.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1200" data-original-width="1200" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEieGLo0zOlTdmb8Lmdn-ME3XyR5qPEC2oQ4fc5drD4EV7XGMTDQTzVJo79X1FO7X3FpXxOsNx8v5HvBppnOp7y8XqIMmuzB6WJYaA-uFNE6FN92HM7CnIvDEYYm5x-TsQJ-8n8KuSBRVukpRcvWpKl9shNaaKTo0lD6n9IXDJLOQuibeJPIB8Hcfj51Tkg/s320/mandinero.jpg" width="320" /></a></div><div><br /></div><div>No sé cuánto tiempo paso delante de la pantalla viendo desfilar informaciones entre la leyenda urbana y la teoría de la conspiración. Al principio los resultados de sinneslöschen son decepcionantes. La palabra me lleva a una serie de testimonios dudosos en torno a un videojuego de los años ochenta, Polybius, que se instaló temporalmente en algunas salas de juego y que absorbía la mente de los que participaban. Según los creepypastas, provocó daños mentales y emocionales, epilepsia e incluso suicidios entre los jugadores. Las máquinas se retiraron con rapidez y sin huella; algunos acusan a la empresa de ser una filial de la CIA. Experimentación con humanos, claro, experimentación del gobierno de Estados Unidos con la población ciudadana, los malvados tecnócratas y el proyecto MK-Ultra. La idea de que Javier tuviese alguna clase de interés en estas cuestiones es ridícula, alienígena. ¿Javier un conspiranoico? No lo creo, imposible en una persona tan inteligente. Le gustaba Cuarto milenio, pero solo para reírse. Sin embargo, sigo leyendo, primero por Javier y luego por el morbo de navegar entre historias horribles e inverosímiles a partes iguales: Zeitgeist, Slenderman, el 11-S, el bar España, el aeropuerto de Denver, HAARP, Illuminati, las piedras de Georgia y su extraño mensaje en ocho idiomas. Después las palabras me consumen. Miro las imágenes de la piedra. Gigantescos Stonehenge seculares pidiendo la razón y el exterminio del exceso de humanos en un mundo ya superpoblado. Todas las historias que se anclan en el mundo real acaban contando lo mismo: ricos depravados sin ningún escrúpulo moral que juegan con los pobres y desgraciados mientras ellos mismos se preparan para un Nuevo Orden Mundial de control ciudadano, desastre ecológico y merma malthusiana de la población gracias a enfermedades de laboratorio y otras tretas ocultas. Un atentado terrorista en diferido. Menuda estupidez. (...)</div><div><br /></div><div>Paso a un artículo sobre la posible relación de Polybius con la música de Pueblo Lavanda, una leyenda que más o menos conocía: quince años después de Polybius, en 1996, acusaron a otro videojuego de provocar el suicidio entre los menores de doce años. Esta vez se trataba de la primera edición de Pokémon. Según el lore, los niños que jugaron compartían un cuadro de adicción al videojuego, dolor de cabeza, hemorragia nasal, depresión y principio de epilepsia..., y el último lugar en el que habían guardado partida era en la ciudad fantasma, Pueblo Lavanda, con una torre dedicada a recordar a los Pokémon fallecidos y una música siniestra de fondo. De acuerdo con los morbosos, la melodía contenía sonidos binaurales solo perceptibles por los más jóvenes, y la prueba de que esto es cierto la encuentran en que esa versión de la música no está disponible como tal en ediciones posteriores del videojuego, ni fuera de Japón. Teoría oficial: intento de control mental con unos fines tan oscuros que ni merece la pena escribirlos. Se presuponen. La leyenda se completa con la vinculación de otro glitch de la primera edición de Pokémon, un Pokémon que aparecía solo en determinadas zonas con el número 731, precedido de una animación fantasmal que incluía imágenes distorsionadas, relacionadas, según el fandom, con una división secreta del gobierno japonés durante la Segunda Guerra Mundial que tenía el mismo número. La última de las imágenes era una bandera de Japón con el kanji del Emperador, y el creepypasta lo asociaba al intento de formar un nuevo imperio japonés alienando a los jóvenes para una Gran Batalla, un MK-Ultraamarillo. Hay unos documentos probablemente ficticios en los cuales un empleado de GameFreak, Shin Nakamura, distribuía información confidencial relativa a las muertes de varios niños que probaron el juego justo antes de su comercialización. Su mujer fue la que compuso la banda sonora de Pueblo Lavanda y, poco después, su hijo apareció muerto. Shin Nakamura se quitó la vida en el Bosque de los Suicidas el mismo día en el que se lanzó Pokémon al mercado, dejando una carta para su mujer. (...)</div><div><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgHNixyXjTORIAQ9Hhtr0jWqBfD__lGrlhBX2-8u8jj1pEwO26YKqD-1R2zuSgrrHoLFQdsg8gP7VJUvs23Cu6RtDiOAgkM14OtCHykhNc67xcyw2qcJcUSrCUKCJ3K_BJ6YVphVIN9ZcdpyYOGjltZTcBjsvd6sIwaGnJuMQ-_K0J6lihnY85osfLVSfc/s990/barquisara.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="556" data-original-width="990" height="225" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgHNixyXjTORIAQ9Hhtr0jWqBfD__lGrlhBX2-8u8jj1pEwO26YKqD-1R2zuSgrrHoLFQdsg8gP7VJUvs23Cu6RtDiOAgkM14OtCHykhNc67xcyw2qcJcUSrCUKCJ3K_BJ6YVphVIN9ZcdpyYOGjltZTcBjsvd6sIwaGnJuMQ-_K0J6lihnY85osfLVSfc/w400-h225/barquisara.jpg" width="400" /></a></div><div><br /></div><div>Falto dos días más a clase y vuelvo, pero esa mañana Diego no acude, así que me siento sola en la última fila. Mis compañeros me ignoran, una de mis profesoras me observa como si fuese una enferma terminal. De nuevo, esa noche paso cerca de dos horas mirando las sábanas tendidas en el piso de enfrente, cada día más sucias que el anterior, sin música, escuchando cómo suenan las calles, los niños que salen o entran del colegio vecino o los adolescentes haciendo botellón; pingándome sobre el alféizar y mirando la calle como desde un trampolín. Recuerdo la imagen ficticia de Javier en la terraza de su trabajo, la imagen de mi última pesadilla, de mí misma sosteniendo un cuchillo contra la piel desnuda de mi vientre. ¿Siempre tienen que ser así las cosas? Y entonces suena el teléfono. (...)</div><div><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhdMzUWpeyEY1bqIeuW6pbi2AiTsnH3awT5q-mu23v2SQ_LzyinXbJkMkw3yqVoYAJQnPh5pDen_dDOYHUpPA57ULrialPUJhzK1I8Uo2GO_WgNkOqQjglE5ydwlLnBhLPRh_txrN7NWqwxtW5q8PZx2zGroK9LoiF7VyCg0CdytMX4TTkJwW8MV4w4Q84/s225/barcon.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="225" data-original-width="225" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhdMzUWpeyEY1bqIeuW6pbi2AiTsnH3awT5q-mu23v2SQ_LzyinXbJkMkw3yqVoYAJQnPh5pDen_dDOYHUpPA57ULrialPUJhzK1I8Uo2GO_WgNkOqQjglE5ydwlLnBhLPRh_txrN7NWqwxtW5q8PZx2zGroK9LoiF7VyCg0CdytMX4TTkJwW8MV4w4Q84/w400-h400/barcon.jpg" width="400" /></a></div><br /><div style="text-align: center;"><br /></div><div>Luis pregunta: «Y dime, ¿qué tal por Tinder?». Su foto: una selfie en la que se ve su teléfono, con un gorro de lana y unas gafas redondas. David me manda un GIPHY, no sé por qué le he aceptado. Tiene la típica descripción de «Viajar, sentir, una buena conversación» junto al emoticono de una copa de vino. Julio me envía directamente su número de móvil sin hablar, supongo que le da vergüenza que alguien pueda ver que está usando la aplicación. O a lo mejor le da igual quién sea yo, y solo quiere follar. Hago un match más con Silvio: es guapo, pero leí en su descripción que, de hecho, tiene novia, y que «vive su relación de otra manera». ¿Lo sabrá ella? No quiero repetir algo como lo de Javier. He escrito a Jaime, me gusta su foto. Se parece un poco a Javier, y su descripción dice que le gusta el arte, aunque de forma tan vaga que puede significar cualquier cosa. No me contesta, y ya le escribí hace tres o cuatro horas. Mario me da una respuesta detalladísima a mi descripción, comentando cada una de sus líneas, y también mis fotografías. Empalagoso. Simplón. Qué pereza. Veo que, desde que me desinstalé la aplicación —cuando comencé a hablar solo con Javier—, un tal Sam me ha insistido periódicamente con «¿Cómo estás?» y «¿Sigues viva?». En realidad, no era mal perfil, ¿debería darle una oportunidad? David 2 me pide más fotos y me pasa su número de móvil para que pueda enviárselas. Lo cierto es que me gustaría quedar con alguien, llevo días encerrada en casa. Julio insiste, pero no me interesa. Vuelvo a la pantalla de descubrimiento, empiezo a repartir corazones verdes y cruces rojas, me entristezco al ver que todos los que me han dado Superlike son señores decepcionantes en todos los sentidos: así que eso es lo que valgo, ese es mi patrón de medida. Un tal Miguel tiene en su descripción «No sé qué hago aquí». Aunque sé que se refiere a «en Tinder», sus ojos asustados y excesivamente abiertos hacen posible la interpretación de «No sé qué hago aquí, en el mundo, en la vida». Canción de culto: Radiohead. Con eso puedo trabajar. Pero no me devuelve el match. (...)</div><div><br /></div><div>Paso la tarde intentando entretenerme con rituales estúpidos de skincare coreano, Friends, vídeos para ejercitar tu cuerpo en cinco minutos, la radio. Nada funciona, cuanto más lo intento, más ganas tengo de hablar con Javier, es casi una necesidad física. Debe de ser otra fase del duelo: primero tristeza y anhedonia, después anhelo del objeto perdido. No puedo quedarme en casa y, no sé cómo, termino andando de camino a El Corte Inglés de Nuevos Ministerios con el ánimo pesaroso y un orfidal en vena que me impide articular los pensamientos de forma coherente, como si en mi cabeza se reprodujera una y otra vez el final de la conversación, un silencio recriminatorio interrumpido por mis balbuceos de disculpa. Tomo una cerveza de camino y, como llevo días sin comer nada, me marea y me provoca una migraña sin concesión que hace que camine más y más lento. (...)</div><div><br /></div><div>A lo mejor soy incompatible con cualquier promesa de felicidad. Quizá solo soy esa dimensión negativa y compleja en la que algunos hombres quieren refugiarse de vez en cuando. (...)</div><div><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiUbx_V3vhZhg7iuSkI0Lpaw6RJjrSI3-gWwbBqk8DzqXUeE6LYv-f_JlwC2QUrfgIh45JQAwH4XEycJJckGSHPCWV0zPbMG2cC4DTl-wdUEGFRrxmyzHgFAIew3Ths38iH7lljkqWeKOEklYIOXBVEJrfajJCIWc2ru6YLoWB5cG8KGxaE8fO-hRf6_7g/s810/babeliero.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="810" data-original-width="665" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiUbx_V3vhZhg7iuSkI0Lpaw6RJjrSI3-gWwbBqk8DzqXUeE6LYv-f_JlwC2QUrfgIh45JQAwH4XEycJJckGSHPCWV0zPbMG2cC4DTl-wdUEGFRrxmyzHgFAIew3Ths38iH7lljkqWeKOEklYIOXBVEJrfajJCIWc2ru6YLoWB5cG8KGxaE8fO-hRf6_7g/w329-h400/babeliero.jpg" width="329" /></a></div><div style="text-align: center;"><br /></div><div><br /></div><div>Leí algunos libros, volví a pasarme Limbo, buceé durante horas en Sanctioned Suicide y Fabrizio me envió el artículo de Seymour Tyler. Giraba en torno a una mafia de los suburbios de Nueva Orleans cuyo líder, Michael D’Alessandro, era en teoría uno de Los Escorpiones, los presuntos creadores de El lamento de Orión o Polybius. A lo largo del relato de Tyler, se veía cómo D’Alessandro insertaba en la comunidad las máquinas recreativas que más tarde enloquecerían a unos cuantos infelices, cómo experimentaba con algunas mujeres exponiéndolas a unos audios malditos escondidos en unos casetes para aprender un idioma. Las víctimas aparecían muertas en sus casas sin rastro de allanamiento o violencia. Se habían dejado morir de hambre y sed. También me envió un relato sobre unos profesores de la Universidad de Oklahoma que se habían quedado catatónicos después de investigar un archivo en torno a una traducción misteriosa, al que también habían nombrado como «3». Por lo que Fabrizio me mostró, en línea con el artículo de Siskind, había toda una mística en torno al tres invertido: vídeos de políticos y famosos que contaban hasta tres usando los dedos de la mano izquierda, presuntos Escorpiones. Colecciones de grafitis en paredes abandonadas, documentos oficiales o cintas marcadas con el número al revés que quizá remitían a la posible organización. Tal vez no le gustaban los videojuegos, pero su teoría tenía el tufillo de uno: palabras mágicas, divinas; organización malvada que se aprovecha de un conocimiento arcano para controlar el mundo; símbolos que los distinguen. El tres invertido era el principal, pero también el signo del zodiaco Escorpio, la malaquita, el mercurio (los D’Alessandro son descendientes de Torricelli, me explicó una noche Fabrizio, y el mercurio siempre ha simbolizado lo espiritual), la constelación y el gigante Orión. No hay una versión cerrada sobre la historia del gigante cazador: en algunas su pecado es jactarse de poder acabar con cualquier animal sobre la Tierra, en otras de enamorar a Artemisa o violar a Pléyone, y en muchas de las versiones los dioses lo castigan matándole mediante la picadura de un escorpión para castigar su hybris. Si lo dejo hablar lo suficiente, acaba diciendo que Los Escorpiones, a través de diversas empresas pantalla, utilizan la industria del entretenimiento para enloquecer a sus usuarios poco a poco valiéndose de sus secretos espirituales. Me reí de él la primera vez que lo contó: ¿Y para qué? ¿Domesticación para la guerra futura? ¿Merma selectiva de la población? ¿Nuevo Orden Mundial? No digas tonterías, contestó muy serio: a veces lo utilizarán para controlar mentes, eso está claro, pero seguro que su principal motor es obtener beneficio económico. Sí, para él son así las cosas: la depresión, la ansiedad, el TDAH o incluso el autismo son enfermedades casi contagiosas que se transmiten por impulsos eléctricos. Y, por supuesto, Los Escorpiones ganan mucho dinero atiborrándonos de Xanax y Adderall. No me gustaba esa deriva tan conspiranoica. Creer en un juego mágico o elemento sobrenatural es una cosa, pero esos vídeos en los que alguien analizaba los discursos de Roosevelt, Kennedy o Clinton para buscar señales secretas me parecían demasiado. Prefería que hablásemos de nosotros. (...)</div><div><br /></div><div>se rio de mis selfies del instituto y de los posts grandilocuentes que escribía hace un par de años sobre cultura o política. Muchas de nuestras conversaciones comenzaban con Orión o los suicidas, aunque siempre y sin excepción acabábamos hablando de otra cosa. ¿Me gustaba? Puede ser, pero había decidido postergar el juicio a ese respecto, ignorar tanto mi dependencia creciente como esa necesidad de sombras que él parecía tener, y que alimentaba las que yo misma poseía; ignorar a su vez el miedo creciente de que, como pasó con Javier, todo fuera un engaño. ¿Cuánto estaba dispuesta a dar? A lo único que no volví fue a los videojuegos, después de pasarme Limbo e imaginarme que acompañaba a Javier por el inframundo. Me recordaban demasiado a él, y Fabrizio los detestaba. Creía que la dependencia de los estímulos electrónicos es la principal causante de cualquier trastorno, sea por videojuegos o por redes sociales. Un día traté de bromear con él sobre la cuestión: no has tenido infancia, dije. Se pasó dos días sin hablarme. Solo salí de casa un par de veces y él quiso saber a dónde iba y cuándo iba a volver, igual que se preocupaba diariamente de si hacía o no cosas que merecieran la pena. Está bien que a una la vigilen un poco. Una tiranía dulce. (...)</div><div><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><iframe allowfullscreen="" class="BLOG_video_class" height="266" src="https://www.youtube.com/embed/B3-0DLbQP2E" width="320" youtube-src-id="B3-0DLbQP2E"></iframe></div><div><br /></div><div>No soporto pensar que este mundo es el único posible, pero no tengo fuerzas para ser creyente —dice—. ¿Te llamo? ¿Vemos alguna película? No me apetece mucho hablar de estas cosas. He pasado todo el día sintiéndome culpable por no haber ido finalmente a casa, llevo dos semanas sin hablar con nadie que no sea Fabrizio —Diego está oficialmente enfadado—, me pesa el vacío de no tener a quien felicitar las fiestas, de que mi vida no tenga ninguna incidencia en el mundo. Al principio me sentí orgullosa de quemar todos los puentes con mi pasado, pero no me imaginaba esto. Y me duele la cabeza (...).</div><div><br /></div><div>—Nunca me has contado por qué escogiste el nombre de Fabrizio Canturelli —respondo en su lugar. Confío en la capacidad de Fabrizio para enfrentarse a mi hundimiento progresivo simplemente conversando. </div><div>—Lo encontré investigando sobre la República de Fiume. Fue una especie de intelectual italiano rico que apareció de repente después de la Primera Guerra Mundial, con ciertas vinculaciones al régimen de Mussolini pero sobre todo a Gabriele D’Annunzio. </div><div>—¿Y por qué te interesó Canturelli? </div><div>—Fue un personaje con cierta relevancia en la alta sociedad romana, y está completamente olvidado. Un incomprendido muy interesante. Daba unas fiestas famosas en Roma, un poco raras. Siniestras. Con juegos macabros o con componente sexual. Como un Eyes Wide Shut italiano. Y escribía textos, artículos y diarios filosóficos sobre qué era la vida buena o cómo sobrevivir en la desesperanza de un mundo acabado. Tiene un libro muy interesante, Alienación y juego como forma de vida, pero no está traducido a ningún idioma. Era uno de Los Escorpiones, aunque de la rama buena. Ignoro lo de Los Escorpiones. Es el único momento en el que Fabrizio no me gusta en absoluto, cuando insiste demasiado con esa cuestión. </div><div>—¿De qué iba el libro? </div><div>—Del deseo y la imposibilidad de llevar una existencia auténtica. Del juego y el éxtasis como formas de conseguirlo. Y, en cierto modo, hace una defensa del suicidio y la eutanasia. La mujer de Canturelli se suicidó en 1920 y él lo hizo más tarde, durante la marcha sobre Roma. La tumba de su esposa está en Barcelona, no se sabe por qué, y cuando él murió, en 1922, pidió que lo enterrasen con ella. Es preciosa, carísima, nada hortera. Me hizo pensar que querría salir con alguien que, si yo muriera, me hiciese una tumba ahí. Mi ex no tenía buen gusto, está claro. En cualquier caso, me llamó la atención y a partir de ahí empecé a buscar. Y llegué a El lamento de Orión. Me siento un poco ridícula. A mí casi nunca nada «me llama la atención» o «me interesa», como suele sucederle a él, o como también le sucedía a Javier. (...)</div><div><br /></div><div>Alba regresa días más tarde, ¿ya ha pasado Reyes? Es difícil saber cuál es la medida de los días cuando apenas sales de casa o no tienes nada que hacer. Lo único que avanza a mi alrededor son las conversaciones con Fabrizio, ya ni siquiera entro en Sanctioned Suicide. Un día la madre de Javier me escribe para felicitarme el año y no le contesto. Una noche que no puedo dormir juego al Pokémon Perla con el equipo que creamos juntos, una de las últimas cosas que hice con Javier, y también intento leer Madame Bovary, el último libro que él leyó. Duermo de día y juego de noche, el libro no lo acabo. Tampoco le cuento nada a Fabrizio, sé que le molestaría. Incluso que juegue le molesta, aunque no sepa casi nada de Javier. Un día, de repente es 14 de febrero y mi madre me llama para felicitarme el día de los enamorados, una vieja costumbre entre nosotras. Es febrero, qué inverosímil, cómo puede haber pasado tanto tiempo, cómo puedo haber pasado tantos días y tantas noches postrada en esta cama. Es febrero, sí, y de forma sorprendente sigue todo igual. (...)</div><div><br /></div><div>Era extraño —comencé a escribir—. No es que fuese mejor o más interesante que otras personas que conozco, pero cuando hablaba con él me sentía solo yo misma. Es raro, porque a veces, hablando con él, era todo lo contrario a lo que yo soy, y al final él tampoco era quien decía ser. Era más infantil, o coqueta, o paranoica. Pero sentía que, ante él, estaba sola y era simplemente yo, que sus palabras me requerían de tal forma que no me podía escudar en nada, no en lo que nadie esperaba de mí, no en lo que yo creía que significaba ser yo. Que cada una de las veces empezaba de cero, que en cada gesto demostraba de una vez por todas qué era lo que quería de verdad. Supongo que es lo mismo que experimenta un creyente cuando se siente delante de Dios: no hay excusas. O lo que siente alguien que tiene una pasión y que la ejecuta, en un movimiento automático en el que no cabe decir soy de tal o cual manera, soy inteligente, o cobarde, o estúpido, o conservador, así que actuaré de ese modo. Me absorbía. Era como un juicio permanente sobre mi singularidad, sobre cada pequeña posibilidad de mi ser, sobre qué significaba ser auténticamente yo. Me parecía tan inteligente. Tan moral. Tan único. A él pude contarle lo que me pasó en Zaragoza. Nunca he podido contárselo a nadie. Cuando hablábamos no sentía el paso del tiempo, nunca tenía tiempo de mirar la hora, o de pensar en otras cosas, o de martirizarme con algo que no fuera él. Y eso me angustiaba, claro, pero merecía la pena. Merecía la pena porque encontraba en toda esa angustia una prueba de que existía en el mundo, de que tenía alguna clase de libertad, aunque fuera la de equivocarme. ¿Entiendes? Y porque, de repente, habían desaparecido tres o cuatro horas. Siempre agradezco que las horas desaparezcan. (...)</div><div><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhJ4og5-YieeRv6llbJhK0nz7vqMvdcXjIZZ8E2K8yROQF0u4C7exxM9BzCj0KMyIslqJ_-DuAmPmlDK40F7-mQX3dDoMepgn2AntalOvWM-i3xJJIA5JVg7aX8AnWB0Hyihk96hl3mD3K3eCIXv4_XIR3CJcXyDM0LMvBp2jhEnf9IXdaMnWMeI8PLkxg/s640/sola.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="427" data-original-width="640" height="214" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhJ4og5-YieeRv6llbJhK0nz7vqMvdcXjIZZ8E2K8yROQF0u4C7exxM9BzCj0KMyIslqJ_-DuAmPmlDK40F7-mQX3dDoMepgn2AntalOvWM-i3xJJIA5JVg7aX8AnWB0Hyihk96hl3mD3K3eCIXv4_XIR3CJcXyDM0LMvBp2jhEnf9IXdaMnWMeI8PLkxg/s320/sola.jpg" width="320" /></a></div><div><br /></div><div>Estoy en casa con un cuchillo en la mano sostenido a la altura de mi estómago, apretando la hoja contra la piel. Busco desesperadamente a alguien en mi agenda, pero nadie coge mis llamadas. Miro la puerta para ver si Alba regresa, apretando cada vez más el cuchillo contra la piel. Sé que, si nadie me coge el teléfono, si nadie me rescata, me mataré. Y no quiero hacerlo en realidad. No quiero morir, pero me siento incapaz de apostar yo sola por la vida, así que llamo a emergencias mientras me arrastro hacia la ventana. Responde una voz femenina. —Emergencias, ¿en qué puedo ayudarle? —Estoy herida —digo con un hilo de voz—. He perdido mucha sangre. —¿Dónde se encuentra? —responde alarmada. Me quedo sin palabras. Tengo la sensación de que no va a servir de nada, así que cuelgo y me dejo caer al suelo, sin soltar el cuchillo; el rodapié se clava contra mi carne, el mundo está lleno de cristales rotos, quiero gritar, pero es como si mi boca no pudiera seguir la orden, incapaz del alarido. Vuelvo a intentar llamar a mi madre, a Diego, a amigas de la adolescencia, compañeros del máster, quien sea: nadie me responde. (...)</div><div><br /></div><div>Llego a Barcelona pasadas las diez de la noche y me tiro todo el viaje mirando cómo atardece por la ventana. Al bajar, me saluda un viento de olor agrio, camino por la estación de Sants hasta la puerta principal y me lío un cigarrillo. Estoy en una poyata, sola y con la maleta pequeña entre las piernas, mirando hacia una pared llena de grafitis. Apenas hay nadie, es domingo y la estación está llena de solitarios que se mueven de forma errática, cuerpos siniestros y apaleados como los monstruos de un cuento infantil. Imagino que soy la única superviviente de un terremoto o de una catástrofe que llega a la última ciudad que se sostiene sobre sus cimientos. Qué fácil sería actuar en un espacio así, sin decisión o duda ante la angustia de las circunstancias. Por eso debe de gustarle tanto a Fabrizio la conspiración de Los Escorpiones. Hace que parezca que la vida urge, que hay que moverse, ya, no pensar en nada. Me vibra el móvil, es él, pero no voy a mirarlo hasta que termine de fumar. ¿Y si no voy a su casa? ¿En qué estaba pensando cuando accedí a visitarlo? Podría darme la vuelta, coger un hotel, cualquier cosa, rechazar mi destino en apariencia ineludible. Le dije que iría directamente a su casa y él me dio explicaciones precisas sobre qué metro tenía que tomar. Insistí en que no fuera a buscarme a la estación, había algo obsceno en imaginarlo en el vestíbulo de llegadas, saludándonos en público por primera vez. Camino por una avenida ancha y empinada con la sensación de que pronto sucederá algo, algo horrible e irremediable. No obedezco sus indicaciones. (...)</div><div><br /></div><div>tiene un pene raro, enorme, curvado e inclinado hacia la izquierda, le da aspecto de sátiro. Besarme es el único gesto natural; después me alza de la cama y me pone contra la pared, lame mi espalda mientras me arranca la ropa. Me pega, no demasiado fuerte, y me pregunta si me molesta. Digo que no. Me tumba en la cama y sigue comportándose de forma exagerada, como si hubiera una cámara filmándonos, me besa de manera teatral, me da un par de azotes y me dice que me coloque encima. Apenas me entra su miembro y me duele, me duele mucho, pero no me atrevo a quejarme. Hace que cambiemos de postura varias veces y pienso que jamás se va a correr, así que finjo un orgasmo como táctica preventiva, cuando estoy a gatas en el suelo. Luego trato de decirle que estoy cansada, pero insiste en que le chupe la polla. Lo hago, claro, qué otra cosa podría hacer, aunque es difícil por la forma de su pene, el glande golpea todo el rato partes inesperadas de mi garganta. Podría llegar a vomitar, y cuando él se corre dejo que el semen se escurra por las comisuras de mi boca. Me acaricia la cabeza como si fuese un perrillo complaciente, me da una cachetada en el culo y propone que nos bañemos juntos en su ducha enana y llena de mugre. Sigue actuando mientras lo hacemos, me susurra que soy preciosa y que tengo una piel increíble, insiste en lavarme él en lugar de hacerlo yo, en secarme con una toalla rugosa que tiene las siglas de una cadena de hotel. Él casi no emplea jabón sobre su propio cuerpo. Supongo que después de esto solo queda que durmamos juntos en esa cama enana. Con disimulo, tomo un ansiolítico mientras me lavo los dientes y espero a que me haga efecto. No lo hace. No me deja dormir, no para de sobarme hasta que cae rendido. Me levanto con disimulo a buscar otro ansiolítico en mi neceser y él me pregunta entre sueños qué estoy haciendo. No contesto, a la espera de que la pregunta se disuelva. La repite. Le digo que tenía que escribir a mi madre, y eso parece contentarlo. (...)</div><div><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjYg29fFU28aXg-5GXlEcIXwgRHbOlPCCCWBfhUTkbTLZZHxBlkGT1bwn7uARrOZfaMZGOfYd4yLfu5clNhWQwLmFlQJZeWLD_vlKuis4VRPx2042FZLA_ylQGUEwoIXCgyUcIWAZTRrNnnT_9cQuoJsqneikVbCX4JjrvyY-xW8PXdBRuKyjjGJwkveHY/s450/orfidal-2.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="338" data-original-width="450" height="240" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjYg29fFU28aXg-5GXlEcIXwgRHbOlPCCCWBfhUTkbTLZZHxBlkGT1bwn7uARrOZfaMZGOfYd4yLfu5clNhWQwLmFlQJZeWLD_vlKuis4VRPx2042FZLA_ylQGUEwoIXCgyUcIWAZTRrNnnT_9cQuoJsqneikVbCX4JjrvyY-xW8PXdBRuKyjjGJwkveHY/s320/orfidal-2.jpg" width="320" /></a></div><div><br /></div><div>Por la noche, los sueños se acomodan al desorden de la realidad nueva: sueño que estoy en el apartamento de Fabrizio, en la cocina sucia fusionada con el salón, con un montón de ansiolíticos alineados en forma de tres invertido, a punto de tragarlos. Él duerme en el cuarto y yo sé que me los voy a tragar, intento llamar a mi madre, a Diego, a Alba, y no funciona. Intento despertarle, pero está tan dormido que no reacciona, así que me los trago todos, en orden, sin agua para bajarlos. Después me tumbo a su lado y él me abraza con la familiaridad de una vida en común. Empiezo a relajarme, demasiado, me asusto e intento levantarme para llamar a emergencias. Pero él me está abrazando fuerte y no puedo salir de la cama. (...)</div><div><br /></div><div>Los días se desenvuelven a través de paseos por la ciudad y conversaciones eternas sobre los mismos temas, véase: divagaciones sobre Sanctioned Suicide y el juego —incluso insiste en que probemos una simulación de Polybius, lo cual no me hace ninguna gracia—, el análisis pormenorizado de todo lo que ha sido nuestra vida desde nuestro nacimiento, curiosidades históricas con las que trata de impresionarme, juegos siniestros con el lenguaje con los que parece divertirse —¿serías capaz de sacrificarte por la humanidad?, ¿a quién elegirías para que fuese el único superviviente de una catástrofe?, ¿qué obra de arte permitirías que se destruyera con tal de salvar a tu madre?, ¿cuánto tiempo crees que serías capaz de estar sin hablar con absolutamente nadie?, ¿de qué extremidad o sentido podrías prescindir?—, y divagaciones sobre sexo y sexualidad. Fabrizio —Manuel— quiere saber con cuántas personas me he acostado, cuánto tiempo y qué pensé exactamente en cada una de esas veces. Tras escucharme, concluye que el sexo es algo que jamás he disfrutado de verdad y que no me resulta natural, sino algo parecido a un espectáculo extravagante. Puede ser, convengo, aunque no sé si es cierto. Intento rehuir todos los aspectos que me angustian de nuestras conversaciones hasta que llegamos a su cuarto. Fabrizio —Manuel— no me presenta a nadie durante los días que estoy ahí: llevo ya tres, y voy a quedarme hasta el final de la semana. Me dice que ha acabado de malas formas con casi todo el mundo por la ruptura con su ex, que ninguno de sus amigos merecía la pena en realidad, excepto yo, claro, eres perfecta, eres preciosa, me alegra tanto que por fin estés aquí. Y de alguna manera esas palabras son un ancla, mantienen fijo mi desorden. (...)</div><div><br /></div><div>Esa es la clave para que un hombre no te haga daño: fingir hasta la extenuación que sus estupideces no te aburren. (...)</div><div><br /></div><div>—Creo que ya me sé la historia que no me cuentas. Alguien te hizo sentir como la mierda insignificante que eras y te enseñó lo que en el fondo tú ya sabías: que no merecías que te quisiera nadie y que tu vida no servía para nada. Parece que te estoy diciendo algo horrible, pero solo es la verdad. Hay gente a la que se lo enseñan sus padres, a otros sus novios, a otros sus compañeros de trabajo o cualquier panda de subnormales. La verdad a la que algún día llega todo el mundo, o al menos todo el mundo que no es estúpido, a lo mejor a ti te llegó demasiado pronto, cuando aún no estabas preparada. Pero ya lo sabes, y ahora no hay nada que puedas hacer para ignorarlo. Intentas luchar contra ello y por eso sufres. Yo te ofrezco una salida digna. Heroica, he dicho, y así lo creo. No te prometo que te vaya a cuidar, que lo haré, sino que te voy a entender como ya sabes que te entiendo. Es fácil, en realidad. Deja de luchar. Es patético ver cómo lo haces. Y no me gusta verte así. (...)</div><div><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><iframe allowfullscreen="" class="BLOG_video_class" height="266" src="https://www.youtube.com/embed/7pOr3dBFAeY" width="320" youtube-src-id="7pOr3dBFAeY"></iframe></div><div><br /></div><div>Mychemicallife: Desde que escuché hablar de El lamento de Orión he soñado con encontrarlo. La idea de dejar de sufrir, dejar de preocuparme, alcanzar la paz... Siempre he querido ser una de esas personas que están tres días o una semana desaparecidas porque son felices y porque está todo bien. O que necesitan estar solas de verdad, estar en calma, no hablar con nadie, que disfrutan de su propia compañía. ¿Entendéis? Antes de conocer el juego, ya deseaba algo así, y cuando lo encontré me emocioné. Llevo cinco años rastreando noticias, preguntándome dónde está, jugando a simuladores, acumulando creepypastas. Y nada. Sé que mucha gente por aquí dice que si lo deseas mucho, no aparece, pero me da miedo creer eso, porque entonces se parece a una de esas típicas leyendas urbanas falsas y entonces tengo que dejar de creer en ello, y no puedo. Quiero pensar que hay alguna clase de salvación. Llevo diez años deprimida. Bueno, llevo toda la vida deprimida... Qué os voy a contar. Estáis todos aquí. ¿Cuánto tiempo llevamos aquí? ¿Alguien tiene una pista real, algo? Mandadme un DM si sí. Soy de Frankfurt, por si hay alguien aquí de la zona. Lo he pasado muy mal y me gustaría hacer que la gente se sintiera mejor. Me gustaría quedar con alguien. Providence: Ánimo, hermana. Seguimos buscando. La felicidad está en alguna parte. Wilcomachine: Te entiendo. De verdad que te entiendo. Yo no acabo de creer en la leyenda de Orión, pero me gusta pensar que existe. No solo para mí, sino para mi madre... Es feo decir esto, pero necesitaba escribirlo en algún sitio. Ojalá ella lo encontrara, y con ello encontrara la calma. (...)</div><div><br /></div><div>Thegetupboy: @mychemicallife Tienes que aceptarlo. La salvación no es para todo el mundo. La felicidad no es para casi nadie. Yo ya me resigné. ¿Cuándo lo vas a hacer tú? Heartbitch: Mi familia es muy religiosa y piensan que si te suicidas vas al infierno. Yo soy atea, pero a veces pienso, vaya, ¿y si es verdad? Una cosa es pasar unos malos años de vida, otra es... Bueno, pudrirse en el infierno. ¿Creéis que si te dejas morir vas al infierno? No lo digo solo por Orión. Lo digo en general. Drowninginsand: No hay infierno, y si lo hay es para quien se lo merece. Mychemicallife: ¿Infierno? Esa es de las cosas que no me gustan de estar aquí. El infierno es una construcción cultural para convertir el sentimiento de culpa en una estructura social. Pensad un poco. Leed un poco. De verdad que no me puedo creer que esté compartiendo foro con gente que cree en el infierno. Yourwordsburyme: La verdad es que el infierno no me da miedo. Un tormento detrás de otro, en orden, aunque sea para siempre... Podría soportarlo. Quiero decir, creo que estoy hecho para sufrir, creo que podría llevarlo bien, sobreponerme. Lo que no puedo aguantar es la idea de un vacío absoluto, de estar suspendido en la nada viendo el tiempo pasar sin poder moverme ni hacer nada, solo soportando el peso de la eternidad. Aunque, bueno, si lo pienso bien, eso es mi vida ahora. (...)</div><div><br /></div><div>Lleva en la mano la bolsa de alimentar a los gatos de la fuente y el frío le cala los huesos. Aunque el esqueleto siempre está mojado. Nunca se le había ocurrido pensarlo así. También lleva encima una buena tostada de PCP, quizá por eso está tan tranquilo. De hecho, ese es justo su efecto favorito del PCP: cuando uno lo toma es sencillo creer en el alma, una bolita de conciencia escolástica que solo se relaciona con el cuerpo físico por costumbre o accidente. Imagina la suya como un geniecillo ojeroso azul eléctrico que lucha a duras penas por no caerse de lo alto del cerebro. (...)</div><div><br /></div><div>Aquí viene un experimento mental interesante: si uno, en la soledad del hogar, tiene indicios claros de que hay alguien más ahí cuando no debería haberlo, ¿qué prefiere? ¿Que haya un extraño agazapado y esperando para atacarte en la ducha, o que lo que a tu mente le parece una evidencia empírica sea una ilusión delirante? El enemigo, ¿fuera o dentro? He aquí una gran pregunta para un test de compatibilidad romántica, y no esas estupideces de playa o montaña. Si hay que elegir, Thomas prefiere al enemigo fuera, y de hecho está casi convencido de que este es el caso: el PCP no suele causar pérdidas de memoria, ni tiene ningún blanco de esa noche, ni lo ha mezclado con nada. Pero lo que desde luego ha conseguido es que no tenga miedo, probablemente por la afinidad metafísica de la droga con la teoría platónica del alma. En el peor de los casos, su geniecillo azul se las apañaría bien sin un saco de huesos húmedo que lo pasee por ahí, está seguro. (...)</div><div><br /></div><div>Ahora Thomas se imagina a ese invitado no deseado sentado sobre el capó del coche, en el garaje, y de pronto sí tiene miedo. ¿Debería llamar a la policía? ¿Hacer guardia con el perro hasta que amanezca? Apaga la música. Le tiemblan las manos y hace que todo parezca una película de terror. ¿Qué le diría a la policía, que seguro tiene otras preocupaciones? Ha visto películas suficientes como para saber que, aunque alguien te enviara un riñón humano por correo postal diciéndote que le encantaría tener uno de los tuyos, poco pueden hacer las fuerzas del orden hasta que la amenaza se concrete. Menos aún con un allanamiento de morada en el que el ladrón no se ha llevado nada. Lo que desde luego no va a hacer es dormir, así que se traga un obetrol para ver si puede hacer de la angustia algo productivo, no recrearse en el miedo o en la autocompasión por su soledad forzosa. Para él, la represión es el mejor de los inventos humanos, mucho más que la democracia, la imprenta o la penicilina, así que pone todo de su parte para que funcione, y sabe hacer que lo haga. Es el momento de trabajar. En mitad de su delirio compositivo le entra un mensaje de Annabelle, la chica con la que compartió estancia artística hace unos años, pero no lo lee. Lo hace cuarenta horas después, inmerso en un bajón químico ahogado en tostadas con Nocilla y telerrealidad. (...)</div><div><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEix3M4wu5JLnPRFS-tO_5aPFM5U5XZAIlwVXdbyEIMkLyaWPMEmfNlZCbMKMMIXz3PoVicTV4IChDoaSCBI7cXPd4-08UtKkkydcagXHzyGSIA_w9UGcAt0Y6DtKAyj7a0xNTXmDshbiShqROs-K0Jp-amYL0JCYo7hgKiTLaT-LVGYKk4iS9ZI9HHDJJc/s770/porro.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="395" data-original-width="770" height="205" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEix3M4wu5JLnPRFS-tO_5aPFM5U5XZAIlwVXdbyEIMkLyaWPMEmfNlZCbMKMMIXz3PoVicTV4IChDoaSCBI7cXPd4-08UtKkkydcagXHzyGSIA_w9UGcAt0Y6DtKAyj7a0xNTXmDshbiShqROs-K0Jp-amYL0JCYo7hgKiTLaT-LVGYKk4iS9ZI9HHDJJc/w400-h205/porro.jpg" width="400" /></a></div><div><br /></div><div>Perdona. No quería decir eso. Gracias. Gracias por preocuparte. Te quiero. Julián se queda en silencio unos segundos. Es bien triste cómo las cosas bonitas a menudo se dicen para evitar otras más sinceras, «déjame en paz» en este caso. El porro empieza a subirle, y Thomas se tumba en el suelo con las piernas sobre el sillón. Se siente culpable, así que escucha sin rechistar el relato completo y larguísimo de la última película que ha visto Julián. Mientras lo hace, se pregunta qué partes del argumento narraría él a otra persona de forma diferente en el caso de que la hubiera visto (que no), a qué detalles daría importancia. Intenta plantear la cuestión a Julián, pero parece un colgado y no se entienden. —¿Estás fumado? —Qué va. A partir de ahí intenta decir solo frases inteligentes y precisas para alimentar la sensación de que se encuentra perfectamente. Julián se lo merece. A veces es la única roca que tiene a mano para no perder la cordura, y así se lo dice, y le da las gracias. Si supiera todo lo que está tomando, iría él mismo a buscarlo en coche para arrastrarlo de vuelta a la civilización. (...)</div><div><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjcZs_GAPZS-DzYMLLlmoS2Oa1eaxzliKB9tGkARO1Iew7I7x7d7yrs3X-QoNjI5EM9-ReIZPXr7sQ9p3p1TDanFqaqJOBRR83uZ51EVShRIHVQw_EpNGnjQdYMPT-O8pjFIqYqu2EA0_R0MOHvWmPG2cCwxu_nQcM_9mJoj4WNT0y2fk7sDDwu9xzOsjA/s376/Perro-paseando-porla-noche-.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="250" data-original-width="376" height="266" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjcZs_GAPZS-DzYMLLlmoS2Oa1eaxzliKB9tGkARO1Iew7I7x7d7yrs3X-QoNjI5EM9-ReIZPXr7sQ9p3p1TDanFqaqJOBRR83uZ51EVShRIHVQw_EpNGnjQdYMPT-O8pjFIqYqu2EA0_R0MOHvWmPG2cCwxu_nQcM_9mJoj4WNT0y2fk7sDDwu9xzOsjA/w400-h266/Perro-paseando-porla-noche-.jpg" width="400" /></a></div><div><br /></div><div>Vamos, vamos —le dice al perro—. Pero ni de broma por ahí. Ha susurrado. Ha susurrado a un perro en medio del campo, qué gracia, y qué remedio que reír. No debería haberse liado el segundo porro. Hay un giro a mitad de camino que lleva a la carretera principal, cuesta abajo. Tomarán ese. Ni el primero. No después de las últimas noches. Quizá no haya nadie, o si lo hay es inofensivo, otro paseante como él mismo. Es lo más probable, pero también lo es que funcione un paracaídas, y alguno se mata por ahí cuando se tira. No pienses en marihuana. En este pueblo hay paseantes en verano, no en invierno, a cinco o diez grados; la mitad del pueblo parapetado en sus casas, la otra mitad gastando el tiempo fumando cigarros frente al bar. Y qué mal huele, la cabrona, a sobaco de atleta, a abono biológico. Ya está: ha pensado en cómo huele y otra vez la náusea. Seguro que no hay nadie, uno de esos rebotes típicos de los alucinógenos. Tampoco es una noticia increíble: ¿cuántos se habrán quedado tarumbas por algo similar? Bien visto, casi mejor que la figura sea real, ¿y qué si alguien los sigue? Aquí están él y Mayordomo, treinta y seis años y ocho respectivamente, plena potencia física en ambos casos, y con la entereza propia de quien tiene poco que perder. Eso solo es cierto en su caso: Mayordomo le tiene a él por encima de todas las cosas, lo cual sí constituye una noticia maravillosa. —¡¿Hola?! —grita al horizonte, y su voz retumba contra las grandes torres de heno. Mayordomo lo mira con el mismo estoicismo que el psiquiatra de su adolescencia, solo le falta una pipa humeante y ponerse chaqueta para volverse humano. Le tranquiliza la calma de su tez combinada con sus dientes largos y potentes. El puto Bruce Willis de los chuchos, y además le quiere. No se merece esto. (...)</div><div><br /></div><div>Solo cumple a medias sus buenos propósitos: no cocina, pero al menos elige la típica crema de verduras Knorr, que casi cuenta como una comida sana. Lo que sí pospone es afeitarse: el baño está bastante limpio después de sus esfuerzos, no quiere estropearlo. También engulle kilos de pan, con la esperanza de que ayude a que desaparezca cualquier rastro de Sustancias en su cuerpo, si bien el susto y la carrera ya han hecho bastante por la causa. En la tele hay un programa de reformas de hogar a todo trapo desde que entró. Siempre pasa las cenas así, con el televisor volumen anciano. (...)</div><div>Ahora que vuelve a estar deprimido, Thomas tiene que luchar con todas sus fuerzas contra la convicción de que los años de sosiego y alegría entre su primera depresión y la presente no fueron más que una ilusión vacua que lo alejaba de la Verdad Profunda de las Cosas, esto es: que la vida merece poco la pena y más valdría morirse cuanto antes, si no fuera porque quién sabe lo que toca después de la muerte, acaso algo mucho peor. (...)</div><div><br /></div><div>Tampoco es que necesitase dinero, pero sí reconocimiento. En cualquier caso: le resultó sencillo olvidarse por un tiempo de la Verdad y entregarse a los placeres mundanos, cierta fama, papers académicos, un poco de romance, el típico material que llena una vida. (...)</div><div><br /></div><div>Su siguiente despertar es uno de esos en los que se incorpora con un grito en la boca, aunque no sabe a qué se debe. Ese es el mayor inconveniente de olvidar las pesadillas: uno no sabe si teme perder los dientes, caer en un agujero enorme, la muerte propia o ajena, una traición o qué; quién es ese terrible enemigo onírico que lo ha expulsado del sueño. Cuando al miedo se le quita su objeto claro, deja de ser miedo para convertirse simplemente en angustia. Y Thomas bien sabe que la angustia es la sensación más insoportable, mucho peor que cualquier dolor concreto. (...)</div><div><br /></div><div>Al principio ni siquiera está seguro de si está o no despierto, ni tampoco de si esa cosa terrible que pende sobre él ha sucedido ya, está sucediendo ahora mismo o está a punto de suceder. Orbita a su alrededor, como vuelo circular de aves hambrientas, y a la vez la sensación está posada sobre su pecho, impidiendo que se levante. Pero debe hacerlo, porque lo que está claro es que sea cual sea el motivo de su desazón, con toda seguridad está dentro de sí y no en el exterior, ya que se las ha apañado para encontrarlo con la casa y los párpados cerrados. Incluso, diríase: gracias a que no había nada ni nadie más que su propia conciencia, ha tenido todas las facilidades para atacarlo, y debería huir cuanto antes de dicha soledad. (...)</div><div><br /></div><div>Thomas odia el dolor, y nunca se le ha pasado por la cabeza infligirse ningún daño físico... Lo que le faltaba ya, pincharse las piernas o los brazos con un objeto punzante, como si lo que lleva encima no fuera más que suficiente. No, no quería morirse, solo que eso desapareciera. Suponer que Thomas quiso matarse por el mero hecho de matarse sería como creer que, cuando los adolescentes borrachos juegan a fuck marry kill entre sus profesores de religión, física y matemáticas, de verdad tienen algún interés por tocar los genitales del profesor de matemáticas o casarse con el padre Nicolás. Sencillamente no quedaba otra opción. Un círculo de fuego en el que las llamas cada vez están más cerca pero nunca llegan a cerrarse, y la angustia interminable por quemarse, a menos que uno se lance contra ellas. Y tampoco parece que nadie pueda o quiera venir a rescatarte. (...)</div><div><br /></div><div>Esta vez sí viene alguien: Mayordomo, arañando la puerta del baño con su saludo matutino. Casi llora al verlo. Deja que le suba las patas en los hombros, le lama la cara y les dé un buen motivo a sus células para soportar el asco existencial. Cómo adora a ese perro, cuánto amor puede concentrarse en un cuerpo que ni siquiera es humano. Aunque su llegada ha logrado sacarle de ese pozo, el arrebato repentino de cariño está a punto de sumergirlo en otro: la autocompasión, la lástima que le da que Mayordomo tenga que soportarlo, el recordatorio en sus visitas al veterinario cada vez más frecuentes de que algún día también morirá, un breve pensamiento para el Innombrable que se esfuerza en reprimir, un sentimiento aéreo de pena y culpa por todas las personas que ha conocido y querido alguna vez, que han tenido que soportarle también, y que más pronto que tarde morirán y desaparecerán en el vertedero de la Historia. (...)</div><div><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjGwEoSdC_AsEbp4aGvlsi9ywnqCmP4YA1iaM7yGJwz2JdOkauqkivFrEGUBCRfiKnRag3R-kdhCN1kDWdLR9QivyHRFr9F_dQ_TzGmZkt5isaa0ZD2wfrrSADz8MKBfVjbwUkWnrw2Wwt9pfZt91BFj1qtuux4aduh5s07RhQFL1lV3ZCUKf0_jAYoBys/s358/friki.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="272" data-original-width="358" height="243" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjGwEoSdC_AsEbp4aGvlsi9ywnqCmP4YA1iaM7yGJwz2JdOkauqkivFrEGUBCRfiKnRag3R-kdhCN1kDWdLR9QivyHRFr9F_dQ_TzGmZkt5isaa0ZD2wfrrSADz8MKBfVjbwUkWnrw2Wwt9pfZt91BFj1qtuux4aduh5s07RhQFL1lV3ZCUKf0_jAYoBys/s320/friki.jpg" width="320" /></a></div><div style="text-align: center;"><br /></div><div>Una noche, mientras miraba las fotos de sus funciones, que guardaba en una carpeta del ordenador llamada ***Marta!!!***, pensó: «Ah, así yo también sería guapo». Su hermana era indudablemente bonita, pero no todas sus compañeras lo eran. Había tantos tallajes en la ropa, cortes de pelo, maquillajes... Quien no era guapa era porque no se lo tomaba en serio. A él solo le quedaba el pelo al tres, su cara ojerosa, su bozo y su sobrepeso. Con catorce años, Marta ya tenía un bigote depilado y unas cejas de artista de cine. En la familia corría tanto pelo que uno podía moldearse la cara como quisiera eliminándolo, pero a él no le estaba permitido hacerlo. Su padre dejaba claro una vez al día lo que pensaba de maricones y metrosexuales. Una tarde toda la familia menos él se fue a una de las exhibiciones de Marta. Solían obligarlo a acudir, pero esta vez dijo que tenía que estudiar, al fin y al cabo ya estaba en el instituto. ¿Y si se conectaba? ¿Qué podía pasar? Eso hizo: se metió en los foros correspondientes y pasó tres horas hablando por mensajes privados con un tal NightWhite, un chico algo mayor que le dio su Messenger. Luego consiguió los Messenger de otros miembros, y posteó, y se metió en un debate anticlerical (él era anticlerical principalmente porque su madre era una meapilas) que le granjeó muchos mensajes privados. Su perfil no tenía fotografía, sino una imagen de cómo se imaginaba que podría ser su personaje en el foro de Bleach. Nadie ponía su propia cara por aquel entonces, daba miedo la mirada ajena. También se hizo esa tarde una firma para los foros con una frase de Nietzsche: «El individuo ha luchado siempre para no ser absorbido por la tribu. Pero ningún precio es demasiado alto por el privilegio de ser uno mismo». No estaba seguro de si de verdad luchaba por no ser absorbido por la tribu o más bien la tribu no tenía ningún interés por absorberlo a él, pero prefería verlo de ese modo (y era cierto que menospreciaba a sus compañeros de clase, las chicas malas y los brutos que solo sabían hablar de Zidane o Figo). Tampoco sabía demasiado sobre el autor de la frase, la había encontrado en la entrada de blog Las ciento diez mejores frases de Friedrich Nietzsche, que NightWhite le había enviado a raíz del hilo dedicado al ateísmo sulfurado. —¡Vi tu nueva firma! Puedo pasarte algún libro de Nietzsche si quieres —le diría después, tras más de tres días de desconexión—. Me sé todas las frases de esa web de memoria. Regresaron tarde. Su madre se disculpó porque no le habían dejado cena y Manuel dijo que no importaba. Tenía un secreto y lectura pendiente. (...)</div><div><br /></div><div>Un secreto que se multiplicó durante más y más funciones de Marta y noches en las que se quedaba despierto hasta bien pasadas las doce. Luego iba con ojeras al instituto, pero qué más daba. Es más fácil ignorar la estupidez cuando sigues somnoliento y, por suerte, no era de esos a los que otros quieren dominar o fustigar físicamente. Lo ignoraban, nunca lo elegían para nada y a veces se burlaban de su gordura o de lo bajito que era, cosas así, pero no tenía que estar despabilado para evitar golpes o jugarretas. Solo esperaba que la factura no reflejase sus conexiones nocturnas. Fue un gran mes: hablaba con NightWhite cada noche, y también con otros miembros de los foros, incluso con alguna chica. Pero, para escándalo de su padre (que no pudo no enterarse), la factura del teléfono fue siete mil pesetas más alta de lo que debía ser al final del periodo. Jamás olvidaría esa bronca, ni tampoco los dos meses sin internet en casa ni paga semanal para sufragar su dispendio; ni los miles de excusas para pasar tiempo en la biblioteca municipal y así poder atender a sus nuevos amigos de la red. Lo único bueno de la situación era que cada vez que se conectaba tenía al menos una docena de mensajes pendientes, algo a lo que no estaba acostumbrado, a sentirse solicitado, y además por gente a la que respetaba de verdad, como NightWhite. Ojalá viviera en Terrassa y fuese su mejor amigo. Por lo demás, todo era deprimente: a uno de los ordenadores de la biblioteca ni siquiera le funcionaban la Q y la W. En primavera, comenzó a ir cada tarde, con la excusa de estudiar (aunque no necesitaba hacerlo para mantener una media de nueve), e incluso se echó una cibernovia a través de uno de los foros, Lunnaris Ayshell. Era de Salamanca, y fantaseaban con verse alguna vez a medio camino, quizá en Madrid. Pasaban horas hablando de libros, cómics y los pocos amigos que tenían en el instituto (sobre todo ella; él insistía en que tenía dos, exageraba sus cualidades, mitigaba su impopularidad). A veces, Lunnaris sugería que podían hacer webcam o intercambiarse fotos. Él ponía como excusa que no tenía ordenador propio (como si no lo tuviera, para el caso), porque le daba vergüenza enseñar su cara; prefería ser una imagen de anime con lágrimas negras bajo los ojos. Lunnaris era un chibi con el cabello rosa palo. La imaginaba como una de las menos populares, tímida, delgada, vestida como las chicas emo de Suicide Girls con las que se había masturbado en alguna ocasión, cuando aún tenía internet en casa. Probablemente no sería tan guapa, solo tenía doce años. La hermana menor de una Suicide Girl, pues. (...)</div><div><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgHsRCiLaVJpUKgUujG4dOyVMlErv8JNFgfmlWtIea6yf0NghrB6VWIIgD6AV_C3sPgY2QiQqIUbTSw89-NQMSti1B9B-c1zohR29GfozAl3R3XM2r27t633i7ovc5WQY_z4mc-30_fLHPn8OAjZhZzzmQhc6yaHtnMQidMnHDVg2oOrLBpUs3BEL27QrM/s1048/suicide_girls_binary-1048x630.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="630" data-original-width="1048" height="192" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgHsRCiLaVJpUKgUujG4dOyVMlErv8JNFgfmlWtIea6yf0NghrB6VWIIgD6AV_C3sPgY2QiQqIUbTSw89-NQMSti1B9B-c1zohR29GfozAl3R3XM2r27t633i7ovc5WQY_z4mc-30_fLHPn8OAjZhZzzmQhc6yaHtnMQidMnHDVg2oOrLBpUs3BEL27QrM/s320/suicide_girls_binary-1048x630.jpg" width="320" /></a></div><div style="text-align: center;"><br /></div><div>Bajo el título estaba la imagen: dos muchachas detrás de una gigantesca pizza barbacoa, con los labios mal pintados de negro o violeta muy oscuro; la calidad no era muy buena. Una de las dos chicas era raquítica, con una nariz enorme y un aparato de dientes de esos que tenían gomitas de colores. Llevaba una camiseta de Pesadilla antes de Navidad y un collar de pinchos, y era fea sin discusión posible. La otra era casi peor, pese a que sus rasgos de partida no eran tan malos (al menos no tenía una nariz como un sable): su sobrepeso rozaba la obesidad mórbida y tenía la cara llena de granos amoratados coronados por volcanes de pus. Iba vestida con un encaje gótico que jamás podría resultar erótico en su cuerpo. Leyó la descripción. Lunnaris era la segunda chica. Se parecía a una de sus compañeras de clase, Ángela, igual de poco agraciada e incluso más marginada que él; hasta los profesores se reían de ella cuando se dormía junto al radiador embutida en su sudadera gigantesca. ¿Había pasado tres meses saliendo con una Ángela? Qué vergüenza. ¿Y qué iba a hacer ahora? Por aquel entonces dividía a las mujeres en dos tipos: humanos despreciables, atléticos y depilados, enseñando la cadera por encima de los technowaves, y otras que, por la pinta que tenían, más les valdría ser un chico y al menos así tener excusa para abandonarse. Manuel había soñado con la posibilidad de un estrato intermedio, chicas no tan bellas como las primeras pero sí pasables, y con un interior sensible y culto como el de Lunnaris Ayshell (o con la apariencia de una Suicide Girl, las más afortunadas). Tal vez asiáticas. Pero no le cabía en la cabeza que el objeto de su deseo pudiera ser una Ángela, y menos una Ángela refea. (...)</div><div><br /></div><div>¿Y qué podía esperar?, reflexionó Manuel esa noche, examinándose ante el espejo del baño. Él también era una Ángela. Pero eso no lo hizo sentir mejor: compadecerse por ella era compadecerse por sí mismo. Y su padre había dejado claro muchas veces que eso era de maricones. Apenas se masturbaba ya, nunca había tenido un impulso sexual desenfrenado, aunque sí le gustaba fantasear sexual o románticamente para poder dormir o para entretenerse en clases en las que tenía la certeza de que pasaría la hora sentado. Más con el cariño disimulado de seducción que con el acto sexual. Esa noche no pudo hacerlo, ni tampoco dormir: haber visto la cara de Lunnaris hizo imposible proseguir con esa práctica, lo que conllevó insomnio agravado y aburrimiento extremo (o angustioso) en las pocas clases que quedaban. Trató de continuar con sus ensoñaciones con personajes ficticios de algún libro o anime, como hacía antes de conocerla, pero le parecía un paso atrás. (...)</div><div><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjo_hZTMrzeJ6W1vM5nRNQOPbqz_b-xXDld_nW0bYV0w5Z5NZ5sskaYdy6y0kstq0mQTm8Nrt5UU_Uqd0C9yyP0a_T37Y6wWUcJCHP7Ik-aHnSSf7UpFVwFhHJ-0CGcfakNNkr2_oQiPyizIXhYfa9XZNw8qerhihx8XwhN6H767cqV2NE4bLyvFZN5xtI/s274/foro.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="184" data-original-width="274" height="269" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjo_hZTMrzeJ6W1vM5nRNQOPbqz_b-xXDld_nW0bYV0w5Z5NZ5sskaYdy6y0kstq0mQTm8Nrt5UU_Uqd0C9yyP0a_T37Y6wWUcJCHP7Ik-aHnSSf7UpFVwFhHJ-0CGcfakNNkr2_oQiPyizIXhYfa9XZNw8qerhihx8XwhN6H767cqV2NE4bLyvFZN5xtI/w400-h269/foro.jpg" width="400" /></a></div><div style="text-align: center;"><br /></div><div>Amigos comunes del foro le preguntaron. Lunnaris hizo un post sobre desamor, y cada respuesta simpatizante la sentía como un ataque personal. ¿Cómo podía ser un hombre malo, si durante toda su vida solo había sido receptor de la violencia de los hombres y del afilado desdén de las mujeres? (...)</div><div><br /></div><div>había desarrollado un protocolo completo para salir/coger el módem/enchufarlo/taparlo con una camiseta por la luz/volver al cuarto/deshacerlo todo a las dos o tres de la mañana, cuatro horas antes de levantarse. Se mantenía despierto hasta las doce con su programa de ejercicios y luego repetía, una y otra vez. Primero esquivó los foros habituales, se creó una cuenta nueva en otros con personalidades ficticias y descargó el World of Warcraft. Se pasaba horas y horas jugando, fingiendo ser David, de Cantabria, o Ángel, de Cáceres, otras edades, a veces incluso decía de sí mismo (siendo Ángel, de Cáceres) que era ingeniero informático. Nadie nunca dudaba de su testimonio. También tenía varias cuentas de Messenger, concretamente tres, Itachi Mustang, Aki Mikage y Yuna Takahashi, una identidad femenina que usaba a veces en el WoW para que lo trataran mejor otros usuarios (o para vacilar a pringados que creían que estaban hablando con una mujer). A veces actuaba como una chica que podría gustarle a él, pero era la que menos utilizaba. Solo cuando se aburría demasiado. (...)</div><div><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiYmnN8jo9yHPgGtsCEc1Dw0DAendoScVvB-RAzgnKFwiYyYwRMUsX9QKhY3L5d0Q9ENruW7JUH5QiKLsBeOu1ZbQemW6BqM0hBMJ4ARLRS218z_g5nqpl5jjCER0eYwhGYJAw36CreeXctPetXN4q8TBV9PgLT9-jGGLTEtv-0vTMHmf5Rc8Vqqq2d5Q0/s474/foros.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="325" data-original-width="474" height="219" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiYmnN8jo9yHPgGtsCEc1Dw0DAendoScVvB-RAzgnKFwiYyYwRMUsX9QKhY3L5d0Q9ENruW7JUH5QiKLsBeOu1ZbQemW6BqM0hBMJ4ARLRS218z_g5nqpl5jjCER0eYwhGYJAw36CreeXctPetXN4q8TBV9PgLT9-jGGLTEtv-0vTMHmf5Rc8Vqqq2d5Q0/s320/foros.jpg" width="320" /></a></div><div style="text-align: center;"><br /></div><div><br /></div><div><span style="font-size: large;"><b>¿Seré adicta a los mensajes de desconocidos que parecen conocerme mejor que mis padres a base de repetir clichés? (...)</b></span></div><div><span style="font-size: large;"><b>¿O acaso deseaba en secreto que apareciera, con una sarta de comentarios pseudopedantes que me hicieran sentir que alguien tenía interés en verme, verme de verdad? (...)</b></span></div><div><br /></div><div><br /></div><div>La ha juzgado mal. Quizá ni es brillantísima intelectualmente ni su vida ha tenido una trayectoria cautivadora, pero podrían haber sido amigos de haber coincidido en el colegio o instituto. Reconoce el perfil por la forma en la que habla de sí misma, o por el deseo de impresionarle cuando tocan temas culturales: niña y adolescente edgy que durante gran parte de su juventud creyó que era especial y excepcionalmente inteligente (y esto era lo único que justificaba otros defectos, como la soledad, la impopularidad o una sensibilidad divergente al Zeitgeist quinceañero local), que descubría en la edad adulta que por el mundo campaba gente infinitamente más especial e inteligente, lo cual la convertía en un mero personaje secundario, rol al que a veces deseaba abandonarse. Casi puede verla, rodeada de adolescentes que jamás la escuchan en sus clases de lengua, las noches ahogadas en cualquier reality televisivo pese a que Los hermanos Karamazov lleve cinco años en la mesilla de noche. Le da ternura. Aunque ese tipo de gente suele sentirse incómoda en su presencia, o pone todo su empeño en llamar su atención (lo cual harta a Thomas más que cualquier cosa, más incluso que lo ignoren o desprecien). Quiere decirle: te entiendo. No tienes que demostrarme nada. (...)</div><div><br /></div><div>Recuerda las palabras de Bacon, hablando con el retrato de George Dyer. Él querría hacer lo mismo, o al menos recrearse melancólicamente en los buenos momentos pasados. No puede, no recibe confort, solo culpa: durante sus últimos meses de vida ya estaba deprimido sin explicación, como una premonición de lo que iba a venir. ¿Por qué no fue capaz de disfrutar los escasos instantes de felicidad que les quedaban? Lo cual siempre le lleva a un pensamiento más onanista y deprimente que lo asalta desde pequeño: ¿por qué, en general, es incapaz de disfrutar los escasos buenos momentos que la vida ofrece, si apenas duran? (...)</div><div><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgKYfSM2UzyFtWJTDFhrPswpy3hp2vxZdyz847wGHyVL5SeQHIqsvZK5urmKn1mvpi32EjSKvDBU1tPIf73wxLVzlY83HVWekiLef8JyLFV_34aI9LHRdC1XfS3aUdP9Zs6CnpriSyTkTMrtDUJ8beMt3qmbUB-ztPpUUwe_UvZJCG1XNJ9eTL3Hv5Sy9A/s660/dreyer.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="365" data-original-width="660" height="221" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgKYfSM2UzyFtWJTDFhrPswpy3hp2vxZdyz847wGHyVL5SeQHIqsvZK5urmKn1mvpi32EjSKvDBU1tPIf73wxLVzlY83HVWekiLef8JyLFV_34aI9LHRdC1XfS3aUdP9Zs6CnpriSyTkTMrtDUJ8beMt3qmbUB-ztPpUUwe_UvZJCG1XNJ9eTL3Hv5Sy9A/w400-h221/dreyer.jpg" width="400" /></a></div><div><br /></div><div><b><span style="font-size: large;">El calendario es un hombre, la memoria una mujer. (...)</span></b></div><div><br /></div><div>La conversación se repitió varias veces, pero no merece la pena transcribirla. No nos dijimos nada, en realidad. Giacomo me conoce bien y sabe cómo lograr que me sienta insegura, harta, molesta; pero yo también lo conozco y no dejé que se metiera en mi cabeza. De hecho, me esforcé en molestarlo... Hay cierto placer en torturar a quien se quiere. (...)</div><div><br /></div><div>¿De dónde ha salido esta mujer tan encantadora? </div><div>—Es la esposa de Giacomo Vitale. </div><div>—¡Me suena ese nombre! ¿Político? ¿Periodista? </div><div>—Sobre todo, rico —dijo Fiorella, y yo ni siquiera me atreví a defender a mi marido. Luigi rio una vez más. </div><div>—Esos son los mejores, Fiore. </div><div>—O los peores. Perdona por haberte sacado de ahí —añadió, dirigiéndose a mí—. </div><div>Me estaba aburriendo demasiado y no soporto a esa bruja. Los amigos de Luigi son más divertidos. Puede que lo fueran, porque consiguieron distraerme un rato. Me permití hablar, beber más, reír, incluso dejé que Luigi coquetease conmigo mientras sus colegas, unos gentlemen menos apolillados, hacían bromas obscenas y contaban anécdotas inverosímiles sobre coches que arrancaban o no, huidas sin pagar de restaurantes caros o sus días de voluntariado en Fiume. </div><div>—Dejad eso ya —dijo Luigi—. Conocéis las reglas de Canturelli. </div><div>—¿Y cuáles son? —pregunté. </div><div>—Primera regla: una fiesta no es una fiesta si asisten menos de cien personas. Segunda regla: está terminantemente prohibido hablar de política, menos aún de la guerra. Uno de sus amigos nos interrumpió y le propuso a Luigi ir a la biblioteca a buscar un ejemplar del Manifiesto comunista para cortar sobre él la cocaína antes de que llegara Canturelli. Cuando vi a Fiorella reír, pude entender qué era lo que veía Scurati en ella. Su rostro relajado era menos prieto y anguloso, con el atractivo de una planta salvaje. Me gustó. Parecía encontrar ridículas y banales las mismas cosas que yo consideraba ridículas y banales, y deseé con más fuerza que me prestase atención. Hacía mucho que no tenía una amiga de verdad. Solo tomaba prestados los de Giacomo, sin ser capaz de relacionarme nunca con sus mujeres. Luigi remoloneó, pero no tuvo más remedio que aceptar ante la avalancha de abucheos: a Canturelli le gustaría la idea, concedió al final. Me dio un beso en la mejilla, cerca de la comisura de la boca, antes de desaparecer en el interior con dos de sus amigos.</div><div><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgVXGfQZ_IxQtmz9lXKF-pmgbI7CefT2uRu2xeSQf-TLoWWXBcr8eOXaDTqoZsj7EW215tfp4ilSI8IkTgymoV3kKcMcAzCCHzBQJ8XvhnpbNe98V6YL2C3jDSwbJDJ1UnDmcwgtx7eBZpbmatD3xUM16bYLfkQx8NBWHLdyT7lPpSNvGCuZkoJ4N7VcIM/s1200/salo.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="798" data-original-width="1200" height="213" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgVXGfQZ_IxQtmz9lXKF-pmgbI7CefT2uRu2xeSQf-TLoWWXBcr8eOXaDTqoZsj7EW215tfp4ilSI8IkTgymoV3kKcMcAzCCHzBQJ8XvhnpbNe98V6YL2C3jDSwbJDJ1UnDmcwgtx7eBZpbmatD3xUM16bYLfkQx8NBWHLdyT7lPpSNvGCuZkoJ4N7VcIM/s320/salo.jpg" width="320" /></a></div><div><br /></div><div>D’Alessandro fumaba en el corredor, solo aunque rodeado de gente, al lado de una reproducción de Eros y Psique. Sus ojos parecían retarme con una furia impropia de su presunto carácter pusilánime; Giacomo siempre dice de él que es uno de esos socialistas que esperan que la revolución se postergue al día siguiente, incapaces de cualquier gesto de valentía o virilidad más allá de la pura teoría. Pero sus pupilas expandidas y feroces, su sonrisa cruel, el gesto deslavado con el que sostenía el cigarro, como un arma que me apuntaba, parecían sugerir algo diferente: una violencia pueril, atávica, cruel, como la de un niño grande en el patio del colegio. No me saludó, yo tampoco a él. (...)</div><div><br /></div><div>Fuimos a cenar a la hacienda del pueblo de al lado, bebimos mucho vino. Por la noche me desvistió e hicimos el amor. No me dolió. Repetimos los gestos aprendidos de hacerlo todas las otras veces, las muecas, los cambios de postura, las frases susurradas al oído del otro en el instante justo. Casi parecía que iba todo bien. Pero cuando terminó y se durmió me sentí sucia. Ultrajada. Me encendí un cigarro y pasé la noche fumando en la cocina, viendo las estrellas a través de la ventana y escuchando el repicar de las campanas cada hora, a las cuatro y media el canto del gallo. Claro que me sentía ultrajada: había ultrajado nuestra memoria con esta torpe imitación del amor y la concordia. ¿Me había convertido en una cínica, en una mujer fría, y por eso pensaba así? ¿O tenía derecho a pensar de esa manera, por Bianca, por todas las noches a solas, por tantas discusiones y silencios? A las seis de la mañana me metí en la cama para que cuando él se levantase no pensara nada extraño. Me abrazó por la espalda, como siempre. Qué sencillo sería aceptarlo. Imaginé un escenario en el que yo volvía a ser una esposa cariñosa, pasaba tres días en el campo, lo llamaba y regresaba a Roma con el ánimo renovado, le contaba que había leído no sé qué novela y que me había puesto al día con los periódicos; incluso convocaba una recepción en casa con algunos de nuestros amigos del pasado. Y entonces Giacomo cedía, nos reconciliábamos, pasábamos más tiempo juntos, se olvidaba en parte de Bianca. Ella insistía, atrapada en su casa con el bruto de D’Alessandro, adelgazaba, se volvía loca, montaba numeritos en las fiestas, llamaba por teléfono borracha una noche, y Giacomo se excusaba ante mí mientras le gritaba en susurros a través del auricular, pero se veía obligado a quedar con ella para evitar más altercados. Y quedaban. Tal vez hacían el amor, y qué culpable se sentiría Giacomo, tanto como para seguir quedando con ella una vez a la semana. Bianca pasaría angustiada los seis días restantes, pero se sentiría victoriosa cuando le llegaba su turno; yo, mientras tanto, conteniendo ataques de ira y resentimiento para no provocar una confrontación y que entonces ella me ganase la partida. Qué sucio. Qué insoportable. (...)</div><div><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgi3jwVOD3MKjVkiPaRoHvIbNuHE_1WjF1r-PXFbpMBQNNk-qSs-I1f90U7NKmoK-IwTWSvo684Iqrch4p34uMNW-DIZcWJx1VcNlQF_KEyu9SSRNyKA18hXuDbuKdCPq6IXYCU1hZhgLfU1EtULcnYaF2eCkx04HQxH_khY6q_tC_cZQp_aFTeffRVxXI/s800/decadente.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="667" data-original-width="800" height="334" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgi3jwVOD3MKjVkiPaRoHvIbNuHE_1WjF1r-PXFbpMBQNNk-qSs-I1f90U7NKmoK-IwTWSvo684Iqrch4p34uMNW-DIZcWJx1VcNlQF_KEyu9SSRNyKA18hXuDbuKdCPq6IXYCU1hZhgLfU1EtULcnYaF2eCkx04HQxH_khY6q_tC_cZQp_aFTeffRVxXI/w400-h334/decadente.jpg" width="400" /></a></div><div style="text-align: center;"><br /></div><div>Limpiaría, pero para qué. Leería, pero para qué. Podría salir de casa, caminar por el campo como nos gustaba hacerlo, meter los pies en la fuente, comprar chocolate, pan, té; salir al porche cuando anocheciera, abrir un vino y leer poemas en voz alta, dar un paseo por la calle de la iglesia y contemplar el pueblo iluminado de noche. Días enteros de silencio en la cama. Un placer a solas es un placer desperdiciado. Vuelvo a estar como antes, arrancada del tiempo, del discurrir de las horas, como si el presente fuese una repetición del mismo instante: Giacomo acercándose un poco más a Bianca aprovechando que ella cogía otra copa, o aquella noche en casa, y la sangre. No se puede explicar. Lo intenté con Giacomo entonces, pero no lo comprendió. La voz va hacia delante, la palabra también, los tiempos verbales sugieren movimiento. Nunca digo exactamente lo que quería decir. Aquí puedo tumbarme sobre los minutos como en una pradera monocroma. (...)</div><div><br /></div><div>Si alguien me amase lo suficiente, me curaría. Pero nadie lo hace, y la muerte está dentro de mí. Mi cuerpo es una tumba. La relación con la muerte cambia a las personas. Es lo que decían de aquellos que volvieron de la guerra. (...)</div><div><br /></div><div>Tal vez este es mi castigo: yo amo a un hombre impío y Dios pone una mano sobre mi cabeza y me obliga a desear lo que no puedo tener, y pone sobre mi frente una estrella negra, y yo persisto en mis pecados junto a Giacomo hasta que me toca vivir el Apocalipsis, y me destierran como a los indignos a un caldero rojo y yo pido: ¿no puedo ir al limbo? No quiero ir al cielo, solo al limbo, prefiero el limbo al cielo. Esto es una tontería Dios es una tontería no sé por qué estoy pensando en esto ahora a Giacomo le daría vergüenza Giacomo no va a venir a buscarme cuando suena el timbre de la casa no es él cuando suena el pitido del coche no es él nada es él y ya ni siquiera quiero que venga le odio le odio por castigarme le odio por hacer que Dios me castigue toda la eternidad lo detesto y detesto al chico que viene cada mañana con su honk honk honk y a Nicola por irse y no insistir. Si hubiese llamado solo una vez más habría abierto la puerta, si no hubiese venido con su marido habría abierto la puerta. Nicola es estúpida; su marido, un putero, aunque mejor que tu marido se vaya de putas a que se eche una amante, ¿no es verdad? Quizá es mejor así, no aguantar a tu marido dándote cada mañana con el pene en la cadera y cada noche con el pene entre las piernas y quizá es mejor no tener que aguantar a Giacomo demasiado tiempo que se vayan los hombres y no vuelvan porque así no tendrás que aguantarlos cada mañana y cada noche y luego cada mañana y cada noche hasta que sean ancianos y huelan a ancianos y tengan los dientes marrones y los testículos como ciruelas podridas y arrugadas quizá podría comerme una ciruela si la hubiese en casa pero no es temporada y solo hay melocotones en almíbar y mermelada confitada. ¿Quién necesita que venga nadie aquí? (...)</div><div><br /></div><div>No como no duermo no hablo veo balancearse al teléfono colgado de la mesa racaneo restos en botellas de vino bebo el jugo de la fruta en almíbar las sombras están cansadas ya ni acechan por las noches hace calor el vecino no ha vuelto con su coche ya ni siquiera fantaseo con que nadie llame a la puerta solo algunas noches pero debe de ser un coche o cualquier ruido de la calle que confundo con una llamada o con una señal que significa algo que tengo que descifrar y con cuyo enigma me entretengo hasta que recuerdo que no significa nada nada lo hace y siento que he perdido otro combate pero ah la batalla la batalla no acaba por mucho que me tumbe bocarriba y diga Me rindo Me rindo No pasa nada solo el techo Saber no es creer Juego a imaginarme que estoy aquí en el verano anterior para casarme con Giacomo recibiendo a Nicola para Probarme el vestido ultimar detalles Preparar el ajuar olvidar las niñerías Aprender a hacer mermelada confitura helado Mi padre aún vivía traía melocotones frescos del campo intentaba darme lecciones de cómo sería el futuro como si no fuese un padre sino una madre Ten cuidado con los gastos No tengas hijos demasiado pronto ni demasiado tarde. (...)</div><div><br /></div><div style="text-align: right;"><span style="font-size: large;"><i>LOS ESCORPIONES.</i></span></div><div style="text-align: right;"><span style="font-size: large;"><b>SARA BARQUINERO</b></span></div><div style="text-align: right;"><span style="font-size: large;">LUMEN, 2024</span></div></div>victor.penahttp://www.blogger.com/profile/08356188105818887200noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1678132152115186029.post-30357695380184542072024-02-25T18:05:00.007+01:002024-02-25T18:05:55.978+01:00DESPUÉS DE SAFO (Selby Wynn Schwartz)<div style="text-align: center;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh8kRN3dDS_Rd0kayEF3sPRAhX0LhYor_qAsCqT4mzbjSMyynCMaNM6J4eEyYopwWgJ9h3y3Ogiay163LNUIxnSMQQoqvecpbPtZYFB_yno36lZohRhLwirUpLirPC0XrKgfXFTZ7bo4mtrypzfmZIXF8FVegQGHrT4TXt-UoduZo4yIPWqrphKoNCt-Mw/s1000/DESPU%C3%89S%20DE%20SAFO.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1000" data-original-width="659" height="640" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh8kRN3dDS_Rd0kayEF3sPRAhX0LhYor_qAsCqT4mzbjSMyynCMaNM6J4eEyYopwWgJ9h3y3Ogiay163LNUIxnSMQQoqvecpbPtZYFB_yno36lZohRhLwirUpLirPC0XrKgfXFTZ7bo4mtrypzfmZIXF8FVegQGHrT4TXt-UoduZo4yIPWqrphKoNCt-Mw/w422-h640/DESPU%C3%89S%20DE%20SAFO.jpg" width="422" /></a> </div></div><div style="text-align: justify;"><br /><b>PRÓLOGO DE AURORA LUQUE </b></div><div style="text-align: justify;">Safo, circa 630 a. C. Lo primero que hicimos fue cambiarnos de nombre. Nosotras íbamos a convertirnos en Safo. ¿Quién fue Safo? Nadie lo supo, pero tuvo una isla. Se adornaba con guirnaldas de chicas. Podía sentarse a cenar y mirar con franqueza a la mujer que amaba, por infeliz que fuera. Cuando cantaba, todo el mundo lo decía, era como si una tarde a la orilla de un río te hundieras en el musgo y el cielo se derramara sobre ti. Todos sus poemas eran canciones. Leímos a Safo en la escuela, en clases consagradas a enseñar nada más que la métrica del verso. De entre nuestros maestros, poquísimos pudieron imaginar que nos estaban inundando las venas de casia y de mirra. Con sus voces ásperas seguían explicando el aoristo mientras que sentíamos, dentro de nosotras, tiritar en la luz las hojas de los árboles, y todo salpicado de sol, todo tembloroso. Éramos tan jóvenes que por aquel entonces no nos habíamos encontrado.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiKJfdqsiIl5JeG2GRs39V0EUnIexa0YhsYTiClFaqpShyphenhyphend0nS5gbDtRY7z6AMqaicJIn3AJInAAECUnJq3zQWtnKxIkNQ5rJLvheCJYwWOZEc9n5DN5izfi9dMCNXfhM0STP4Jq8dBZlwrMdCFzziEC4C9E1ZksblRbo-wEkr3oNBDnR517RVbYzS_wtg/s920/SELBY.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="690" data-original-width="920" height="240" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiKJfdqsiIl5JeG2GRs39V0EUnIexa0YhsYTiClFaqpShyphenhyphend0nS5gbDtRY7z6AMqaicJIn3AJInAAECUnJq3zQWtnKxIkNQ5rJLvheCJYwWOZEc9n5DN5izfi9dMCNXfhM0STP4Jq8dBZlwrMdCFzziEC4C9E1ZksblRbo-wEkr3oNBDnR517RVbYzS_wtg/s320/SELBY.jpg" width="320" /></a></div><br /><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Safo escribe sobre muchas chicas: sobre las dóciles que se recogen con modestia el cabello, sobre las que resplandecen como el oro y marchan de buen grado hacia el tálamo nupcial y sobre aquellas que como el jacinto en la montaña los pastores / con sus pies pisotean. Un libro entero de Safo contenía canciones de boda; como el jacinto en la montaña, ninguna ha sobrevivido. A la joven que deseaba evitar que la pisotearan los pies de los hombres, Safo le recomienda la más lejana rama del árbol más alto. Siempre existen esas pocas de comportamiento inhabitual que, apunta Safo, los cosechadores olvidaron / no, no la olvidaron: fueron incapaces de alcanzarla. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Un poema clético es una invocación, un himno a la vez que una súplica. Se inclina con una reverencia ante lo divino, siempre centelleante en mil facetas, y al mismo tiempo lo interpela para preguntar: ¿Cuándo vas a llegar? ¿Por qué tu resplandor dista tanto de mis ojos? Dejas caer tus gotas a través de las ramas cuando dormito junto a las raíces. Te derramas como luz en la tarde y sin embargo te sigues demorando en no sé qué lugar, fuera del día. Al invocar a alguien que es permanente pero que, aun así, se le ha de llamar urgentemente, desde una gran distancia, es cuando Safo recurre al término aithussomenon, ese temblar brillante de las hojas en el instante de la anticipación. Una poeta está viviendo siempre en tiempo clético, sea cual sea su siglo. Está invocando, está esperando. Se recuesta a la sombra del futuro y entresueña entre sus raíces. Su caso es el genitivo de memoria. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhH4X32hyphenhyphen3bcGh_61YvYGM_JJYvoy1W4PMnKdyd0tj36MCSHaZlH9H8qUm6-5voGe8Hs6rz2ObzKF1WyyygX617LisP9L2GnMZAkZ5RSvzRrYl1-FLyv5z0Uvxw1E7IqZXmaoxXfAWxjKaSIyQbwkAni5-GTscFn357mNOtcwl84cswjJ4nDtPsib1GOQA/s259/descarga.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="194" data-original-width="259" height="479" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhH4X32hyphenhyphen3bcGh_61YvYGM_JJYvoy1W4PMnKdyd0tj36MCSHaZlH9H8qUm6-5voGe8Hs6rz2ObzKF1WyyygX617LisP9L2GnMZAkZ5RSvzRrYl1-FLyv5z0Uvxw1E7IqZXmaoxXfAWxjKaSIyQbwkAni5-GTscFn357mNOtcwl84cswjJ4nDtPsib1GOQA/w640-h479/descarga.jpg" width="640" /></a></div><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><b>El Código Pisanelli, 1865 </b></div><div style="text-align: justify;">Los políticos aclamaron el Código Pisanelli como un triunfo de la unificación de Italia. El nuevo Estado se sentía ávido de crecer hasta su formación completa, estirándose a lo largo de toda la península para amparar a toda la población bajo sus leyes. Como dijo un estadista: hemos hecho a Italia, ahora tenemos que hacer a los italianos. Bajo el Código Pisanelli, las mujeres italianas alcanzaron dos derechos memorables: podíamos dictar testamentos para distribuir nuestras propiedades tras nuestra muerte y nuestras hijas podían heredar cosas de nosotras. Lo que escribíamos antes de morirnos nunca se había mostrado tan importante como entonces. En Italia, algunas sopesábamos si podríamos legar a nuestras hijas algún modesto regalo que pudieran hipotecar a cambio de un futuro. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">El láudano no mató a Rina Pierangeli Faccio, pero le puso fin a sus días de esposa dócil. La mujer que había sido hasta esa noche estaba muerta, dijo. El doctor le recetó descanso en cama, el marido le hizo reproches. Pero Rina solamente deseaba hablar con su hermana. A menudo eso era lo primero que hacíamos cuando estábamos cambiando: encontrar a una hermana y quedarnos con ella tomando el desayuno en nuestro cuarto. O encontrar a alguna en su cuarto y quedarnos con ella, fingiendo que éramos hermanas si fuese necesario. Las amas de llaves solían abrir los ojos como platos, pero si nos imponíamos, se nos serviría té con leche y tostadas en nuestra habitación sobre bandejas que abarcarían toda la extensión de nuestra cama. (...)</div><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><b>Doctor T. Laycock, <i>Tratado sobre los desórdenes nerviosos de las mujeres</i>, 1840 </b></div><div style="text-align: justify;">Cuando escribía acerca de los trastornos nerviosos de las mujeres, el eminente doctor Laycock de York no se ahorró el dar cuenta de que cuanto más tiempo pasaban las jóvenes unas con otras, más excitables e indolentes se volvían. Esta condición puede afectar a las costureras, a las obreras de una fábrica o a cualquier mujer asociada con otras, sea cual sea su número. En particular, advertía, las jóvenes no pueden reunirse unas con otras en las escuelas públicas sin que corran un riesgo severo de excitar las pasiones y de verse arrastradas a entregarse a prácticas nocivas tanto para el cuerpo como para el alma. Novelas, cuchicheos, poemas anónimos, cultura general, dormitorios compartidos: están leyendo las niñas en la cama y al momento ya están leyendo juntas. Lo que puede parecer un afecto de hermanas o un capricho de colegialas debe ser diagnosticado como el pernicioso antecedente de los paroxismos de la histeria. En medio de esas tensiones se contagian fácilmente unas a otras y pueden arrastrar a una catástrofe a familias enteras. Enmienda al Código Pisanelli, 1877 Los derechos que no teníamos en Italia eran los mismos que no habíamos tenido durante siglos, y por eso no vale la pena enumerarlos. Pero en 1877, una modificación del Código Pisanelli permitió a las mujeres actuar como testigos. De pronto, legalmente, podíamos firmar con nuestros nombres lo que nosotras sabíamos que era cierto. Nuestras palabras, que siempre se vieron antes como frívolas e insustanciales, ganaron un peso nuevo al fijarse en una página. También por entonces comenzábamos a darnos cuenta de cómo los perfiles de nuestras puertas y de nuestras dotes estaban emparejados, lo mismo que una caja podía meterse en otra: eso significaba la transferencia de una esposa. Nadie podía abandonar un matrimonio, pero algunas alcanzamos a discernir la forma que les imponía a nuestras vidas. Como dijo un político de la época, en Italia la esclavitud de las mujeres es el único régimen en el que los hombres pueden vivir felizmente. Quiso decir que nosotras mismas éramos el pequeño regalo hipotecado por el futuro de la patria. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Patria significa al mismo tiempo «el padre» y «la tierra del padre» y potestas era el grueso nudo de su poder para disponer magistralmente de mujeres, niños y bienes domésticos. La patria potestas se había transmitido de padre a padre desde el Imperio romano. En el Código Pisanelli de 1865 estaba vinculada a la autorizzazione maritale, que autorizaba al marido a tratar a su esposa como un eterno infante: sin importar cómo se hubieran desarrollado su cuerpo y su espíritu, nunca ella sería una persona plena para la patria. Tan pronto como pudo, Anna Kuliscioff se hizo doctora, especializándose en ginecología y anarquismo. Dottoresa Anna Kuliscioff, Il monopolio dell’uomo, 1890 En 1890 la dottoressa Kuliscioff logró no se sabe cómo que la invitaran a pronunciar una conferencia en la Sociedad Filológica de la Universidad de Milán, donde jamás disertó mujer alguna. Eligió como título para su charla El monopolio del hombre. (...) </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Por las noches Rina podía leer libremente y acudir al teatro. En el norte andábamos entonces comenzando a escuchar la palabra femminista: sonaba como el francés femme, que significa a la vez «esposa» y «mujer». Con diferencia preferíamos mujeres frente a esposas, y observábamos de cerca las señales de lo que iba a suceder. Por ejemplo, en Milán el teatro estaba tan concurrido que Rina a duras penas podía encontrar su asiento. La obra era Casa de muñecas, de Ibsen, la historia de una mujer llamada Nora que al final deja de ser una esposa. En el último acto, Nora abandona su casa, a su marido y a sus hijos, echando el pestillo de la puerta tras de ella con un ruido que parecía el de un siglo cerrándose de golpe. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Todo un equipo de editores de Milán había rechazado en un principio el manuscrito de Una donna por demasiado aburrido. Era solamente la historia de una mujer, dijeron. Una historia que ellos ya conocían, no había más que una historia. Carecía de tensión dramática. Una donna era la historia de una mujer cuya madre salta por la ventana con un vestido blanco como un trozo de papel, cuyo cuerpo es pisoteado como un jacinto, cuyo padre la entrega al tipo ese, cuyo hijo ha nacido entre ropa para lavar y moretones. Es la historia de una mujer no llamada Nora que al final deja de ser una esposa. Una donna se publicó en un pequeño negocio tipográfico de Turín y casi de inmediato tropeles de lectoras compraron todos los ejemplares. Los editores de Milán se quedaron tremendamente estupefactos, pero como eran hombres de negocios muy sensatos compraron los derechos para la reimpresión del libro. Tal vez existía un mercado nuevo para las aburridas historias sobre mujeres, o tal vez las mujeres que leían tales historias las hallaban dotadas de un interés insondable. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Hacia 1908 Sibilla Aleramo era ya una escritora famosa y una feminista infame. Lina Poletti era una poeta de ojos dorados y veintitrés años que se plantó en el umbral marmóreo de la Sala de los Horacios y Curiacios mirando a Sibilla. Estaban en Roma, en abril, había mujeres por todas partes. En cálidas estancias se apiñaban las mujeres para discutir qué derechos debían poseer. Incluso había venido la reina, y con ella la princesa Maria Letizia para escuchar lo relativo a la educación de las niñas. Estaba allí Anna Kuliscioff exhortando a todo el mundo a no contentarse con la mera educación de las niñas cuando se podía presionar sobre el derecho a derogar la patria potestas y a los hombres que la defendían. Una poeta es alguien que se alza en pie en el umbral de la puerta que se abre ante ella y ve la estancia como un mar en cuyas olas ha de zambullirse para cruzarlas. Lina tomó aliento y se adentró con pasos largos en la multitud, en los cardúmenes de hombros que sobresalían, el encrespamiento de las conversaciones y el barrido de las faldas a su alrededor. Finalmente, al llegar junto a Sibilla, soltó una triunfante exhalación. Ante ese aliento acelerado sobre su cuello Sibilla se giró y allí, con sus ojos incandescentes, estaba Lina. Una poeta es alguien que nada inexplicablemente lejos de la playa solo para llegar a una isla de su propia invención. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhOgBgTj71wc4OoXsKWpTJem-uFoZx6e_WqoH1sCw4K6V4boRaOKlUnt_EeDdxgFlnljPUWyjg7zQ6u5tjXfTH52ei1cegzsO85adAfxQqkWTu29H0vWV8dDXnVBgZyRrDazVnQVBs6yuPMEWnvgrl8w1CInd2U5b2hkv5S2EWSF9wcWm0_IVcr0UAgVj8/s1200/poetisa-safo.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="713" data-original-width="1200" height="190" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhOgBgTj71wc4OoXsKWpTJem-uFoZx6e_WqoH1sCw4K6V4boRaOKlUnt_EeDdxgFlnljPUWyjg7zQ6u5tjXfTH52ei1cegzsO85adAfxQqkWTu29H0vWV8dDXnVBgZyRrDazVnQVBs6yuPMEWnvgrl8w1CInd2U5b2hkv5S2EWSF9wcWm0_IVcr0UAgVj8/s320/poetisa-safo.jpg" width="320" /></a></div><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Anna Kuliscioff reprimió en silencio su rabia dentada y absoluta en el corazón. En la primavera de 1912 Giolitti disertaba en el parlamento sobre el sufragio femenino junto al hombre que era el amante de Anna Kuliscioff. Le escribió a su amante: Voy a intentar llegar a tiempo de escuchar tu discurso. Por favor, no me traiciones. El amante se dirigió al parlamento con las modulaciones suaves y biensonantes de un socialista razonable. Votaron los varones del parlamento. Con afabilidad, Giovanni Giolitti anunció el resultado: las mujeres no habían logrado alcanzar el derecho al voto. O más bien, como puntualizó Anna Kuliscioff: Cualquier italiano que ahora deseara convertirse en ciudadano solo tenía que hacer una cosa: nacer varón. Sibilla Aleramo, Ciò che vogliamo, 1902 En 1902 Sibilla Aleramo escribió un artículo titulado Lo que queremos. ¿Qué queríamos nosotras? Para empezar, queríamos lo que la mitad de la población ya poseía por el mero hecho de haber nacido y luego queríamos cambiar el modo en que se había seguido ese camino. Queríamos vidas que no nos abocaran tan irremediablemente al láudano, a los manicomios y a las fiebres puerperales. Como escribía en su artículo Sibilla Aleramo: Queremos que las mujeres sean seres humanos. Que sean por fin tan libres, autónomas y plenamente vivas como fuimos hasta ahora subyugadas, oprimidas y obligadas al silencio. En 1902 llevamos orgullosamente a la imprenta todo esto para que cualquiera pudiese leerlo. Pero no era lo único que queríamos. También anhelábamos mesas para escribir que no estuvieran en la cocina, manchadas de cebolla; deseábamos leer las novelas que se nos sustraían porque se tenían por decadentes e incitadoras; queríamos sustituir las prendas bordadas a mano de nuestros ajuares por guías de viajes y gramáticas de idiomas extranjeros; queríamos encontrarnos unas con otras en habitaciones propias y discutir los derechos de las mujeres; queríamos cerrar las puertas de los dormitorios y echarnos en brazos unas de otras, con la luz filtrándose por la ventana, las cortinas descorridas, el panorama sobre la bahía desplegándose en franjas azules y cerúleas hacia el mar abierto. Soñábamos con islas donde escribiríamos poemas que dejarían desveladas a nuestras amantes a lo largo de la noche. En nuestras cartas nos susurraríamos fragmentos de nuestros deseos mutuos, cortando los versos en nuestra impaciencia. Íbamos a ser Safo, pero ¿cómo había comenzado Safo a ser ella misma? (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">En 1879 Ibsen convalecía en la costa de Amalfi. La brisa suave del azahar y de los pinos enmielados, el mar disolviéndose entre las sombras del azul: tenía un escritorio instalado en la terraza y comenzó a escribir un drama nuevo. Lo tituló Casa de muñecas y volcó en Nora, su protagonista, todas sus observaciones sobre la miserable situación de las mujeres dentro del matrimonio: cómo los dueños de la casa rodeaban sus cuellos con cadenas, cómo las mimaban con golosinas y vestidos hasta convertirlas exactamente en los frívolos y livianos juguetes que a los hombres les gustaba ver bailar en sus salones. Al final de la obra, cuando el marido de Nora insiste en que ella debe ser, por encima de todo, una esposa y una madre, Nora protesta: Creo que soy, antes que nada, un ser humano como puedes serlo tú, o al menos es en eso en lo que voy a intentar convertirme. A continuación, lo abandonó. Cuando Rina Faccio vio Casa de muñecas en Milán en 1901, las lágrimas acudieron a sus ojos y se quedaron allí, escociendo. Rina Faccio nunca lloraba en los teatros. Pero Nora, una mujer de huesos y nervios relegada a una vida de objeto con sonrisa pintada encima la hizo sollozar. O quizá fuera ese instante en el que Nora abandonaba lo que la conmovió tanto: el que una mujer pudiera abandonar, aunque fuera en una obra de teatro, fue lo que condujo a Rina Faccio hacia la que había de ser Sibilla Aleramo. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><iframe allowfullscreen="" class="BLOG_video_class" height="266" src="https://www.youtube.com/embed/jUJoLPSVUJs" width="320" youtube-src-id="jUJoLPSVUJs"></iframe></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><i>Alguien nos recordará / lo afirmo / incluso en otro tiempo:</i> para ese alguien escribió Safo. Escribía sobre la mujer que se tumbaba de espaldas junto a ella sobre berros y musgos en la orilla del río, sobre cómo la oscuridad podía acumularse en su regazo a medida que la tarde caía sobre ellas y cómo se fundía esa oscuridad. Uno de los epítetos de Safo más difíciles de traducir, incluso para una poeta, es ese oscuramente radiante hueco del cuerpo. Puede tratarse de un pliegue en la ropa o en la carne, o de la sombra entre los pechos o de la sorpresa ante el crepúsculo. Puede tratarse de un deseo agudo y hechizante que brota entre las vísceras o puede ser tu regazo que se colma de violetas. Sea lo que sea, escribe Safo, se prolonga a lo largo de la noche. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">¿Era esto, entonces, eso de amar a una mujer?, escribió Sibilla a Lina. Aunque a Lina difícilmente se la podía tener como una mujer como las demás. Caminaba a zancadas con sus abotonadas botas altas, apoyaba los codos en la balaustrada para fumar, escribía sobre aviación o sobre los encomios de Carducci: Lina era inefablemente Lina. El hombre que había sido el amante de Sibilla durante ocho años veía cómo su unión libre empezaba a deshacerse. Era digno y moderno, un hombre del nuevo siglo. Cuando Sibilla lo abandonó, la dejó ir. Ella se marchó con Lina a una villa junto al mar en la que abrieron las ventanas de par en par y cerraron las puertas, renunciando al desayuno porque había demasiados poemas y demasiados huecos en el cuerpo. El hombre que había sido el amante de Sibilla se desvaneció poco a poco hasta quedarse en una silueta grata. Safo escribió en su fragmento 31 sobre la triangulación de los amantes. Quien ama se sienta y observa mientras que la amada vuelve su sonrisa extática hacia otra persona. Y ahora la nueva persona favorita se acerca lo suficiente para tocarla. Mas todo ha de intentarse, escribe Safo. Y luego el poema se interrumpe. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Las pesadillas son las visitas de lo no-muerto que te ha precedido. Desgarran la costura que debería ensamblar tu vida. Sisean los antiguos oráculos que te dejarán deshecha en tu propia cama y no podrás moverte mientras la ciudad entera cae a tu alrededor entre sangre y llamaradas. Las entrañas de los pájaros yacerán sobre las piedras de tus sueños, ofreciendo señales. Es tarea de sibilas y profetisas hospedar a estos visitantes. Pero Casandra era una profetisa que no daba acogida a sus pesadillas en su lengua. Una poeta cuenta de Casandra que cuando se erguía para vaticinar brillaba como una lámpara en un refugio antiaéreo. Observamos que en verdad Casandra brillaba como una portadora de la linterna, como alguien que ya ha vivido antes nuestras vidas. Había visto todas las cenizas en las que podríamos quedar abrasadas y había escuchado todas las burlas hechas a su locura. ¿Qué eran entonces las pesadillas de 1895 para Casandra? Lo que sabe Casandra, Virginia lo escribió mucho después, es que Virginia Stephen no había nacido el 25 de enero de 1882, sino muchos miles de años antes, y desde el primer instante tuvo que encontrarse con instintos ya adquiridos por miles de antepasadas. Asumimos que esto significaba que tanto las pesadillas como las sibilas tenían muchas vidas. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">En la época en la que la enfermera Florence Nightingale estaba lista para declarar sus opiniones sobre el destino de las mujeres victorianas de las clases privilegiadas, su mascota, la lechuza Atenea, murió. Florence había crecido con la costumbre de llevar a la pequeña Atenea en el bolsillo, una firme compañera que lo observaba todo con sagacidad. Atenea observaba que los padres de Florence la querían convertida en esposa y en madre. Pero la voluntariosa y tremendamente apasionada hija se embarcó en su propia carrera, en soledad, si exceptuamos a Atenea. En 1860 Florence Nightingale publicó Casandra, un relato de lo que impulsaba a las jóvenes en las familias victorianas de cierto nivel. No era su fragilidad, no eran sus caprichos. No era la falta de mamás cariñosas ni de acompañantes adecuadas ni de clases particulares. Se trataba de lo que deseaban en su interior, escribió Florence; eso era lo que provocaba los trastornos nerviosos. Tartamudeaban y gritaban porque no existía lenguaje dentro de su lenguaje para poder decir lo que sabían. Florence Nightingale publicó su Casandra solo en ediciones privadas. Era peligroso en 1860 hablar demasiado a las claras de ciertos asuntos, y no le quedaban ni diosas ni parientes para protegerla. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><iframe allowfullscreen="" class="BLOG_video_class" height="266" src="https://www.youtube.com/embed/6cP7YT7Hbys" width="320" youtube-src-id="6cP7YT7Hbys"></iframe></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Para los poetas clásicos griegos es algo inusual el dirigirse a uno mismo en segunda persona. De hecho, quizás el único ejemplo superviviente sea el de Safo, que se apostrofa a sí misma en el fragmento 133. Pronuncia su propio nombre en caso vocativo, que es el caso usado para llamar a alguien directamente. Por este motivo, el vocativo suele traducirse a menudo precedido de un ¡Oh...! al que sigue el nombre de la persona invocada. Pero Safo no se invoca a sí misma. No sermonea ni incita, maldice, implora o arenga a su propia persona. En lugar de eso, al igual que Virginia Stephen cuando escribe las primeras páginas de sus diarios, Safo interroga. Se pregunta a sí misma, sin conocer aún las respuestas; ahonda y reflexiona de verso en verso. La luz es siempre cambiante sobre la página, sobre el mar, sobre el pensamiento, como si llegara disparándose desde una mente tensa: Safo, ¿por qué...? Virginia, 1903 En 1897 Virginia comenzó a estudiar griego en el Departamento para Señoritas del Kings College. Fue avanzando verbo tras verbo hasta que en 1903 ya pudo leer a Eurípides y a Esquilo y encontrarlos bellos. Llegó a un trance de entusiasmo con su tutora la señorita Case al tratar el modo en que una niña se encaramaba a una rama del huerto, en las alturas del aire primaveral. ¡Qué poéticamente podían los griegos suspender a una doncella en una rama, madura para la recolección! Pero la señorita Case no permitía trances de éxtasis sin gramática. Si una quería leer a los griegos como los chicos de Cambridge, no podía quedarse atrapada en los valores meramente literarios. En vez de eso, dijo la señorita Case, destaquemos el muy raro tipo de genitivo del tercer verso. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">lago Serpentine, un ensayo sobre la nota de suicidio de la mujer inglesa ahogada, permaneció sin publicar incrustado en el diario de Virginia de 1903. Pero en 1905 Virginia Stephen empezó a publicar sus reflexiones y a convencer a los periódicos para que la retribuyeran por ellas con cheques de cinco o más libras. En 1905, en su cumpleaños, salió a la luz su reseña a <i>El toque femenino en la literatura de ficción</i>. Previsiblemente, un libro con ese título lo había escrito un varón; como era de esperar, ese hombre afirmaba que cada vez más novelas eran escritas por y para mujeres, y que eran las culpables en grado creciente de que la novela como obra de arte estuviese desapareciendo. Además, proseguía este caballero, el toque femenino, cuando sonaba en la ficción, era un leve chirrido; las mujeres se enredan en detalles estridentes y no tienen el sentido de la gran visión panorámica del arte. A quienes de nosotras leímos en enero de 1905 los periódicos ingleses se nos invitó al extraordinario espectáculo de ver a Virginia Stephen levantar las cejas en la hoja impresa. Podíamos ver sobre la página en blanco y negro su ceño escépticamente fruncido, un arrugarse las palabras cuando ella concentraba allí su ingenio irónico e incrédulo. Ensambló sus pensamientos, ordenó sus citas; reseñó El toque femenino en la literatura de ficción como un teniente pasando revista a la marcha renqueante y chapucera de un regimiento de vagos. Dado que a las mujeres se les ha otorgado una escasa suma de minutos para escribir ficción desde que Shakespeare descollara, después de todo, ¿no es demasiado pronto, preguntó Virginia Stephen, para criticar «el toque femenino» en cualquier asunto? ¿Y no sería una mujer el crítico adecuado de otras mujeres? (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Virginia bosquejaba lo que podía con palabras, inexactas tal vez, en impresiones más que en ensayos, pero intentando siempre limpiar ese momento en que, como Safo escribe, la luz / se tiende sobre el salado mar / y a la vez sobre campos cuajados de flor. (...)</div><div style="text-align: center;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><iframe allowfullscreen="" class="BLOG_video_class" height="266" src="https://www.youtube.com/embed/P--WALqWF1U" width="320" youtube-src-id="P--WALqWF1U"></iframe></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><i><b>Safo, fragmento 24 A</b></i></div><div style="text-align: justify;"><i>Habrás de recordar</i>, escribe Safo, <i>que nosotras en nuestra juventud / hicimos esas cosas / sí, muchas cosas y bellas</i>. Es cierto que en la aterciopelada floración de nuestra juventud nos encontramos con Natalie Barney. Pero Natalie Barney tenía encuentros con cualquiera que le llamara la atención. Salía a cabalgar por las mañanas por el Bois de Boulogne, escribía con ahínco toda la tarde junto a la ventana y luego se instalaba en su salón para recibirnos, primero en Neuilly con Eva Palmer cortésmente a su lado y más adelante en el número 20 de la Rue Jacob, que era famosa ya exclusivamente por Natalie. Durante el reinado de Natalie creíamos que todas las mujeres de París le rendían tributo. De hecho, nuestra idea de lo que era «todo el mundo» equivalía al cupo de mujeres que cabían en su casa. Solamente más tarde descubrimos a mujeres de París que no estaban subordinadas a Natalie, mujeres que eran emperatrices de clubes nocturnos de su propiedad o que vivían en destartalados suburbios alentando la revolución. Pero en aquella época nos parecía que todo el mundo acudía a alguna lectura de poemas en el salón, a alguna sesión de danza en el jardín trasero, con nosotras brotando todas alrededor de Natalie dondequiera que ella se sentara, principesca y complacida. Tomó los vulgares tabiques de una casa rodeada de insignificantes olmos y los transformó en algo arcano, celestial, propio de una sibila. Como acostumbraba a decir por esas fechas la bailarina Liane de Pougy, Natalie era un idylle saphique. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">La gente decía que Liane de Pougy no había escrito <i>Idilio sáfico</i> ella sola. Consideraban a Liane una coqueta de la peor calaña, una de las grands horizontales que hacían carrera mundana entre los brazos de otros. Bien podría haber sido amante de Natalie Barney, eso sí lo concedían, pero ella nunca podría haber escrito el libro por sí misma. Sin embargo, de acuerdo con nuestra visión de las cosas, ninguna había escrito nada por sí misma. Nos asíamos las unas a las otras por las muñecas en un círculo. Sin Natalie, Liane nunca hubiera sabido que era una de las nuestras. Sin Eva Palmer, Natalie nunca hubiera leído a Safo. Sin Safo, Pauline Tarn se habría enmohecido en Londres zurciendo los talones de delicadas medias. En vez de eso, aquí estaba Renée Vivien, un espectro de incienso y de violetas, traduciendo a Safo al francés hasta el amanecer. Aquí estaba Liane juntándonos las manos y haciéndonos girar por el jardín esplendorosas, descalzas, sonrientes. Nos reunimos alrededor de Natalie y recogimos lo que necesitábamos. Había levantado un refugio a partir de fragmentos, un jardín donde la luz del sol permitía que las hojas se estremecieran. Así que considerábamos apropiado y correcto que en medio del Idylle saphique de Liane de Pougy apareciera un capítulo escrito por Natalie Barney. En medio de Natalie Barney, amparada por columnas dóricas y coronada de guirnaldas por nosotras mismas, estaba Safo. (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><iframe allowfullscreen="" class="BLOG_video_class" height="266" src="https://www.youtube.com/embed/3pcBMfJn93Y" width="320" youtube-src-id="3pcBMfJn93Y"></iframe></div><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: justify;">¿Cómo se convertían las mujeres en escritoras? Parecía haber muchas respuestas; cada voz relataría la suya. Traducir a Aurel para una revista italiana hizo que las frases revolotearan en la cabeza de Sibilla como pájaros dentro de una habitación. Aurel tenía la esperanza de que las escritoras desobedecieran las leyes que aprisionan los libros de los hombres. Era ya hora de que las mujeres se apoderaran del lenguaje por sí mismas, dijo Aurel, aunque fuera de una sola palabra cada vez, para apoderarse de sus propios nombres y llegar a ser ellas. Para llegar a ser aunque fuera una palabra solitaria. Por entonces, en la habitación de Sibilla en Roma había un precipitarse y un remontar vertiginoso de voces: cómo traducir a Aurel cuando dice que las cartas íntimas y los diarios de las mujeres conforman una sensibilidad verbal propia, cómo traducir a Renée Vivien cuando invoca la isla de Lesbos en un verso clético: danos nuestra alma antigua. ¿Se exilió de nosotras hace muchos años nuestra alma? ¿Es nuestra la isla donde una vez habitamos? ¿Estamos invocando? ¿Estamos esperando? Sibilla no sabía leer griego, pero podía traducir el poema de Renée Vivien Retour à Mytilène del francés al italiano. Después de Aurel y Renée Vivien, Sibilla continuó traduciendo a Colette, a Anna de Noailles y a Gerard d’Houville, que se negó a que la llamaran Marie. Sibilla dejaba que las voces de estas volaran a su modo dentro de la suya, que se entrelazaran con ella, que se alzaran en su lengua; crearon un diálogo al que dio el título de La pensierosa, que significa La mujer pensante. Lina, que en 1907 leía todo lo que escribía Sibilla, comprendió entonces que, a pesar de las grandes distancias que separaban a las mujeres pensantes, podíamos todavía inaugurar una correspondencia íntima. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Justo a continuación del capítulo <i>Le sadisme</i> venía <i>Le saphisme</i>. Léo Taxil pensaba en nosotras como algo lamentable y escandaloso, pero en orden alfabético. En ese capítulo se describían academias lésbicas reales en las que, clamaba Léo Taxil, las safistas se entregaban en grupo a indescriptibles orgías. De haber existido de hecho una Academia Lésbica de cualquier tipo de acreditación, habríamos emprendido con valentía su plan de estudios. Pero Léo Taxil nos sobrevaloraba. En realidad, muchas de nosotras andábamos luchando todavía contra el genitivo posesivo, y Eva palmer, que podría habernos ayudado, se había marchado a Grecia en 1906 para casarse con un tipo. Ahora era Eva Palmer Sikelianós, y flotaba por los alrededores de Atenas con sus túnicas tejidas a mano y su melena color de fuego arrastrándose por el polvo. Léo Taxil, como Guglielmo Cantarano y Cesare Lombroso antes que él, se imaginaba a sí mismo como criminólogo. Significaba esto que mostraba un interés inusual por lo que las mujeres hacían cuando no eran vistas por los hombres. Todos deseaban escudriñar, por razones científicas y de estricta moralidad, qué sucedía exactamente en los asientos de los carruajes, en nuestros jardines traseros y en nuestra ropa interior. Se nos consideró especímenes prominentemente corruptos del fin-de-siècle, capítulo III, sección 2. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">A lo largo de cientos de páginas, Léo Taxil proseguía escribiendo sobre burdeles, sádicas, cabotines, malas madres, madames y sobre la vileza lasciva que supuestamente se nos atribuía. El número de mujeres que en París y en ese período eran poseídas por otras mujeres, concluía Léo Taxil en 1894, era imposible de calcular científicamente. Aportó como evidencia las palabras de un oficial de bajo rango de la Prefectura: Era desalentador, pero legalmente nada podía hacerse; el crimen de safismo no estaba recogido en el Código Civil Napoleónico. Como Natalie Barney comentó secamente una noche de 1913: Quizá Napoleón debería haber consultado a la Sibila ¿verdad, Sibilla? Desde el diván en el que se recostaba, Sibilla Aleramo le regaló a Natalie Barney una sonrisa enigmática. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><iframe allowfullscreen="" class="BLOG_video_class" height="266" src="https://www.youtube.com/embed/bWyRN6vtHAo" width="320" youtube-src-id="bWyRN6vtHAo"></iframe></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Aunque Renée Vivien se propuso traducir a Safo con la máxima fidelidad, había siempre algo que se quedaba fuera. Renée encendía velas, quemaba incienso, se enjuagaba la boca con agua perfumada. Pasaba en vela toda la noche suplicando a espíritus que solamente ella alcanzaba a ver, pero no era capaz de devolver al mundo a Safo con total exactitud. Para ella, Safo era La Tisseuse de violettes, la tejedora de violetas; Renée no encontraba el modo de traducir las frases delicadas hasta lo inverosímil sin aplastarlas, magullándolas, entre sus manos. A menudo Renée se miraba con enorme repulsión los huesos de las manos. Comenzó a llevar brazaletes en las muñecas para mantener alejado el ruido que hacía su mente al construir palabras fallidas. En 1904 Natalie Barney llevó a Renée a la isla de Lesbos. En Mitilene, durante unos breves meses soleados, contemplaron el azul perfecto del mar y no hablaron de otra cosa que no fuera el fundar allí, juntas, una escuela, un salón, un retiro, un templo para la intimidad de las mujeres, en suma, el Retour à Mytilène. Renée se sentía flotar en un tiempo clético, nadaba por las mañanas en el Egeo plácido, prometió consumir menos cloral. Vestiría pantalones de lino crudo y transcribiría fluidamente sus visiones, como un asceta o un oráculo. Volver a Mitilene era bajar hasta el puro tuétano. Una vez que la carne quedaba cercenada, los versos se adherían realmente a Safo. Pero al final del verano, cuando Natalie la devolvió a París, Renée clausuró con clavos sus ventanas contra el enmudecido cielo gris. No soportaría regresar a otro lugar que no fuera Mitilene. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">En Francia, los hombres notables demandaban una ley para prevenir que las mujeres de clase baja, lavanderas o actrices o cualesquiera otras que hubieran quedado encintas, los acosaran sin tregua con súplicas y llantos. ¿Qué ocurriría si las mujeres intrigantes, con sus corazones hipócritas y sus críos hambrientos, tuvieran la tentación de incorporar a sus bastardos en la legítima familia francesa? Y es más, advertían los varones notables, todas esas mujeres que han conseguido quedarse embarazadas se arrimarían llorando a los hombres casados en busca de dinero para alimentar al hijo, y eso era una vergüenza, un crimen, una mancha contra el Código Civil Napoleónico. En 1804, los varones aprobaron el Artículo 340, que prohibía estrictamente las demandas de paternidad. Todos los niños están desprovistos de padre al nacer, argüían, un padre se constituye solamente a través del matrimonio: pater is est quem nuptiae demonstrant. Inmediatamente después los varones aprobaron el Artículo 341, que estipulaba que, por otra parte, las demandas de maternidad estaban bien vistas en el ámbito de la ley francesa. Una mujer ha de ser considerada responsable de la inmoralidad de su conducta carnal, decían los varones, y una ley así les daría a las volubles tiempo para pensárselo antes de meterse en la cama de cualquiera que les guste. Por todo esto, un varón notable no tenía que ocuparse del nacimiento de un hijo ilegítimo, tal y como el Artículo 341 establecía vigilando en su nombre. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><iframe allowfullscreen="" class="BLOG_video_class" height="266" src="https://www.youtube.com/embed/Epsi7yfaJD4" width="320" youtube-src-id="Epsi7yfaJD4"></iframe></div><br /><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: justify;">En 1901, justo antes de que Rina Faccio se convirtiera en Sibilla Aleramo, llegó al teatro en Milán y vio a Nora. Rina nunca lloraba en el teatro, pero esa noche su querida amiga Giacinta se dio cuenta de que las lágrimas rebosaban de sus ojos. Giacinta comprendió: Nora estaba abandonando al hombre con el que se había casado porque no se daba cuenta de que ella era un ser humano. Nora repiqueteaba en la puerta cerrada de un siglo de mujeres cuyo único verbo había sido casarse. La húmeda sal que ardía en los ojos de Rina no era la del llanto exactamente. Era el siglo, que estaba abandonando su cuerpo. La querida amiga de Rina que había comprendido todo aquello era la misma Giacinta Pezzana, ahora enérgica femminista de sesenta y tantos años, que había ayudado a la joven Eleonora Duse a convertirse en prima donna. Giacinta Pezzana sabía lo que era actuar. Observó los ojos de Rina brillando en el teatro en penumbra y le dijo: Ahora. Es el momento. Cinco años más tarde, Sibilla Aleramo era la protagonista de su propia vida y su libro Una donna nació en Turín, en medio de un ajetreo enfebrecido. Giacinta presintió que Eleonora Duse y Sibilla Aleramo se convertirían en sus propias Noras. A menudo discernimos en las otras la primera señal, la línea inicial de apertura. Pero luego nos volvíamos desconfiadas. Consultábamos los horarios de los trenes que pretendíamos tomar, comprábamos cuadernos de notas y otras provisiones. Nos deteníamos en el umbral, con el futuro ante nosotras como un mar de olas incesantes. Y ahora, preguntamos a Sibilla, ¿cómo creer que habrá una isla de nuestra invención? (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">En el verano de 1909, el misterioso Tristano Somnians hizo la corte a un buen número de actrices en Roma. Llegaban por correo caballerosos mensajes perfumados, por los camerinos se enredaban los bouquets de madreselva. Sin nadie a quien comparar con la bella Helena, presentía Lina, era imposible escribir un drama. Buscaba a la que, como decía Safo, a todo ser humano sobrepasó / en belleza / dejó a su bello esposo / atrás, y marchó en barco a Troya. ¿Quién sobrepasaría a todas en belleza, quién abandonaría a todo hombre que intentara retenerla, quién tomaría orgullosamente en sus manos su propia vida y navegaría con rumbo allende las islas? Eleonora Duse se había retirado de la escena y reposaba en su diván en Roma leyendo los poemas de Giovanni Pascoli. Salió brevemente de su ensimismamiento una tarde para recibir a un protegido de su adorado Pascoli, un joven poeta que se anunciaba como Tristano. La condujeron al salón y Lina se presentó inmediatamente a Eleonora Duse con un volumen de Safo abierto por el fragmento 24 C: vivimos / ... lo contrario / ... desafiante. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">A lo largo de la primavera las cartas de Lina llegaban a Eleonora a la vez que todo se fundía. Fue entonces, nos contó Sibilla, cuando sintió que Lina fluía lejos de ella. Sibilla intentó escribir a Lina, intentó escribir una obra como Lina, intentó escribir sobre Lina: todas las líneas se rompían en la página. Por esa época Lina envió a Eleonora un poema que comenzaba así: Abre las ventanas de par en par, sumérgete en el mar, ven hasta el filo del horizonte donde se funden las olas, donde yo estoy esperándote. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">verano avanzaba, pesado y húmedo, mientras intentaban recobrar el hilo de su vida juntas. Rilke, que vivía cerca, leyó el esbozo inacabado de Ariadna y lo juzgó ambicioso: Lina era realmente talentosa, pero demasiado joven, aspiraba a demasiado, su Ariadna era demasiadas cosas a la vez. Como poeta veterano le aconsejó modestia y un ritmo más verosímil en la acción. Querida, solamente tienes veintiséis años, dijo. Confórmate con pequeños tragos de inspiración, no esperes que la grandeza venga sobre ti. El propio Rilke acababa de escribir varias de sus elegías de Duino en cuestión de días porque el poema lo había llamado cuando caminaba solitario por los acantilados, proclamando su lugar entre las jerarquías de los ángeles. Lina sospechaba que Rilke mentía descaradamente. Pero se preguntó si algunos actos podían ser solamente escritos como fragmentos. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Ante todo, dijo Eleonora, Italia era indiscutiblemente un monopolio de los hombres. Por supuesto, las mujeres anhelaban ser seres humanos en lugar de muñequitas que bailaban para placer de sus maridos, parían obedientemente a sus hijos y se aniquilaban a sí mismas. ¿Quién no desearía lo que poseía la mitad de la población solamente por el hecho de haber nacido? Además, prosiguió Eleonora, incluso si una mujer desea trabajar, escribir, pensar por sí misma, emprender cualquier acción, amar a otra mujer, queda inmediatamente ridiculizada como una depravada contra natura por expresar las cualidades que los varones aprecian para sí mismos. No es extraño, concluyó Eleonora Duse, que las mujeres en Italia están quemándose y quemándose con una seca rabia contra la larga tiranía de los hombres. Desde el τύραννος de Grecia, añadió, explicándole a su atónito entrevistador que durante su larga enfermedad había comenzado a estudiar gramática griega. Esperaba poder leer pronto a los clásicos en su lengua original. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><iframe allowfullscreen="" class="BLOG_video_class" height="266" src="https://www.youtube.com/embed/ruKNgr09L_k" width="320" youtube-src-id="ruKNgr09L_k"></iframe></div><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">En realidad Eva llevaba practicando a Safo muchos años. En 1898, en la sala dormitorio de Radnor Hall, arrestaron a Eva cuando practicaba con dos o tres chicas. Tenían exámenes de griego de nivel intermedio, protestó Eva, y estas chicas apenas se defienden con el aoristo, ella solo pretendía ayudarlas a comprender el concepto de acción en el pasado. Pero el presidente del college no quería oír ni una palabra. Eva y Safo fueron expulsadas durante un año. Metió todos sus libros en la maleta y se marchó a Roma con Safo en el regazo, abierta por el fragmento 16: la descarrió / ... porque / ... levemente. Anna Vertua Gentile, Come devo comportarmi?, 1899 En 1899 existían muchos libros en Italia que instruían a las señoritas sobre cómo adquirir unos modales modélicos. Las niñas han de ser nobles, lindas, hacendosas, modestas, devotas, tranquilas, dispuestas a sacrificarse y, sobre todo, limpias de vicios. Anna Vertua Gentile, autora de docenas de estos libros, publicó ¿Cómo debo comportarme? en las mismas fechas en las que Eva Palmer llegaba a Roma. Eva no lo leyó. En lugar de ello, Eva gastó los meses de Roma en hacer calas en la ciudad. Tomaba como referencia un rincón o una columna caída del Foro y operaba hacia abajo: primero, los gatos callejeros y el musgo; luego, los antiguos nombres en latín, las anchas losas que empedraban las calles subterráneas, las multitudes de pies con sandalias que las habían pisado, las voces aflautadas en el aire antiguo, los cánticos que emanaban del templo de Vesta como el humo de la llama sagrada; finalmente la Roma imperial quedaba al descubierto para ella. Eva no leía libros que ensalzaban las virtudes femeninas porque andaba volcándose en Virgilio, en Catulo, en Ovidio. Fue Ovidio, y Eva quedó impactada al enterarse, quien le robó la voz a Safo para quedársela y volverla hostil a ella. Quid mihi cum Lesbo?, puso Ovidio con rencor en boca de Safo. ¿Qué me importa Lesbos ahora? Eva Palmer podría haberle replicado a Ovidio lo que Lesbos era para Safo, podía recitarle los nombres de las amantes de Safo como si fueran sus propias amigas. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><iframe allowfullscreen="" class="BLOG_video_class" height="266" src="https://www.youtube.com/embed/bWyRN6vtHAo" width="320" youtube-src-id="bWyRN6vtHAo"></iframe></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Del fragmento 19 no queda ningún verso completo. Es como si cada palabra acabase tragada tras un suspiro. En la primera parte del poema Safo habla de la espera: la tensión del tiempo antes de que algo suceda. Luego el poema se detiene, y hay un tictac de pura nada que avanza, punto-espacio en blanco-punto-espacio en blanco-punto, un ritmo desolado. Punto-espacio en blanco-punto era el barco de Natalie que zarpaba de la isla convirtiéndose en una mota en la bahía, desvaneciéndose, pensaba Eva. En 1900, como un espacio en blanco, Eva regresó al colegio mientras Natalie viajaba hacia París. Cuando por fin retorna el movimiento, el poema arroja esto: pero al marcharse / ... porque sabemos, escribe Safo. No sabemos, pero hemos escuchado. No sabemos, pero a pesar de nuestras incertidumbres y puntos suspensivos, avanzamos. Eva abandona antes del examen final de latín. Se marcha a París, junto a Natalie. Es 1901. El fragmento 19 llega finalmente a su destino; desde el otro extremo del poema, Safo mira hacia atrás: Después / ... y hacia. Cuando llega a París, Eva comienza a formarse como actriz en la Comédie Française. Una actriz, le confía Eva a Natalie, es alguien que cree todavía en los antiguos ritos. Podrá haber luces eléctricas y tramoya, podrá haber satén y artes de cine, pero una actriz se encuentra siempre en Delfos. Se alza sobre las tarimas astilladas como si se hallara entre amplias gradas de piedra, con el templo de Apolo elevándose a su espalda. Una actriz es como una sibila, sabe ver hacia adelante y hacia atrás al mismo tiempo. Eva Palmer y Sarah Bernhardt, 1901 En París, la actriz Sarah Bernhardt le iba desenlazando el pelo a Eva hasta que se le derramó en el suelo como una cascada espléndida. A Sarah Bernhardt se la consideraba en amplios círculos como una diva. Audazmente, Eva alzó la barbilla y le formuló a Sarah Bernhardt una pregunta sobre las actrices. Sarah, que estaba enroscándose en las muñecas el pelo de Eva como si fuera una serpiente, se echó a reír y contestó que los rituales antiguos de las actrices no se habían fijado por escrito en papel, tú aprendes, sí, los versos en una página, pero los ritos, ¡ay!, los ritos solamente los puedes aprender de otras actrices. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Tus griegos, después de todo, decía Sarah hundiendo su dedo en el hombro de Eva, ¿quiénes piensas que fueron? ¿Quién fue Medea o Clitemnestra o Antígona? ¡Fueron hombres, ma chère Eva! ¡Y Ofelia y Lady Macbeth y Desdémona! Siglos de hombres llenando los escenarios de sí mismos, con todos los papeles a su disposición, vistiéndose con calzones o con faldas a capricho. Por eso ahora, para ser una gran actriz, has de aprender esto: nunca más nos quedaremos relegadas a sus sobras de vestuario, a sus papeles de madres y doncellas y señoritas que esperan lograr novio. No, chérie, no nos rebajaremos a considerar el sexo de nuestros papeles. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">En griego antiguo, para expresar un deseo o una esperanza existe el modo optativo. El optativo es un estado de ánimo, casi un sentimiento. Se cierne en el aire fuera del tiempo y del sujeto, en un tono melancólico, con sus bordes ligeramente teñidos de presentimiento. ¡Ojalá, ojalá fuera eso así, suplica el optativo, que pueda ser así, si de algún modo llegara a suceder! Llegamos a conocer a fondo el estado de ánimo optativo en aquellos días en que lo empleamos unas con otras. Oscilábamos entre invocar nuestros deseos en voz alta o esperar con timidez a que sencillamente nos sucedieran, como el tiempo meteorológico. Virginia Stephen, Poetics, 1905 Las Geórgicas de Virgilio estaban llenas de términos técnicos de apicultura, así que en 1905 Virginia Stephen optó por traducir a los griegos. La palabra inglesa «poeta» era simplemente ποιητής recortada por el borde. Por la misma época la Poética de Aristóteles le dio una visión más clara de la literatura que cualquier novela de Henry James. En 1906, traduciendo su pensamiento en acción, Virginia Stephen emprendió la travesía con su hermana rumbo a Patras. A su llegada a Grecia tomó nota de la luz rompiéndose en centelleos en el mar, de las uvas hinchadas en sus viñas, de la vista panorámica de Olimpia. Sin embargo, una vez en Olimpia no estaba segura de cómo avanzar, eran demasiadas las palabras que proporcionaban las guías de viaje y con el deslumbramiento era difícil saber en qué siglo se estaba. Cuando subía en burro por las laderas del Monte Pentélico, Virginia se tomó un descanso junto a un arroyo que chapoteaba entre pinos: esto ya no era una ilustración de la guía Baedeker, dijo Virginia, sino un idilio de Teócrito. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">1879, cuando Sarah Bernhardt se desplazó a Londres para representar Fedra, Oscar Wilde esparció para ella, en el muelle, rociadas de lirios blancos en señal de admiración. Escribió un soneto en su honor y le rogó que lo visitara en su casa de Chelsea. Pero ella llegaba con retraso a su alojamiento en Chester Square porque la prensa inglesa deseaba escuchar con urgencia cuál era, en opinión de Madame Bernhardt, el valor moral de una pieza tan escandalosa como Fedra. ¡Ah, dijo Sarah Bernhardt, Fedra es una tragedia clásica! ¿Quiénes somos nosotros para juzgar la moralidad de los antiguos? ¡Una artista no debe estar sometida a las costumbres de su presente! Lego, esquivando otras preguntas, Sarah Bernhardt marchó a Liverpool a comprarse un par de cachorros de león. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: right;"><i><span style="font-size: large;">DESPUÉS DE SAFO </span></i></div><div style="text-align: right;"><b><span style="font-size: large;">Selby Wynn Schwartz</span></b></div><div style="text-align: right;"><span style="font-size: large;">(Traducido por Aurora Luque).</span></div><div style="text-align: right;"><span style="font-size: large;">Alianza Editorial, 2023</span></div>victor.penahttp://www.blogger.com/profile/08356188105818887200noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1678132152115186029.post-17316448645020428102024-02-24T00:09:00.001+01:002024-02-24T00:09:04.252+01:00EL SENTIDO DE CONSENTIR (Clara Serra)<div style="text-align: left;"><div style="text-align: center;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjop7tHduTZwsy8h-9t0w8fHuIPaLHf4X0qxtLwxNB7Wp-IHsAusjZ1w3bgNCsLidTVq6amXj_NPKnZ3VMrVni-OBCPXVLsTx1u2dCU6WZrH5H_jE37NU5NL-JfPyIwCD_uXWe-2eDmiv1zKzcnHyMkBDO4_kxdWyBgS8gkXTKAAhmwks0TDhPmAMPgQVo/s4169/consentir.jpeg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="4169" data-original-width="2496" height="640" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjop7tHduTZwsy8h-9t0w8fHuIPaLHf4X0qxtLwxNB7Wp-IHsAusjZ1w3bgNCsLidTVq6amXj_NPKnZ3VMrVni-OBCPXVLsTx1u2dCU6WZrH5H_jE37NU5NL-JfPyIwCD_uXWe-2eDmiv1zKzcnHyMkBDO4_kxdWyBgS8gkXTKAAhmwks0TDhPmAMPgQVo/w384-h640/consentir.jpeg" width="384" /></a></div><br /> </div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Como afirma Joseph J. Fischel: «El consentimiento entusiasta, del que podemos inferir deseo, no solo es el punto de partida para el placer sexual, sino que prácticamente lo garantiza».2 Así pues, parece que hemos dado con algo capaz de contener tanto una garantía frente a la agresión como la extraordinaria promesa de un sexo deseado, placentero y feliz. ¡Y todo ello encerrado, además, en una fórmula facilísima! Una muestra especialmente representativa de la gran confianza que hoy depositamos en el hecho de consentir la encontramos en el libro de Shaina Joy Machlus La palabra más sexy es sí, donde la autora afirma: «[…] el consentimiento es algo muy sencillo. Resulta fácil de entender y practicar y, aparte de evitar la violación, es un factor de empoderamiento y anima a disfrutar del sexo», «el consentimiento sexual es igual a sexo increíble». (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">El consentimiento, ligado desde el derecho romano a la figura del contrato, ha sido central para pensar el matrimonio como un pacto mutuo, para defender el derecho al divorcio o para otorgar a las mujeres capacidad de negociación en cualquier actividad relativa al trabajo sexual. Pertenece en particular al lenguaje del contractualismo liberal y es una piedra angular del proyecto político moderno, construido bajo la premisa en la que a su vez se asienta el derecho: que los sujetos mayores de edad pactamos libremente ante los otros y ante el Estado. El consentimiento, dentro de la filosofía moderna, hace posible distinguir el imperio de un poder ilegítimo –que se impone a través de la fuerza y la coacción– del orden social construido a través de relaciones civiles libres. De él depende nada más y nada menos que la diferencia entre la libertad y la sumisión. Sin embargo, el consentimiento encierra también un sentido antagónico. Como si tuviera dos caras, como si pudiéramos mirarlo del derecho y del revés, el consentimiento es en sí mismo contradictorio. En la tradición de un pensamiento político de izquierdas, la que ha puesto su atención en la existencia de relaciones de desigualdad y estructuras que dominan a los sujetos, la que ha criticado el carácter ficticio de la igualdad que presupone el derecho, consentir puede ser más bien ceder ante el poder fáctico del otro. La idea del consentimiento, por tanto, caracteriza dos situaciones muy diferentes: «[…] aquella de la relación de fuerza y de su salida impuesta (ceder antes que consentir), y aquella del contrato entre partes más o menos iguales (o consentimiento mutuo)». (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Por una parte, nuestra sociedad defiende el consentimiento sexual desde una gran confianza en las posibilidades del lenguaje y del pacto explícito –es decir, del contractualismo– para despejar cualquier tipo de sombra que se cierna sobre el sexo. Pareciera como si, a través de una fórmula dada, siguiendo determinadas reglas y aplicando determinadas recetas, pudiéramos garantizar el encuentro sin fallas con los otros, un sexo armonioso y feliz. Según este relato optimista, establecer acuerdos claros en el terreno sexual es facilísimo. La paradoja radica en que, a la vez, la necesidad de nuevas legislaciones sobre el consentimiento se plantea como una respuesta de emergencia ante el carácter violento y agresivo de la sexualidad heterosexual. En otras palabras, hoy, cuando examinamos la cuestión sexual, la vemos como el escenario de una completa armonía o de una guerra total. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Cuando nos planteamos si es posible que el consentimiento anteceda a todo gesto o acercamiento sexual, la respuesta suele ser: ¿por qué no? ¿Cuál sería el problema? Saber cuándo alguien quiere o no quiere tener sexo es facilísimo y está al alcance de todos. De hecho, se dice, si alguien no lo tiene claro es, quizás, porque no quiera tenerlo. Lo contradictorio del asunto es que, de nuevo, para defender las mismas leyes, se sostiene que vivimos en una cultura de la violación, esto es, que si estas políticas son necesarias se debe a que resulta preciso transformar profundamente una cultura que vuelve indistinguible el sexo de la violencia sexual. Desde esta perspectiva, lejos de estar todo clarísimo, el problema es más bien el contrario: habitamos una sexualidad patriarcal que oscurece y enturbia las cosas. Y hasta tal punto hemos sido instruidos en la normalización de la violencia que una agresión sexual puede no ser identificada como tal incluso por parte de quienes la padecen. Llevando al extremo este tipo de análisis estructural –es decir, que la violación es una cultura–, tendríamos que asumir que el emborronamiento de las cosas que genera nuestra sociedad envuelve tanto a las víctimas como a los victimarios, que ni unas ni otros estamos impermeabilizados frente a una ideología sexual que difumina los límites entre el sexo consentido y la agresión sexual. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Obviamente hay machismo en nuestra judicatura, pero si negamos que el problema de fondo es anterior, que las leyes que los jueces aplican presuponen una u otra mirada sobre la realidad social y que esa es la pregunta importante que las izquierdas y los feminismos deben enfrentar, estamos ocultando el verdadero dilema. En toda legislación que quiera regular el consentimiento sexual aparecerá el viejo problema que plantea Fraisse: ¿puede haber en el sexo un pacto entre iguales o es el sexo inevitablemente un escenario de relaciones de dominación? ¿Debe el derecho poner en entredicho el consentimiento de las mujeres frente a hombres poderosos o en un mundo patriarcal están ya siempre viciadas las condiciones para consentir? ¿Hay contextos intimidatorios donde una mujer no puede expresar un no o el sexo mismo es intimidatorio en todo contexto y lugar? (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Para pensar el consentimiento hay que analizar su polisemia, recorrer sus significados, preguntarnos por sus límites, extrañarnos ante sus paradojas. Dicho de otro modo, para poder reflexionar sobre el sentido de consentir hay que empezar por pensar el consentimiento como un problema antes que como una solución. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">[La violación] ha sido concebida como algo distinto del coito, [pero] para las mujeres, bajo las condiciones de dominación masculina, es difícil distinguir entre ambas cosas. CATHARINE MACKINNON (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">En el fondo, la protección de la honestidad como bien jurídico revela que la división de las mujeres en «honestas» y «deshonestas», en buenas y malas mujeres, está siempre al servicio de proteger algo que nada tiene que ver con las mujeres. Lo que en última instancia está siendo salvaguardado es el honor de los hombres, el derecho de que los maridos posean a sus mujeres en un régimen de exclusividad sexual. Por ejemplo, el Código Penal de 1822 indicaba que «el que para abusar de una muger casada la robare á su marido, consintiéndolo ella, sufrirá una reclusion de dos á seis años, sin perjuicio de que ambos sufran además la pena de adulterio si el marido los acusase». Si el consentimiento de la mujer es del todo irrelevante y aparece la idea de «robo» es porque lo que se ampara es la propiedad del marido sobre su esposa. No es ella o la libertad sexual de ella lo que se considera objeto de ataque, sino el hombre que ostenta derechos sobre ella. Por la misma razón, las leyes contra la violación nunca incluían las agresiones sexuales dentro del matrimonio; los maridos estaban protegidos por el derecho para tener sexo no consentido con sus esposas. En otras palabras, las leyes prohibían a los hombres violar a las mujeres de otros pero no violar a sus propias mujeres. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">El feminismo, desde hace siglos, ha convertido en blanco de sus críticas esa persistente exigencia patriarcal de resistencia a las víctimas de las agresiones sexuales. Porque, si bien es cierto que la necesidad de que las mujeres se expongan a arriesgar su integridad física o su vida para poder ser creídas ha desaparecido ya de forma explícita de nuestro ordenamiento jurídico, eso no quiere decir que esa exigencia no siga operando hoy día de forma subterránea y no siga existiendo, como prejuicio, en esa parte de la sociedad que es la judicatura. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Al presentar la situación como si el consentimiento hubiera permanecido hasta ahora ausente de nuestro marco penal, los defensores de las nuevas doctrinas del consentimiento afirman que la única alternativa al paradigma jurídico de los delitos contra la honestidad son los marcos de las reformas actuales, lo cual es falaz. Como escribe la jurista Patricia Faraldo, la llegada del consentimiento a escena es muy anterior al paradigma del consentimiento afirmativo: «A finales del siglo XX una oleada de reformas legislativas ha recorrido el mundo occidental con el declarado objetivo de convertir la ausencia de consentimiento en el eje sobre el que giren los delitos sexuales, abandonando la tradicional definición de la violación sobre la base de la concurrencia de violencia, fuerza o intimidación […]. Al prescindir de la violencia, fuerza o intimidación, es suficiente que la víctima dé a conocer su falta de consentimiento de alguna manera reconocible para el autor, que se hace merecedor de pena cuando no respeta la negativa de la víctima. Esta posición se recoge sintéticamente en el aforismo “no es no”». (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">La cuestión es que, una vez incorporado ya el paradigma de la libertad sexual, el modo de delimitar y probar que un acto es consentido no tiene una única traslación a los textos legislativos. Existen diferentes enfoques políticos a la hora de entender el consentimiento y, por tanto, hay distintas doctrinas jurídicas –podemos llamarlas, por resumir, la doctrina del «no es no» o la del «solo sí es sí»– a la hora de hacer que ese requerimiento tome cuerpo en la ley. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">En 2003 Éric Fassin y Michel Feher entrevistan a Judith Butler en la revista Vacarme a propósito de las polémicas surgidas en la sociedad francesa en relación con la libertad sexual. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Butler se remonta a los años ochenta y recuerda las razones de fondo de ese profundo debate político que se produjo en los feminismos a la hora de pensar el sexo y que se ha dado a conocer como las Sex Wars. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">El punto de inicio es el famoso libro de Catharine MacKinnon Sexual Harassment of Working Women (1979), en el que la autora quiere problematizar la capacidad de las mujeres trabajadoras para decir «no» a las insinuaciones sexuales de hombres en posiciones de poder. ¿Puede una mujer rechazar las invitaciones sexuales de sus jefes cuando eso la expone a represalias laborales por parte de quienes tienen poder sobre sus vidas? La conclusión de MacKinnon es que cualquier pacto o acuerdo libre en esas condiciones es una ficción patriarcal y que el contractualismo liberal sirve para legitimar la libertad de los hombres y el sometimiento de las mujeres. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Esta llamada de atención de MacKinnon podría haber concluido, como propone Butler, que hay que contextualizar la sexualidad, es decir, que es preciso tomar en consideración las fuertes desigualdades que existen en determinados contextos. Aunque esto, puntualiza Butler, no debería implicar, ipso facto, una condena de cualquier relación sexual que se dé en ámbitos de desigualdad. Las personas adultas se desean y se enamoran en sus trabajos, las universidades o las consultas del psicoanalista, y estigmatizar el erotismo y la seducción, condenarlos de antemano, dibuja un mundo profiláctico, higiénico y temeroso del sexo muy poco deseable. Contextualizar el sexo tendrá que ver más bien con obligarnos a no obviar, a no borrar de la ecuación las desigualdades una vez que tengamos que evaluar si el acoso o el abuso ha tenido o no lugar. Contextualizar el sexo nos llevaría, por tanto, a exigirle al derecho que sepa juzgar cada caso ateniéndose a las particularidades de la situación. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">¿En qué consisten esos grandes desacuerdos que escindieron el feminismo en Estados Unidos? Judith Butler lo explica: lejos de contextualizar el sexo, «Catharine MacKinnon tomó una dirección diferente. Pronto añadió a su argumento inicial que los hombres tienen el poder y las mujeres no; y que el acoso sexual es un modelo, un paradigma que permite pensar las relaciones sexuales heterosexuales como tales. En alianza con Andrea Dworkin, MacKinnon llegó a describir a los hombres como si siempre estuvieran en la posición dominante, y como si la dominación fuera su único objetivo, así como su único objeto de deseo sexual». Para Butler, «esta evolución fue un error trágico. En consecuencia, la estructura del acoso sexual dejaba de ser concebida como una contingencia determinada por un contexto institucional: se generalizó hasta el punto de manifestar una estructura social en la que los hombres dominan y las mujeres son dominadas. Por tanto, las mujeres eran en todos los casos víctimas de chantaje, se encontraban siempre en un ambiente hostil. Peor todavía, el mundo mismo era un ambiente hostil y el chantaje era simplemente el modus operandi de la heterosexualidad».9 Si el sexo es indistinguible de la violencia, no se trata ya de que a veces las mujeres no puedan negarse a mantener relaciones con los hombres, sino que no pueden negarse nunca. Como dice Agustín Malón en su excelente libro La doctrina del consentimiento afirmativo, «para MacKinnon […] la misma expresión violencia sexual es un pleonasmo. Es la misma sexualidad la que es violenta. Es el principal artefacto con el que los hombres dominan a las mujeres, con la ventaja de que estas no saben que están siendo dominadas. Cuando creen desear y disfrutar, en realidad están siendo sometidas y violadas».10 Convertir el acoso sexual no en una contingencia particular, sino en la lógica misma de la sexualidad llevó al feminismo abolicionista a considerar el sexo como un terreno inexorablemente peligroso para las mujeres, a convertir la pornografía en el símbolo de ese paradigma sexual, a demandar un fuerte papel protector del Estado y a poner en marcha políticas prohibicionistas y punitivas. Y bajo las premisas de un enorme sistema de abuso de poder generalizado, ese feminismo generalizó también nuestra minoría de edad sexual. (...)</div><div style="text-align: right;"><i>El sentido de consentir.</i></div><div style="text-align: right;"><b>Clara Serra.</b></div><div style="text-align: right;">Nuevos Cuadernos ANAGRAMA</div><div style="text-align: justify;"><br /></div></div>Víctor Peña Dacostahttp://www.blogger.com/profile/10915737974967487999noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1678132152115186029.post-27847439003691350072024-01-18T11:06:00.002+01:002024-01-18T11:06:34.660+01:00DE BUENA FE (Jane Smiley explica el neocapitalismo de los años 80)<div style="text-align: justify;"> CAPITALISMO SMILEY</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEitfHKu2P1e_s5uerAdpj18Lxf1cqMSe3sTCrcFT7tj4talHkJaWDJZoV1uCxIrrg4-heXxMy5XD29V_S1VqV0H2XU4BnioYIiVg-SEiqdPPTRauCbOkeFHaESkJDJ83wo8oALCzM0co83tmo3hDbl2CT8NmBtLETEvxYL_kFD7G01mdSKPEpeC8P8lgjs/s718/debuenafe.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="718" data-original-width="480" height="640" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEitfHKu2P1e_s5uerAdpj18Lxf1cqMSe3sTCrcFT7tj4talHkJaWDJZoV1uCxIrrg4-heXxMy5XD29V_S1VqV0H2XU4BnioYIiVg-SEiqdPPTRauCbOkeFHaESkJDJ83wo8oALCzM0co83tmo3hDbl2CT8NmBtLETEvxYL_kFD7G01mdSKPEpeC8P8lgjs/w428-h640/debuenafe.jpg" width="428" /></a></div><br /><div style="text-align: justify;">Descubrí a Jane Smiley en 2019 con LA EDAD DEL DESCONSUELO, y probablemente fue la novela (corta) que más me gustó en aquel año. Me sorprendió descubrir que nada de ese humor melancólico, antiépico y patético pero siempre agudo e hilarante podía rastrearse en la que posiblemente sea su obra más conocida HEREDERÁS LA TIERRA. En este caso se trata de un drama rural y brutal, que disfruté pero con el que conecté menos.</div><div style="text-align: justify;">Este mismo año me ha dado por hacerme un "Ciclo Smiley", comenzando por LA MEJOR VOLUNTAD, continuando por UN AMOR CUALQUIERA, y su brillantez narrativa me ha llevado a la relectura de LA EDAD DEL DESCONSUELO y, finalmente, a tratar de culminar su bibliografía con DE BUENA FE. Me parece la más floja de las 5 con bastante diferencia, o tal vez es que no he sabido conectar tan bien con las desventuras de un promotor inmobiliario en la década de los 80 (aunque aparezca sagazmente tratado, el tema estrella de Smiley, la infidelidad femenina). Sin embargo, este fragmento me parece de una brillantez tal que no me queda más remedio que compartirlo junto con la recomendación de la lectura de la autora estadounidense, una de las más brillantes prosistas y, probablemente, la más inteligente a la hora de focalizar una historia:</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"></div><blockquote><div style="text-align: justify;">Cruzamos Deacon y avanzamos a lo largo del río. Era una zona tranquila. La corriente discurría baja y silenciosa en la distancia. Las cimas de las colinas aparecían más oscuras allí donde los árboles se habían desprendido de sus hojas.</div><div style="text-align: justify;">Crucé el río en Cookborough y giré hacia el sur en la interestatal. Conduje en silencio hasta que Marcus dijo:</div><div style="text-align: justify;">—Ahí está. ¿Ves esa granja de allá? —Señaló a la derecha al pasar ante algunas vacas coloradas y de rostro blanco que pastaban al lado de la carretera.</div><div style="text-align: justify;">—Esa granja es de Gordon —contesté—. Hace años que la tiene, pero la ciudad nunca ha llegado hasta aquí.</div><div style="text-align: justify;">—Puede que no, pero llegará si haces algo para conseguir que venga. ¿Sabes cómo colonizaron el Oeste?</div><div style="text-align: justify;">—¿El Oeste?</div><div style="text-align: justify;">—Kansas, Nebraska, Dakota del Sur. Todos esos lugares donde nadie en su sano juicio se instalaría para vivir. Colorado.</div><div style="text-align: justify;">—¿Cómo?</div><div style="text-align: justify;">—Me juego algo a que crees que unos granjeros muy espabilados consiguieron tierras del gobierno a dos dólares y medio la hectárea y construyeron allí sus modestos hogares, tipo La casa de la pradera. ¿No has leído nunca La casa de la pradera?</div><div style="text-align: justify;">—No.</div><div style="text-align: justify;">—Bueno, cuando iba a tercero nos sentábamos todos los días media hora después de comer mientras la señorita Judson nos leía La casa de la pradera. ¿Crees que una clase llena de irlandeses e italianos de Brooklyn, con apenas ocho años, tenían la más remota idea de lo que les estaban contando?</div><div style="text-align: justify;">Deberías haberlo visto. —Se echó a reír—. Digamos que la señorita tenía ciertas dificultades para mantener el orden. El caso es que la gente no va y se queda con un pedazo de terreno salvaje a menos que esté chiflada. Pero ocurrió que los promotores consiguieron que el gobierno les pagara el terreno urbanizado y que los bancos les pagaran las urbanizaciones. Luego se lo vendieron a los granjeros, que de ese modo compraron un lugar donde instalarse cómodamente. Gordon está loco si espera que la ciudad vaya a él.</div><div style="text-align: justify;">Ha de construir algo para la ciudad y que así le entren a esta ganas de ir.</div><div style="text-align: justify;">—Estamos como mínimo a diez kilómetros de las afueras de Portsmouth.</div><div style="text-align: justify;">No hay prácticamente ninguna urbanización por esta zona. Solo algunas empresas de camiones y cosas así.</div><div style="text-align: justify;">—¿Cuántos años tienes?</div><div style="text-align: justify;">Me puse a la defensiva.</div><div style="text-align: justify;">—Cuarenta —contesté.</div><div style="text-align: justify;">—A ver si adivinas esto: ¿qué hubo más importante que la crisis de los misiles cubanos?</div><div style="text-align: justify;">—¿El asesinato de Kennedy?</div><div style="text-align: justify;">—Los Beatles.</div><div style="text-align: justify;">—Yo estaba cuando los Beatles.</div><div style="text-align: justify;">—El día en que los Beatles llegaron a Estados Unidos me salté el colegio con algunos compañeros y nos fuimos en tren hasta las afueras. Nos bajamos en la parada equivocada y estuvimos dando vueltas, buscando a los Beatles. No te creerías la cantidad de chavales que había. Era como… No sé, parecía como el agua que se encharca tras una tormenta, agua profunda, agua de todo el barrio, agua suficiente para arrastrarte por el sumidero hasta el río. El caso es que siguiendo aquella corriente de chavales conseguimos llegar hasta donde estaban los Beatles. Nunca llegamos a verlos, pero vimos a muchísimos chicos. Nunca lo olvidaré.</div><div style="text-align: justify;">—¿Olvidar qué?</div><div style="text-align: justify;">Habíamos dejado atrás la zona de industria ligera y estábamos cruzando una parte de Portsmouth vieja y ruinosa.</div><div style="text-align: justify;">—A todos aquellos chavales que compraban discos, compraban hamburguesas, compraban vaqueros. ¡Mmm! ¡Clientes! Mira, en las últimas elecciones todos suspiramos de alivio. Por fin se habían acabado los años sesenta, la revolución había acabado y a todos esos chicos les había ocurrido algo malo, ellos o, mejor dicho, nosotros recibimos nuestro merecido.</div><div style="text-align: justify;">Desaparecimos, crecimos o algo así. Los años de Cárter nos enseñaron la tan esperada lección.</div><div style="text-align: justify;">Yo había escuchado algo parecido de boca de mis padres, aunque no se estuvieran dirigiendo a mí —yo era básicamente un buen chico con un historial de empleos estables que se consideraba más el ofendido que el ofensor—; de todas maneras, la fecha en que el debido sentido de la responsabilidad empezó a imponerse entre la juventud había tardado en llegar.</div><div style="text-align: justify;">Asentí y dije:</div><div style="text-align: justify;">—Sí, la de que la vida es dura y el éxito no se consigue fácilmente.</div><div style="text-align: justify;">—Esa es la lección. —Rio—. Sin embargo, alguna gente sí que lo consigue fácilmente. Sí. Y ahí está la clave. Más gente significa recursos más escasos; recursos escasos significa inflación, e inflación significa propiedades, y los capitales que rinden intereses adquieren más valor, y el trabajo se desvaloriza. Es tan simple como eso. Gordon es un tipo interesante. Vive acorde con unos principios sencillos: «Compra si puedes, regatea lo que</div><div style="text-align: justify;">puedas, diviértete, no te procures enemigos». Tiene mucha personalidad, y eso le permite gastar por aquí y gastar por allá y extenderse en general por el paisaje; pero, por otra parte, no sabe realmente lo que posee. ¿Qué es lo que le ha ido mal con su otro hijo?, ¿cómo se llama?</div><div style="text-align: justify;">—¿Con Norton?</div><div style="text-align: justify;">—Eso.</div><div style="text-align: justify;">—Es un exaltado. Su problema consiste en que se deja llevar por su lado malo antes de acordarse de que fastidiar a la gente no le hace ningún bien.</div><div style="text-align: justify;">Siempre ha querido ser rico, pero quiere hacer todavía un poco más de daño.</div><div style="text-align: justify;">—Eso no está bien.</div><div style="text-align: justify;">—Mira —le dije—, Gordon es un hombre cálido y generoso, me ha ayudado y hemos trabajado juntos todos los días de mi vida adulta; pero preferiría que le metieran el dedo en el ojo antes de salir perdedor en un negocio. Y Norton es igual. Simplemente no sabe dónde acaba un negocio y dónde empieza la vida. Siempre cree que lo están timando, y Gordon no ha dejado que pensara de otra manera. En una ocasión vi cómo Gordon ganaba a Norton sesenta y dos veces seguidas al gin, y cada vez se lo restregaba un poquito. Creo que el torneo duró unas tres semanas. Norton no ganó ni una partida.</div><div style="text-align: justify;">Aparcamos delante del viejo edificio del Acorn State Bank. Me di cuenta de que Marcus apreciaba su majestuosidad, aunque, de hecho, el edificio resultaba más recargado que grande. Atisbamos por las ventanas de cristal tallado de la puerta principal y vimos fugazmente el vestíbulo triangular con las ventanillas de los cajeros alineadas a lo largo de la base del triángulo.</div><div style="text-align: justify;">Saqué la llave y abrí la cerradura.</div><div style="text-align: justify;">—No creo que haya estado alguien aquí en tres años o más. Acorn se trasladó en el setenta y dos. Luego se instalaron los del Portsmouth Country Credit Union; pero cuando el precio del gasoil empezó a subir también, se fueron. ¡Mira estas ventanas!</div><div style="text-align: justify;">El vestíbulo, donde había estado tantas veces con mi madre cuando acudíamos en tranvía para depositar los recibos de la semana, me traía fuertes recuerdos de la época en que no era más que un escolar sin otra cosa que hacer que rezar mis oraciones, obedecer a mis padres y amar a Dios.</div><div style="text-align: justify;">Marcus se metió por detrás de la hilera de cajeros y se paseó con una sonrisa en el rostro. Se columpió sobre los talones y contempló los techos. Yo también. Había una escena pintada y medio descolorida: unos hombres en un bote y una línea de árboles apenas visibles en el fondo.</div><div style="text-align: justify;">—Me juego algo a que se trata de Washington cruzando el Delaware —comentó Marcus.</div><div style="text-align: justify;">—Seguro. Tiene el aire de esas obras de después del Crac del veintinueve, ¿no te parece?</div><div style="text-align: justify;">Asintió y cruzó el umbral de la sala de la cámara acorazada. La gran puerta había sido retirada, así como las cajas fuertes de los depósitos y todo lo demás que la estancia hubiera podido contener.</div><div style="text-align: justify;">—Este era nuestro banco —comenté—. Veníamos todos los lunes por la mañana con el tranvía. Mi madre entregaba el dinero y la libreta de ahorros, y el mismo cajero se lo sellaba y anotaba algo con una pluma. En esa época, la gente se mantenía cerca de su dinero.</div><div style="text-align: justify;">—Suena a vida ordenada.</div><div style="text-align: justify;">—«Orden» es el segundo nombre de mi padre.</div><div style="text-align: justify;">—Me gustaría conocer alguna vez a tus padres. —Sonaba sincero, aunque también como si lo dijera de pasada.</div><div style="text-align: justify;">—¿En serio? Nadie me lo dice. Mis padres son bien conocidos por expresar sus tajantes ideas religiosas sin que nadie se lo haya pedido, aunque siempre de forma muy amable</div><div style="text-align: justify;"></div></blockquote><div style="text-align: justify;"><br /></div>victor.penahttp://www.blogger.com/profile/08356188105818887200noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1678132152115186029.post-40646141562886213492024-01-15T20:45:00.004+01:002024-01-15T20:45:19.054+01:00Algunos poemas de GAME OVER (Itziar Mínguez Arnáiz)<div style="text-align: left;"><div style="text-align: center;"> <a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiw0DQT7WsBqnxxgHQ6wJ5J4RXl6WurY99f8LS_NsK9wVKXjrjipg9VP5geWIO4rLOkAhlrG-C-V2WMwcIp4FbE443-CTtfnhHwsnp-9h54meduWnLj7EOzsOzMMnM16iwQfcTqn2DO0zJ2ULORiobrgIdYiXX5se2nE_4lagy4sVI6TVXJEZ8czL5PZ5dF/s269/gamover.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="269" data-original-width="187" height="640" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiw0DQT7WsBqnxxgHQ6wJ5J4RXl6WurY99f8LS_NsK9wVKXjrjipg9VP5geWIO4rLOkAhlrG-C-V2WMwcIp4FbE443-CTtfnhHwsnp-9h54meduWnLj7EOzsOzMMnM16iwQfcTqn2DO0zJ2ULORiobrgIdYiXX5se2nE_4lagy4sVI6TVXJEZ8czL5PZ5dF/w445-h640/gamover.jpg" width="445" /></a><br /></div><br /></div><div style="text-align: left;">Hace ya años disfruté mucho <i>PLAYSTATION</i>, el poemario en que Cristina Peri Rossi usaba la analogía de los vidoejuegos como símbolo de la vida moderna. En este caso, Itziar Mínguez Arnáiz, una de las poetas que más sabe brillar en las distancias cortas, establece un paralelismo entre los niveles que hay que ir superando en las diferentes etapas de la partida (infancia, adolescencia, juventud, madurez...). </div><div style="text-align: left;"><br /></div><div style="text-align: left;"><b>INSERT COIN</b></div><div style="text-align: left;">Ya estás aquí</div><div style="text-align: left;">bien sujeta por los tobillos</div><div style="text-align: left;">boca abajo</div><div style="text-align: left;">y llorando</div><div style="text-align: left;"><br /></div><div style="text-align: left;">el juego acaba de empezar</div><div style="text-align: left;">pero no eres tú</div><div style="text-align: left;">quien introduce la moneda.</div><div style="text-align: left;"><br /></div><div style="text-align: center;"><b>ÁLBUM</b></div><div style="text-align: center;">Esas fotos reflejan</div><div style="text-align: center;">instantes que no recuerdas</div><div style="text-align: center;">haber vivido</div><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: center;">no hay nada el mundo</div><div style="text-align: center;">que te inquiete más que esa certeza</div><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: center;">saber que ya eras tú</div><div style="text-align: center;">cuando no sabías nada de ti</div><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: right;"><b>PLAYERS (1 OR 2)</b></div><div style="text-align: right;">Casi todo lo que importa</div><div style="text-align: right;">en esta vida</div><div style="text-align: right;">debes aprenderlo</div><div style="text-align: right;">en la más absoluta soledad</div><div style="text-align: right;"><br /></div><div style="text-align: right;">el segundo jugador</div><div style="text-align: right;">tiene otra misión</div><div style="text-align: right;"><br /></div><div style="text-align: right;">poner la zancadilla</div><div style="text-align: right;">cuando lo tienes fácil</div><div style="text-align: right;"><br /></div><div style="text-align: right;">y ofrecer el hombre</div><div style="text-align: right;">en los momentos difíciles</div><div style="text-align: right;"><br /></div><div style="text-align: left;"><b>PARAÍSOS</b></div><div style="text-align: left;">El paraíso de la infancia</div><div style="text-align: left;">es un paraíso fiscal</div><div style="text-align: left;"><br /></div><div style="text-align: left;">un lugar donde los recuerdos</div><div style="text-align: left;">tienen trato de favor</div><div style="text-align: left;">para evadir el pago</div><div style="text-align: left;">de un impuesto</div><div style="text-align: left;">al que no quieres</div><div style="text-align: left;">hacer frente</div><div style="text-align: left;"><br /></div><div style="text-align: center;"><b>PLAYER 1</b></div><div style="text-align: center;">Muchas veces te ves sola</div><div style="text-align: center;">sin poder controlar el mando</div><div style="text-align: center;">intentando matar marcianitos</div><div style="text-align: center;">que aparecen por todas las esquienas</div><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: center;">no te atreves a jugar</div><div style="text-align: center;">contra un segundo contricante</div><div style="text-align: center;">por miedo a perder</div><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: center;">y al final</div><div style="text-align: center;">pierdes de todas formas</div><div style="text-align: center;">contra ti misma</div><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: right;"><b>2PLAYERS</b></div><div style="text-align: right;">Haces una lista de toda esa gente</div><div style="text-align: right;">que ha estado en tu vida</div><div style="text-align: right;">y creíais imprescindible</div><div style="text-align: right;"><br /></div><div style="text-align: right;">la mayoría ya no está</div><div style="text-align: right;"><br /></div><div style="text-align: right;">te preguntas</div><div style="text-align: right;">en cuántas listas</div><div style="text-align: right;">estará también anotado</div><div style="text-align: right;">tu nombre</div><div style="text-align: right;"><br /></div><div style="text-align: left;"><b>MIEDO</b></div><div style="text-align: left;">Nada</div><div style="text-align: left;">puede</div><div style="text-align: left;">competir</div><div style="text-align: left;">con</div><div style="text-align: left;">esa</div><div style="text-align: left;">primera</div><div style="text-align: left;">vez</div><div style="text-align: left;">que </div><div style="text-align: left;">un escalofrío</div><div style="text-align: left;">recorre</div><div style="text-align: left;">tu</div><div style="text-align: left;">cuerpo</div><div style="text-align: left;">y</div><div style="text-align: left;">no </div><div style="text-align: left;">puedes </div><div style="text-align: left;">gritar</div><div style="text-align: left;">mamá</div><div style="text-align: left;"><br /></div><div style="text-align: center;"><b>PLAY</b></div><div style="text-align: center;">Comienza la partida</div><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: center;">toda la vida</div><div style="text-align: center;">por delante</div><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: center;">ningún recuerdo</div><div style="text-align: center;">por detrás</div><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: center;">RECREO</div><div style="text-align: center;">Tienes veinte minutos para</div><div style="text-align: center;">comer el dónut</div><div style="text-align: center;">hacer amigos</div><div style="text-align: center;">jugar al escondite</div><div style="text-align: center;">y labrarte una reputación</div><div style="text-align: center;">que puedas mantener</div><div style="text-align: center;">el resto de tu vida</div><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: right;"><b>DIECIOCHO</b></div><div style="text-align: right;">Cuando seas mayor de edad</div><div style="text-align: right;">se irá para siempre</div><div style="text-align: right;">esa niña que reaparece</div><div style="text-align: right;">en el momemto menos esperado</div><div style="text-align: right;">la misma que de adulta</div><div style="text-align: right;">buscarás por todos los rincones de la casa</div><div style="text-align: right;">sin encontrarla jamás</div><div style="text-align: left;"><br /></div><div style="text-align: center;"><b>TARJETA SIM</b></div><div style="text-align: center;">Borras </div><div style="text-align: center;">de tu agenda</div><div style="text-align: center;">los números que nunca marcaste</div><div style="text-align: center;">los que guardaste por compromiso</div><div style="text-align: center;">los que dejaron de existir</div><div style="text-align: center;">los que deseas olvidar</div><div style="text-align: center;">los que te sabes de memoria</div><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: center;">los pocos que quedan</div><div style="text-align: center;">son aquello</div><div style="text-align: center;">por lo que valió la pena.</div><div style="text-align: center;"><br /></div>Víctor Peña Dacostahttp://www.blogger.com/profile/10915737974967487999noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1678132152115186029.post-24527683655929517122024-01-13T16:26:00.004+01:002024-01-13T16:26:26.344+01:00Algunos poemas de JULIETA VALERO<p style="text-align: center;"></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjBSv_5GSKiL2kehOy9Bw0HjkmBpvqrTiIUGBOpyJMYqyq8oM3nLz0F0Xf-Ln4uCmrEFugMV9qv-AXmdKhnleY3Tpl7lRonzDop8tZtI1E3NtNIzJeb-Ap3-7TYKaj6-TDOWGVFqdA1vwET6AAF-_OHD4G2V6A8xgMPpzHPBtQOipfzp6BQ3M-DRuQO3bPK/s648/julieta-valero.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="509" data-original-width="648" height="314" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjBSv_5GSKiL2kehOy9Bw0HjkmBpvqrTiIUGBOpyJMYqyq8oM3nLz0F0Xf-Ln4uCmrEFugMV9qv-AXmdKhnleY3Tpl7lRonzDop8tZtI1E3NtNIzJeb-Ap3-7TYKaj6-TDOWGVFqdA1vwET6AAF-_OHD4G2V6A8xgMPpzHPBtQOipfzp6BQ3M-DRuQO3bPK/w400-h314/julieta-valero.jpg" width="400" /></a></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><br /></div><p></p><div style="text-align: left;"><div style="text-align: justify;"><b>Barcelona</b></div><div style="text-align: justify;">Barcelona está bien en los cielos.</div><div style="text-align: justify;">Allá arriba duerme lo negado,</div><div style="text-align: justify;">lo que el reo de tus ojos</div><div style="text-align: justify;">ya se encarga de desear.</div><div style="text-align: justify;">Y parten sus aves en busca de ventura.</div><div style="text-align: justify;">Sí. Barcelona y el mar deben seguir</div><div style="text-align: justify;">percheando tu deseo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Deja a Barcelona al noreste de la ansiedad.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Conocerla sería apagar sus incendios,</div><div style="text-align: justify;">sufragar su miseria, violarte el espejismo;</div><div style="text-align: justify;">un rumor de mercado enhebrando tus plumas.</div><div style="text-align: justify;">Conocerla sería conocerla</div><div style="text-align: justify;">para luego entender que la has perdido,</div><div style="text-align: justify;">y que ya no sabrías perderte en su olor imaginario.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Barcelona triunfa colgada de tu afán.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Porque triunfa en los techos y no existe,</div><div style="text-align: justify;">no deben caer las torres sagradas,</div><div style="text-align: justify;">no debe ensuciarse el azar de su lodo,</div><div style="text-align: justify;">que no pierdan esos labios sus mestizas vocales,</div><div style="text-align: justify;">su besable extranjería.</div><div style="text-align: justify;">Porque son como caderas, no se tocan.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Pues no tienes dios y del arte vas dudando,</div><div style="text-align: justify;">protege la fe en las postales de tu frente.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Barcelona ignota. Barcelona a salvo.</div><div style="text-align: justify;">Barcelona al noreste del deseo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><iframe allowfullscreen="" class="BLOG_video_class" height="266" src="https://www.youtube.com/embed/LekCzQk3B_Q" width="320" youtube-src-id="LekCzQk3B_Q"></iframe></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">El dolor, ejercicio de cálculo</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">El principio de los tiempos, ahora</div><div style="text-align: justify;">mismo, todos los seres</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">-millones de auroras</div><div style="text-align: justify;">de caminos, de germinaciones, interminable</div><div style="text-align: justify;">ristra de ojos, haz que no cesa-</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">que han pasado por el mundo</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">-augurios, coronas, el semen, palabras suspensas, lo perecedero-</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">todos aquellos que ruedan</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">-piel que no olvida ningún tono, lenguas inauditas,</div><div style="text-align: justify;">conjuntos que el sol deshizo-</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">en este instante por el mundo</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">-el frío, el hambre, la pena, la perversión del hombre, poema infinito-</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">¿cuál, de entre ellos?</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">-ahogados, quemados, la tortura,</div><div style="text-align: justify;">el abandono, ¿resuena en un tórax, la cuerda del dolor</div><div style="text-align: justify;">lo mismo en Chicago que en Sodoma?</div><div style="text-align: justify;">Campamentos, nieve, tiempos remotos o la próxima esquina</div><div style="text-align: justify;">leyes y materia para un día</div><div style="text-align: justify;">de imposible reconstrucción-</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">¡cuál, de entre todos ellos!</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">-y la insistencia, aquello que se encarniza o</div><div style="text-align: justify;">simplemente se enamora, el dolor</div><div style="text-align: justify;">tomando un cuerpo por posada-</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">fue y no lo supo, el perfume del Caos</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">-inquisidores, césares, soldados convencidos,</div><div style="text-align: justify;">apóstoles, un sencillo homicida,</div><div style="text-align: justify;">un cocinero de pavor y epifanía en sangre-</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">la moza abierta para el Caos</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">-un niño, luego un hombre, luego un niño,</div><div style="text-align: justify;">el dolor no precisa anchas camas-</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">la cruz del Caos fue, o el foro del espanto</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">-en Persia, en Tebas, Bombay o Girona</div><div style="text-align: justify;">sobre dos piernas y en torno a un vientre</div><div style="text-align: justify;">ambicioso de pan y regalos blanquecinos-</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">el Elegido de Dios</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">-al alba, junto a un mar; noche-noche o luz absoluta-</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">de un Dios entonces más pequeño que un discurso</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">-hay tantos credos como vidas guarda una ola-</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">más concreto y deficiente que cualquiera de los Hombres.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">No hay ley, máquina o cejas que dibujen el rostro</div><div style="text-align: justify;">del que más ha sufrido, pero ha estado aquí</div><div style="text-align: justify;">y todos los Hombres le tienen por rival,</div><div style="text-align: justify;">y todos los Hombres soportan su rostro, un rato.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Galicia-agosto-otra mujer:</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">En estos días de verano</div><div style="text-align: justify;">una mujer discontinua, pariente de olas y sórdidos menajes.</div><div style="text-align: justify;">En este verano plagado de días para los que no tengo alimento</div><div style="text-align: justify;">una mujer arrasada y sinembargo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Y me mira, me mira enseñando el sistema nervioso,</div><div style="text-align: justify;">a mí, sólo a mí, que me pongo hermosa de privilegio;</div><div style="text-align: justify;">se abre la camisa y tiene dos llagas para mí,</div><div style="text-align: justify;">que me revelo deseable como un desarraigo</div><div style="text-align: justify;">e ingreso en la vida azarosa de los espías.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Una mujer arrasada y aún es tiempo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Y en mí conoce al fin puente y calidez.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">«Trabaja con las manos» -alguien dice-.</div><div style="text-align: justify;">«Se le cayó el alma en un descuido y</div><div style="text-align: justify;">la saca los domingos de paseo»</div><div style="text-align: justify;">-susurran sus órganos, todos con fiebre-.</div><div style="text-align: justify;">Y yo sé más de lo que debiera</div><div style="text-align: justify;">escuchando su cuerpo de último esfuerzo por todo;</div><div style="text-align: justify;">su cuerpo brotado a destiempo en un bosque</div><div style="text-align: justify;">de árboles esbeltos como niñas</div><div style="text-align: justify;">(«todas eran más guapas» -admitía su madre-).</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Hoy son muchos los hombres y mujeres que corren a escuchar</div><div style="text-align: justify;">lo que canta su desnudo.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">¡Oh tierra que pace once meses bajo el agua!</div><div style="text-align: justify;">¡Oh cuerpo hermano al borde del abismo!</div><div style="text-align: justify;">Dadme plaza en este mes que a todos los ojos convoca.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">La casa que habitamos apenas ha notado un susurro.</div><div style="text-align: justify;">Los árboles de ahí fuera nos distan con jurásica piedad.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Se irán las diminutas clavículas de mi perro, que sostienen su tanto,</div><div style="text-align: justify;">te llorarán los pechos con pena cada día más blanda.</div><div style="text-align: justify;">Y me muero, me estoy muriendo en el sol,</div><div style="text-align: justify;">me estoy muriendo de una pequeña dimensión</div><div style="text-align: justify;">porque toco la vida y es tan frágil que me enferma.</div><div style="text-align: justify;">Me muero de pena por todo lo innombrado</div><div style="text-align: justify;">esa mujer y su puente hacia mi rostro.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Una fina corriente arrastra pronto el luto.</div><div style="text-align: justify;">Soy desleal tal cual tomo aliento.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Viene mi amante, entran los días; yo diré si me tocan.</div><div style="text-align: justify;">Bajo al comedor y ya te estás diluyendo, no nos hemos sucedido.</div><div style="text-align: justify;">Silencio. Nuevos visitantes.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div></div><div style="text-align: left;"><div style="text-align: justify;">QUE CONCIERNE</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Como si yo pudiera penetrar con la punta de algo que de verdad me duele,</div><div style="text-align: justify;">atañe, así ponte tú en el sitio enfurecido de otro,</div><div style="text-align: justify;">su abismo dulzón, su falta de plata, perdón, papeles.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Llevamos siglos considerando si un bebé, tú y yo</div><div style="text-align: justify;">y contra todo pronóstico pactar con el futuro, tener peso, partir las últimas.</div><div style="text-align: justify;">Calificaciones primaverales.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">¿Aceptaríamos desbiografiarnos con ese peine duro?</div><div style="text-align: justify;">Todo el encofrado de estos años preludio antes de ella, de él…</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Mientras, por las calles y en los pasillos de la casa</div><div style="text-align: justify;">políticos mostrencos entran y salen de nuestros días, distorsionan</div><div style="text-align: justify;">la temperatura. No levantan la voz.</div><div style="text-align: justify;">Nos obligan a congelar los restos de la confianza.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Bajo las señales de antiaéreos, su terror publicitado,</div><div style="text-align: justify;">su graznido de ciudad costera sin mar, los amantes corren</div><div style="text-align: justify;">a refugiarse en la casa, ponen el árbol de diciembre,</div><div style="text-align: justify;">se conmueven en su tresillo con los males de la inmigración. Se quedan</div><div style="text-align: justify;">muy a salvo, sin paradoja, sin analogía, sin lectores.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Los niños vienen de aquí; no de la ilusión del crecimiento</div><div style="text-align: justify;">infinito; nunca del desprecio por el público sector.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">***</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">ANUNCIACIÓN</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Cuando nos hayamos diluido, y el último rastro de humedad y de afecto sobre nuestros retratos</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">cuando entonces</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">cuando esto</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">cuando los objetos no tengan a nadie que los reconozca o tú y yo seamos un libro y una caja china que ha inventado el silencio</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">el silencio como perfección del más doloroso de los gritos</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">cuando el olvido siga constituyendo al mundo como es su deber, su compost, su premura</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">seguirás de pie en nuestra cocina, escuchando a las cebollas, la frente perlada de generosidad y de viajes al centro de la Tierra. La mujer que le lee sus derechos a la belleza. Nuestro hijo ahí.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">***</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">IN VITRO</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Difícil de creer pero el cielo estará ahí las próximas tres horas y entre sí se multiplican las mujeres.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Para ser localizables: el júbilo de los laboratorios ronda las siete mil elipsis en 2013. Yoesotro resulta ser el propio cuerpo, ora tan sano que ni lo veías, ora y labora hoy bajo expectativas de naipe. Y después toca esperar.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">No hay red social como Natura firmamentando la Internacional de los pocos, de los raros, en cuya mesa ikea de patronatos se hacen pequeños los bragueros y de todo dos cachorros que nadie desea regañar.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">***</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">TRAER UN HIJO</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">al mundo pero ¿de qué estamos ha-</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">blando? gerundio lengua ¿traerlo en un cesto en la tripa en el bolso? ¿yo la tengo la llevo en su melocotón desarrollo en su respuesta solar sucesivísima en sus noches interruptas en su asomada de diente décimas habla y tú te la llevas cuando quieres por ahí / tus funcionarios bostezan? qué clase de acuerdo qué fe qué tahúr espíritu apetito sostendrá por sus lábiles pinzas la palabra calma… hay tatuajes sin tinta fondo de ojo gesto de pulmón como el sí que sí quiero de las abajo contratantes tapete verde a la belleza de mi envite mi all in nuestra siempre amenazada vida responde como la mujer el hombre que verla existir eso exigimos rogamos en las noches con bisagra celeste cumplimiento estratificación de células y dicha.</div></div>Víctor Peña Dacostahttp://www.blogger.com/profile/10915737974967487999noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1678132152115186029.post-33533476900984863552024-01-13T15:42:00.004+01:002024-01-13T16:04:47.010+01:00"Échale a él la culpa" (poemazo de Vicente Gallego)<div style="text-align: left;"><div style="text-align: center;"><span style="font-size: large;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjMLMN_Qvt7NTNKA9OxCepYNVJmq4EHZbQFz1KYZ7fXUBgO_SCgTRFcvZ0JiEzsZK6OvlxyBQsFcUgAkbtoxue0q3aj2BdJ55J0zcGozVq7J4Q8N14IR8vVwmpiotKokcdUJxRNIIHsmx4nbJVFZKQqrwqpt4HxX3T3fOdZ2Wgr1jL_GQIRHY8srTMtg3U0/s500/platadias.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="500" data-original-width="321" height="640" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjMLMN_Qvt7NTNKA9OxCepYNVJmq4EHZbQFz1KYZ7fXUBgO_SCgTRFcvZ0JiEzsZK6OvlxyBQsFcUgAkbtoxue0q3aj2BdJ55J0zcGozVq7J4Q8N14IR8vVwmpiotKokcdUJxRNIIHsmx4nbJVFZKQqrwqpt4HxX3T3fOdZ2Wgr1jL_GQIRHY8srTMtg3U0/w410-h640/platadias.jpg" width="410" /></a></div><br /> </span></div><h1 style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">Échale a él la culpa</span></h1><div style="text-align: right;"><span style="font-size: medium;"><i> A José María Álvarez y Carmen Marí</i></span></div><div style="text-align: right;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">Hoy te has ido de fiesta con amigas,</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">y sin que tú lo sepas me regalas</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">un tiempo de estar solo que ya empieza</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">a ser raro en mi vida, un tiempo útil</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">para intentar pensar en ti como si fueras</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">lo que siempre debiste seguir siendo</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">cuando pensaba en ti: aquella persona,</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">en todo semejante a cualquier otra,</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">que una noche lejana tuvo el gesto</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">generoso y extraño de entregarme su amor.</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">Pero el amor nos cambia, nos convierte en espías</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">ridículos del otro, en implacables jueces</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">que condenan sin pruebas y comparten</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">sus estúpidas penas con el reo.</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">El amor nos confunde y trata ahora</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">de que vea en tu fiesta una traición.</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">Por huir de esa trampa me amenazo</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">con los nombres que cuadran al que cae en su vacío:</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">egoísta, ridículo, inseguro, celoso...</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">Y como un ejercicio de humildad pienso en ti</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">divirtiéndote sola: te imagino bailando</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">y mirando a otros hombres;</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">al calor del alcohol</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">confiesas a una amiga algunas cosas</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">que te irritan de mi sin que yo lo sospeche,</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">y por unos instantes saboreas</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">una vida distinta que esta noche te tienta</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">porque eres humana, aunque no me haga gracia.</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">Ahora caigo en la cuenta de que dudas</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">como yo dudo a veces, y que también te aburres,</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">y que incluso algún día habrás soñado</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">follar como una loca con el tipo que anuncia</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">la colonia de moda.</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">Para calmarme un poco</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">tras la última idea, yo me digo</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">que el amor es un juego donde cuentan</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">mucho más los faroles que las cartas,</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">y procuro ponerme razonable,</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">pensar que es más hermoso que me quieras</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">porque existen las fiestas, y las dudas,</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">y los cuerpos de anuncio de colonia.</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">Lo que quiero que sepas es que entiendo</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">mejor de lo que piensas ciertas cosas,</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">que soy tu semejante, que he pensado besarte</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">cuando llegues a casa; y que es el amor</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">-ese tipo grotesco y marrullero-</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">el que va a hacerte daño con palabras</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">absurdas de reproche cuando vuelvas,</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">porque ya estás tardando, mala puta.</span></div><div style="text-align: right;"><br /></div><div style="text-align: right;"><span style="font-size: large;"><b>Vicente Gallego</b></span></div><div style="text-align: right;"><span style="font-size: large;"><i>La plata de los días.</i></span></div><div style="text-align: right;"><span style="font-size: large;">Visor, 2005</span></div></div>Víctor Peña Dacostahttp://www.blogger.com/profile/10915737974967487999noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1678132152115186029.post-61218731412348493652024-01-13T00:25:00.000+01:002024-01-13T00:25:01.727+01:00LA EDAD DEL DESCONSUELO (Jane Smiley)<div style="text-align: center;"> <div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEilgnKzIhlhLoES9Z5w965I0qXYFgwRAoqET7YqSiQjieCyXIaiRyo4lyeyWI8SKSgeKs0BJryK65-D75O1HWXxpzlUVzpBu8gVJQ-CGQE-pVhvHtpBEi__-jkbizSfmt54f1ub7F6BV5nMOt3nFvoI7ATFYO7qyppU0clLrU_l2q1qNltrKRnNuxVrdx0/s1000/desconsuelo.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1000" data-original-width="653" height="640" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEilgnKzIhlhLoES9Z5w965I0qXYFgwRAoqET7YqSiQjieCyXIaiRyo4lyeyWI8SKSgeKs0BJryK65-D75O1HWXxpzlUVzpBu8gVJQ-CGQE-pVhvHtpBEi__-jkbizSfmt54f1ub7F6BV5nMOt3nFvoI7ATFYO7qyppU0clLrU_l2q1qNltrKRnNuxVrdx0/w418-h640/desconsuelo.jpg" width="418" /></a></div></div><div style="text-align: left;"><div style="text-align: justify;"></div><blockquote><div style="text-align: justify;">(...) Decidí plantarle cara a Dana. Me sentía con respecto a ella igual que se sentía ella con respecto a la Facultad de Odontología. Me daba igual que me mandara a tomar viento, yo estaba decidido a darle un susto de muerte. Le quité la cesta a mi bicicleta para que se pudiera sentar en el manillar, luego bajamos por la calle más larga y empinada de la ciudad, a media noche. Y así una y otra vez; en una ocasión hasta ocho noches seguidas. Suponía que el resultado más probable, la muerte, me saldría más a cuenta que destrozarme las manos. Además, era como enamorarme de Dana. No podía evitarlo y me daba miedo que ella sí pudiera.</div><div style="text-align: justify;">Después nos íbamos a su casa y hacíamos el amor hasta que vaciábamos toda la adrenalina de nuestros cuerpos. A veces llevaba bastante tiempo. Pero nos levantábamos a las seis, tan frescos y lozanos, Dana se mentalizaba para el desafío diario de aplastar la Facultad de Odontología entre sus puños como una lata de cerveza, y yo para el desafío diario que suponía Dana. Ahora tenemos tres hijas. Las metemos en el coche y les ponemos el cinturón no sin antes darle un tirón para asegurarnos de que funcione bien. Uno de nosotros lleva a las dos mayores al colegio todos los días, aunque el colegio está solo a un par de manzanas. La mayor, Lizzie, se quedaría boquiabierta si supiera que Dana y yo no siempre hemos sido tan precavidos a la hora de evitar posibles accidentes. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div><div style="text-align: justify;">Si fuera ella quien estuviera escribiendo esto, diría que yo era un estudiante de posgrado anormalmente alocado, sin interés por la odontología, y que ella me hizo la cruz desde el primer día de clase, cuando llegué tarde, con el casco de la bici bajo el brazo, y me senté justo enfrente del profesor con los pies fuera, en el pasillo, y solté un eructo en el silencio de una pausa, lo bastante alto como para que se escuchara tres filas más atrás. Pero ese era el único asiento libre, yo estaba demasiado agitado como para contener el torbellino digestivo, y siempre sacaba los pies por el pasillo porque no me cabían las piernas en el pupitre. Ella era la que quería que yo le diera un poco de variedad y color a su vida, eso habría dicho. Cuando le digo que lo único que he querido siempre es reflexionar sobre mi trabajo, ella no me cree.</div><div style="text-align: justify;">Dana diría que le encanta la rutina. Después de todo, así es como consiguió licenciarse en Bioquímica y Odontología, con una férrea rutina que incluía horas de estudio, pero también nutritivas comidas, mucho sexo y alguna que otra locurilla conmigo. Su visión de la rutina es mucho más amplia que la de la mayoría de la gente. Podría decirse que tiene el don de saber añadir los ingredientes exactos. Aunque últimamente, cuando está en el baño cepillándose los dientes, por la noche, le da por decir: «¡Ahí va!», o</div><div style="text-align: justify;">igual se levanta el sábado por la mañana y suelta: «¡Pum, otro más!». Se refiere al paso de los días, de las semanas. Un año ya no es nada. El otoño pasado le compramos a Lizzie unas botas de nieve inaceptablemente gruesas según el rígido criterio estético de la pequeña. Sin mediar pausa alguna, Dana</div><div style="text-align: justify;">contrarrestó las quejas de Lizzie con la promesa de que tendría un par nuevo el próximo año; dentro de nada, parecía estar diciendo.</div><div style="text-align: justify;">Antes no era así. Antes el tiempo se estiraba y se plegaba. Los minutos se inflaban como globos, y los dos primeros meses después de conocernos parecen en retrospectiva igual de largos que el tiempo transcurrido desde entonces hasta ahora. Un día era como un saco de tela. Siempre cabía algo más, siempre se podía hacer hueco para algo más. La rutina tiene la culpa, ¿no? Algo tiene que tenerla. Otra cosa que tiene la rutina es que te permite tener una vida mental más independiente, separada en cierto modo de la actividad que te traes entre manos. Incluso cuando estaba sacándole todos los dientes al tipo que ha venido hoy, no estaba prestando mucha atención. Sus miserias eran interesantes como anécdota, pero no dejaban de ser suyas. Para mí no eran más que veinticuatro piezas más en una fila de cientos y cientos de dientes que se pierde atrás en el tiempo. Tengo un amigo que se llama Henry y que es cirujano dental en el Hospital Universitario. Aún hoy se emociona cuando encuentra una muela del juicio debajo del globo ocular, lugar al que migran en ocasiones. Puede pasarse horas hablando de sus pacientes. Vienen de todos los rincones del estado, con todo tipo de desfiguraciones faciales, no hay dos iguales, dice Henry. ¿Pero dónde está el origen de este entusiasmo?</div><div style="text-align: justify;">¿En él o en los pacientes? Dentro de diez años lo mismo se harta de accidentes de tráfico y se muda a Nueva York para ver cómo son las deformaciones por heridas de bala. Tal vez Dana tendría que haberse</div><div style="text-align: justify;">especializado en cirugía dental. No conozco a ninguna mujer que trabaje en ese campo.</div><div style="text-align: justify;">Sueno como si nunca perdiéramos de vista el hecho de que somos dentistas, como si cada vez que alguien sonriera, no pudiéramos evitar clasificar su dentadura, incluirla en la «gama de grises» o en la «gama de amarillos». Pero también somos padres, claro que sí. Y estas son mis tres hijas: Lizzie, Stephanie y Leah. Tienen siete, cinco y dos años, respectivamente. Para Lizzie y Stephanie lo más importante del mundo es la vida social en el patio del colegio. Para Leah, lo más importante soy yo.</div><div style="text-align: justify;">Lizzie y Stephanie son encantadoras, y no lo digo solo porque sean hijas mías.</div><div style="text-align: justify;">Lizzie tiene una elegancia y una espontaneidad innatas, una gran frente abovedada y una buena dosis de desprecio hacia todo lo que no entre dentro de sus gustos, por ejemplo, las camisas de cuello alto o los pijamas enteros con pies. Es más de blusas y camisones. El decoro es importante para ella, pero choca con su sentido del humor, siempre a flor de piel. Sabe que utilizo su sentido del humor para salirme con la mía; me gustaría dejar de engañarla para que haga cosas que no quiere, pero me cuesta. Es que siempre me funciona.</div><div style="text-align: justify;">Stephanie es el niño de la casa. Alta, fuerte, sin interés por las emociones familiares. Prefiere estar al margen. A veces, en público, actúa como si no nos conociera. Para ella, el parvulario es como ir a la universidad: la excusa perfecta para salir de casa y estar fuera del control parental, sola en la inmensidad del mundo. Creo que tiene una fe irracional en que no siempre será dos años menor que Lizzie.</div><div style="text-align: justify;">En los medios no dejan de hablar sobre cómo han cambiado las cosas desde los años cincuenta y sesenta, pero yo creo que es porque en realidad no han cambiado nada, salvo ciertos detalles. Lizzie y Stephanie viven en un barrio de casas antiguas, igual que yo, y van al mismo colegio de ladrillos.</div><div style="text-align: justify;">Cuando llegan a casa, se ponen a ver los dibujitos de Superman y comen chocolatinas Hershey, igual que hacía yo. Se mecen en los columpios, juegan con la Barbie y hablan de «asesinar» a los chicos.</div><div style="text-align: justify;">Tienen mucha confianza en sí mismas, e incluso poder, en lo que a chicos se refiere. Oyéndolas, parece que los niños vayan por el patio muertos de miedo. Dana les dice:</div><div style="text-align: justify;">—No habléis tanto de ellos o les vais a coger manía cuando os hagáis mayores.</div><div style="text-align: justify;">Es tentador pensar, a juzgar por sus historietas del cole, que los chicos son unos pobres imbéciles, unos maleducados, los peores en lectura, siempre hurgándose las narices y enseñando el elástico de los calzoncillos. Es tentador pasar por alto que yo, en su día, también fui un chico.</div><div style="text-align: justify;">No es que vayan a preguntarme por eso. El pasado desconocido sobre el que quieren saberlo todo es el suyo propio: cómo eran de bebés, cuándo empezaron a gatear, el recuerdo nebuloso de hace cinco, tres años, del año pasado incluso. Cuando Dana saca una chaqueta para Leah que antes había sido de Lizzie, esta la mira con asombro y fruición: ¿cómo puede existir todavía, cuando la niña de tres años que la llevaba ha desaparecido sin dejar rastro?</div><div style="text-align: justify;">Para Leah, el pasado nebuloso sigue siendo el presente, y por mucho que en el futuro profundice sobre lo que ahora mismo es su día a día, nada saldrá a la superficie, como su amiga Tessa, de la guardería, cuyo reclamo principal para Leah es que se recoge el pelo en una pequeña coleta a la altura de la</div><div style="text-align: justify;">coronilla. Tal vez si nos mudáramos ahora, eso le proporcionaría un recuerdo de esta casa, la sensación fantasmal de líneas y luces podría aparecérsele en algún estado futuro de semiinconsciencia. Me gustaría que el estado anímico de Leah fuera más accesible, también para ella misma, porque nos está volviendo locos.</div><div style="text-align: justify;">Dana estaba encantada con Leah, la tercera, porque era regordeta y tierna y al décimo día ya dormía del tirón. No hay logro más ansiado para los padres que sus hijos duerman ocho horas seguidas de noche. Leah dormía diez, y más tarde, con tres meses, hasta catorce horas cada noche, y encima se despertaba con una sonrisa en la boca. Ni siquiera gateó hasta los diez meses y podíamos dejarla tranquilamente en cualquier sitio mientras que otros bebés que tenían el mismo tiempo que ella ya empezaban a morder cables y a caerse por las escaleras. Con un año dijo su primera palabra, «canción», para pedirle a Dana que le cantara. Por aquel entonces, las otras dos ya se tapaban los oídos y decían «¡Dios mío!» cada vez que su madre entonaba una melodía, por lo que Dana pensó que esa sería su última oportunidad de hacer realidad su fantasía de madre cantante. A todo el mundo, sobre todo a mí, le encantaba la espontaneidad con que Leah te abrazaba y decía «te quiero» en el momento menos pensado. Era como si comprendiera de forma instintiva nuestros deseos más profundos como padres y necesitara satisfacerlos. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div><div style="text-align: justify;">Pero había tres elementos más. Me he dado cuenta de que las personas reflexivas como yo obtenemos cierto placer cuando soltamos un hilo y cogemos otro, como si las cosas no ocurrieran simultáneamente. Uno de esos elementos era que el coro de Dana estaba ensayando cuatro días a la semana debido a su posible participación en la ópera Nabucco, que se iba a representar una única noche en nuestra ciudad de la mano de una compañía muy buena y muy cosmopolita que estaba de gira. El director del coro de</div><div style="text-align: justify;">Dana era amigo del director musical de la compañía, se conocían de la universidad. El texto del estribillo decía no sé qué de los hebreos llorando junto a las aguas de Babilonia. Dana lo cantaba todos los días, pero en italiano, que no suena tan deprimente.</div><div style="text-align: justify;">El segundo elemento era nuestra casa de verano, que habíamos comprado el otoño pasado en un arrebato de entusiasmo por los colores otoñales. Está en las montañas, no muy lejos de donde vivimos. Además de la casa, compramos un pozo, un montón de yeso, pintura de exteriores, un cortacésped industrial,</div><div style="text-align: justify;">un juego de gatos hidráulicos y un libro sobre flores silvestres. Solo en las inmediaciones de la casa hemos identificado cuarenta y dos especies diferentes de flores silvestres.</div><div style="text-align: justify;">El tercer elemento era que Dana se había enamorado de uno de sus compañeros del coro, o tal vez del director musical. Ella no sabe que yo estaba al tanto de este elemento.</div><div style="text-align: justify;">No hace mucho llegó —y pasó— la noche de la única función de Nabucco. Leah se quedó en casa, gritando, con la niñera. Lizzie y Stephanie vinieron con nosotros. Casi todo el tiempo estuve prestando atención a la música, y la parte en la que Dana cantaba sobre los hebreos sentados junto a las aguas de Babilonia fue muy bonita, mucho. Cerré los ojos y pensé que ciertas notas no tendrían que haber terminado, que deberían ser sonidos eternos del universo. Lizzie se sentó en el asiento delantero y se quedó dormida de camino a casa. Stephanie se apoyó sobre Dana en el asiento de atrás y también se quedó dormida.</div><div style="text-align: justify;">En mitad de estas respiraciones soñolientas, aún ataviada con el traje del Antiguo Testamento y con el pelo recogido, Dana dijo:</div><div style="text-align: justify;">—Nunca más volveré a ser feliz.</div><div style="text-align: justify;">Observé su rostro en el espejo retrovisor. Dana estaba mirando por la ventana, y lo había dicho en serio. Quizá ni siquiera se había dado cuenta de que lo había dicho en voz alta. Dejé que la luz de los faros me guiara y no dije ni mu. Me pareció que no tenía nada que decir.</div><div style="text-align: justify;"><span><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><span>Tengo treinta y cinco años y creo que he alcanzado la edad del desconsuelo. Otros llegan antes. Casi nadie llega mucho después. No creo que sea por los años en sí, ni por la desintegración del cuerpo. La mayoría de nuestros cuerpos están mejor cuidados y más atractivos que nunca. Es por lo que sabemos, ahora que a nuestro pesar hemos dejado de pensar en ello. No es solo que sepamos que el amor se acaba, que nos roban a los hijos, que nuestros padres mueren sintiendo que sus vidas no han valido la pena. No es solo eso, a estas alturas tenemos muchos amigos y conocidos que han muerto; todos, en cualquier caso, tendremos que enfrentarnos a ello, antes o después. Es más bien que las barreras entre nuestras propias circunstancias y las del resto del mundo se han derrumbado a pesar de todo, a pesar de toda la </span><span>educación recibida. Dios mío, si existes, deja que ese cáliz pase de largo. Pero cuando tienes treinta y tres años, o treinta y cinco, el cáliz llega a tus manos y no puedes desentenderte de él, es el mismo cáliz de dolor del que beben todos los mortales.</span></span><span style="font-size: large;"> </span></div><div style="text-align: justify;"><span>Dana lloró por la señora Hilton. Mis ojos se empañaron durante el telediario de la noche. Obviamente, sentíamos desconsuelo por nosotros mismos, pero si ellos sentían lo mismo que nosotros, cómo lo soportaban, nos preguntábamos. Sentíamos desconsuelo por ellos también. Tengo entendido que después se llega a la edad de la esperanza o, al menos, de la resignación. Pero sospecho que para eso tiene que pasar bastante tiempo</span></div></div></div></blockquote><div><div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"></span></div></div></div></div><div style="text-align: left;"><span style="font-size: large; text-align: justify;"></span></div>victor.penahttp://www.blogger.com/profile/08356188105818887200noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1678132152115186029.post-30727785472390274362024-01-13T00:21:00.001+01:002024-01-13T00:21:02.019+01:00"Lejos" un poema de ORDEN DE ALEJAMIENTO (Jesús Beades)<div style="text-align: left;"><div style="text-align: center;"> <a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg1p7eVLWU17Min0Ptf-hp_Fld65Cc_bkzLWy6bPIKAuHD1cHOMXD5uhOtddgPZnbSPLo3HWu5aSyjsqE7_IZHNa3p4MKr9WlDlPdSGEn66wtiZ15rHLUoWiCjmXmazxmEf6KKhKCgeyA1_9KG13P2oxluk0JUxAasLf4fWSj-NIMtMGIo1ct-FyHPdUdFY/s859/orden%20de%20alejamiento.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="859" data-original-width="552" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg1p7eVLWU17Min0Ptf-hp_Fld65Cc_bkzLWy6bPIKAuHD1cHOMXD5uhOtddgPZnbSPLo3HWu5aSyjsqE7_IZHNa3p4MKr9WlDlPdSGEn66wtiZ15rHLUoWiCjmXmazxmEf6KKhKCgeyA1_9KG13P2oxluk0JUxAasLf4fWSj-NIMtMGIo1ct-FyHPdUdFY/w258-h400/orden%20de%20alejamiento.jpg" width="258" /></a><br /><br /></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: large;"><b>LEJOS</b></span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: large;">quiero decirlo bien yo te he querido</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: large;">te quise como un loco la cordura</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: large;">no fue nunca invitada a nuestra mesa</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: large;"><br /></span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: large;">nos quisimos muy fuerte como un niño</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: large;">aprieta bien la flor entre sus dedos</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: large;">y la destroza sin querer y llora</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: large;"><br /></span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: large;">te quise y aún te quiero de otro modo</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: large;">te quiero mucho pero ya muy lejos</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: large;">lo más lejos que el mundo nos permita</span></div><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: right;"><i>Orden de alejamiento</i> (Visor, 2023) | </div><div style="text-align: right;"><b>Jesús Beades</b></div><div style="text-align: right;">Accésit XXXII Premio de Poesía Gil de Biedma</div></div>Víctor Peña Dacostahttp://www.blogger.com/profile/10915737974967487999noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1678132152115186029.post-41217760292809518812024-01-02T09:57:00.001+01:002024-01-02T09:57:08.371+01:00Julio Ramón Ribeyro os desea feliz año nuevo<p style="text-align: center;"> </p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj9qeHQvnxAx5dhSrVgESuATgYFaHTppcYQ5Tza_HvlDygY-NMBH9lLHBl0of-1kGqCuaJNDCGufKovLFuHfNP0CRpnB_Kn9X1Dw61MtN18b1XK0odBEfec-BGGSwA8P_81HOVR8JenTAtOwP3brrMLBS_DcQWkM-dD-KL1MosdiYMEeIwYqmxkZVXVc6Zt/s965/20240102_095438.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="351" data-original-width="965" height="145" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj9qeHQvnxAx5dhSrVgESuATgYFaHTppcYQ5Tza_HvlDygY-NMBH9lLHBl0of-1kGqCuaJNDCGufKovLFuHfNP0CRpnB_Kn9X1Dw61MtN18b1XK0odBEfec-BGGSwA8P_81HOVR8JenTAtOwP3brrMLBS_DcQWkM-dD-KL1MosdiYMEeIwYqmxkZVXVc6Zt/w400-h145/20240102_095438.jpg" width="400" /></a></div><br /><p></p>Víctor Peña Dacostahttp://www.blogger.com/profile/10915737974967487999noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1678132152115186029.post-70773397184209466322023-12-28T19:13:00.007+01:002024-01-19T23:05:50.046+01:00Algunos poemas de DONDE LA NIEVE, AHORA (Pedro Teruel)<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjX-mFRqTwHDEtPFreOWVcjoZK7uLjpjZrP0nh0n_PkRo3LKPW9AZ66_JpwRPAT-FvMi_On_ji7IiZMaC2je_AT24ubi-fKZIguhleSuTOzgpXHxrT7DxUVsULjOv_Ej77NwTh3q5ZdnvWFnS1E2XeWmM3zuik26Wa5dbbbuhE1up3TQcW04-ox1iYxnEmb/s736/PORTADA-DONDE-LA-NIEVE-AHORA.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="736" data-original-width="481" height="640" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjX-mFRqTwHDEtPFreOWVcjoZK7uLjpjZrP0nh0n_PkRo3LKPW9AZ66_JpwRPAT-FvMi_On_ji7IiZMaC2je_AT24ubi-fKZIguhleSuTOzgpXHxrT7DxUVsULjOv_Ej77NwTh3q5ZdnvWFnS1E2XeWmM3zuik26Wa5dbbbuhE1up3TQcW04-ox1iYxnEmb/w418-h640/PORTADA-DONDE-LA-NIEVE-AHORA.jpg" width="418" /></a></div><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: justify;">DONDE LA NIEVE AHORA es el tercer libro de Pedro Teruel (Murcia, 1989). Está dedicado a la memoria de David Goznález y se abre con un fabuloso prólogo del gran José Daniel Espejo:</div><div style="text-align: justify;"><blockquote>"Una mujer amada y perdida, y el hueco tras su marcha, le dan forma a (...) este poemario (...), donde Teruel resiste y sale con todo cuando posee al encuentro de ese hueco. Y desde una provincia sureña, desde una vida de largos horarios laborales y una poética periférica, lo llama nieve para no rendirse a él."</blockquote><div><span style="font-size: medium;">La nieve se acerca.<br /> </span></div><div><span style="font-size: medium;">Dos seres bailan en el salón</span></div><div><span style="font-size: medium;">de casa. Afuera, </span></div><div><span style="font-size: medium;">donde el verano,</span></div><div><span style="font-size: medium;">arden los últimos</span></div><div><span style="font-size: medium;">restos de la tarde.</span></div><div><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div><span style="font-size: medium;">El mundo va a acabarse. </span></div><div><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div><span style="font-size: medium;">Dos seres abrazados </span></div><div><span style="font-size: medium;">en el salón de casda</span></div><div><span style="font-size: medium;">improvisan aun baile</span></div><div><span style="font-size: medium;">mientras, afuera,</span></div><div><span style="font-size: medium;">todo es lumbre</span></div><div><span style="font-size: medium;">madera quemada.</span></div><div><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div><span style="font-size: medium;">Nadie sospecha</span></div><div><span style="font-size: medium;">en ese instante</span></div><div><span style="font-size: medium;">de baile y sudor,</span></div><div><span style="font-size: medium;">que la nieve siempre</span></div><div><span style="font-size: medium;">acaba llegando.</span></div><div><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;"><b>EN EL BAR, POR LA TARDE</b></span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">Me hablaba de mis ojos.</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">Tienes el mar en la mirada,</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">me decía.</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">Yo le daba la razón</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">en silencio, amagando</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">una sonrisa.</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">Ellla hablaba del azul.</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">Yo de lo ingobernable.</span></div><div><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: right;"><span style="font-size: medium;"><b>LOTERÍA</b></span></div><div style="text-align: right;"><span style="font-size: medium;">Sería finales de agosto cuando</span></div><div style="text-align: right;"><span style="font-size: medium;">pude ver, con la claridad</span></div><div style="text-align: right;"><span style="font-size: medium;">que sólo el amor te permite tener,</span></div><div style="text-align: right;"><span style="font-size: medium;">cómo dormías abrazada a nuestro </span></div><div style="text-align: right;"><span style="font-size: medium;">perro. Y, acto seguido, yo era</span></div><div style="text-align: right;"><span style="font-size: medium;">alegre pájaro o bañista;</span></div><div style="text-align: right;"><span style="font-size: medium;">yo era tierna y dócil bestia</span></div><div style="text-align: right;"><span style="font-size: medium;">sólo calmada con la imagen</span></div><div style="text-align: right;"><span style="font-size: medium;">de tu cuerpo dormido y</span></div><div style="text-align: right;"><span style="font-size: medium;">la seguridad de que,</span></div><div style="text-align: right;"><span style="font-size: medium;">si existiera Dios, en ese instante</span></div><div style="text-align: right;"><span style="font-size: medium;">querría cambiarse el pellejo</span></div><div style="text-align: right;"><span style="font-size: medium;">conmigo sin otra condición</span></div><div style="text-align: right;"><span style="font-size: medium;">que quedarse allí, en silencio,</span></div><div style="text-align: right;"><span style="font-size: medium;">observando y observado</span></div><div style="text-align: right;"><span style="font-size: medium;">la viva imagen</span></div><div style="text-align: right;"><span style="font-size: medium;">del amor; la viva imagen</span></div><div style="text-align: right;"><span style="font-size: medium;">que sólo te permite</span></div><div style="text-align: right;"><span style="font-size: medium;">vivir</span></div><div style="text-align: right;"><span style="font-size: medium;">un par de veces</span></div><div style="text-align: right;"><span style="font-size: medium;">a lo largo de tu vida.</span></div><div style="text-align: right;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhNmSaBD1P7FfWfnY8IEHilFZjteJ9BRNUzNy_3B3JZd1fmqZBs3tln6_rgsMG4OcatobflzQmdFxYbY9e06U0Dzb1YMLpK1TfYxYhqeL0L9fwTEyLJ7CY9l3IchMBn7H0h9o9AHYz_Za51YY_0Pa9mgJOqWGBley8g16tlU9YYAyrmctmapfYflgx_Jwrt/s640/fotonoticia_20230604165950_640.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><span style="font-size: medium;"><img border="0" data-original-height="631" data-original-width="640" height="316" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhNmSaBD1P7FfWfnY8IEHilFZjteJ9BRNUzNy_3B3JZd1fmqZBs3tln6_rgsMG4OcatobflzQmdFxYbY9e06U0Dzb1YMLpK1TfYxYhqeL0L9fwTEyLJ7CY9l3IchMBn7H0h9o9AHYz_Za51YY_0Pa9mgJOqWGBley8g16tlU9YYAyrmctmapfYflgx_Jwrt/s320/fotonoticia_20230604165950_640.jpg" width="320" /></span></a></div><div style="text-align: right;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div><span style="font-size: medium;">Dos seres que se tienen</span></div><div><span style="font-size: medium;">viajan juntos en un coche</span></div><div><span style="font-size: medium;">viejo. Los rayos de sol golpean</span></div><div><span style="font-size: medium;">las carreteras, arden</span></div><div><span style="font-size: medium;">todas ellas. Hay gasolineras</span></div><div><span style="font-size: medium;">en pueblos de montaña, comentan</span></div><div><span style="font-size: medium;">los seres, que podemos</span></div><div><span style="font-size: medium;">usar para dormir, si queremos.</span></div><div><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div><span style="font-size: medium;">La pobreza llama a la puerta</span></div><div><span style="font-size: medium;">de los seres. También la pobreza </span></div><div><span style="font-size: medium;">tiene forma de nieve.</span></div><div><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">Antes de la orfandad,</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">uno de los seres</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">desprecia a su padre.</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">Días antes de la muerte</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">en la nieve, le desea</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">el infierno, la ira,</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">la condena eterna.</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">Esas palabras serán</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">cristales de frío</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">en su boca</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">para siempre.</span></div><div><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: right;"><span style="font-size: medium;"><b>11 DE NOVIEMBRE</b></span></div><div style="text-align: right;"><span style="font-size: medium;">El olvido ya no será más olvido</span></div><div style="text-align: right;"><span style="font-size: medium;">si ha de ser forzado.</span></div><div style="text-align: right;"><span style="font-size: medium;">¿Recuerdas el año que naciste?</span></div><div style="text-align: right;"><span style="font-size: medium;">¿Cuántos hijos tienes? ¿Cómo se llamaba tu madre?</span></div><div style="text-align: right;"><span style="font-size: medium;">¿Son esas las preguntas que ya</span></div><div style="text-align: right;"><span style="font-size: medium;">no entiende el viejo?</span></div><div style="text-align: right;"><span style="font-size: medium;">¿O ya no le interesarán nunca más las respuestas?</span></div><div style="text-align: right;"><span style="font-size: medium;">¿Ha muerto ya mi padre?</span></div><div style="text-align: right;"><span style="font-size: medium;">¿Muere su memoria</span></div><div style="text-align: right;"><span style="font-size: medium;">y su cuerpo -triste andamiaje enrobinado- permanece?</span></div><div style="text-align: right;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: right;"><span style="font-size: medium;">Padre angustiado, nuevo tú, desposeído</span></div><div style="text-align: right;"><span style="font-size: medium;">del antes, desconocido en esta casa,</span></div><div style="text-align: right;"><span style="font-size: medium;">¿acaso me reconoces?</span></div><div style="text-align: right;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: right;"><span style="font-size: medium;">Dímelo.</span></div><div style="text-align: right;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: right;"><span style="font-size: medium;">¿No soy huérfano ya?</span></div><div><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div><span style="font-size: medium;"><b>LA PLÁTICA</b></span></div><div><span style="font-size: x-small;"><i>A la memoria de Pedro el Pimpo,</i></span></div><div><span style="font-size: x-small;"><i>en las profunidades de la mente.</i></span></div><div><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div><span style="font-size: medium;">Me preguntan por mi padre.</span></div><div><span style="font-size: medium;">Me paran en el súper, en la calle,</span></div><div><span style="font-size: medium;">en el estanco, no importa.</span></div><div><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div><span style="font-size: medium;">Me paran y enumeran sus faltas:</span></div><div><span style="font-size: medium;">que si tu padre no viene a la partida, que el carajillo</span></div><div><span style="font-size: medium;">se le queda frío, que nadie canta</span></div><div><span style="font-size: medium;">las líneas como él.</span></div><div><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div><span style="font-size: medium;">Algo más de siete semanas consecutivas faltando</span></div><div><span style="font-size: medium;">a la cita con el dominó.</span></div><div><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div><span style="font-size: medium;">Y yo replico que anda en un chapuzón, queriendo</span></div><div><span style="font-size: medium;">restar importancia a la dolencia -dolencia suya y</span></div><div><span style="font-size: medium;">dolencia mía-, pero me queman los labios</span></div><div><span style="font-size: medium;">por que vean en mis palabras</span></div><div><span style="font-size: medium;">que la persona de la que estamos hablando</span></div><div><span style="font-size: medium;">no es la misma.</span></div><div><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div><span style="font-size: medium;">Ni ellos preguntan sobre el hombre</span></div><div><span style="font-size: medium;">ni yo respondo sobre el padre.</span></div><div><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div><span style="font-size: medium;">Me preguntan por mi padre y charlamos</span></div><div><span style="font-size: medium;">como quien habla de los muertos.</span></div><div><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div><span style="font-size: medium;">Tratamos la caída.</span></div><div><span style="font-size: medium;">Oímos el olvido.</span></div><div><span style="font-size: medium;">Hablamos de quién.</span></div><div><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">MADRE</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">En el baño del hospital</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">me escondía, irresponsable y</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">triste, a fumar mientras tú</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">te ibas apagando -mujer madre,</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">madre amiga-. Traté de esconderme</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">mientras aquella habitación</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">blanca y limpia -tu piel ya casi</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">desaparecida- se iba convirtiendo</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">en la habitación de tu infancia y,</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">la cama articulada de hospital</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">era entonces tu cuna donde,</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">adormilada -madre niña-,</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">bramabas aquel nombre</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">que un día dieron</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">los dioses al milagro:</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">Mamá, gritaste.</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">Yo lo escuché en el baño,</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">donde rompí a llorar</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">en el silencio que sólo ofrecen</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">las noches tristes;</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">Mamá, gritaste.</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">Y en ese instante</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">habría dado toda mi existencia</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">-hijo destrozado, hijo en ruinas-</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">por haber sido capaz de</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">acurrucarte -madre niña-</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">con el amor que tus</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">labios gritaron</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">aquella noche</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;"><span> </span><span> </span><span> </span><span> </span><span> por última vez.</span><br /></span></div><div><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: center;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgYPzX92Pde5m71Fj_v0bVsO_J-b0zLjnexQ7UouEHnf7xKFVBJanJaxQWhQ_Hk2bxFKONrY0ABoVMN68roQHGeTEQowMMad173ZclM5mI6ZfzZPJqnWUwEoAXb-VAViwoqIo_wTPTdS_Sl48T6ov95TPKC3UrpfgSWHePT7wb5hHkpxzYezP25DlCThCA2/s1934/ni%C3%B1o.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><span style="font-size: medium;"><img border="0" data-original-height="1088" data-original-width="1934" height="225" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgYPzX92Pde5m71Fj_v0bVsO_J-b0zLjnexQ7UouEHnf7xKFVBJanJaxQWhQ_Hk2bxFKONrY0ABoVMN68roQHGeTEQowMMad173ZclM5mI6ZfzZPJqnWUwEoAXb-VAViwoqIo_wTPTdS_Sl48T6ov95TPKC3UrpfgSWHePT7wb5hHkpxzYezP25DlCThCA2/w400-h225/ni%C3%B1o.jpg" width="400" /></span></a></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">YO NO SOY COLE SEAR</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">Me vistian los fantasmas</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">a los pies de mi cama.</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">Tormentos que arruinan el sueño</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">con imágenes deformadas en roja y negro.</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">Fantasmas merodeando mi cama,</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">seres apagados royendo mi</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">miseria.</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">Intenta entablar conversación</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">entre dimensiones</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">mientras los esquivo</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">durmiendo cara a la pared,</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">perdonándoles la vida.</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">Deberían tener cuidado conmigo.</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">Soy un huérfano</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">en una cama grande,</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">con mi perro a los pies</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">y un bate de béisbol</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: medium;">a mano.</span></div><div style="text-align: center;"><span><br /></span></div><div style="text-align: right;"><span><span style="font-size: large;"><i>DONDE LA NIEVE AHORA.</i></span></span></div><div style="text-align: right;"><span><span style="font-size: large;"><b>Pedro Teruel.</b></span></span></div><div style="text-align: right;"><span><span style="font-size: large;">Boria Ediciones, 2023</span></span></div></div>Víctor Peña Dacostahttp://www.blogger.com/profile/10915737974967487999noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1678132152115186029.post-25931828805056558062023-12-27T22:51:00.009+01:002023-12-28T19:06:50.637+01:00LA NOCHEVIEJA DE LA VIEJA (GLORIA FUERTES)<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhKyvr6ET3Xszq0idN1YZwu6e6phFq88HKxwqEnlaCPiy94BBCsie2FAy6tUiGte5zolrBYRVET1hgEqI5bN_BGOue8L7WNOCYs4vUEsfNXnqRMXT-Bil6FesuJ10dM5R5l_HYQbEdQCJXqZzwp8bXTH5UMFWo15mJnGFowGqgpZiIVn-FLt-8qMCwkh4I/s1019/FB_IMG_1703713767050.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1019" data-original-width="720" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhKyvr6ET3Xszq0idN1YZwu6e6phFq88HKxwqEnlaCPiy94BBCsie2FAy6tUiGte5zolrBYRVET1hgEqI5bN_BGOue8L7WNOCYs4vUEsfNXnqRMXT-Bil6FesuJ10dM5R5l_HYQbEdQCJXqZzwp8bXTH5UMFWo15mJnGFowGqgpZiIVn-FLt-8qMCwkh4I/s320/FB_IMG_1703713767050.jpg" width="226" /></a></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-size: medium;"><b>LA NOCHEVIEJA</b></span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-size: medium;"><b>DE LA VIEJA</b></span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-size: medium;">Ya están las doce a caballo.</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-size: medium;">Los ruidos están rasgando</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-size: medium;">el sueño de la viejita.</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-size: medium;">Viene el fantasma del asma,</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-size: medium;">tose, renquea, se agita...</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-size: medium;">Se levanta, mira al patio</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-size: medium;">la televisión lo grita,</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-size: medium;">dan las doce campanadas</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-size: medium;">la locura se recita.</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-size: medium;">La Nochevieja la vieja,</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-size: medium;">abre un álbum, se detiene</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-size: medium;">en cierta fotografía.</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-size: medium;">(Los vecinos como cubas.)</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-size: medium;"> Y lloró las doce lágrimas</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-size: medium;">sin comer las doce uvas.</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-size: medium;">Nochevieja</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><span style="font-size: medium;">de la vieja.</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: right;"><b><span style="font-size: medium;">GLORIA FUERTES</span></b></div>victor.penahttp://www.blogger.com/profile/08356188105818887200noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1678132152115186029.post-67077745818784008162023-12-17T19:58:00.003+01:002023-12-28T12:31:09.863+01:00LOS MAPAS TRANSPARENTES (José María Cumbreño)<div style="text-align: left;"><div style="text-align: center;"> <div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiCvBc3Ijnu1xDb-bN7sH5xabVWP-T1_gAsRst5oqc6H_n6FV98gEta50hlK1IEhPvj4OHZQ179nlox1z71HCVueT9W0ME-hRsIP-0jNGhmLN9ysYFLU4aI90RlNHh8PcrBAipzLI97hzMghk6RyYIbu0TWnEvOKQ_ZF2_itOEky-S1mXfEC9wntFxO3RoJ/s800/mapas.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="450" data-original-width="800" height="360" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiCvBc3Ijnu1xDb-bN7sH5xabVWP-T1_gAsRst5oqc6H_n6FV98gEta50hlK1IEhPvj4OHZQ179nlox1z71HCVueT9W0ME-hRsIP-0jNGhmLN9ysYFLU4aI90RlNHh8PcrBAipzLI97hzMghk6RyYIbu0TWnEvOKQ_ZF2_itOEky-S1mXfEC9wntFxO3RoJ/w640-h360/mapas.jpg" width="640" /></a></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://www.canalextremadura.es/audio/los-mapas-transparentes-poemas-de-largo-aliento-de-jose-maria-cumbreno"><span style="font-size: large;"><br /></span></a></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><div class="separator" style="clear: both;"><a href="https://www.canalextremadura.es/audio/los-mapas-transparentes-poemas-de-largo-aliento-de-jose-maria-cumbreno"><span style="font-size: large;">"Los mapas transparentes": poemas de largo aliento de José María Cumbreño (entrevista en Canal Extremadura)</span></a></div><div class="separator" style="clear: both;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both;"><span style="font-size: medium;"></span></div></div><blockquote><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><div class="separator" style="clear: both;"><span style="font-size: medium;">Todos los mapas presuponen</span></div></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">que quien lo usa</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">sabe dónde se encuentra.</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Pero quizá no sean lo mismo</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">el espacio y la distancia.</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Antes de empezar a dibujar un mapa</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">conviene aceptar</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">que no nos quedará más remedio</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">que hacer concesiones.</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Porque un lugar es más antiguo </span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">que el mapa que lo representa.</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">¿Qué indica la ausencia de caminos?</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">También debemos aprender</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">a prestar atención</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">a los detalles, </span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">a sospechar</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">que en cada imagen</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">siempre hay más</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">de lo que parece a simple vista.</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Algunas partes del pasado,</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">por ejemplo,</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">parecen quedarse agazapadas</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">en una especie de ángulo muerto.</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">El mal de altura.</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Los vientos dominantes.</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Las regiones de la desesperación.</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Un mundo plegado</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">varias veces</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">sobre sí mismo.</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Durante los primeros años de National Geographic, había una consigna entre los redactores de la revista: o se ofrecía información positiva sobre el país en cuestión o no se proporcionaba información alguna.</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Una mujer se arrodilla</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">ante una piedra horadada.</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Un grupo de hombres vestidos de blanco</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">venera una gran roca plana.</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Las cordilleras y las palabras</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">son la consecuencia</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">del choque de dos límites.</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Se dice que aquelas montañas</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">son tan altas</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">que incluso los pájaros </span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">deben cruzarlas a pie.</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Muchos capitanes</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">tenían orden de que,</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">en caso de naufragio</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">o de ser atacados por piratas,</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">salvasen antes los mapas</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">que la carga la tripulación.</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Un animal siempre en celo.</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Pegamn, el muñeco entre amarillo y naranja que utiliza Google Streets para que el usuario pueda recrear la localización exacta de un lugar, tiene versiones diferentes en determinados emplazamientos. En concreto, cerca de Legoland (Claifornia) se convierte en un personaje de Lego. En Hawai es una sirena. Al aproximarse al Centro Espacial Kennedy, toma la apariencia de un astronauta. Y, junto al Palacio de Buckingham, se transforma en la reina Isabel II. </span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">¿Cómo determinar un punto fijo? (...)</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">A veces hago listas</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">de todo lo que me da miedo perder</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">para noa perderlo del todo,</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">como si tendiese entre dos árboles</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">banderas de plegaria</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">y confiase en que el viento, al moverlas, </span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">esparciese lo que está escrito en ellas.</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"><br /></span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Los ciegos usan mapas en relieve,</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">prueban</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">a reconocer con los dedos</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">la diferencia entre los espejismos</span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">y el desierto.</span></div></blockquote><div style="text-align: right;"><i>LOS MAPAS TRANSPARENTES</i></div><div style="text-align: right;"><b>JOSÉ MARÍA CUMBREÑO.</b></div><div style="text-align: right;">Pre-textos, 2023.</div><div style="text-align: right;">III Premio de Poesía Antonio Ródenas García-Nieto </div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><span style="font-size: medium;"></span></div></div></div>Víctor Peña Dacostahttp://www.blogger.com/profile/10915737974967487999noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1678132152115186029.post-82917829354199032152023-12-14T20:37:00.007+01:002023-12-15T21:42:27.116+01:00Algunos poemas de PERRO FANTASMA (José Daniel Espejo)<div style="text-align: center;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjPUb9n5jyGgh4XTxWY7QOQl6FR293qxiRK-jVfgl0gLREjZNpZWNukwazfENVUn9s6ZUB_0jeoD4MvZkpDzDszB-w9qsFNcmE8dMy8SD_82SXtzuw8B00Dw28Gq1JscdKwqBkaJCedSU_pSJn8mp4BD94PrBBrm8c9l0Nz3zWsGKwERjjubwXqxN0n1VFZ/s1100/perro-fantasma-jose-daniel-espejo.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1100" data-original-width="800" height="640" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjPUb9n5jyGgh4XTxWY7QOQl6FR293qxiRK-jVfgl0gLREjZNpZWNukwazfENVUn9s6ZUB_0jeoD4MvZkpDzDszB-w9qsFNcmE8dMy8SD_82SXtzuw8B00Dw28Gq1JscdKwqBkaJCedSU_pSJn8mp4BD94PrBBrm8c9l0Nz3zWsGKwERjjubwXqxN0n1VFZ/w466-h640/perro-fantasma-jose-daniel-espejo.jpg" width="466" /></a> </div></div><div style="text-align: left;"><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: center;">no sé cómo he llegado pero estoy en mitad de la huerta</div></div><div style="text-align: center;">una mañana de sol de principios de abril y el sonido</div><div style="text-align: center;">extraterrestre de los verderones y la floración</div><div style="text-align: center;">de todo lo vivo me envuelven/ por una vez</div><div style="text-align: center;">la hermosura del afuera convive con aquello</div><div style="text-align: center;">que llevo podrido por dentro sin ilu</div><div style="text-align: center;">minarse ni contaminarse lo uno a lo otro</div><div style="text-align: center;">y tengo los ojos abiertos y deseos de matarme</div><div style="text-align: center;">y ambas cosas conviven milagrosa</div><div style="text-align: center;">mente equilibradas enteras perfectas</div><div style="text-align: center;">el monstruo que soy la primavera</div><div style="text-align: center;">el río lleno de mierda y una garza</div><div style="text-align: center;">que bebe de él</div><div style="text-align: center;">majestuosa</div><div style="text-align: center;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiEKR1xAtB18yKfcN316c3VjW_yabCgJGCsc5dJmrLeN6TrPMFkDpQURCBAJGy8BD0KYV2X8yb7Svmd0-PFsN7Qg0At_7JpNgLPi22zDn0IQsHC3HewjiSHoGIDnayph5A3Re_x7Tj4udHywvR2CCrAxWCcbbDvFjp23lvSbHNvBJYyO08yc8qkJUrNg8yj/s1080/FB_IMG_1702635850543.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1080" data-original-width="1080" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiEKR1xAtB18yKfcN316c3VjW_yabCgJGCsc5dJmrLeN6TrPMFkDpQURCBAJGy8BD0KYV2X8yb7Svmd0-PFsN7Qg0At_7JpNgLPi22zDn0IQsHC3HewjiSHoGIDnayph5A3Re_x7Tj4udHywvR2CCrAxWCcbbDvFjp23lvSbHNvBJYyO08yc8qkJUrNg8yj/s320/FB_IMG_1702635850543.jpg" width="320" /></a></div><br /><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: center;">qué sabrás tú del amor si no sabes del que sienten</div><div style="text-align: center;">los jóvenes yonquis de mi barrio y sus abuelas amorosas/</div><div style="text-align: center;">en él se rompen/ ellas entregan pequeñas reliquias</div><div style="text-align: center;">ellos cruzan los umbrales malolientes/ lloran juntos</div><div style="text-align: center;">a horas intempestivas/ se abrazan sabiendo</div><div style="text-align: center;">que ya no habrá pureza en el aire que compartan/</div><div style="text-align: center;">se acusan mil veces/ se perdonan mil veces /</div><div style="text-align: center;">saben que está todo perdido pero se buscan de nuevo</div><div style="text-align: center;">cuando entienden que no van a encontrar a nadie más</div><div style="text-align: center;">cosa que ocurre casi todos los días/ ella sigue viva</div><div style="text-align: center;">aún no se ha rendido/ la ropa del niño a pesar de todo</div><div style="text-align: center;">sigue lavada y planchada/ sólo que ya no es un niño /</div><div style="text-align: center;">es un hombre lobo que duerme de día/ ni ella una vieja/</div><div style="text-align: center;">nadie es una vieja cuando toda su vida</div><div style="text-align: center;">se escapa pedazo a pedazo en dirección al cash converters</div><div style="text-align: center;">a cambio de amor/ nadie es una vieja si se interpone</div><div style="text-align: center;">entre el joven hermoso y las negras praderas de la muerte</div><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: center;">madre perdió la cabeza del todo</div><div style="text-align: center;">en la primavera del 17/ menos mal</div><div style="text-align: center;">que estaba yo ahí para cuidarla</div><div style="text-align: center;">y con cuidarla me refiero a asearla</div><div style="text-align: center;">llevarla los médicos alimentarla</div><div style="text-align: center;">vestirla darle las pastillas vigilarla</div><div style="text-align: center;">las horas de su vida/ se hace bueno</div><div style="text-align: center;">la saco a la puerta en su mecedora plegable</div><div style="text-align: center;">a que le dé un rayo de sol/ Buenos días, doña Nieves.</div><div style="text-align: center;">¿Se acuerda de mí? Qué guapa la han puesto.</div><div style="text-align: center;">Me alegro de verla bien / a veces sueño</div><div style="text-align: center;">que tengo un ejército de sirvientes vestidos de negro</div><div style="text-align: center;">que recorren el pueblo desollándolas vivas</div><div style="text-align: center;">una a una se oyen sus gritos en la noche</div><div style="text-align: center;">y luego vienen me entregan el botín</div><div style="text-align: center;">axfisian a mi madre mientras duerme</div><div style="text-align: center;">me follan entre siete y ni siquiera hí</div><div style="text-align: center;">ni siquiera en ese sueño</div><div style="text-align: center;">se abren los portones las ventanas</div><div style="text-align: center;">de casa de mis padres</div><div style="text-align: center;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhqzkrkG_6-ly2FwVILHNvIkzzlWh7pseWcIKipOKImHYaMzql8Z1g7jr-qhDJCogfa6CVb5o8oAugwdB0sFh8Kt4cxlV-kvK3IP-P7-H6DkzPkB-LYD47ERMTvQMIOXqYtxysPwG1dD46udYTRlUf-Ce1RWAeBsFS79UMReWOAQYlpytiFFFJp2isyKz0i/s960/FB_IMG_1702635854248.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="960" data-original-width="960" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhqzkrkG_6-ly2FwVILHNvIkzzlWh7pseWcIKipOKImHYaMzql8Z1g7jr-qhDJCogfa6CVb5o8oAugwdB0sFh8Kt4cxlV-kvK3IP-P7-H6DkzPkB-LYD47ERMTvQMIOXqYtxysPwG1dD46udYTRlUf-Ce1RWAeBsFS79UMReWOAQYlpytiFFFJp2isyKz0i/s320/FB_IMG_1702635854248.jpg" width="320" /></a></div><br /><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: center;">el tiempo se </div><div style="text-align: center;">convierte en veneno</div><div style="text-align: center;">no como en voy a</div><div style="text-align: center;">llenar esta copa y</div><div style="text-align: center;">bebérmela sino</div><div style="text-align: center;">como en bañarse</div><div style="text-align: center;">nadar y nunca</div><div style="text-align: center;">secarse bucear</div><div style="text-align: center;">formar parte</div><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: center;">viven en la calle los fantasmas pero no</div><div style="text-align: center;">queda nunca muy claro que sean muchos:</div><div style="text-align: center;">tal vez son todos el mismo fantasma que te aborda</div><div style="text-align: center;">con frases parecidas y te hace sentir mal</div><div style="text-align: center;">y extrae de ti una cantidad de rabia</div><div style="text-align: center;">y a veces monedas / el perro</div><div style="text-align: center;">fantasma es masa y múltiple</div><div style="text-align: center;">para que tú no lo seas / se desvanece</div><div style="text-align: center;">para que peses</div><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: center;">hay una vocecita</div><div style="text-align: center;">socialdemócrata en mi cabeza</div><div style="text-align: center;">como de pito /</div><div style="text-align: center;">creo que es la de rosa</div><div style="text-align: center;">montero / al menos esa es la cara</div><div style="text-align: center;">que le pongo cuando hablar /</div><div style="text-align: center;">habla mucho / me dice: <i>Ve,</i></div><div style="text-align: center;"><i>pide cita en servicios sociales.</i></div><div style="text-align: center;"><i>Está la renta básica, y las ayudas</i></div><div style="text-align: center;"><i>al alquiler, y la cola de cáritas</i></div><div style="text-align: center;"><i>y blablablablablablá</i> / luego dolbo</div><div style="text-align: center;">en dirección a santa rita / No deberías</div><div style="text-align: center;">fumar también hoy y llego</div><div style="text-align: center;">al bloque 10 y ya casi </div><div style="text-align: center;">ni se le oye / <i>Lo promitaste</i></div><div style="text-align: center;">dice / discúlpame rosa /</div><div style="text-align: center;">es dios contra la rosa</div><div style="text-align: center;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjCAKuR9E4By-fhUrW4oRFev3HlJBrVjzal_zGVrBWPVsjZc__x0SYi3WbVUwjB2TdAeoiqT5FiZT0lMpTq6g72zp3B0U2BQ8Y5TzIHv3z6TUlfdu7eFeAWClfUB8jeJbvs-BuVcscTuid815A8p3d86IAMDnyn8JQZfBeO4zBVa6TilX6CaIYeN_BaMMDx/s1200/fotonoticia_20231022165953_1200.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="798" data-original-width="1200" height="213" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjCAKuR9E4By-fhUrW4oRFev3HlJBrVjzal_zGVrBWPVsjZc__x0SYi3WbVUwjB2TdAeoiqT5FiZT0lMpTq6g72zp3B0U2BQ8Y5TzIHv3z6TUlfdu7eFeAWClfUB8jeJbvs-BuVcscTuid815A8p3d86IAMDnyn8JQZfBeO4zBVa6TilX6CaIYeN_BaMMDx/s320/fotonoticia_20231022165953_1200.jpg" width="320" /></a></div><br /><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: center;">una paradoja es que los turistas</div><div style="text-align: center;">que atestan el cabo beben y se drogan</div><div style="text-align: center;">mucho más que yo / a veces lloran /</div><div style="text-align: center;">hay una hora en que entran las prisas</div><div style="text-align: center;">por irse con alguien al hotel / algunos</div><div style="text-align: center;">-recién en el paro recién separados</div><div style="text-align: center;">comprando todo el rato cocaína-</div><div style="text-align: center;">no quieren ni mirarme / este cojo</div><div style="text-align: center;">fantasma de las vacaciones fu</div><div style="text-align: center;">turas bebe</div><div style="text-align: center;">y calla</div><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: center;">cuando empecé con la droga veía a mi padre</div><div style="text-align: center;">detrás de todo el humo detrás de todo el polvo</div><div style="text-align: center;">advirtiéndome de los riesgos de una vida sin esfuerzo</div><div style="text-align: center;">y de no llegar a nada/ me imagino cuánto daño</div><div style="text-align: center;">te hizo oír por el barrio que yo consumía</div><div style="text-align: center;">y cuánto y con quién y con qué me lo pagaba</div><div style="text-align: center;">y a quiénes les debía / tuve que irme</div><div style="text-align: center;">y luego -muchos años después- en un párking</div><div style="text-align: center;">volví a encontrarme contigo papá y ya andaba</div><div style="text-align: center;">tan jodido que ni me reconociste</div><div style="text-align: center;">pero yo a ti sí / qué viejo estabas y qué frágil</div><div style="text-align: center;">y también tu coche de siempre ya hecho mierda</div><div style="text-align: center;">y casi no pudiste con el paquete</div><div style="text-align: center;">de doce cartones de leche des</div><div style="text-align: center;">natada de oferta</div><div style="text-align: center;">y casi me acerco a ayudarte</div><div style="text-align: center;">te pero no</div><div style="text-align: center;"><br /></div><h2 style="text-align: left;"><div style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large; font-weight: normal;"><i>PERRO FANTASMA.</i></span></div><span style="font-size: large;"><div style="text-align: center;">José Daniel Espejo.</div></span><span style="font-size: large;"><div style="font-weight: normal; text-align: center;">Candaya, 2023</div></span></h2>Víctor Peña Dacostahttp://www.blogger.com/profile/10915737974967487999noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1678132152115186029.post-40849865950234275832023-12-14T20:05:00.001+01:002023-12-14T20:05:11.337+01:00LA INVENCIÓN DE JESÚS DE NAZARET<div style="text-align: center;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><iframe allowfullscreen="" class="BLOG_video_class" height="266" src="https://www.youtube.com/embed/mgGyQSb1cJE" width="320" youtube-src-id="mgGyQSb1cJE"></iframe></div> </div><div style="text-align: left;"><br /><div style="text-align: justify;">EL MITISMO, O LA NEGACIÓN DE LA EXISTENCIA DE JESÚS Se conoce como «mitismo» la teoría según la cual Jesús de Nazaret no existió como una figura histórica identificable, sino que es puramente ficticia. La tradición cristiana la habría revestido de rasgos históricos para hacerla creíble, de modo similar a como los autores del Génesis y la Ilíada dotaron de personalidad a Abrahán y a Aquiles, a pesar de que todo indica que son solo héroes legendarios. Según una variante «agnóstica» de esta posición, Jesús pudo existir, pero no hay modo de saberlo, pues no habría tenido nada que ver con lo que las fuentes dicen sobre él. En cualquier caso, en esta perspectiva Jesús habría sido no un referente real del cristianismo sino más bien un producto de esta religión. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Entre el amplio arsenal de argumentos mitistas cabe enumerar los siguientes: si Jesús hubiera sido una figura tan relevante como pretenden los evangelios, habría (más) testimonios independientes sobre él en la literatura antigua; el testimonio de Josefo es en su totalidad una fabricación cristiana; Pablo de Tarso apenas dice nada sobre Jesús, y lo que afirma se refiere a aspectos míticos como su resurrección, de modo que su epistolario se explica más sencillamente suponiendo que Jesús no existió; si Jesús hubiera vivido bajo Augusto y Tiberio, debería haber fuentes sobre él muy anteriores a las existentes; los evangelios carecen de material fiable, pues sus contenidos son explicables en su totalidad como midrás o elaboración interpretativa de la Biblia hebrea; es imposible establecer procedimientos críticos para distinguir entre material inventado e información que se remonte a una figura histórica; los relatos sobre Jesús presentan paralelos muy estrechos –si es que no se corresponden totalmente– con los mitos sobre héroes y dioses de la Antigüedad, lo que hace probable que aquellos hayan sido modelados sobre estos. En síntesis, la única conclusión posible sería que Jesús no existió: el cristianismo descansa sobre un puro mito, con solo una apariencia de realidad histórica. (...)</div><div style="text-align: justify;">Si bien ha de admitirse que los autores de los evangelios –o de la tradición subyacente– han creado buena parte de sus obras a partir de la Biblia hebrea y de otros modelos literarios a su disposición, tal dependencia no agota la totalidad del material[9], y sostener lo contrario obliga a elaborar hipótesis enrevesadas que por ello mismo se hacen implausibles. Tal como lo ha formulado un estudioso que se ha distinguido por postular la deuda de varios autores neotestamentarios respecto a la épica homérica –y cuya obra es a veces invocada por mitistas contemporáneos–, la existencia de tal deuda no es suficiente para cuestionar la existencia de Jesús. Lo que los evangelistas hicieron es inyectar «esteroides narrativos» en una figura histórica con el objeto de que pudiera competir con los héroes mitológicos de las culturas circundantes[10], pero precisamente esto presupone –para proseguir con la metáfora– la presencia previa de un cuerpo real cuya musculatura quiere mejorarse. Así, los sucesos sobrenaturales que tienen lugar en el bautismo de Jesús por Juan son legendarios, al igual que lo son las palabras de Juan a Jesús en Mateo 3,15, pero esto no implica que el hecho mismo del bautismo sea una invención. Otro ejemplo es el de los relatos de la crucifixión: mucho material en ellos es ficticio, pero el dato de que Jesús fue crucificado es muy probable[11]. Dicho de otro modo, inferir de la existencia de grandes dosis de intertextualidad en las fuentes la ausencia en ellas de un núcleo histórico es un non sequitur. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Si bien quienes apelan al carácter puramente ficticio de Jesús acostumbran a invocar la sencillez de tal hipótesis, lo cierto es más bien que un principio de economía y simplicidad permite decantarse por la opción alternativa, pues en la ciencia, cumpliéndose la cláusula ceteris paribus, la hipótesis más sencilla es la preferible. Tal como, hace más de un siglo, señaló Alfred Loisy, «uno se explica a Jesús; no se explica a quienes lo habrían inventado»[18]. Dicho de forma más precisa y rigurosa, es más fácil dar cuenta de la existencia de alguien como Jesús –por supuesto, el ser histórico recuperable mediante una reconstrucción crítica– que de la identidad, los métodos y las razones de quienes habrían excogitado su figura. La navaja de Ockham aboga a favor de la existencia del personaje. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Toda la doctrina de Pablo, si se puede llamar doctrina a una experiencia tan intensa, descansa en esto: la resurrección es imposible, pero un hombre ha resucitado. En un punto concreto del espacio y del tiempo se ha producido este acontecimiento imposible que divide la historia del mundo en dos, en un antes y un después, y también parte en dos a la humanidad: los que no lo creen y los que lo creen, y para los creyentes, que han recibido la gracia increíble de creer algo increíble, nada de lo que creían antes tiene ya sentido. Hay que recomenzarlo todo desde cero. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Calipso, que es el prototipo de la rubia, la que todos los hombres quisieran poseer pero no necesariamente desposar, la que abre la llave del gas o se toma pastillas durante la cena de Nochevieja que su amante festeja en familia, Calipso tiene para retener a Ulises una baza más poderosa que su llanto, su ternura e incluso el vellón rizado entre sus piernas. Está en condiciones de ofrecerle lo que todo el mundo sueña. ¿Qué? La eternidad. Nada menos. Si se queda a su lado no morirá nunca. Él no envejecerá. Ellos nunca enfermarán. Ella conservará para siempre el cuerpo milagroso de una mujer muy joven, él el robusto de un cuarentón en la plenitud de sus encantos. Se pasarán la vida eterna follando, echando la siesta al sol, nadando en el mar azul, bebiendo vino sin tener resaca, follando otra vez, sin cansarse nunca, leyendo poesía si les apetece y, por qué no, escribiéndola. Una propuesta tentadora, admite Ulises. Pero no, tengo que volver a mi casa. Calipso cree que ha oído mal. ¿A tu casa? ¿Sabes lo que te espera allí? Una mujer que ya no está en su primera juventud, que tiene estrías y celulitis y a la que la menopausia no va a mejorar. Un hijo al que recuerdas como un niño adorable pero que en tu ausencia se ha convertido en un adolescente problemático y con muchas posibilidades de ser un toxicómano, un islamista, un obeso, un psicótico, todo lo que los padres temen para sus hijos. Tú mismo, si te vas, pronto serás viejo, te dolerá todo el cuerpo, tu vida sólo será ya un pasillo oscuro que se estrecha, y por atroz que sea recorrerlo con tu andador y tu portasuero con ruedas te despertarás de noche ciego de terror porque te vas a morir. Eso es la vida de los hombres. Te propongo la de los dioses. Reflexiona. Lo he reflexionado, dice Ulises. Y parte. (...)</div><div style="text-align: justify;">Muchos comentadores, desde Jean-Pierre Vernant a Luc Ferry, ven en la elección de Ulises la última palabra de la sabiduría antigua, y quizá de la sabiduría a secas. La vida del hombre vale más que la de un dios por la sencilla razón de que es la verdadera. Un sufrimiento auténtico vale más que una felicidad ilusoria. La eternidad no es deseable porque no forma parte de nuestro sino. Este sino imperfecto, efímero, decepcionante, es el único que debemos querer, es hacia donde debemos retornar continuamente, y toda la historia de Ulises, toda la historia de los hombres que aceptan ser sólo hombres para serlo plenamente es la historia de ese retorno. (...)</div><div style="text-align: justify;">Ulises dice que la sabiduría consiste en remitirse siempre al aquí abajo, y Pablo dice que la condición humana es despegarse del suelo. Ulises dice que el paraíso es una ficción, y entonces importa poco que sea hermoso, y Pablo dice que es la única realidad. Pablo, movido por su ímpetu, llega a felicitar a Dios por haber elegido lo que no existe para deshacer lo que existe. Es esto lo que ha escogido Lucas, y es en esto en lo que, muy literalmente, se ha embarcado, y me parece una gran gilipollez. Que consagre su vida entera a algo que simplemente no existe y dé la espalda a lo que existe realmente: el calor del cuerpo, el sabor agridulce de la vida, la maravillosa imperfección de la realidad. (...)</div><div style="text-align: justify;">A pesar de las repetidas advertencias de los suyos, Pablo y su séquito entran en la ciudad santa. Alojados en casa de Mnasón, un discípulo chipriota, al día siguiente de su llegada van en procesión a hacer una visita respetuosa a Santiago, y ha llegado el momento de preguntarse por qué él era el jefe de los adeptos de la Vía en Jerusalén. Debería haber sido Pedro, el más antiguo de los compañeros de Jesús. Podría haber sido Juan, que se presentaba a sí mismo como su discípulo predilecto. Los dos tenían toda la legitimidad necesaria, así como la tenían Trotski y Bujarin para suceder a Lenin, a pesar de lo cual el que la obtuvo, eliminando a todos sus rivales, fue un georgiano patibulario, Iósif Dzhugashvili, apodado Stalin, sobre el cual Lenin había declarado expresamente su desconfianza. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><iframe allowfullscreen="" class="BLOG_video_class" height="266" src="https://www.youtube.com/embed/57ZAcjNSsCc" width="320" youtube-src-id="57ZAcjNSsCc"></iframe></div><br /><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">El evangelista Marcos narrará una escena en la que los suyos tienen la clara intención de hacer que le detengan porque dicen que ha perdido el juicio. Si Santiago hubiera salido, solo, en defensa de su hermano, sin duda nos lo habrían dicho. En vida de Jesús, debió de tenerle, como los demás, por un iluminado que desacreditaba a una familia modesta pero honorable. El hecho de que ese iluminado, ese rebelde, ese mal súbdito, acabara ajusticiado como un delincuente común debería haber dado la razón definitivamente a su hermano virtuoso, pero posteriormente se produjo algo extraño: a pesar de esa ejecución ignominiosa, o a causa de ella, el hermano deshonroso se convirtió después de su muerte en objeto de un auténtico culto, y un poco de su gloria póstuma empezó a salpicar a Santiago. Éste se dejó hacer. Gracias a la sangre más que a sus méritos, en virtud de un principio puramente dinástico, llegó a ser uno de los grandes personajes de la Iglesia primitiva, a la altura e incluso más arriba que los discípulos históricos Pedro y Juan, algo así como el primer papa. Extraña trayectoria. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">He dicho ya que los romanos estaban orgullosos de su tolerancia. No tenían nada en contra de los dioses ajenos. Estaban dispuestos a probarlos, como se hace con la cocina exótica y, si les gustaban, a adoptarlos. No se les habría pasado por la cabeza la idea de decretarlos «falsos»; como mucho, un poco rústicos y provincianos, y de todos modos equivalentes a los suyos con otros nombres. Que existan centenares de lenguas y, por consiguiente, centenares de palabras para nombrar a un roble no impide que un roble sea el mismo árbol en todas partes. Los romanos pensaban de buena fe que todo el mundo podía ponerse de acuerdo sobre el hecho de que Yavé era el nombre judío de Júpiter del mismo modo que Júpiter era el nombre romano de Zeus. Todo el mundo salvo los judíos. Al menos no los de Judea. Los de la diáspora eran distintos: hablaban griego, leían sus escrituras en griego, se mezclaban con los griegos, no causaban problemas. Pero los judíos de Judea pensaban que sólo su dios era el verdadero y que estaba mal y era una idiotez adorar a los ídolos de los demás. Esta superstitio era inconcebible para los romanos. Se habrían emocionado si los judíos hubieran tenido el poder de imponerla. Como no lo tenían, el imperio toleró largo tiempo su intolerancia y, en resumidas cuentas, dio pruebas de tacto en este terreno. Así como los egipcios tenían derecho, si les venía en gana, a casarse entre hermanos, los judíos tenían el de utilizar, en lugar de las monedas romanas con la efigie de César, una propia que no representaba una figura humana. Estaban eximidos del servicio militar, y el capricho de Calígula, que en el año 40 había pretendido que erigieran su estatua en el Templo, no pasó de ser una provocación aislada, interpretada como una prueba de la locura del emperador, que, por otra parte, murió asesinado antes de salirse con la suya. No obstante estas concesiones, los judíos no se dejaban engatusar. Se sublevaban periódicamente. Vivían en el recuerdo heroico de una revuelta pretérita, la de un clan de guerrilleros llamados macabeos, y en la espera exaltada de un levantamiento futuro que lo cambiaría todo. El imperio romano se creía eterno, pero los judíos del siglo I creían que la eternidad estaba de su parte. (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><iframe allowfullscreen="" class="BLOG_video_class" height="266" src="https://www.youtube.com/embed/eVccLvHdZek" width="320" youtube-src-id="eVccLvHdZek"></iframe></div><br /><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div></div>victor.penahttp://www.blogger.com/profile/08356188105818887200noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1678132152115186029.post-64976144512594748042023-12-13T23:43:00.003+01:002023-12-21T23:38:34.502+01:00Lo mejor de CONFESIONES DE UN OPIÓFILO (ANTONIO ESCOHOTADO)<div style="text-align: left;"><div style="text-align: center;"> <a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhNANz82-0Fs8IYPZjsW1YkPLnuub7GL9iUbFpXjZxJzfegDMpZiD1XwERiJdHkZgvHVqUg_Aky1IMhy__E6KfMlKVwK2nd9pTA5fI_AaJ1ev0H8DNiHRJ95jhNlxIXbJFWtZVwbrfSYKtWmS1jHf_FhV_X7Glk-P1uZhDuVPYnzSDmkF9BdddP7GUVXYY/s277/escoho.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="277" data-original-width="182" height="640" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhNANz82-0Fs8IYPZjsW1YkPLnuub7GL9iUbFpXjZxJzfegDMpZiD1XwERiJdHkZgvHVqUg_Aky1IMhy__E6KfMlKVwK2nd9pTA5fI_AaJ1ev0H8DNiHRJ95jhNlxIXbJFWtZVwbrfSYKtWmS1jHf_FhV_X7Glk-P1uZhDuVPYnzSDmkF9BdddP7GUVXYY/w421-h640/escoho.jpg" width="421" /></a><br /></div><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Al fin se publicó el diario lisérgico póstumo de Antonio Escohotado, de cuya elaboración y futura publicación llevaba tiempo presumiendo en entrevistas y en el imperdible <a href="https://arrebatosaliricos.blogspot.com/2021/06/lo-mejor-de-los-penultimos-dias-de.html"><i>LOS PENÚLTIMOS DÍAS DE ESCOHOTADO</i>, el libro de conversaciones con Ricardo F. Colmenero (cuyos mejores momentos, recuerdo, pueden disfrutar en este enlace).</a></div><div style="text-align: justify;">Para mí ha resultado una lectura agradable de un autor siempre interesante. Sin embargo, me temo que decepcionará a quienes esperen encontrar lo que el filósofo auguraba: el secreto de su dieta de drogas. Se trata de un dietario, sí, pero más en el sentido de la búsqueda del aforismo juguetón, el pecio sentencioso. Hay drogas, claro, bastantes (una media de 2 gramos al mes cuando logra contenerse y de apenas 3 cuando se descontrola su medido consumo; al final 1 gramo de cocaína cada 4 semanas). Incluso alguna receta para fabricarlas pero, sinceramente, es lo de menos. </div><div style="text-align: justify;">Asistimos a la intimidad de un autor fecundo que lucha por mantener su cuerpo en forma y su mente ágil en maratonianas jornadas de trabajo y que peca más con el ajedrez online que con las sustancias. Hay dardos a sus hijos y parejas, los habituales comentarios despreciables contra los adictos y se puede observar el momento de su viraje ideológico mientras escribe <i>LOS ENEMIGOS DEL COMERCIO</i> y sueña con ganar el Planeta. En fin, dejo a continuación unas dosis junto con la recomendación de la compra como es debido:</div><div style="text-align: justify;"></div><blockquote><div style="text-align: justify;">Hay tantos ánimos como átomos en el universo, pero solo es objetivo el sí. Cumpleaños de Mónica. Probamos una dosis muy baja de MDMA con 12 miligramos de 2C-B. Bautizo en altura del nuevo dormitorio. La tesis, tan embozada, de Realidad y substancia1: que hay un sí incondicionado, objetivo, que es ánimo y no debe temer la amnesia, pues no nació de la palabra oída2. Por supuesto, el yo se desvanece en condiciones tales, pues todo en él es reflexión. El experimentum crucis lo trae la ebriedad, que amenaza convertir el juicio en un montón de ruinas. Pero solo amenaza, y si algún ebrio se extravía es porque le faltaba el sí incondicionado del ánimo, la substancia del vivir; para todos los otros, incluyendo los que han de elaborar algún duelo, el trance será una religación con el ánimo objetivo, monádico en sí, un baño en fugaces eternidades que tonifica para seguir cumpliendo con el mundo creado por uno mismo y la ingeniosa inteligencia, como aceite de infinitud para los ejes de un carro en permanente disipación. Nada indica que la disipación sea disipable, que el ánimo pueda reducirse espontáneamente (o nada lo indica de modo seguro). Obsérvese la mala fe del sujeto/yo en semejantes tesituras: invención de la enfermedad mental. Una ciencia orientada a gobernar lo otro, incluyendo a los demás humanos, casi nunca capaz de describir serenamente todo, y ante todo uno mismo, que acaba promoviendo una policía de trances; la vía ardua, con abundantes ejercicios de mortificación, será lo elegido como legal. Y sensato. Y decente. Y hasta sano. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Sin embargo, la salud está en el contacto con el ánimo objetivo, que dice sí. Y se deteriora de manera manifiesta cuando falta. Sobran los paños calientes. Entre los que no tienen ahora ese sí hay que distinguir: a) los pobres desdichados; b) los intimidados ante una perspectiva incierta. Una evidente mayoría. Solo que b) es una magnitud en buena medida indecisa, mientras a) y tener ánimo son cuantos mucho más estables. Resuenan las conjuras de débiles para no ser menoscabados por los fuertes. Pero la filosofía debería ser una custodia del sí, un testimonio del ánimo objetivo. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">La solución idealista-subjetiva, que dota a la substancia singular de una naturaleza yoica, abstracta, equivale a ponerse en manos de psicoterapeutas esquizofrénicos. Aquí el diagnóstico se lo hace cada cual a sí mismo. Por ejemplo, con 50 miligramos de MDMA y 14 miligramos de 2C-B. Aunque amenazado por monstruos como el de Alien, constato que sigo teniendo contacto con el sí. Para ser exactos, los alien míos son un tanto de cómic, bien poco «extraños». (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">La ventaja del sistema ebrio es que no deja campar por sus respetos a la ambigüedad. Quid non despachat, alimentat. El inefable progreso de Albert Hofmann ha sido llegar al núcleo de la ebriedad sin apenas costo somático, y con la cabeza casi demasiado clara (para el gusto de muchos). En definitiva, un billete barato al lugar de las revelaciones. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">No me controlarás. Vivirás conmigo en el respeto mutuo, o me dejarás en paz. Mi suerte última solo es de tu incumbencia si la humildad transforma la soberbia en merecimiento. El miedo es la madre de la violencia. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Discutimos sobre la muerte. Mi amigo dice que le tengo tanto miedo que no pienso objetivamente. Le contesto que pensar objetivamente la enfermedad es como tratar de localizar el intelecto en la caja craneal. Para él la verdad son los hechos, el informe de los datos. Para mí solo hay la verdad del hacer, de nuestras obras. (...)</div></blockquote><p style="text-align: center;"></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><iframe allowfullscreen="" class="BLOG_video_class" height="266" src="https://www.youtube.com/embed/hILSWuMbbgk" width="320" youtube-src-id="hILSWuMbbgk"></iframe> </div><p></p><blockquote><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Mucha literatura, y la publicidad, viven fascinadas por lo que contiene de novedoso, y reservan para la confianza campos distintos del amor carnal. Sin embargo, algo va ahondándose y perfeccionándose a nivel carnal con la familiaridad; conocer al otro mejora el rendimiento, entendiendo por rendimiento la relación entre placer y tiempo; hay más placer por unidad de tiempo. Rodeadas de confianza, las ceremonias amatorias tocan registros inaccesibles para quienes están descubriéndose entonces mismo, o hace poco. Rara vez llega a la letra impresa, con todo este progresus luxuriae al acercarse o sobrepasar las bodas de plata. Quienes parecen saberlo a ciencia ciertísima son las doncellas en general, incluyendo a la minoría de vocación venérea: todas saben —en nuestra cultura— que cerrarse sexualmente sobre alguien familiar es lo preferible, quizá indoctrinadas expresamente por madres y educadoras. Razón no les falta. Lo tremendo es que tampoco le faltan entusiasmos al obrar movido por curiosidad. Ambos crean rendimiento. Pero si lo miramos un poco más detenidamente, resulta que sus respectivos temores son y no son el mismo. La curiosidad teme el aburrimiento, y la familiaridad teme el desconcierto, cosas que serían distintas si el adulterio no fuese aguijoneado por aburrimientos, y la monogamia por desconciertos. Eros regalará en función de las ofrendas que se le hagan, lo cual significa que cada individuo es arrastrado en su propio nombre, como quien se ata a una noria y luego gira con ella. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Nochebuena, un día antes y rodeado de familia nuclear. Buen comer, buen beber, algunos regalos, apacible estar. Ferlosio dice que el derroche de estos días contiene una velada pero intensa súplica a Ananké, la Necesidad. A mi juicio, estas fiestas son sobre todo expresiones matriarcales, feministas, para instalar ilusión en las criaturas. Demuestran así que la vida les parece demasiado áspera sin un regalo de cuando en cuando. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">No hay buenas palabras para despedirse. Y, sin embargo, nunca hacen tanta falta buenas palabras. La ternura nos hace humildes en el último trance, cuando lo que se pide es elocuencia. También —o mejor aún— sería no inmutarse, borrar la despedida como singularidad. Eso, claro, cuando uno tiene el aplomo de un estoico. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Hoy me desperté con la sensación de que tenía casi sesenta años, y apenas ayer tenía quince. Una sensación desoladora. He hecho ya gran parte del camino. Y, sin embargo, apenas he madurado entre tanto. Se diría que llegaré a la muerte sin haber dejado de ser un muchacho. Inquietante porvenir. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">conjunto del caso es el efecto concreto de las drogas (que solo conocen por referencias), y los subconjuntos aquellas otras jergas sobre drogas, incluyendo a las iglesias farmacológicas. Yo les molesto en la medida en que soy cierto teorema físico, no solo una opinión. Póngase muy enfermo, por favor, o se promoverá el consumo de estupefacientes. A esta ridiculez ha llegado el discurso cobarde del ignorante. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Ella eligió a otro, disfruta con otro. Tiempo atrás, eso me convulsionó arteramente, siempre con vergüenza por ser como era (en alguna ocasión tan malparado por circunstancias pasajeras de la vida), y he resuelto enmendarme. Para empezar, ni siquiera admito la sosa paz: creo que la fidelidad absoluta es un signo de soberbia o de abyección, dos extremos de lo mismo; la soberbia del propietario, la abyección del inquilino. En segundo término, estoy dispuesto a alegrarme con la alegría de mi amada, no porque espolee mi complejo de inferioridad —y, así, la patética devoción hacia quien nos sostiene como normales o superiores—, sino porque solo el imbécil no saca provecho del dichoso y apasionado sosiego, cuando premia a nuestro ser querido. En tercer término, ella no dejará de querernos por gozar con otro, salvo que usemos nuestro resentimiento para fingir un amor ya marchito. En cuarto, así vale más, porque es libre y está en disposición de elegir hasta el fin de sus días. Y, por último, de los contactos aprendemos, y quien no se queme por altivez saldrá fortalecido del embate. Nos alejamos de nuestras amadas por su bien, para que tengan un cubridor que las proteja y sea más afín a su camino. Así serán nuestras para siempre. Y algún día, cuando nada abrume con esperanzas de cobijo, el rival se encarnará en nosotros y echaremos el superpolvazo. Pasa casi siempre. Y nadie sabe aún por qué no ser animales nos aprovecha tanto. Digo a mi amada: cuéntame, o no me cuentes. Lo primero me hará digno de la verdad. Lo segundo me dejará tranquilo, y algo anestesiado. Fundemos el sepulcro de los inquisidores, de los histéricos escribientes a lo Dostoievski, el reino de lo previsible. Si te quiero, quiero que puedas olvidarme a ratos, y hasta gozar con mi recuerdo en el tálamo de un rival —¡oh bucle vicioso!—, porque así lo que amo de tu ser florece. Ya trataré de hacer lo mismo, para ti, que me entiendes amorosamente. Sonata de invierno, contemplación de fuego consumiéndose. Es arriesgado el amor, aunque nadie elige sino el riesgo (cuando amar está en su mano). Abrir la mano, saber sacrificarse. O, mejor aún, quien está bendecido por el amor puede decir siempre a su amado: lo que sea tu bien, eso me gusta. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">La ebriedad del opio, tan suave y sosegada, exige la mayor de las mesuras. Ya lo indica que sea tan fácil vomitar; basta un buche de agua a destiempo. Pero no es solo cuestión de beber o comer. La euforia depende crucialmente de espaciar el empleo, como si fuese una novia a la cual no debiésemos ver más de una vez cada bastante tiempo. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><b>Receta para cultivar stropharia cubensis: 118 mililitros de vermiculita; 30 gramos de harina de arroz integral y entre 40-60 mililitros de agua destilada. Mezclar en un vaso, dejando libre un dedo, que se cubrirá con vermiculita seca, envolviendo todo en papel de aluminio. Meter en olla a presión de 30 a 60 minutos. El resto de las instrucciones vienen por escrito.</b> (...)</div></blockquote><p style="text-align: center;"></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><iframe allowfullscreen="" class="BLOG_video_class" height="266" src="https://www.youtube.com/embed/bsCNQ9LraHU" width="320" youtube-src-id="bsCNQ9LraHU"></iframe></div><br /><br /><p></p><blockquote><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Cuando copula a gusto, el varón entra en la sala de apuestas como una racha, y manda al casino al infierno, porque da sin pedir; pero no suplica dar —como el castrado sumiso a una dueña— sino que tiene su cosecha, grande o pequeña, en todo caso muy ventajosa si se compara con ofertas salvíficas. (...)</div><div style="text-align: justify;">Los hijos no nos rejuvenecen hasta que los amamos tiernamente. Eso es algo que saben ganarse, sin imaginar que los beneficiarios somos ambos. Cada hijo amado es un brazo de nuestra raíz. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Liberar lo real de infundios para dejarlo ser. La ciencia no es sino respeto por los datos de la experiencia, a quien beca vitaliciamente por eso mismo. Si el neurótico se mete en ciencia enloquece como Nietzsche o se suicida con Boltzmann. De modo que no somos neuróticos en mayor o menor medida. Vivimos sobre la gloriosa estela del contrato, nos da risa el monje-soldado y queremos ser monjes-soldados sin fimosis, abiertos a la lubricidad que tan generosamente nos donó el cuerpo cuando confiamos. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">El olor a anciano es olor a cosa guardada2. Escribí esta línea apresuradamente hacia las once, cuando una cápsula entera de lo que me dieron como 2C-B (no media, como el otro día) empezaba a mandar mensajes de meterse en la cama, apagar las luces y hacer frente a un embate con la metanfetamina. Nada como esporizarse en estos casos. Tuve destellos de visión intensa, pero muy fugaces. Afecta demasiado al cuerpo para ser 2C-B, aunque quizá tampoco sea una anfeta pura. El cocinero debe pulir su arte, y no aceptaré que difunda esto como bromodimetoxifenetilamina. Incluso estoy dispuesto a lanzar dicho mensaje a la Red. Porque a la juventud le iría bien tener algo más conceptual y carnal a la vez, algo que si se abusa lleva infaliblemente al terror, como sucede con la 2C-B. (...)</div></blockquote><p style="text-align: center;"></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><iframe allowfullscreen="" class="BLOG_video_class" height="266" src="https://www.youtube.com/embed/SkO42kwNg_0" width="320" youtube-src-id="SkO42kwNg_0"></iframe></div><br /><p></p><blockquote><div style="text-align: justify;"></div><div style="text-align: justify;">La izquierda debe hacer una retractación abierta, reconociendo que cantó una guerra de pobres contra ricos basada sobre la envidia. Todos amamos la ganancia, y predicando el envidioso «los últimos serán los primeros» quedaremos indefensos ante la diferencia que en verdad importa, que es el origen de cada riqueza. Dará igual que venga el inventor del tetrabrik o de violencias y fraudes. Por supuesto que la izquierda perdió y pierde escandalosamente votos, pero no basta con sucumbir por falta de apoyo político, porque siempre habrá descontentos, y cuanto más minoritarios sean más se inclinarán a conductas destructivas. Hace falta que sus popes se retracten de un camino rencorosamente equivocado, y entonces lo positivo de la izquierda —estar abierto a cambios, compadecerse del débil y el ignorante— podrá fructificar. Gente como Vázquez Montalbán o Haro Tecglen, tan burguesa en su vida privada, debe dejar de soliviantar a pobres diablos con promesas como «otro mundo es posible». Por supuesto, otro mundo es posible siempre que con tontorronadas resentidas no excitemos la nostalgia por alguna sociedad precomercial, olvidando que el hoy solo será perfectible reconociendo su inmenso progreso con respecto a todo lo previo. Liberal hasta la médula, reclamo para los liberales —y solo para ellos— la iniciativa de ayudar al menesteroso, la izquierda no tarada. Mírense los carteles de cualquier totalitarismo, y búsquense dos cosas: compasión por los demás, humildad intelectual. No en vano surgieron de estúpidos aupados al poder pisoteando la dignidad de cualquiera. Invariablemente, confunden inteligencia con obediencia, justicia con cartillas de racionamiento. Su revolución equivale a despotismo asiático, y el año de Indochina me permite decir ese término con fundamento. Fábricas de súbditos, tan desidiosos y saboteadores como fueron los esclavos para sus amos. (...)</div></blockquote><div style="text-align: justify;"></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><iframe allowfullscreen="" class="BLOG_video_class" height="266" src="https://www.youtube.com/embed/q3Kl4ARc1rM" width="320" youtube-src-id="q3Kl4ARc1rM"></iframe></div><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: justify;"></div><blockquote><div style="text-align: justify;">En otra vida, si fuese justa, tocaría llorar todas las lágrimas que inútilmente hicimos correr, y también revivir todas las alegrías que evocamos. Al separar el Cielo del Infierno los contritos se privan de una u otra cosa. Los paganos llamaban sueño —en el sentido de dormir— a la muerte («sueño broncíneo de los héroes» dice la Ilíada), y los monoteístas acaban llevados a declarar que morir es más bien despertarse, algo en lo cual quizá no acaban de creer pero que casa con su deseo más inequívoco. Se espera que la contrición evite una atrición. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Hacerse sabio es llenar la conciencia con aquello que afecta a todos. Permanecer en la necedad es ser consciente tan solo de algún asunto privativo. Qué pequeño se hace el yo cuando repite, yo, yo, yo. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Ahora que empezó la noche de mi vida, y sé que no veré el nuevo día, la indefinida duración de esa tiniebla la atravieso como el búho, identificando lo despreciado por unos e invisible para otros, habitante de la noche luminosa otorgada a mi especie. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Hace una década, poco más o menos, decidí cultivar crónicamente el caballo, un tónico de on and off desde los setenta. Me decidió quizá la tristeza de sentirme cobarde y mentiroso con Mónica, que tanto me quiso aunque fuese tan perversamente. Hoy uso 2 gramos mensuales de lo que hay, compartiendo un décimo o así con mis gorrones, que son unas ocho personas. Sé que mi experiencia podría serle útil a otros, aunque solo sea para sentar la regla del uso indefinido (y creciente) de un depresor orgánico general. No sé si podría recobrar mi vocación del ánimo ecuánime si no recibiera distancia estética y exigencia de ese estimulante al revés, que libera la energía integrada otherwise al metabolismo. Quiero creer que la sed de saber y expresar sobreviviría a ese poderoso estímulo. Pero ¿y qué en caso contrario? Mientras no llegue un caballo peor, o se acabe, cordura y amor propio mandan comportarse con la máxima frugalidad compatible con seguir obteniendo el efecto pretendido. Si se prefiere, que la escalada pueda mantenerse en leves aumentos, quizá acompañados por transitorios retrocesos. La vida sexual, un poderoso estímulo para mantener dosis elegantes, no es ni el todo ni el mayor, porque mi ejemplo podría servir para desdemonizar un fármaco muy potente —frío en tercer grado, según Galeno— que me recuerda la estrofa de Saint John Perse: «Que ese mal nos haga bien». Buscarse nos saca del sermón edificante, proponiendo encuentros distintos de la medicina preventiva. Y a partir de cierta edad, la diacetilmorfina podría ser un poderoso elemento preventivo. En todo caso, veremos. Una vez contextualizada, la verdad es siempre resultado, a posteriori, y la investigación me ha llevado a encontrar este alivio/estímulo, usado en las dos últimas décadas como coartada para dejar de buscarse. (...)</div><div style="text-align: justify;">Tomar caballo porque es un derecho civil, como quien se compra la obra recién censurada, no es lo mismo que medicarse con él. El desplante libertario tiene el público de la provocación. Mi vida privada será cualitativamente más escandalosa. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Físicamente he pasado de la postración a un moderado bienestar. Mi dieta farmacológica, ahora lo entiendo, me preserva de gripes et alia confundiéndolas con un estado general bajo, que no llega a producir fiebre ni otros síntomas. El uso cotidiano y controlado de heroína podría ser medicinal en ese específico sentido, además de aconsejable y desaconsejable por otras causas. En mi caso, una familiaridad que se remonta a 1970 se convirtió en empleo asiduo desde 2000. Llevo medio año estabilizado en 2 gramos mensuales del mismo proveedor, que considero adulterados al menos en dos terceras partes, y querría mantenerme sin desarrollar más tolerancia. Será imposible, quizá, aunque por ahora no me cuesta nada dosificar el producto. Veremos qué pasa (...).</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Como el diabético con su insulina, aunque prescindiendo de agujas, tengo el estímulo de gozar controladamente (una distancia del mundo basada en reducir el metabolismo) lo que mis análogos aprovechan para lo opuesto, convirtiéndose rápidamente en piltrafas orgánicas y morales. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">El analgésico pasó a ser cotidiano, y llevo días despertando medio muerto. Hoy lloré de impotencia, cuando simplemente hacer los movimientos del desayuno me resultó insufrible, porque ya van días de lo mismo. He pensado que: a) alguna víscera falla; b) debo cambiar la ingesta de caballo, evitando las doce o catorce horas que mediaban hasta ahora entre la última y la primera; c) ha llegado una partida especialmente corrupta, que se mantiene hace semanas o meses, y me tiene hecho papilla. Por supuesto, nada impide que sean varias o todas esas causas al tiempo. Debo saber más, para ponerme en lo posible a cubierto, y para saber más necesito abstinencia, al menos dos meses enteros. Será un cambio, que rodeado de frío podría ser peligroso. Usaré el verano para ver qué pasa en general, y en particular. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Llevo tiempo bien jodido, pero o la culpa es mía o no hay remedio, con lo cual sobran pataletas. La vida es tan grande como mísera, volcada sobre la reproducción para subsistir, a diferencia de todo lo ya muerto. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Otro día hablaré de que las mañanas son un purgatorio, las tardes un limbo y solo las noches me devuelven quién fui. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Me siento cada día mejor. El trabajo resulta muy grato, y quiero aprovechar lo restante de verano para que fructifique. Mi gente es maravillosa, y tomar unas chispas de opio anteayer y hoy me devuelve no solo la entereza sino el proyecto de mostrar su valor dietético. Fueron 0,35 miligramos el otro día y 0,20 miligramos hoy. Qué infame es el jaco de estos últimos tiempos. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Sentía ternura por esto y lo otro. He llegado a sentir ternura por la vida, toda vida. La primera cortaba como un cuchillo caliente, doliéndome de amor. La actual sutura esos cortes, cada uno ligado a algún desprendimiento. Antes me dolía querer, y ahora es casi lo único libre de ambivalencia. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Nuestra Secundaria se ha rendido al analfabetismo, y el programa de historia del pensamiento de mi hijo Antonio incluye a no-pensadores como san Agustín y santo Tomás. En lugar de Hegel ofrece a Marx, en lugar de Webber a Nietzsche, en el de Schumpeter a María Zambrano, y en el de Keynes y Hayek a Horkheimer y Adorno. Newton, Freud, Prigogine y Mandelbrot no existen. ¡Qué éxito para los fans de Schopenhauer! (...).</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Al hacerme viejo la vida se centró en seguir siendo pugnaz con fair play, con dos campos básicos de desafío: el de estudiar sin presunción y el de practicar la mesura con mis drogas (tobacco excluded). Lo primero me obliga a reconocer qué poco sé, y qué torpemente lo expreso sin mil retoques. Lo segundo me permite dejar atónitos a propios y extraños con una disciplina basada en el hedonismo, no en la ascesis. Saben que tengo razón evitando (o mejor prolongando) el paso de la sensibilidad a la tolerancia, pero tan arraigado está que con las drogas se suspende el deber de evitar la bulimia, que no ser un tragón me convierte en perro verde. ¿Por qué consumo al año tres gramos de opio —el producto con mucho más eufórico— cuando tengo un centenar y suministro como quien dice ilimitado? No es por virtud, sino para asegurarme el gustazo de tomarlo una vez por trimestre, molido y encapsulado en unidades de 0,1 miligramos que se toman a lo largo de las tres primeras horas del día. En la cuarta hora, cuando empieza la sobreabundancia, el organismo dispone de unas treinta más sin molestar al estómago ni inducir sobresaltos del sistema nervioso. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Mientras se encuentre en el mercado negro, prefiero el caballo como quien prefiere cotidianamente la clara de cerveza al mejor malta. Nunca comemos con más gusto que hambrientos, pero el tragón no entiende de gastronomía. De todas las buenas cosas que me legó el ADN de mis padres, ninguna me ha mantenido a flote en mayor medida que comer despacio y nunca por costumbre. Atracarse es reflejo de vacío interior, y siempre fui inapetente cuando la comida o la droga no eran dignas de admiración —o lo eran hasta el extremo de reservar un buen trozo para mañana—. No soy owenita ni pavloviano, no creo que la educación sea todo, pero sospecho que la intemperancia depende en alta medida de una barbarie heredada, en unos casos de haber rozado el hambre y en otros de asimilar la Prohibición.</div></blockquote><div style="text-align: justify;"></div><h2 style="text-align: justify;"><div style="text-align: right;"><i style="font-size: x-large; font-weight: normal;">CONFESIONES DE UN OPIÓFILO. </i></div><span style="font-size: large; font-weight: normal;"><div style="text-align: right;"><i>Diario póstumo (1992-2020).</i></div></span><span style="font-size: large;"><div style="text-align: right;">Antonio Escohotado.</div></span><span style="font-size: large; font-weight: normal;"><div style="text-align: right;">Planeta, 2023</div></span></h2></div>victor.penahttp://www.blogger.com/profile/08356188105818887200noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1678132152115186029.post-60602367640152576792023-12-05T19:22:00.003+01:002023-12-05T19:22:31.039+01:00"El cielo no se toma por consenso"...<p style="text-align: center;"> <b style="font-size: xx-large;"><iframe allowfullscreen="" class="BLOG_video_class" height="266" src="https://www.youtube.com/embed/NHFAvzYTyXI" width="320" youtube-src-id="NHFAvzYTyXI"></iframe></b></p><b style="font-size: xx-large; text-align: center;"><br /></b><p></p><p><b style="font-size: xx-large; text-align: center;">POLÍTICA: MANUAL DE INSTRUCCIONES</b></p><div style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;">El cielo no se toma por consenso<br /></span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;">ni tampoco se toma por asalto:</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;">si acaso, se toma traicionándote</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;">y cediendo ante los poderes fácticos.</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: x-large;"><br /></span></div><div style="text-align: right;"><i><span style="font-size: large;">OBSOLESCENCIA PROGRAMADA.</span></i></div><div style="text-align: right;"><span style="font-size: large;">RIL EDITORES, 2019</span></div>victor.penahttp://www.blogger.com/profile/08356188105818887200noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1678132152115186029.post-79831784212721147252023-12-04T20:18:00.006+01:002024-01-21T01:12:28.579+01:00LA HUELLA DE LOS DÍAS: la adicción y sus repercusiones (Leslie Jamison)<div style="text-align: center;"> <a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj8MFonSQh7bEL4V2jviJNVde7TiqL_FLgmx9nC6SRI-rvhib2u6-fK91caLuZHcJRv3x_EyjMix5Z2oWCiiKR0zcTmZc5gu0emuvLW7CPaCOA_i1mdPbwUHSRcwoyT7Q-O8yVzzl0IUI48_k929aNbuSJoBRO7hz0V_I-80pT1Sk9in7cH737gwGZUbh9K/s1737/huelladias.jpeg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1737" data-original-width="1119" height="640" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj8MFonSQh7bEL4V2jviJNVde7TiqL_FLgmx9nC6SRI-rvhib2u6-fK91caLuZHcJRv3x_EyjMix5Z2oWCiiKR0zcTmZc5gu0emuvLW7CPaCOA_i1mdPbwUHSRcwoyT7Q-O8yVzzl0IUI48_k929aNbuSJoBRO7hz0V_I-80pT1Sk9in7cH737gwGZUbh9K/w412-h640/huelladias.jpeg" width="412" /></a><br /></div><div style="text-align: left;"><br /><div style="text-align: justify;">Si tuviera que decir cuándo empecé a beber, cómo fue mi «primera vez», seguramente señalaría la primera ocasión en que me emborraché hasta perder el conocimiento o quizá la primera en que busqué intencionadamente ese «apagón», la primera vez que no quise nada más que ausentarme de mi propia vida. Puede que todo empezara la primera vez que vomité después de beber, la primera vez que soñé con beber, la primera vez que mentí sobre la bebida, la primera vez que soñé que mentía sobre la bebida, cuando la necesidad de beber se había vuelto tan poderosa que no me quedaban apenas fuerzas para nada que no fuera plegarme a esa necesidad o luchar contra ella. Una vez que empecé a beber a diario, puede que mi hábito de beber estuviera asociado a determinados patrones, más que a momentos específicos. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Si los relatos sobre la adicción se alimentan de la oscuridad –la hipnótica espiral de una crisis que no se detiene ante nada y se hace cada vez más profunda–, la recuperación se ve a menudo como la muerte de la tensión narrativa, el anodino terreno del bienestar, un tedioso apéndice al fascinante incendio anterior. Yo no era inmune a esta percepción. Las historias de destrucción siempre me habían cautivado. Pero quería saber si el relato sobre alguien que sale del agujero podía llegar a ser tan absorbente como el de alguien cuya vida se viene abajo. Necesitaba creer que sí. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Al echar la vista atrás, siento vergüenza ajena solo de pensar en esa teatral puesta en escena, pero al mismo tiempo no puedo evitar sentir cierta ternura hacia esa chica que quería expresar la inmensidad de lo que sentía y para hacerlo usaba lo que tenía más a mano: vasos de plástico desechables, una forma de cultivar el dolor que tomaba prestada de la misma persona que la había abandonado. Yo había compartido con mi novio una especie de camaradería especial: en pleno verano, y en el sur de California, nos poníamos manga larga para que nuestros padres no vieran los cortes que lucíamos en los brazos y decíamos que las tiritas de mis tobillos se debían a rasguños que me había hecho con la cuchilla de afeitar. Cortarme y escribir eran las formas que había encontrado para sortear mi incurable timidez, que vivía como un constante fracaso. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiB18MR8b7OAWpGkEEe5yv2FDkH_-7p44w70CCkfEHW2Yfx878Pn5_-7gJGwoKdtbpawRA3DFVm6NGVndhpiuuAxIwLMp8KptySIDJ_Sh8_Vd8cWGtjf7JumsiUVikR2jwfXBN20UDAIW4tUAiVkdn1ZrYyd_HjyaOotIl8wlMHr5LLOx5tnZ5ff7jrXE7f/s1000/barleycorn.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1000" data-original-width="667" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiB18MR8b7OAWpGkEEe5yv2FDkH_-7p44w70CCkfEHW2Yfx878Pn5_-7gJGwoKdtbpawRA3DFVm6NGVndhpiuuAxIwLMp8KptySIDJ_Sh8_Vd8cWGtjf7JumsiUVikR2jwfXBN20UDAIW4tUAiVkdn1ZrYyd_HjyaOotIl8wlMHr5LLOx5tnZ5ff7jrXE7f/s320/barleycorn.jpg" width="213" /></a></div><br /><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: justify;">En <i>John Barleycorn</i>, una novela publicada en 1913, Jack London mencionaba dos clases de borrachos: los que malvivían en los bajos fondos alucinando con «ratones azules y elefantes rosados» y aquellos a los que «la blanca luz del alcohol»6 había permitido acceder a las verdades más crudas: «los despiadados y espectrales silogismos de la lógica blanca.» Los borrachos que pertenecían a la primera clase tenían el cerebro destrozado por el alcohol, «roído hasta la impasibilidad por gusanos impasibles»,7 pero a los de la segunda clase, en cambio, el alcohol les agudizaba los sentidos. Veían la realidad con más lucidez que el común de los mortales: «Ve a través de todas las ilusiones [...]. Dios es malvado, la verdad es una estafa y la vida es una broma [...]. Mujer, hijos y amigos se ven desenmascarados, en la deslumbrante luz blanca de su lógica, como fraudes y farsas [...]. Ve su naturaleza endeble, fútil, miserable y digna de lástima.» El borracho «imaginativo» vivía esta visión como un don y una maldición a la vez. El alcohol le concedía la capacidad de ver, pero se la cobraba con un «súbito desbordamiento o un paulatino rezumar». London se refería a la tristeza del alcoholismo como una «tristeza cósmica»,8 no una pena pequeña, sino inmensa. Según la antigua canción popular que estaba en el origen del personaje, John Barleycorn era la personificación del alcohol etílico, un espíritu que sufría los ataques de borrachos doblegados por la botella, hombres que buscaban revancha por lo que él les había hecho. En la novela de London, era más bien una sádica hada madrina que concedía a sus protegidos el cruel don de una sabiduría desoladora. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Durante la fase más aguda de su alcoholismo, Carver sostenía que gastaba doscientos dólares al mes en bebida, un sueldo nada desdeñable que pagaba a esa otra persona presente en la habitación. «Por supuesto que hay toda una mitología asociada al alcohol –dijo en cierta ocasión–. Pero nunca me ha interesado lo más mínimo. Lo que a mí me gustaba era beber sin más.»13 A mí también me gustaba beber, pero además me atraía la mitología en torno a ese hombre que no se sentía atraído por el mito del alcohol. Estaba bastante segura de que nos pasaba lo mismo a todos. Carver era un gran admirador de John Barleycorn, la novela de London. Se la recomendó a un editor mientras tomaban una copa de aperitivo, asegurándole que en ella London se enfrentaba a «fuerzas invisibles».14 Luego se levantó de la mesa y abandonó el restaurante. A primera hora del día siguiente, ese mismo editor recibió una llamada de la cárcel del condado, donde Carver dormía la mona en un suelo de hormigón, entre rejas. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhEXN-QrroZtOUEW3hmU-UkbvVJRWapMDkS2SNDSHetvfhx1x7LFW4axZWuJBeyWVEaCjpTEJaIrGUswI0kd78jutu88CnJ_G6xnMjlG87IE0YobLs9JjzryFborryRoRiWWvj_bbaBXkzUey44mp8A9ZpQluNYSuGuEes0-CVuakT4XVy4itX5aoQvDjjv/s386/denisjohnson.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="386" data-original-width="229" height="640" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhEXN-QrroZtOUEW3hmU-UkbvVJRWapMDkS2SNDSHetvfhx1x7LFW4axZWuJBeyWVEaCjpTEJaIrGUswI0kd78jutu88CnJ_G6xnMjlG87IE0YobLs9JjzryFborryRoRiWWvj_bbaBXkzUey44mp8A9ZpQluNYSuGuEes0-CVuakT4XVy4itX5aoQvDjjv/w380-h640/denisjohnson.jpg" width="380" /></a></div><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Si había un libro que todo el mundo veneraba en Iowa, oráculos de la poesía y arquitectos de la prosa por igual, era <i>Hijo de Jesús</i>, de Denis Johnson. Esta recopilación de relatos cortos era nuestra biblia de belleza y deterioro, una visión alucinada de cómo y dónde vivíamos, entre fiestas celebradas en casas de campo, mañanas de resaca y cielos de un azul tan rabioso que te dolían los ojos al mirarlos. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Me gustaba leer en voz alta, en mi habitación de Iowa, uno de sus párrafos finales: «La besé entera, mi boca sobre su boca abierta, y nos encontramos dentro. Ahí estaba. Era real. La larga caminata por el pasillo. La puerta que se abre. La hermosa desconocida. Los jirones de luna remendados. Nuestros dedos apartando las lágrimas. Ahí estaba.»20 Johnson pretendía hacernos creer que un solo y estúpido beso podía cambiar algo, que un momento de éxtasis etílico podía cambiar algo, que hasta las cosas más nimias podían ser importantes, como la caminata por el pasillo, la puerta abierta o incluso la desconocida sin nombre. Todo sumado, quería decir algo. Quién sabe el qué, pero alcanzábamos a intuir sus bordes desdibujados. Había algo hermoso y necesario en el papel que desempeñaba el sufrimiento en los relatos de Johnson. La verdad acechaba más allá de los límites de la destrucción y la pena. El sufrimiento humano se traducía en algo material, como una joya o un pájaro recién salido del cascarón. Cuando una mujer se enteró de que su marido había muerto, al otro lado de una puerta de hospital que dejaba pasar una sola rendija de intensa luz, como si «alguien estuviera incinerando diamantes allí dentro»,21 «chilló» como el narrador «imaginaba que chillaría un águila», y no se sintió horrorizado, sino cautivado por ese sonido. «¡Era maravilloso estar vivo para poder oírlo! –dijo–. He buscado esa sensación por todas partes.» A mis alumnos de la facultad les pareció cruel, esa caza y captura del sufrimiento que practica el narrador, pero yo pensé: «Lo pillo.» Yo también hubiese escarbado bajo la puerta del hospital en busca de esos diamantes, en busca del ardor y el sonido estridente de su destrucción. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Sus personajes desempeñaban el papel de profetas borrachuzos, eran nuestros Virgilios en el descenso a su particular infierno. «Porque todos creíamos que éramos trágicos, y bebíamos –nos dice el narrador de Johnson–. Nos sentíamos impotentes, predestinados.»23 Sus relatos insistían en que todo lo que había a nuestro alrededor era importante: el sueño y el humo de los cigarrillos de clavo y el gélido frío de este lugar. «Ahí estaba –escribió–. Era real.» (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">No quería que Daniel me deseara y punto, sino que deseara hacerlo todo conmigo. Menos que eso me parecía un rechazo. Supongo que, para él, resultaba un poco agotador. Yo no soportaba ese estado difuso que mediaba entre ser perfectos desconocidos y comprometerse a pasar el resto de la vida juntos o, lo que es lo mismo, salir con alguien. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjKd8XjBWY97Ryd5Job9T_LI9uaUw7oWqryqsOIlA5muJLrxu1CCmvLU1zQPr9PX-IPnmJbKg-HdFrQRhlac5ecL2mQwdrCZxT_ISUY1g3PV9oBPOyxSg9PZuA7YA1Kq4JfYsA4ATciY7_VXV6rPVR767uBKnwS-M3sFBctyKSVtMXcPfRcPJ-wckjpeHgq/s1000/berryman.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="670" data-original-width="1000" height="268" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjKd8XjBWY97Ryd5Job9T_LI9uaUw7oWqryqsOIlA5muJLrxu1CCmvLU1zQPr9PX-IPnmJbKg-HdFrQRhlac5ecL2mQwdrCZxT_ISUY1g3PV9oBPOyxSg9PZuA7YA1Kq4JfYsA4ATciY7_VXV6rPVR767uBKnwS-M3sFBctyKSVtMXcPfRcPJ-wckjpeHgq/w400-h268/berryman.jpg" width="400" /></a></div><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: justify;">En 1967, la revista<b><i> Life </i></b>publicó un perfil de ocho páginas sobre John Berryman titulado «Whisky y tinta, whisky y tinta» que incluía fotos del genial poeta barbudo metiéndose en el bolsillo a toda la clientela de un pub irlandés, perorando ante un rebaño de jarras de cerveza vacías y ribeteadas de espuma, cargando la cruz de su sabiduría y el antídoto de su whisky. «Whisky y tinta –empezaba el artículo–. Estos son los líquidos que John Berryman necesita. Los necesita para sobrevivir y para describir lo que lo distingue de otros hombres e incluso de otros poetas: su singular conciencia, aguda hasta la exasperación, de la condición mortal del ser humano.»24 No era exactamente lo mismo que la lógica blanca, pero tampoco andaba lejos. El whisky no concedió a Berryman su clarividencia, pero lo ayudó a sobrellevarla. Aun así, el artículo echaba mano del resplandeciente vínculo entre el alcohol y la oscuridad, entre el alcohol y cierta clase de lucidez. También incluía un anuncio a toda página de Heineken. Los poemas más famosos de Berryman, The Dream Songs («Cantos soñados»), evocan un paisaje dominado por el alcohol y una conciencia atormentada. «Existo, fuera de mí. Reina un pánico increíble [...] las bebidas hierven. Las bebidas heladas hierven» (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><i>The Dream Songs</i> respira una extraña y nueva forma de oxígeno. «¡Eh, vosotros! Profesores adjuntos, titulares de departamento, asociados, monitores y demás –anuncia Henry–: os daré una losa»27 (por «os diré una cosa»). Su voz ebria lo empuja hasta los límites del absurdo, sugiriendo así que toda creación debe ocurrir más allá de las fronteras de la comodidad. Uno de los amigos de Berryman le dijo en cierta ocasión que vivía como si hubiese pasado «toda su puta vida a la intemperie sin la menor protección [...] con los ojos destrozados por lo que han visto y por aquello de lo que han intentado apartar la mirada». (...)</div><div style="text-align: justify;">A propósito de Henry, su yo poético, escribió lo siguiente: <i>El ansia era algo intrínseco en él, vino, tabaco, copas, más, más, más. Hasta quedarse hecho añicos. Los añicos se enderezaron y se pusieron a escribir.</i> (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">La inspiración ocultaba una amenaza de muerte [y] la bebida era un elemento estabilizador. Mitigaba en cierta medida esa fatídica intensidad.»37 Pero aunque Berryman creyera de veras que el alcohol lo ayudaba a sobrellevar la fatídica intensidad de su propia visión poética, no podía negar que generaba otras intensidades a su paso. Después de que lo detuvieran, acusado de embriaguez y alteración del orden público, perdió su puesto como profesor en la Universidad de Iowa. Cuando me topé con la leyenda de Berryman, descubrí una seductora aura maldita en todo lo que tocaba, el tufillo dulzón y embriagador del conflicto y la ruptura. «Me pasa a menudo –le escribió un amigo– que tus poemas se me antojan la luz que vemos ahora de una estrella que ya no es más que ceniza.»38 ¿Qué papel podía desempeñar la sobriedad en esa espléndida trayectoria de llamaradas y podredumbre? En The Dream Songs, vi la prueba de una conciencia atormentada, la prueba de que uno puede escribir desde el sufrimiento. Vi lo que los añicos de Berryman se habían sentado a escribir: «Habrá (hay) quien le vea ventajas a la sobriedad / pero son muy pocas.» (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhCopU43GwsJvsY0l13yo6MZ1JDFA55WoWIB1KYRg3tOF_I6z78h4yFH_PBo751GxJ48PzDTySh10HmPdITdLr6x8fnGl6GpSmv2m1A1At_4CudTsOZD0Umfa8vuz-CWWpRaSrZhO5wP6OUTAvNPWFKkP9WZayKNz4axerzQdno4wZgnDOwIccjh2knFPgD/s1024/Leslie-Jamison-scaled.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="768" data-original-width="1024" height="240" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhCopU43GwsJvsY0l13yo6MZ1JDFA55WoWIB1KYRg3tOF_I6z78h4yFH_PBo751GxJ48PzDTySh10HmPdITdLr6x8fnGl6GpSmv2m1A1At_4CudTsOZD0Umfa8vuz-CWWpRaSrZhO5wP6OUTAvNPWFKkP9WZayKNz4axerzQdno4wZgnDOwIccjh2knFPgD/s320/Leslie-Jamison-scaled.jpg" width="320" /></a></div><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: justify;">En Iowa, pasaba los días leyendo a poetas alcohólicos que habían pasado a mejor vida y las noches intentando acostarme con los poetas vivos. Me abría paso a besos entre los aspirantes al canon literario del futuro. Me sentía atraída por las mismas chispas de caos luminoso que habían animado las viejas leyendas. Idolatraba a los más icónicos de los escritores alcohólicos porque percibía su alcoholismo como prueba de una climatología interna extrema: volátil y auténtica. Si tanto necesitabas empinar el codo, por fuerza tenías que estar sufriendo, y beber y escribir eran dos respuestas distintas a ese mismo dolor punzante. Podías anestesiarlo o, por el contrario, darle voz. Mi capacidad para ver cierto atractivo en la disfuncionalidad provocada por el alcoholismo –para elevar a la condición de fetiche su relación con la genialidad– era en el fondo fruto de un privilegio, el de no haber sufrido nunca de veras. Mi fascinación estaba en deuda con lo que Susan Sontag denomina la «noción nihilista y sentimental de “lo interesante”».40 En La enfermedad y sus metáforas, Sontag describe la idea decimonónica de que, cuando uno enferma, se vuelve también «más consciente, más complejo desde el punto de vista psicológico». La enfermedad se convirtió en una «decoración interior del cuerpo», mientras la salud se consideraba «banal e incluso vulgar». Sontag se refería a la tuberculosis, pero había una lógica inquebrantable que emparentaba el sufrimiento con la sensibilidad, con la perspectiva alterada, con ser «interesante». Cuando empecé a beber –a la sombra de todos esos legendarios bebedores de Iowa y a la sombra más alargada aún de Faulkner, Fitzgerald y Hemingway, Poe y Baudelaire, Burroughs y sus yonquis, De Quincey y su opio, un canon cuyas fronteras no percibía aún como profundamente limitadas–, la adicción me parecía fecunda. Se asemejaba mucho a la decoración de interiores, un accesorio que interpelaba las profundidades del alma. Cuando mi alcoholismo traspasó cierto umbral –un umbral que yo imaginaba como un túnel existencial, oculto bajo la quinta o sexta copa–, me sumió en una oscuridad que se parecía a la sinceridad. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Era como si todas las superficies relucientes del mundo fueran falsas y la verdad subsistiera en el desesperado espacio subterráneo del alcohol. Patricia Highsmith sostenía que beber ayudaba al artista a «ver de nuevo la verdad, la simplicidad y las emociones primarias», reformulando la lógica blanca de Jack London como un núcleo visible, algo vital que permanecía cuando el alcohol nos despojaba de las distracciones triviales de todo lo demás. Era otra capa más en la compleja y circular relación que yo iba construyendo entre beber y hacer: el alcohol te ayudaba a ver y, luego, te ayudaba a sobrevivir a lo visto. El atractivo no residía tan solo en la ebriedad –como portal o como vendaje–, sino también en la relación de seducción que se establecía entre creatividad y adicción: su entrega absoluta, su naturaleza extrema. Los escritores que se veían así de subyugados eran hombres que sentían las cosas de un modo más intenso que el común de los mortales, que convivían con la oscuridad hasta que, en un momento dado, el propio drama de la subyugación se convertía en algo sobre lo que valía la pena escribir. ¿Por qué nos referimos siempre a esos escritores en masculino? Porque los viejos mitos de la literatura y el alcohol eran todos hombres, como si hubiesen cavado sus propias tumbas sobre las leyendas de quienes los precedieron, en una línea genealógica testosterónica de egos inflados y disfuncionalidad sublimada: Carver se rendía ante la lógica blanca de London; Cheever se imaginaba muriendo como Berryman; Berryman se veía siguiendo los tambaleantes pasos de Poe, Crane, Baudelaire. Denis Johnson leyó un solo libro durante su paso por la Universidad de Iowa: Bajo el volcán, de Malcolm Lowry, cuyo protagonista lo dijo a las claras: «Una mujer no podría entender los peligros, las complejidades y, en efecto, la trascendencia de la vida de un borracho.» (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Puede que Marguerite Duras supiera algo sobre esas complejidades tras engullir litros de burdeos barato o tras los brutales tratamientos de desintoxicación que la dejaban al borde de la muerte. Puede que supiera algo sobre la vergüenza de ser una mujer que sabía algo sobre el alcoholismo. «Cuando una mujer se emborracha –escribió–, es como si lo hiciera un animal o un niño.» Las mujeres alcohólicas rara vez se asociaban con la imagen de vividores que sí tenían ellos. Cuando estaban bajo los efectos del alcohol, las mujeres eran como animales o niños: estupefactas, desvalidas, avergonzadas. Su alcoholismo no era tanto el necesario antídoto de su propia y asombrosa clarividencia –un catalizador o un bálsamo para estos Virgilios del paraíso perdido– cuanto una forma de autocompasión o melodrama, de histeria, de sufrimiento gratuito. Puede que las mujeres supieran algo sobre las complejidades de la vida de un borracho, pero su alcoholismo nunca tendría la trascendencia, citando a Lowry, del de un hombre. Si no bebían como niños, bebían en vez de cuidar a sus niños. Una mujer que se refugiaba en la bebida era por lo general una mujer que no cumplía con sus deberes en el seno del hogar y la familia. En un manual de psiquiatría hallamos la siguiente descripción de las «creencias tradicionales» que han influido en la percepción del alcoholismo según lo practiquen hombres o mujeres: «En una mujer, la ebriedad se consideraba señal de incapacidad para controlar sus relaciones familiares.» (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">A lo largo de las tres primeras novelas de Rhys, el alcohol es una criatura con forma cambiante. Se va despojando de sus distintas caretas de placer hasta quedar expuesto como un intento de huir de la misma tristeza que siempre acaba agudizando. Una de las protagonistas de Rhys cuenta, en la primera etapa de su alcoholismo, que el vino dota de significado un anodino paisaje urbano: «Era asombroso lo excepcional, coherente y comprensible que todo me parecía con una copa de vino en el estómago vacío.»57 El vino convierte en un inmenso océano al «huraño» Sena que fluye al otro lado de los postigos cerrados. «Estando borracha –reflexiona–, podía imaginar que era el mar.» Pero la dependencia del alcohol cede paulatinamente a la desesperación. «Esta noche tengo que emborracharme –decide otra de las protagonistas de Rhys cuando su amante la abandona–. Tengo que emborracharme tanto que no pueda caminar, tanto que no pueda ni ver.»59 La protagonista de su cuarta novela, <i>Buenos días, medianoche</i>, ha tenido «la brillante idea de emborracharme hasta morir».60 La propia prosa da cuenta de su progresiva decadencia, diluyéndose en sucesivas elipsis, encallando en los espacios en blanco de las lagunas de memoria provocadas por el alcohol. Sasha ha llegado a París tras intentar en vano quitarse la vida en Londres. Se aloja en una pensión barata en un callejón sin salida y pasa los días durmiendo, tomando pastillas para dormir más todavía y deambulando por una ciudad que le recuerda, en cada café, en cada esquina, una juventud que no cumplió sus promesas: el matrimonio roto, el bebé que murió. La novela habla con sinceridad del precio del alcoholismo –cómo empequeñece el mundo y socava el espíritu–, así como de su logística: lo fácil que es emborracharse con el estómago vacío, la nostalgia por los tiempos en los que su tolerancia al alcohol era menor. «A veces me siento tan desdichada como tú –le dice otra mujer a Sasha–. Pero no dejo que todos lo vean.» (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><iframe allowfullscreen="" class="BLOG_video_class" height="266" src="https://www.youtube.com/embed/O7rX4m6PZRE" width="320" youtube-src-id="O7rX4m6PZRE"></iframe></div><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Mientras el legendario borracho masculino se las arregla para encarnar un envidiable abandono –la temeraria y autodestructiva búsqueda de la verdad–, su homóloga femenina es vista casi siempre como culpable de haber abandonado a los suyos, del delito de negligencia. Su alcoholismo la ha llevado a violar el primer mandamiento de su sexo, «Cuidarás de los demás», revelándose como un incumplimiento intrínsecamente egoísta de ese deber. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">«Ojalá pudiera entender mejor este dolor que me ha acompañado a lo largo de toda la vida –escribió Rhys–. Siempre que he intentado escapar, me ha atrapado y me ha obligado a volver. Ahora ya ni lo intento.»11 No era fácil vivir instalada en ese dolor. «No tienes ni idea, querido –anotó en su diario, como si ensayara una carta– de lo que he llegado a beber últimamente.» 12 Rhys siguió bebiendo durante mucho tiempo. Nunca se perdonó a sí misma por haber estado de copas mientras su hijo se moría y conservó el recibo del entierro hasta su propia muerte: ciento treinta francos con sesenta céntimos por el transporte, un diminuto ataúd y una cruz provisional.13 Lenglet y ella tuvieron otra hija llamada Maryvonne que sobrevivió, pero Rhys no podía cuidar de ella. Maryvonne vivió en un convento y más tarde con su padre, que pasó algún tiempo en la cárcel pero se las arregló para ejercer la paternidad de una forma más estable que Rhys. En cierta ocasión, mientras Maryvonne estaba pasando unos días con ella, Rhys montó en cólera con la niñera porque ambas habían vuelto a casa a las cuatro de la tarde. «¡Llegáis demasiado pronto!»,14 chilló. Quería estar a solas, para beber y también para escribir. Rhys nunca se vio a sí misma como una genial tarambana, a diferencia de los escritores alcoholizados de su generación, porque la obligaron a verse como una madre fallida. Según las «creencias tradicionales» que consideraban su alcoholismo motivo de vergüenza, la expresión de una incapacidad, cuando Rhys bebía estaba tomando algo, buscando con avidez una sensación de liberación o huida. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Uno de los problemas de vivir como si tu pena ocupara el mundo entero es que nunca es así y las personas que viven más allá de sus fronteras suelen tener sus propias necesidades. Cuando tenía seis años, Maryvonne le dijo a una amiga: «Mi madre quiere ser artista y se pasa la vida llorando.» (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Después de que su primer amante la dejara, Rhys dijo: «Estoy descubriendo lo útil que es el alcohol.»17 Sus palabras tenían sentido para mí. El desengaño amoroso no era motivo para beber, pero podía suponer la oportunidad de descubrir lo que la bebida podía hacer por ti. (...)</div><div style="text-align: justify;">Rhys lloró amargamente en el piso superior de un autobús londinense. Empezó a dormir quince horas al día. «Y entonces se convirtió en parte de mí, de tal modo que la hubiese extrañado si hubiese desaparecido –escribió–. Me refiero a la tristeza.»19 Había perdido mucho –un hombre, un gato, la posibilidad de tener un hijo–, pero había ganado algo a cambio: una nueva forma de ver a su inquilina más antigua, la tristeza, algo que habría echado de menos «si hubiese desaparecido». Ese uso del condicional parecía encerrar una profecía cargada de amargura: la tristeza no había desaparecido y nunca lo haría." (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Conocía el lastre de la autocompasión, a ratos se detestaba por ello y a ratos lo reivindicaba con orgullo. En cierta ocasión escribió a un amigo: «Ya ves que me gustan las emociones. Las defiendo, soy incluso capaz de regodearme en ellas.»21 Era la Sherezade del regodeo. Tejía sus historias a partir de ese exceso de emoción. Un exceso al que apenas sobrevivió. Sus novelas abordaron el alcoholismo con mucho acierto: su dimensión íntima, el efecto señuelo, el hecho de que el alcohol le prometiera libertad pero al final la dejara de rodillas, sacudida por arcadas. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Rhys acabó convirtiendo su desengaño amoroso en una carrera literaria. Cogió la vergüenza de haber sido abandonada por Lancelot, junto con todas las formas de castigo que se infligió a sí misma a raíz de ello, y lo transformó todo en el tema de su primer manuscrito, <i>Viaje a la oscuridad</i>. Su heroína, Anna, es la amante de un hombre llamado Walter hasta que él la rechaza. Pero ni siquiera entonces puede odiarlo. «No es que me sienta desdichada –dice–. Lo que pasa es que me apetece una copa.»25 La casera le regaña por haber manchado su edredón de seda con vino. La vida de Anna después de Walter está plagada de edredones manchados y lonchas de beicon reblandecidas. Está plagada de hombres que, con gesto furtivo, deslizan cinco, diez libras, quizá un poco más, en su bolso a mitad de la noche, después de follársela, y luego le escriben para volver a follar con ella o no le escriben. Todo se reduce a eso, más pronto que tarde, a que no escriben. (...)</div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Beber y echar de menos a un hombre, beber y echar de menos el dinero, beber y echar de menos tu casa, todas estas cosas acababan enredándose. (...)</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: medium;">Follar borracha se convirtió en una forma de purgar sentimientos, de trasvasarlos a otro recipiente, como quien retira la grasa que suelta la carne al cocinarla, la vierte en un tarro y la aparta para que no atasque las cañerías. (...)</span></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Al margen de la universidad, había conocido a un hombre mayor que vivía fuera de la ciudad. Me iba hasta su gran casa, en la que había un horno con todos los números perfectamente visibles, y le preparaba pollo salteado, el único plato que sabía hacer. Nos emborrachábamos o, mejor dicho, yo me emborrachaba. En realidad, no sabría decir si él también se emborrachaba. Follábamos y luego yo me ponía una de sus camisetas de baloncesto y me encerraba en el baño a llorar. En ese momento me compadecía de mí misma, pero ahora, al echar la vista atrás, es él quien me da lástima al pensar en esa chica que se presentaba en su casa, le preparaba un pollo correoso a cambio del cual pretendía que la colmara de alabanzas y luego se encerraba en el baño a llorar como una magdalena. Era evidente que esperaba algo más de él, pero ¿el qué? Ninguno de nosotros lo sabía. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Mi anhelo de sentirme deseada era como algo físico que manaba de mi interior a borbotones –quiero, quiero, quiero– y me asqueaba esa espita rota en la que me había convertido. Que un hombre me dijera que quería follarme, que me lo susurrara al oído, era como tomar el primer sorbo de whisky, el mismo chorro de calor que va directo a las entrañas. Por lo general, empezaba mejor de lo que acababa: la boca pastosa al día siguiente, la cama ajena, las sábanas sudadas. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Quería creer que esa nueva forma de beber que había empezado a practicar, y que consistía en buscar de modo consciente e intencionado la pérdida del conocimiento, me permitía conocer una parte de mí misma con la que nunca hasta ese momento había estado en contacto, algo que tanteaba a ciegas tratando de percibir su forma, como si fuera un objeto sumergido en aguas turbias. In vino veritas era una de las promesas más atractivas del alcohol: que no traía consigo la degradación sino la iluminación, que no impedía ver la verdad, sino que la desvelaba. Si eso era cierto, mi verdad se desvanecía hacia la mitad de las comedias románticas que veía a solas por la noche, hasta que el alcohol me arrastraba consigo. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Toda historia de adicción requiere un villano. Pero Estados Unidos nunca ha logrado decidir si los adictos son víctimas o delincuentes, si la adicción es una enfermedad o un delito. Así que aliviamos la presión de esa disonancia cognitiva aplicando distintas varas de medir psicológicas –a unos adictos los compadecemos, a otros los culpamos de su adicción– que se solapan entre sí y cambian sin cesar para acomodarse a nuestras intenciones: los alcohólicos son genios torturados. Los drogadictos son unos zombis marginados. Los hombres borrachos son interesantes. Las mujeres borrachas son malas madres. Los adictos de raza blanca saben que habrá testigos de su sufrimiento. Los adictos de raza negra saben que serán castigados por el suyo. Los adictos famosos se someten a costosos tratamientos de rehabilitación, como la terapia equina. Los adictos pobres lo pasan mal y punto. Si te pillan con crack encima, te caen cinco años entre rejas, pero si te pillan conduciendo bajo los efectos del alcohol solo pasas una noche en la cárcel, aunque los accidentes provocados por conductores ebrios causan más muertes al año que la cocaína.1 En El color de la justicia, un estudio colosal sobre la exorbitante tasa de encarcelamiento en Estados Unidos, la jurista Michelle Alexander señala que muchos de estos sesgos reflejan, en un plano más amplio, «quién se considera prescindible –alguien que debe ser eliminado del cuerpo político– y quién no».2 Estas distinciones entre adictos, alcohólicos y consumidores de drogas según el color de su piel no son fruto de la casualidad, sino consecuencia de nuestra necesidad de envilecer a una parte de la población con la excusa de proteger a otra. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><iframe allowfullscreen="" class="BLOG_video_class" height="266" src="https://www.youtube.com/embed/dpqw09bheuA" width="320" youtube-src-id="dpqw09bheuA"></iframe></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">«¿Qué tenemos en contra del drogadicto?», se pregunta el estudioso Avital Ronell, y contesta con una cita de Jacques Derrida: «Que corta todos los lazos con el mundo, que se exilia de la realidad y se marcha lejos de la realidad objetiva y la vida real de la urbe y la sociedad; que se evade en un mundo de simulacro y ficción [...]. No podemos aceptar el hecho de que el suyo sea un placer nacido de una experiencia ajena a la verdad.» Esta visión del adicto como un agente de traición que socava el proyecto social común es un rasgo estable de lo que la criminóloga Drew Humphries denomina «el relato del miedo a las drogas».3 Se trata de un género clásico estadounidense que señala una sustancia en particular como causa de alarma –a menudo de forma arbitraria, sin que se haya disparado el consumo de la misma– para convertir a una comunidad marginal en el chivo expiatorio de turno. Ocurrió con los inmigrantes chinos y el opio en la California del siglo XIX, con el consumo de cocaína entre la población negra del sur de Estados Unidos a principios del siglo XX, con los mexicanos y la marihuana en los años treinta, con el consumo de heroína por parte de los negros en los años cincuenta, con la epidemia de crack de las zonas urbanas deprimidas en los ochenta, con el auge de la metanfetamina en las comunidades blancas empobrecidas a principios del siglo XXI. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Afirmar que el relato del miedo a las drogas es un género tóxico no impide negar el daño que pueden hacer las sustancias estupefacientes, ni la desolación que las adicciones dejan a su paso, sino que se trata sencillamente de reconocer que la «adicción» siempre ha sido dos cosas a la vez: un conjunto de neurotransmisores trastocados y una serie de historias que hemos contado sobre esa disrupción. Así, la adicción se convierte en una epidemia contagiosa, una deliberada renuncia al deber cívico, una valiente rebelión contra el orden social establecido o el noble grito de protesta de un alma atormentada. Todo depende de quién cuenta la historia y quién consume las drogas. El neurocientífico Carl Hart ha escrito sobre un relato en torno a las drogas del que nunca se habla, la «historia escasamente emocionante de la “no adicción” que nadie cuenta» y que –nos recuerda Hart– podría aplicarse a la mayoría de los consumidores de drogas. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">el sistema jurídico estadounidense establecería dos categorías distintas y polarizadas entre sí para ambas adicciones, al alcohol y a las drogas, en el imaginario social: la primera era vista como una enfermedad, la segunda como un delito.8 Puede resultar tentador equiparar las drogas «duras» con la adicción o el alcohol con un consumo recreativo, pero en realidad la distinción entre ambas se basa sobre todo en normas sociales y en la jurisprudencia. Y no siempre ha sido así. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">La paranoia racial ha formado parte del relato del miedo a las drogas desde que este empezó a circular, por más que los consumidores de drogas siempre hayan sido mayoritariamente de raza blanca. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Yo soy precisamente una de esas buenas chicas blancas de clase media alta cuya relación con las sustancias estupefacientes se ha tratado como algo benigno o digno de lástima, motivo de preocupación o de resignada indiferencia, más que de castigo. Nadie me ha llamado jamás leprosa ni psicópata. Ningún médico me ha apuntado con un arma. Ningún poli me ha disparado en un cruce mientras sacaba la cartera, ya puestos, y ni siquiera me han detenido por conducir bajo los efectos del alcohol, aunque he perdido la cuenta de las veces que lo he hecho. Mi tono de piel es un salvoconducto que me permite emborracharme o colocarme impunemente. En lo tocante a la adicción, la noción de privilegio se reduce, en última instancia, a la clase de relato que genera tu cuerpo: ¿necesitas que te protejan de algún daño o que te impidan causarlo? Mi cuerpo se ve como algo que necesita protección y no como algo de lo que conviene protegerse. (...)</div><div style="text-align: justify;">En su autobiografía, Negroland, Margo Jefferson sostiene que a las mujeres negras estadounidenses «se les ha negado el privilegio de caer en la depresión, de exhibir la neurosis como una marca de complejidad social y psicológica».33 Es un lujo que solo está al alcance de las mujeres blancas y que se ha «ensalzado en la literatura que aborda el sufrimiento femenino en clave blanca». (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Me ha llevado años entender que mi interior nunca ha sido interior, que mi relación con mi propio sufrimiento, que yo experimentaba como algo esencialmente íntimo, no era íntima en absoluto. Debía su existencia a relatos que ponían el sufrimiento al alcance de una chica blanca, sugiriendo que su dolor era interesante, que era más una prueba de su vulnerabilidad que de su culpabilidad, que era más digno de compasión que de castigo. Cuando empecé a beber, a beber de verdad, a ser consciente de que la bebida no era solo una fuente de placer sino también de evasión, me sentí avergonzada, pero también orgullosa. Mis desesperados intentos de huir de mí misma revelaban que había algo turbio e importante –depresión, neurosis, complejidad psicológica– de lo que había que huir. No es que luciera el dolor a modo de medalla, sino más bien que intentaba comprender el dolor como un abono psicológico, algo que poseía una finalidad estética. Quería que me volviera más compleja y profunda. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><iframe allowfullscreen="" class="BLOG_video_class" height="266" src="https://www.youtube.com/embed/WrdrYsiNGBc" width="320" youtube-src-id="WrdrYsiNGBc"></iframe></div><div style="text-align: center;"><br /></div></div><div style="text-align: justify;">En 1944 se publicó una novela que rechazaba de plano la lógica blanca. <i>Días sin huella</i>, de Charles Jackson, negaba la idea del alcoholismo como puerta de acceso al mundo metafísico. En la novela, la adicción al alcohol no es algo especialmente significativo; es y punto. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Don no es un ser atormentado por el pasado, los horrores de la guerra o la crueldad del amor, como los ejemplos de masculinidad alcohólica de Ernest Hemingway, los decadentes patriarcas sureños de William Faulkner o los despilfarradores maridos patricios de F. Scott Fitzgerald. Lo único que le pasa a Don es que está enganchado a una sustancia física concreta. Su alcoholismo es lamentable y repetitivo. Lejos de entregarlo a las sutiles garras de la angustia metafísica, le impone el prosaico castigo de hacer el ridículo por todo el centro de Manhattan. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Ciertas verdades se habían vuelto transparentes como el cristal porque estaban profundamente arraigadas en mi interior: que antes o después todo el mundo acabaría marchándose, que la atención ajena era algo que debía ganarme, que no podía darla por sentada. Tenía que seducir en todo momento. (...)</div><div style="text-align: justify;">En una entrevista concedida décadas más tarde, el jefe de política interna de Nixon para asuntos internos, John Ehrlichman, confesó precisamente eso: «¿Sabíamos que estábamos mintiendo sobre las drogas? Por supuesto que sí.»43 Ehrlichman afirmó que el gobierno de Nixon no podía ilegalizar a los negros, pero sí podía relacionar a la población negra con la heroína: «Podíamos detener a sus líderes, asaltar sus casas, dispersar sus reuniones y vilipendiarlos noche tras noche en las noticias.» (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><iframe allowfullscreen="" class="BLOG_video_class" height="266" src="https://www.youtube.com/embed/vkLOg252KRE" width="320" youtube-src-id="vkLOg252KRE"></iframe></div><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: justify;">La guerra contra la droga se lanzó oficialmente en dos ocasiones. Nixon declaró la suya en 1971, pero no fue hasta que Ronald Reagan llamó a las armas una década más tarde, en 1982, cuando la guerra arrancó de veras. En realidad, para entonces, el consumo de droga estaba decayendo y solo el 2 por ciento de estadounidenses opinaba que las drogas eran el principal problema del país.45 Pero al emprender esta guerra, el gobierno de Reagan logró crear un enemigo, otra versión de lo que Anslinger había bautizado como «el malhechor adicto».46 En palabras de los sociólogos Craig Reinarman y Harry Levine, era más fácil colocar la «hoja de parra ideológica»47 de una epidemia de crack para tapar el demoledor impacto del capitalismo salvaje practicado por el Estado –la denominada «economía del goteo»– que hacer frente a dicho impacto. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Entre 1980 y 2014, la cifra de detenidos por delitos relacionados con la droga pasó de poco más de cuarenta mil a casi cuatrocientos noventa mil y la mayoría de esos detenidos eran personas de raza negra.55 Un estudio llevado a cabo en 1993 señaló que solo el 19 por ciento de los traficantes de droga eran afroamericanos, pero constituían el 64 por ciento de las detenciones por delitos relacionados con el tráfico de estupefacientes.56 En palabras de Michelle Alexander: «Al declarar la guerra a los consumidores y traficantes de droga, Reagan cumplió su promesa de mostrarse implacable con los “otros”, un término cargado de connotaciones raciales para aludir a quienes consideraba indignos.» (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Una encuesta de 1995 preguntaba: «¿Sería tan amable de cerrar los ojos por unos segundos, imaginar a un toxicómano y luego describir a esa persona?»59 Aunque los afroamericanos constituían solo el 15 por ciento de los toxicómanos del país, el 95 por ciento de los encuestados imaginó a una persona de raza negra. (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><iframe allowfullscreen="" class="BLOG_video_class" height="266" src="https://www.youtube.com/embed/Qsy7CVsWyK8" width="320" youtube-src-id="Qsy7CVsWyK8"></iframe></div><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">El relato que me tocó vivir a mí era distinto: accesos de vómito estando inconsciente, moratones en las espinillas por haber subido la escalera a trompicones, la nariz empolvada de coca como si fuera azúcar glas de la tarta de café, las huellas visibles de una disfunción bastante normal y corriente. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Como sostiene la criminóloga Drew Humphries, los medios de comunicación supieron crear la «madre adicta al crack»85 como personaje sensacionalista, centrándose de forma casi exclusiva en mujeres pertenecientes a minorías étnicas pese a que la mayoría de las adictas embarazadas eran de raza blanca.86 A veces arrepentida pero a menudo impenitente, la madre adicta al crack era casi siempre negra o latina. También era, invariablemente, una nulidad en la primordial tarea de la maternidad. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><iframe allowfullscreen="" class="BLOG_video_class" height="266" src="https://www.youtube.com/embed/-DGY9HvChXk" width="320" youtube-src-id="-DGY9HvChXk"></iframe></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">Cuando Billie Holiday contó su propia historia –en Lady Sings the Blues, su autobiografía publicada en 1956–, no pretendía dar alas a ninguno de los dos mitos sobre la adicción que otros habían proyectado sobre ella: ni el de la artista que cae en una luminosa espiral autodestructiva, ni el de villana depravada. Lo que pretendía, sobre todo, era decirles a sus lectores que la heroína no les haría ningún favor. «Si crees que la droga sirve para pasártelo bien y vivir emociones fuertes, estás mal de la cabeza –escribió–. Te lo puedes pasar mejor enfermando de polio o conectado a un pulmón de acero.» (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">«Me he desenganchado y he vuelto a engancharme –explica Holiday–. He gastado una pequeña fortuna en drogas.»98 No le interesaba tanto regodearse en su propio sufrimiento como dar testimonio fiel del desquiciante tira y afloja de la adicción, con sus reveses y retrocesos, su tedio y sus empecinados cantos de sirena. Cada vez que sufría una recaída, se llamaba a sí misma No Guts Holiday, «Holiday la Sin Agallas».99 Más que presentar su adicción como prueba de cierta profundidad psicológica, buscaba confesar el daño que había causado a los demás por su culpa: «Qué infierno privado ni qué puñetas.»100 Y quiso dejar algo muy claro: «En realidad, la droga nunca ha ayudado a nadie a cantar mejor, ni a tocar mejor, ni a hacer nada mejor. Hacedle caso a Lady Day, que sabe bien de lo que habla.»101 No se trataba de una simple voz moralizante creada para llenar las páginas de un libro." (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><br /></div><br /><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><iframe allowfullscreen="" class="BLOG_video_class" height="266" src="https://www.youtube.com/embed/seJBy2ZZ3vo" width="320" youtube-src-id="seJBy2ZZ3vo"></iframe></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">El atractivo del adicto impenitente ha perdurado hasta nuestros días. Cuando «Rehab», el single de Amy Winehouse, alcanzó el éxito en 2007, medio siglo después de que Holiday sacara su Lady Sings the Blues, conectó con una obsesión que seguía latente: «Querían que fuera a rehabilitación, pero yo dije no, no, no.» Es una gran canción –directa y rotunda, desenfadada y sublime–, con la peculiar voz de Winehouse derrochando acrobacias, sensual y rica en matices, como una mezcla de vinilo y cuero. El estribillo es descarado y sorprendente, un canto a la rebeldía allí donde uno esperaría encontrar la pesarosa letanía de la autocompasión. Decir no a la rehabilitación se convierte en una declaración de poder: «Cuando vuelva, lo sabréis, sabréis, sabréis.» El «no» se convierte en «saber»; la resistencia se convierte en conocimiento. No estamos ante una mera negación, sino ante toda una declaración de intenciones y el éxito de «Rehab» como himno antirrehabilitación era inseparable del atractivo de Winehouse como toxicómana impenitente. En un concierto que dio en la isla de Wight, borracha perdida y arrastrando las palabras, terminó «Rehab» tirando un vaso de plástico lleno de vino. Un reguero roció el escenario de rojo. «No, no, no», cantaba. No pensaba desengancharse. Prefería seguir como estaba. Los vídeos que corren por internet de los conciertos de Winehouse, sobre todo aquellos en los que aparece visiblemente ebria o colocada sobre el escenario, tienen miles de comentarios en los que abundan los juicios –«La de gente que sueña con cantar y subirse a un escenario y Amy lo ha echado todo a perder»–, así como cierta autoindulgencia disfrazada de compasión: «Veo a alguien con el corazón roto.» (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">La resaca es de veras como el retroceso de las olas, algo contra lo que no cabe luchar, a lo que hay que entregarse sin oponer resistencia. (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">La pensadora Eve Kosofsky Sedgwick sostiene que la adicción tiene menos que ver con la sustancia en sí que con «el añadido de las propiedades místicas»1 que el adicto proyecta sobre esta. Atribuir a la sustancia la capacidad de brindar «consuelo, tranquilidad, belleza o energía –afirma– solo puede ejercer un efecto corrosivo en un yo que se construye así como carencia». Cuanto más necesitas algo, ya sea un hombre o una botella de vino, más te convences a ti misma –de un modo indirecto, implícito– de que no estás completa sin ese algo. (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">Entre los veinte y los treinta, garabateé distintas versiones de la misma pregunta en mi diario, siempre estando borracha: «¿Soy una alcohólica? ¿Ser alcohólico es esto?» Me sentía avergonzada no tanto por las cosas dignas de bochorno que hacía estando borracha cuanto por lo mucho que deseaba emborracharme. La ebriedad se había convertido en la sensación que más me interesaba tener. En el poema «Dream Song 14», el yo poético de Berryman recuerda algo que su madre le había dicho de joven: «Confesar que te aburres / significa que no tienes / vida interior.»2 Desear emborracharse –o por lo menos desearlo tanto como lo hacía yose me antojaba una confesión similar. Años después, entrevisté a un médico que había descrito la adicción como una «reducción del repertorio».3 Para mí, eso significaba que toda mi vida se contraía alrededor del alcohol: no solo las horas que pasaba bebiendo, sino también las horas que pasaba soñando con beber, arrepintiéndome de haber bebido, disculpándome por haber bebido, averiguando cuándo y cómo volver a beber. No es nuevo ese deseo de desbaratar la conciencia, de difuminarla, atemperarla, avivarla, distorsionarla, inundarla de dicha, enmascarar sus desengaños. El deseo de alterar la conciencia es tan antiguo como la propia conciencia. Es otra forma de describir el acto de vivir. Si seguimos descubriendo sustancias que podemos introducir en el cuerpo es para cambiarnos de un modo más drástico, más súbito: para sentir alivio o euforia, para mitigar la angustia, sentirnos distintos, experimentar el mundo como algo extraño, más fascinante o simplemente más posible. El movimiento abstemio, que propugnaba la prohibición de la venta y el consumo de alcohol, hablaba de las «bebidas demoniacas» como un modo de exteriorizar determinados deseos –de evasión, ingravidez, euforia, emociones extremas– que buscan una forma (fluida o en polvo) más allá de nuestros cuerpos. La adicción no me sorprende. Me resulta más sorprendente que algunas personas no sean adictas a nada. Desde mi primera borrachera, me preguntaba por qué no se emborrachaban a diario todos los habitantes del planeta. (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><iframe allowfullscreen="" class="BLOG_video_class" height="266" src="https://www.youtube.com/embed/7ght2Mqzfk0" width="320" youtube-src-id="7ght2Mqzfk0"></iframe></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">Los adictos suelen describir cada «colocón» como un intento de reproducir el primero que experimentaron –el más puro, el más revelador–, de recuperar, en palabras del psiquiatra Adam Kaplin, la primera vez que «pasaron por el torniquete».4 El doctor Kaplin me dijo que uno de sus pacientes alcohólicos, un artista, recordaba su primera copa de vodka como una sensación cálida que inundó todo su cuerpo, de pies a cabeza, como la inconfundible sensación de volver a casa.5 Los científicos definen la adicción como un trastorno de las funciones neurotransmisoras del sistema mesolímbico, encargado de producir dopamina.6 Lo que, hablando en plata, significa que se cortocircuitan los caminos que llevan a la recompensa. Es una «usurpación patológica»7 de ciertos instintos de supervivencia. La compulsión que te lleva a consumir drogas anula las conductas normalmente ligadas a la supervivencia, como la búsqueda de alimento, refugio y apareamiento. Lo que nos lleva de vuelta a la reducción: «esto, y nada más que esto.» (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">Un documento de los primeros tiempos de Alcohólicos Anónimos define el alcoholismo como una forma temeraria de contabilidad: «Tabla objetiva de pérdidas y ganancias derivadas del consumo incontrolado de alcohol.»8 Consta de dos columnas paralelas: «activos» y «pasivos». Cada activo tiene su correspondiente pasivo o, lo que es lo mismo, su precio. El «placer de despreciar las convenciones» va de la mano del «castigo de la indiscreción» y «la placentera evasión de la realidad» produce el «temor a estar lo bastante sobrio para verse a uno mismo bajo una luz sincera y nada halagüeña». La columna de los pasivos se ensancha a medida que va bajando, representando la evolución de la enfermedad, obligando a la columna de activos a estrecharse cada vez más (...).</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">El neurofarmacólogo George Koob, director del National Institute on Alcohol Abuse and Alcoholism, se referiría a esta desintegración vertical como un «ciclo en espiral de angustia y adicción»9 compuesto por tres fases interconectadas: obsesión/ expectativa, consumo/embriaguez y abstinencia/repercusiones negativas. (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">Es una extraña experiencia doble, volver sobre ciertos momentos de mi propia vida con los subtítulos de la biología debajo. Es como ver una película de suspense una vez que el misterio final se ha desvelado. Puedo entender que esnifar rayas de coca de la mesa de centro de un chaval activara un receptor que bloqueó la recaptación de dopamina en mi cerebro, por lo que esta habría permanecido más tiempo en mis sinapsis. Pero yo viví ese bloqueo como el nacimiento de mi propia voz. Era la muda de una piel de serpiente, el abandono del miedo. (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><iframe allowfullscreen="" class="BLOG_video_class" height="266" src="https://www.youtube.com/embed/oTE2BYi7peA" width="320" youtube-src-id="oTE2BYi7peA"></iframe></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">Parte de la trampa de la dependencia del alcohol es que se vuelve casi imposible imaginar la vida sin la bebida. La inevitabilidad se convierte en una coartada... o un pretexto. «Cuando estoy borracha, todo va bien –dice uno de los personajes de Rhys–. Sé que no podía haber hecho otra cosa.»12 El yo ebrio se convierte en el yo revelado, más que transformado, una identidad que siempre ha estado al acecho en nuestro interior, necesitada, desesperada, desvergonzada. Cuando vi al vigilante nocturno de Nicaragua al día siguiente de haber follado con un desconocido delante de sus narices, pensé que él había vislumbrado una versión de mí misma más auténtica que la que yo enseñaba al mundo. Era una versión de mí misma que por lo general me cuidaba mucho de revelar, ya fuera por precaución, prudencia o temor: un yo sin límites, todo sufrimiento, siempre tratando de aferrarse a algo. Sería más preciso, creo, decir que el alcohol expresa y crea ese yo al mismo tiempo. Emborracharme no sacaba a la luz la persona que yo era –en un sentido absoluto, estático, categórico–, sino una versión de mí misma en la que temía convertirme. Estando borracha, creía que todo mi ser se reducía a una profunda inseguridad. (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">Cuando hablo de ese hombre de Nicaragua –algo que no hago con frecuencia y, cuando lo hago, suele ser para explicar cómo y por qué dejé de beber–, siempre digo «A ver, no fue una violación». Yo le había dado ciertas señales de consentimiento, como, por ejemplo, la ausencia de una negación rotunda. Pero consentir estando borracha significa algo que todavía me cuesta poner en palabras. Era como si ya me hubiese mostrado disponible al comportarme como alguien sin amor propio, como si fuera una hipocresía convertirme de pronto en alguien distinto. Por aquel entonces solía emborracharme precisamente para alcanzar un punto en el que me desentendía por completo de mí misma. La única diferencia es que esa vez ocurrió estando con él. (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">Estando allí, no dejaba de preguntarme si sería capaz de seguir adelante con lo que estaba a punto de hacer. No es que no le hubiese puesto los cuernos a Peter de no haber estado borracha, sino más bien que me había emborrachado para poder ponerle los cuernos. Bebí hasta alcanzar el estado de gravedad cero, lo que Hemingway llamaba «la valentía del ron» y Lowry «la temeridad del tequila». (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">Soy capaz de algo así?», te preguntas y, luego, te miras y contestas: «Supongo que sí.» No tuve tanto la sensación de haberme convertido en una mentirosa cuanto de haber descubierto que siempre lo había sido. (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><iframe allowfullscreen="" class="BLOG_video_class" height="266" src="https://www.youtube.com/embed/zVHuIdFcgv8" width="320" youtube-src-id="zVHuIdFcgv8"></iframe></div><br /><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">Muchos científicos prefieren la expresión «dependencia química» a términos como «drogadicción» o «toxicomanía». Cuando Berryman empezó a identificarse como alcohólico, lo describió en los siguientes términos: «Todos somos personas dependientes. Si nos quitan ciertas sustancias químicas, tenemos que buscar otra cosa de la que depender.»13 Pero todos somos personas dependientes, literalmente todos –es algo intrínseco a la condición humana–, así que ¿cómo se explica que algunas personas sean más susceptibles que otras de sufrir una dependencia química en particular? Podría decirse que yo estoy hecha de inseguridad. Podría decirse que todos lo estamos. Podría decirse que la ausencia de mi padre durante ciertas etapas de mi infancia generó en mí cierta inseguridad o me llevó a buscar cierta clase de relaciones con los hombres que seguían generando inseguridad. Podría decirse que mi padre era alcohólico y también su hermana y el padre de ambos también. Podríamos citar un estudio que se desarrolló durante veinte años y halló patrones cromosómicos en más de 2.255 familias «directamente afectadas por el alcoholismo»,14 lo que llevó a la conclusión de que ciertos cerebros están más predispuestos que otros a las adaptaciones neuronales que permiten la dependencia química. Podría decirse que todo se reduce a cómo las neuronas de determinado individuo responden a los neuromoduladores de su metabolismo; que todo depende de una compleja constelación de particularidades presentes en tu genotipo, y que el tratamiento o el castigo que reciben dichas reacciones dependen del dinero que tengas y de tu tono de piel, y todas estas explicaciones serían ciertas y ninguna sería suficiente. Tal vez la única verdad indiscutible sea el reconocimiento de que toda explicación es parcial y provisional, una forma con la que aspiramos a llenar el espacio vacío del «¿por qué?». Siempre que me emborrachaba, sabía exactamente por qué lo hacía. El motivo rara vez se repetía: porque merecía liberarme de la carga de mi propia inseguridad y de la interminable cháchara de mis monólogos y juicios internos o porque había algo oscuro y disfuncional en lo más profundo de mi ser que disimulaba fingiendo ser hiperfuncional (...).</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">Era el misterio de estos impulsos lo que yo quería explorar, la posibilidad de hacerte daño a ti mismo para averiguar por qué querías hacerte daño a ti mismo, tal como exhalar a baja temperatura hace que tu aliento se vuelva visible. «En buena parte de lo que escribes –me dijo un novio–, hay muchas perchas de las que colgar el dolor, pero ninguna explicación sobre el origen de ese abrigo envenenado.»15 Cuánta razón tenía. Puede parecer hipócrita unir cierta clase de sufrimiento a los silogismos de la causa, fingir que puedes identificar la tela de ese abrigo envenenado. Días sin huella me encantaba en parte por eso, por su rechazo a la idea de que es fácil, automático incluso, dotar al alcoholismo de significado. La novela hacía hincapié en que no siempre se podía rastrear la autodestrucción hasta un inmaculado mito psicológico fundacional: «Hacía mucho que el porqué había dejado de tener importancia. Eras un borracho, no había vuelta de hoja.» El relato de Jackson sugería que el alcoholismo era más misterioso de lo que creíamos, y tal vez menos noble, un edificio en ruinas que no descansaba sobre las «grandes profundidades del alma». (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><iframe allowfullscreen="" class="BLOG_video_class" height="266" src="https://www.youtube.com/embed/XZVPHA8NcIs" width="320" youtube-src-id="XZVPHA8NcIs"></iframe></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">«¿Por qué bebes?», se preguntó Berryman en cierta ocasión en una nota, y se contestó: «(No hace falta que contestes).»18 Pero lo hizo de todos modos: «Para animar el aburrimiento [...], calmar la exaltación [...], mitigar el sufrimiento.» Enumeró otras razones: Prepotencia autodestructiva que nace de la inseguridad: soy tan genial y tan atormentado como Dylan T., Poe, etcétera. Autoengaño: «Lo necesito» para ejercer mi arte. Arrogancia: «Que os den por culo. Lo tengo bajo control.» Él no creía en una sola razón, sino en todas ellas y en ninguna a la vez: «No hace falta que contestes.» Pero ¿qué iba a hacer, si no? Volver a sus razones era una de las cosas que seguía haciendo con la esperanza de que lo ayudaran a dejarlo. (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">En Invierno en Grand Central, libro de memorias en el que habla de su experiencia como vagabundo adicto al crack que malvivía en los túneles subterráneos de la estación ferroviaria Grand Central de Nueva York, Lee Stringer describe las causas de su adicción como una obra en tres actos que gira en torno a la muerte de su hermano. Lo pone todo en cursiva: Acto I, Acto II, Acto III. Este formato le permite vincular la adicción a su pena sin por ello dejar de reconocer la naturaleza artificial de ese vínculo, que impone su pulcra estructura a un ansia mucho más compleja que está en el origen de todo. En los relatos de adicción está muy presente esta insistencia en la imposibilidad de explicarla del todo. Es un tema recurrente del género. «Le dije que bebía mucho –escribe Marguerite Duras, refiriéndose a un joven que acababa de conocer–, que había estado en el hospital por ese motivo y que no sabía por qué bebía tanto.»19 En palabras de Jackson: «Hacía mucho que el porqué había dejado de tener importancia.»20 En Yonqui, Burroughs se adelanta a las preguntas:21 «¿Por qué probaste las drogas de entrada? ¿Por qué has seguido consumiéndolas hasta convertirte en un adicto?», pero se niega a contestarlas: «El caballo siempre gana por defecto.» La mayoría de adictos, según él, «no empezaron a usar drogas por ningún motivo que alcancen a recordar». Estas negaciones no dan fe de ninguna verdad objetiva, sino que describen la naturaleza de la experiencia en sí. La resistencia a aceptar explicaciones definitivas demuestra que la adicción crea su propio impulso, su propia lógica, su propia inercia aceleradora, hasta el punto de que puede llegar a parecer independiente e irrefrenable, nacida de sí misma. Estas negaciones rechazan la simplicidad del silogismo, cualquier equivalencia matemática entre trauma y adicción, insistiendo en que el yo siempre es más opaco de lo que estamos dispuestos a creer. No hay ninguna llave sencilla capaz de abrir la cerradura del porqué. (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">En vez de ofrecer una visión sentimental del refugio que buscamos en la oscuridad, Bajo el volcán ilumina esas falsas ilusiones desde dentro. Es cierto que la novela presenta al borracho como mártir y símbolo y al alcohol como una oscura forma de comunión –el cónsul bebe como si «estuviera recibiendo un eterno sacramento»14 y se queja de un mundo «¡que pisoteaba la verdad tal como pisoteaba a los borrachos!»–, pero su propensión al melodrama se ve invariablemente desenmascarada y afeada. En palabras de otro personaje: «¿Te das cuenta de que, mientras luchas contra la muerte, o lo que imagines estar haciendo, mientras lo que hay de místico en ti se libera, o lo que imagines que se libera, mientras gozas de todo esto, te das cuenta de las extraordinarias concesiones que te hace el mundo que tiene que bregar contigo?»15 Cuando otros personajes reprenden al cónsul, es el propio Lowry quien se reprende a sí mismo por las extraordinarias concesiones hechas en su nombre. El libro puede interpretarse como la grandilocuencia de un borracho pinchada por un autor que busca exorcizar las fantasías de las que se alimenta su propio alcoholismo. (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">El cuerpo borracho del cónsul interrumpe constantemente sus caprichos líricos: «La voluntad del hombre es inconquistable»,16 afirma, y lo vence el sueño. Se siente «súbitamente abrumado por sus sentimientos, así como por un violento ataque de hipo».17 Su dependencia del alcohol es un vuelo frustrado hacia la trascendencia, como el perro que, encadenado a un poste, ladra al cielo. (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">La tragedia del cónsul no es la tragedia del significado trascendente, sino del significado ausente, pues cabe la posibilidad de que su sufrimiento no signifique nada en absoluto. El crítico literario Michael Wood habla de «una gran obra sobre la grandeza inexistente, sobre la tragedia especializada que subyace a la imposibilidad de vivir la tragedia que quieres».20 El cónsul imagina constantemente los relatos épicos en los que podría incluirse: «Vagas imágenes de tragedia y aflicción aletearon en su mente. En algún lugar revoloteaba una mariposa rumbo al mar: perdida.»21 «¡Perdida!» Resulta fácil imaginar los titulares de periódico que se proyectarían cual cintas de teletipo sobre la noción de historia del cónsul tocada por el alcohol: «Pequeña mariposa naranja pierde el norte. Hombre se emborracha y todo le parece profundo.» (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">Con su inteligencia, Lowry era capaz de ver el alcoholismo desde todas las perspectivas posibles, pero no supo encontrar una salida al mismo. (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><iframe allowfullscreen="" class="BLOG_video_class" height="266" src="https://www.youtube.com/embed/uLJVlNdluDw" width="320" youtube-src-id="uLJVlNdluDw"></iframe></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">En su libro In the Realm of Hungry Ghosts («En el reino de los fantasmas hambrientos»), Gabor Maté –el médico que ha trabajado con toxicómanos de los barrios desfavorecidos de Vancouver– compara a los adictos con los «fantasmas hambrientos» de la rueda de la vida budista: «criaturas de cuello escuálido, boca pequeña, extremidades descarnadas y grandes vientres abultados y huecos.»27 Sus cuerpos son la expresión física de ese «doloroso vacío» que impulsa la adicción, lo que Maté describe como una búsqueda de «algo fuera de nosotros mismos para refrenar una insaciable necesidad de consuelo o realización». Pero según Maté los adictos no poseen el monopolio de esa búsqueda: «Tienen mucho en común con la sociedad que los margina. En el turbio espejo de sus vidas podemos rastrear los contornos de la nuestra.»28 Sostener que la adicción es el oscuro reflejo de apetitos más universales no equivale a negar sus mecanismos físicos –el funcionamiento de los neurotransmisores y sus adaptaciones–, ni a negar la dependencia química como un fenómeno diferenciado con su propia realidad fisiológica. Se trata sencillamente de reconocer que los impulsos funcionales de la adicción están relacionados de algún modo con deseos que se manifiestan en todos nosotros: el impulso de buscar la felicidad, de mitigar el dolor, de hallar consuelo. (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">En los laboratorios circulaba un chiste que remedaba la definición de droga: dícese de cualquier sustancia que, suministrada a un roedor, produce un artículo en una publicación científica.30 Las ratas de laboratorio pulsaban la palanca de la cocaína hasta morir. (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">A principios de los ochenta, esos científicos concibieron el Rat Park, un espacioso hábitat hecho de madera contrachapada con pinos pintados que llenaron de plataformas a las que trepar, norias en las que dar vueltas, latas para esconderse, trozos de madera para jugar y –lo más importante– muchas otras ratas.32 Los roedores de esa jaula no pulsaban la palanca de la cocaína hasta morir. Tenían mejores cosas que hacer. No se trataba de demostrar si las drogas eran o no adictivas, sino que la adicción venía determinada por muchos otros factores al margen de la propia droga. Venía determinada por el aislamiento de la jaula blanca y, en la medida en que sustituía a todo lo demás, por la palanca. La mayoría de los adictos no viven en jaulas blancas desnudas –aunque algunos sí, cuando son encarcelados–, pero muchos viven en mundos marcados por carencias económicas, sociales y estructurales de todo tipo: el lastre del racismo institucional y la desigualdad económica, la ausencia de un salario digno. En la cubierta original de Blueschild Baby, la novela de George Cain, había un dibujo de un hombre negro ciñéndose el brazo con un jirón de la bandera estadounidense, buscando una vena para su siguiente chute de heroína. «¿Qué fue lo que me convirtió de veras en un comedor de opio? –se preguntaba Thomas de Quincey en 1821–. La desgracia, la más pura desesperación, una insondable oscuridad.»33 La mayoría de los adictos describen el hecho de beber o consumir drogas como una forma de llenar un vacío. En cierta ocasión conocí a una mujer que se describía a sí misma como un cubo agujereado que intentaba llenar en vano: de alcohol, de autoestima, de amor. (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><iframe allowfullscreen="" class="BLOG_video_class" height="266" src="https://www.youtube.com/embed/9ys3Dd70nXQ" width="320" youtube-src-id="9ys3Dd70nXQ"></iframe></div><br /><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">Foster Wallace se refirió alguna vez al alcohol como «la pieza que faltaba del rompecabezas interno».34 El cubo agujereado y la pieza que falta en el rompecabezas son dos visiones análogas de ese «yo entendido como carencia» de Sedgwick. Pero todas estas afirmaciones circulares de causalidad –bebes para llenar el vacío, pero el alcohol no hace sino ahondarlo– suscitan la misma pregunta: ¿de dónde viene esa carencia? (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">un yo que se va modelando a través de la búsqueda. Ese sería el cuento de hadas freudiano, en el que los resguardos de los billetes de avión aparecen como la pista definitiva que lleva hasta el asesino: «¡Ajá!» Pero yo siempre he desconfiado de la pulcritud de esta versión –psicoanálisis de pacotilla que convierte las heridas en cartas de tarot–, que parece achacar mi dependencia de sustancias adictivas a personas que no han hecho sino quererme toda la vida. Mi niñez fue más fácil que la mayoría y aun así he acabado empinando el codo. (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">también es posible que esa carencia sea sistémica. Yo nací en el denominado capitalismo tardío, un sistema económico que me vendió la idea de que me faltaba algo para a continuación venderme la idea de que el consumo de estupefacientes era la solución a esa carencia. Es cierto que a la gente le encantaba ponerse ciega mucho antes de que existiera el capitalismo, pero no lo es menos que una de las premisas fundacionales de este –la transformación a través del consumo– es otra versión de la promesa que nos hacen las adicciones. «Conviértete en alguien de provecho»: he aquí uno de los dogmas seculares del evangelio estadounidense de la productividad. Así que me he pasado años haciendo lo más que podía, lo mejor que sabía. Pero al final –concretamente, al final de cada día– me sentía exhausta y quería acallar la cháchara de todas esas exhortaciones. De ahí que echara mano de la ginebra. De ahí que echara mano del vino. (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">yo reaccionaba ante mi particular insuficiencia bebiendo porque estaba programada para hacerlo y predispuesta a reaccionar así, porque en cuanto empecé a beber comprendí que el alcohol era la manifestación más elocuente de una peculiar promesa física: «Con esto, no te sentirás insuficiente.» El alcohol prometía una forma de conciencia que no implicaba debatirme sin cesar entre las sábanas enmarañadas de mi propio ser que me impedían soñar. El alcohol prometía liberarme del automatismo que me condenaba a necesitar algo de los hombres. Era un objeto del que podía disponer a voluntad. Pero cuando el alcohol empezó a romper todas estas promesas, una tras otra, también agudizó la necesidad que me había hecho ansiarlo de entrada. Era un señuelo tramposo: prometía dicha y ofrecía vergüenza. Prometía autosuficiencia y ofrecía dependencia. También me hacía sentir como la puta reina del universo. Pero siempre era una sensación pasajera. Cuando volvía en mí por la mañana, el surco dejado por la carencia no había hecho sino ahondarse, pertinaz en su desgaste, como el salto, salto, salto de la aguja que interrumpe la canción. (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">El argumento de Blueschild Baby presenta un conflicto entre varios relatos de la adicción –como retórica política represiva, como revuelta social–, pero sin olvidar jamás la adicción como realidad física: nervios crispados y piel reseca, cuerpos demacrados y sudor, la sensación de los «huesos restregándose entre sí».41 A lo largo de la novela, Cain plantea un alejamiento de sus viejas justificaciones políticas para consumir drogas –es un corte de mangas al orden establecido, una forma de «vivir la vida sin restricciones»,42 rebelándose contra las estructuras del poder blanco o las tiránicas exigencias de la movilidad racial ascendente– y en última instancia se resiste a los cantos de sirena que lo invitan a ensalzar la drogadicción como una forma de protesta social. Cuando George ve a un grupo de «yonquis que asienten sin cesar» en la calle mientras escuchan a un hombre que reclama apoyo para las «víctimas de la revuelta de Newark», ya los ve «no como los elegidos, abocados a la destrucción por su propia lucidez y frustración, sino tan solo víctimas desvalidas, demasiado débiles para luchar».43 Si la novela de Cain se resiste a caer en esas alquimias facilonas que podrían idealizar la adicción como una forma de rebeldía, negándose a ignorar su coste humano, su propia biografía frena la tentación de narrar la lucidez como salvación. La adicción personal de Cain era el resultado de varias fuerzas motrices –la seducción del artista torturado que convierte la oscuridad en oro, la cruz de haber nacido negro en un país que lo consideraba un delincuente antes incluso de nacer–, pero el hecho de exponer estas motivaciones en su novela no bastó para liberarlo de los imperativos físicos de la propia adicción. (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">Cain siguió intentando volcarse en una segunda novela. No quería caer en la trampa del primer y único libro en la que, a su parecer, habían caído tantos escritores negros. Consumía cada vez más heroína porque el libro no avanzaba y el libro no avanzaba porque consumía cada vez más heroína. Hacía malabarismos para compatibilizar un trabajo de jornada completa como profesor en la Staten Island Community College y una adicción de jornada completa (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">Se suponía que iba a empezar la novela que pasaría los siguientes dos años escribiendo, pero todas las mañanas, nada más despertar, pensaba: «No bebas. No bebas. No bebas.» Así que no bebía durante una hora, ni durante la siguiente. Tampoco escribía nada. Me sentaba en el sofá verde de mi hermano y lloraba. Llamaba a Dave, que me contaba que no había vuelto a casa hasta las dos de la madrugada porque había estado cantando en un karaoke. Lloraba más todavía. Él me preguntaba por qué estaba llorando, su tono era una mezcla de amor y confusión. Yo no sabía cómo explicarle lo difícil que me resultaba pasar un solo día sin beber o tan siquiera plantearme la posibilidad de pasar cada día, cada hora, una hora más, sin beber. Creía que iba a volverme loca. (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">Dave decía que le resultaría más fácil darme las cosas que yo quería –atención, afecto, tiempo– si no las exigiera de un modo tan imperioso. Ciertos paralelismos me atormentaban: si yo no necesitara tan desesperadamente que él me demostrara su amor, lo tendría en abundancia. Si no necesitara tan desesperadamente beber, podría hacerlo con moderación. (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">«El año pasado nuestras peleas de borrachos no tenían ninguna razón de ser –escribió en cierta ocasión Robert Lowell–, salvo todas las razones, salvo todas las razones.» (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">me impedía ver que él también tenía muchas inseguridades. Lo que pasaba era que no las expresaba como yo, bebiendo hasta perder los papeles, como si esa fuera la única divisa emocional que yo reconocía. (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><iframe allowfullscreen="" class="BLOG_video_class" height="266" src="https://www.youtube.com/embed/leuVI9e_3b0" width="320" youtube-src-id="leuVI9e_3b0"></iframe></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">En sus contradicciones institucionales, su mezcla de categorías e incluso su arquitectura, la narcogranja manifestaba una versión más inteligible de la misma disonancia cognitiva que definía la relación de Estados Unidos con las adicciones. El formulario de admisión que rellenaba cada «voluntario» reflejaba una organización de imponderables, un paciente que debía presentarse como alguien que buscaba la reorganización: Nombre: Robert Burnes.69 Lugar de nacimiento: Hallettsville, Texas. Descripción física: 47 años, constitución delgada. Ojos verdes, pulcro en el vestir. Medio de vida: representante comercial. Motivo de la adicción: evitar la monotonía de la vida. (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">El día era una piel tirante de la que solo el alcohol podía ayudarme a escapar. Las noches se convirtieron en interminables cálculos: ¿cuántas copas de vino ha bebido cada persona de esta mesa?, ¿quién ha bebido más y cuánto es eso?, ¿cuánto puedo beber de lo que queda sin que se note?, ¿a cuántas personas puedo servir y cuánto puedo servirles de modo que quede suficiente para servirme a mí misma?, ¿cuánto tiempo pasará hasta que vuelva el camarero y qué probabilidades hay de que alguien le pida otra botella? (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">Por aquel entonces, cada vez que hablaba con alguien acerca de algo que no fuera beber, tenía la sensación de estar mintiendo. Pero sentía el peso abrumador de una pena anticipada cada vez que intentaba imaginar mi vida como una sucesión de noches sobrias: insomnes, anodinas, implacables. (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">le pedía una y otra vez que nuestras vidas estuvieran más interconectadas –haciendo hincapié en esa palabra, «interconectadas», para describir ese vínculo del que creía que carecíamos–, pero esta petición venía motivada tanto por el miedo como por el deseo: el miedo a que me abandonara, a que me considerara insuficiente. Y, a decir verdad, una parte de mí ya no deseaba en absoluto que nuestras vidas se interconectaran y, de hecho, prefería las noches que pasábamos separados. Si Dave volvía a casa tarde, yo podía beber a solas y, si estaba dormido cuando yo llegaba a casa, podía seguir bebiendo por mi cuenta sin tener que explicarle por qué estaba borracha perdida, ni por qué quería seguir emborrachándome. Beber me resultaba más fácil en la habitación a la que llamábamos mi estudio, donde él no podía entrar sin al menos llamar a la puerta. Quería a Dave más de lo que nunca había querido a nadie, pero también quería que se quedara al otro lado de la puerta: a este lado estábamos mi whisky y yo. (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">Beber había dejado de ser electrizante para convertirse en una rutina trasnochada, poco más que un claustrofóbico juego de los triles: ¿acabará el día con una pelea o no? Yo seguía bebiendo vino hasta que los dientes se me teñían de rojo, seguía bebiendo whisky hasta que la garganta me ardía como si estuviera en llamas, seguía agachándome en el lavabo de turno con un ataque de hipo, viéndolo todo borroso a mi alrededor, la espalda apoyada en un sofisticado papel de pared, las rodillas pegadas al pecho, preguntándome: «¿Cuándo se acabará esto?» (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">Ese primer invierno, la sobriedad era para mí sinónimo de olor a naranjas y humo de leña. Era el furibundo, peligroso resplandor de la luz del sol sobre la nieve y el aire cálido de la calefacción del coche. Era el insomnio. Era una mujer contándome que había conseguido la custodia de su hijo pero que seguían viviendo en su furgoneta, era verme allí plantada, sufriendo por ella, agradecida por la moneda corriente de una expresión como «Hay que vivir día a día», que parecía una estupidez hasta que dejaba de serlo. La sobriedad era frágil e incómoda, pero también era lo único que no había probado en serio. Mi mundo se redujo a una serie de horas a las que debía sobrevivir. Me sentía hipersensible, con los nervios a flor de piel. Los anuncios de la radio me hacían llorar. Siempre asociaré la sobriedad a cierta clase de luz que solo he visto en los amplios horizontes invernales de Iowa: una luz dura, expansiva, implacable. Venía de cielos inmensos y helados, de ese azul que empequeñece cuanto toca, y destellaba sobre las lomas de nieve. Bajo esa luz, una claridad tan cruda y pura que dolía, yo no podía estar sino desnuda. (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><iframe allowfullscreen="" class="BLOG_video_class" height="266" src="https://www.youtube.com/embed/MVAyEPbgqys" width="320" youtube-src-id="MVAyEPbgqys"></iframe></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">Lo que finalmente salvó a Wilson fue la intervención de un viejo amigo suyo llamado Ebby, cuya franqueza respecto a su propio alcoholismo, y su espiritualidad recién hallada, abrieron a Wilson la posibilidad de creer. Al principio, no las tenía todas consigo. «¡Que hable cuanto quiera! –pensó–. Mi ginebra durará más que su sermón.» Pero algo cambió en el transcurso de aquella charla, tras la cual Wilson ingresó en el hospital buscando «apartarme de una vez por todas del alcohol». Tal como escribió en el Gran Libro: «No he vuelto a probar ni gota desde entonces.» Este cambio al pretérito perfecto –no he vuelto a probar ni gota– indica a los lectores que esa vez fue distinta a todas las anteriores. Esos otros intentos estaban condenados a un pretérito imperfecto, a un ciclo sin fin: «Seguía creyendo que podía tener la situación bajo control [...]. Había periodos de sobriedad [...]. Poco después volvía a casa borracho [...]. Había escrito montones de promesas maravillosas [...]. Más pronto que tarde volvía a las andadas y me preguntaba cómo había podido pasar [...]. Me decía a mí mismo que la próxima vez lo haría mejor [...].» (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">No me sorprendió saber que a veces, cuando recomienda a ciertos pacientes que acudan a las reuniones de AA, la doctora Chisolm también les hace una advertencia. «Eres muy listo –les dice– y eso puede volverse contra ti.»23 La idea de ser «demasiado lista para AA» apelaba directamente a esa parte de mí que en ocasiones veía un afán reduccionista en las perogrulladas del programa o que consideraba sus relatos demasiado simplistas. Pero también era consciente de que «ser demasiado lista para AA» podía convertirse en un canto de sirena para el ego, llevarte a pensar que eras la excepción al relato común, inmune a todos los aforismos, con una conciencia demasiado compleja para tener mucho en común con nadie. Yo me daba cuenta incluso de que mi rechazo a esa egolatría era, hasta cierto punto, otra forma de egolatría: me enorgullecía de no creerme demasiado lista para AA, como si mereciera una estrellita dorada por resistirme a caer en la arrogancia. (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">No fue hasta 1953, cuando tocó fondo por enésima vez, que Jackson decidió por fin afiliarse a la organización. «Esa gente sabía por lo que había pasado –dijo entonces–, esa gente había estado en los mismos lugares que yo, pero había encontrado algo que yo no tenía y quería tener.»31 Ocurrió mientras estaba ingresado en la Saul Clinic de Filadelfia, un centro de rehabilitación para alcohólicos dirigido por un médico que, hacía años, había escrito una carta personal a Jackson para rogarle que escribiera una segunda parte de Días sin huella en la que contara la recuperación de Don. «Mi única intención es hacerte ver la responsabilidad que tienes en las manos y todo el bien que podrías hacer –había escrito el doctor Saul–, pues todo alcohólico y su familia esperan la continuación de Días sin huella.»32 Pero nueve años más tarde, cuando Jackson llegó a la Saul Clinic, la ironía era sangrante: allí estaba, pidiendo ayuda para dejar el alcohol al mismo médico que le había pedido que ayudara a otros a dejar de beber narrando su propia rehabilitación (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">A veces quedaba con otros alcohólicos para tomar café y pastas, los vicios que todavía podíamos permitirnos, y en algún momento de esos encuentros empecé a imaginar que podía aprender a beber mejor. En secreto, mientras leía el Gran Libro con otra mujer frente a un plato de magdalenas con descuento por ser de la víspera, iba pergeñando mi plan: si volvía a beber, solo lo haría tres noches por semana. Esa restricción me haría parecer funcional a los ojos de Dave y, con un poco de suerte, mantendría mi umbral de resistencia al alcohol lo bastante bajo para poder pillar el punto justo con solo tres copas (puede que cuatro) y a lo mejor ese punto justo de ebriedad se mantendría ahí, en el nivel perfecto, y las otras cuatro noches serían maravillosas noches sin alcohol –¡maravillosas noches sin alcohol!en las que por supuesto tendría el aliciente de las noches con alcohol que vendrían después. Si alguien se preocupaba por mí, me limitaría a señalar las noches sin alcohol, lo bien que lo llevaba, lo mucho que las disfrutaba. Estaba convencida de que mi plan podría funcionar. De hecho, me parecía que estaba bastante chupado. En esas andaba cuando empezamos un nuevo capítulo del Gran Libro: «La idea de que algún día, de algún modo, podrá controlar y disfrutar del alcohol es la gran obsesión de todo bebedor patológico.» Ajá. Tocada y hundida. No era solo que el Gran Libro me hiciera sentir transparente y diera de lleno en el blanco. Cuando Emily, una amiga que también había dejado de beber, me envió un poema de Carver sobre el alcoholismo titulado «Suerte», me vi reflejada en el yo poético, en ese niño de nueve años que deambula por una casa desierta, repleta de vasos y copas a medio beber, el día después de una fiesta. El chico bebe un culito de whisky tibio y luego otro. Es un maná inesperado, todo ese alcohol a su alcance sin nadie que le impida beberlo: Qué suerte, pensé. Años después, aún quería renunciar a los amigos, el amor, los cielos estrellados, a cambio de una casa en la que no había nadie, nadie iba a volver, y podía beber cuanto quisiera. Estos versos44 expresaban el ansia que anidaba en mi interior, el anhelo de desaparecer entre los aterciopelados pliegues de una borrachera solitaria sin que nadie me lo impidiera. El poema lo decía de un modo llano y simple, sin dobleces ni excusas. (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">Hacia el final de The Fantastic Lodge, Janet ha redactado un manuscrito sobre su adicción y recuperación, pero no le sirve de nada. «Tenía muchas esperanzas de que le publicaran el libro –afirma su psiquiatra en el epílogo– y llevaba el manuscrito consigo allá donde fuera», en una bolsa de papel marrón que estaba a punto de rasgarse a causa del peso.3 En las reuniones me habían dicho que contar nuestras historias nos salvaría, pero yo me preguntaba si eso era cierto en todos los casos. ¿Qué pasaba si nuestra historia no era más que un peso muerto, un fajo de páginas en una frágil bolsa de papel? (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">En El resplandor, Jack Nicholson interpreta a un «borracho seco» que aporrea desesperadamente las teclas de la máquina de escribir en un solitario hotel de montaña cerrado al público que es en sí mismo una encarnación de la sobriedad impuesta, con su laberinto de pasillos enmoquetados y habitados por los siniestros fantasmas de juergas pasadas. Jack se vuelca en su manuscrito pero acaba escribiendo el mismo proverbio a lo largo de cientos de páginas: «No por mucho madrugar amanece más temprano», sin más variación que los márgenes y alguna que otra errata: «No por macho madrugar amanece más temprano», «No por mucho mendrugar amanece más temprano». Es la sobriedad vista a través de un espejo empañado. No por mucho madrugar –o lo que es lo mismo, dejar de beber– conseguirás que la vida recupere el brillo perdido. La vida, la prosa, todo. En la adaptación cinematográfica, Jack empieza a beber otra vez o, por lo menos, tiene tantas ganas de volver a beber que alucina con su propia recaída. Lloyd, el camarero fantasma del bar del vestíbulo, que siempre está desierto, le sirve un vaso de bourbon con gesto impasible. «Brindo por estos cinco desdichados meses de sequía –le dice Jack– y por el daño irreparable que me han hecho.»6 La novela homónima de Stephen King en la que se basa la película de Kubrick narra una recuperación fallida, enmarcada por una visión deformada de la rehabilitación: un hombre que ha dejado de beber a regañadientes sufre una recaída en un hotel desierto y perdido en las cumbres de las Montañas Rocosas. Lejos de contar con una comunidad que lo arrope, Jack Torrance vive completamente aislado. Cuando acepta un puesto de trabajo en el hotel Overlook, ya ha dejado de beber, pero sigue consumido por el resquemor y la ira de los que se alimentaba su alcoholismo. «¿Alguna vez pasaría una hora –se pregunta–, no digamos ya una semana o un día siquiera, sino tan solo una hora despierto sin desear una copa con todas sus fuerzas?» (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><iframe allowfullscreen="" class="BLOG_video_class" height="266" src="https://www.youtube.com/embed/j15TmcqSwVQ" width="320" youtube-src-id="j15TmcqSwVQ"></iframe></div><br /><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">En El resplandor, Jack Nicholson interpreta a un «borracho seco» que aporrea desesperadamente las teclas de la máquina de escribir en un solitario hotel de montaña cerrado al público que es en sí mismo una encarnación de la sobriedad impuesta, con su laberinto de pasillos enmoquetados y habitados por los siniestros fantasmas de juergas pasadas. Jack se vuelca en su manuscrito pero acaba escribiendo el mismo proverbio a lo largo de cientos de páginas: «No por mucho madrugar amanece más temprano», sin más variación que los márgenes y alguna que otra errata: «No por macho madrugar amanece más temprano», «No por mucho mendrugar amanece más temprano». Es la sobriedad vista a través de un espejo empañado. No por mucho madrugar –o lo que es lo mismo, dejar de beber– conseguirás que la vida recupere el brillo perdido. La vida, la prosa, todo. En la adaptación cinematográfica, Jack empieza a beber otra vez o, por lo menos, tiene tantas ganas de volver a beber que alucina con su propia recaída. Lloyd, el camarero fantasma del bar del vestíbulo, que siempre está desierto, le sirve un vaso de bourbon con gesto impasible. «Brindo por estos cinco desdichados meses de sequía –le dice Jack– y por el daño irreparable que me han hecho.»6 La novela homónima de Stephen King en la que se basa la película de Kubrick narra una recuperación fallida, enmarcada por una visión deformada de la rehabilitación: un hombre que ha dejado de beber a regañadientes sufre una recaída en un hotel desierto y perdido en las cumbres de las Montañas Rocosas. Lejos de contar con una comunidad que lo arrope, Jack Torrance vive completamente aislado. Cuando acepta un puesto de trabajo en el hotel Overlook, ya ha dejado de beber, pero sigue consumido por el resquemor y la ira de los que se alimentaba su alcoholismo. «¿Alguna vez pasaría una hora –se pregunta–, no digamos ya una semana o un día siquiera, sino tan solo una hora despierto sin desear una copa con todas sus fuerzas?» (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">El resplandor es más que la historia de una recaída; cuenta también las frustraciones de un «borracho seco» –término empleado en la jerga de la rehabilitación para referirse a alguien que ha dejado de beber pero sigue atado a las dinámicas del alcoholismo–, un hombre que intenta seguir adelante apretando los puños, literalmente: las manos y los dedos de Jack aparecen constantemente a lo largo de las seiscientas páginas de la novela, «entrelazados con fuerza sobre el regazo, restregándose entre sí, sudando»,8 mientras las uñas «se le clavan en las palmas de las manos como diminutas marcas de ganado», tiemblan o se repliegan en puños crispados por «el ansia, la necesidad de emborracharse». Si bien Jack lleva más tiempo sin probar alcohol en la novela que en la película –catorce meses, para ser precisos, aunque él no cuente los días, ni mucho menos–, se enfada porque cree que su esfuerzo no ha recibido el reconocimiento que merece. (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><iframe allowfullscreen="" class="BLOG_video_class" height="266" src="https://www.youtube.com/embed/IsvcphahHVs" width="320" youtube-src-id="IsvcphahHVs"></iframe></div><br /><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">Cuando Stephen King escribió El resplandor, a mediados de los años setenta, lo hizo «sin ser consciente siquiera [...] de que escribía sobre mí mismo».20 En el punto álgido de su adicción, King llenaba las papeleras de botellas de cerveza y esnifaba tanta cocaína que tenía que meterse varios pañuelos de papel en las fosas nasales para no sangrar sobre la máquina de escribir. El resplandor es una pesadilla escrita por un toxicómano que vivía aterrado por la sobriedad. «Temía –reconoció King décadas más tarde– no ser capaz de volver a escribir si dejaba el alcohol y las drogas.» (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">Beber me sumía en una realidad mullida e indulgente, que centelleaba como un patio sembrado de luciérnagas, que olía a buena carne y a humo de leña. Y todo eso estaba pasando ya, en ese mundo cercano y posible que me decía: «Vente para acá.» En ese mundo, podría beber como siempre había querido, con la diferencia de que allí no se me iría de las manos, sino que saldría bien. Por descontado, no me emborracharía para luego darme un atracón con los restos de pasta reseca de la nevera y decirle a Dave que aborrecía su compulsiva necesidad de afirmación, algo que a mí no me pasaba, evidentemente. Por descontado, no rompería a llorar ni me secaría la nariz con la mano mientras le preguntaba por qué no podía siquiera consolarme, por qué le daba tanto asco mi tristeza. (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">Tras publicar Buenos días, medianoche en 1939, la propia Rhys tropezó y cayó a un abismo, como si su novela encerrara una profecía. Estuvo desaparecida durante una década en la que no publicó nada, en la que nadie sabía dónde se había metido. Circulaba el rumor de que había muerto en un sanatorio o en París o tal vez durante la guerra.24 Los escasos artículos que se publicaron sobre su obra durante esos años se referían a ella como «la malograda Jean Rhys». (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">Durante los años que estuvo «desaparecida», Rhys empezó a trabajar en el libro que acabaría haciéndola famosa. Era una novela sobre la loca del ático de Jane Eyre, la novela de Charlotte Brontë, y también un intento de rescatar a este personaje de la infamia y la locura, de contar su pasado como una mujer exiliada de su patria caribeña y engañada por un hombre. Nada que ver con Rhys, claro está. «Lo mío me está costando, pero tengo algo nuevo entre manos –escribió a un amigo–. Qué criatura más cansina era o sigo siendo. Pero si consigo hacer este libro, eso ya no tendrá tanta importancia, ¿a que no?» (...)<br /><br />La sobriedad me había decepcionado en casi todos los sentidos imaginables: no había servido para reparar mi relación con Dave; me hacía sentir exhausta e insegura; convertía cada palabra que escribía en algo anodino y esforzado. Me veía como una víctima de mi propia vida, como si la sobriedad fuera un charlatán de medio pelo que me había hecho promesas que luego no había cumplido. Me había quitado aquello que más ilusión me hacía al despertar por las mañanas. Me había sumido en una sucesión de días monótonos, envueltos por una especie de velo gris que solo el antidepresivo parecía capaz de apartar ligeramente. Ahora que esa capa gris se había desvanecido lo bastante para poder atisbar qué había más allá de sus contornos, me decía a mí misma que beber no tenía por qué ser sinónimo de oscuridad. No es que tomara la decisión consciente de dejar de acudir a las reuniones, sino que me fui apartando de ellas poco a poco, no sin remordimientos, rindiéndome al «hoy no estoy de humor para ir» durante muchos días seguidos, hasta que habían pasado varios meses desde la última reunión a la que había ido. Y, sin las reuniones, la sobriedad se había convertido en un lastre que yo cargaba de aquí para allá sin motivo alguno. (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">Durante los primeros meses, intenté respetar algunas de las normas que había elaborado mientras soñaba despierta en las sesiones de lectura del Gran Libro. Tenía claro desde el principio que prefería pillar un ciego tres noches a la semana que limitarme a «un par de copas» cada noche. Si no llegaba a emborracharme, beber no tenía sentido para mí. Las noches que no bebía nada en absoluto eran como puntos que iba sumando en mi haber. Cuando hubiese acumulado unos cuantos, podría permitirme una noche de abandono total. (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi8KQWIHi3lj21DH0j0gDvhpFJ2GfsyLmK0SyeqlHxgvcEQg5Q5dNrfK8W_tBMsD3IIE5SIglOHPhg-dEhDNodOramG7nr2DnzBi9wyPioFbgF53OBxcGPpWiGaiz7jSmvH-DpObwozVKBkY1DN6hvVFNzJibIjgJF8DK2WGD-Zwqpcqx8LuI8NJQMtAMg/s960/stringer.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="960" data-original-width="720" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi8KQWIHi3lj21DH0j0gDvhpFJ2GfsyLmK0SyeqlHxgvcEQg5Q5dNrfK8W_tBMsD3IIE5SIglOHPhg-dEhDNodOramG7nr2DnzBi9wyPioFbgF53OBxcGPpWiGaiz7jSmvH-DpObwozVKBkY1DN6hvVFNzJibIjgJF8DK2WGD-Zwqpcqx8LuI8NJQMtAMg/w300-h400/stringer.jpg" width="300" /></a></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">Parte de la inmensa generosidad de Invierno en Grand Central, el libro de memorias de Lee Stringer, reside en su predisposición a consentir que la recuperación sea un relato embrollado. La historia de Stringer puede leerse como la de un vagabundo que logra salir de las calles, un drogadicto que aparta la pipa del crack, un narrador buscando su voz, pero desde luego no es una visión profética capaz de dividir el mundo en un antes y un después. La escena inicial podría encerrar la promesa de una conversión fácil –Stringer encuentra un lápiz en el suelo del sótano mientras apura el contenido de su pipa de crack–, pero el resto del libro insiste en retratar su recuperación en términos más complejos. En esa primera escena, el libro se insinúa como la triunfal conclusión de su propio arco narrativo: la pipa de crack es intercambiada por un lápiz. Pero el día que encontró el lápiz Stringer siguió fumando todo lo que se le puso por delante. Incluso cuando empezó a escribir una columna de forma regular para el diario Street News, «había cuatro cosas que hacía todos los días sin falta. Buscar guita, pillar algo de piedra, darle a la pipa y escribir» (...).</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">Stringer recae incluso después de haberse desenganchado del todo. Está la vez que le entran unas ganas inmensas de colocarse y en lugar de hacerlo se mete en un cine, pero luego está también la vez que le roba cinco mil dólares a una anciana para comprar crack y correrse una juerga que dura tres semanas. Confiesa incluso haberse entregado a estos desmanes con el libro ya contratado. Quizá precisamente por eso. Cuando uno de los orientadores de su programa ambulatorio de rehabilitación le pregunta si estaría dispuesto a renunciar a la escritura con tal de recuperarse, Stringer comprende que se ha estado «aferrando a la idea de terminar Invierno en Grand Central como un náufrago se aferraría a su tabla de salvación».4 Constata que hay un hilo de deseo que atraviesa toda su vida. No solo el deseo de drogarse, sino también el deseo de escribir como sustituto de la droga. Los aspectos más duros de su relato de recuperación dan fe de su resistencia a ofrecernos un argumento sin fisuras: «Conviértete en un adicto. Cuéntalo. Supéralo.» El libro es la confesión de que su historia no habrá concluido ni siquiera después de que la haya contado. (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">Eve Kosofsky Sedgwick cuenta que los adictos proyectan sentimientos de «consuelo, reposo, belleza o energía» en la sustancia de la que dependen, en lo que ella denomina «belleza atribuida equivocadamente al elemento mágico»,6 y eso era justo lo que yo estaba haciendo, en la prosa y en la vida, buscando a un deus ex machina, esperando del alcohol que supliera el pulso narrativo que me faltaba, esperando de mis guerrilleros que vislumbraran colmenas luminosas entre los árboles de la jungla. (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">ahora me arrepentía de haber ido a las reuniones porque habían contaminado mi relación con la bebida. Era como el chiste sobre dos borrachos que ven Días sin huella; cuando salen dando tumbos de la sala de cine, uno de ellos dice: «Dios mío, no volveré a probar el alcohol», a lo que el otro replica: «Dios mío, nunca volveré a ir al cine.»7 Había una vocecilla en mi interior dispuesta a contemplar la posibilidad de que no todo el mundo se pasara horas intentando decidir si su desesperada ansia de beber era anterior a las reuniones de Alcohólicos Anónimos o consecuencia de estas, pero esa vocecilla me sacaba de quicio. Procuraba no escucharla. Mi proyecto de consumo moderado de alcohol era una locura de principio a fin. La primera vez que oí la expresión «beber para acabar bebido», me pareció que encerraba una tautología no exenta de humor. Por supuesto que uno bebía para acabar bebido. Tal como respiraba para obtener oxígeno. Eso explicaba en parte que la moderación fuera como una constante pirueta acrobática. (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">Durante mucho tiempo, había creído que mi relación con el alcohol era lo opuesto a la anorexia, una actitud de abandono frente a otra de restricción, pero empezaba a comprender –durante los días que intentaba practicar la moderación– que mi relación con el alcohol no era sino una extensión de aquellos tiempos restrictivos. Pasar hambre era como resistir a un ansia infinita y beber era como sucumbir a esa misma ansia, pero en ambos casos era la obsesión lo que me avergonzaba, la sensación de verme consumida por un deseo tan limitado en su objeto. Cuando restringía lo que comía, me avergonzaba que no hubiese nada en el mundo que deseara tanto como comer –sin medida ni criterio– y, cuando bebía, me avergonzaba de que no hubiese nada en el mundo que deseara tanto como beber. Intentar controlar lo que bebía no hacía sino demostrar lo profundo que era ese anhelo, como quien arroja una piedra a un pozo y nunca llega a oír cómo toca el fondo. (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">El diario The Guardian publicó un perfil de la escritora bajo el título «Predestinada a la tristeza».11 Pero Rhys no creía que su trabajo fuese especialmente triste. Según ella, se limitaba a contar la verdad. Le molestaba que los entrevistadores siempre la encasillaran en un «papel predestinado, el de víctima».12 A menudo se declaraba harta de sí misma. En una carta afligida que envió a una de sus mejores amigas, se despedía con las palabras: «Fin del concierto en quejido menor.»13 Todos veían los personajes de sus libros como víctimas, dijo a un entrevistador, «y no me gusta que así sea. En cierto sentido, todos somos víctimas, ¿no cree?».14 En su opinión, la diferencia era que ella estaba dispuesta a hablar sin pelos en la lengua: «Soy la única invitada a un baile de disfraces que no lleva antifaz.»15 Al final, elaboró una «declaración de derechos»16 para defenderse de sus entrevistadores: No soy una ardiente defensora de las mujeres, ni una víctima (en todo momento), ni una pobre imbécil. Rhys nunca quiso ser una víctima (en todo momento). Me encanta ese inciso entre paréntesis, con el que quería salvaguardar el derecho a ser una víctima en alguna que otra ocasión. (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">Rhys diseccionaba constantemente la autocompasión tirando de los hilos con los que se tejía su coartada. Los personajes femeninos de sus libros eran sus cilicios: a través de ellos, Rhys podía compadecerse, regañarse, humillarse y martirizarse. Seguía siendo la niña que había destrozado la cara de su muñeca y luego había llorado su pérdida. Su autocompasión no era una aguja atascada en un mismo surco del gramófono, porque la canción que sonaba nunca era la misma. Una de sus heroínas imagina su propio rostro como una máscara «deforme y atormentada»18 que puede quitarse siempre que le plazca o lucirla bajo «un sombrero vistoso con una pluma verde».19 Lo suyo no era autocompasión a secas sino con una vuelta de tuerca, una pluma verde que adornaba su rostro poco agraciado. Defender la obra de Rhys negando su poso de autocompasión es aceptar la premisa de que hay que reprimir ese sentimiento sin piedad, en la línea de Lewis Hyde cuando afirmó que The Dream Songs se regodeaba en la autocompasión. Pero tanto Rhys como Berryman se negaban a ignorar el pozo sin fondo de la autocompasión, con la fealdad y la vergüenza que conlleva, como parte del propio dolor. Yo no podía achacar mi regodeo en la autocompasión al hecho de haber vuelto a beber –estando sobria también me las había arreglado para sentir lástima por mí misma–, pero el alcohol prendía la mecha, desde luego, y en una fiesta de ese otoño acabó estallando en llamas. (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">Dada su notoriedad como alcohólico rehabilitado y autor de una novela sobre el alcoholismo que se había vendido como rosquillas, Jackson se sentía obligado a mantener las apariencias. «Nada podría hacerme tomar otra copa –escribió un año después de su recaída en un folleto promocional de 1948 difundido por su editorial–. Así se queme la casa, así pierda mis facultades, así maten a mi mujer y mis hijos; no volveré a beber.»23 Pero la verdad acabó saliendo a la luz pese a todo. «Autor de Días sin huella deja la suya en comisaría»,24 rezaba un titular después de que Jackson se pusiera al volante borracho, se saltara una mediana y embistiera a otro vehículo frontalmente. En cierto sentido, el éxito de su novela sobre el alcoholismo hacía que le resultara más difícil mantenerse sobrio. Tras su recaída de 1947, Rhoda escribió desesperada al hermano de Jackson, Boom: «Ayer me di cuenta [...] de cómo se las arregló para dejar de beber: aferrándose al hecho de que era un gran escritor y de que así se lo demostraría a todos. Cuando alcanzó la fama, aquello que lo había sostenido hasta entonces se desvaneció y aún no ha encontrado nada para reemplazarlo.»25 Huelga decir que Días sin huella no prometía lo que se dice un final feliz. En la última escena, Don se sirve una copa y se mete en la cama: «Imposible saber qué ocurrirá la próxima vez, pero ¿por qué inquietarse por eso ahora?»26 Jackson estaba tan empeñado en concluir la historia de Don sin ninguna garantía de salvación que se opuso frontalmente a la escena final de la versión cinematográfica de su novela –la oscarizada adaptación dirigida por Billy Wilder y estrenada en 1945–, en la que un Ray Milland a todas luces sobrio apaga el cigarrillo en un vaso de whisky, como diciendo «hasta aquí hemos llegado», y se sienta ante la máquina de escribir para empezar a redactar la historia que acabamos de ver. Pese a todos los premios que cosechó –Óscar a la mejor película, al mejor actor para Milland, al mejor director para Wilder y al mejor guión adaptado para el propio Wilder y Charles Brackett–, Jackson no ocultó su indignación por los cambios que habían introducido en la historia: «Charles y Billy basaron su versión cinematográfica no tanto en el libro como en lo que sabían sobre mi vida personal –escribió a un amigo– y, en ese sentido, la película falsea y miente, pues insinúa que superé mis problemas con la bebida escribiendo un libro sobre estos como una forma de conjurarlos.»27 Jackson no solo detestaba este final feliz, sino también lo que implicaba. Detestaba que la película promoviera una falsa esperanza en la idea del relato como salvación. (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><iframe allowfullscreen="" class="BLOG_video_class" height="266" src="https://www.youtube.com/embed/rf96WJQ9B0k" width="320" youtube-src-id="rf96WJQ9B0k"></iframe></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">Una de las pruebas de que alguien está realmente listo para la rehabilitación –en un juzgado de estupefacientes, en una reunión, en una autobiografía– es el reconocimiento de que no sabe si podrá hacerlo. Una de las señales de que estás en el buen camino pasa por admitir que no alcanzas a ver el final del túnel. Es lo que los informes de la narcogranja llamaban «pronóstico reservado». En Lady Sings the Blues, Billie Holiday advierte a sus lectores que no deben creer en su propio y provisional final feliz: «No hay nadie sobre la faz de la Tierra que pueda asegurar sin temor a equivocarse que su lucha con la droga ha terminado hasta el día que se muera.»4 En el epílogo a Mi hijo precioso, el libro en que narra cómo su hijo Nic logró abandonar la adicción a la metanfetamina, el periodista David Sheff confiesa que Nic sufrió una recaída después de que el libro se publicara. «Sí, Nic tuvo una recaída –escribe–. A veces me canso de la enrevesada y turbia verdad.»5 El epílogo de Sheff no solo desbarata el provisional final feliz que acabamos de leer, sino también la perspectiva de cualquier final seguro. Se trata de algo habitual en el género de memorias de la adicción: el epílogo, la nota del autor en la que confiesa que, desde la publicación del libro, no todo ha sido como esperaba, pero esta confesión descarada de la incertidumbre –decir «no hay nadie sobre la faz de la Tierra que pueda asegurar sin temor a equivocarse»– no es una muestra de cinismo, sino que nos ofrece una esperanza que no depende de algo imposible: conocer de antemano el final de la historia. El resultado es un relato más descarnado que la visión profética de Bill Wilson y también más frustrante de contar. Tal como muchos de los relatos que he escuchado en las reuniones a lo largo de los años, está plagado de ciclos y repeticiones. Así es como la humildad deviene esperanza. Quienes llevan cuarenta años sin probar alcohol, dicen: «Con un poco de suerte, pasaré otro día sin recaer.» (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><iframe allowfullscreen="" class="BLOG_video_class" height="266" src="https://www.youtube.com/embed/YtqjW2uhBT4" width="320" youtube-src-id="YtqjW2uhBT4"></iframe></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">En el momento álgido de su colaboración con Alcohólicos Anónimos, a mediados de los años cincuenta, Charles Jackson empezó a creer que la rehabilitación lo impulsaba a escribir de otro modo. Tenía un nuevo punto de vista para el libro en el que estaba trabajando, un abordaje que valoraba por encima de todo la sencillez y la sinceridad, y escribió a un amigo suyo que «el hecho de haber dejado de beber y [...] mi enorme interés por AA tienen mucho que ver con esta nueva actitud».6 Para entonces, Jackson estaba escribiendo el libro que imaginaba como su obra maestra: una epopeya titulada What Happened («Qué sucedió»),7 una «novela de afirmación y aceptación de la vida»8 que contaría la historia de su viejo antihéroe, Don Birnam, después de que dejara atrás todos sus días sin huella. El primer capítulo de la novela, titulado «Más lejos y más salvaje», empezaría con una introducción de doscientas páginas que giraba en torno a una multitudinaria reunión familiar. Don «sería el anfitrión de la reunión, el hombre al que acudirían todos los invitados, y que no solo querría velar por todos ellos, sino que además estaría en condiciones de velar por todos ellos».9 Jackson quería construir un Don distinto al de Días sin huella. Este nuevo Don sería una persona estable y próspera, que no solo querría cuidar de los suyos sino que además «estaría en condiciones de velar por todos ellos». La reiteración sintáctica resulta conmovedora. Jackson llevaba años peleándose con el libro –su biógrafo, Blake Bailey, señala que se le daba de fábula «trabajar en cualquier cosa imaginable excepto en la novela»–,10 pero en los meses que siguieron a su ingreso en Alcohólicos Anónimos, en 1953, logró al fin escribir más de doscientas páginas. Tal como le diría por carta a un amigo:11 Es, con mucho, lo mejor que he hecho hasta ahora, más sencillo, más sincero y, por primera vez, lo escribo desde fuera de mí mismo, es decir, sin torturarme, ni ensimismarme, ni abrirme en canal. No, esto va de la gente, de la vida, si se me permite [...]. El hecho de haber dejado de beber y mi enorme interés por AA tienen mucho que ver con esta nueva actitud. Todo que ver, en realidad. La novela se sostenía sobre el banal armazón del día a día de un alcohólico que ha dejado de beber. «No se me ocurre mejor manera de describirlo –escribió Jackson a su editor, Roger Straus– que decir que la historia ocurre, está ocurriendo, tiene lugar, como la vida cotidiana, en cada página.»12 Jackson quería escribir una novela marcada por la humildad en el fondo –abrazando el tema de la gente de a pie, que llevaba una existencia normal y corriente– y también en la forma, resistiendo a los cantos de sirena del virtuosismo exhibicionista (...).</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">Stacy era una mujer divertida y generosa que había dejado de beber por primera vez antes de cumplir los veintiuno. No nos parecíamos en nada, salvo en el detalle de que ninguna de las dos había querido beber de otro modo que no fuera cogiendo una monumental cogorza. Ella hablaba de sus propias experiencias con total naturalidad y escuchaba pacientemente mis interminables monólogos plagados de digresiones, asintiendo pero sin mostrarse especialmente impresionada, a menudo destilándolos hasta revelar el impulso que latía en su centro: «O sea, que tenías miedo a ser abandonada, ¿no?» Sus destilaciones no eran reducciones. Captaban algo que me resultaba útil para ver la realidad en toda su crudeza, despojada de la telaraña del lenguaje. Yo me deshacía en agradecimientos por el hecho de que me dedicara su tiempo, pero Stacy siempre contestaba: «A mí también me ayuda a no recaer.» Cuando me uní a AA por primera vez, me habían dicho que escogiera a un mentor que «tuviera lo mismo que yo quería para mí». Intuía que no se referían precisamente al Premio Pulitzer. Al final escogí a Stacy no porque me recordara a mí misma, sino por todo lo contrario. Se movía por el mundo con seguridad, ofreciendo ayuda sin dar la impresión de creerse mejor que nadie, mostrándose humilde sin llegar a parecer servil. Se la veía tan cómoda y relajada que estar con ella era físicamente placentero, como el roce de la seda en la piel. No le avergonzaba reconocer que vendería su alma por un pomerania y compartíamos el mismo sentido del humor. Ambas nos habíamos reído en el pasaje del Gran Libro en que Bill cuenta que nunca había sido infiel a su mujer estando borracho, por «lealtad hacia ella, con la ayuda ocasional de mi propia y profunda ebriedad».17 Nos gustaba que también confesara esa razón menos noble. (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">Cuando observaba mi propio alcoholismo en retrospectiva, veía a alguien que se lanzaba al mundo de cabeza con la esperanza de que ese mismo mundo la devolviera reforzada. Me veía a mí misma en el umbral de la habitación de un hombre, notando la efervescencia interna de la coca, intuyendo una decepción inminente, poco menos que suplicándole que me besara. Mi cuñada me había preguntado en cierta ocasión: «¿Qué preferirías, no tener huesos o no tener piel?» y, en un primer instante, imaginé a una criatura sin huesos, un amasijo de carne blanda e informe, pero luego imaginé a una criatura sin piel, una escultura en tensión, con nervios y músculos refulgentes. ¿Cómo describir a la criatura que no tiene lo uno ni lo otro? ¿Menuda putada? A veces sospechaba que carecía de armazón; otras, de límites. Cuando echaba la vista atrás y contemplaba a esa chica plantada en el umbral, esperando que la besaran, sentía el impulso de taparle la boca con la mano, de sacudir la coca de su nariz, drenar el vodka de su estómago y decirle: «No digas eso, no bebas eso, no necesites eso.» Pero no podía, porque ya lo había hecho: había dicho eso, bebido eso, necesitado eso. Esa chica no era la única que tenía carencias. Eso también formaba parte de mi inventario moral, reconocer que no era la única víctima de mis inseguridades. En la tabla del formulario que llevaba por título «Inventario de relaciones sexuales», la columna más reveladora era esta: «¿A quién he hecho daño?» Era reveladora no solo porque estaba llena de nombres, sino porque en su mayoría los escribí entre signos de interrogación. Rara vez me había detenido a pensar si les había hecho daño o no. Mi inseguridad me había convencido de que no era capaz de herir a nadie. Cuando me sentí lista para revisar el formulario con Stacy –en eso consistía el quinto paso, en comentar ese inventario moral con otra persona–, estaba recuperándome de una nueva intervención quirúrgica, esta vez para acabar de corregir las lesiones en la nariz que aún acarreaba a causa de aquel puñetazo en Nicaragua. Había hablado de esa rinoplastia en una reunión, esperando recibir muestras de compasión, pero la respuesta mayoritaria fue la siguiente: «Cuidado con los analgésicos.» Y resultó ser un buen consejo. Me sorprendió lo mucho que me ilusionaba la anestesia que me dejaría fuera de combate y los fármacos que vendrían después, lo obsesivamente que fantaseaba con la posibilidad de que me dieran gas hilarante o Valium. Era como tener mariposas en el estómago, una espontánea e inesperada expectación. En las reuniones, alguien decía a veces: «Tu enfermedad siempre te estará esperando a la vuelta de la esquina. Está ahí fuera, haciendo flexiones.» (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">El primer paso de Alcohólicos Anónimos que Berryman completó cuando ingresó en el St. Mary’s Hospital de Minneapolis nos permite comprender hasta qué punto el alcoholismo había reducido su vida a un páramo desolado:22 Mi mujer me dejó después de once años juntos por culpa de la bebida. Caí en la desesperación, bebía mucho a solas, perdí mi trabajo, no tenía un chavo [...]. Seducía a mis alumnas estando borracho [...]. El director me dijo que había llamado a una alumna a medianoche y había amenazado con matarla [...]. Me emborraché en Calcuta y estuve vagando por las calles toda la noche, incapaz de recordar dónde me alojaba [...]. Muchas excusas para beber [...]. Grave pérdida de memoria, recuerdos distorsionados. Pasé el síndrome de abstinencia una vez en Abbott, me duró horas. Un litro de whisky al día durante meses en Dublín, mientras me esforzaba por terminar un poema largo [...]. Mi mujer me escondía las botellas, yo mismo escondía las botellas. Mojé la cama en un hotel de Londres por culpa de una borrachera, el director montó en cólera, tuve que pagar un colchón nuevo. En las clases estaba demasiado débil para mantenerme en pie, tenía que sentarme. Daba mis lecciones sin haberlas preparado [...]. Incapaz de controlar los esfínteres, defequé en un pasillo de la universidad, conseguí llegar a casa sin que nadie se diera cuenta [...]. Mi mujer me dijo que me iba al St. Mary’s o ya sabía lo que pasaría. Aquí estoy. Hay un sufrimiento palpable, no solo en el devastador alcoholismo de Berryman, sino también en sus sorprendentes motivos de pesar: no solo defecar en el pasillo, sino también dar clases sin haberlas preparado. Se estaba preparando mejor para la rehabilitación. De ahí que leyera tanto al respecto, que rellenara los formularios como un alumno aplicado. En el del cuarto paso, elaboró una lista de «compromisos»:23 a) Ante Dios: practicar la fe a diario, someter mi voluntad a la suya, mostrarme agradecido (una de las pocas virtudes que conservo), desear el bien a los demás. b) Ante mí mismo: determinar qué quiero (vida, arte), pedir ayuda [...], nunca engañarme a mí mismo. Buscar la belleza y el asombro. c) Ante mi familia: valorarlos. Acuden a mí en busca de amor, de orientación. d) Ante mi trabajo: «Buscar el equilibrio por encima de todo lo demás.» «La soberbia es el veneno del alcohólico.» e) Ante AA: «Debo mi liberación a Dios y a AA.» Al final de la lista, redactó una serie de consejos para sí mismo: «No vivas de cualquier manera. Puede que seas el único ejemplar del Gran Libro que otras personas alcancen a leer.» (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">Cuando Berryman se planteó escribir una novela sobre la recuperación,24 no imaginó una ambiciosa obra literaria, sino un texto que funcionara como un duodécimo paso –«Intentamos transmitir este mensaje a los alcohólicos»– que permitiera llevar la recuperación a quienes no la habían encontrado todavía. Garabateó unas cuantas ideas sobre la naturaleza de esa obra: «hacer un libro con estas notas –ejercicios que resulten de utilidad para el duodécimo paso–, apenas trabajadas, bastará con extenderlas y sacarles brillo, añadiendo algo de contexto [...] sobre Hazelden y mi paso por el St. Mary’s la primavera pasada.»25 No estamos ante el lirismo de sus «cantos soñados», sino ante algo completamente distinto, unas notas «apenas trabajadas» que no buscaban ser hermosas, sino útiles. Al concebir el libro como «un texto que sea de utilidad para el duodécimo paso», Berryman cumplía el propósito expresado en sus inventarios morales: reemplazar la ambición de ser «un gran poeta» por una vida creativa dedicada a «querer a los demás». Estuvo tentado de titular la novela El síndrome de Korsakoff en la tumba, pero al final se decantó por Soy alcohólico («Me gusta más», anotó junto a este título más sencillo). Al final, el libro se titularía sencillamente Recuperación (Recovery). (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;">En la primavera de 1971, menos de un año antes de su muerte, Berryman impartió un curso en la Universidad de Minnesota titulado: «La posnovela: la ficción como forma de alcanzar la sabiduría.»28 Eso mismo era lo que buscaba con Recovery, alcanzar la sabiduría. Si bien Jean Rhys nunca fue a rehabilitación, escribió un relato que transcurre en un tribunal. Se titula «El juicio de Jean Rhys» y está garabateado con trazo fino e inseguro en un sencillo cuaderno de tapas marrones que guarda una notable similitud con el «inventario moral valiente» del cuarto paso de Alcohólicos Anónimos. Cuando la acusación enumera los principales temas de la obra de Rhys (el bien y el mal, el amor y el odio, la vida y la muerte, la belleza y la fealdad)29 y le pregunta si son aplicables a todas las personas, ella contesta: «No conozco a todas las personas. Solo me conozco a mí misma.» </div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: right;"><span style="font-size: large;"><i>LA HUELLA DE LOS DÍAS: LA ADICCIÓN Y SUS REPERCUSIONES.</i></span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: right;"><span style="font-size: large;"><b>LESLIE JAMISON</b>, Anagrama, 2023</span></div></div>Víctor Peña Dacostahttp://www.blogger.com/profile/10915737974967487999noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1678132152115186029.post-45363769814442191482023-11-21T20:12:00.005+01:002023-11-21T20:16:03.025+01:00AULA O JAULA (Toni Solano)<div><div style="text-align: center;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgOCtrM_6vSGXk6-O8vJPuRdSUCV1gyqY2sSy67qq7y4ed65aT6VkhqAVBTeXKLrqyVi8tCHAO3UdgdyyMUOCLpeXLsJllC2ewPSFn9NoEeZSqQl-SMzUnZU3nbLITBnwUHY16cWjdMIFkvp_gnR_HK3awWuwR06WnHhV-vfYJcxl-ap_jrm2KU8_KpVZRn/s2560/aula%20o%20jaula.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="2560" data-original-width="1741" height="640" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgOCtrM_6vSGXk6-O8vJPuRdSUCV1gyqY2sSy67qq7y4ed65aT6VkhqAVBTeXKLrqyVi8tCHAO3UdgdyyMUOCLpeXLsJllC2ewPSFn9NoEeZSqQl-SMzUnZU3nbLITBnwUHY16cWjdMIFkvp_gnR_HK3awWuwR06WnHhV-vfYJcxl-ap_jrm2KU8_KpVZRn/w436-h640/aula%20o%20jaula.jpg" width="436" /></a></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><a href="https://www.eldiario.es/sociedad/toni-solano-cultura-esfuerzo-justifica-segregacion-seleccion-partir-entorno-social-economico_128_10536172.html"><span style="font-size: medium;">Toni Solano: “La 'cultura del esfuerzo' justifica la segregación y la selección a partir del entorno social y económico”</span></a></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: justify;"><div class="separator" style="clear: both;"><a href="https://www.elperiodicomediterraneo.com/castello-provincia/2023/09/16/toni-solano-suele-opinar-ligereza-92106937.html">Toni Solano: "Se suele opinar con bastante ligereza sobre el sistema educativo"</a></div><div class="separator" style="clear: both;"><a href="https://www.elperiodicomediterraneo.com/castello-provincia/2023/09/16/toni-solano-suele-opinar-ligereza-92106937.html">Director del IES Bovalar de Castelló y catedrático de Lengua y Literatura, acaba de publicar el ensayo titulado ‘Aula o jaula: La Escuela en tiempos convulsos. Reflexiones de un profesor vocacional’ a partir de su larga trayectoria como docente en distintas etapas, también en la Universidad, y como formador</a></div></div><br /></div></div><div style="text-align: justify;"></div><blockquote><div style="text-align: justify;">Nuestra labor consiste en ofrecerles los instrumentos necesarios para que puedan construir su voz y cimentar su futuro, permitiéndoles ser quienes aspiran y trabajando día a día para que los centros escolares sean lugares seguros a salvo de la violencia —racista, machista, homotransfóbica, capacitista o de cualquier otra índole— que, por desgracia, sigue viva fuera de esos muros. Discursos de odio que, con demasiada frecuencia, también se infiltran en nuestras aulas metamorfoseados en el minotauro del bullying, ese infierno cotidiano del acoso al que toda la comunidad debe hacer frente con la misma entrega y unión con la que los Argonautas, también presentes en este libro, confiaron en Jasón para hacerse con el codiciado vellocino. (...)</div><div style="text-align: justify;">Cuando hablo de Escuela, así con mayúsculas, me refiero a esa institución pública que abarca todas las etapas obligatorias. Es la Escuela que garantiza saberes básicos para todos. Aunque en este libro me centraré en la etapa de secundaria (especialmente la ESO), muchas de las reflexiones se extienden al sistema educativo en general. La Escuela en mayúsculas es la Escuela que recordamos, la que nos hubiera gustado tener, la que soñamos para nuestros hijos o nietos, la que queremos como docentes. Todos hemos tenido experiencias memorables en ella, memorables para bien y para mal: llantos desconsolados y risas inagotables. La Escuela es esa institución diseñada para que los niños se integren con éxito en el mundo, para que aprendan lo justo y necesario para llegar bien pertrechados a la edad adulta. La Escuela es el gran mecanismo del mundo civilizado para garantizar el progreso, para convertirnos en sociedades mejores… o eso debería ser. Pero, para los niños, la Escuela no tiene unos fines tan excelsos. Para los niños es diversión, amistades, aprendizaje, curiosidad… o eso debería ser. La Escuela es el mundo para ellos. Un mundo que puede ser el paraíso o el infierno. Un mundo del que algunos quieren escapar, un mundo que a otros les gustaría conservar para siempre. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Es difícil ser docente si no nos acompaña la conciencia de poder cambiar el mundo Años después de abandonar las aulas, decidí como propósito vital y profesional volver a ellas, con el firme convencimiento de que en cada niño y niña había una ilusión que forjar y una curiosidad que despertar. No sería Ulises, lo tenía claro. Tampoco iba a ser un mesías. En mi anterior vida profesional antes del aula había podido conocer la naturaleza humana, la organización laboral, la estratificación social y la estructura de las instituciones públicas: no era un pardillo en ese sentido, y sabía bien que mi labor en el aula iba a tener un alcance muy limitado, pero como dice Daniel Pennac en Mal de escuela: «Basta un profesor, ¡uno solo!, para salvarnos de nosotros mismos y hacernos olvidar a todos los demás». Yo soñaba con ser ese profesor, aunque solo fuese para un alumno. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Menospreciar la pedagogía es no entender que, más allá de las carreras o especialidades que hayamos completado, nuestro trabajo consiste en enseñar y en que los alumnos aprendan, que no nos pagan por saber mucho de lengua o de matemáticas, sino por conseguir que nuestro alumnado también sepa, mucho o un poco más, gracias a nuestra intervención. Y creo que todos tenemos claro que saber mucho no garantiza enseñar mejor; saber mucho es condición necesaria, pero no suficiente, por lo que tanto nos debería importar seleccionar para la educación a los que más saben, como elegir entre ellos a los que mejor enseñan. (...)</div><div style="text-align: justify;">Igual que el tortuoso amor de Apolo y Dafne, el amor por la docencia es paradójico y contradictorio día sí, día también. Hay días en que sales enamorado del aula, días que no querrías que se acabasen nunca, mientras que en otros vuelves a tu casa con ganas de huir, de escapar a cualquier isla remota y no volver a relacionarte con ningún ser humano (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">rechazo también la reducción del docente a mero instructor, ya que la educación es integral y no podrán aprender lengua o historia si tienen cuestiones más acuciantes que resolver, cuestiones en las que podemos y debemos ayudar en la medida de nuestra responsabilidad como educadores. Si solo aspiramos a ser instructores, si solo somos transmisores de conocimientos, seguro que algún día las máquinas lo harán mejor que nosotros, pero de eso ya hablaremos más adelante. Enseñar es una actividad integral que va más allá de la instrucción (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Creo que, en las Facultades de Magisterio, Ciencias de la Educación o en los másteres de secundaria* se tendría que dejar muy claro que nuestro oficio exige el trabajo con niños y adolescentes, pequeños seres inmaduros con los que hay que esforzarse para que aprendan, porque sus prioridades, sus preocupaciones y su mundo en general es diferente del tuyo como adulto. Se tendría incluso que subscribir un juramento hipocrático docente en el que se afirmasen algunos principios esenciales, como garantizar el cumplimiento de los derechos del niño, como los establece UNICEF (y eso incluye dejarlos ir al baño cuando lo pidan), el respeto a la diversidad, los principios de equidad y de igualdad de oportunidades, el derecho a la compensación de desigualdades educativas, etc. Y en ese juramento también dejar claro que los niños y adolescentes no están obligados a ser como eras tú, que pueden ser incluso mejores, aunque no lo acabes de ver. También añadiría una adenda (me encanta esta palabra) para avisar de que «todos somos contingentes, pero ellos, necesarios», lo que situaría todo el sistema educativo en su justo punto, es decir, poniendo el foco en los estudiantes, ya que la Escuela solo tiene sentido en la medida en que consigue el éxito de los que se forman en ella. Y ¿qué es el éxito?, diréis. Convertirlos en mejores personas y mejores ciudadanos a través del aprendizaje. Si no estamos consiguiéndolo, démosle una vuelta al sistema. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">quizá sería conveniente que hubiese un plan de estudios universitarios único orientado a la docencia, con especializaciones diferenciadas al acabar la formación didáctica general. Muchos colegas no están conforme con esto y piensan que es mejor que se mantenga el sistema actual, con unos grados eminentemente destinados a la educación infantil y primaria, y otros estudios especializados, con un máster habilitante, para la secundaria, Bachillerato y formación profesional. Creo que la clave no está en discutir esa diferencia, sino en cuestionar la propia estructura de esas etapas. Según mi punto de vista, lo que habría que distinguir es educación obligatoria y educación postobligatoria. En la primera, lo importante es garantizar aprendizajes básicos, fundamentales, esenciales, vitales, o como queráis llamarlos, suficientes para generar personas autónomas y, a la vez, preparadas para continuar con estudios superiores, si hace falta. En la segunda, la prioridad es aprovechar esos conocimientos fundamentales para alcanzar cotas más ambiciosas, en lo académico o en lo profesional. A mi juicio, la etapa obligatoria está demasiado parcelada en asignaturas obligatorias y optativas, lo que a la larga dificulta un aprendizaje intensivo que mejore las competencias* básicas. Por ejemplo, con el despliegue de contenidos de las diferentes asignaturas de la ESO, muchos docentes reconocen que apenas hay tiempo para leer o escribir en el aula, ni siquiera para debates o para exposiciones orales. Al final, la acumulación de contenidos no nos deja ver el bosque de destrezas transversales que son mucho más importantes en una etapa básica. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">De ahí que la estructura de esta etapa, al menos en primaria y los dos primeros cursos de la ESO, requiera docentes que se coordinen y que puedan trabajar bajo enfoques transversales y con la mirada puesta en esas competencias clave que tan necesarias son para afirmar las bases de los aprendizajes posteriores. El intento de la LOMLOE por definir las situaciones de aprendizaje* y convertirlas en ese marco significativo para los contenidos y habilidades no parece tener mucho éxito viendo los recelos que despierta entre ciertos sectores del profesorado este planteamiento, unos recelos que continúan en la línea de los que despertaba el enfoque por competencias de la LOMCE. El sistema desarrolla sus propios mecanismos de defensa ante los cambios, y estos enfoques requieren deshacerse de rutinas y hábitos que no han dado el resultado que se esperaba. No es salir de la zona de confort, es vencer muchas inercias, algo para lo que se necesita formación, sensibilización y, sobre todo, recursos. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">En términos generales, creo que algo está fallando cuando, por ejemplo, hay magníficos alumnos que al acabar la ESO optan por una FP buscando una salida profesional y copan casi todas las vacantes, dejando a alumnos mucho más flojos académicamente con el Bachiller como única salida. Estos alumnos, que quizá serían estupendos operarios o profesionales técnicos, acaban el Bachiller a trancas y barrancas y se plantan en una carrera de esas de letras, Magisterio tal vez, con la vaga idea de que «tampoco está mal ser maestro: buenas vacaciones, buen sueldo… Y claro, a las chicas les encantan los niños…». Esto hace que no haya una valoración de estas carreras como una profesión que requiere esfuerzo, dedicación y grandes dosis de amor por tu trabajo. No sé si la solución es que se endurezca el acceso, pero me parece terrible que el grado de maestro y el máster de secundaria sean últimamente un cajón de sastre donde va a parar multitud de estudiantes o de licenciados que no tienen otra opción que escoger. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Es el debate que nos va a acompañar a lo largo de estas páginas en más de una ocasión, un falso debate que reduce a dos polos el complejo mundo de la educación: el extremo de quienes piensan que hay que saber mucho de tus contenidos, sin importar tanto si sabes enseñarlos a todos, y el extremo de los que piensan que sin saber muchos contenidos de tu materia puedes enseñar eficazmente solo porque usas métodos y enfoques innovadores. Como podéis imaginar, es un falso debate porque ambas posturas son extremas y por tanto tendrían que evitarse. Solo quien domina bien su materia es capaz de enseñarla a otros con relativo éxito, siempre que tenga las estrategias adecuadas para que sus alumnos diversos aprendan. La clave aquí está en decidir hasta qué punto llega eso de «dominar bien» tu materia, ya que esto dependerá de los niveles y etapas educativas en las que vayas a impartir clase. Por ejemplo, con la polémica del aprendizaje por ámbitos* se ha desatado ese debate acerca de si los docentes de los primeros niveles de la ESO tienen que ser especialistas de cada una de las asignaturas que constituyen el ámbito. Entre los defensores y los detractores, creo que se olvida que los dos primeros cursos de la ESO formaban parte de la antigua EGB; incluso siguen impartiendo clase en ellos docentes del cuerpo de maestros, lo que acentúa su carácter de transición entre etapas. Así que no parecería descabellado tener docentes generalistas en esa etapa, con una formación transversal en ámbitos de conocimiento y una mayor formación pedagógica. Eso o devolver a los niños de doce a catorce años a los colegios, como proponen otros, una medida quizá más controvertida aún. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Buena parte de la formación inicial del profesorado se construye de espaldas a las aulas Entre las posibles soluciones se podría plantear que, tanto en los grados de maestro/a, como en los grados con salida a docencia de secundaria, hubiese una proporción mucho más alta de docentes universitarios con experiencia directa en el aula, quizá por medio de la figura del profesor asociado o de créditos específicos más allá de las prácticas en centros: jornadas acreditadas, cursillos, etc. Pienso que incluso en los grados que conducen a la secundaria y Bachiller, mientras no existan unos estudios específicos de educación, se necesitarían itinerarios para la docencia, también impartidos en mayor o menor medida por docentes en activo de ese nivel educativo o por profesorado universitario que acredite prácticas ligadas a las aulas de las etapas obligatorias. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Entrando ya de lleno en el acceso a la función pública, el sistema de oposiciones* requiere también una reforma, tras demasiados años sin apenas modificaciones. Por un lado, los temarios de todas las etapas necesitan una actualización, tanto en los contenidos como en los aspectos didácticos que se relacionan con ellos. No tiene mucho sentido que haya temas que no aparecen en ninguno de los niveles a los que se pretende acceder. En Educación Primaria, Educación Infantil, Audición y Lenguaje o Pedagogía Terapéutica, los exámenes prácticos se corresponden con situaciones más o menos habituales del aula, pero en secundaria las pruebas prácticas se centran más en la resolución de problemas de la disciplina que en su didáctica; por ejemplo, comentario de textos, problemas matemáticos, interpretación de gráficas… Son pruebas importantes, porque van más allá de la memorización de un tema, pero también se deberían incluir supuestos prácticos de aula, porque gran parte de nuestro trabajo se basa en adaptar los currículos* al contexto real. En el apartado de las programaciones y unidades didácticas, habría que prestar más atención a la práctica del aula, y no tanto en los aspectos formales; me refiero a su plasmación en las programaciones de oposiciones, que con los requisitos legales dejan poco espacio para detallar las decisiones metodológicas o las adaptaciones en la atención a la diversidad. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div></blockquote><div style="text-align: left;"><div style="text-align: right;"><span style="font-size: large;"><i>Aula o jaula.</i></span></div><div style="text-align: right;"><span style="font-size: large;"><b>Toni Solano.</b></span></div><div style="text-align: right;"><span style="font-size: large;">La Esfera de los Libros.</span></div></div>Víctor Peña Dacostahttp://www.blogger.com/profile/10915737974967487999noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1678132152115186029.post-15490797807187376832023-11-15T21:57:00.006+01:002023-11-26T21:38:02.249+01:00FELIPE GONZÁLEZ, EL JUGADOR DE BILLAR (Gregorio Morán)<p style="text-align: center;"> <a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgjLcXM_q4VFJhsrj-cuCWPGjQkluPDDWEEPchXvy-xC6UPDnPurNv2wINNfNeKhVv8Mx820xmBAMSLJybVp6-D-ScYiqDcRhSKxaMD9SkFRLhFx4937NFc3eZKBd9L0SV7tNNjLWJt05AFdGjFRs3TZhYAkkNJk3piJyu6Gd6IhsZCkcDcwql1YuCf0hA/s359/jugadorbillar.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="359" data-original-width="229" height="640" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgjLcXM_q4VFJhsrj-cuCWPGjQkluPDDWEEPchXvy-xC6UPDnPurNv2wINNfNeKhVv8Mx820xmBAMSLJybVp6-D-ScYiqDcRhSKxaMD9SkFRLhFx4937NFc3eZKBd9L0SV7tNNjLWJt05AFdGjFRs3TZhYAkkNJk3piJyu6Gd6IhsZCkcDcwql1YuCf0hA/w408-h640/jugadorbillar.jpg" width="408" /></a><br /></p><div style="text-align: justify;">Adolfo Suárez, cooptado entre el rey Juan Carlos y los flecos del viejo Régimen, alcanzó la presidencia en las dos formas que adoptó la Transición: la primera como promotor de la democracia y la segunda como usufructuario de ella. Leopoldo Calvo-Sotelo fue un efímero protagonista de un tiempo agotado que cabría llamar «la transición de la Transición», para lo que no necesitó ratificación en las urnas de ningún tipo. González no. Las elecciones de octubre de 1982 que abrieron catorce años de poder socialista no pueden contemplarse ahora como una victoria del PSOE, como se podía creer a primera vista. Fue un triunfo de Felipe González, indiscutible líder del partido y del Gobierno. Tanto es así que, tras su derrota en 1996, ya nunca el PSOE ni su base electoral podrán compararse a lo que fueron. Si cambió el panorama de España, incluso los anhelos de la mayoría de sus ciudadanos, deberíamos preguntarnos cuánto cambió la personalidad del líder, porque no tendría sentido decir que el hombre llamado a cambiarlo todo, al menos en el sentir de sus innúmeros adictos, apenas si varió en nada salvo el decorado. Ese inmutable Felipe González es el que nos ha ido legando tanto él como sus hagiógrafos de ocasión. El paso de la inmutabilidad de un icono a la actual beatería del intocable, añorado por amigos y exenemigos. ¿Los años ochenta fueron su gloria y el resto decadencia? Decir algo así sería tergiversar la verdad y desdeñar lo que vino luego, pero es cierto que las huellas que dejó esa larga década marcarían con un sello indeleble la actividad política y social hasta nuestros días. Bajo su égida, España se mantuvo en la OTAN tras un referéndum que fraccionó a la izquierda y dejó a la derecha sin discurso; luego la Comunidad Europea —el logro que ansiaban desde hacía muchos años las fuerzas del progreso—, un paso que derribó la frontera con Europa y que abriría el país a otra política exterior alejada de la autarquía atávica. El país se hizo posmoderno sin haber apenas pasado por la modernidad. (...)</div><div style="text-align: justify;">Un triple salto mortal y por decreto del PSOE. Con su secretario general a la cabeza, se reivindicó como la herencia de la Ilustración, tan humilde en la España de su tiempo, para considerarla algo parecido a un hito en la formación de una nueva clase dirigente que nadie representaba tan ejemplarmente como ellos. Tiene su lógica que se festejara a Carlos III y su época en noviembre de 1988, por más que las ambiciones del bicentenario de su muerte, que se celebró con pífanos y atambores y gran esfuerzo de las finanzas públicas, tratara de poner en sordina una práctica política inclinada a la corrupción, casi anegada por ella. España pasó a ser, en palabras del superministro para asuntos económicos, el país donde uno podía enriquecerse en menos tiempo. Entre una mina de oro y un espejismo financiero. El presidente González no cabalgaba sobre un tigre, porque no había tigre, sino gato amaestrado. Como dijo el personaje balzaquiano de Papá Goriot, «la corrupción abunda y el talento escasea». Pero eso se aprecia con el tiempo, no cuando la ola lo sumerge todo. La corrupción sistémica es un producto de las formas de poder absoluto, y durante una década Felipe González no tuvo adversario serio con el que confrontarse. Su partido controlaba autonomías y ayuntamientos, y no sería hasta la huelga general en diciembre de 1988 que se manifestara una indignación social apabullante, pero sin instrumento político que la canalizara. Ese sería el diagnóstico social latente: malestar y rechazo a la forma en que el presidente y su partido iban abordando o desdeñando los problemas. (...)</div><div style="text-align: justify;">Las prácticas corruptas durante la democracia, no siempre delictivas, tuvieron su asiento en la época de hegemonía socialista, y muy concretamente con Felipe González en el poder. No es que empezaran con él, sino que se institucionalizaron. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhtAHMQs8iyMMjP9rSOcCOCBLxnE4NgU0UotW0ah10Ga0re1PybSem_6Cf1PQJma5EVKMft2HuOKcCOBQpJhk87NCbdSOfVwEyTBK0k8rGNSN8sknWz_a9amZ6jvkqCjy1lKtlv1_2Uj6UoYJ2Uqs2Feu9Jg0TwOKTEEGiJ-wfwphzauxSc3SuJo8jwxfw/s1200/rosas.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="675" data-original-width="1200" height="225" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhtAHMQs8iyMMjP9rSOcCOCBLxnE4NgU0UotW0ah10Ga0re1PybSem_6Cf1PQJma5EVKMft2HuOKcCOBQpJhk87NCbdSOfVwEyTBK0k8rGNSN8sknWz_a9amZ6jvkqCjy1lKtlv1_2Uj6UoYJ2Uqs2Feu9Jg0TwOKTEEGiJ-wfwphzauxSc3SuJo8jwxfw/w400-h225/rosas.jpg" width="400" /></a></div><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Las tres mayorías absolutas concentrarán un largo período del Jugador de Billar. Todo lo que se presentaba ofrecía una oportunidad más o menos brillante sobre el tapete. Encantaba su arte, aunque no durará sino el tiempo entre dos carambolas. Su cuñado Francisco Palomino llegó a confesar una intimidad que adquiere el valor de una confesión: «Felipe es un jugador de unas veinte carambolas de promedio por tacada». No deja de ser una verdad de Perogrullo: para ser un jugador avezado se necesita una mesa, un tapete. Algo tan simple explicaría el escaso interés que tiene la actividad política de Felipe González antes de alcanzar la presidencia. O presidente o nada. No llamó la atención ni como estudiante, ni como abogado laboralista, ni como orador en Cortes, y sin embargo llegó a ser un tribuno correoso, agudo siempre y en ocasiones brillante, pero siempre desde el banco azul. (...)</div><div style="text-align: justify;">Ni antes ni después tiene una trayectoria significativa fuera del ámbito de lo familiar o íntimo, que nunca fue sobresaliente. Esa es la razón por la que considerarlo un jugador de billar en el sentido más laxo de la palabra no es ningún demérito, sino un resumen. (...)</div><div style="text-align: justify;">El billar es uno de los juegos que mejor se adaptan a los solitarios, no precisamente porque se enfrasquen en la soledad, sino más bien porque se limitan a hacer ejercicios; un entrenamiento hasta que llegue el momento de hacer carambolas. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgb1x2FsniVX42AD2CFTcvKJMweJ0Xd3-_hyphenhyphenF09t9W1UJ-sDz-5HYiJddhsQl_nAEjTVqL8mAyHcNw0BLktRrZXV3Q2drKjAbqWWaYbXLn4WKlwZjeAb_Q0R7-aaTYvRb7Ya9nLbn-QKvViJiUcAU7-eZkUKa_pw8Tcx0tlhD1dq1oWnNwpNKXiqy3HifU/s670/tahur.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="279" data-original-width="670" height="166" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgb1x2FsniVX42AD2CFTcvKJMweJ0Xd3-_hyphenhyphenF09t9W1UJ-sDz-5HYiJddhsQl_nAEjTVqL8mAyHcNw0BLktRrZXV3Q2drKjAbqWWaYbXLn4WKlwZjeAb_Q0R7-aaTYvRb7Ya9nLbn-QKvViJiUcAU7-eZkUKa_pw8Tcx0tlhD1dq1oWnNwpNKXiqy3HifU/w400-h166/tahur.jpg" width="400" /></a></div><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Momentos de gloria y exaltación tuvo varios y supo aprovecharlos. Los negativos quedaron colgando como esa maldita bola que no quiere entrar en la tronera para desaparecer cuando uno cree tener la partida ganada. Primero fueron los GAL y luego la corrupción. En ambos casos jugó sobre tapete ya usado, al que se sumó sin ser consciente de sus consecuencias. A ambos dedica este libro un espacio. En los dos se dejó llevar e incluso se felicitó sin calibrar su importancia, porque González no es hombre de ideas, y menos aún de ocurrencias, pero tiene talento más que suficiente para aprovecharse de unas y otras. (...)</div><div style="text-align: justify;">¿Cómo se dejó embaucar por aquel bálsamo de fierabrás que eliminaba de un plumazo la sangría que provocaban los reiterados asesinatos de ETA? Si funciona, bien. Si no funciona, retirarse. No tenía ni idea del País Vasco y menos aún del terrorismo. Por si fuera poco, su desconocimiento de las cloacas del Estado era absoluto. Nunca se había visto confrontado con ellos, ni siquiera en su etapa de militante clandestino. Como presidente, se limitaba a estar atento a los inquietantes Servicios de Información, como fuente de conocimiento y de manipulación. Basta evaluar el gesto de nombrar ministro de Interior a una medianía, José Barrionuevo, recién llegado al PSOE, simple como el asa de un cubo y cuya experiencia en policías no había pasado de los municipales. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Hoy los GAL tienden a interpretarse desde el punto de vista ético o moral, y es lógico que así sea, pero entonces se limitaba a un asunto de eficacia, porque el Estado exige ser eficaz para poder ser respetado, y la principal tarea del advenimiento del PSOE al poder trataba de eso: conseguir gracias a la eficacia ir alimentando el respeto. Los GAL fueron todo lo contrario, una chapuza criminal de Estado. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Ni González era Yeltsin, ni Solchaga se parecía en formación y maneras a Gaidar, pero tampoco la España posfranquista tenía apenas que ver con la Rusia postsoviética, aunque en ambos casos sí se mantenían formas, modos, interacciones y restos de un poder de Estado sobre la economía que debía pasar por las privatizaciones; del rancio socialismo de Estado al neoliberalismo, entonces hegemónico de manera incontestable. Ninguno de los protagonistas podía evitar la corrupción, pero sí limitarla; ni siquiera creyeron que merecía la pena intentarlo. Esa querencia, que hoy parece una obviedad, empapó el mundo económico hasta el punto de considerarla, a la vista de los hechos, algo consustancial al partido hegemónico (...).</div><div style="text-align: justify;">Por primera vez en España la derecha denunciaba a la izquierda en el poder no por sectaria, ni por incompetente, ni por irrespetuosa con la democracia, sino por corrupta. El viejo lema de Indalecio Prieto, que acabó siendo una letanía mil veces repetida —«Podemos meter la pata, pero no la mano»—, desapareció hasta del discurso oficial. Ya se podía meter la pata y la mano. Tiene valor que fuera uno de los asesores áulicos del presidente González, Javier Pradera, quien escribiera uno de los libros más elaborados sobre la corrupción del período socialista. Pero no es menos elocuente que ese texto —Corrupción y política: los costes de la democracia (2014)— se publicara póstumo por expresa voluntad del autor. (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgMe2oBG1WdbF3VV3vRczKfC-a-tCiUOG89RqWKICISE76LRz_z1awl-H8oDCZeIqc21M8kVs4Vc0fBWcc78u-a5Gv2gV2aJjAAcmAiY7bug4q3dqqiOS1p9GuWsJJtBtpcdg2vUqzPBgTrhxkTuLjcK1tXKou1-YGhHt27oo5-n1UKeHWQfFi8JWpv5Do/s1024/presi.png" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1024" data-original-width="1024" height="640" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgMe2oBG1WdbF3VV3vRczKfC-a-tCiUOG89RqWKICISE76LRz_z1awl-H8oDCZeIqc21M8kVs4Vc0fBWcc78u-a5Gv2gV2aJjAAcmAiY7bug4q3dqqiOS1p9GuWsJJtBtpcdg2vUqzPBgTrhxkTuLjcK1tXKou1-YGhHt27oo5-n1UKeHWQfFi8JWpv5Do/w640-h640/presi.png" width="640" /></a></div><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">La historia de El Jugador de Billar empieza con la ilusión del cambio y termina en la poza de una España que funciona, al menos para algunos. Mantendrá un prestigio digno del veterano que supo callar como pocos lo hicieron y que tuvo el talento de saber hablar con el lenguaje corporal que a una gran parte de la ciudadanía española le gusta, por infrecuente. Desde lejos, pero empático; con la sabiduría que muchos tildan de senequista, sin percibir que debe más a la invención de José María Pemán —el gaditano señorito que se inventó un Séneca para adictos al poder— que a cualquier otra trascendencia que no fuera asegurar que estuvo donde siempre quiso estar, pero las circunstancias electorales no consintieron que continuara. Ir envejeciendo lentamente, rodeado de cuidados y respetos, es la imagen que va quedando de él. Como si su pasado no fuera el nuestro, ni sus inclinaciones de veterano jugador no empaparan la realidad que dejó a su paso. El desquiciamiento de tantos sucesores en su partido no le despertó otra cosa que esa inclinación de todo jugador ya veterano de mirar el presente con un cierto mohín de desdén. Su tiempo, su vida, fueron catorce años azarosos que harían de él un curtido fajador. El resto, una consolidada decadencia. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Es el momento de recordar que en 1981 el PSOE incluía adquisiciones de su XXVII Congreso (1976), como el marxismo, la república y la «socialización de los medios de producción», aprobados cuando el partido aún no estaba legalizado aunque sí consentido. Entonces nadie se extrañó ante aquella exhibición, en la que el nuevo PSOE salido de Suresnes se presentó junto a la crema de la socialdemocracia mundial, de Alemania a Portugal, de Suecia a Chile. (...)</div><div style="text-align: justify;">En aquel Congreso del 76, el primero en España tras la Guerra Civil, se dieron cita en el salón Dos Castillas del hotel Meliá de Madrid el sueco Olof Palme, el portugués Mário Soares, el italiano Bettino Craxi, el británico Michael Foot y hasta la gran figura del momento, el chileno Rafael Altamirano, que emulaba al presidente Salvador Allende, liquidado en 1973 por el golpe militar de Augusto Pinochet. Todos, veteranos de la política a los que no llamaron la atención aquellas apelaciones al socialismo arcaico; ya aprenderían el saber socialdemócrata. Las aportaciones de la socialdemocracia internacional, y de la alemana en particular, constituían la fuente nutricia principal del partido. Los fondos aportados por el empresario Friedrich Karl Flick y la ayuda de la Fundación Friedrich Ebert serán decisivos para la intendencia hasta la victoria de 1982. La posterior investigación del Bundestag alemán sobre el caso Flick desvela una inversión de tres millones de marcos en la «península ibérica» —habría su parte para Mário Soares y los socialistas portugueses—" (...).</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">El papel de Koniecki va a ser trascendental en la postura y las carambolas de su primera gran jugada de billar: abandonar la secretaría general si no se retiraba la adhesión al marxismo. Es Koniecki quien convence a Tierno Galván de la traducción en plata de su apuesta por ocupar ese puesto ante la renuncia de González; le explicó la importancia de las clases medias y pasó a lo concreto: los fondos alemanes se congelarían. El Viejo Profesor entendió, y limitó sus aspiraciones a ser alcalde de Madrid. Cuando González alcanza el poder, Koniecki mantiene su ayuda a través de la Fundación Pablo Iglesias. (...).</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Las reticencias de Pablo Castellano y Enrique Múgica a que González saliera elegido secretario general, las negoció y superó Nicolás Redondo, el auténtico líder del PSOE en el interior, en mayor medida que Ramón Rubial o el abogado alavés Antonio Amat. Redondo tuvo el gesto de no querer ocupar ese cargo y admitir que lo suyo no era la política, sino el sindicalismo, la UGT. Muchas torpezas históricas se hubieran evitado de haber alcanzado Largo Caballero en su tiempo tal sabiduría. Lo de Castellano duraría poco; carecía de carácter para el liderazgo, y bastante tenía con administrar su personalidad, entre el exhibicionismo y la frivolidad. La fidelidad de Múgica, por más que fuera avieso y destemplado en ocasiones, duraría toda la vida; ni él confió en González nunca y menos aún González en él. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Lo que fuera a pasar luego estaba al albur de los profetas, pero ya había pequeñas hogueras con ánimo de encender la pradera en el momento oportuno, que nadie sabía cuál era, salvo la certeza de que Franco moriría con casi absoluta seguridad en la cama. El lugar podía variar, pero sólo entre el palacio del Pardo o un quirófano altamente sofisticado. Se preparaban todos para el día siguiente, de ahí que el hecho de formar sociedad de firmas y reuniones con la extremísima izquierda no inquietara al naciente poder del tándem González-Guerra. El futuro, que no la historia, demostraría que buena parte de los maoístas y trotskistas que formaban en las listas de la Plataforma patrocinada por los socialistas acabarían, muy pocos años después, como egregios diputados o funcionarios del PSOE. El caso más emblemático fue el de la ORT —Organización Revolucionaria de Trabajadores—, cuyos dirigentes darían el salto cuando descubrieron que sus opciones maoístas tenían menos futuro que sus clientelas y que lo único que les garantizaba una vida tranquila era la entonces detestada camada «social-traidora» devenida parlamentaria. (...)</div><div style="text-align: justify;">El PCE de Carrillo, acompañado de dos personajes de biografías balzaquianas —más allá de Galdós, siempre comprensivo—, como era el caso de las de García-Trevijano y Calvo Serer, podía neutralizarse fácilmente con tan sólo una ojeada a sus currículos. El uno, Trevijano, turbio jurista de gran fortuna, con una egolatría que Carrillo alimentaba entre la adulación y el sarcasmo, llamándolo «primer presidente de la III República». Escucharlo era un ejercicio de sumisión; no hablaba, sentenciaba y además se lo creía; por eso Carrillo le echaba leña a un fuego que ni daba calor ni desprendía humo. No estaba hecho Trevijano para la política, aunque él se creyera una mezcla de Robespierre, Cromwell y Bismarck, que de cada cual se jactaba de tener algo. Respecto a Rafael Calvo Serer, poco se podría decir de él en cualquiera de los campos en los que trabajó. Lo que le hacía singular era su profunda creencia en el Opus Dei, del que era numerario. Soltero, ensayista privilegiado en los años del franquismo duro, jaleado como lumbrera en un remake de don Marcelino Menéndez Pelayo, la verdad es que no era muy profuso en luces, y lo curioso de este personaje pertenece más a la psicología, incluso a la psiquiatría, que al dominio de la cultura tout court. Lo que hacía un hombre como Calvo Serer al lado de Trevijano apenas llama la atención, porque ambos en diferentes niveles estuvieron al servicio de la Obra de monseñor Escrivá de Balaguer. Pero qué hacía él junto a Carrillo, y viceversa, resulta una de esas excentricidades que en ocasiones se dan en la política cuando uno se va haciendo mayor y no ha logrado nada que pueda distinguirlo del rebaño en el que ha vivido. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Lo proclamó antes de su reelección en ese Congreso de mayo en el que sembró varias declaraciones de principios: «Hay que ser socialista antes que marxista». Fue el primer ensayo de lo que Robert Michels, un clásico de la sociología, había definido en 1911 como «chantaje plebiscitario»; lo repetiría en varias ocasiones y con diferentes grados de firmeza. Se fecha por entonces la retirada del puñado de críticos, encabezados por el profesor de secundaria Luis Gómez Llorente. A él se debe la invención del palabro que devendrá histórico, «felipismo», que explicó como la «dependencia inadmisible de un partido respecto de un hombre». González, con un gesto de su picaresca en la intimidad de sus adictos, simplificó la jugada recién ganada: «Cuando los agricultores quieren que las brevas maduren más rápido, les ponen aceite en el culo». Eso es lo que hizo: pasar del resistencialismo a la ambición de poder. El marxismo no era para ellos —salidos del 74, en el tardofranquismo— una mochila, sino una piedra gastada del camino. Un adoquín que había instrumentalizado el presidente Adolfo Suárez en su agobiante y desmelenada campaña electoral de 1979, para hurtarles la victoria que creían al alcance de la mano. (...)</div><div style="text-align: justify;">Celebradas las primeras elecciones municipales de la democracia, en abril de 1979, la victoria real de la izquierda debía relativizarse. El peso de las tradiciones locales fue tan importante que, en territorios como Cataluña, numerosos alcaldes del franquismo conservaron el bastón de ediles en ciudades, pueblos o villas con el sencillo gesto de pasar de depender del Movimiento Nacional de Franco al Movimiento Nacional Convergente de Jordi Pujol. Algunos se reciclaron de manera episódica en el Movimiento ucedeo del suarismo. (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg_pcTGArhr0lwjlfpuD6FE4CbU66hYpEhFEINOsOgaeNg3s9sE40oHCIVi3UxqE5VwNHRPPAwU5_RwlbBdKIPu3qXNFMG7XaGyMx1MNaLAnOPSkmw1xuYfwNkLFvPgg8NhncNCoFFKV-fFG48EnlG-ZnHSrg-kZ6iGMWn0MrJJbEG4f9xoK0PvkPRp2lo/s1200/andujar.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="628" data-original-width="1200" height="334" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg_pcTGArhr0lwjlfpuD6FE4CbU66hYpEhFEINOsOgaeNg3s9sE40oHCIVi3UxqE5VwNHRPPAwU5_RwlbBdKIPu3qXNFMG7XaGyMx1MNaLAnOPSkmw1xuYfwNkLFvPgg8NhncNCoFFKV-fFG48EnlG-ZnHSrg-kZ6iGMWn0MrJJbEG4f9xoK0PvkPRp2lo/w640-h334/andujar.jpg" width="640" /></a></div><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">La izquierda se hizo un bloque en las alcaldías, pero se distanciaba en todo lo demás. A Santiago Carrillo, en su condición de secretario general del PCE, le resultaba más tentador y fructífero el acercamiento a Adolfo Suárez, es decir, al poder institucional, que a la eventualidad de aquel joven González que tenía a gala jugar solo. La soberbia de viejo apóstol arruinado, que no lo abandonaría nunca, chocaba con la perplejidad no exenta de irritación con que soportaba González sus consejos de truhan. (...)</div><div style="text-align: justify;">El asesinato político de Adolfo Suárez tenía algo de cesariano, aunque sólo fuera porque había tantos Brutos y Casios que abarrotaban el escenario; si bien es verdad que Suárez no tenía nada de Julio César, los conspiradores del crimen sólo se parecían a la dramaturgia shakesperiana en el manejo de la daga. Hicieron una carnicería en la que acabaron matándose entre ellos. Cabe recordar a algunos: Herrero de Miñón, el descarado que creía saber algo de estrategia política porque se jactaba de haberlo leído todo; Landelino Lavilla, el fino que sólo se volvió plebeyo haciendo un amago de baile en la campaña electoral que perderían misérrimamente (cabeza de lista, salió elegido por los pelos); Carlos Ferrer Salat, el voraz, tan acostumbrado a comerse el mundo y a las damas que de dirigir la primera organización empresarial de España, la CEOE, acabó en pasto de conjuras, de frustraciones y de sábanas (...).</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEimp1yh056IhAnHM24UTM3-q8JHpOo9MQ-k7UHGwgy339TwhU7syTNHekOXlerpz8Gua2QuPzX7U2HUb9y6xSDOTlTuG4-LqJUB0YoUrrICnUIeCIe8QhV9sHk-PJDDm2v2Ja5TnBBLxC42reN71ADNuvE4M3LihuOUq0bpK_dp5ABORgTDsN9oxSqP4YE/s1270/seu.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1270" data-original-width="714" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEimp1yh056IhAnHM24UTM3-q8JHpOo9MQ-k7UHGwgy339TwhU7syTNHekOXlerpz8Gua2QuPzX7U2HUb9y6xSDOTlTuG4-LqJUB0YoUrrICnUIeCIe8QhV9sHk-PJDDm2v2Ja5TnBBLxC42reN71ADNuvE4M3LihuOUq0bpK_dp5ABORgTDsN9oxSqP4YE/w225-h400/seu.jpg" width="225" /></a></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Curiosa trayectoria. De ser jugador por horas pasaba a hacerse con la mesa de billar y hasta con la sala. De no ser nada, a presidente del Gobierno. Algunas jugadas pirateadas cuando los grandes ocupaban la mesa, para hacer manos con el taco y ensayar las posturas. En la división clásica entre el billar francés y el americano, él jugaría políticamente en ambos; ora a bandas, ora a agujeros, siempre bajo el dominio de las carambolas. Ahora, octubre de 1982, iba a convertirse en el emblema de la Transición finiquitada. Con un palo y una bola, valga la metáfora, daba por acabada una época que se temía borrascosa y que no fue más que juegos de manos en la oscuridad. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">ese personal incalificable y de profesión indefinible que está a la búsqueda de una oportunidad para mostrar el mariscal que lleva dentro, a la espera de una oportunidad para medrar. El PSOE devino una agencia de colocación intensiva donde había hueco para todos porque tenía todo por hacer y muy poco personal para cumplirlo. Y a en septiembre de 1984 el semanario Cambio 16 informa que «más de la tercera parte de los 150.000 militantes cobran del erario público», y en marzo del año siguiente el dirigente José María Txiki Benegas reconoce que el partido ha colocado en la Administración a 40.000 militantes. (...)</div><div style="text-align: justify;">Los primeros años —el breve lapso que va de los albores del 82 al renovado éxito electoral que siguió (1986)— los vivió el PSOE con la ansiedad de que habían entrado en un momento en el que todo estaba por mostrar y casi nada por demostrar. No se ha hecho una evaluación de lo que esto significó para el partido, para la Administración y para la sociedad, apenas alguna cuña que dejaría entrever el cañamazo de algunos personajes en carrera por la notoriedad, casi nunca para bien, en los catorce años que durarían los Gobiernos socialistas. (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiX0aEpDluo5Iyzzg-6gGAntVJhz332zgeG6jN0md20bsfzzLJ4SrzrLn39ooRzM9RN_8Bmx-DYnbwRbTeYuArDxaS58LVUCTm7HH3k_ywrH8ybgM4AI7jtyHPrcBbV4xhZZGp4LrPId54c07xUQI8hG75DMwpvZMVBAnbPZp5-zQrme0iQNF_MnaLDURk/s680/psoe.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="403" data-original-width="680" height="380" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiX0aEpDluo5Iyzzg-6gGAntVJhz332zgeG6jN0md20bsfzzLJ4SrzrLn39ooRzM9RN_8Bmx-DYnbwRbTeYuArDxaS58LVUCTm7HH3k_ywrH8ybgM4AI7jtyHPrcBbV4xhZZGp4LrPId54c07xUQI8hG75DMwpvZMVBAnbPZp5-zQrme0iQNF_MnaLDURk/w640-h380/psoe.jpg" width="640" /></a></div><br /><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: justify;">En marzo de 1985 ya tenían 40.000 militantes incrustados en la Administración, cifra notable para la época. Una Ley de Reforma Universitaria convirtió a los PNN (Profesores No Numerarios), que eran unos 5300, en personal fijo, ayudantes con aspiraciones legítimas a catedráticos. Una cantera socialista mientras hubiera piedra que arrancar. Todo les hacía creer que cabalgaban sobre un tigre al que habían amaestrado. Por eso se sorprendieron tanto cuando en el verano de 1985 al presidente González se le ocurrió la humorada de pasar sus vacaciones en el yate de Franco. La perplejidad del personal periodístico y los sarcasmos de la frustrada oposición sorprendieron al protagonista. Usar el Azor, como había hecho el Caudillo, rompía ese equilibrio respecto al pasado que Adolfo Suárez procuró evitar siempre. Estos muchachos no. Si habían ganado, todo les pertenecía tratándose de bienes de Estado. Fue un aldabonazo que abrió los ojos a algunos, que indignó a otros y que no representaba un resbalón, sino algo que habían asumido: el Patrimonio del Estado tenía como principal misión servir a quienes lo dirigían. E incluso se añadía que ellos lo habían ganado en las urnas y no tras mucha guerra y no menos represión. No acabaron de entender que lo efímero de las voluntades en una democracia no consiente el manejo impune de los patrimonios. Lo aprenderían demasiado tarde, y no del todo. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Para Interior-Gobernación, con la perplejidad general, el tándem González-Guerra escogió a José Barrionuevo, un hombre que si se distinguía por algo era por no saber a ciencia cierta de nada. De raigambre carlista en Almería, hijo de un noble tronado que dejó en herencia el título, servicial, militante de la primera hornada de la democracia, inspector de Trabajo, se había ocupado de la Policía Municipal de Madrid en el gobierno coaligado que hizo a Tierno Galván alcalde de la capital. No tenía ni la más somera idea de qué era un ministerio como el de Interior, ni siquiera había sufrido lo que había sido el de Gobernación durante la dictadura. Todas las torpezas que se cometieron durante su largo período en el ministerio estuvieron basadas más en su ignorancia de las artes —malas— de un personal que tiene como tarea implícita, desde que se inventaron sus funciones, la de manejar, atenuar o acentuar a un funcionariado que de por sí constituye una especie de Estado dentro del Estado. Según confesó él mismo, su «gran descubrimiento» fue la Guardia Civil, la misma que con el tiempo lo llevaría a la cárcel, y no por los efectos beneméritos del Cuerpo, sino por delitos criminales de uno de esos mandos, el coronel, teniente coronel y hasta general Rodríguez Galindo, ascendido a este máximo grado por el ministro Juan Alberto Belloch en otro apartado de esta historia. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Quizá por cierta querencia al pasado, la oposición conservadora bendijo a Barrionuevo exaltando su buen hacer, y la derecha mediática lo alababa haciéndole poseedor de un prestigio que no compartía nadie, fuera de la autosatisfacción de una grandilocuencia carente de sentido de la realidad. Su incompetencia, ligada a la inexperiencia, se haría de rogar, pero acabaría causando un terremoto. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Fernando Morán no podía ocultar un cierto desdén intelectual ante los chicos de la tortilla sevillana, lo que a la larga, sumado a su inequívoca posición de izquierda y nada atlantista, acabaría provocando su cese. Hacía la figura de un animal insólito, casado con una Calvo-Sotelo, despreciativo con la derecha más ignorante que le hizo objeto de reiterados chistes, volviendo a producirse aquí una maldición inveterada, más vieja que el franquismo: los idiotas se ensañaban con el más listo de la cuadrilla, quien por cierto les pagaba con un desprecio más que merecido. «Este es un país de paletos y de horteras», le manifestó a la periodista Nativel Preciado, tras un par de años de actividad ministerial.1 Las campañas contra Fernando Morán disfrazaban su matriz reaccionaria bajo capa de chistes para zotes; el eminente muñidor histórico Ricardo de la Cierva producía entonces recopilaciones para la chusma levantisca. Fernando era hombre leído en un reino tendente a poner el listón en el catón de los infantes. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Ocupó los cargos más relevantes y pasó de ser el «Solanita pelotillero», de familia asentada y huidizo de cualquier conflicto que exigiera comprometerse sin garantía de victoria, a hombre providencial para la cultura socialista; nadie trabajará con tanto tino, y además instruiría a su sucesor, Pérez Rubalcaba. Su posterior período como portavoz del Gobierno y reiterado ministro le daría una pátina y dejaría una huella que se consumaría con el no va más de la secretaría general de la OTAN, años después. Parecía el paradigma del cambio, no tanto de la realidad cuanto de las aspiraciones del PSOE; había pasado de patrocinador por excelencia de la oposición a la OTAN a encabezar la Alianza. (...)</div><div style="text-align: justify;">más que dudosas operaciones empresariales que apuntaban al presidente de la Comunidad, Joan Lerma; a su jefe del gabinete de Prensa, el periodista Ximo Puig, luego presidente autonómico y entonces en plena pelea partidaria con el sector de Cipriano Císcar, porque la Comunidad Valenciana tenía la particularidad tradicional de numerosos ingredientes para la paella y no menos ruidos para las fallas. Entonces Ximo Puig no dejó de considerar que «la maraña de empresas paralelas» podía calificarse como «escándalo nacional». Como Cataluña, tan diferentes y tan similares, los socialistas valencianos siempre fueron una familia numerosa, muy numerosa, pero muy mal avenida. (...)</div><div style="text-align: justify;">El asunto saltó tras las denuncias del Frankfurter Rundschau y Der Spiegel por financiación subterránea del consorcio alemán de Friedrich Karl Flick al conjunto de su clase política. Si el padre había ayudado a Hitler, por lo que fue condenado en Núremberg a siete años de prisión —de los que cumplió cinco—, su hijo había regado las cuatro fundaciones de la República Federal: la socialdemócrata Ebert, la democristiana Adenauer, la liberal Naumann y la socialcristiana Seidel. Total, diez millones de marcos de la época (unos 890 millones de pesetas, una nadería para lo que vendría después). Como el asunto llegó al Parlamento alemán, se constató que el PSOE había recibido cuatro millones de marcos para «ayuda a Felipe González», según testificó el gerente de Flick, Max Paefgen. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">La denuncia bautismal del militante Alonso Puerta terminaría con su expulsión y graves rifirrafes que, como ocurre casi siempre, acababan con sanciones a los que levantaban las alfombras recién colocadas, al tiempo que la autoridad partidaria daba la orden de hacer pasar los objetos, mal pisados y usados con provecho, por la lavandería. La realidad, preñada de satisfacciones, lo cubría todo. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">El fracaso de las audaces medidas económicas del Gobierno de Mitterrand sirvió como espejo en el que reflejarse, si es que se dignaban a mirar hacia alguna parte. Pronto se vieron obligados a corregirlas, luego a achicarlas y por fin a mantenerse en el mismo statu quo que exaltaba el sistema económico entonces incontestable, representado por las Administraciones de Ronald Reagan y Margaret Thatcher. (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhS-r04pgAXZLraMQQmAnZSX6FgSCXi-coXoHTthsitrchFQgBe7lSxjERHa4_t0W2u1jsYeIi-0d7MZSOCTUFTs1_5_YyGsHnYXTURJdmYgfqwoFDk9IgwbqMo6xZI9CJf2jm74wdVCqBr2nK4QkBIPNBLDzf_JtsmlX6kkSuSuOqCAWLcB5M1kLUq3JE/s500/izquierda.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="500" data-original-width="373" height="640" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhS-r04pgAXZLraMQQmAnZSX6FgSCXi-coXoHTthsitrchFQgBe7lSxjERHa4_t0W2u1jsYeIi-0d7MZSOCTUFTs1_5_YyGsHnYXTURJdmYgfqwoFDk9IgwbqMo6xZI9CJf2jm74wdVCqBr2nK4QkBIPNBLDzf_JtsmlX6kkSuSuOqCAWLcB5M1kLUq3JE/w478-h640/izquierda.jpg" width="478" /></a></div><br /><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">No puede decirse que la política económica de Miguel Boyer fuera buena para la marcha de la economía española, pero confirmaba que, si bien la mayoría veía mermado su poder adquisitivo y contemplaba un aumento alarmante del paro, al menos algunos podían hacer buenos negocios. No sólo no se había achicado el desempleo —que se arrastraba tras años de dejadez y por la imposibilidad de que los frágiles Gobiernos de Adolfo Suárez pudieran atajar unas deficiencias que incluso venían de antes—, sino que Miguel Boyer manifestaba un desdén manifiesto por los sindicatos, las rentas bajas e incluso el partido, un PSOE que cada vez lo miraba con mayor perplejidad y hasta temor. Era un Gobierno de izquierdas que no tenía el más mínimo rubor en hacer una política económica ultraliberal cuando aún esta se hallaba en sus albores. La operación podía desarmar a la derecha clásica, que aún peleaba por los restos de su naufragio pero abría boquetes en la apreciación que los propios votantes de izquierda sentían por lo que muchos consideraban «su partido». (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">El cese fulminante de José Víctor Sevilla, secretario de Estado de Hacienda, en febrero de 1984 causó cierto asombro. Era sabido que Sevilla no compartía la política fiscal de Boyer, que se sustentaba en la convicción del talento estratégico de Mariano Rubio, subgobernador del Banco de España y amigo personal de longa data. Sevilla había llamado la atención sobre la desproporcionada alza de la inflación, trampeada por Boyer para mantener los topes salariales, y, por si esto fuera poco, puso el grito en el cielo de Felipe González sobre los pagarés del Tesoro, que colindaban con el «dinero negro». Más de tres billones —con «b» de billetes— de pagarés del Tesoro sin retención fiscal, opacos a la Hacienda pública y auténtica ducha para blanquear el dinero negro, donde entraría a saco la que luego se llamaría beautiful people y que entonces se acogía a la más chusca calificación de «amigos de Boyer». Incluso su secretaria ministerial, Petra Mateos, se convertiría en leyenda del mundo financiero. Boyer echó a Sevilla y lo sustituyó por Josep Borrell (...).</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEggieoPONtk6Qazs9WX_M4LpzV9sGSoWDiI9wrzcohexvVMxhCFj33w4beXVfaa10uN1MeRMWqUEOqHm0hauO-3S1VPB-JHhMA5cXE1FUPxgVi0SeWXx56q3c21UnddTgpYs0ayVt7onKej2D-AWMdONppjYDYtmbek4mP5kdUZtc2iF-GioGEL_gbY3-g/s1960/pobres.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1338" data-original-width="1960" height="218" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEggieoPONtk6Qazs9WX_M4LpzV9sGSoWDiI9wrzcohexvVMxhCFj33w4beXVfaa10uN1MeRMWqUEOqHm0hauO-3S1VPB-JHhMA5cXE1FUPxgVi0SeWXx56q3c21UnddTgpYs0ayVt7onKej2D-AWMdONppjYDYtmbek4mP5kdUZtc2iF-GioGEL_gbY3-g/s320/pobres.jpg" width="320" /></a></div><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Esa realidad definía a un Gobierno de izquierdas que no tenía el más mínimo rubor en hacer una política económica neoliberal aún indefinida. Verdaderamente desarmaba a la derecha clásica, pero abría boquetes en la apreciación de muchos votantes que aún tenían confianza en «su partido». La medida estrella rutilante, la única que se podía vislumbrar, consistió en la implantación de la jornada laboral de cuarenta horas semanales, pero al tiempo que se incrementaba el desempleo y la pérdida de poder adquisitivo. (...).</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Controlada TVE, la única existente, por la mano férrea del secretario para la manipulación descarada, que no era otro que José María Calviño —padre de la que llegaría a ser ministra de Economía con Pedro Sánchez—, colocado personalmente por el vicepresidente Alfonso Guerra para ejercer como depositario de las verdades reveladas por el Gran Comunicador. TVE, el medio oficial, oficioso y lo que fuera menester —y que daría paso luego al encaje de bolillos, o el chalaneo ferial de ganado, que constituiría la llegada de las televisiones privadas—, era inseparable del fuego graneado de un diario que llegaría a erigirse entonces en una especie de intelectual colectivo de intereses muy privados, el que urbi et orbi se proclamaba «El diario independiente de la mañana», El País. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><iframe allowfullscreen="" class="BLOG_video_class" height="266" src="https://www.youtube.com/embed/GhD1Fkcn2L4" width="320" youtube-src-id="GhD1Fkcn2L4"></iframe></div><br /><div style="text-align: center;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">El nombramiento de Calviño para domeñar al paquidermo RTVE tenía el sentido inequívoco de ponerlo bajo el control de Guerra, y por añadidura del jefe de la mesa de billar. Bastaba echar una mirada a la trayectoria vicaria del director general del ente público. José María Calviño era todo lo que se podía ser, incluso abogado, candidato «republicano» en las primeras elecciones, galleguista ejerciente, funcionario veterano del ente y de su Consejo. Fiel siempre, y así lo demostró en la primera ocasión que se le presentó. El exitoso programa de debate La clave, que dirigía José Luis Balbín, vieux routier del periodismo, invitó como uno más al recién expulsado del partido, Alonso Puerta, el primero en denunciar prácticas corruptas en el socialismo madrileño. Aquel día 14 de enero de 1983 se acabó La clave, Balbín y Alonso Puerta; todos «viraron a negro», como si se tratara de un corte de película. Calviño demostró su valía y lo que estaba dispuesto a hacer (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Si toda manifestación de civilización lleva aparejada una dosis de barbarie, en las proporciones del PSOE de la década de los ochenta existía un conflicto entre civilización y barbarie, o lo que es lo mismo entre el crimen y el respeto a una ley demasiado laxa (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><br /></div>victor.penahttp://www.blogger.com/profile/08356188105818887200noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1678132152115186029.post-34483621521346596992023-11-14T20:01:00.004+01:002023-11-14T22:53:50.640+01:00"Las banderas separan" GLORIA FUERTES<p style="text-align: center;"> </p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj6UaAZ3cBmx32XR4ipI9_swzEJJTIP4w7spAhMQUketQwuE0HkqkZsZb2hMw27rENs6mLHLmpjLImet4f0UB8WO1Ffa_2dVM-skzkFHSLwfgpNe2kA70Ie4EFWnv8L7wx8CjtHht8qsnz36tK_Y7iWqL1qu6Q2ZsrRE5W80g7pP3c4_hx4HAXdexkU-Jw/s410/GLORIA.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="410" data-original-width="250" height="640" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj6UaAZ3cBmx32XR4ipI9_swzEJJTIP4w7spAhMQUketQwuE0HkqkZsZb2hMw27rENs6mLHLmpjLImet4f0UB8WO1Ffa_2dVM-skzkFHSLwfgpNe2kA70Ie4EFWnv8L7wx8CjtHht8qsnz36tK_Y7iWqL1qu6Q2ZsrRE5W80g7pP3c4_hx4HAXdexkU-Jw/w390-h640/GLORIA.jpg" width="390" /></a></div><br /><p></p><div style="text-align: left;"><div style="text-align: center;"><b><span style="font-size: large;"> LAS BANDERAS SEPARAN</span></b></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: large;"><br /></span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: large;">Al aire,</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: large;">al aire puro</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: large;">no le gusta acariciar banderas.</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: large;"><br /></span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: large;">Todas las banderas</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: large;">huelen a proyectiles,</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: large;">a heridas</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: large;"><br /></span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: large;">Todas las banderas huelen a sangre</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: large;">de hombre joven.</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: large;"><br /></span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: large;">El aire puro de mala gana las ondea</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: large;">Hasta que con todas las banderas (como dije)</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: large;">los países hagan una soga larga</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: large;">multicolor gigantesca,</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: large;">entonces el huracán</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: large;">se convertirá en suave céfiro</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: large;">que acariciará la única bandera del mundo</span></div><div style="text-align: center;"><span style="font-size: large;">gustoso.</span></div><div><br /></div></div>victor.penahttp://www.blogger.com/profile/08356188105818887200noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1678132152115186029.post-7699012971752170252023-11-02T16:25:00.001+01:002023-11-02T16:25:10.681+01:00Fragmento a Pasolini de LA TUMBA DE KEATS (Juan Carlos Mestre)<p></p><div style="text-align: center;"> <a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjcY4-6rqEAuEI0bYJ0f0tsC1Z72wWcb0q_wVWAiQELfSoSZn3ZHNFmbuJ9aNeJDqvB4Hkyn1QucmI7SdEdQmkXieEmIe6Kf0yW72J-Ew7CAJ5ppaNxsZvuXPPcyJbR5Qsa-5CD5z2iKbf3bzZWyPM-aCMzX9GsPAVQT5BAI5ZjUcLZPpbTdWhP41T2dMY/s1000/TUMBAKEATS.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em; text-align: center;"><img border="0" data-original-height="1000" data-original-width="647" height="640" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjcY4-6rqEAuEI0bYJ0f0tsC1Z72wWcb0q_wVWAiQELfSoSZn3ZHNFmbuJ9aNeJDqvB4Hkyn1QucmI7SdEdQmkXieEmIe6Kf0yW72J-Ew7CAJ5ppaNxsZvuXPPcyJbR5Qsa-5CD5z2iKbf3bzZWyPM-aCMzX9GsPAVQT5BAI5ZjUcLZPpbTdWhP41T2dMY/w414-h640/TUMBAKEATS.jpg" width="414" /></a></div><br /><p></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg7FEuEs5VjDkGcP6y6iu8tCmfzG1Auc_4R1J5W4PScZcV9_kSxN58HxsMp3MJgUA0ZznNu1f4OQdd13qRvW-BhH8381N4skp8P8t3oMfgvgwhD-ZjR3oFRf6U08P2UHHp0Iv4Gs_OCq_c0uK41nMrX7A5Ntst5YpagGFBHOKK3NdVTkRYUIWnvAnEACOQ/s1771/PASOLINI.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="969" data-original-width="1771" height="350" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg7FEuEs5VjDkGcP6y6iu8tCmfzG1Auc_4R1J5W4PScZcV9_kSxN58HxsMp3MJgUA0ZznNu1f4OQdd13qRvW-BhH8381N4skp8P8t3oMfgvgwhD-ZjR3oFRf6U08P2UHHp0Iv4Gs_OCq_c0uK41nMrX7A5Ntst5YpagGFBHOKK3NdVTkRYUIWnvAnEACOQ/w640-h350/PASOLINI.jpg" width="640" /></a></div><div style="text-align: left;"><div>( Pier Paolo Pasolini, asesinado en Ostia </div><div> el 2 de noviembre de 1975) </div><div>Se aburre el hombre con el hombre, una vez más es su cabeza como un bosque dormido, </div><div>en ella los venenos de la posesión hacen sufrir al enamorado y al cándido,</div><div>levantan murallas altas como milenios entre su deseo y su cuerpo,</div><div>rodean los bazares con brea de pescado, queman hojas de libros y queroseno,</div><div>especulan, traen noticias, defienden teorías, matan lo que aman.</div><div>Tuvimos una vez la felicidad, pero tuvimos a Wilde con su jergón de presidiario a rayas,</div><div>tuvimos nombre de estrella, hermosos nombres de animales bíblicos,</div><div>fuimos mujer y sol y hombre y luna, brillantes como los atunes, vivos como delfines,</div><div>pero sucedió la vergüenza y salió el basilisco con su áspera lengua de arena, </div><div>sucedió la muchacha muerta, el oficio de andar por ahí con una hoz en la mano, </div><div>sucedió la anémona de pechos violáceos, en cada lugar entró el afilador filarmónico, </div><div>entró el ruido de los escaparates rotos, entró la maledicencia en cada casa,</div><div>las algas entraron en los cráneos de los arrojados al mar, entró la gente en las correas, </div><div>la almeja abrió sus labios en el plato gigante, abrieron sus agallas negras los camaleones,</div><div>alguien cogió la lámpara y la apagó, alguien anduvo de un lado para otro jadeante, con miedo,</div><div>lo incombustible ardió, el amarillo fue un color maldito, se detuvieron los trenes, </div><div>hacia otro lugar se pusieron de nuevo en marcha los trenes,</div><div>las flores se cerraron sobre sí mismas, se dieron vuelta los guantes, las cruces alargaron sus brazos,</div><div>pasó un día, los solitarios abandonaron la felicidad, los atónitos se juntaron con los infelices alrededor de una estufa, esperaron,</div><div>pasó otro día, algunos empezaron a oír terribles narraciones, relatos que ofendían la verdad de la literatura,</div><div>todos por separado acariciaban su nublado pedazo de cielo, juntos lo maldecían, </div><div>la monotonía de la muerte empezó a empapar los cadáveres,</div><div>la presencia del mal comenzó a ser disculpada más allá de las barreras del ghetto,</div><div>de nada sirve que yo te ame, de nada sirve muchacha que yo te quiera,</div><div>esto es todo lo que nos ha dado la vida, la memoria del que muere en otra parte,</div><div>ahora cuando el otro es el que sufre, y es también el otro el que condena.</div><div>Nadie llamará leña a la corteza de este árbol, nadie libro a la casa de este cuerpo,</div><div>nadie a la Roma mortal de los escombros liturgia de lo eterno,</div><div>nadie por más que dure la vejez del mundo ocultará su cara con las manos,</div><div>nadie al deseo que inspira el candoroso lenguaje de los hombres llamará costumbre desconocida,</div><div>nadie que se conozca olvidará las portentosas, inocentes, primeras palabras de su infancia,</div><div>nadie entre lo que queda de nosotros, la brizna de nosotros, la huella de nosotros, </div><div>dirá ha dejado de llover, el exilio ha terminado, es decir, he olvidado.</div><div>Pueden de este modo girar los aros y las manecillas y el círculo de las poleas,</div><div>pueden los astros volver atrás sobre sus órbitas, sumergirse las islas, retraer los muros sus cristales,</div><div>pero aquél que alce su vista al universo, aquél con su cestillo, aquél con ramas,</div><div>el que aún trae en sus dedos el olor de otro, la copa de los manantiales salinos, </div><div>el que abre la botella del náufrago, el que hace arder la sonrisa del cómico,</div><div>el errante que bajo el cielo de agosto llama a ese sitio lugar donde él quisiera vivir,</div><div>el inmóvil sobre las superficies que llama a ese lugar tierra donde quisiera quedarse,</div><div>el poseído por la alucinación de las brújulas, el que dice toda noche es pequeña para mí, </div><div>el que tiene una herramienta negra, el que la oculta para no defenderse de nada,</div><div>quien alza la mano y dice y el que no alza la mano y murmura y pone su silencio entre las palabras que tienen valor,</div><div>el que hace ruido con la boca, el que asaltado por el temor de los grandes batracios se calla,</div><div>el huérfano apadrinado por el estiércol de la oquedad,</div><div>el hueso del exhibicionista cristiano, la fiera cismática de los teólogos negros, </div><div>el collage de Roma tatuado sobre el torso desnudo del favorito de Adriano,</div><div>piedra de la piedad de Roma, la conciencia de Auschwitz marcada a látigo de nieve </div><div>a través del hambre de las diecisiete generaciones de Jacob,</div><div>la carreta de heno, las sandalias del gran dador de la misericordia al que llaman las tribus Pontífice Máximo,</div><div>los doce arrepentidos tallados en piedra blanca por el dueño de los arquetipos,</div><div>el reloj de arena y la escuadra masónica, el cálculo perfecto del poder y la muerte,</div><div>el que viene en nombre de nadie, el que trae cera para los mártires,</div><div>el que trae un azafate de bronce, agua donde lavar la uña de los creyentes,</div><div>el torpe con la barba de once días del peregrino apoyándose en su cayado egipcio,</div><div>el apóstata con el juez a levantar testimonio del cadáver encontrado en Ostia,</div><div>Pier Paolo Pasolini a la derecha del suspiro del Padre,</div><div>carne de mono para las bodas del infierno, </div><div>carne de Cristo para el delito de Estado,</div><div>Roma blanqueada por la avaricia del asesinato, </div><div>Roma roída por los perros de la judicatura.</div><div>(...)</div><div>He enterrado la llave que abre a un hombre al vacío</div><div>y la llave que cierra la urna y la que no abre ni cierra nada a ésa también la he enterrado, </div><div>ahora custodio la propiedad del olvido,</div><div>los barrizales donde el campesino etrusco envuelto por la luz marina </div><div>cae elemental, pura, sencillamente masacrado por la quijada de Abel.</div><div>Esto que yo sé ahora, este conocimiento en mí del otro, esta personificación de ceniza y fragmento, este extremo de alondra y miopía en el faro, esta usura de cuerpos invisibles sustraídos a la realidad, al espacio de la edad del sueño ocupado por la posibilidad enemiga, la hora en que todas las calles del cementerio protestante de Roma, las tumbas con números múltiplos del dos y las impares, todas las inseparables tumbas y las ya desaparecidas bajo el irreparable anhelo de la inmortalidad, aceptan la derrota de su tiempo, y siendo el tiempo un instrumento útil a la libertad del hombre por perecedero, y siendo lo perecedero una claridad generosa no alejada en su contradicción del futuro, veo a la vez el rayo y la golondrina en su breve atmósfera, y por encima de mí veo los cipreses como un gigante enmohecido atemorizando la vanidad, y pienso que lo irreal es esto, esta videncia de lo evidente, que apenas a cien pasos de la cercanía del ojo esté enterrado Keats y al otro extremo del silencioso y pagano jardín, a igual distancia de la rosa de los vientos y el perjurio de la inmovilidad esté la urna de piedra gris con las cenizas de Gramsci, y entre ellos la bruma de todos los mares y las estrellas voluntarias de la noche, y tras esta posesión de sucesiva solidaridad tan alejada del capricho como de la demencia, escribiera Pier Paolo Pasolini el duelo de su confidencia bajo la lluvia de un año que pudo ser el cincuenta y seis, pero esto ya no hay labios que lo cuenten.</div><div>Puede un hombre llamar destino a esta hora en que moralmente empieza a nublarse el día,</div><div>decirle a un dios oye dios dile a la muerte que no estoy,</div><div>puede la mañana negarse a ser mañana, desobedecer la noche, iluminarse,</div><div>y desde esa desnudez, más inocente el cielo y todavía más transparente la idea del perturbador castigo,</div><div>puede el pensamiento de un hombre discrepar de la conciencia de ese mismo hombre, </div><div>puedo yo ser dos, pueda el otro renunciar a la educación de sentirse culpable,</div><div>pueda llamar idea próxima al homicidio a la cultura concebida en términos de lo rentable,</div><div>puede consecuentemente el hombre exigir aire al aire y agua al agua,</div><div>fundar su diferencia en la discrepancia, elegir la cobardía ante el valor del que mata, </div><div>negarse al resplandor y a la oscuridad, llamar por su nombre al asesino,</div><div>ahí estás clavado como un Cristo en este arenal de botellas vacías y neumáticos viejos, </div><div>Pier Paolo Pasolini arrojado entre los escombros de una ciudad moribunda,</div><div>entre la multitud de los silenciados a los que da su grito negro un mar de brea, </div><div>llámese una palabra a otra por la proximidad,</div><div>dé al día su canto el pájaro como da el otoño su color amarillo,</div><div>vuelva el díscolo hacia atrás por las aceras hasta entrar otra vez en la velocidad de su automóvil,</div><div>ruede la moneda hasta la alcantarilla, se haga gota de oro en la podredumbre,</div><div>vuelva la hora del que sobre la terrenal esfera sólo conoció la época del concilio de sombras, la desgracia de las naciones vecinas, la conspiración contra el hombre,</div><div>regrese el que contra la furia de los contrarios se quita el sombrero ante un cerezo en flor,</div><div>mire las inmensas bóvedas, vea en esas bóvedas la bandada de pájaros sin cielo,</div><div>vea sobre él como granos de arroz sobre la novia una a una todas las arenas de la playa de los pájaros,</div><div>el conjunto y la confabulación, la integridad y el cúmulo de todos los pájaros,</div><div>la aglomeración y la masa, la clase y la compleja unidad de sus racimos aéreos,</div><div>vea la centena y el millar que apiña, la pareja y la trinidad de los pájaros, la uva del pájaro solo,</div><div>todos los pájaros de la alabanza, todos los gremios y las hermandades de pájaros que huyen de la monstruosidad y la redada,</div><div>todos los torturados bajo la decencia ambigua de la religiosa democracia del cuerpo, </div><div>los que sin nombre de pájaro poeta son su único sol, su única abrasión en los andamios, su único quicio en las madrigueras,</div><div>uno por cada uno es el pájaro en la jaula de silicio en los callejones del búho,</div><div>uno por cada tachado en el inventario de los chaperos de Termini asignados a la trama de la sospecha,</div><div>la marcha de los ciento cincuenta millones de Maiakovski,</div><div>atados con cuerda de bronce cada uno a su árbol, cada pigmento a su color de ala, acorralados en el tumulto, secretos en el hematoma. </div><div>fragmento de la tumba de keats / roma, noviembre 1997 / poema e ilustraciones de Juan Carlos Mestre)</div><div><br /></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgJgaqqB9Z7oo92UoQrcEiPqXz6Mpzqb9eswaaR7-n1iZVSCfta9g5ubEG0HwcSW48YqbQFAZ_yhW82VFVNr3Qwzmolt1Ki-Aog-xO7aNlhjKGMd5i8E7rcC2h3ZRs9ibKiLmLSyZJ_OSnICePv83Cjl8i4YZrwSddgshChVdUhJMawSzpV4hHYYUFSk3w/s1750/MESTREKEATS.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1750" data-original-width="1235" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgJgaqqB9Z7oo92UoQrcEiPqXz6Mpzqb9eswaaR7-n1iZVSCfta9g5ubEG0HwcSW48YqbQFAZ_yhW82VFVNr3Qwzmolt1Ki-Aog-xO7aNlhjKGMd5i8E7rcC2h3ZRs9ibKiLmLSyZJ_OSnICePv83Cjl8i4YZrwSddgshChVdUhJMawSzpV4hHYYUFSk3w/s320/MESTREKEATS.jpg" width="226" /></a> <div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEizSJYWsbx2cVUt2sTyWX8wdQzE_a-Up17vEcDGfS_znmIiwOVIV6eZZLx0DOlCrnXD0fGhDVTIigS0UCoq0EkLMIntiQp5S2EcfYGUdnrZ4HxFKKITY8EW-FpV3luvvYLV39sOeQFnSqMa8Dl6PlL0FsjsAuCaLz_a3pk6AXLh8xEvMT_A-EK95tMTalY/s1752/MESTREKE2.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1752" data-original-width="1273" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEizSJYWsbx2cVUt2sTyWX8wdQzE_a-Up17vEcDGfS_znmIiwOVIV6eZZLx0DOlCrnXD0fGhDVTIigS0UCoq0EkLMIntiQp5S2EcfYGUdnrZ4HxFKKITY8EW-FpV3luvvYLV39sOeQFnSqMa8Dl6PlL0FsjsAuCaLz_a3pk6AXLh8xEvMT_A-EK95tMTalY/s320/MESTREKE2.jpg" width="233" /></a></div><br /></div><br /><div style="text-align: center;"><br /></div></div>victor.penahttp://www.blogger.com/profile/08356188105818887200noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1678132152115186029.post-69789028698003009752023-10-15T15:10:00.005+02:002023-10-15T15:10:40.671+02:00"Socialismo cocainómano"<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><iframe allowfullscreen="" class="BLOG_video_class" height="266" src="https://www.youtube.com/embed/7b7DgOeMnW4" width="320" youtube-src-id="7b7DgOeMnW4"></iframe></div><div style="text-align: center;"><br /></div>
Pensé que estabas bromeando<br />
cuando dijiste "me gustaría verle<br />
para discutir su contribución<br />
al futuro del corazón y el alma de nuestra nación.<br />
A las seis en mi casa, Whitehall "<br />
<br />
Bueno, llegué justo después de las siete<br />
Pero usted dijo "no importa, me hago cargo<br />
de su situación y de su imagen<br />
y me siento halagado. Solo me gustaría decirle<br />
que me encantan todos sus discos.<br />
Por cierto, ¿podría firmar esto para mi hija?<br />
Ella está en el hospital, su nombre es Miriam.<br />
Gracias, ahora vamos al grano: ¿quieres una raya?<br />
¿Es usted -snif- socialista?<br />
<br />
Ahora siento que lo hago bien,<div>voy a tope todo el rato.<br />
Sólo un tiro y arreglado<br />
y apoyo el... oh estado de bienestar, </div><div>o como se diga.<br />
<br />
Oh, sí me siento</div><div>una superestrella.<br />
<br />Bueno cantar acerca de las personas comunes<br />
Y la mala formas y los inadaptados<br />
Así que puede usted aportar a mi /><br />
y todo lo que realmente quiero decir<br />
ha venido en y oscile el voto para mí<br />
todo lo que estoy diciendo en realidad </div><div>ha llegado en el rodillo hasta que la nota para mí<br />
la esencia de todo esto es ¿quiere solicitudes o d'desee pierde?<br />
¿es usted un socialista, ¿no?<br />
socialista, ¿verdad?<br />
socialista, ¿eh?<br />
Oh, sí, socialista".<br />
<br />Usted puede ser justo lo que desea ser<br />
justo siempre y cuando no se trate de competir conmigo<br />
y ya hemos esperado tanto tiempo<br />
para la oportunidad de ayudar </div><div>a nuestra propia especie, por lo que ahora...<br />
Por favor, ven y traza las líneas de fiesta.</div><div><br />
Oh, te debes a ti mismo,<br />
no pienses en nadie más<br />
y prometemos que no se lo diremos<br />No se lo diremos y todos ganamos, socialista."</div>Víctor Peña Dacostahttp://www.blogger.com/profile/10915737974967487999noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1678132152115186029.post-82621922753210900252023-10-15T14:59:00.003+02:002023-10-15T14:59:18.564+02:005 poemas de ‘Meadowlands’, de Louise Glück<p style="text-align: center;"> </p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjWglPcJlO9gygIBAdcum_1g7MJf0z9vVfF3Iyxclu9jKNcTPqgSPUUDRxx1bYs2wTWHDqfh7I3ohw5Bx_9NknLunNMD1PQhUefPxFpQ3Nt6s3Ux23rSBscRjXHr9ZtMOwVS8jvwvOVqVZCOJq8jbx2pDVXtjP35EIwCEIEBsl1QF3x4SIWxXte6SSoC1Q/s356/GLUCK.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="356" data-original-width="229" height="640" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjWglPcJlO9gygIBAdcum_1g7MJf0z9vVfF3Iyxclu9jKNcTPqgSPUUDRxx1bYs2wTWHDqfh7I3ohw5Bx_9NknLunNMD1PQhUefPxFpQ3Nt6s3Ux23rSBscRjXHr9ZtMOwVS8jvwvOVqVZCOJq8jbx2pDVXtjP35EIwCEIEBsl1QF3x4SIWxXte6SSoC1Q/w412-h640/GLUCK.jpg" width="412" /></a></div><br /><p></p><div style="text-align: left;"><h2 style="text-align: left;"><b>Ítaca</b></h2><div><br /></div><div>El amado no</div><div>necesita estar vivo. El amado</div><div>vive en la cabeza. El telar</div><div>es para los pretendientes, encordado</div><div>como un arpa con el hilo blanco de un sudario.</div><div><br /></div><div>Él era dos personas.</div><div>Era el cuerpo y la voz, el magnetismo</div><div>natural de un hombre vivo, y después</div><div>el sueño o la imagen que despliega</div><div>y moldea la mujer que trabaja el telar,</div><div>sentada allí, en un salón lleno</div><div>de hombres sin imaginación.</div><div><br /></div><div>Igual que te compadeces</div><div>del engañado mar que intentó</div><div>llevárselo para siempre</div><div>y solamente se llevó al primero,</div><div>al verdadero marido, debes</div><div>compadecerte de estos hombres: no saben</div><div>qué es lo que están mirando;</div><div>no saben que cuando uno ama de esta forma</div><div>un sudario es un traje de novia.</div><div><br /></div><div>***</div><div><br /></div><h2 style="text-align: left;"><b>Parábola de la bestia </b></h2><div><br /></div><div>El gato ronda por la cocina</div><div>con un pájaro muerto,</div><div>su nueva posesión.</div><div><br /></div><div>Alguien debería hablarle</div><div>de ética al gato mientras este</div><div>husmea el lacio pajarillo:</div><div><br /></div><div>en esta casa</div><div>no ejercemos</div><div>la voluntad de este modo.</div><div><br /></div><div>Cuéntale eso al animal,</div><div>con sus dientes ya</div><div>clavados en la carne de otro animal.</div><div><br /></div><div>***</div><div><br /></div><div>Parábola del vuelo</div><div><br /></div><div>Una bandada de pájaros abandona la ladera de la montaña.</div><div>Negros en la tarde primaveral, dorados a principios de verano,</div><div>se elevan sobre la lisa superficie de la laguna.</div><div><br /></div><div>¿Por qué el joven se inquieta de repente,</div><div>por qué decae la atención en su pareja?</div><div>Su corazón ya no está del todo dividido; intenta pensar</div><div>en cómo decir esto con cierta compasión.</div><div><br /></div><div>Ahora oímos las voces de los demás al cruzar la biblioteca</div><div>hacia la veranda, la galería de verano; los vemos</div><div>sentarse como siempre en las diversas hamacas y sillas,</div><div>las blancas sillas de madera de la vieja casa, mientras recolocan</div><div>los cojines de rayas.</div><div><br /></div><div>¿Importa acaso a dónde van los pájaros? ¿Importa acaso</div><div>de qué especie son?</div><div>Se marchan de aquí, de eso se trata,</div><div>primero sus cuerpos, luego sus tristes gritos.</div><div>Y, desde ese momento, dejan de existir para nosotros.</div><div><br /></div><div>Debes empezar a pensar en nuestra pasión de esa manera.</div><div>Cada beso fue real, después</div><div>cada beso abandonó la faz de la tierra.</div><div><br /></div><div>***</div><div><br /></div><h2 style="text-align: left;"><b>Bañador morado</b></h2><div><br /></div><div>Me gusta verte trabajar en el jardín</div><div>mientras me das la espalda con tu bañador morado:</div><div>tu espalda es mi parte favorita de tu cuerpo,</div><div>la parte que está más alejada de tu boca.</div><div><br /></div><div>Harías bien en pensar un poco en esa boca.</div><div>También en tu forma de quitar las malas hierbas,</div><div>rompiendo los tallos a nivel del suelo</div><div>cuando deberías arrancarlas de raíz.</div><div><br /></div><div>¿Cuántas veces tengo que explicarte</div><div>cómo se esparce la hierba, a pesar</div><div>de tu montoncito, en una masa oscura que</div><div>al alisar la superficie has acabado</div><div>por ocultar del todo? Cuando te veo</div><div><br /></div><div>con la mirada perdida en las ordenadas</div><div>hileras de la huerta, aplicándote</div><div>aparentemente a fondo cuando en realidad</div><div>haces el peor trabajo posible, pienso</div><div><br /></div><div>que eres una irritante cosita morada</div><div>y que me gustaría que te esfumaras de la faz de la tierra</div><div>porque eres todo lo equivocado de mi vida</div><div>y te necesito y te merezco.</div><div><br /></div><div>***</div><div><br /></div><h2 style="text-align: left;"><b>El deseo</b></h2><div><br /></div><div>¿Recuerdas aquella vez que pediste un deseo?</div><div><br /></div><div>Pido un montón de deseos.</div><div><br /></div><div>La vez que te mentí</div><div>sobre la mariposa. Siempre me he preguntado</div><div>qué deseo pediste.</div><div><br /></div><div>¿Qué deseo piensas que pedí?</div><div><br /></div><div>No lo sé. Que yo regresara, que</div><div>de alguna manera al final acabáramos juntos.</div><div><br /></div><div>Pedí lo que pido siempre.</div><div>Pedí otro poema.</div></div>victor.penahttp://www.blogger.com/profile/08356188105818887200noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-1678132152115186029.post-33132464189889255762023-09-25T22:17:00.001+02:002023-09-25T22:17:10.649+02:00"INVASIÓN DE CAMPO: manifiesto contra el fútbol como negocio y en defensa el aficionado" (Alejandro Requeijo)<p style="text-align: center;"></p><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh78ccG10GL7a7_yVli2IYPZGSfZVcQsIbOQM7Mpe0UgQhV29u0Po5FcUs8R1_WDfLFdNtIQwIaSg225R0_6TM4rcgtMd0GaGVJ_GQjLLe8z9ZUFFeTV59rlZcilsEeuyslBzl21UucnrEi1aY8Mcj5ZAehb9OzpjoxEgHAmg5v0Y2JqYxIy1dq13kn/s600/invasion%20de%20campo.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="600" data-original-width="600" height="640" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh78ccG10GL7a7_yVli2IYPZGSfZVcQsIbOQM7Mpe0UgQhV29u0Po5FcUs8R1_WDfLFdNtIQwIaSg225R0_6TM4rcgtMd0GaGVJ_GQjLLe8z9ZUFFeTV59rlZcilsEeuyslBzl21UucnrEi1aY8Mcj5ZAehb9OzpjoxEgHAmg5v0Y2JqYxIy1dq13kn/w640-h640/invasion%20de%20campo.jpg" width="640" /></a></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><p></p><div style="text-align: left;"><span style="font-family: inherit;"></span></div><blockquote><div style="text-align: right;"><span style="font-family: inherit;"></span></div></blockquote><blockquote><blockquote><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: inherit;">DECLARACIÓN DE PRINCIPIOS </span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: inherit;"></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: inherit;">El fútbol es una cosa muy seria, es un elemento de identidad, aunque la opción normalmente es trivial, tú eres del equipo de tus padres o de tus hermanos mayores, naces y te dicen «Tú eres de este equipo» y así te quedas para los restos. El fútbol sirve para odiarse sin hacerse daño, pero también para sentir que perteneces a un grupo. Tú te sientes unido a la gente de tu equipo con independencia de que sean ricos, pobres, guapos, feos, tontos o listos, si eres hincha de un equipo formas parte de un colectivo y cuando eres pequeño eso refuerza tu autoestima y te hace sentir acompañado. Eso no excluye que todos tengamos íntimos amigos del equipo rival. </span></div></blockquote><blockquote><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: inherit;">ALMUDENA GRANDES, escritora</span></div></blockquote></blockquote><h4 style="text-align: left;"><a href="https://www.elconfidencial.com/deportes/futbol/2023-02-04/invasion-de-campo-libro-alejandro-requeijo_3568874/"><span style="font-size: medium;">Ha llegado el momento de 'invadir' el campo de fútbol y recuperar lo que nos pertenece</span></a></h4><div style="text-align: justify;"></div><blockquote><div style="text-align: justify;">Me gustan las invasiones de campo porque tienen un aroma a fútbol antiguo. Cada vez es más difícil verlas, ahora la seguridad de los estadios se encarga de acordonar el perímetro del césped para que nadie salte desde el graderío. Y si saltas, te multan o te llevas un palo. Pero una invasión de campo es una expresión de júbilo incapaz de contenerse, como una botella que se descorcha para dar el pistoletazo de salida a una fiesta. Es una imagen irremediablemente feliz. Una comunidad de personas con historias particulares, pero unidas por la adhesión a una causa que celebran en masa sobre el escenario mismo de la gesta. Permite pisar el césped al menos una vez, que te impregne de lleno ese olor a hierba que normalmente solo se percibe desde las primeras filas. La invasión de campo tiene algo de conquista, de reivindicación de un protagonismo que durante el juego queda relegado a la butaca. Con la invasión, el aficionado ocupa el lugar central de los focos. Una invasión es la consecuencia natural de un estado de ánimo, el demarraje incontrolable de una emoción contenida, no solo noventa minutos, sino meses, años, incluso décadas. Hay aficiones que penan largas temporadas de sufrimiento entre una alegría y la siguiente. La primera a veces es la única. Para que una invasión cuaje, es necesario que haya un pionero que asuma el riesgo de que su acción no vaya más allá del calabozo. Basta que uno ponga su pie sobre el verde para que la multitud interprete la señal y todo se desborde. (...)</div><div style="text-align: justify;">Va al estadio simplemente porque hay que ir. Porque forma parte de algo superior a él que trasciende edades y clases sociales. Se va porque se es parte de algo, y eso es una actitud como la de quien se consagra al rock and roll y a una vida en la carretera. El carnet de socio significa mucho más que un plástico que presentar en los tornos de entrada. El aficionado de estadio no ejerce en condición de cliente. No calienta la butaca sino la grada. No pedirá que le devuelvan el dinero de la entrada si no queda satisfecho con el juego de su equipo. Se cabrea si no le gusta lo que ve, claro. Pero vuelve la semana siguiente porque el fútbol, como la vida, siempre da revancha. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">El aficionado de estadio quiere divertirse. Pero eso no dependerá necesariamente de que presencie una goleada o el balón se mueva muy rápido sobre el pasto. Aquí entretenerse o aburrirse son conceptos muy pequeños frente a identidad, pertenencia, compromiso, adhesión, comunidad. (...)</div></blockquote><p><a href="https://www.elconfidencial.com/deportes/futbol/2023-02-05/requeijo-invasion-de-campo-futbol-libro_3569007/"> "Vivir el fútbol en soledad por televisión es un exilio autoimpuesto"</a></p><blockquote><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Un máster en marketing deportivo avanzado cursado en una escuela de negocios de pago no da derecho a vulnerar los símbolos que nos explican. Un escudo no es feo ni bonito, es el tuyo. Y el estadio es tu casa, tu historia, tu ciudad, tus recuerdos. Aquí no entenderemos el fútbol como un producto a exportar a nuevos mercados. A eso lo llamaremos simplemente expolio y señalaremos a los culpables con nombres y apellidos. Tampoco tragaremos con la estafa de justificar el saqueo en presuntas misiones redentoras por países carentes de derechos humanos. La diplomacia deportiva es el lucrativo blanqueamiento de dictaduras. El fútbol es un patrimonio inherente al entorno en el que se desarrolla. No se puede plantar un olivo en el polo norte ni ver crecer pinos en el desierto. Los equipos pertenecen a los barrios que les dotaron de una esencia, a las ciudades donde se forjaron rivalidades, a las aficiones que poblaron las bancadas de sus estadios construidos a veces con sus propias manos. No, cualquiera no tiene el mismo derecho a poseer algo que no le pertenece por el hecho de tener la posibilidad de pagarlo. El fútbol español es un patrimonio cultural a proteger y las instituciones políticas deberían ser conscientes de ello. Despojado de su hábitat, el fútbol se convierte en un simulacro desvirtuado y sin futuro. Se muere. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Si se maltrata al aficionado de estadio, si se le sigue expulsando de la ecuación por no considerarlo rentable, mañana no quedarán siquiera cenizas que recoger. Solo ruina. Nada hay más previsible y duradero que la lealtad, nada es más confortable para el dinero que la estabilidad de un plazo fijo. Y este es para toda la vida, varias generaciones. Porque fueron, somos, y porque somos, serán. Se puede cambiar de todo menos de pasión. (...)</div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><iframe allowfullscreen="" class="BLOG_video_class" height="266" src="https://www.youtube.com/embed/z46YL6i5vX4" width="320" youtube-src-id="z46YL6i5vX4"></iframe></div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">cuando escucho a gente, demasiada, explicar lo que todo esto significa con términos como cláusula, inversión, marca global, industria o espectáculo. Cuando escucho a alguien vincular el fútbol a estos conceptos, echo la mano al bolsillo para comprobar que no me han robado la cartera. Simplificar el fútbol a su condición de espectáculo es una trampa. Para eso está el circo o el teatro. Al fútbol se va a otra cosa. Si algo tengo claro es que aquel hijo no cruzó medio continente con el afán de pasar un buen rato. No iba a divertirse precisamente, sino a algo mucho más importante. Igual que los miles que le acompañaron en el desembarco. Tampoco reclamaban un juego entretenido esa noche, sino llevar en volandas a su equipo, ser parte de la victoria. Es personal, claro. No es una afición, es una causa. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">No es que este deporte sea más aburrido ahora que antes, es igual de aburrido o divertido que siempre. Lo que han cambiado es la oferta y el individuo en un mundo que plantea nuevas opciones de ocio. El italiano Giovanni Sartori, premio Príncipe de Asturias de las Ciencias Sociales, desarrolló la teoría del vídeo-niño. Explicaba que las nuevas generaciones estimuladas con la cultura audiovisual han perdido la capacidad de conocer. Ver no es entender. El caso es que Sartori desarrolló esta teoría a principios de siglo, por lo que vamos tarde. Nuevas plataformas como Instagram o TikTok solo han acentuado la pereza intelectual. Todo lo que dure más de un minuto y medio ya es eterno. La vida debe ser contada en pequeñas píldoras de segundos. Se da un fenómeno curioso con estas nuevas plataformas. Los vídeos más virales suelen ir acompañados de canciones antiguas y eso ha supuesto que los chavales conozcan éxitos pasados de Elton John, David Bowie o Abba, entre otros. Pero los vídeos son tan cortos que solo se saben el estribillo, si les pones otro tramo de la canción ni siquiera la reconocerían. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">proceso de inmersión al fútbol pasaba por un desplazamiento al estadio, generalmente acompañado por un familiar o un vecino —aquí los barrios van a ser importantes— encargado de inculcar los conceptos generales del juego y los particulares del estadio propio, que era como un segundo hogar. Los cánticos, los héroes de antaño, las características que lo hacen único, las rivalidades históricas, lo que sí y lo que no formaban parte de la lección semanal transmitida de padres a hijos y a nietos. ¿Por qué esa grada se llama así?, ¿qué pasó en aquella portería?, ¿qué representa el escudo de la camiseta?, ¿quién decidió lucir esos colores?, ¿qué hizo la persona que da nombre al estadio?, ¿a quién se homenajea con esa estatua?, ¿qué significa el mensaje de la pancarta?, ¿por qué silba la gente?... Es así como se establece un vínculo que empieza en la fe hacia tus mayores y acaba forjando una relación sentimental, una pertenencia a algo que ya es para siempre. Y el estilo del juego sobre el césped donde muchos acotan el espectáculo es simplemente un ingrediente extra. Es importante saber la historia del club al que uno pertenece, conocer el pasado es vital para valorar el presente. Las gradas reaccionan de forma distinta ante hechos similares porque cada una arrastra su propia memoria forjada a base de acumular experiencias diferentes. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Ahora ese rito de conocer la historia del club al que perteneces queda relegado a una pantalla que cuenta otras cosas generalmente líquidas, menos trascendentes. Existen intereses comerciales que establecen relatos mediáticos interesados. En el caso español se lleva años explotando el mantra de la mejor liga del mundo y la rivalidad entre Real Madrid y Barcelona que lo centrifuga todo; lo último, el fútbol femenino. No es posible transmitir los códigos importantes de una tarde en el estadio en los resúmenes de cinco minutos con las mejores jugadas, como tampoco es posible conocer a Bowie a partir de un estribillo viral. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Resulta vital defender la cuota de protagonismo que tiene el aficionado de estadio, injustamente infrarrepresentado en el gran circo del fútbol actual. El modelo del fútbol lleva mucho tiempo expulsando al hincha de la toma de decisiones que afectan a su club. Reduce su participación a la de mero cliente. Pagar y callar. Se desprecia la pasión presentándola como sinónimo de ingenuidad primitiva. El cínico analista dirá que mientras el jugador rinda en el campo, todo lo demás es perdonable porque son profesionales. Son axiomas que luego se repiten en la calle de manera idéntica a como emanan previamente de los medios de comunicación, donde apenas hay voces con sensibilidad de grada que ejerzan un mínimo de contrapunto." (desde "Invasión de campo: Un manifiesto contra el fútbol como negocio y en defensa del aficionado (...).</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Los medios incluso rentabilizan las polémicas alojando en sus diarios digitales votaciones virtuales en las que puede opinar todo el mundo sin requisito alguno. Vale lo mismo el clic de un acreditado seguidor del equipo que el de un lector del eterno rival al que le ha parecido divertido opinar mientras mata el tiempo con su smartphone antes de bajarse en la siguiente parada. Del resultado de esas encuestas nada rigurosas luego nace una información con un titular informativo dando por bueno que eso es lo que piensa la afición. A esto se le suma una corriente poco periodística que consiste en recoger ante el micrófono una pluralidad de opiniones para presentar una presunta distancia imparcial sin que necesariamente esa paridad sea real. «Ya ven, opiniones para todos los gustos», suele concluir el presentador de turno. Culmina así la operación de blanqueo de decisiones que hieren a seguidores y ofrecen al espectador en general y a la afición afectada en particular una realidad profundamente distorsionada. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Desde su aparente imparcialidad, los análisis futboleros evidencian en realidad un distanciamiento con los intereses de la grada. Demasiado a menudo se atreven a decirle a una afición lo que debe opinar o cuál debe ser su grado de exigencia. Si el runrún del Bernabéu empieza a murmurar impaciente en el minuto veinte, ¿quiénes son unos señores ajenos al sentir y la memoria madridista para decirle a ese estadio lo que debe manifestar? La grada del Metropolitano, en la misma ciudad, pero con características distintas, demostró durante más de una década una adhesión mayoritaria a Simeone que en nada coincidía con el tono crítico que desprendían buena parte de los análisis futboleros casi desde el inicio de su etapa en el banquillo rojiblanco. Durante la primera temporada de Xavi en el Barcelona se escuchó un Camp Nou más dispuesto a arrimar el hombro y apoyar a los suyos que los discursos catastrofistas de los comentaristas." (desde "Invasión de campo: Un manifiesto contra el fútbol como negocio y en defensa del aficionado (...).</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">A Guardiola le han salido más falsos imitadores que a Francisco Umbral. Álex Couto es el autor de un libro titulado Catenaccio, el arte de defender. Tiene una frase fantástica para reivindicar la validez del catenaccio que es todo un desafío: «Es el derecho del pobre». Agazaparse en campo propio renunciando al balón y al preciosismo como metáfora de la guerra de guerrillas ante la que ejércitos poderosos sucumbieron tantas veces frente a un enemigo teóricamente inferior. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><h2 style="text-align: justify;"><b>La grada: conciencia de clase.</b></h2></blockquote><p style="text-align: justify;"><span style="text-align: justify;"></span></p><blockquote>Estamos condenados a que las gradas del futuro estén ocupadas por vídeo-niños adultos caprichosos que no sepan interpretar todo lo que tienen alrededor ni lo que sucede en el césped y a la mínima se aburran o protesten si lo que pasa no satisface sus demandas de divertimento. La alternativa de la televisión ha supuesto una opción más barata para el consumidor, que tiene acceso a más partidos ofrecidos como opción de ocio. Desde hace tiempo los horarios no son simultáneos, por lo que es posible echar el día desde la mañana a la noche sin renunciar a ningún encuentro. El lugar ya no es el estadio, sino la soledad de un salón. Se impone el individualismo del aficionado-cliente que ya no interactúa con una masa de gente ni toma conciencia de grada, lugar en el que conjuntamente se expresa la idiosincrasia de un club, un barrio, una ciudad. La soledad del aficionado frente al televisor dispersa su personalidad como actor y diluye hasta la insignificancia su poder para hacerse escuchar. Internet no ha mejorado mucho la cosa. La capacidad de interrelacionarse con otros ha permitido opinar en condiciones de igualdad al que lleva varias generaciones experimentando el fútbol en comunidad y al que no ha pisado nunca un vomitorio. Todo un avance, muchas gracias, red de redes. La premisa de que la televisión permite llegar a cualquier estadio del mundo es una estafa, lo que hace en realidad es alejarte de todos empezando por el que tienes más cerca. (...)</blockquote><p></p><blockquote><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;"><u><b>Hoy el aficionado de sofá crea más vínculos con el Manchester City que con su equipo local. A uno solo le interesa lo que ve y lo que no ve no existe.</b></u> <u>El gran reto de muchos padres hoy no es evitar que su hijo llegue un día a casa con la camiseta del eterno rival, sino posponer todo lo posible el momento en el que diga que es del peseyé sin haber estado nunca en París.</u> Siempre he sentido más propia una derrota o una victoria de mi equipo cuando me he dejado algo en el camino empezando por el tiempo o el esfuerzo que supone trasladarse hasta el estadio, pasar frío en invierno o calor en verano. La militancia es otra forma de ejercitar el vínculo. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Aunque no te pierdas ninguno de los partidos, de facto no hay ninguna diferencia de comportamiento entre ver a tu equipo, al eterno rival o una película de Marvel. Como mucho, solo el vecino notará la diferencia si eres de los que gritan en casa cuando marcan los suyos. Si acaso la distancia o la economía son las únicas justificaciones para que ir al campo no sea la prioridad del aficionado. La televisión supone un exilio sentimental voluntario. A veces ir al estadio es un privilegio del que solo puede disfrutar una minoría, concretamente los miles que caben en su aforo o los que todavía pueden pagarlo. Habrá quien considere eso elitista y defienda el poder democratizador de la televisión al llegar a una mayoría. Ambos mundos son compatibles. El riesgo es que los segundos acaben desplazando por completo a los primeros como viene sucediendo desde hace muchos años. El estadio debe mantener su halo aspiracional y el aficionado de estadio no puede perder su condición preferente. El hecho de que una cultura llegue a más gente no la hace necesariamente mejor. Y si el coste de una cultura de todos —advierte Sartori— es el desclasamiento en una subcultura incapacitada para conocerla, entonces la operación representa solamente una pérdida. «Si el maestro sabe más que el alumno, tenemos que matar al maestro; y el que no razona de este modo es un elitista», se quejaba el sociólogo italiano. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">El espectador-líquido No, el fútbol no puede ser solo un espectáculo. Es algo sujeto a unas normas que no se pueden alterar si la gente se aburre. No hay un guion preestablecido que se pueda adaptar a los gustos de cada público. El fútbol no es lo que algunos pretenden por la sencilla razón de que es real. Y la vida real es a veces injusta, imprevisible, siempre incontrolable. En ocasiones es simplemente aburrida, otras veces fea, pero es nuestra vida y hay que aceptarla como tal. La pertenencia a un club es eso. Hay rachas mejores y peores, esfuerzos no correspondidos, golpes de suerte, éxitos y fracasos. La derrota es parte del juego, algo habitual con lo que hay que contar y saber sobreponerse. La diversión no está garantizada. Fomentar el fútbol como un espectáculo que culmina con el pitido final por encima de la adhesión inquebrantable a unos colores moldea un consumidor-cliente líquido que con toda seguridad se cansará pronto. (...)</div><div style="text-align: justify;">El fútbol-negocio-espectáculo dejará de ser negocio-espectáculo el día que se pierda o se expulse del todo al aficionado tradicional. Porque ese día ya no habrá nadie dispuesto a pagar un dineral por ver un partido de fútbol. Buena parte de la motivación del turista adinerado es ver el ambiente y la atmósfera creada por el aficionado tradicional en su ecosistema de fútbol real y no verse rodeado de iguales participando de una impostura. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Hoy se ha roto ese equilibrio y el negocio ya no es un medio, es el fin en sí mismo, y las preocupaciones del socio, un obstáculo. Pero la paciencia y la economía del hincha no es infinita y el día que se agote se acabará, no solo el fútbol tradicional, sino también el fútbol-negocio. Esta tendencia no es nueva, pero se ha acelerado en los últimos años en el marco de una sociedad entregada al consumismo que lo quema todo rápido. Zygmunt Bauman fue sociólogo y ensayista como Sartori. Dedicó parte de su obra a desarrollar el concepto de «modernidad líquida». Dejó dicho que el consumismo no gira en torno a la satisfacción de deseos sino a la incitación del deseo de deseos nuevos. Ganar no es suficiente si el de enfrente ha ganado más. La alegría por el título conseguido no es completa porque no se ha fichado a tal jugador. El recuerdo de la victoria en el último campeonato se convierte drásticamente en dudas si el equipo arranca el siguiente torneo con una derrota. La rueda del negocio seguirá girando siempre que la expectativa se sitúe en niveles inalcanzables. «La sociedad de consumo consigue hacer permanente esa insatisfacción», advierte Bauman. El mundo del fútbol entendido como un espectáculo que consumir no es ajeno a esta situación. Si no se cumple el objetivo un año, se considera todo un fracaso que obliga a cambiarlo todo. (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">En este marco general la globalización también juega un papel a tener en cuenta dado que ha acentuado las incertidumbres de la sociedad del bienestar. Ante eso, el fútbol representará un refugio emocional siempre que mantenga intactas las certezas que uno creía para siempre. El antropólogo Alberto del Campo explicaba así esta idea en una entrevista para El Confidencial: «Cuando la gente experimenta que su destino ya no está regido por uno mismo, ni siquiera por los políticos, que las decisiones se toman muy lejos y que se produce una guerra y el petróleo sube al doble así que no se puede ir de vacaciones, siente cierto desasosiego de vivir en un mundo volátil, cambiante, en el que lo local, lo tradicional y lo propio se van diluyendo. Eso explica que se vuelva a contextos donde se vive la singularidad: “De acuerdo, todos somos seres humanos, pero yo soy del Betis”». (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Guy Debord fue el alma del situacionismo francés. Un año antes de Mayo del 68 publicó La sociedad del espectáculo. El paso del tiempo ha demostrado que algunas de sus advertencias sobre las trampas de la espectacularización se han cumplido a rajatabla en el negocio del fútbol. Sostiene que «el espectáculo hunde sus raíces en una economía de la abundancia, y de ella proceden los frutos que tienden a dominar finalmente el mercado del espectáculo». Una vez introducidos en esa deriva caníbal, no hay argumentos emocionales que se resistan al espectáculo porque «es absolutamente dogmático, pero al mismo tiempo no puede desembocar en ningún dogma sólido. Para él, nada se detiene, tal es su estado natural». Y en la fórmula del éxito de este modelo encaja mucho mejor el aficionado en su salón que las gradas con personalidad propia ejerciendo de contrapoder. Debord lo explicaba así en el contexto histórico de la Europa que había alcanzado el estado del bienestar tras la Segunda Guerra Mundial y caminaba decididamente hacia la globalización: «La unidad irreal proclamada por el espectáculo enmascara la división en clases en la cual se apoya la unidad real del modo de producción capitalista. Lo que obliga a los trabajadores a participar en la edificación del mundo es lo mismo que les separa de él. Aquello que relaciona a los hombres, liberándoles de sus limitaciones locales o nacionales es lo mismo que les aleja a unos de otros». (...)</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Entonces se abrió una fase clasificatoria previa en los meses de verano que amplió la cifra de posibles aspirantes, hasta 80 clubes de 54 países en la 2021/2022. Sin embargo, el palmarés histórico de la competición demuestra que esa ampliación no ha supuesto un aumento en la pluralidad de campeones, sino todo lo contrario. Entre 1962 y 1992 hubo 19 equipos distintos de 9 países que alzaron el trofeo. Entre 1992 y 2022 la cifra se ha reducido a 13 equipos de 7 países. Salvo excepciones y accidentes —porque esto es fútbol— existe un techo de cristal para una inmensa mayoría fuera de la élite económica a la que se condena a un papel de sparring antes de que los de casi siempre afronten las fases decisivas. La privatización es más nítida si se analizan los semifinalistas. Entre 1962 y 1992, hubo 55 equipos de casi otras tantas ciudades de 20 países europeos. Entre 1992 y 2020, y a pesar de que la competición en teoría acoge más aspirantes, el dato dice que 34 equipos de 11 países alcanzaron el penúltimo escalón a lo largo de estos últimos treinta años. La muestra es lo suficientemente amplia como para negar la reducción. La supuesta democratización del fútbol se demuestra cuando menos discutible. Son muchas las aficiones que se van quedando en el camino sin poder sentirse parte importante de la máxima competición. Ni siquiera ese consuelo de actor secundario le quedará ya a una mayoría de ciudades europeas con la Superliga. El dinero se ha convertido en protagonista cuando hablamos de fútbol. Hoy un aficionado medio conoce antes los nombres de mánager y representantes como Mino Raiola, Jorge Mendes o Jonathan Barnett que al defensa titular de un equipo de mitad de tabla. Las negociaciones por un fichaje acaparan el tratamiento informativo no ya solo en verano, cuando no hay partidos, porque encaja a la perfección en ese ansia aspiracional de consumir que diagnosticó Bauman. Se ha asumido sin apenas resistencia el relato empresarial a la hora de explicar el fútbol. (...)</div></blockquote><div style="text-align: left;"><div style="text-align: right;"><i><span style="font-size: medium;"> INVASIÓN DE CAMPO: </span></i></div><div style="text-align: right;"><i><span style="font-size: medium;">un manifiesto contra el fútbol como negocio y en defensa del aficionado.</span></i></div><div style="text-align: right;"><b><span style="font-size: medium;">Alejandro Requeijo. </span></b></div><div style="text-align: right;"><span style="font-size: large;"> </span></div></div>victor.penahttp://www.blogger.com/profile/08356188105818887200noreply@blogger.com0