ARREBATOS ALÍRICOS

Me fui sobreviviendo como pude

(José Luis Piquero)


viernes, 26 de diciembre de 2014

Más allá, Tánger (San Álvaro Valverde)


A uno le gustaría que, cuando en otras ocasiones, como presentaciones de libros o en este mismo blog, se ha referido al poeta placentino que protagoniza esta entrada como “San Álvaro Valverde” lo hubiera hecho, en efecto (tal y como me han preguntado por ignorancia o mala baba alguna vez), de forma irónica o, incluso, sarcástica. Pero desgraciadamente no es así y servidor, laico y descreído en general, como toda persona de bien, al hablar de San Álvaro Valverde y San Gonzalo Hidalgo Bayal, lo hace convencido y con más admiración y respeto de las (ay) recomendables en un proyecto de poeta que en algún momento, no muy lejano, iba haciendo el papelón de enfantito terrible por esos recitales de Dios…

     Y es que no hay nada mejor que matar al padre públicamente (y con ensañamiento) para demostrar mala leche e identidad propia, cosas muy recomendables en cualquier poetastro que se precie. Especialmente si, como es el caso, el aspirante va a publicar su primer libro y proviene de una ciudad donde esos supuestos santos irónicos, se han erigido en tótems. (Lo que, para la gente a la que le gusta pensar mal, viene a significar capos de una mafia cutre y rencorosa). Pero no, pese a mi tendencia general a escoger la salida cómoda de la ironía fácil o el sarcasmo ligeramente escandaloso, no tiraba de ironía al santificarles, Dios me libre.
  También, puestos a confesarnos, el abajo firmante reconoce, en razonable posesión de sus facultades físicas y mentales, que le habría encantado poder decir que el último libro de San Álvaro es un bodrio o, como mínimo, un libro mediocre, del montón, hecho por compromiso (ya tocaba) bajo la premisa de una excusa más o menos manida y a todas luces insuficiente. Y es que, en ese caso, el poetastro que les habla podría no solo demostrar mala leche e identidad propia sino, también, una personalidad insobornable que me permitiera criticar incluso a los que hace nada, por interés, cobardía o sinceridad, elogiaba sin medida. Es decir, una oportunidad de oro.
    Pero no, Más allá, Tánger no ha resultado ser el libro que muchos querrían (endeble, deslavazado y juntado como por compromiso), qué va; los poemas que lo forman, pese a ser muy, muy cortos, resultan suficientemente intensos como para que el poeta que los ha publicado siga mereciendo ocupar anchamente un santoral (como mínimo, personal) del que por ahora no hay Dios que le mueva. Qué le vamos a hacer…




                Se abre Más allá, Tánger con tres citas (“…en la ciudad solar que se veía/desde aquella azotea de la infancia” de J.M. Caballero Bonald, “Recuerdo el lugar,/me atrevía a decir,/y también los rostros que amé,/pero eso fue la infancia” de Natan Zach y “yo nací lejos/de mi patria, en una/ciudad fundada/en las afueras de África”, de Fabio Morábito). Y uno se anima al pensar que no son para tanto, que, incluso, salvando la segunda, resultan poco memorables y de nuevo, quizás un poco forzadas. Después comprueba que a continuación llegan 50 poemas consecutivos, sin título ni ningún tipo de agrupación y, como decía, que muchos de ellos cuentan con apenas 3, 4 o 5 versos. ¿Una obra menor entonces? Pues depende, claro. Podrá considerarse así si optamos por mediarla al peso, claro, o si se obvia que ya el primer poema del libro termina así:
Superpones
a tu propia memoria
la de otros.
Ellos si la gozaron.
Y aún la sufren.

De su olvido
renacen las cenizas
que proyectan su sombra
en el presente.

También podríamos intentar fijarnos en que son solo tres los versos que forman el segundo poema, pero cuesta no reparar en que son, justamente, amigo, estos tres: “Está allí, pero la traes contigo./ Miras atrás y otra ciudad desmiente/ que este estrecho sea al fin una frontera”.
De esta forma, el libro va a avanzando de forma lenta y sobria, sin caer en tópicos ni intentos de efectismos y despojado de cualquier verso que no sea estrictamente necesario, en busca de una condensación lírica tan lograda que hasta un lector como el que escribe, poco dotado para captar (y disfrutar) sutilezas, sepa apreciarlo.
Insiste Valverde en este poemario sobre una ciudad añorada en una idea ya defendida con anterioridad en otros libros y, especialmente, en el inmediatamente anterior, dedicado a su población cotidiana (que seguía, sin embargo, siendo una incógnita). De esta forma, si previamente defendió que Plasencia era “una ciudad de la memoria” y que en ella cabían muchas (a veces, incluso demasiadas) Plasencias, ahora va a sostener que “Como a Venecia, Valparaíso o Estambul,/sólo hay un modo de llegar a Tánger”. Pero Tánger, obviamente, no existe (“sabías que era inútil/volver donde no existe/ la ciudad que recuerdas”) y el poeta, que vuelve buscando “esa edad clausurada” en la que aún habita, en realidad tampoco. Por eso, el libro no es sino la crónica de una búsqueda desesperanzada, sin objetivo pero necesaria, en una ciudad desconocida en la que ya se ha estado y por un poeta que intenta aprovechar lo que ya sabe de uno mismo y lo que va encontrando a su paso para reconstruir sus ruinas en otro. Así, podemos observar esa voluntad de reconstrucción del yo a partir del extravío, en poemas como este:

Quien quiera definir el laberinto
lo tiene aquí sencillo.
Le basta pasear por las callejas
en busca de perderse
para hallar
el único trayecto que conduce
a las fuentes sagradas del origen.


Pero una ciudad, además de ensoñación, distorsión, paisaje y recuerdo es también incomunicación, secretos y silencios (“Mi padre llegó a Tánger/ […]como otros, venía/ de perder una guerra/ […] Él nunca habló de ello). Y, por tanto, soledad, frustración, derrota y asunción de la ciudad como un no-lugar no muy distinto del propio ser: “La ves volver como a la propia vida./Está ante ti como lo estuvo siempre./Lo raro es que al bajar y tocar puerto/te sientas un extraño que regresa”). Por consiguiente, ante la imposibilidad de alcanzar ningún puerto, solución o evidencia, el poeta parece optar, qué remedio, por la ansiosa colección de instantes mínimos, en un tenaz esfuerzo de atrapar lo inasible:

El umbral de esta casa
fija un límite ambiguo:
entre la oscuridad
que enturbia tu pasado
y la luz que ilumina
este presente.
(…)

Un portal, un balcón,
el letrero de un bar,
el vislumbre veloz de un cartel…

Piezas sueltas de un puzle
que tendrás que ordenar.

Para saber de ti.





En su magnífica reseña sobre este libro (las comparaciones son, sin duda, odiosas) la poeta Irene Sánchez Carrión escribió: el pasado es un hecho improbable, difícil de reconstruir, y el presente “acapara lo que ha sido y va a ser”. Solo existe, pues, el presente, y ante esta imposibilidad de revivir con exactitud lo que ya sucedió, solo queda asumir el olvido o “el envés de memoria” y aceptar, al fin y al cabo, que lo que se recuerda son solo datos dispersos, incluso fingidos, dice el poeta, “ni reales ni falsos”. Esta predilección por la acumulación de ambiguas sensaciones, recientes o pretéritas, por encima de tanto de los datos históricos o sociológicos como de la erudición literaria, son una de las principales características del libro, que parece una colección de mínimas sensaciones personales fugaces que acaban por resultar máximas universales y eternas.

En conclusión, por todo lo dicho y por lo que no he sabido explicar con anterioridad, Más allá, Tánger acaba resultando un libro de antiayuda (dirigido a aquellos que “vinieron de un destierro/ para exiliarse en otro”) muy necesario, en el que el poeta parte de un ejercicio de memoria distorsionado que le permita enfrentarse con más claridad al futuro. Que, por supuesto, no es más que regresar al tablero del eterno retorno y empezar una nueva partida:

Te aguarda una ciudad
distinta a ésta. Interior,
cerrada al mundo
por las viejas murallas
que la cercan.
(…)
Con calles en pendiente
Que nunca dan al mar,
pero sí a un río
de aguas que no observan
otra urgencia que la de transcurrir.
Te espera otra ciudad
pero es en vano:
estás seguro
de que salir de Tánger
no es posible.


Es decir, lo mismo que lleva contando en sus libros San Álvaro Valverde muchísimo tiempo pero, para mi desgracia, haciéndolo de nuevo, una vez más, demasiado bien como para poder criticarle. Qué le vamos a hacer…

domingo, 21 de diciembre de 2014

Ya están aquí...


Diciembre (Alberto Tesán)

DICIEMBRE
Como todo lo que amas y no te pertenece
Diciembre te ha besado con sus labios de niebla
Y juega con los versos que no osaste escribir
Por rabia o por temor a ser otro, uno más.
Diciembre es para ti un cuerpo conocido
Que no duerme a tu lado; historias de chiquillos,
Amantes inexpertos que palpaban la sombra
De un deseo que aún te conmueve como antes.
Con las primeras lluvias -¿recuerdas?- os dijisteis
Hasta siempre y los meses pasaron cadenciosos,
Y con ellos la vida. Después de tanto frío,
Después de tanta espera, el recuerdo te quema
Por dentro como un cáncer que ardiera en tus entrañas.
Ha llegado diciembre para toserte al oído
Que lo mejor hubiese sido escribir los versos
Que no escribiste nunca, o no haberla dejado.
Escapar, o volarte la tapa de los sesos.

(El mismo hombre. Alberto Tesán.
Pre-textos. 1996)

miércoles, 17 de diciembre de 2014

Mal agüero (poema invernal de Juan Ramón Santos)

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MAL AGÜERO
Recuerdo aquellas tardes, en invierno,
cuando, al volver de clases de pintura,
cruzando esta plazuela me asaltaba
el siniestro alboroto de las grajas
que, ocultas allí arriba, entre tinieblas,
volando de pináculo en pináculo,
parecían reírse a carcajadas
de mi turbio futuro adolescente.
No sé bien si esas aves aún anidan
en el viejo tejado de la iglesia,
pues lo cierto es que evito atravesar
normalmente este espacio tan hermoso,
y no por miedo cinematográfico,
mas por puro temor a que los pájaros,
desde lo alto de su clarividencia,
se acuerden aún de míy aún continúen
muriéndose de risa, los cabrones,
al ver lo que aún me queda por delante.
Cicerone,
Juan Ramón Santos.
De la luna libros, 2014

martes, 16 de diciembre de 2014

El blog Transtierros publica 2 poemas de La huida hacia delante

Se da la bendita casualidad de que la revista digital Transtierros, citada alguna vez aquí, ha tenido a bien publicar dos poemas míos. Aquí dejo el enlace, muy honrado.

domingo, 7 de diciembre de 2014

Éxitos del Magisterio

El Magisterio está alcanzando resultados brillantes
mientras la vida discurre con normalidad:

ha hecho que todo el mundo se recicle de algo
ha sacado a las monjas de sus conventos
ha producido atascos en calles secundarias
ha establecido ciertos contactos furtivos
ha casado a más de una maestra entrada en años
ha fomentado la paciencia en el resto de la ciudadanía
ha propiciado estados de histeria colectiva
ha ensayado continuamente nuevos métodos
ha avivado el amor por la naturaleza
ha provocado incendios forestales
ha aumentado la venta de desodorantes
ha dado colocación a miles de sicólogos
ha enriquecido a los dueños de bares y cafeterías
ha indignado a la gente de derechas
ha logrado la dispersión del voto de la izquierda
ha puesto en entredicho nuestra virilidad
ha envilecido el idioma
ha sublimado el uso de las lenguas
ha hundido las canciones de protesta
ha vuelto compartido el vicio solitario
ha restado competitividad a los competentes
ha promocionado subnormales
ha difundido las palabras más viles
ha iniciado en el rock a los viejitos
ha asumido la estupidez nacional en todos sus niveles
ha despertado grandes esperanzas
ha introducido la desavenencia en las familias
ha removido todas las cuestiones.

Los alumnos siguen llegando a clase puntualmente
y la vida discurre con normalidad.


José Agustín Goytisolo. Poesía completa. Lumen, 2009

martes, 2 de diciembre de 2014

La Fiera de mi Ben Clark


                Que sacara una de las escasas plazas ofertadas en 2014 para las oposiciones del Cuerpo de Profesores de Enseñanza Secundaria supuso un éxito inexplicable, inmerecido e inverosímil. Sin embargo, no voy a decir que llegara sin más, sin que me sacrificara en absoluto para conseguirlo: de hecho, el esfuerzo ha sido continuo y ha afectado a mi orden físico, moral, espiritual y psicológico.
Entre las más arduas abnegaciones, sin duda, ha estado ir viendo cómo la montaña de lecturas pendientes crecía sin parar por la incapacidad de cumplir la promesa de dejar de comprar libros mientras, por primera vez y contra todo pronóstico, sí mantenía el juramento de no leer nada, o casi, por gusto hasta después de exámenes. Ha sido durísimo ver tanto tiempo ahí las Obras de Felipe Núñez, cogiendo polvo bajo una portada tan sobria como impactante, sabiendo como sabía que era uno de los libros que más sabiduría (neta) contenía de mi biblioteca. También, me han llegado a escocer los ojos de puro mono al tener que dejar por la mitad lecturas como Los acantilados de Howth de David Pérez Vega, Los reconocimientos de William Gaddis o Mistery Train de Greil Marcus, y tuve que arañarme con todas las fuerzas de mi mano derecha a la desobediente zurda que pretendía saltarse el veto y releer como merece La belleza son los aeropuertos vacíos de Jorge Posada  o Mis padres: Romeo y Julieta de Pablo Fidalgo, dos de los poemarios que más me han gustado en los últimos tiempos.

Sin embargo, uno de los que más me ha jodido no poder leerme en profundidad, como se merece, una y otra vez de arriba abajo, es La fiera de Ben Clark porque, aunque no pude evitar una lectura rápida, casi inconsciente, apenas salió de mi buzón, enseguida noté que ese poemario merecía bastante más atención de la que le había prestado, de la que, ay, iba a poder prestarle en mucho tiempo. Finalmente, después de haber hecho mis exámenes, haber esperado paciente e histéricamente mis notas, haber hecho cálculos rigurosos alternados con cuentas de la vieja y elucubraciones optimistas y pesimistas y, sobre todo, haber celebrado el milagro hecho carne o, más bien, plaza, he podido comenzar a ajustar cuentas con el montón de asuntos pendientes y de lo primero que he hecho ha sido acorralar a la fiera.
Debo decir que leí esta obra en las circunstancias más propicias: abandonado por mi novia al inclemente calor del agosto placentino, entregado a la desidia, descuidando la higiene personal, la alimentación o las tareas de la casa y sudando como un cerdo, algo sin duda apropiado para un poemario que trata de la atávica autodestrucción del hombre solitario enfocada en el contexto del siglo XXI. Posteriormente lo he releído con calma, dándome cuenta de que el entusiasmo inicial no se debía al alcohol, el calor o la fiebre y, bien al contrario, estaba más que justificado.

Cuanto se pueda decir de la autodestrucción o, al menos, desde luego, cuanto pueda decir yo, será un patético remedo de dos citas clarividentes: “Todo goce comienza en la autodestrucción” y “Yo me autodestruyo para saber que soy yo y no todos ellos”, ambas pronunciadas por Leopoldo María Panero en la película El Desencanto, si bien la segunda, en realidad, pertenece (o pertenecía) a Artaud.
Tal vez por eso, Ben Clark no esboza definiciones ni reflexiones más o menos personales acerca de este hecho, sino que se dedica a describir el proceso que, por supuesto, carece de porqués sencillos y, en cambio, está plagado de instintos y arrebatos tan inexplicables como comprensibles. Así, sin caer en el victimismo, mediante un manejo prodigioso de la ironía y el tono entre confesional y sarcástico del amigo de vuelta de todo que decide contarnos parte de sus aventuras como con desidia, administra la información y alimenta el misterio de una trama compartida: el gusto por complicarnos y jodernos la vida sin necesidad.
El poemario está dedicado a una reciente víctima del afán autodestructivo, el espíritu sensible y actor salvaje Philip Seymour Hoffman y encabezado por dos epígrafes, uno de Umbral (“Las cosas mejores y más vivas son los bichos/ de modo que tu lenguaje está hecho de ellos”) y otra de Gjertrud Schnackenberg (“Esta noche las inmensas galaxias/ me parecen diminutas sobre el cristal de mi ventana”) que ya marcan el rumbo de la obra: la búsqueda de lo máximo bajo la expresión de lo mínimo y el subjetivismo como medio para alcanzar la universalidad. Lo mismo de siempre, vamos, pero realizado con una brillantez poco frecuente.
El primer poema, llamado “Quizá”, parte de un intento casi antropológico de rastrear los orígenes de la desazón congénita (“debió existir por fuerza un hombre bruto,/ el primero de todos los que habrían/ de poblar los pasillos con nuevas mansedumbres./ Debía parecerse en algo a mí,/ quizá,/ mirando hacia la luz del horizonte/ y caminando solo”). En esta investigación incidirá, de forma dispersa, el yo poético a lo largo de la primera parte del poemario, encabezada con una cita de Aristóteles (“El hombre que vive solo/ o es una bestia o es un dios”).
Desconocido impulso
ven a mí, te necesito a mi lado
en esta hora de grava
y golpes sordos, ven, para que pueda
viajar embrutecido así, y lento,
a donde esperan de mí muy pocas cosas
y donde yo no espero tu llegada

Poco más adelante, en el poema “¿Cómo se dice esto que no perdura?” (cuyo título obedece a una cita tan involuntaria como genial de Roberto Bolaño en una entrevista) llega la autoindagación en los recovecos dañados del alma y los intestinos del fracaso:
¿Cómo se dice esto que nos falta,
ahora mismo,
mañana, esto que falta siempre y falta
un día antes, en otro sitio, en otra
habitación?
Esto que perseguimos toda una vida en vano,
esta pequeña estafa que nos mueve.

Pero, sobre todo, esta primera parte contiene “La bestia”, un poema largo e inmenso, de lo mejor que he leído en este 2014 que termina y que merece leerse entero, de principio a fin y, a ser posible, de rodillas, por lo que no voy a destripar ni un solo verso. También, un poco más adelante llega el desdoblamiento del poeta, en una dualidad conflictiva pero indisoluble. Por una parte, desplegada en dos poemas tiernos (Los bichos I y II), la confesión de ser un dueño tierno, torpón y borracho, responsable de desastres cotidianos, que no sabe querer ni cuidar. Por otra, paradójicamente desvelada en un poema llamado “Amo”, la asunción de la propia condición de “Bestia; amalgama bruta de tinieblas,/ tempestad hedionda de los besos,/ que reconozco mía".
A pesar de todo lo expuesto, Ben Clark consigue, insisto, huir del autoflagelamiento llorón mediante una ironía elegante y constante, de la que resulta un buen ejemplo el poema escrito ante el apocalipsis maya que, como saben, dio pie a bastantes chistes antes de destrozar por completo la civilización tal y como la conocemos:

SI LLEGA EL FIN DEL MUNDO (21. 12. 12)
Si llega el Fin del mundo y tú te has ido
al gym porque hoy es viernes
y has dicho que no importa; que a ti nada
te va a impedir correr siete kilómetros
antes de que reviente el Universo.
Si llega el Fin del mundo y me sorprende
aquí, en el escritorio,
pensando en ti corriendo hacia el final
de los Tiempos,
quiero dejar escrito aquí y ahora
que me parece bien; que no concibo
un final más espléndido y más puro:
los atascos de un viernes por la tarde,
los compromisos rotos de otro sábado;
todas las cosas breves
empujadas de pronto hacia una huida
y mientras tanto tú
corriendo y preguntándote si iré
a buscarte después,
y mientras tanto yo
pensando en recogerte a la salida,
duchada y expectante, para irnos a cenar
como si no importara,
a ese bar de las tapas al que vamos
los viernes, cuando sales del gimnasio.


ACTUALIZACIÓN: Ben Clark acaba de ganar el Premio Ojo Crítico de RNE por este poemario, por lo que la reseña además de mal, llega tarde para recordar, si es que hacía falta, que este es un poemario que no debe pasar desapercibido ni siquiera para opositores, antisociales o empanados de diversa índole. Y, ahora, les dejo que tengo una montaña que escalar.

domingo, 30 de noviembre de 2014

Escrito a cada instante

Cada vez que canto gol lo hago a coro
con varios millones de hijos de puta.

Cada ocasión que pago mis impuestos
supone un espaldarazo a la política
clasista y asesina de mi gobierno.

Cada vez que tomo una rotonda
estoy financiando a varios corruptos
que pisotean todos mis derechos.

Por eso no pongo el intermitente:
nunca hay que dar pistas al enemigo.

Ir hacia lo desconocido es la única forma respetable de vivir (Prólogo a "¿Por qué hay un plato que gira dentro del microondas?" de Manuel del Barrio Donaire (Ediciones Liliputienses)

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Instrucciones para consumir un gran poeta
Como ya habrá notado el lector inteligente que, obviando este prólogo, se haya lanzado directo a devorar los poemas de Manuel del Barrio Donaire, el lenguaje que encontramos en este libro es el que cabe esperar en un amigo algo maniático pero inteligente, que te habla en confianza y con el que te entiendes bien. Sin embargo, la plasmación del detalle cotidiano, la focalización en los elementos más triviales o el empleo constante de su particular dialecto oral no son, para el andaluz, un fin en sí mismos y en absoluto se regodea en su dominio de este estilo desenfadado por el mero afán de, digamos, sonar cercano o, peor, aparentar ser “cool”. Bien al contrario, Del Barrio se sirve de estos accesorios como medio para continuar una tradición, brillantemente actualizada, que parece transcribir en riguroso directo lo que le sucede ahora al hombre de hoy. Por eso, aunque la poesía hace tiempo que dejó de ser un arma cargada de futuro, si los versos de Del Barrio te desarman es, precisamente, por estar rebosantes de presente, un presente imperfecto que apenas deja espacio para la felicidad, inmersos como nos tiene en la rutina, la desesperación, la lucha por mantener el cuerpo sano y las redes sociales que actualizamos trece veces por minuto.
Por este motivo y por otros que esperamos argumentar a lo largo de este prólogo, Del Barrio es, en nuestra opinión y con perdón, el poeta contemporáneo por antonomasia, dada su capacidad para plasmar, tanto con sus versos como con sus silencios, un “ahora” indefinido que viene de antiguo y que nos va a acompañar aún por un tiempo. Y es que la poesía de Del Barrio es “moderna” sin necesidad de ser “actual” y sin estar, por tanto, condenada a fechas de caducidad, estéticas o sociológicas. Por eso, creemos, Del Barrio sabe servirse de los know-how y las tribulaciones de hoy sin quedar en absoluto constreñido a ellas. Es decir, muy mal se le tienen que dar las cosas para no seguir siendo el poeta contemporáneo por excelencia dentro de, al menos, un par de meses más.
Dostoievski 2.0
En realidad, Del Barrio sigue la tradición literaria predominante desde el Realismo, aquella que sabe que para escribir acertadamente de los sentimientos más personales de un individuo no se pueden obviar sus hábitos sociales, por mecánicos o frívolos que puedan parecernos a priori. Pero, como remarca Eloy Fernández Porta, “el realismo tiene un tema (la épica de la clase media); la cultura pop tiene otro (la épica del consumo)”[1]. Y especialmente cuando “hacer propio lo que nos ha sido impuesto”[2], según la lectura que hace el ensayista catalán de Theodor Adorno, es el proceso que define a la sociedad de consumo. Merced a esta asimilación y tal y como revela, de nuevo, Porta para explicar la fotografía de Carlos Albalá, “el sujeto, sometido a la presión de los media y los metamedia, acepta y experimenta como convicciones íntimas una serie de inducciones de carácter ideológico (opinar), político (votar), performativo (actuar en sociedad)”[3]. Manuel Del Barrio Donaire, posmoderno por encima del canon establecido por los gurús de la posmodernidad, ha ido un paso más lejos al prescindir de inducciones ideológicas o políticas y sabiendo condensar en el retrato lírico de su adaptación al medio la actitud del hombre ante la sociedad que es, en esencia, la del poeta ante la hoja (perdón, pantalla) en blanco: intentar simular que no tiene importancia, seguir adelante sin que parezca que se lo toma en serio, abrir otra ventana del navegador, lograr escabullirse con dignidad.
Sin embargo, este envoltorio coloquial, cotidiano, por más que insista en un deje en ocasiones superficial o, incluso, humorístico, no es ni nos remite, en absoluto, a una literatura escapista. Del Barrio, aunque sea de forma cobarde (como cualquier bípedo que se precie), se enfrenta al mundo, se sabe parte de él y, sobre todo, es muy consciente de una verdad última: el ¨cuerpo es una máquina imperfecta¨ que, irremediablemente, terminará fallando. Ante esto, opone dos estrategias: encomendarse a su médico de cabecera y a la industria farmacéutica o atrincherarse tras los objetos cotidianos, es decir, en todo aquello de lo que no cabe esperar traición alguna, dado que lo conoce por tenerlo ¨a menos de 3 metros de distancia¨. Así, lejos de seguir el camino emprendido por poetas pretéritos (a saber: la búsqueda de verdades trascendentes mediante el rechazo de lo material y el mercadeo de mitologías más o menos vergonzantes), del Barrio se aferra a lo tangible, a lo inmediato, a lo que puede tocar. En otras palabras, hace suya la máxima cartesiana: consumptio ergo sum.
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La vida como catálogo de Ikea
Del Barrio hace suyo, efectivamente, lo que le es impuesto. Pero no se limita a eso: pretende, ridiculizándolo seriamente, desentrañar su significado. El título, en este sentido, resulta clarificador: no solo al progreso y la novedad técnica (todas las marcas y cachivaches en los que Donaire se sostiene serán polvo o, peor, estarán fuera de catálogo en unos pocos años), sino que pretende desentrañar las principales preguntas de la humanidad, es decir: ¿quién soy yo?, ¿qué hago aquí?, ¿con qué podría combinar esta chaqueta?, ¿por qué demonios hay un plato que gira dentro del microondas?
El tono auto-paródico del que el poeta se sirve nos resulta no ya una opción respetable sino, precisamente, el único camino posible hacia la hipotética redención: el recurso lógico con el que se emprende la tarea de desmontar el sinsentido de la oferta y la demanda, la ilógica diabólica de nuestro carro de la compra (reflejo no solo de lo que somos, sino de lo que quisiéramos ser y vehículo, en definitiva, en el que arrastramos nuestras adquisiciones junto con nuestros deseos, frustraciones y esperanzas).
Pero vayamos por partes. Y, para ello, mejor hacer el estudio individualizado de cada una de las secciones que forman el conjunto que usted tiene entre las manos. Esta antología contiene bastantes elementos de la poética de Del Barrio y la estructura y la selección (realizada por el propio autor) les permitirá hacerse una idea aproximada de su recorrido poético, incluso a pesar de este prólogo. Quedan advertidos, eso sí, de que acercarse a los poemas de Donaire no suele suponer solo la mera descodificación del signo lingüístico, el simple disfrute cabal de la palabra escrita. Implica, o al menos debería, la entrada en materia, el cuerpo a cuerpo. Conviene que el lector se tire al barro.
Acertadamente, la antología liliputiense no recoge la poesía de Del Barrio según criterios cronológicos, sino temáticos (lógico, por tanto, que el poemario se abra con el subversivo ¨Instrucciones para ser un gran poeta¨ en solitario). Esta disposición permite que sea al final, tras páginas y páginas, poemas y poemas de búsqueda personal, de intentos más o menos frustrados de buscar lo trascendente en lo cotidiano, cuando descubramos (irremediablemente) la cruda realidad: “tu semen es igual / al de cualquier agente de seguros.” Pero vayamos, decíamos, por partes.

1 - “No creo en Dios ni en los bífidus activos...
... sólo en Lord Byron / Schlegel, Wordsworth, en las pinturas de Friedrich / y en el catálogo de Ikea de 2006” afirmará pronto Del Barrio como síntesis ideológica de su manifiesto personal. Retroalimentación se titula esta primera sección de la antología: “Solo me necesito a mí” nos dice, demoledor, al comienzo del primer poema. “Me escribo y me reescribo”, continúa. Una declaración de intenciones que no debemos entender como exclusivista ni excluyente: el poeta no niega el mundo ni pretende abstraerse de él sino más bien al contrario: comprende que, le guste o no, él es el filtro a través del cual el mundo va a construirse y tomar forma. Sin dramatismos: no podemos evitar construir nuestra visión del mundo ni tenemos alternativa alguna. Es lo que hay.  Partiendo de esta declaración de intenciones, podemos afirmar que Del Barrio desarrolla una poesía amorosa con el medio y, así, tratando a los objetos como si fueran mujeres, establece su torre de marfil, su contemptus mundi y su beatus ille: la tecnología, la salud, ser capaz de escribir bien comiendo sano. Sin embargo, esta relación no es platónica, ni siquiera onanista, sino que parece aproximarse más a una relación de pareja tan disfuncional y recíproca como la del resto. En este primer apartado se desarrollan ya los rasgos más distintivos de la poesía de Del Barrio, que está escrita desde un presente extremo, probablemente para disimular el horror por el porvenir: la vejez, las arrugas, las enfermedades o, incluso, el devenir apocalíptico, esto es, quedarse sin portátil. Nuestro poeta, haciendo suya la máxima de Gabino-Alejandro Carriedo (“En poesía hay que ser seriamente frívolos y no frívolamente serios”),[4] desarrolla sus deseos y, sobre todo, temores, desde una desesperación hilarante que sitúa a la sociedad de consumo como el único código sentimental aceptable. Además, de paso, aprovechando que Ikea también vende por internet, emprende un viaje iniciático en el medio que, a través de paradas deseadas o forzadas en la amistad, la pose y la metafísica quizá, depare el autoconocimiento o, lo que es más importante, el etiquetado de los demás:
Cuando entro en Starbucks y pido un café tengo que decir mi nombre,
que es como decirme a mí mismo y fabricarme de pronto, […]  
Esa es mi identidad, ahora mi vaso dice quién soy,
lo rodeo con mis manos, está caliente, es suave, blanco, de cartón. […]
Sangre de mi sangre a 82º C. Eso es lo que soy.
Salgo a la calle para que la gente pueda verlo.

Rafael Sánchez Ferlosio señaló que la poesía no tiene “receptores” (dado que no comunica ningún contenido semántico), sino, únicamente usuarios, que serán los que, según la analogía desarrollada por José Luis Pardo[5], ocupen una casilla vacía, siempre receptiva con quien quiera servirse del poema para expresar sus propios sentimientos. La poesía de Del Barrio, por su parte, sería, ya lo hemos dicho, el equivalente al carrito de supermercado que, defectuoso o trucado, poco importa, nos conduce a bandazos por un centro comercial para, realmente, guiarnos hacia lo que de verdad necesitamos: aquellos objetos que definen nuestra personalidad y nos hacen ser nosotros:
compras cosas para hacer cosas,
 te compras un coche para sentarte dentro y ser un coche
(…)
Para construir tu propio cuerpo y ser tú mismo
tienes que seguir las instrucciones,
leer algunos libros, improvisar, salir de compras,

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James Zeta sugiere que te gusta James Zeta
La originalidad de Del Barrio reside especialmente, como señalamos al inicio, en la asimilación y, en buena medida, reelaboración de una tradición literaria que permite la plasmación fidedigna del instante presente. En este sentido, la primera sección del libro nos ofrece el ejemplo más claro y directo: ¨Facebook¨, texto elaborado con una técnica muy similar a la empleada por Nicanor Parra allá por 1962 en su poema ¨Noticiario 1957¨ y que nos sirve, pues, para emparentar al hipster adoptivo de Del Barrio con uno de los padres de esto que, a falta de un nombre mejor, hemos dado en llamar poesía posmoderna.
Aquel, entonces, como este ahora, se limitaba a ¨transcribir¨ un poema que ya tenía frente a sus ojos, que llevaba tiempo ahí pero que nadie, hasta ese momento, había sabido ver: o sea, el poeta como traductor, como chófer o como  chamán, lo que ustedes prefieran. Ambos (intentando dejar de lado cualquier posible elitismo cultural) recurren a un medio de comunicación masivo, literariamente hablando casi vulgar. Ahora bien, si para el chileno la elaboración (la pura redacción de texto) era mínima, en Donaire es, diríamos, sencillamente inexistente. Si aquel estaba obligado a una selección de los titulares (por azar, por voluntad o por simple zapeo inconsciente), Del Barrio, aparentemente, se limita a enumerar la información que El Muro le ofrece en ese momento concreto. El verso también es directo, anti-poético, inmediato: su longitud viene marcada por el titular en cuestión o el aviso correspondiente, es decir: huelga de profesores y estudiantes / Romería a la tumba de Óscar Castro / Enrique Bello es invitado a Italia, por un lado, y Eduardo Boix ahora es amigo de Tania Tomás Albert / James Zeta sugiere que te gusta James Zeta / A dos personas le gusta esto, por el otro.
Así, el listado indiscriminado de los hechos obliga al lector (harto de oírlos y, por ello,  fuertemente naturalizados) a un distanciamiento de los mismos y, por tanto, a un cuestionamiento del  formato en sí mismo. Hace que se produzca, en resumidas cuentas, eso que hace ya mucho Víktor Shklovski llamó extrañamiento o desfamiliarización: presentar lo conocido desde una nueva perspectiva. Por eso, el lector y su cotidianidad se ven a sí mismos en un espejo que, aunque los deforma, los refleja fielmente, porque todos nuestros perfiles acaban pareciéndose demasiado y, bueno, siempre podemos pulsar el botón de actualizar y Facebook nos ofrecerá un nuevo muro-poema con otros titulares sobre otras personas: prueba última de que la tierra gira y blablablá.
En conclusión, si su muro de Facebook dice más de ustedes de lo que piensan, el Facebook de Del Barrio es un ejemplo manifiesto de uno de los objetivos de su poética: la capacidad de sorpresa ante la más absoluta (y, como saben, escalofriante) cotidianeidad.

2 - Imagina la mitad de un elefante. Wait for me
En la segunda parte del poemario llega la revelación Blade Runner: esto es, la aceptación de que los prejuicios, deseos, sentimientos y miedos hacia y contra los que dirigimos nuestra vida, han sido heredados de (o anti) nuestros padres, cultivados por los medios o producidos por juicios desafortunados: o sea, que el carrito de la compra, tal vez, no nos llevaba por buen camino. No queda, entonces, más remedio que la autoindagación, primero, y la salida al exterior para buscar un amor o, al menos, un replicante aceptable que, a su vez, acepte al poeta pese a todo lo desvelado en la primera parte que, como habrán podido ver, no es poco. De ahí el título del poema que le da nombre, Wait for me. De ahí, sobre todo, poemas como “Cuentos por palabras” (con guiño incluido a Las ciudades invisibles de Italo Calvino) o el que es, en nuestra humilde opinión, el mejor poema amoroso de los últimos años: “Y te lleve a la cama el desayuno”.
El Del Barrio más íntimo se nos aparece en esta segunda sección, aunque se ha levantado, parece, con el pie izquierdo: “No hay nada más allá del desayuno”, nos asegura para, cuitas amorosas aparte, lanzarse a reflexionar sobre el hecho de “coger una sartén, una cuchara, / rascarnos, mirarnos un lunar, tirarnos pedos, / escuchar un pitido siempre que apretamos un botón.” Es decir, dedicarle un poco de tiempo y espacio literario a “Todo eso que ocupa el 90% de tu vida / y que sin embargo, / inexplicablemente, / no aparece en los manuales de escritura, // ni en los poemas”. Todo eso de lo que, por algún motivo nunca del todo aclarado, los escritores se suelen olvidar a la hora de sentarse a escribir.
La sección (con notables incorporaciones respecto a la primera edición de este libro) termina con uno de los indiscutibles greatest hits del ubetense: “Sábado”. Es decir, follando. Pero no por el mero, fisiológico y vulgar hecho de follar, evidentemente, “sino para escribir sobre ello y ser alguien en la vida / y poder mirar atrás”.

3 - Cómo mirar.
El fracaso de esta interacción provoca de nuevo el encerramiento, esto es, Lo de siempre, tercera y última parte del libro. Y, con ella, la evidencia de que la tecnología no podrá, como tampoco lo ha hecho el amor, salvarnos. Llega pues la aceptación de la inexorabilidad de la condena: “el pasarnos lo que nos pasa / el cáncer de colon”, pero sin caer en el drama sino, más bien, qué remedio, desde una paródica desesperación sin traumas.
De nuevo, el poeta, aun en la cotidianidad de la degradación, la rutina y la muerte, descubre su verdadera función: “descubrir lo que otros ojos no,/ lo que otros ojos nunca”. Y para eso no queda sino buscar sin descanso, lo que ya nos anticipa la cita que utilizará para el último poema del libro, posiblemente, con perdón, el mejor poema en castellano que hemos leído en los últimos años. Pero todo a su tiempo. La cita, de Christian Bobin, es: “Hay una manera de escribir que busca, no encuentra/ Más que por accidente o por gracia, y sigue buscando” y sirve como declaración de intenciones acerca de la actitud del poeta que, así, hace suya la máxima de Oscar Wilde (“en la vida es misterioso lo que se ve, no lo que no se ve”) y alcanza las cotas más profundas y metafísicas en esta última parte del libro que, sin embargo, no pierde un ápice de ironía ni humor. Y, precisamente esto, es decir, la capacidad de Donaire de conseguir la carcajada incluso con sus textos más serios, es otra de las señas de identidad de su poesía: en estos tiempos en que tanto abundan los payasos que saben hacerse pasar por genios, Del Barrio se destapa como un genio que consigue que nos riamos cada vez que hace el payaso.
Esta última sección contiene también uno de los momentos más brillantes y característicos de Manuel Del Barrio: su “Confesiones de un soltero autopoético”, cuyo recorrido desde la seguridad del refugio hacia el terror de los pasos de peatones resume la esencia de ¿Por qué hay un plato que gira dentro del microondas? mejor que dos prólogos como este. En su lectura de Walt Whitman, Harold Bloom sostiene que sigue el camino de la autoconfianza marcado por Emerson y que el Canto a mí mismo es una consecuencia directa de la exhortación “no te busques fuera de ti”[6]. Como podemos ver, el soltero autopoético se encuentra en los objetos que le protegen y, curiosamente, a diferencia de Whitman, que encuentra la alteridad al oírse a sí mismo, Del Barrio va a darse cuenta de su propia insignificancia en los otros: “Pierdes tu identidad en los transportes públicos (…) El conocimiento de uno mismo / no llega a través de la lectura ni de la terapia de grupo”.

Con qué podría combinar esta chaqueta
Visto lo visto y leído lo leído, resulta difícil situar a Manuel del Barrio en algún lugar de la nueva poética nacional. Aparte de que no haya sido incluido en dos de las antologías más trascendentes de los últimos años[7] (La inteligencia y el hacha, de Luis Antonio de Villena y Tenían veinte años y estaban locos, de Luna de Miguel, en esta última por un motivo evidente). A este respecto, lo que más nos interesa es que, leídos los cincuenta y nueve poetas antologados (treinta y dos y veintisiete respectivamente), resulta complicado establecer paralelismos con cualquiera de ellos, ya que carece tanto del pretendido lirismo de la mayoría de los primeros como del juvenil desmadre de los segundos. Quizás, simple o, mejor, simplistamente, la poesía de Del Barrio supone una evolución más irónica y autoparódica de la llamada Poesía de la Experiencia, que, como bien sabemos, optó por identificarse y buscarse en lo inmediato, lo cotidiano, en las pequeñas cosas que les rodeaban y que, mal que bien, conformaban su mundo. Es decir, el viejo truco de ir desde lo local a lo universal y de fuera a dentro.
Por no dejarle solo en su tierra, podríamos citar a Pablo X. Suárez, joven poeta asturiano que bebe con acierto de todos los grupos antes citados y cuyo libro Pop Retórika (el último y el único publicado en castellano hasta la fecha) no desentonaría en absoluto colocado en la misma estantería que los de Donaire. Pero, en realidad, necesitamos viajar un poco más lejos para establecer auténticos paralelismos. Las  mayores similitudes se encontrarían con uno de los poetas más mediáticos de Estados Unidos en la actualidad: Tao Lin. Poemas como ¨i am about to express myself¨ (estoy a punto de expresarme)[8] o ¨Things I wanted to do today¨ (Cosas que quería hacer hoy)[9], algún día aparecerán junto a “Dime un insecto en una planta”, “Y te lleve a la cama el desayuno” o “Instrucciones para ser un gran poeta” en una antología que no tenga en cuenta otros criterios que los puramente estilísticos[10].

El viaje no deja de ser peligroso aunque no levantes el culo de la silla.
Cabe señalar, a modo de cierre, que las influencias y relaciones aquí citadas, las ocultas y aquellas que, lamentablemente, se nos han escapado, indicarían, en nuestra opinión, un cierto grado de globalización poética, al menos en la parte del mundo autodenominada ¨occidental¨, que debería ser cuidadosamente estudiado en otro lugar y momento y, a ser posible, por otras personas. El catálogo de Ikea, las compañías multinacionales y, sobre todo, el ruido de fondo de la televisión, verdadera lingua franca de nuestra época, algo han tenido que ver en estos acercamientos poéticos. De nuevo nos servimos de Eloy Fernández Porta para recordar lo que hoy, especialmente gracias a libros como este, es una evidencia: “La literatura posmoderna (…) combina la crítica a la cultura popular desde la alta cultura con la crítica del pop desde la basura: con este doble movimiento, no tan pop como populista, devuelve al pueblo lo que es del pueblo”.[11]
En resumen, y ahora sí terminamos, tienen ante ustedes una colección de magníficos poemas dispuestos en una inmejorable selección. Pasen, pues, y vean. Y toquen si quieren: a la poesía de Donaire, pese a su enfermiza hipocondría, no le desagrada el tacto de los desconocidos.

Víctor Peña Dacosta y Víctor Martín Iglesias



[1]              FERNÁNDEZ PORTA, Eloy, Afterpop: La literatura de la implosión mediática, Córdoba, Berenice, 2007, p. 41
[2]              FERNÁNDEZ PORTA, Eloy. “NOSTALGIA™ Un mapa afectivo sobre la fotografía de Carlos Albalá”
[3]              Íbid.
[4] CARRIEDO, Gabino-Alejandro. Poesía interrumpida. Vizcaya, Huerga y Fierro Editores, 2006, p. 202
[5]              PARDO, José Luis. Esto no es música. Introducción al malestar en la cultura de masas. Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2007, p. 36.
[6]              BLOOM, Harold. Cómo leer y por qué. Barcelona. Anagrama, 2000. p 92

[7]              Es decir, desde que Donaire es susceptible de ser incluido en antologías, esto es, desde el año 2009, fecha de publicación de Confesiones de un soltero autopoético, su primer libro.

[8]              “i want to check my email / i want to see a movie / i want to kill people. O Friday: I woke up at 12:30 and sat on my bed. I emailed people and ate cereal and that took three hours because I took my time” (Quiero mirar mi correo/ quiero ver una peli/ quiero matar gente./ Oh viernes: me levanté a las 12:30 y me senté en la cama. Escribí a gente y comí cereales y eso me llevó tres horas porque me tomo mi tiempo) (Nuestra traducción).

[9]              “ I wanted to join a water polo club / i wanted to buy a white t-shirt / I wanted to walk around for one hour staring at people’s faces…” (Quería unirme a un club de waterpolo / quería comprar una camiseta blanca / quería caminar por ahí durante una hora mirando las caras de la gente…) (Nuestra traducción).

[10]             Definitivamente, recomendamos un ejercicio de lectura comparativa entre estos dos poetas. Dos poetas que no solo saben escribir (¿quién, entre los quince y los treinta y cinco años, no ha tenido diez minutos de brillantez?) sino, lo más importante de todo, que han sabido leer.
Otro parecido razonable es el ya señalado por Kirsten Irving en su excelente blog Sidekickbooks : Sam Riviere, cuatro años menor que nuestro escritor pero que ya, habiendo publicado solo un libro (81 Austerities), se ha convertido en miembro de pleno derecho de la joven nueva poesía inglesa gracias al gran aliento y ambición de su opera prima. Es evidente que textos como ¨Nobody famous¨ o ¨Thumbnails¨ permiten, precisamente por esa búsqueda de la trascendencia desde lo más insignificante y ordinario, establecer vínculos entre ambos.
[11]             FERNÁNDEZ PORTA, Eloy, Afterpop: La literatura de la implosión mediática, Córdoba, Berenice, 2007, p. 160

La huida hacia delante de Andrés Calamaro



Pues sí, a lo largo de este mes de diciembre La Isla de Siltolá, editorial que ha publicado a autores como Lord Byron, José Luis Piquero, San Álvaro Valverde, J.M. Cumbreño, Cristián Gómez Olivares, Álex Chico, Diego Vaya, Rafael Suárez Plácido, Santos Domínguez o Enrique Villagrasa, editará mi primer poemario, La huida hacia delante.

Ha querido la casualidad que muy poco tiempo antes, Lengua de Trapo publique el último libro de Darío Manrique, Honestidad brutal o la huida hacia delante de Andrés Calamaro, y que la anterior entrada de este blog esté dedicada a Juan Ramón Santos quien, mucho antes de que supiéramos nada de todo esto, definió La huida hacia delante de Víctor Peña como un ejercicio de "honestidad brutal".
Casualidades, vaya.
Por cierto, Andrés Calamaro aparece citado en mi poemario, junto con Manuel Vilas, Hidalgo Bayal, T.S. Eliot, Homer J. Simpon, San Álvaro Valverde, Fidel Castro o Mariano Rajoy. Concretamente un verso de esta canción: