Factbook: el libro de los hechos es, sin duda, una de las mejores y más interesantes novelas publicadas en castellano en los últimos tiempos. De ello dan fe varias reseñas elogiosas como las que ofrezco a continuación:
En mi caso, en este vuestro blog prefiero compartir, junto con mi encarecida recomendación, un "despiece" de los párrafos más potentes intentando, eso sí, como siempre, no reventar la trama:
La música del telediario crea en el silencio del salón una sensación de invasión controlada, de apocalipsis cotidiano y consentido. Ya está aquí el mundo, con las estruendosas trompetas que anuncian su venida. El pacto con lo real, pidiendo con histeria que miremos, que saquemos las cabezas de nuestras cuevas. Mi madre me despertaba con el mismo apremio, la misma urgencia ante el acontecimiento de la llegada de un día nuevo, de un autobús que siempre va a escaparse. El presentador del telediario empieza a hablar con la música todavía acompañando sus palabras, como si estas necesitaran de ese impulso melódico para poder entrar en las habitaciones, en la intimidad múltiple y única de todos los edificios y sus ventanas. Tiene que elevar la voz, mantener un tono fuerte y urgente, subir sus palabras a la cresta de las ondas sonoras de la alarmante cabecera: “El cuerpo ahorcado del presidente de la CEOE. No se descarta la hipótesis terrorista”. Las imágenes muestran el toro de Osborne desde abajo. Una estructura de hierros, una realidad oculta y magnífica, como una dimensión desconocida recién descubierta. Barras de hierro en diagonal, barras paralelas verticales cruzándose con otras horizontales, de una escala no humana. (...) Los trabajos corregidos encima de la mesa, como objetos extraños que no me pertenecen de ninguna manera. Mi letra en tinta roja, pequeña y nerviosa, sobre el cuerpo redondo y perezoso de la caligrafía adolescente. Esas correcciones como cicatrices sobre unos cuerpos sin alma, con un alma tan lejana como la mía. La lucha inútil de esas dos caligrafías; la lucha en silencio que mantienen ahí, sobre el papel, mientras se funden en la penumbra. Envuelto en sombras, como un vagabundo en una manta gris, llega el tiempo del ocio y del descanso, el cambio de turno, sin alegría ni satisfacción, otro paso hacia nada. Martes, ocho de la tarde, eso es ahora. Tiempo de ocio, territorio del presente. THC 3 miligramos. El sonido del blíster, como descorchar las horas que quedan de este día en una fiesta aburrida y silenciosa. “Ya casi es miércoles”. A veces hablo sola. Casi nunca en voz alta; eso es una barrera, una línea roja que todavía me reservo. Esa reserva revela que aún creo en el futuro; que hay, en alguna parte de mí, una idea del futuro. Y hablar sola en voz alta está allí, de una forma abstracta pero inevitable, como la imagen de la meta para el corredor de maratón mientras avanza concentrado solamente en respirar, tomar aire y expulsarlo. La luz que entra por la ventana viene cargada de tiempo, deposita toneladas de presente en las paredes, con esa tonalidad sin nombre que tiene el aire concentrado del anochecer: es el reverso o la negación del color que ha tenido durante el resto del día. (...)
España es un relato, una serie con demasiadas temporadas, un culebrón interminable al que estuve enganchadísima, y del que cada vez me aparto más. (...) Imagino un país sin televisión. Un país en el que toda información y entretenimiento se eligiera personalmente en la Red. Mi consumo de televisor se ha ido reduciendo al telediario. El resto del tiempo es la tablet encendida eternamente, los “amigos” elegidos en Facebook, las películas elegidas por mí entre toda la Historia del cine, los libros elegidos por mí entre toda la Historia de la literatura. Elecciones personales, islas dentro islas, una nación solipsista y fragmentaria.El franquismo fue el tiempo de una sola cadena de televisión. La transición, el bipartidismo, fueron el régimen político de una nación unida por la fingida diversidad de las nuevas cadenas privadas. Las tetas y la cultura, la movida, las comedias españolas liberales, los decorados de los programas musicales, tan modernos, todo tan copiado y tan triste: Telecinco y Antena 3, La 1 y la La2, PSOE y PP. La aparente fragmentación del parlamento actual, la política de pactos y rupturas y minorías es la política de las islas, de los grupos de Facebook y de WhatsApp. Todos parecemos diferentes, irreconciliables. Todos somos iguales. (...) Esa promesa del apocalipsis con que el telediario nos hace levantar la cabeza para mirar las señales, dónde ha caído esta vez el meteorito, cuándo empieza el mecanismo que hará descarrilar por fin al mundo. Acudo siempre, con esa esperanza adormecida, continuamente excitada por esa música estridente que lo promete todo y al final no entrega nada. El hierro, el óxido, el viento. La vida en silencio y sin banda sonora que sucede detrás de la imagen, de la figura recia y omnipotente del toro, de esa lámina bidimensional que nos mira pasar en la autovía. Pienso en la soledad de todo ese metal en la madrugada de las autovías. Pienso en la estructura que lo sostiene, en el viento tropezando contra la silueta del toro y en la fuerza que empuja las vigas hacia dentro de la tierra. (...)
Mi abuela hablaba sola, moviendo la cabeza, con una tela entre las manos, sentada en una mecedora, bajo la ventana. Ya entonces no veía la tele. Vivía en el mundo sin telediarios: vasto y silencioso, desierto e incomprensible. Solo cosía. De vez en cuando se asomaba por la ventana. Mi abuela hablando sola, en voz muy baja y concentrada. No podía escuchar lo que decía. Movía la cabeza y los labios y no apartaba casi nunca la vista de la tela, como si le hablara. En esa tela estaba su vida, su pasado, todos los fantasmas que la habían dejado sola y que ella cosía, puntada a puntada, para contarles todo lo que habían hecho mal. (...) No sé si a esto se le puede llamar recuerdo. Es más bien un impulso eléctrico. No lo pienso, no lo recuerdo. Es una imagen, un automatismo somático, un pestañeo. (...) Muchas veces a lo largo de mi vida he jugado con esa sensación, como juega un niño con una película de terror, manteniendo la vista justo hasta donde sabe que puede aguantar, anticipando desde el principio el sabor del terror que va a experimentar. Alguna vez, estando muy drogado, he ido más allá de los límites en ese juego. Y he visto cosas que olvidaba al día siguiente, aplastadas por la resaca, y que quedaban allí, olvidadas al otro lado, haciéndolo más denso. (...)
La voz del presentador está cuidada y diseñada para hablarnos a nosotros, a los que todavía tenemos un trabajo y vivimos en casas que pagamos con nuestro salario. Es nuestra voz y nuestro lenguaje; todo lo que está sobreentendido en ella somos nosotros, es nuestra vida y nuestro mundo.El silencio entre las palabras del presentador está compuesto por todas las leyes tácitas de la civilización occidental, por el dinero, el intercambio y la justicia de la deuda. La clase media, los votantes, los consumidores. (...)Hay una satisfacción inevitable en ser juzgada. La confirmación de una existencia, la limosna que cae sobre una mano extendida casi sin querer. (...)
Siempre hay más vecinos que fuman en las ventanas a esta hora, dando la espalda a sus familias, encerrados en la insignificancia del cielo nocturno de las grandes ciudades, sin nada concreto que mirar. Están pensando en la reacción de Los Mercados, en la posible venganza; están rezando para que no caiga sobre su sueldo, sobre su empleo o su hipoteca. Pueden pasar demasiadas cosas y todas malas: la prima de riesgo, subida del Euribor, reducciones de plantilla, deslocalizaciones. Están pensando en divorcios y en coches nuevos. (...) Hay un millón de artículos por leer, hay una imagen de mí leyendo esos artículos y siendo una intelectual, terminando la tesis, dando charlas, siendo respetada y admirada. Hay una imagen de mí como esas personas que parecen seguras de lo que hacen y lo que piensan y del lugar que ocupan en el mundo, que están en el centro del mundo. Hay una imagen de mí que quita la película y se pone seriamente a trabajar en su tesis. Hay otra imagen de mí que sale a la calle y se pone a celebrar el asesinato, que llama a todos los amigos con los que no hablo desde hace años; que escribe todo lo que piensa en Facebook, invitando a la gente a que salga a las calles a celebrar, a quemarlo todo, a bailar sobre la tumba de todos nuestros enemigos. (...) Y, si esto es una clínica de desintoxicación, lo tóxico, esa sustancia de la que no podemos desprendernos nosotros solos, sin ayuda, esa sustancia que se ha metido tan dentro de nosotros que tenemos que aniquilarnos y renacer como otra persona ya ajena a eso que era parte inseparable de nosotros, qué es, qué va a ser: nosotros, nuestra identidad, nuestro yo. Somos adictos a nosotros mismos. (...)
Lo que las drogas han hecho conmigo, o lo que yo he buscado en las drogas ha sido siempre algo parecido a lo que estoy buscando ahora aquí: un descanso de mí mismo. El alcohol, por ejemplo, mi primera droga; lo usaba para ser menos yo y más como los demás. (...) Nos sentíamos mirados por el horizonte. Fingíamos estar borrachos, hasta que lo estábamos de verdad.Y éramos una estampa costumbrista, éramos una novela de Delibes, éramos la pura esencia de la España alcohólica de nuestros padres también bebedores desde bien jóvenes, casi niños todavía. (...)Y ya no he dejado de beber casi ni un solo día de mi vida, y no sé si eso me convierte en alcohólico y ya no importa nada. Pero, siempre que he estado con gente, he estado con una copa en la mano, y hasido el talismán con el que he podido parecerme a ellos, y hablar de cosas que me importaban una mierda, y reírme mucho de lo que los demás decían; y también he estado borracho, es decir, he sido un poco menos yo y un poco más lo que se supone que debe ser un ser social y divertido, cuando he ligado, cuando he tenido que demostrar a las mujeres que yo merecía la pena ser comprado, y creo que sin el alcohol no hubiera salido nunca de mi casa y jamás habría hablado con toda esa gente que ya se queda atrás para siempre, con sus copas en la mano, con sus cervezas en la terraza del bar, con sus gintonics en la madrugada de la música. Cerveza, vino blanco, vino tinto, ronlimón, roncola, güisquicola, vodkaconaranja, chupitodetequila, escocésconhielo, maltasinhielo, gintonic…“Te queremos, Gustavo”. Es como una despedida, toda mi biografía está en esos vasos de alcohol, todas mis edades, todos mis amigos, todas las mujeres. Veo a todos despedirse de mí desde los bares en los que tantas horas he pasado, “te queremos, Gustavo”; beben y se despiden de mí sin conocerme, y siguen charlando animados por el alcohol, porque el alcohol es un alma de cinco grados, de doce grados, de cuarenta grados, un alma de felicidad que nos ha unido. Y por eso las llaman bebidas espirituosas, porque no había alma en ninguno de nosotros sino el alma del alcohol. Yo era feliz siendo otro, con ese pedacito de alma prestada, siendo un bebedor simpático y parlanchín. Yo era un genio, no sé si lo he dicho. Todos lo decían. Un genio. Adicto a mí mismo, y toda la vida intentando dejar de hablarme, dejar de escuchar esta voz. (...) Porque esa sensación de poseer todo que aparece cuando no tienes que intentar hacer nada, esa pureza en la que, sin crear nada, alcanzabas las inefables cimas de creación increada, eran una droga también y, aunque nunca rechazaba una fiesta ni una reunión social, en las que podía tomar otro tipo de sustancias, en realidad yo estaba siempre deseando llegar a mi casa y encerrarme en ese silencio musical donde flotaban las imágenes que yo pensaba que eran mi arte y que no eran más que un refugio donde me regodeaba en mi talento, donde disfrutaba de esos éxtasis artísticos inanes, estériles, que solían desembocar al final, cuando desaparecía el efecto de la marihuana, en una sensación de vacío inmensa. Y el vacío no era porque hubiera desaparecido el efecto de la droga, ni porque la música de repente empezara a sonar vulgar, plana; era un vacío porque era yo el que había vuelto, porque era mi mundo real, sin talento, sin arte alguno, el que había vuelto. (...)
Jugábamos a no considerarnos una pareja, a parodiar la vida de pareja. Había algo triste en ese juego que Gustavo prolongaba demasiado, siempre un poco más de lo que admitía la broma, como cuando se explica un chiste varias veces y mantienes la sonrisa por compromiso, para no estropear la risa de los demás. Zapatero estaba entonces siempre en la televisión. Recuerdo todavía la sonrisa boba de Zapatero, su forma de no creerse que era el Presidente. Sigo asociando esa desagradable sonrisa de Zapatero con mi propia sonrisa ante aquellos juegos estériles con Gustavo, el gesto congelado, la consciencia de los músculos de las comisuras de los labios, tensos. Yo llegaba de trabajar y comíamos juntos, frente al televisor. La Bolsa de Wall Street había caído veinte puntos. Lehman Brothers estaba en quiebra. Las hipotecas subprime se habían extendido como un virus por todos los bancos del mundo. Pérdidas millonarias. Cifras que no tenían significado, que pertenecían a otro idioma, a otro mundo, que superaban el concepto de “dinero”. Comíamos y cenábamos viendo la tele. En las seis horas entre el telediario de las tres y el de las nueve podían haber pasado muchas cosas. Caía la Bolsa de Londres, la de París, la de Madrid. Veíamos imágenes de ejecutivos y pantallas con números. Se llenaba el telediario de cifras, de índices, de porcentajes. (...)
Era la época en que siempre estaba en la tele Zapatero, y Zapatero decía que los bancos españoles eran fuertes y que todo era sólido, y que España iba bien, y que podíamos estar tranquilos. Zapatero tenía una sonrisa de niño idiota, la sonrisa del empollón chivato y cobarde. Zapatero tenía la sonrisa nerviosa del niño bueno que no sabe que sus padres se están muriendo; que sabe que se están muriendo pero mantiene una sonrisa congelada porque no sabe cómo ser el hijo de unos padres que realmente se están muriendo, porque él solo sabe ser el niño que llega a casa con buenas notas y espera que le pasen la mano por el pelo. La buena gente gritaba, salía de las cafeterías y miraba al cielo donde el meteorito se hacía enorme; y corrían por una calle que se llenaba de fuego y de coches que saltaban por los aires convertidos en proyectiles. Nos reíamos viendo las explosiones. Queríamos que cayeran en nuestra calle. Queríamos asomarnos a la ventana y ver cómo caían bolas de fuego sobre las Torres recién construidas. Veo pequeños resplandores que parecen extenderse por los vidrios de las Torres. El telediario ya está hablando de fútbol, pero yo sigo en la ventana hasta que veo desaparecer el reflejo del último rayo de sol y la ilusión del incendio se desvanece. Miro las Torres con la intensidad de la infancia, con la fuerza con que los niños miran las cosas esperando que pase lo que ellos desean. Me concentro en la imagen de las Torres ardiendo, hundiéndose, estallando. Las veo convertirse en barro, en cieno. “La aurora de Nueva York tiene / cuatro columnas de cieno / y un huracán de negras palomas / que chapotean las aguas podridas”. Les leo ese poema a mis alumnos, cuando explico el crack del 29. Les hablo de los versos de Lorca, escucho mi voz hablándoles de la dureza del capitalismo, de la inhumanidad vertical de los rascacielos y de Wall Street, que impresionaron al poeta. “A veces las monedas en enjambres furiosos / taladran y devoran abandonados niños”. Desde mi ventana, miro esas cuatro columnas con su disfraz de vidrio. Nos reflejan a nosotros: el cielo, estos apartamentos, nuestras miradas; todo está ahí, recogido, reproducido, invertido. (...) Y, en realidad, lo que quería era estar aquí, pero colocado, es decir, anulando esa distancia desde la que todo el tiempo me veo y me juzgo como un personaje lamentable y predecible, resultado de un montón de ficciones fílmicas o literarias. Lo que estaba viendo desde arriba, desde mi balcón, eran las posibilidades de grandeza, de mística, de falsa trascendencia con que la marihuana, gracias a Dios, suele recubrir mis neuronas en momentos como este, en espacios como este. Quiero decir, que necesitaba estar dos veces. Una vez físicamente, con los pies en esta orilla. Y otra vez fumado, para estar realmente aquí, y no viéndome estar aquí. (...) nadie nunca acababa una frase, porque siempre se decía un nombre que lo resumía todo, y uno decía Devo, y asentíamos, y otro decía Genet, y asentíamos, y nos hacíamos un porro o nos metíamos una raya para celebrar nuestros futuros proyectos que, como las frases, tampoco era necesario terminar, porque bastaba con pensarlos y con hablar de ellos en frases también inacabadas, y había muchos genios en esas fiestas que tenían lugar en un país que era y no era España, que era España por encima de nuestras cabezas drogadas e inconscientes, que era España como una maqueta dentro de la que vivíamos sin saberlo. Y ya no era yo el único genio en esas fiestas porque todos éramos genios, y todavía no existía Internet, o no existía de verdad, quiero decir, que no existían todavía las redes sociales, es decir, que no existía Facebook, pero era como si todos habitáramos ya ese país sin territorio de Facebook, porque nuestras conversaciones eran como megustas, nuestras conversaciones no eran sino compartir cosas que habíamos visto, leído, escuchado, y nada existía de verdad, tampoco nosotros existíamos, o no existía yo, que al final siempre acababa encerrado en mi habitación para mi ritual del porro solitario y mis recortes y mis miniaturas en las que iba creando un mundo que tampoco existía pero que, al menos, me dejaba los dedos secos y cristalinos de pegamento, como si ese residuo sobre mi piel intentara decirme algo sobre la vida que llevaba, sobre lo que es real y lo que no, ese pegamento que nunca se veía en los vídeos que luego ponía a mis amigos, que los celebraban con su gangosa voz de fumados; aquellos vídeos hipnóticos de imágenes de las maquetas, de lentos y absurdos movimientos de stop motion que retrataban nada, es decir, que contaban mi historia de entonces, es decir, que eran un perfecto retrato de ese país que habitábamos, que yo habitaba, y que no era desde luego España, porque no tendría ningún sentido vivir en España, solo podía estar viviendo en un lugar internacional, vacío, y creo que por eso tuvo que nacer Internet y por eso tuvo que nacer Facebook, porque había demasiada gente como yo, que ya no vivía en ningún sitio, y Facebook fue nuestra tierra prometida, el lugar que todos estábamos esperando sin saberlo.
Mis padres tuvieron que huir de Europa como refugiados, y yo crecí con las historias de una heroica nación que contribuyó a la derrota de los ejércitos de Hitler y a la llegada de una época de democracia liberal jamás vista en Occidente. (...) Pero aunque mi familia celebrara y honrara aquel legado americano, mis padres también sabían que el heroísmo y la idea de libertad no siempre han significado lo mismo en Estados Unidos.
Antes de la Segunda Guerra Mundial, el aviador Charles Lindbergh representaba a la perfección el heroísmo americano por su intrepidez (...). Aprovechó su fama y condición de héroe para conseguir un papel destacado en el movimiento America First, opuesto a la participación de Estados Unidos en la guerra contra la Alemania nazi. (...)
En 2016, Donald Trump resucitó aquel "America First" como eslogan y, ya desde su primera semana en el cargo, su Gobierno hizo todo lo posible para prohibir la entrada en el país de inmigrantes (incluso de refugiados), en espacial de los países árabes. (...) Pero ¿a qué momento pasado se refiere exactamente la campaña de Trump? ¿Al siglo XIX, cuando en Estados Unidos se esclavizaba a la población de raza negra? (...) Una entrevista a Steve Bannon (...) nos da una pista. En ella, (...) comenta que "esta nueva época será tan emocionante como los años treinta". En pocas palabras: quiere volver a la época en que Estados Unidos simpatizaba más con el fascismo. (...)
Lo que me interea analizar en este libro es la política fascista. Concretamente, las tácticas fascistas como mecanismo para obtener el poder. (...)
El fascismo en política utiliza muchas estrategias: el pasado mítico, la propaganda, el antiintelecutalismo, la irrealidad, la jerarquía, el victimismo, el orden público, la ansiedad sexual, el llamamiento al espíritu de la nación, el desmantelamiento del estado de bienestar y la unidad. (...)
Los peligros del fascismo en política radican en la manera especial que tiene de deshumanizar a ciertos segmentos de la población. (...)
La política fascista es capaz de deshumanizar a las minorías incluso aunque el Estado no sea abiertamente fascista. (...)
El síntoma más revelador de la política fascista es la división. Lo que busca es separar a la población en "nosotros" y "ellos". (...)
Los políticos fascistas justifican sus ideas creando la ilusión de tener una historia común con forma de pasado mítico que reafirma su visión del presente. Alteran la percepcion común de la realidad que tiene la gente tergiversando los ideales con grandes dosis de propaganda y antiintelectualismo, y atacando a las universidades y a los sistemas educativos que cuestionan sus ideas. Con el tiempo y el uso de estas técnicas, el fascismo crea un estado de irrealidad en el que las teorías conspiratorias y las noticias falsas acaban reemplazando al debate bien argumentado. (...)
Primero, la ideología fascista intenta que las diferencias entre grupos se perciban como algo natural para que (...) parezca que la existencia de una jerarquía de valor humano tiene un respaldo científico, natural. (...) Y cuando una minoría progresa en algún sentido, se despierta un sentimiento de victimismo en la población dominante. (...)
1-EL PASADO MÍTICO
(...) El fascismo evoca un pasado mítico y puro trágicamente destruido. (...)
La estructura específica del pasado mítico fascista refuerza su ideología autoritaria y jerárquica. Que las antiguas sociedades casi nunca fueran tan patriarcales -ni tan esplendorosas- como las retrata la ideología fascista es irrelevante. (...)
Benito Mussolini declaró:
Hemos creado un mito. Y ese mito es una fe, una pasión. No hace falta que sea una realidad. (...)
Andrew Auernheimer, conocido como Weev, es un destacado neonazi (...). En mayo de 2017 publicó un artículo en el que afirmaba (...):
Si en Europa existe la idea absurda de que la mujer es un ente independiente es por culpa de los agentes subersivos organizados del judaísmo.(...)
La política fascista idealiza el pasado, pero el pasado que se idealiza jamás es el real. (...) Al borrar el autentico pasado, se legitima la idea de que existio una nación anterior étnicamente pura y virtuosa. (....)
Los historiadores que promueven un relato falso para el provecho político aludiendo a los preciados ideales de la verdad y de la objetividad, según Du Bois, son culpables de convertir la Historia en propaganda. (...)
2-LA PROPAGANDA
Es difícil que prospere un programa político que diga abiertamente que perjudicará a un amplio grupo de personas. El papel de la propaganda política es ocultar aquellos objetivos claramente conflictivos de los políticos o de los movimientos políticos haciéndolos pasar por unos ideales que tienen gran aceptación. (...)
La instrumentalización del concepto de "libertad" para defender en realidad la práctica de la esclavitud durante la época de la Confederación, la llamada a la defensa de los "derechos de los estados" que se hacían desde el sur y la presentación que Hitler hacía del mandato dictatorial como "democracia" son ejemplos de cómo el fascismo utiliza el lenguaje de los grandes ideales para destruirlos. (...)
En el libro VIII de La República de Platón, Sócrates dice que las personas no sienten una inclinación natural por el autogobierno, sino que buscan a un dirigente fuerte al que seguir. Y que, como la democracia permite la libertad de expresión, también da pie a que un demagogo se aproveche de esta necesidad de contar con un líder potente. El demagogo, valiéndose de esa libertad, se alimentará de los miedos y resentimiento de la gente. Y cuando este dirigente fuerte llegue al poder, pondrá fin a la democracia y la reemplazará por la tiranía. En pocas palabras, el libro VIII de La República argumenta que la democracia es un sistema que se boicotea a sí mismo porque los ideales que defiende lo llevan a su propia destrucción.
Los fascistas conocen bien esta estrategia que consigue que las libertades de la democracia se vuelvan en su contra. Joseph Goebbels, ministro de Propaganda nazi, afirmó en una ocasión: "Una de las mayores bromas de la democracia siempre será que les dio a sus acérrimos enemigos los medios necesarios para destruirla". Y lo que pasa hoy no es distinto de lo que pasaba ayer. (...)
3-EL ANTIINTELECTUALISMO
La política fascista quiere debilitar el debate público atacando y desvirtuando la educación, los conocimientos especializados y el lenguaje. (...) Por este motivo, la educación puede suponer una grave amenaza para el fascismo o bien convertirse en uno de los pilares en que se apoye esa nación mítica. Así pues, no debe extrañarnos que las protestas y los choques culturales que tienen lugar en las facultades sean un verdadero campo de batalla político (...).
La política fascista quiere dañar la credibilidad de las instituciones que dan cobijo a voces discordantes hasta que pueda reemplazarlas por medios de comunicación o universidades afines. Una de las estrategias más comunes es acusarlas de hipocresía. (...)
El fascismo quiere deteriorar y corromper el lenguaje político y, de este modo, enmascarar la realidad.
El libro de Victor Klemperer LTI: La lengua del Tercer Reich habla de los mecanismos de la lengua nacionalsocialista (...): "La LTI es pobre de solemnidad". (...)
En una entrevita de febrero de 2018, Steve Bannon dijo "nos eligieron por nuestra campaña de ataque a la corrupción, por querer encerrar a Hillary Clinton, construir el muro... Por pura rabia. La rabia y el miedo hacen que la gente salga a votar".(...)
4-LA IRREALIDAD
(...) El fascismo reemplaza el debate razonado por el miedo y la rabia. (...) La política fascista reemplaza la realidad por las declaraciones de un individuo concreto o, quiza, de un partido político. (...) Una persona reemplaza al mundo y, así, la política fascista impide que podamos valorar los razonamientos siguiendo un patrón común. (...)
Las teorías conspirativas son un mecanismo básico para desprestigiar a los principales medios de comunicación, a quienes los fascistas acusan de tendenciosos porque se niegan a hablar de las falsas conspiraciones. (....)
La campaña estadounidense de 2016 quedó empañada por una serie de teorías conspiratorias entre cuyos objetivos estaban Hillary Clinton, (...) así como los musulmanes y los refugiados. Seguramente la teoría más extraña de todas sea el "Pizzagate". Sus defensores dicen que los correos electrónicos de John Podesta, (...) entonces jefe de campaña (...), escondían mensajes en clave sobre una red de pedofilia que (...) operaba desde una pizzeria de la ciudad de Washington. (...) Edgar Maddison Welch, ciudadano de Carolina del Norte, se presentó en la pizzeria pistola en mano para enfrentarse a sus dueños y liberar a las supuestas víctimas (...).
El filósofo Michael Lynch, de la Universidad de Conneticut, ha utilizado el "Pizzagate" como ejemplo para respaldar la tesis de que las teorías conspiratorias no tiene como objetivo causar el mismo efecto que la información estándar. Lynch afirma que si no cree de verdad que hay una pizzeria (...) controlada por una trama de pedófilos (...) entonces es totalmente lógico reaccionar como Edgar Maddison Welch. Y, aun así, los responsables de que circulara la conspiración del "Pizzagate" condenaron rotundamente las acciones de Welch. (...)
Lo que pretenden las teorías conspiratorias es cuestionar y calumniar a las personas que tienen en su punto de mira, aunque no necesariamente convenciendo a su público de que sean ciertas. El objetivo de la teoría conspiratoria del "Pizzagate", por ejemplo, era moverse en la órbita de la insinuación y la difamación.
Donald Trump recibió la atención de los medios generalistas por sus ataques a la prensa, a la que acusaba de censurar la teoría conspiratoria del birtherism, que defiende que el presidente Obama nació en realidad en Kenia y, por tanto, no podía ser presidente de Estados Unidos. (...)
Las teorías conspiratorias juegan con los elementos que más despiertan la paranoia en la sociedad; en el caso de Estados Unidos, el miedo a lo extranjero y al islam (...) y en el de Hungría y Polonia, el antisemitismo y el comunismo. (...)
FACHA: Cómo funciona el fascismo y cómo ha entrado en tu vida.
Me ha encantado esta crónica de la zozobra millennial desde un enfoque feminista autocrítico que es Cambiar de idea de Aixa de la Cruz. Está escrito con inteligencia, rabia y cinismo y solo tiene el pequeño defecto de dejarte con ganas de más. A continuación, como siempre, dejo algunos de los párrafos que me han parecido más potentes y menos decisivos en la trama, si es que la hay:
June dice que estas historias contienen el sustrato de un buen cuento. June grita que solo escriben autoficción los señores aburridos y solemnes, y las señoras judías. Que Vivian Gornick no tiene ni idea de lo que es una madre difícil. Que visto el fracaso cosechado, quizás vaya siendo hora de subastar nuestras vísceras. En pleno apogeo etílico, todo el mundo habla de lo mucho que quiere escribir, pero nadie escribe. Surgen otros planes. Me ofrecen cocaína, por ejemplo, y mi atención se dispersa. Monologo ante un cargo de Podemos. Le reprocho que su formación no esté capitalizando los resultados que obtuvieron en Euskadi. Me siento una autoridad en la materia hasta que confieso que yo jamás los he votado, y me da la risa. Hay una chica que está de MDMA por primera vez y le encanta el tejido de mi camiseta. Le encantan los letreros luminosos que se ven por la ventana, las cosquillas de un reguero de sudor que le atraviesa la nuca, las imágenes ralentizadas como si el cinematógrafo se hubiera atascado. Me da envidia y quiero estar en su cuerpo, así que engullo una piedrita de cristal a pesar de que las drogas ya no son lo que eran antes. Me arrepiento ahora de la resaca de mañana. (...)
Hace casi un año que no veo a casi nadie. La redacción de mi tesis me tuvo recluida de enero a junio, diez horas al día en mi burbuja frente a la playa en invierno, con el teléfono apagado, el pelo sucio y una alimentación paupérrima a base de latas de atún que ha transformado mis pechos en dos legajos de piel con pezones; seis meses de exención de cuidados hacia fuera y hacia dentro. Soñaba con la fecha en la que depositaría mi tesis, con las vacaciones, con retomar el contacto con mis seres humanos afines, pero no he sabido volver. Sigo desnutrida, indiferente, sin ninguna obligación y siempre demasiado ocupada para quedar con mi madre o responder a un maldito mensaje de WhatsApp. (...) La autocompasión me pega mucho más fuerte que las imágenes sensacionalistas, peor que la sangre y la carrocería deshecha, y llegan las reacciones somáticas que buscaba. (...)
Declamo entre hipidos: ¿qué pensará de mí? ¿Qué se piensa de alguien que tarda diez días en contestar al anuncio de que casi mueres? Porque tiene desactivado el doble check, o sea que no podía saber si había abierto el mensaje o no, si estaba siendo una hija de puta o una grandísima hija de puta. Iván y June me observan atónitos desde el sofá. La sorpresa les borra los signos de resaca. Dejan de ser cadáveres hermosos, con las líneas de expresión difuminadas por la sobrecarga de serotonina, y hacen muecas, activan sus músculos faciales y sus arrugas de cuasi-cuarentones para procesar mis mañas de cuasi-treintañera. (...) Soy hija de los miedos de mi madre, quien afirma que ser madre es descubrir el miedo. Su lema antes del parto era «Lo que tenga que pasar, pasará». Su vida después del parto fue la de un guardaespaldas. (...)
Lo que no aprendí de aquel accidente lo he aprendido autolesionándome. Nunca me he hecho cortes en los brazos, no fui una adolescente lánguida que se infecta los muslos con las cuchillas de afeitar de su padre, pero me arranco pedazos de mucosa labial, abro surcos de varios milímetros en la cara interior de mis labios, me arranco las costras de las picaduras de insecto, pido que me marquen con la fusta, sin tonterías, llagas rojas y en relieve, y he entrenado hasta hacerme daño, o para hacerme daño. (...) Más tranquila que antes, comprendo que esta frialdad con la que escudriño el sufrimiento ajeno es un músculo que llevo tiempo entrenando, el que me ha permitido mantener la cordura en un escritorio en el que se mezclaban los post-it de colores con los abusos a prisioneros de Abu Ghraib y en el que el reproductor rebobinaba sin descanso escenas de tortura, de ficción y de no ficción, interrogatorios de Homeland y decapitaciones del ISIS, la ejecución sumaria con la que abre la quinta temporada de The Walking Dead y las amenazas en 8mm del cartel de los Zetas. Me he acostumbrado a diseccionar la violencia, a tomar notas sobre encuadres y planos, porque era mi obligación, porque elegí que mi tesis versara sobre representaciones culturales del terrorismo y no sobre la evolución del soneto petrarquista. Asume las consecuencias. (...)
Decirle que este relato sobre cómo la traen y la llevan, la abren y suturan y vuelven a abrir con el consentimiento de terceros porque ella está inconsciente me ha hecho entender mejor a Foucault es tan inapropiado como relatarle mi fin de semana. Es lunes de Semana Grande y anoche me acosté por primera vez en cuarenta y ocho horas. Blue monday. Me he tomado los restos de speed que sobraron para hacer frente a esta visita y apenas puedo mantener la atención. Aunque los químicos tiren hacia arriba, mi cuerpo tira hacia abajo con más fuerza. (...)
nunca tenemos estómago para lo que el poder hace en nuestro nombre, pero hay que seguir leyendo: que el olor y el estado de Abu Zubdayah, el primer detenido en relación con el 11-S, hacía vomitar a los analistas que entraban a verle, que los soldados intercambiaban fotografías de guerra por suscripciones a portales de hardcore porn, que muchos hombres estadounidenses se querían masturbar con la imagen de una chica iraquí que acababa de perder una pierna y, con ella, sus bragas. Aún parece imposible, pero acabaré dándole la razón a Sontag y encontrando paralelismos entre las celdas de Guantánamo y nuestros dormitorios heterosexuales; cambiaré de bando crítico, regaré mis bonsáis con la sangre de mi endometrio, me volveré una antena que capta y depura las historias de terror que la rodean, me haré radical y adulta (...).
Bloqueo el teléfono y lo arrojo al bolso con una cólera explosiva que me asusta y que debería someter a análisis, pero entonces pasa una veinteañera frente a la cafetería en la que estoy desayunando y se me olvida el berrinche. Tiene las piernas finas y compactas, la piel brillante, gotas de sudor entre las tetas. La miro con tanta violencia que la diseco. Ella no lo sabe, pero está cubierta de alfileres como una mariposa en su vitrina, clavada para que la admire. Aprieto unas mandíbulas que son cepos de caza. No es particularmente linda, pero es muy joven y las chicas jóvenes son como el placer de pisotear castillos de arena. Hasta hace muy poco yo también era así, un cuerpo que despiezar, y recuerdo que la noche en que nos conocimos Muriel me miró del mismo modo en que ahora miro a esta y a otras chicas, con la intensidad de un esclavista en el mercado. Hizo que me golpearan los nervios que te duerme una inyección epidural. Así que un parto es lo contrario al sexo, y descubro que no me asusta mi propio parto como me asusta el de Muriel, porque mi coño es un órgano con funciones muy distintas, con menstruaciones y residuos de papel higiénico y sesiones de depilación y visitas al ginecólogo. (...) Qué frivolidad, pero aún hoy es lo único que cambiaría de mi biografía. Cambiaría mi adolescencia de competir con las chicas guapas por una adolescencia de chicas guapas con las que poder tocarme. Quiero volver atrás y follarme a todas y cada una de las compañeras de clase que me putearon en el instituto. Y no estoy hablando de sexo de venganza, estoy hablando de enmendar la historia. Comencé la secundaria en el año 2000 y en Euskadi no existían ni el lesbianismo ni el bullying. Existían las camioneras y los matones. Las camioneras eran «mujeres con cuerpo de hombre», u «hombres con pechos»... No recuerdo la definición exacta que en algún momento me ofreció mi padre. Los matones le rompían las gafas al chico miope de primera fila, vendían hachís en el patio y era mejor no mirarles directamente a los ojos porque, a la mínima, te esperaban a la salida con su séquito de bestias fieles. Si eras hombre, te pateaban hasta que vomitaras el almuerzo y, si eras mujer, te humillaban en función de tu físico: si fea, con insultos; si guapa, manoseándote como a un paso de la Semana Santa de Sevilla. Utilizando las mismas estrategias que años después me permitirían salir indemne de los peores afters de la ciudad, con sigilo y tacto, me libré del acoso masculino, que era un acoso tipo slasher. El que sufrí a manos de la comunidad estudiantil femenina, en cambio, era más de terror psicológico. (...) Crecí rodeada de hombres porque las mujeres me daban miedo y no les perdí el miedo hasta que empecé a follármelas. Durante años intenté enmendar la historia así, seduciendo a las que me escaneaban de arriba abajo como si midieran al enemigo, porque el sexo permite que el poder cambie de bando y porque se me daba muy bien. Después de todo, había aprendido a mirarlas desde lejos, desde el lado contrario, como esperaban que las mirara un hombre. Solía llevar la cuenta del número de chicas heterosexuales a las que convertía, como si mi proyecto fuera un proyecto de evangelización. (...) Al igual que hay falsos suicidas, de esos que dejan la puerta del baño abierta para que alguien los rescate a tiempo, hay falsos fugitivos, escapistas que desaparecen para que los busquen. (...)
Tuve que lidiar con muchos dilemas morales, pero el machismo que lo impregnaba todo jamás me molestó como me molestaba la lentitud burocrática o las chabolas que no tenían aislante en las paredes y sí antenas de televisión satélite. Por aquel entonces no me consideraba feminista. Ni siquiera me gustaba ser «mujer». «Mujer» era un partido que no representaba mis valores. (...) llego a casa odiando a México porque es una fábrica de asesinos, un país donde cualquier hombre es culpable por el simple hecho de serlo y donde el patriarcado es tan brutal y hegemónico que muchas mujeres ni lo intuyen. Ya no me quedan patrias. He renegado de todas, incluso de las que elegí. Eso me digo mientras enciendo el ordenador y las pestañas abiertas se van cargando, una a una, con fotos postapocalípticas. El terremoto fue hace quince minutos pero yo tiemblo ahora. Comienza la rutina que nos han inculcado los ataques yihadistas: mensajes en redes y en WhatsApp buscando la confirmación de que a ti no te ha tocado el boleto. ¿Estáis todos bien? Es obvio que no están todos bien porque hay balance inicial de muertos, pero se sobreentiende que uno pregunta por su agenda de contactos, por su banda. (...)
Desde que me fui de casa de mis padres, he vivido en siete ciudades distintas y en ninguna de ellas más de nueve meses. Los mejores, o los que más idealizo, son los que pasé en Granada mientras estudiaba el máster. Tenía veinticuatro años y una asignación de seiscientos euros al mes que se estiraba milagrosamente gracias a un alquiler simbólico, a las tapas generosas y a las compañeras rusas y alemanas que venían de la cultura del frío y tenían la costumbre de celebrar fiestas en sus apartamentos con galletas que horneaban ellas mismas. No dependía de nadie y no quería demostrar nada. Había escrito dos novelas y ninguna había funcionado. Tras el enésimo rechazo editorial elegí rendirme, opté por la carrera académica, donde sobresalía sin ningún esfuerzo, y descubrí la paz, un egoísmo risueño con el que la vida era solo un ratito, pero qué ratito. (...)
Descubrir de golpe, a los veintitrés años, que la gente te desea es como intoxicarse de una droga que tu organismo no depura, que permanece en sangre y modifica estructuras cognitivas, tu forma de hablar y de moverte, y te imbuye de un poder terrible y sin propósito, como si tuvieras un millón de billetes de una divisa que solo sirve para comprar chucherías, y te atracaras. Todo lo anterior, lo que se consideraba extraordinario para alguien tan joven, como haber viajado y recibido premios y publicado libros, me parecía una pérdida de tiempo. Acababa de salir de la cárcel. (...) Tenía habitación y cama propias. Por las mañanas asistía a clases de materialismo cultural y teoría feminista y de género y adquiría el marco teórico que aportaba trascendencia a cuanto hacía por las noches. (...) Disfrazarse de objeto era lo mismo que ser un objeto pero con distancia irónica. Las colas para entrar en locales de moda se acortaban, los camareros te servían al instante y con una sonrisa de anuncio, e incluso los trámites administrativos eran más rápidos. No había de qué avergonzarse porque me había acostumbrado tanto a la atención masculina que la desdeñaba. Confundí mi afición por los retos difíciles con lesbianismo. Aunque no, nunca utilicé esa etiqueta. La orientación sexual era un continuo y me estaba acercando al polo opuesto del que partí. El polo de partida nunca fue real. (...)
No hay manera de enfrentarse a lo nuevo sin compararlo con lo conocido. Ya me pasó en México. Me costó entender que el paisaje existiera por sí mismo y no como una antítesis de Europa, que hubiera estado antes y no después, y aunque aprendí a observarlo desde dentro, la semana pasada visité Lima y todo lo que encontré en Lima fue el DF. Mi experiencia de Perú fue la experiencia de no estar en México, y algo similar me ocurre aquí, en Sevilla, que no es ni Córdoba ni Granada. La cerveza te la sirven sin seseo ni aperitivo y yo también soy otra. Ya no tengo veinte años ni se me dilatan las pupilas con cada detalle. Estoy de paso y cansada. (...) Está mi fobia al ruido, los colapsos tras esa fiesta en la que había demasiada gente y la necesidad de vivir aislada para purgarme, veinticuatro horas de silencio tras una reunión familiar, cuarenta y ocho tras un vuelo con turbulencias. Siempre que aterrizo pienso que voy a morir y descubro que no me importa demasiado. De hecho, me embarga una paz hipnótica, de benzodiacepinas o de domingo a la mañana cuando la casa está tan sucia que no importa arrojar una colilla más al piso. Pero después, durante días, recuerdo el episodio y me tengo miedo.