Es uno de los síntomas de la mediocridad: nos satisface más el elogio que el consejo, el aplauso que la sugerencia. (...)
Las causas de la admiración resultarían hoy evidentes. Adames había superado pronto, y con creces, los planteamientos adolescentes que a unos nos llevaban a las arias tristes de Juan Ramón Jiménez, a otros a las soledades castellanas de Machado, a otros a la imaginería gitana de Lorca, sin duda los tres modelos más adhesivos de la literatura escolar de aquellos años oscuros y aún no postreros, y a todos, en fin, a las desolaciones otoñales y a las patologías del crepúsculo. (...)
Sí sé que todo lo que escribía me llenaba de asombro y que, mientras yo me empeñaba en romances vegetales, en tristezas amarillas y en superfluas lamentaciones de soledad y desamparo, con una exuberante euforia métrica, eso sí, él había sobrepasado los regocijos lastimeros y la noche oscura y se situaba con austero sosiego al otro lado del verso, del río y del horizonte. Si la adolescencia es una torpeza romántica y la madurez es serenidad clásica, Adames había incorporado los atributos clásicos y serenos de la madurez a la juventud. Y en la medida en que estamos condenados a lo imposible y a admirar lo que no podemos conseguir, yo admiraba sus poemas con la certeza de que nunca lograría escribir nada con aquella perfección. (...)
Si no concurren anomalías o turbulencias, los finales escolares (como la mayoría de los finales) se diluyen en un olvido plácido, se desvanecen sin dolor o, como mucho, perduran de manera difusa, nebulosa, sin contornos ni perfiles. (...)
Procedían de un pueblo de la sierra, uno de esos pueblos en que todos los vecinos eran entonces labradores y, en consecuencia, también pobres (podría haber un par de excepciones, tres a lo sumo, no más): porque en la sierra el terreno es árido y avaro y exige mucho más de lo que ofrece y aun esto como una graciosa dádiva de la providencia. Sembraban cereales y legumbres, cultivaban tomates y patatas, cuidaban sus árboles, pisaban la uva, prensaban la aceituna, bebían leche de cabra, comían a mediodía siempre garbanzos y administraban durante todo el año la matanza. En periodos de agobio o de cosecha, los más desafortunados podían trabajar como temporeros a destajo para las dos o tres excepciones que no daban abasto con sus propias manos. Ni unos ni otros tenían más horizonte que la continuidad de los días y el aplazamiento de la muerte. La mayoría no salía nunca del pueblo o salía solo a los pueblos vecinos, a las fiestas con baile los mozos, donde a veces encontraban novia (los novios forasteros han sustentado históricamente la movilidad rural), a ver a los parientes los casados, a bodas, entierros y bautizos. Rara vez se aventuraba alguno más allá, porque no había nada que hacer en ninguna parte y porque se trataba de una aventura incierta, llena de inconvenientes e imprevistos. Era así toda su vida: desidia y privaciones, penuria y mansedumbre. No diré más al respecto, porque quienes no han conocido esas condiciones de vida nunca podrán hacerse una idea cabal de aquellos tiempos o, peor aún, se harán una idea falsa, pintoresca, adulterada por el ingenio de la sintaxis, la deslealtad de las palabras y el elegiaco fulgor de la miseria. (...)
Siempre he creído que los nombres pueden condicionar la vida de sus portadores y que su repercusión lo mismo puede ser adversa que propicia. Sin embargo, como nos enseñaron los maestros antiguos, tal vez solo la adversidad se preste verdaderamente a la narración, porque es en las adversidades donde vivimos y nos reconocemos. La dicha, en cambio, y la alegría son interrupciones efímeras de la adversidad que solo en esa doble circunstancia encuentran su sentido: en la adversidad que interrumpen y en su fugaz naturaleza. Nadie se atreve a imaginar una dicha perdurable ni una alegría perenne. Las manifestaciones de la dicha, por otra parte, ni son tantas ni son tan variadas: se acogen siempre al mismo escaso e invariable número de signos de un código antiguo, primitivo e invariable, el código animal y rudimentario de la especie. La desdicha, en cambio, enfrenta a cada persona consigo misma y la coloca ante una encrucijada en la que de nada sirven los recursos filogenéticos ni la experiencia ajena. Nos sabemos condenados a la adversidad y a la aflicción, a la desventura y al infortunio, y en ese camino nos desenvolvemos sin otras armas que la soledad más sola y la mayor o menor penuria de nuestras fuerzas. En la desdicha surgen, pues, la reflexión y el pensamiento, madura la consciencia, arraigan las creaciones del hombre. A no ser que ocurra justo lo contrario, que sea en el pensamiento, en la reflexión y en la consciencia donde se origina la desdicha. Poco importa en realidad el orden de los factores si a fin de cuentas es lo que somos: seres conscientes de nuestra desdicha. (...)
En los triunfadores admiramos la modestia, como si con ella alcanzaran una envidiable perfección moral, pero también conviene comprender sus flaquezas, muy principalmente la satisfacción que les proporcionan sus propias aptitudes y, en consecuencia, la exhibición pública, enfática, mayúscula, de esa satisfacción. Dime de qué presumes y te diré de qué careces, dice un refrán de sabiduría práctica. Pues bien, a veces, excepcionalmente, la presunción no proviene de la carencia, sino de la suma posesión, de lo que ahora llaman excelencia
Desde el título, que me parece absolutamente brillante, me había llamado la atención el ensayo de Antonio J. Rodríguez, La nueva masculinidad de siempre: capitalismo, deseo y falofobias.
A ello contribuyeron las referencias indirectas en la obra de Luna Miguel, su expareja, en la que, tras mucho (¿excesivo?) tiempo de recelo, comenzaba a sumergirme con paulatino interés (menor en la novela El funeral de Lolita, mayor en el ensayo El coloquio de las perras o el poemario Poesía masculina). También esta entrevista, plagada de titulares, con Lorena G. Maldonado.
Sin embargo, el ensayo parece estar escrito para justificar su postura como pareja y adolecer de varios de los puntos que iba a reseñar hasta darme cuenta de que aparecen mucho mejor analizados en este brillante análisis, El (poli)amor dura tres libros de Elizabeth Duval.
Eso sí, a pesar de todo, ofrece titualres jugosos, eslóganes efectivos y párrafos suculentos, como los destacados a continuación:
Contener el deseo es contener el orden público, pero también levantar un dique frente a mutuas y enriquecedoras experiencias con otros sujetos. Liberar el deseo, en cambio, amplifica nuestros sentidos, pero inevitablemente desata el caos, como corresponde a toda reacción química. A pesar de que la probabilidad de que un sujeto mantenga relaciones afectivas al margen de la unidad conyugal es bastante alta, la mayoría de las parejas que no se definen como poliamorosas omiten esta posibilidad, edificando su relato de espaldas a esta realidad. En cierta forma, se trata de una milagrosa operación arquitectónica, donde nuestra construcción afectiva se cimenta sobre una especie de lodazal o cementerio azteca. Aunque presumamos de vivir en sociedades libres, modernas y seculares, el orden social se levanta sobre una sucesión de supersticiones. En El segundo sexo, Simone de Beauvoir explica que «la humanidad es masculina y el hombre define a la mujer, no en sí, sino en relación con él». Lo mismo ocurre si hablamos de relaciones íntimas o afectivas: frente al amor convencional, el amor plural se considera una especie de mutación tumoral, sobre el que pensamos como si se tratase de un quiste que debe ser intervenido, y que pone en peligro la salud global del sujeto. (...)
la etimología de «adulterio» se refiere a la alteración o contaminación de una sustancia; «infidelidad» alude a la traición y se trata de un término de connotación religiosa (fe); y todas las variaciones internacionales del concepto fuckboy o fuckgirl deshumanizan al sujeto, convirtiéndolo en un simple recipiente de pasiones. Si el lenguaje condiciona nuestro pensamiento, una frontera evidente la podemos encontrar en la pluralidad del deseo. (...)
él, paradójicamente, sufre por dos: primero porque reconoce la impureza de su acción; segundo porque reconoce los daños que su acción provoca en ella. No obstante, no hay manera de colmar el deseo: la pureza de la esposa no le basta, y la impureza de la amante le desborda. Entre el hambre y el hartazgo, el deseo nunca encuentra su justa medida. (...)
Puesto que la naturaleza del erotismo es su carácter agridulce –al satisfacer sin colmar genera frustración, y por tanto crea dependencia–, sus consecuencias químicas guardan similitudes con las de cualquier narcótico: es ineludible desear aumentar la dosis, y cuando hablamos de dosis hablamos de tiempo y de dedicación. Dos personas que comienzan a amarse son dos sujetos que actúan como fármaco y cuerpo doliente a la vez: dos agujas hipodérmicas inyectadas entre sí. Al someter progresivamente la voluntad del individuo, la adicción precipita –entre otros– al menos dos escenarios aparentemente indeseables: su vínculo con la poción se rompe (la nueva relación se degrada), o su vínculo con todo lo que no es la poción se rompe (sus antiguas relaciones se degradan). Dado que no es fácil hacer aterrizar nuestro cuerpo y nuestra voluntad alterados en estas circunstancias, no parece existir manera dulce de poner fin al amor plural; tampoco, de hecho, con una ética del poliamor. Claro que la amargura del aterrizaje queda compensada por el éxtasis del despegue, razón que sostiene la infinitud del bucle e introduce una nueva variable en términos de cuidados de pareja: uno no solo teme que su compañero inicie una relación íntima con un tercero por miedo al abandono, sino que también teme ver experimentar las consecuencias de una adicción o de un síndrome de abstinencia; en este caso, sufre más quien ama doble que quien ama a una sola persona. (...)
"La masculinidad hegemónica contempla como una especie de fracaso el encuentro entre un hombre y una mujer que no acaba en actividad sexual, y es incapaz de contemplar como una gran felicidad compartida ese mismo encuentro que concluye en una química no resuelta cuando ambos actores son perfectamente conscientes de la situación pero no necesitan certificar el afecto a través del sexo. (...)
Toda civilización que consigue reproducirse a lo largo de los siglos lo hace por su carácter infranqueable y laberíntico, que opera como cul-de-sac o como trampa: hagas lo que hagas, contribuyes a su legado. (...)
Desde los primeros cristianos hasta el siglo XXI, la templanza es vista como un signo de dominio masculino, pero su antónimo, la colonización masiva y violenta del cuerpo femenino, significa lo mismo. En realidad, lo uno no se entendería sin lo otro. Desbloquear esta aparente incapacidad del hombre –emparedado entre la abstinencia y la depredación– en pro de unas relaciones íntimas no violentas pasa por extinguir la cosificación. Por oposición al abuso, la objetualización del cuerpo de la mujer y la imposición violenta de la voluntad del hombre se da entonces el flirteo, un tipo de interacción social cuya naturaleza es precisamente el lenguaje de la ambigüedad, y cuya iniciativa puede ser liderada por hombres y mujeres. Lo que caracteriza el flirteo es que todo significa todo y a la vez nada. (...)
Procedente del plano de la amistad, es objetivamente imposible demostrar en el flirteo la existencia de segundas intenciones, pero a la vez tiende a la polisemia y tiene la capacidad de inducir a la paranoia: ¿habrá querido decir algo más? El flirteo es conversación pública y privada: pública porque pasa desapercibida en un contexto plural; privada porque puede ser descodificada de una única forma por una sola persona. No obstante, esta lectura adicional corresponde al interlocutor, libre para elegir la connotación que desea dar al mensaje; libre para acceder o no a la polisemia del mensaje. El flirteo embellece y ennoblece el mundo. (...)
Sustituir la imposición por el consentimiento, no obstante, es solo un estadio más en el proceso de extinción del heteropatriarcado, que conduce irrevocablemente al fin de la heterosexualidad y su consecuente reemplazo por el amor queer. Lejos de ser una provocación banal, este enunciado refleja un desplazamiento lento pero firme iniciado en el siglo XX, como el movimiento de una placa tectónica que solo se aprecia al término de una era geológica. Desde el momento en que aceptamos distintas gradaciones de género, la heterosexualidad se relativiza y se aproxima al territorio de lo trans. (...)
A pesar de que objetivamente un falo es solo eso –una pieza más del cuerpo–, nuestro discurso de género lo ha convertido en un dolmen que nos conecta con nuestros miedos más irracionales. De esta forma, desarrollar una ética amatoria al margen de las actuales violencias que dominan el deseo solo puede pasar por que los hombres relajemos nuestra relación con el falo; en particular, con los que no son el nuestro. Mientras los hombres sigamos siendo incapaces de besar otro falo, el machismo no desaparecerá. (...)
Una simpática paradoja de esta nueva masculinidad igualitaria, desarrollada al calor del feminismo viral y de la actual conversación sobre el género en distintas latitudes, es que, cada vez que sus embajadores reivindican el feminismo, a la vez reafirman su virilidad heterosexual. A más feminismo, más masculinidad hegemónica. Siempre más de todo. Si lo queer disuelve la gramática del género, la nueva masculinidad de siempre sobrecalienta la identidad masculina sin renunciar a una presunta voluntad igualitaria. De la misma forma que en tiempos no tan pretéritos la asimilación de presupuestos machistas garantizaba la supervivencia de las mujeres en entornos adversos, la pervivencia de la dominación masculina pasa hoy por revisar los signos de masculinidad. (...)
Si existe algo así como una nueva masculinidad, opuesta a la masculinidad reaccionaria pero también a la sensibilidad queer, esta se despliega como un juego de suma cero: la renuncia a ciertos estándares masculinos se suple con otros rasgos musculados con esteroides. Que surjan nuevas sensibilidades masculinas conscientes de la deuda histórica hacia las mujeres es, por lo demás, una buena noticia. Al mismo tiempo, su existencia contiene las semillas de su tergiversación. ¿Podría ser que las nuevas masculinidades no fuesen más que herramientas de un capitalismo heteropatriarcal para asegurar su legado en tiempos de feminismo? Sin lugar a dudas. Razones para desconfiar de aquellos proyectos que prometieron reformar el capitalismo, además, hay unas cuantas. (...)
«Cada momento de la historia», asegura en una entrevista el ensayista Eloy Fernández Porta, «inventa su crisis masculina. Hace siglos que las mujeres están a punto de emerger de forma definitiva en la sociedad y nunca acaban de salir. Con la masculinidad», añade, «pasa lo opuesto. Hay una caída a cámara lenta que nunca llega a su fin.» Es decir, asistimos a un momento en el feminidad y masculinidad son dos líneas asintóticas en ascenso y descenso respectivamente, y ya no solo es que el sol no acabe de nacer para la nueva hegemonía, sino que el viejo mundo a menudo se comporta como un anfetamínico muerto viviente: moribundo, pero ultraviolento. Una particularidad de nuestro siglo XXI es su inclinación a clonar fiascos: la crisis de las puntocom de comienzos de siglo se reencarnó años después en la burbuja de Silicon Valley; el recalentamiento de la economía entregada a la deuda que dio pie a la crisis de 2008 se repitió una década después con otros agentes; Al Qaeda perdió influencia, pero su lugar lo ocupó Daesh, y lo hizo con más fuerza que su predecesor; igualmente, el racismo implícito en la concepción de la modernidad como un choque de civilizaciones tras los atentados del 11-S reapareció con el avance de partidos y figuras ultras en todo el mundo (de la candidatura de Trump a los promotores del Brexit, pasando por los buenos resultados del Frente Nacional en Francia y de la Liga Norte en Italia, o el gobierno de Jair Bolsonaro en Brasil). Lo que ha sembrado la violencia generada al calor del capitalismo global es una sensibilidad política profundamente reaccionaria, que, por supuesto, afecta también a la educación de género. (...)
No hay, en este sentido, mejor pasaje que el emblemático inicio de Historia de dos ciudades, de Dickens, para explicar nuestra época: «Eran los mejores tiempos, eran los peores tiempos, era el siglo de la locura, era el siglo de la razón, era la edad de la fe, era la edad de la incredulidad, era la época de la luz, era la época de las tinieblas...» Lo que comprendemos como nuevas masculinidades no deja de ser una anomalía, o por lo menos un fenómeno que ocurre en espacios privilegiados del capitalismo: Hollywood, París, Nueva York..., megalópolis ultracompetitivas donde residen los líderes y ganadores de nuestro tiempo, o lo que entendemos por tal cosa. Slavoj Žižek utiliza la metáfora de un Occidente protegido bajo una especie de cúpula, fuera de la cual solo hay guerras, desigualdad rampante y movimientos migratorios masivos. (...)
Es de aquí, de esta falla abierta entre los ganadores y los perdedores del capitalismo, de donde mana una realidad que muchos han sabido capitalizar: frente a las nuevas masculinidades de élite, aparecen nuevas masculinidades reaccionarias. Mientras el capitalismo encuentra espacios de diálogo con ciertas reivindicaciones feministas (Sea una líder exitosa; congele sus óvulos y posponga el embarazo), los paladines iliberales de la contemporaneidad también hacen lo suyo. Para ellos, dos caminos posibles: dejarse liderar por ellas y/o reavivar el argumentario machista. (...)
La supervivencia del machismo, además, ya no depende solo de la reproducción automática de sus esquemas sociales: ahora es preciso legitimarlo intelectualmente. Y para ello ha tenido especial relevancia la producción de discurso de las llamadas derechas alternativas, alt-right, una serie de movimientos de ultraderecha expandidos gracias a internet y entre cuyos primeros representantes encontramos a Milo Yiannopoulos, que podría definirse como una especie de intelectual viral: abiertamente gay y tránsfobo, su popularidad creció al calor de numerosas polémicas, entre las que figura una protagonizada con la actriz Leslie Jones y que le valió la suspensión de su cuenta de Twitter, lo que a su vez le convirtió en un presunto mártir por la libertad de expresión para la ultraderecha. Especialmente sonada fue la negativa de la editorial Simon & Schuster a publicar su libro Dangerous después de haberlo contratado; finalmente, apareció autoeditado y se coló en la lista de los más vendidos de no ficción en Estados Unidos. A un lado encontramos entonces una nueva masculinidad progresista, que a su vez es sospechosa de ser un subterfugio para asegurar la supervivencia de la masculinidad hegemónica, y al otro lado, una beligerante reacción de hombres embravecidos, con frecuencia autodeclarados víctimas del capitalismo, aunque en realidad parezcan más unos aristócratas venidos a menos, resistentes al cambio y peligrosamente nostálgicos. (...)
¿Cómo se sobrevive al machismo cuando la defensa de la igualdad está en minoría? He aquí uno de los problemas más amargos del progresismo contemporáneo, pues a pesar de que las lecturas de género han sido motor indiscutible del cambio social en los últimos años, no menos cierto es que su presencia en el debate público y político ha causado fricciones en apariencia insalvables. Figuras como Mark Lilla, autor de títulos como El regreso liberal. Más allá de la política de la identidad, han encarnado este desencanto. A su juicio, las peculiaridades de lo que él llama las «políticas de la diferencia», en gran medida discípulas de obras mayúsculas de la teoría de género como El género en disputa, de Judith Butler, son dos: su incapacidad de articular el relato de un «nosotros» y su carácter exclusivo y/o elitista. (...) que los hombres asumamos, comprendamos y compartamos con otros hombres que el feminismo no va contra nosotros ni contra nuestra sexualidad, sino contra un privilegio inmerecido, es un avance tanto para los seguidores de la teoría de género como para los que encuentran inconvenientes a las políticas de la diferencia; es decir, para todo el espectro progresista. Raewyn Connell, socióloga transgénero especializada en estudios sobre el hombre, precisa en uno de sus artículos: «Los hombres que quieran desarrollar políticas de apoyo al feminismo, ya sean gays o heteros, no están en una posición fácil. Es probable que se topen con la burla de otros hombres, y de algunas mujeres [...]. Tampoco es que necesariamente vayan a obtener el apoyo de mujeres feministas, algunas de las cuales sienten una gran desconfianza hacia los hombres, muchas de las cuales recelan del poder de los hombres, y todas ellas están antes comprometidas con la solidaridad entre mujeres.» (...)
Favorecido por el poder conector de la tecnología, el feminismo viral ha traído consigo un movimiento sísmico de carácter planetario. Por un lado, el feminismo dejaba de operar como un abstruso y antipático objeto de investigación académica para reformatearse como una alianza global entre amigas y compañeras; una fiesta emancipadora de mujeres. Por otro, el movimiento también significó deshacer una infinidad de conflictos entre mujeres que de pronto eran correctamente leídos como la trampa de un patriarcado cuyos opresores convivían con sus víctimas en aparente concordia; una concordia basada en la sumisión. Consecuentemente, muchos hombres próximos se convertían en adversarios. (...)
¿Acaso lo queer no constituye un tipo de belleza abarcadora, en cuya falta de definición se encontraría el denominador común del sujeto de deseo femenino y masculino? f) ¿Y a partir de qué grado de ambigüedad de género en la persona deseada empieza a perder definición la performance de la heterosexualidad? La mayoría de estas preguntas pivotan sobre un mismo eje: no existe nada parecido a un grado cero del género, como tampoco existe un grado cero de la hombría, y si existen, cambian en función de la época y el lugar, confirmando así la sospecha de que ser hombre, como ser mujer, es, en efecto, una dramatización. Ser consciente de que sobre uno recaen toda una serie de expectativas de género no es incompatible con el hecho de cumplirlas críticamente, como tampoco es incompatible el sindicalismo con ser un trabajador ejemplar –aun cuando parte del sindicalismo aspire a la abolición del trabajo–. Cisheteroqueer podría ser una forma de bautizar este fenómeno: el momento a partir del cual el sujeto cishetero comprende la heterosexualidad como una ficción, o por lo menos como una definición muy relativa y muy poco científica, en la medida en que la civilización desplaza y remezcla los significados de hombre y mujer a lo largo del tiempo. De hecho, la afirmación yo soy heterosexual, antes que un hecho científicamente constatado, es un enunciado que tiene forma de superstición y sortilegio. Es una profecía autocumplida; la ilusión de creer tener un destino. (...)
Si hay un tema que divida la producción cultural de la generación milenial, ese es el feminismo. Para los nacidos en los ochenta y los noventa, la discusión alrededor del feminismo equivale a lo que para las generaciones anteriores supuso la cultura audiovisual de masas o la popularización de internet; dos temas, por lo demás, sobre los que la conversación ha ido menguando progresivamente porque ya no hay nada que debatir: la distinción entre alta y baja cultura resulta una idea profundamente anticuada, e internet es asumido como la plataforma que ordena la práctica totalidad de narrativas culturales, fuera de la cual no hay nada relevante, o al menos nada que funcione con mucha autonomía. Con la conversación sobre género, en cambio, no pasa lo mismo. El feminismo es el tema que más ha atravesado e influido a toda la generación milenial, pero es precisamente por su envergadura por lo que todavía encuentra resistencias. (...)
Como Moisés abriendo el Mar Rojo, el feminismo ha creado una brecha entre todo tipo de intelectuales y creadores: hay quienes reconocen haber cambiado su forma de pensar a partir de este debate –lo que no siempre significa ser feminista, pero casi– y quienes, incluso admitiendo una transformación, responden con escepticismo –lo que no siempre significa ser machista, pero casi. En toda acción política hay un momento para la diplomacia y otro para la violencia: política, ya se sabe, es rodear al enemigo; su definición. Hacer política es también un rito de seducción y desprecio; una justa distribución de premios y castigos, mayoritariamente entre las líneas enemigas: hacer feminista al machista –como cualquier proceso de aprendizaje, ¿como cualquier sistema penitenciario efectivo?– implica un complicado pero justo reparto de palos y zanahorias, además de una huida sostenida de cualquier radicalismo (no es raro imaginar un sistema penitenciario que consigue lo contrario de lo que se propone, como tampoco es raro imaginar a un sujeto que alimenta sus posiciones por reacción al simple cuestionamiento de nuestra idea de género).
LA NUEVA MASCULINIDAD DE SIEMPRE: CAPITALISMO, DESEO Y FALOFOBIAS.
La Revista Panenka cumple 10 años. Para celebrar su espíritu en este aniversario han realizado el vídeo conmemorativo que pueden ver justo encima, han editado un número especial sobre la Eurocopa y, sobre todo, han presumido de cantera con la publicación de la primera novela de uno de sus escritores estrella, el cordobés Antonio Agredano quien, tras un poemario interesante (Teta, Ediciones en Huida) y una crónica emocionante para Hooligans Ilustrados (En lo mudable), se estrena en la narrativa de ficción.
Lo ha hecho con una novela escrita en primera persona desde el punto de vista de un exportero fracasado que se ve obligado a volver a casa y reflexionar sobre el fútbol y otros demonios, el amor, las mujeres y la birra.
Prórroga ofrece un argumento sencillo pero eficaz, oficio narrativo y, sobre todo, una prosa cargada de lirismo con facilidad para la metáfora cómplice, la analogía eficaz, el pellizco interno, el remate inapelable y las ganas de abrazarse con el compañero de grada.
Como muestra de su innegable calidad técnica, dejo a continuación algunas de sus mejores jugadas ("highlights", que dicen los youtubers). Como siempre en este blog, intentando destripar lo menos posible del argumento de la novela de fútbol (pero no solo eso) que tanto tiempo llevábamos esperando:
Existen dos tipos de dolor: el afilado, que es como un relámpago en la carne, y el líquido, que sobrevive oscuro y calmo como un charco bajo la piel. Con el primero damos un salto hacia atrás, gritamos, nos frotamos la herida y buscamos consuelo en el estruendo. Con el segundo, convivimos. A veces, nos giramos en la cama, o respiramos profundo, pero se mantiene ahí, silencioso, arrastrándose por las entrañas de un lugar a otro, como una fierecilla incómoda buscando el calor de nuestro lamento. La punzada nos mantiene vivos. El animal nos quiere ver muertos. A los afilados me acostumbré. Son los huesos rotos y el escozor en las rodillas. A los otros, los líquidos, esos humores negros vertidos hacia dentro, uno nunca termina de habituarse. Suceden a las derrotas, a las despedidas. Borbotean en las cafeterías del tanatorio. Arrastran, como olas siniestras e inesperadas, las sombrillas, las chanclas y la esperanza. De nada sé, excepto de las resacas. Las he sufrido abombadas y sarmentosas. Amarillentas y azules. Lujosas y cochambrosas. Holgadas y concisas. A todas sobreviví, en todas me dejé algo. (...)
Cuántos polvos se construyen con los adoquines de las verdades a medias. (...)
Las citas sin alcohol son ajedrez, yo quiero tener el nervio etílico de la oca. Aún me dura el dolor de cabeza, el ron de anoche, el escozor en la nariz. Amar requiere esfuerzo, mis músculos no están preparados. De todas las ideas de amor, me quedo con la de Elisa Naithen: «Es pequeño el deseo, inmensa la barbarie». Ella cantaba sobre convivencias rotas, maletas sobre la cama. El deseo es un hermano pequeño que no nos deja concentrarnos en nada. (...)
No elegimos el escenario y pocas veces tenemos la sensación de poder elegir qué personaje nos toca interpretar. Muchos mueren sin saber por qué recorren esas y no otras calles. Por qué reciben la bronca de esos y no de otros jefes. Por qué follan con esas y no otras personas. Por qué frecuentan esos y no otros bares. Por qué aman a esos y no a otros hijos. Posibilidades invisibles, lanzadas a uno mismo, como una red entre las olas de plata. Eludimos contestar a nuestras propias dudas. Nos vamos por las ramas, como un niño que excusa sus travesuras. A veces yo también fantaseo con otras familias, con otros trabajos, con otras casas. Pasadas. Futuras. (...) La familia es una mandíbula mellada. Una mordida cada vez más blanda. Una carcajada hueca. Pasa el tiempo como pasan los niños en sus bicicletas nuevas: embalados y siempre a punto de caerse. También con esa mezcla de entusiasmo y duda. De algarabía y miedo. La familia: unidad de medida, tropa, flor. Más allá del refugio, ese nosotros que tiembla. Sacudido por los días. Por las llamadas de madrugada. Por los adioses que vendrán. Por las ilusiones que parpadean y chispean, como bombillas, justo antes de romperse. (...)
Soy el alunicero de mi propia existencia. Estrello el coche y saqueo lo que puedo entre los cristales. Vivo así, con esa urgencia delictiva. Me hago viejo y no mejoro. No soy vino, soy otra cosa. Líquido, igualmente. Me amoldo a los espacios, me pierdo en las grietas, calmo la sed de otras bocas, desconozco mi sabor, aunque me quiero amargo. He tenido otras familias. Me he emborrachado en muchas mesas. He brindado por cosas en las que no creía. He sufrido por cosas que apenas recuerdo. ¿Soy lo que fui o soy, exclusivamente, lo que seré? (...)
La memoria es un hámster devorando a sus crías. La memoria es una estantería llena de libros que abandonamos a medias. He amado con tanta dureza y esa pasión que es como el gas que primero hace temblar el termo y luego se empequeñece y se mantiene ahí, llamita silenciosa y duradera, para calentarnos en el frío, para empañar los cristales, para fregar los platos. Entre aguantar y huir, decidí huir muchas veces. No hay valentía ni cobardía en salir disparado de donde no queremos estar. Es sólo electricidad al músculo. Un chispazo y luego la luz. (...) Llevo 20 años habitando los créditos interminables de una película que fue maravillosa. (...)
«En todas las habitaciones llega un día en que el hombre se despelleja vivo, cae de rodillas, pide piedad, balbucea, se vuelca como un vaso y sufre el suplicio espantoso del tiempo», leí de Louis Aragon. Las verbenas son esas alcobas del exceso. Antagonistas de la fiesta ibicenca. Desaliñadas, terrenales, concupiscentes. Enemigas del decoro. Vivir es un combate de boxeo en el que el mundo es George Foreman y tú eres Webster. Armarios llenos de juguetes viejos. Cartas sueltas del Imperio Cobra. Un cansancio por dentro. (...)
¿En qué momento resumimos nuestras aspiraciones a esto? A beber, dejar el tiempo pasar, gastar el poco dinero que ganamos en cerveza y ron. ¿Qué hay fuera de esto? Los que tienen hijos quieren estar también aquí. Muchos se divorcian para volver a este espacio que huele a ambientador industrial y a sudor. Muchos dejan atrás niños e hipotecas y sueños y promesas y malviven solo para pisar este suelo peguntoso un viernes a las once como el de hoy. Hay dos formas de entrar en un bar: con droga en el bolsillo o con los bolsillos vacíos. Lo mejor de la cocaína es saber que tienes. Si no tienes, si no hay camello, si perdiste los contactos o eres nuevo en la ciudad, no harás otra cosa que buscar camellos entre los parroquianos. Si preguntas al camarero, creerá que eres policía. Si estás demasiado borracho y preguntas al camarero, él sabrá que no eres policía, pero jamás mandará a su camello de confianza a un borrachuzo como tú. No hay más lombriz que tener buen ojo, que mostrarse serio, que dejar claro con la mirada que te mueres por gastarte 30, 60 o 90 euros en la primera mierda cargada de piracetam. Mirar y que te miren. Medir los movimientos. El que sale mucho a la puerta, el que tiene un móvil viejo, el que entra en el aseo con amigos distintos. Y aún así, hay que tener cuidado con eso. A los que consumen no nos gusta que nos pregunten por camellos. Es como atravesar una puerta a patadas, sin llamar, sin girar suavemente el pomo. La cocaína es un paraíso íntimo. (...)
Se comparte por compromiso, por recibir en días de sequía, pero no hay nada como entrar solo a un bar cuando recién has pillado. Ir al baño, cerrar el pestillo, cerrar la tapa, quitar la presilla, poner la cartera, meter la punta del bonobús en la bolsita, volcar las piedrecitas nacaradas, malas, durísimas, aplastarlas contra la piel, picarlas, dibujarlas, exclamaciones, rutas contra el sueño, enrollar el billete de diez euros y esnifar con seguridad y un jadeo como de niño que sacia su sed en la fuente de la plaza tras jugar a ese fútbol demoníaco y desordenado al que juegan los niños cuando se juntan. (...)
No tengo miedo a morir, pero estoy aterrado si empiezan a morirse los demás. ¿Y si la luz al final del túnel es sólo un frigorífico que se ha quedado abierto? ¿Y si las grandes esperanzas se quedan sólo en fruslerías y palmaditas en la espalda? ¿Y si la vida no es un carrerón de Fórmula 1 sino una partidita del Mario Kart? Madurar es no sentir culpa por dejar un libro a medias. Madurar es que se nos empiece a notar que no nos estamos enterando de nada. Madurar es escuchar sólo discos que tengan más de veinte años. Converse falsas y botellines de Mahou. Erasmus alemanas. Los recuerdos, como los tentáculos de las medusas, son urticantes al tacto. ¿Qué es la vida sino el sueño de lo que dejamos atrás? Cuando vivimos las mejores tardes de nuestra vida no sabíamos que estábamos viviendo las mejores tardes de nuestra vida. Y ahora que lo hemos descubierto, ya sólo nos queda la gimnasia triste de la memoria. Como un mapa del tesoro que nos arde entre las manos. (...)
Como salir de la piscina sabiendo que ya no hace tiempo de piscina. Que no habrá más baños, que damos el verano por clausurado, que los amores ya serán de otoño y rebequita, de café y petisú, de apuntes, teclados y cláxones en los semáforos. Pisando hojas secas mojadas tras la lluvia. Y pasarán los bares como pasaron los besos y pasarán los besos como pasaron los partiditos en la plazoleta. Del bollycao en el recreo al vermú de los domingos sólo hay un paso. El problema es que ese paso separa el risco del abismo. Quiero llegar a viejo con buen beber y una erección aceptable, con mi biblioteca intacta, con curiosidad por todo, con mis dientes y esta ferocidad pausada que llevo años cultivando. Quiero llegar y quedarme en el descansillo a oscuras como quien entra, tras un largo viaje, en casa. Levantar las persianas, abrir las ventanas y las puertas, deshacer las maletas, darme una ducha, tenderme en el sofá con una cerveza fría en la mano. Dejar que el viento caliente de la tarde pellizque las mejillas de mi casa. A eso aspiro, y a poco más. A gruñir de vez en cuando, a reírme con José Mota, a compartir chistes por el WhatsApp. No quiero darme tanta importancia. Llevo toda la vida rodeado de jefes, ahora quiero bailar en la fogata con los indios. (...) Sólo quiero un espejo donde mirarme sin que se me caiga la cara de vergüenza. ¿Y si la vida fuera un uy y no un gol? ¿Y si lo importante no era ganar, sino perder recibiendo menos goles de los esperados? (...)
Quizá el fútbol es simplemente la mirada de ese adulto que se gira hacia sí mismo, que se retuerce y se abraza a lo que tuvo y sintió, que está incómodo con un presente, que ni entiende ni pretende entender. Que lega el dolor y lega la euforia a sus hijos, que aún conservan la ternura y la tragedia. Porque hasta de sentir se cansa uno. Porque madurar es enfriarse. Porque los años son de hueso. La caótica arquitectura del pasado, del recuerdo, el recuerdo que es un mármol ensortijado, una grieta decorada con pan de oro, una bóveda nervada como una higuera arrancada por el viento. Quizá el fútbol es una lupa que apunta a lo que fuimos, que nos agiganta pese a ser livianos, que nos ruboriza y rescata de la afilada mandíbula del tiempo. Quizá el fútbol es un partido contra nosotros mismos. Firmar un empate. Gritar uy. Maldecir nuestros colores atravesando los vomitorios o apagando el televisor o tirando la radio sobre la cama. Quizá el fútbol es sólo un ensimismamiento, una bobada, un cajón lleno de trastos que ya no sirven para nada. En todas las casas hay uno. Una caja de lata llena de botones para reemplazar los botones de chaquetas que ni siquiera conservamos. Me pregunto si los recuerdos son así, relevos irrelevantes, un manojo de bagatelas, un espejo roto del que conservamos los trocitos soñando con poder mirarnos de nuevo en él. Quizá el fútbol nunca ha sido nuestro. Como la mariposa que muere apresada entre las manos diminutas. (...) Por eso creo que el fútbol es una coreografía enfangada, enredada en lo que fuimos y que ahora es otra cosa. Ya no es eso que sentíamos entonces. Es otra cosa. Una emoción que burbujea en la memoria. Un estado de ánimo. Un terremoto del ayer que llega al presente con una frágil vibración, una onda blanda, una tímida sacudida en el corazón. Quizá el fútbol es sólo una esperanza. Una celebración pendiente. Los colores que vemos cuando cerramos los ojos. Un íntimo armisticio. Un plural tenebroso. Un sobresalto común. Abrazar a los desconocidos. Amar lo inesperado. Creer en los que están y en los que vendrán a besar un escudo que sentimos nuestro. Un tribalismo irrenunciable. Yo me recuerdo de niño alzando los brazos al cielo y celebrar el gol como si la vida me fuera en ello. Y quizá es que mi vida iba en ello. Esta forma de sentir y de querer. Esta lealtad y esta paciencia. Siempre enzarzado en lo pequeño, siempre expectante ante lo grande. Esta bravura callada. Quizá el fútbol sólo sea una forma de entender el mundo, de mantener unidos los carriles en nuestro salvaje e incierto camino. El eco de un gol que aún nos resuena por dentro. (...)
Menguo. Soy un gigante. Nunca sé qué galleta morder, qué jarabe beber, que champú elegir, qué guantes comprarme, qué culo comerme. Una mujer me amó mucho durante muy poco tiempo. Una mujer me amó poco durante mucho tiempo. A ambas entregué el corazón y de regalo las entrañas. Yo amé mucho todo el rato, pero no fue un amor del que un hombre deba sentirse orgulloso. Fue una catarata invisible. Yo sentía que caía, despeñado, hacia las piedras, en el fondo, liviano y callado. No pierde quien no ha vencido. A veces, a los ganadores, hay que darlos por perdidos. Yo perdí y me perdí. Que la vida es un empate lo estoy aprendiendo ahora. (...)
Perder no es un ejercicio romántico, duele como un padrastro, pero uno aprende. Todas las victorias se parecen, pero cada derrota lo es a su manera; hay muchas formas de llorar, pero todo el mundo bebe champán del mismo modo. Este no es un libro de fútbol. No sólo. Porque en el fútbol cabe una vida. En esos 90 minutos está arañada la existencia, el resumen de todas las miserias y heroicidades, sueños y fracasos, odios de diamante y amores gelatinosos. (...)
El Departamento de Lengua Castellana y Literatura del IES Ágora (Alcobendas), capitaneado por los profesores Juan Luis Calbarro y Myriam Maeso, han llevado a cabo el Proyecto POEMAS PARA COMBATIR EL CORONAVIRUS recopilando textos de hasta 42 autores emitidos en formato vídeo. Además, editarán una antología. Desde aquí felicitamos su maravilloso trabajo y agradecemos que se nos haya incluido en el mismo.
Pueden ver todos los vídeos de los diferentes poetas haciendo que se reproduzcan de forma continua en el enlace que encabeza esta entrada y/o pinchar en este enlace de su site.
A continuación les dejo mi colaboración junto con, de nuevo, mi agradecimiento a los responsables:
Escohotado ha sido uno de los intelectuales más importantes de España en las últimas décadas y Ricardo F. Colmenero es uno de mis columnistas preferidos desde hace años. Por tanto, no podía dejar escapar esta crónica de los últimos días del pensador madrileño en su retiro ibicenco, a pesar de que también lleva tiempo en lo que considero una deriva ideológica y en una decadencia incoherente que provoca que su personaje se coma al autor casi por completo.
He disfrutado mucho de varios libros suyos, como El espíritu de la comedia o los monumentales ensayos Historia general de las drogas y Los enemigos del comercio. Este último me parece un esfuerzo hercúleo por explicar la evolución de la sociedad y defender el libre mercado como garantía de progreso y desarrollo. Sin embargo, este libro o, más bien, su recepción puede ser una de las causas de su cerrazón fanática. Como digo, se trata de un ensayo titánico que loa el capitalismo y ataca con saña el intervencionismo comunista. Según parece, fue ignorado por los medios progresistas y sólo encontró eco en aquellos que, bajo la hipócrita bandera de un falso liberalismo, defienden posiciones absolutamente conservadoras, en ocasiones muy próximas a la derecha más extrema, especialmente la de multitud de internautas que creyeron haber encontrado a un profeta a quien no habían leído y no serían capaces de entender...
Vaya por delante que Escohotado siempre ha sido clasista y misógino, como podemos ver en Sesenta semanas en el trópico o Rameras y esposas pero, lógicamente, ahora se siente arropado en sus juicios y cómodo en la conversación con Colmenero, por lo que el despliegue es mayor. Encontramos encendidísimas loas a empresarios de trayectoria tan turbia como Florentino Pérez o Amancio Ortega, usa a menudo el adjetivo "guarra" para referirse a alguna actriz o antigua amante e incide en el desprecio a los yonkis del que ha hecho gala siempre. Su bizquera resulta alarmante: el único expresidente español a quien desea la cárcel (perpetua, concretamente) es al único a quien jamás se le ha acusado de corrupción, se muestra comprensivo con Franco ("jamás tuvo un Gobierno de criminales o asesinos, eran unos meapilas") y arde de indignación contra las políticas de inmersión lingüista en las comunidades bilingües hasta que Colmenero le indica que, tanto en Galicia como en Valencia, el PP hizo lo mismo.
Mención aparte merece su encono hacia Pablo Iglesias: mientras, como comentaba, muchos medios optaron por silenciar Los enemigos del comercio, este le hizo una entrevista muy interesante, amable y en profundidad, hasta el punto de que el propio filósofo pareció disfrutarla. Arrepentido luego de su actitud blanda (por, según dice, haberse tomado un par de copas de más), decidió escribirle un mail insultándole y declarándose su enemigo que, evidentemente, no tuvo respuesta.
Su radicalismo le lleva a confundir la tenue socialdemocracia del Gobierno actual con algo próximo a un régimen social-comunista asustaviejas y, es negacionista de las vacunas y, a pesar de dedicar muchas páginas a defender con pasión el derecho a la muerte digna, olvida que ese mismo Gobierno que odia ha aprobado la ley de eutanasia...
¿A pesar de todo lo dicho merece la pena el libro? Sin duda, recomiendo su compra para disfrutar de una crónica narrada con estilo, gracia y encanto, y porque también hay hueco para pasajes tan interesantes como algunos de los que destaco a continuación:
El profesor había quedado reducido a una escuálida estatua de mármol a la que se le leían las venas como garabatos en un pergamino. Ahí estaba escrita la primera lección, que el saber no solo no ocupa lugar, sino que parece devorar la materia. Daba la sensación de que en cualquier momento Escohotado iba a consumirse en una nube junto a su cigarrillo, como la bruja malvada del oeste, dejando tras de sí la camisa blanca y su anillo rojo. (...)
Cada momento que pierdes el tiempo se van horadando tu alma y tu cuerpo. Y llega un punto en el que las motas de polvo se convierten en un montón. En Escocia llaman Monroe a las montañas de más de 900 metros. Es una palabra gaélica. Cosa que tampoco averiguas hasta que estudias un poco de fonética gaélica, que viene muy bien para estas cosas. Bueno, pues si sabes esto, tienes la sensación de no haber perdido el tiempo. El que ha perdido el tiempo ni siquiera tiene la sensación de haberlo perdido. Solamente tiene la secreta desdicha de saber que, cuando le llegue la muerte, en vez de abrazarla, va a querer aplazarla. Y que con eso mismo está condenando su hoy inmediato. Tenga la edad que tenga. ¿Me explico? Escohotado tiene unos dedos larguísimos y afilados, perfectos para escarbar, y que tiemblan de parkinson. Parecen sometidos a los designios de su anillo rojo, como un demonio de dibujos animados. De no haber sido demonio o filósofo, Escohotado habría sido un magnífico topo. (...)
No se me ocurre mejor escondite para el demonio que un anciano enfermo y solo, del que puede acreditarse que ha buscado en todos los recovecos del saber antes de proclamar que el infierno no existe. Probablemente desde el anillo pueda velar las almas perdidas del averno mientras se distrae con breves dosis de cocaína, heroína y oxicodona en la Tierra. De no ser así, solo se me ocurre que uno de los hombres más inteligentes del planeta, ha descubierto que después de la muerte, para ocupar un lugar privilegiado en el cielo, uno debe pasar una oposición en la que Kant, la geología de Islandia y la fonética noruega caen fijo. Pues sí que sería muy bueno tener una plaza especial y que te den un gin-tonic y un extra. No, cuando digo no perder el tiempo me refiero a usar la vida en algo que no te dé vergüenza. A mí me da vergüenza todo uso de la vida donde predomina el yo, con lo delgadito y pobre que es cada yo sobre el resto de la inmensidad del universo. El yo es una fina película, abajo está el inconsciente, arriba el superyó. No hay que darle peso a lo que no lo tiene. Si le das tanta importancia al yo luego te resulta difícil morir, y vives amargado pensado que vas a tener que morirte pero tú no quieres, y cada vez te haces más viejo, la vida se despide más de ti, pero tú te aferras más a ella. Qué tremenda tragedia. Afortunadamente, me hurté de eso. Calculo que hacia los trece o catorce años me di cuenta de que la condición para estar abierto al mundo era no estar abierto al ombligo. Me tomó mucho tiempo. Diría que me ha tomado más de sesenta años la operación. Veo a otros viejos de mi edad intentando evitar o saber lo inevitable, y me da pena y me da orgullo. Pena de ellos y orgullo de haber llegado a mi situación, donde prestarle atención a la fonética noruega y a la geología de Islandia es lo único que me permite sentir lo previo, es decir, si la vida se despide, yo me despido antes, ¿tú pataleas ante lo inevitable? Yo no. (...)
¿Ganas de morir? Pero para tener ganas de morir hay que tener la sensación de la vida cumplida. Es que ni siquiera te haces… Ahora me doy cuenta, pobre de ti, estás con un señor que te habla de la Antártida, pero nunca has visto la nieve. O sea, ¡no sabes de lo que hablo! Me ha hecho gracia porque te he visto preguntarme con toda ingenuidad. Digo pobre hombre, este es de los que han vivido siempre en el Congo. O sea, ni se hace una idea de lo que es la nieve. La muerte es frío, básicamente. Y claro, en los sitios así como Tailandia nunca hay frío. Pero el tailandés muere de frío, claro. Todos morimos de frío. Para entender de lo que hablo hay que haber pasado, digamos, de los cincuenta en adelante, cuando la vida empieza realmente a recortarse. Cincuenta años es una edad muy joven ahora. Es como en tiempos de mi padre y de mi madre treinta. Se ha retrasado todo en ese sentido. Pero, digamos, a partir de los sesenta, las cosas ya están claras. Y lo que siempre te ha sido fácil empieza a ser difícil. Y la vida te va dando señales de despedida cada vez más fuertes. Ya eso a los setenta años es ubicuo. A los ochenta ni te cuento. Cuántos de ochenta y de setenta en ese momento dicen, uf, gracias a Dios estoy al borde, esto se va a acabar cualquier día y, si no se acaba, tengo mi eutanásico. ¿Cuántos? Pues solo esos han vivido. Solo esos son felices. Solo esos son propiamente humanos. ¿Los otros? Son bestias, como decía Heráclito en Fragmentos, que se atiborran. Les lleva a esa absurda creencia de que ellos para qué van a plantearse el morirse. No le pueden sacar ningún tipo de ventaja a estar preparados para morirse, al derrame cerebral, al infarto, como si eso no formara parte de la vida. El sabio quiere dejar buen nombre, el insensato solamente quiere devorar glotonamente. Y claro, cómo vas a devorar glotonamente cuando, por ejemplo, llegas a mi edad, tienes parkinson y te cuesta hasta masticar. (...)
Reconozco que estos últimos meses los puedo contar como los más felices de mi vida. Pero tengo una cantidad de achaques que sería indigno mencionar y que son un coñazo inverosímil. Cualquier cosa que sea una desgracia, si puedes sacarle un filo de grandeza, un filo de heroísmo, vale, la atraviesas, pero es que a los achaques no hay forma de sacarles un filo, o yo por lo menos no sé. De modo que lo mejor que se puede hacer es correr un tupido velo y no hablar de ellos. (...)
Si me preguntaran a mí, diría que he ido a recoger los restos inmateriales de Antonio. Lo que queda flotando en el aire del comunista, del voluntario del Vietcong, del directivo del Instituto de Crédito Oficial, del traficante de cocaína, del presidiario. Del hombre convertido en cobaya de estupefacientes, del primer repudiado por políticamente incorrecto cuando aún no existía lo políticamente incorrecto, del escritor, del filósofo, del abogado, del economista, del astrofísico, del traductor de Newton. Del enemigo de Menem y Maradona, del líder espiritual de Calamaro, del inventor de lo de la casta, del simpatizante de Podemos, del enemigo de Podemos, del simpatizante de Ciudadanos, del enemigo de Ciudadanos. Y de un montón de cosas más que, unitariamente, justificarían toda una vida, e invitan a pensar si los demás, los últimos ochenta años, hemos hecho de atrezo. (...)
"Un padre enseña a su hijo a andar en bicicleta, no a morirse bien, por mucho que haya más posibilidades de que un hijo vaya a morir algún día a que gane el Tour. A veces me dan ganas de llamar a su hijo Jorge y soltarle una de las frases más famosas de Amanece que no es poco: «De los años que llevo de médico, nunca había visto a nadie morirse tan bien como se está muriendo tu padre. Qué irse, qué apagarse, con qué parsimonia. Estoy disfrutando que no te lo puedes ni imaginar». Para Jorge, papá es «El Escota». Un padre atípico, claro. Una mente capaz de descifrar a Newton y a Hobbes, pero incapaz de sobrevivir en un Carrefour, o en una oficina de Correos, o de ir a buscar a un hijo al colegio, o de felicitar un cumpleaños. Que dormía por las mañanas y se encerraba en su despacho por las noches. La habitación de Jorge estaba justo al lado, y se dormía con la melodía de los dedos de su padre golpeando las teclas, hasta que soñó que se hacía periodista. (...)
Al poco de iniciar nuestras conversaciones le escribí un mail al «Escota» diciéndole que igual era mejor dejar la publicación de este libro para después de su muerte. En plan, últimas palabras, o últimas voluntades, o algo así como Los últimos días de Kant, de Thomas de Quincey, del que hablamos un par de veces, por si la cabeza no me daba ni para un buen título. También le dije que, en el caso de que muriera yo, me prometiera que lo publicaría igual, pero mejorando mis intervenciones. Así la sociedad, o mi madre, podría lamentar el fallecimiento de un periodista ingenioso y despierto. Lo que teníamos bastante claro era que al ritmo que íbamos de cervezas, vino, margaritas, Campari, Bayleis, tequila, licor de hierbas, rapé, oxicodona, cocaína, orfidal, heroína, MDMA, bicarbonato y marihuana, uno de los dos no iba a sobrevivir a los encuentros. (...)
Uno se documenta para una entrevista con el fin de encontrar preguntas, pero en Escohotado solo había respuestas. La sensación de que ya estaba todo dicho. La misma que le contaba un abogado a Arcadi Espada cuando investigaba a Pla en Contra Cataluña: «Usted es un buen periodista. Sigue bien las huellas. Pero enfrente tiene a un gran periodista que va tapándolas, que lo dispuso todo para que esas huellas no condujeran nunca a ninguna parte, que se preocupó a conciencia de que esa historia no pudiera saberse». Manuel Jabois añadiría meses más tarde: «Es una gran definición de escribir bien y de vivir aún mejor. Llenar el folio mientras lo vacías». (...)
Internet es maravilloso. Es lo mejor que le ha pasado al ser humano nunca. Es el gran aliado del pensamiento libre. Eso de que Internet es un riesgo tiene dos variantes. Uno, que las personas no están preparadas para Internet, pero menos preparadas estarán para la prensa sectaria e ideologizada, ¿verdad? Otro, que te inspeccionan, que te buscan, que quieren averiguar quién eres, con big data. Y yo contesto, pero tú por qué te das tanta importancia, muchacho, quién te crees que eres. Tú no importas para nada. Si te quieres hacer la fantasía de grandeza, vale, el delirio de grandeza es antiguo y seguro que va a pervivir, pero eso no quiere decir que lo tuyo tenga futuro. Ahora tenemos Internet, ahora tenemos la paz. Aprovechémosla. Y entonces vienen los tontainas, que si es para espiarme a mí, o para manipular a fulano. Bueno, piense usted lo que quiera. Es la noticia de larga distancia y a velocidad de la luz. No sé si te acordarás de que los griegos a la velocidad de la luz le llamaban velocidad del pensamiento. (...)
La universidad ha quedado periclitada. Es anacrónica. Por alguna extraña razón, cuando ha empezado a pagarse relativamente bien al profesor; y los alumnos, de tener tres años, a tener nueve de enseñanza, y encima gratis, todos han perdido interés por la cosa. No entiendo cómo se ha producido un fenómeno tan… vamos, lo estoy estudiando. Creo que es el tema principal de estudio actual, en términos de antropología y sociología. Cómo es posible que haciendo que la educación se extienda en el tiempo, teóricamente en profundidad, lo que se obtenga como resultado es literofobia, horror a la letra impresa. (...) Lo que sí sé, con más de treinta años de experiencia en la universidad, es que los profesores que me enseñaron tenían muchísima más vocación, muchísima más dignidad, y muchísima más capacidad de actualizarse que los actuales, aunque cobraban una tercera parte. Y también que los alumnos, que eran muchos menos, tenían mucho más interés por formarse que ahora. ¿De dónde ha salido eso? ¡De dónde ha salido! ¡Es acojonante! Fíjate que nos ha costado a la generación de mis padres y a la mía, muuuchas horas de trabajo e impuestos, para que nuestros hijos tuvieran más horas de estudio, y mira la consecuencia. Una juventud literófoba. Jo-der. Y unos maestros desmotivados. Una cosa inexplicable. Aumentas el periodo lectivo y reduces drásticamente el interés por la lectura. Eso es innegable. No se puede discutir. Forma parte de las consecuencias no pretendidas del obrar, que se puede considerar el campo científicamente más interesante de las ciencias humanas. (...)
Escohotado me suele poner deberes. A veces me vacila, y otras hace voluntariado, especialmente cuando le obligo a añadir alguna nota a pie de página a lo que acaba de decir y que él considera cultura general. De Antonio no se sale más listo, simplemente no se sale. Le preguntas por qué se quiere morir mañana y te manda a leerte la epopeya de Gilgamesh, como si la respuesta llevara escrita cinco mil años. Le preguntas cuál es el futuro de la universidad, y se pone a explicarte el pasaje de la dialéctica del amo y el esclavo de la Fenomenología del espíritu de Hegel. Le preguntas por Podemos o por el coronavirus y te lleva a la lógica de Aristóteles. Le preguntas por lo políticamente correcto y se va hasta el reflejo condicionado de Pávlov. Al principio me sentía tan desorientado como Karate Kid. ¿Quieres saber artes marciales? Pues pon cera y quita cera. (...) A veces regresaba a casa en coche sin haberme enterado de casi nada. Volvía a escuchar las grabaciones, y nada. Las transcribía, y nada. Tiraba de diccionario, que si «molicie», que si «periclitado», que si «adláteres», que si «traslaticio», que si «onfaloscopia», y nada. Una vez le preguntaron a Faulkner: «Hay quien dice que no entiende lo que usted escribe, ni siquiera después de leerlo dos o tres veces. ¿Qué les sugeriría?». «Que lo lean cuatro», respondió. A punto de confirmar que Antonio ya no sabía lo que decía, en contra de la exactitud de cada dato que aportaba, volvía a leer varias veces lo transcrito, y de repente sabía hacer el salto de la grulla. (...)
Los griegos querían morir jóvenes, temían la arruga, eran muy frívolos. Estoy aceptando la arruga. Estoy aceptando, digamos, las debilidades de la edad, pero tampoco te creas que tengo tanta paciencia. Ya veremos. Me parece que el hombre no debe renunciar nunca a la capacidad de matarse, pero claro, hay que tener eutanásicos dulces. Obligar al hombre a que se tire a una locomotora de tren es una grosería, o que se tire por una ventana. Hay que tener unas pastillitas que le aseguren a uno que primero se duerme de muy buen tono y luego ya no se despierta. Eso lo hemos tenido hasta ahora en todas las farmacias. Desde hace unos treinta años, la maldad absolutista impide que sean materias manejables, al diluirlas en aceite en vez de en agua, como se había hecho hasta ahora. Eso significa que condenas a las personas a matarse por vía intravenosa, a buscarse un auxilio al suicidio. ¿Que quién gana con eso? Ganan los hijos de perra que controlan la administración endovenosa, ganan los anestesistas y los productores de las sustancias diluidas en aceite, fortunas inconcebibles, miles de millones a la hora. (...)
Soy coqueto en ese sentido, Ricardo. Si a los seres humanos les quitas la capacidad de suicidarse de una forma cómoda y elegante estás haciendo la más brutal canallada concebida hasta ahora contra la especie. Que luego gran parte de los seres humanos no se den cuenta de que con la edad se van volviendo más y más tontos, y quieren vivir un día más, o una hora más, aunque sea horrible ese día más o esa hora más, allá esos seres humanos, pero que tú les quites físicamente la posibilidad de elegir con dignidad y elegancia su muerte es una barbaridad. (...)
si tú le dices al cobarde que no te importa aquello que para él es el centro del mundo, te va a odiar para siempre, porque le pones en ridículo. Las personas aceptan ser acusadas de crímenes incluso capitales, pero no aceptan de buena gana ser puestas en ridículo, por eso mataron a Sócrates, que no hizo daño a nadie, pero puso en ridículo a muchos. (...)
Antes me matan que ponerme la vacuna (contra el coronavirus). Ten en cuenta, por ejemplo, que la vacuna de Salk para la polio es evidente que funciona, que la vacuna de la viruela también, o la de la rabia, pero esta habrá que ver. Como todas las vacunas, habrá que darle un plazo de cinco años. Antes de ir al hospital me pego un tiro. Tú no me conoces. Que venga un médico y que me diga, por ejemplo, ¡a mí! ¡Que no puedo fumar! Es que no soporto ni medio milímetro de intromisión en mi vida privada, ni medio milímetro. (...)
Como el coronavirus retrasó el viaje del presidente del Real Madrid, ambos empezaron a hablar por zoom. Antonio no es de los que le mira la cuenta corriente a los que se le acercan. Hace tres años, tras dar una conferencia en el Club Financiero Atlántico de A Coruña, justo antes de regresar a Madrid, recibió en su hotel la llamada de un señor pidiéndole si podía desayunar con él. Era Amancio Ortega. Escohotado no desvela demasiado de estas conversaciones. ¿Por qué querrían conocer dos de los bolsillos más acaudalados del mundo a una de las mentes más acaudaladas del mundo precisamente cuando está a punto de extinguirse? Hoy se lleva mucho entre los directivos exitosos que hacen de coach señalar entre los secretos de su éxito tratar de ser los más tontos en el consejo de administración. Más precisa me parece la frase de Jeremy Irons en Margin Call, inspirada en lo de Lehman Brothers: «Hay tres maneras de ganarse la vida en este negocio: ser el primero, ser más inteligentes o hacer trampa». Si eres un tipo que puede llamar al móvil a David Beckham, o al líder de casi cualquier país del mundo, o que Coldplay toque en la boda de tu hija, o solo para ti, porque esta mañana te da pereza poner un CD, podemos descartar entre las causas el fetiche. Por lo que me imagino que le preguntarían principalmente por el destino de sus almas. En un día malo, seguro que Antonio les pidió ayuda para conseguir un arma. En un día bueno, unos mil millones para fundar un nuevo partido político. (...)
Aproveché para confesarle que nunca he tomado drogas ilegales, pero lo que más le dolió fue que le dijera que de vez en cuando salía a correr. Fíjate que eso sí es verdadero masoquismo, ir a correr. ¿Qué sacas de ir a correr? ¿Quieres decir que después de correr te encuentras mejor? Pues perfecto. Es la razón por la cual tomo drogas, que me encuentro mejor después de tomarlas. (...)
Una vez le pregunté a Marcos, un amigo de la infancia que se hizo doctor en ingeniería de telecomunicaciones, si el teléfono móvil podía dejarme estéril. Y me respondió que dependía de la fuerza con la que me lo tirasen contra los huevos. En un momento de desesperación acabé comentando en un grupo que de vez en cuando visitaba a Escohotado. Que si se había mudado a la isla y que si tenía intención de morirse en breve. También expliqué que una vez me preguntó si sabía liar porros, que él ya no podía, que le temblaban mucho las manos. Y le confesé no solo que no sabía, sino que no había fumado uno en mi vida. Antonio me miró como si no valiera para nada. O quizá solo me lo dijo y ni me miró. O a lo mejor ni una cosa ni la otra y, tras cerrar la puerta de su cabaña y ver desaparecer las luces de mi coche, empezó a replantearse la inexistencia de Dios, que le había enviado a un periodista que desconocía las drogas, formado por el Opus Dei, con déficit de atención y escasos o nulos conocimientos de astrofísica, botánica, filosofía, economía, matemáticas, ciencias políticas y de la historia del Real Madrid a levantar acta de lo último que se le pasaba por la cabeza. Y que vaya mierda. (...)
Hay un dosier tremendo de la maría. Dicen las cosas más salvajes. Incluso disfunciones genéticas hasta la octava generación. Y se les olvida lo básico, que es que no debe tomar maría la gente que está haciendo el bachillerato. ¡Y es lo que están tomando! Es una estupidez. Con la maría no vas a aprobar, te vas a pelear con los profesores. Son imbéciles, pero claro, como son todo mentiras. Si me hicieran caso a mí, voy yo, me sacan delante y les digo mirad, esto se puede tomar en todas las épocas de la vida, pero hay una en la que aprendes a estudiar, a concentrarte, y en esos precisos años, vamos a decir entre los catorce y los dieciséis, no se debe tomar. ¡Os lo digo yo que tengo seis hijos, y he visto cómo los seis tienen mucha menos capacidad para concentrarse que yo! Por eso. —¿No te han hecho caso tus hijos? Pues vaya currículum. —Ya, ya. Es que mis hijos son muy rebeldes, amigo. El único que me hizo caso es el que perdí. Román era el único que se parecía a mí. Los otros es que… se creen como muy machitos, se rebelan ante mí. (Y se pone como a hablarles a ellos de broma). Sabiendo que os adoro es muy fácil. Aparte de que de vez en cuando os llevarais una hostia, es muy fácil. Pero rebelaos ante el mundo, como yo. Veréis cómo eso no es tan fácil, cabrones. Hay 80.000 personas inscritas en YouTube diciendo quiero tenerle de padre. Y resulta que los seis que tengo de verdad dicen que qué horror. Será posible, macho. (...)
El de las drogas, el de las drogas, que se lo metan por el culo los que lo dicen. A mí me encantan las sustancias artificiales, pero es que las veo más naturales que nada. Dicen, el paraíso artificial de la droga, pero ¿hay algo más natural que la química? Lo que veo artificial es el paraíso, el más allá. Por favor, explíqueme cómo es eso, ¿dónde está? ¿Entonces no has probado una droga en tu vida? Pues eres un insensato, macho. Es como si me dijeras que no has tocado un coche en tu vida. No me niegues que no es un asunto bastante frecuente lo de la droga. Además no es cierto. ¡Tomas vino, cabrón! Pero si es que la mera expresión la droga ya es un despropósito. Es como la montaña. Pero ¿a qué montaña se refiere? ¿Cómo que la montaña? ¿Qué montaña? ¿Me estás pidiendo que te dé alguna droga? —Nooo, Antonio, lo que digo es que la mayoría de los que empiezan no tienen la más mínima idea de lo que están haciendo y eso supone… —En tu caso eso no vale porque estás charlando conmigo. —Digo si no estuvieras. —Pero por qué vas a suponer que no estuviera si estoy. Es absurdo. Tú no tienes derecho a hacer supuestos tan absurdos como negar la realidad actual. ¿No me estarás echando los tejos y pidiendo que te dé alguna droga? Yo he experimentado conmigo mismo. Eso es un riesgo. Mucho-mucho. Hay que ser muy valiente porque te juegas el alma. Te juegas el amor propio. El hombre es un animal de prestigio. Sin prestigio se arruina, se neurotiza y se paraliza. Mi motivación era conocer. Conocimiento. Exclusivamente. Ex-clu-si-va-men-te. También se puede decir de manera más básica: curiosidad. La curiosidad es un instinto. Lo tienen todos los animales. ¿O no? Pues eso, por curiosidad. —Yo tengo curiosidad, pero no me veo tomando, qué sé yo, ácido. —El ácido es la droga que te pone más en cuestión. Que te dice aquí estás pisando la demencia. Aquí te estás jugando el alma. De aquí es muy fácil que no vuelvas. Porque todo el mundo sabe que nadie ha muerto de ácido. O sea, es completamente no tóxico. Se han dado hasta veinte millones de dosis a un elefante y se ha quedado tan fresco. —Pues lo siento mucho por el elefante. —Yo he tomado cantidades colosales. Albert Hofmann (Químico e intelectual suizo. Inventor del LSD. Miembro del comité del Premio Nobel. En 2007 The Telegraph le colocó en el número uno de los cien mayores genios vivos. Al año siguiente falleció), que fue medio padre espiritual mío durante ocho o diez años, también tomó cantidades colosales. Nada, no es tóxico. Es una cosa tan profundamente introspectiva, te vas tan a fondo, que como te descubras un trauma que más o menos tenías tapadito, te lo destapa y puedes cambiar de carácter para siempre. (...)
Pues tomando un éxtasis tampoco me veo. —Un éxtasis es una gran experiencia de la naturaleza, no deberías no tomarlo con tu mujer. Es una experiencia única, y es hora y media nada más. Yo me muero de vergüenza, porque te da un derrame emocional tan grande, te quieres tanto, te abres tan… Yo lo llamo la puerta que abre el corazón. Es una droga mágica. O sea, no entiendo cómo está prohibida para psiquiatría, sobre todo en casos, por ejemplo, de traumas, violaciones, malos tratos paternales. No hay nada parecido. Todo corazón y serenidad y eternidad. Nada del feeling este tipo cocaína. Es la típica droga que, por ejemplo, tú tienes una mujer muy celosa y le has puesto los cuernos, y piensas que hay que decirle que le has puesto los cuernos. Vale. Le das un X (éxtasis), y a la hora que está subiendo le dices, «mira, perdona, pero por tal y por cual»… Ya verás cómo te dice, «pues bueno, lo entiendo». Primero reflexiona, luego «sí, lo entiendo, yo en tu caso quizá, pero ya sabes cuánto te quiero». «Sí, sí, me alegro, yo también te adoro». «Ay, qué bueno es estar juntos». ¡Esto! O un padre y un hijo que se desprecian mutuamente, o unos hermanos que se odian. Es maravilloso. Es mano de santo. —¿Y para follar también? —No, el éxtasis no te permite correrte. Es muy bueno para ligar pero es fatal para follar. Para follar hay que tomar 2CB. ¿Qué es eso? Pues 4-bromo-2,5-dimetoxifeniletilamina, pero qué más te da. Es otra sustancia de las descubiertas por Shulgin, a mi juicio la más interesante de todas las que ha descubierto, que tiene una capacidad introspectiva como el ácido, pero que en vez de durar veinte horas, pues dura dos. (...)
Miro la mesilla de yonki de Antonio. Ahora mismo. Los objetos parecen cubiertos por la niebla, o en mitad de una tormenta de arena: una cerveza a medias, un vaso de licor de hierbas a medias, una lamparita, un bote de crema hidratante, un vaso de cristal con dos tijeras, cápsulas de pastillas dislocadas, boquillas. De tres botes de Redoxon saca sobrecitos de papel diminutos, como para guardar secretitos de niña, pero que contienen «caballo bueno, caballo para invitar y cocaína»; y una navaja de unos 15 centímetros, que maneja con destreza de cirujano con parkinson, con la que corta, tritura y aplasta toda clase de sustancias. Si algún día le diera por apuñalarme con ella moriría de sobredosis. Durante la corrección de este libro, añade al leer esta descripción: Tú y yo somos como el perro y el gato en el sentido de las drogas. Esa parte en la que dices que las mesillas de los yonquis son neblinosas. Esa mía no es nada neblinosa, lo que pasa es que esa luz es blanca-blanca. Una jodida bombilla que me vendieron. Yo la quería amarilla. Pero es de las pocas cosas que, digamos, no es de yonqui. El resto de mi vida sí, pero mi mesilla no. Me ha sorprendido. Eso es que has sufrido tener cerca a yonquis, yonquis de los antiguos, de esos coñazo, de dar la lata, de oye préstame atención, y yo-yo-yo, yo-yo-yo. Y haz esto por mí, porque yo no puedo y tal… y el chantaje emocional. A mí me lo hacen mucho, por eso acabaron llamándome nazi, porque los ponía verdes. Fui el primero en decir en la tele y en todos los sitios que son unos falsarios, unos farsantes. Señora, a usted le está tomando el pelo su hija o su hijo, pero le está tomando el pelo en una forma ignominiosa. O sea, es usted mucho más dependiente de sus medicinas que él de la supuesta heroína o cocaína. Mucho más. Y sin embargo se deja chantajear, porque en el fondo no está dispuesta a reconocer que tiene un hijo maligno o con una fase maligna de conducta. Usted prefiere cualquier cosa antes que aceptar que su hijo es un miserable. (...)
El Valium es mucho más adictivo que la heroína o que la morfina. ¡Mucho más! Porque la morfina o la heroína la dejas y tienes un par de días de incomodidad. ¡Un par de días! El Valium te puede llevar un par de meses de muy severos síntomas raros: insomnio agudo, irritabilidad muy grande, dolores de cabeza, calambres musculares. Lo que pasa es que la mayor parte de la gente que toma Valium es sensata y no exagera. Entonces, pues bueno, se tolera. Pero el peor síndrome de abstinencia que hay es el del alcohol y luego el del Valium. (...)
Se trata, en la medida de lo posible, de que los seres humanos disfruten con las drogas en vez de padecer con ellas. O padecer sin ellas. Muchas veces una droga te serviría para una cosa que te hace sufrir y no tomarla te mantiene el sufrimiento y es una chorrada, claro. No se le ocurre ni al que asó la manteca. Sé que la heroína es perfectamente compatible con la vida, y lo feliz que me ha hecho tomarla con toda generosidad. Hoy me la has visto tomar. ¡Dos veces! No me pincho. Lo de pincharse es muy truculento. Porque tampoco te vas a pinchar una vez al día. Tendrán que ser por lo menos dos, por no decir tres. Y todos los días. El año tiene 365 días. En un año es pincharse más de mil veces. Qué trabajera. ¿No te parece? No es mejor. Mentira. La he tomado pinchada, esnifada y fumada. Y el efecto se percibe en las tres. Se ahorra mucho pinchando, eso sí. Es un fármaco tremendamente activo. En pequeñas cantidades produce grandes efectos. Lo contrario que la cocaína, que es un fármaco muy avaro. El primer día tomas y, para que el segundo te haga un efecto igual, tienes que tomar el doble. Ya está la avaricia. Luego resulta que en vez de durarte siete u ocho horas, como el caballo, te dura media. Bueno. Otra avaricia. He odiado la cocaína toda la vida. Hasta cuando veía grandes cantidades tomaba muy poco. Por esta sensación de droga avara. Por eso he preferido la maría, el ácido, el caballo, el opio, el éxtasis. ¡Hay muchas! Los estimulantes no crean síndrome de abstinencia. La cocaína, por ejemplo. ¡Qué gente más pesada! Yo-yo-yo, yo-yo-yo, yo soy el que importo. Y todos aquí centrados en mí porque yo-yo-yo. Es un error considerarlos unos enfermos. Son unos caraduras. (...) Ahora tomo bastante cocaína. ¿Por qué? Porque soy un espectro, amigo, porque necesito energía, porque ahora por primera vez en la vida me levanto y no estoy seguro de llegar a los sitios a donde voy. Eso no me había pasado nunca. Lo hago por coraje, pero no estoy seguro de llegar. Y sé que me puedo rozar con una cosa y hacerme una herida de dos palmos. Y entonces voy mirando, con una mezcla de desconfianza y rabia. Yo que fui tan galán, y tan fuerte, y ahora me toca esta mierda. (...)
Tomo drogas para sentirme mejor, como te he dicho varias veces. Pero hay que ser elegante, «mesurao», responsable, y encontrar lo que buscas. Pero para encontrar hay que saber buscar. La oxi, ¿sabes el problema que tiene? Es un derivado del opio interesante. Qué euforia la del opio. Qué bárbaro. Es única. Es un sentirte bien que lo mismo te sirve para estar inmóvil que para ponerte a fregar. ¡De verdad! Es increíble. Si no hubiera opio y si no hubiera heroína, la oxi bien podría considerarse el producto más interesante de todo el vademécum farmacéutico a efectos de combatir el dolor. Su relación con el paracetamol y el ibuprofeno es como la del cero y el infinito. Pero si lo comparas con el opio y la heroína, la verdad es que se queda muy, muy cortito. La heroína se ha vendido como el paracetamol. Lo que pasa es que hay varias cuestiones que hay que añadir. Y es urgente. El paracetamol es un placebo. Tenemos pruebas de experimentos concretos de personas, grupos de miles de hombres, mujeres, todos adultos, a quienes se les da un placebo y prácticamente más del 90 por ciento no se da cuenta. Cree que ha tomado paracetamol y no le han dado nada. Y el personal se siente igual de bien o de mal. Pero claro, el poderío de los laboratorios es de tal dominio sobre las publicaciones de esta materia, que en la prensa ordinaria no es posible meter una información en contrario como la que te acabo de dar, sin que encuentres obstáculos infranqueables. A esas mismas personas les das un opiáceo diciendo que es paracetamol o ibuprofeno e inmediatamente dicen, ¡oh Dios mío, qué maravilla absoluta! ¡Se me ha quitado el dolor! ¡Me he curado! (...)
Volvamos a la legislación de 1920. En esa legislación verás que la heroína se vendía como ahora el paracetamol. Sin receta. Y encima con un prospecto falso. Aparte de decir cosas verdaderas, como que nunca tendrá un catarro ni una gripe si toma esto, que es verdad, también decía otras falsas, como que quitaba el hábito del opio y la morfina sin crear un hábito nuevo. Eso no es cierto. Pero así se vendió cincuenta años. Y sin embargo no hubo ni un solo caso de yonqui registrado. ¡Ni uno solo! Cuando la sacaron de la farmacia tardaron como quince años en que apareciera el primer yonqui, que fue William Burroughs, que a su vez era sobrino del último señor que se había suicidado porque le habían quitado de la farmacia el opio y la morfina. Su tío había estado buscando en el mercado negro, en los años treinta y cuarenta, pero acabó no encontrando nada. Se tiró por la ventana porque había dejado de ser surtido por la farmacia como llevaba siendo surtido treinta años, lo que fue una novedad salvaje y cruel para mucha gente. Él fue el primero, digamos notorio, que dio signos de esos. Los Burroughs eran millonarios porque el abuelo había descubierto la calculadora. Gente de San Luis. Veinte años más tarde que su tío, su sobrino fue el primero que escribió un librito que decía aquello de «troto la calle en busca de caballo, el álgebra de la necesidad». Si tienes, tomas hasta atracarte y, una vez que te has atracado, te pones a buscar, y otra vez lo mismo. A eso le llamaba álgebra de la necesidad. Y si robas, matas, o lo que sea, no te preocupes, eres una víctima. Pues bueno, así empezó la peli. (...)
La prohibición, como sabes, empieza en los años veinte con la ley seca. E igual pasa con la ley Harrison, casi simultánea, que prohíbe cocaína, opio y morfina. No heroína. Y la ley seca prohíbe vino, cerveza y cualquier tipo de espíritu ardiente, como dice ahí, incluyendo el éter, por ejemplo, la acetona, el cloroformo. Alcoholes, de un tipo u otro. ¡Menudo discurso! La cruzada contra las drogas, cien años después, es la mejor forma de fastidiar la empresa que buscábamos. Y que la juventud tome drogas sensatamente, o no las tome. Y que, en general, haya menos demanda de drogas, y más drogas puras y personas formadas. Hemos descubierto que la prohibición es justo lo contrario. (...)
Estaba convencido de que el hombre siempre había tenido problemas con las drogas. Y como soy así de sistemático y jurista, me puse a estudiar legislación antigua. Y lo primero que me veo es el Código de Hammurabi, que es lo más antiguo que tenemos, claro. ¿Lo conoces? ¡Ay por Dios eres así de analfabeto! (Primer conjunto de leyes de la historia. Escrito en 1750 a. C. por el rey de Babilonia Hammurabi). Me voy al código y digo pues habrá algo en materia de drogas. Pues sí que lo hay. Hay una pena de muerte para el tabernero que agüe el vino. Eso es todo. Y digo uy, qué raro. Vamos a ver derecho griego. No encuentro nada. Me voy al derecho romano. Como el derecho romano está muy bien codificado, sobre todo el Corpus Iuris Civilis de Justiniano, veo que hay una ley romana de sicaris et veneficiis, sobre sicarios y envenenadores, donde se menciona lo siguiente: droga es algo neutro. A esta ley solo le interesa el caso en el que productos que llamamos drogas, que sirven tanto para curar como para matar, se emplean para lo segundo. (...) Para mí todo esto es una sorpresa enorme, porque vengo con la mente cuadriculada y diciendo bueno, la droga siempre ha sido un problema. Y me encuentro que por lo menos desde el comienzo de la historia recordada hasta el siglo VI es algo neutro. Así, sin más, neutro, salvo para los asiáticos, donde resulta que se desmarca la marihuana por buena, y el vino y las cervezas por malos. Es un descubrimiento para mí enorme. O sea, pasar de un universo a otro. Estaba totalmente equivocado. Y entonces me di cuenta de en qué consiste aprender. (...)
Los esclavos romanos no dejaron de insurgirse hasta que el cristianismo les dijo resignación, vosotros vais primero para el cielo. Entonces se calmaron. Los grandes fármacos visionarios son el origen de casi todas las religiones de la Tierra, porque en origen, comer y beber el dios, comer la hostia, es siempre comer una hostia psicoactiva. Primero vinieron las hostias psicoactivas, luego ya vinieron las hostias coactivas formales, las de un credo, las de un dogma. Ahora llevamos 2.000 años con esta doctrina en la que se persigue toda relación directa del individuo con la naturaleza. Y no hay más lógica. Es un puro disparate. Luego también se persiguieron las brujas y el erotismo, porque lo que no tolera el monoteísmo es la inmanencia. Dios tiene que estar muy lejos. (...)
Las formas de Antonio a los ochenta años son las de un tío que ha sido guapo y ha tenido cierto éxito con las mujeres probablemente toda su vida. Y empecé a pensar si esa percepción personal se la guarda uno para siempre. Es decir, que si uno no se mira en el espejo durante un tiempo, puede olvidarse de su aspecto y seguir teniendo una percepción de sí mismo con veinte, o con treinta años. Congelado en este párrafo de Homero en la Ilíada: «Te contaré un secreto, algo que no se enseña en tu templo: los dioses nos envidian. Nos envidian porque somos mortales, porque cada instante nuestro podría ser el último, todo es más hermoso porque hay un final. Nunca serás más hermosa de lo que eres ahora, nunca volveremos a estar aquí...». Y que en cualquier momento Antonio podría sentir la necesidad de levantarse de la silla y pegarle a Maradona porque ha olvidado que ha muerto, o de fundar Amnesia, o de alistarse en el Vietcong, o de simplemente colocarse la melena rubia detrás de la oreja. (...)
Ahora mismo veo una causa para coger un fusil de asalto y plantarme en una cárcel y decirle al alcaide, al director, «saca a este hombre o entraré a tiros». Y es la cárcel de Nueva York, donde tienen con dos prisiones perpetuas al muchacho Ross Ulbricht, con treinta y pico años. Inventó la ruta de la seda (Silk Road) y pacificó el mercado de drogas a través de la red profunda. Es una compra-venta de drogas donde el vendedor no cobra hasta que el comprador dice «estoy conforme con la mercancía». Se retienen los fondos que tú has puesto y no llegan a transferirse a quien te mandó la droga hasta que tú le mandas a él y a la central un mail diciendo «lo he recibido, conforme». Con esto, hay que ser malo y memo para no darse cuenta de que se han acabado los cientos de miles de crímenes directos que ocurrían en las entregas de droga. Venía el muy listo que quería quedarse con la droga, y mataba al que venía con el dinero. O venía el muy listo con dinero a quedarse con la droga. Eso, Ross Ulbricht lo ha e-li-mi-na-do. Ross Ulbricht ha salvado millones de vidas. La Silk Road sigue siendo la base de todas las transacciones. Eso lo inventó Ross, creo que hará diez años (cree bien). Y sin embargo se mantuvieron las apariencias. Qué rabia le entró a la DEA de que aquel muchacho se hubiese salido con la suya. Es una invención tan genial, tan pacífica, tan humana, tan buena, tan positiva, que meterle dos condenas a perpetua no revisables… ¡pero que se os ve el plumero, chicos! Aquí tenemos un filántropo y vosotros, teóricamente, sois los clementes, los jueces, los representantes de lo justo. Pero si este hombre ha salvado millones de vidas y las sigue salvando. ¡Cómo os atrevéis a ignorar esto! (...)
Antonio debe de tener una especie de alerta en el ordenador que salta cuando tipos brillantes, o con cierto reconocimiento académico, anuncian de repente que consumen drogas. Un día me habló de Carl Hart, un neurólogo que da clase en Columbia, que acababa de decir que consumía heroína, cocaína y MDMA. «El peligro que tienen todas las drogas es tu ignorancia», declaró Hart a La Vanguardia, como si citara a Escohotado. Antonio siempre ha vivido como un náufrago, por lo que estos anuncios cada ciertos años deben de parecerle la lucecilla de un barco que pasa a muchas millas, o un avión a muchos pies de altura, que no le ven, ni le buscan, ni irían a rescatarlo, pero que le recuerdan que no está solo en el mundo. (...)
Mira, si yo me quedo con cuatro pensadores me quedo con Heráclito, Aristóteles, Spinoza y Hegel. Y si me metes uno más, te meto a Freud, y dos, te meto a Einstein. Y si me metes uno más te meto a Prigogine y a Mandelbrot, de los ya modernos, casi vivos. Y punto. (...)
Desconfío de las soluciones impuestas. Me parece que la cruzada fracasa por el hecho mismo de ser cruzada. Sea o no justa la iniciativa, el camino elegido no es bueno. Es igual que las brujas. ¿Cuántas brujas había en los siglos IX, X, XI? Pues mira, eran seres muy raros. Tenemos documentos fehacientes de la época de que a lo mejor había una por país. ¡Una! Y países, pues las nacionalidades de entonces, los francos, los lombardos, los visigodos. ¿Y qué paso cuando empezó la primera legislación contra las brujas? El Roman de la Rose, que es el libro más importante del siglo XIII, calcula que una de cada tres mujeres es bruja. Imagínate qué éxito ha tenido la cruzada contra la brujería que la ha multiplicado por varios millones. Exactamente igual ha pasado con las drogas. Es como un factor llamada, tan potente, tan irresistible, que el que lo niegue está ciego. (...)
Estamos en un mundo «deslibinizado». Lo describían las Elegías de Duino de Rilke, donde dice: «Extraño es no volver a desear los deseos». No lo digo con el tono este melancólico de Rilke, sino en plan acusatorio. Hemos llegado a no desear nuestros deseos en el sentido de qué pocos arrestos le echamos a la vida. Nos hemos dejado llevar por la molicie. Estamos invertebrados. La libido es como un fluido, como el que contienen las presas, y están los embalses en mínimos. (...)
Pregúntate a ti mismo, conócete a ti mismo. Hay tres condiciones del sabio: nada en exceso, no pidas imposibles y conócete a ti mismo, cumple esas tres y serás dichoso. Y no es difícil, está en manos de todos. No le pedimos al hombre que sea una lumbrera. Le pedimos que sea fiel a su condición de animal racional.