ARREBATOS ALÍRICOS

Me fui sobreviviendo como pude

(José Luis Piquero)


lunes, 29 de junio de 2015

Fingidor (un poema de David Pérez Vega)

Ella, correctora profesional, en un nuevo asalto
a las editoriales -fortalezas inexpugnables,
las llama Fonollosa-,había revisado mis dos libros
de poemas, escritos hacía seis y nueve años,
y en el gran espacio vacío del restaurante
chino de la plaza de los Cubos, desangelado
como una nave espacial que con ahínco transportase
bambú y garzas de plástico a una galaxia
remota, dijo: me he agobiado,
tú no sientes eso que está ahí por mí,
por no hablar de la obsesión con las rubias
y las extranjeras.
                          El poeta es un fingidor, cité de Pessoa.

Había tratado de dar fuerza, presencia, a días grises,
manipulando los hechos y los sentimientos
-incluso con tintes becquerianos que después
me avergonzarían- y lo rubio fue, en el país
mediterráneo de mi vida, símbolo de lo inalcanzable.

Esot, supongo, será diferente para los publicados,
tendrán lectores que no busquen hurgar en su interior,
a los que -tras leer mi última novela inédita: Entoces,
¿tú te vas de putas?- no haya que explicar que Cervantes
no era quien se adornaba con una bacía de barbero.

¿Y dónde está mi poema?, me espetó ante la mirada
atenta y algo irónica de los desocupados
camareros chinos, tripulantes de una nave espacial
que custodiase negros secretos de la Tierra.
Pero ya me había dejado atrás la órbita de aquellos libros,
y como ahogados que devolvía el mar del tiempo
por entonces arribaban a las orillas de mi mente
las imágenes de un borracho solitario
al que trataba de dignificar sobre el papel,
un maestro que cruzó mi niñez, una mirada
indagadora sobre la vocación o un exorcismo
sobre mi vida universitaria a los veinte años.

No mucho después se acabó la relación,
yo no sentía eso que está ahí. Pero sí había deseado
seguir con ella, morena de película italiana.
Estaba madurando, no había salido corriendo,
como en las otras ocasiones, ante el mínimo
atisbo de un futuro estable.
                                          Ella se había creído
mis poemas, y supongo que esto debería
anotarlo -igual que en la cancha el último triple
que te hace campeón- como el auténtico
triunfo de mi arte. Aquí, aquí está 
tu poema. 


El bar de Lee.
David Pérez Vega.
Baile del Sol

domingo, 28 de junio de 2015

Y así la deuda se reproduce a sí misma

Comparto este fragmento que he visto en el blog del poeta zaragozano David Mayor, dado que me ha resultado muy esclarecedor para entender la crisis griega. Ya sé que es la visión de uno de los directamente implicados pero, dado que le expulsan de las reuniones del Eurogrupo, al menos que pueda expresarse en sus libros y nuestros blogs:

En octubre de 2009, el recién elegido gobierno socialista de Grecia anunció que el verdadero déficit del país superaba el 12% de los ingresos nacionales (en lugar del 6,5% proyectado, que ya era más del doble del límite impuesto por Maastricht). Casi inmediatamente, las CDS basadas en la deuda griega explotaron, al igual que el tipo de interés que el Estado griego tenía que pagar para pedir prestado a fin de refinanciar sus 300.000 millones de euros de deuda. En enero de 2010, estaba claro que, sin ayuda institucional, el gobierno griego iba a tener que declararse en quiebra.
El gobierno griego pidió ayuda a la eurozona informalmente. La canciller alemana Angela Merkel emitió su célebre nein al cubo: nein a un rescate de Grecia; nein a bajar los tipos de interés; nein a un impago por parte de Grecia. Ese triple nein fue único en la historia de las finanzas públicas (e incluso privadas). Imaginemos si, el 15 de septiembre de 2008, el secretario Paulson le hubiese dicho a Lehman Brothers: «No, no voy a rescataros» (cosa que dijo); «No, no voy a organizar créditos a un tipo de interés bajo para vosotros» (cosa que probablemente también dijo) y «No, no podéis declararos en bancarrota» (cosa que jamás habría dicho). Este último «no» es inconcebible. Y aun así eso es precisamente lo que se le dijo al gobierno griego. El gobierno alemán no podía concebir la idea ni de ayudar a Grecia no de que Grecia se declarase en quiebra ante tanta deuda con los bancos franceses y alemanes (en torno a 75.000 millones de euros y 53.000 millones de euros, respectivamente).
Durante cinco angustiosos meses, el Estado griego tuvo que pedir prestado a tipos de usura, hundiéndose cada vez más en la insolvencia, fingiendo que podía capear el temporal. La señora Merkel parecía dispuesta a dejar a Grecia retorciéndose en la tormenta hasta el último momento. Ese momento llegó a principios de mayo de 2010, cuando los mercados mundiales de bonos entraron en algo cercano a la contracción del crédito de 2008. La crisis de la deuda griega había creado el pánico entre los inversores y los había llevado a no comprar bonos de nadie, temiendo un efecto en cascada similar al de 2008. Así que, el 2 de mayo de 2010, la eurozona, el BCE y el FMI acordaron extender un crédito por valor de 110.000 millones de euros a Grecia a un tipo de interés lo bastante alto como para que fuese altamente improbable que las arcas públicas pudiesen devolver tanto este nuevo crédito como los ya existente.
Comprensiblemente escépticos ante la idea de que darle nuevos y costosos créditos a un gobierno insolvente que presidía una economía en profunda recesión pudiese volverlo solvente por arte de magia, los inversores siguieron apostando por la quiebra de Grecia (y de otros miembros vulnerables de la eurozona). Así que, unos días más tarde, la UE anunció la creación del Mecanismo Europeo de Estabilidad Financiera (el MEFF, cuya estructura tóxica discutimos en el capítulo 7), una supuesta reserva de emergencia de 750.000 millones de euros por si otro miembro de la eurozona necesitaba ayuda para pagar su deuda pública.
Los mercados, tras unos pocos días de calma, estudiaron detenidamente el MEFF y decidieron que no era más que una medida provisional. Así, la crisis del euro siguió avanzando con ganas. La razón era, por supuesto, que los nuevos créditos caros no evitan el descenso a la bancarrota de los estados deficitarios, y que desde luego no hacen nada por la arquitectura defectuosa, el nocivo simulacro, cuyo potencial destructivo se desató en el momento en que el Minotauro global fue barrido por el crash de 2008.
Si estoy en lo cierto, y la crisis del euro es un fallo sistémico que empezó como crisis bancaria, entonces la medicina europea es peor que la enfermedad. Es como enviar a un mal nadador al mar para salvar a un bañista que se ahoga: lo único que puedes esperar es la triste visión de los dos malos nadadores agarrados el uno al otro con todas sus fuerzas, mientras ambos se hunden en el fondo del mar.
Los dos nadadores son, por supuesto, los estados deficitarios de la eurozona y el sistema bancario europeo. Sobrecargados como están los bancos con deudas en papel prácticamente carentes de valor emitidas por estados como Grecia e Irlanda, constituyen auténticos agujeros negros a los que el BCE sigue inyectando océanos de liquidez que, por supuesto, sólo rinden un diminuto goteo de créditos extra a la empresa. Mientras tanto, el BCE, los países excedentarios y el FMI se niegan en redondo a discutir la crisis bancaria, concentrando sus energías únicamente en imponer una austeridad masiva a los estados deficitarios. En un ciclo interminable, la austeridad impuesta empeora la recesión que aflige a esos estados deficitarios, e inflama así las ya grandes dudas que los banqueros sobre si Grecia, Irlanda, etc., devolverán algún día su deuda. Y así la crisis se reproduce a sí misma.
 Yanis Varoufakis
El Minotauro global. Estados Unidos, Europa y el futuro de la economía global, 
Capitán Swing, 2012, pp. 266-268, trad. Celia Recarey y Carlos Valdés.

sábado, 27 de junio de 2015

Media España (Pablo García Casado)


Media España despierta un domingo a las siete de la mañana sin motivo alguno. Media España despierta, los demás duermen aún, niños, adolescentes, pensionistas, funcionarios. Media España se asoma al balcón y contempla las gruúas detenidas, los retretes envasados, las puertas sin pomo, los encofrados al aire. Y piscinas sin agua y céspedes quemados. Media España cambiaría la dignidad por uno de esos apartamentos a pie de costa. Media España se pregunta en qué nos equivocamos, qué hicimos mal. Media España despierta a las siete de la mañana, el día será caluroso, pero ahora es fresco y limpio. Media España escucha las fauces de lo que se avecina. Tiene miedo, mucho más que indignación, unos pocos ahorros, cuentas que no salen, hijos que se precipitan por los acantilados sin poder hacer otra cosa por ellos que rezar, rezar, rezar. Media España quisiera leer otra vez la Biblia y entenderla, y creer de nuevo en el Apocaplipsis. Y sentirse abrumado por la violencia de los capiteles románicos. Media España quiere ser Mariano Rajoy justo antes de ganar las elecciones. Media España quiere mudarse a la arcadia de José Luis Rodríguez Zapatero. Media España quiere volver a 2008, a ese verano feliz, cuando creíamos que Cesc Fábregas, al marcar el penalti decisivo frente a Italia, había cambiado para siempre el inequívoco signo de nuestra historia. Media España creímos en esos ojos diáfanos y limpios que miraban el futuro sin las marcas en el rostro de Luis Aragonés. Éramos tan jóvenes y tan felices que hubiéramos votado a Lincoln, porque este país era nuevo, reluciente, y las estaciones estaban limpias y la mierda no se acumulaba en los retretes de las bibliotecas. Y podíamos dedicar toda nuestra vida a escribir poemas de amor. Media España quiere volver a cerrar los párpados, volver a dormir, descansar hasta bien entrada la mañana, pero es demsiado tarde, y ya han repartido los periódicos.

Pablo García Casado.
García (Visor)

sábado, 20 de junio de 2015

Reseña de "La huida hacia delante" por José Luis Piquero en la Revista Clarín (y mucho más)


El pasado número de la Revista Clarín (116 ya y correspondiente a los meses marzo-abril) incluía un homenaje a Santa Teresa de Jesús a cargo de Rosa Navarro Durán, un artículo sobre la vida de Azorín escrito por Manuel Alberca, reciente ganador del premio Comillas con una ejemplar biografía de Valle-Inclán, trabajos sobre cine firmados por Christophe Rabiet y Felipe Benítez Reyes y un largo y jugoso etcétera más que recomendable. 
Además, en su sección crítica (llamada Paliques), incluía muchas reseñas interesantes, entre las que me van a permitir que destaque la lectura que José Luis Piquero hace de La huida hacia delante de servidor de ustedes:

UNA COMEDIA AMARGA
La huida hacia delante
Víctor Peña Dacosta
Isla de Siltolá (Sevilla). 84 páginas.

El primer libro de Víctor Peña Dacosta (Plasencia, 1985) es el ensayo de una despedida: la del joven que se va adentrando en la madurez. A los treinta años su autor se sitúa en ese punto intermedio en que se recuerdan los veinte pero ya se vislumbran los cuarenta, los de la famosa crisis de los cuarenta. Gil de Biedma lo expresó en un sucinto verso prodigioso en su simplicidad: “No volveré a ser joven”.
La huida hacia delante consiste en la crónica de esa transición y constituye, previsiblemente, un tácito autorretrato en el que los rasgos más llamativos son la desilusión, la desesperanza y el descreimiento; pero, y esto es importante, revestidos de un humor y una ironía que borran cualquier rastro de solemnidad y autocompasión. No hay patetismo en estos poemas, lo que no impide que, tras regalarnos durante su lectura algunas sonrisas, nos dejen finalmente un poso de amargura, un poco de frío en el corazón. Al personaje que oímos hablar aquí le gusta reírse de sí mismo, aunque sepa muy bien, como nosotros, que en el fondo todo esto es un asunto muy serio.
El recuerdo de las aventuras y los descubrimientos de la juventud ocupa casi toda la primera parte de La huída hacia adelante. El sexo, la promiscuidad, las locuras, pero también el desamor y las traiciones. No nos engañemos: es el treintañero quien escribe retrospectivamente. Y así, si bastantes de estos poemas resultan divertidos, ninguno es alegre, ninguno vitalista. En la sección titulada “Un añito en el infierno” el tono se vuelve imprecatorio y el nihilismo se intensifica. Es aquí donde la mirada social, que acompaña durante todo el libro al tono intimista, se vuelve más patente, revelándonos las causas de tanto desengaño, explicando quizá esa incapacidad para saber vivir en sociedad y con uno mismo: en un mundo roto toda vida nace rota.
¿Y cuál es la salida inevitable? Adaptarse al miedo, aceptar que no somos héroes y tragar la sopa boba del conformismo. El personaje que no deja de autoparodiarse se ensaña en esta última parte consigo mismo, se rinde y asume que se ha convertido, o esta a punto de convertirse, en todo lo que odiaba. Algo que no dejará de reprocharle el joven que un día fue, en uno de los poemas más redondos de La huida hacia adelante.
Por eso, pese a su heterodoxia gamberra, su cínica frivolidad y su irreverente sarcasmo, La huida hacia adelante es un libro triste, desolado. No sabemos hasta qué punto su autor es consciente de ello. Lo cierto es que se ha tomado muchas molestias para disimularlo. Su ligereza es una máscara del pudor.
Irreverencia, heterodoxia. Podemos extendernos sobre ese particular y señalar que Víctor Peña huye de cualquier grandilocuencia tanto en la forma (versos transparentes, coloquiales, con un tono conversacional y directo) como a la hora de buscar referentes: en el libro se cita a Eliot, a Cortázar, a Jaime Gil de Biedma, a Thomas Mann, a Gramsci... pero también a David Bowie o a John Lennon, y, atención, a Homer Simpson, a Fidel Castro o a Mariano Rajoy. ¿Y por qué no? En un poemario que habla de la vida, de lo que a todos nos ocurre, la alta cultura puede y debe estar muy cerca de lo más cotidiano, de lo que vivimos y sufrimos diariamente.
Si La huída hacia adelante fuera una película, sería una comedia con un trasfondo amargo, de un costumbrismo atroz, esperpéntico a veces, que nos arrancaría sonrisas crispadas. Una película, por cierto, con varios cameos cercanos (Álvaro Valverde, Luis Alberto de Cuenca..., que presentan algunos poemas). Y una película de la que podríamos decir: tiene gracia, pero maldita la gracia que tiene.
Entre bromas e ironías, con un tono casual de parodia y hasta a veces de chiste grueso, Víctor Peña Dacosta acierta a documentar el doloroso tránsito del desengaño adolescente al puro desengaño sin etiquetas. Y lo hace con verdad: sabe de lo que habla. Intuyo, aunque en poesía no es conveniente hacer predicciones, que la veta dramática que en este libro discurre subterránea acabará por imponerse en la dicción de un poeta que sólo acaba de empezar a decir lo mucho que tiene que decir.
José Luis Piquero 


Relatividad

César Agite (basado en una idea de Marcos Maldonado)

viernes, 5 de junio de 2015

Mi patria son los bares (Ana Pérez Cañamares)

Mi patria son los bares
y los patios. Sitios
donde estar sola
y sentir los rumores
de la vida. Por desgracia
hace ya tiempo
que abandoné las ramas
y los claros del bosque.
Ahora lo amortiguado
los saldos, la imitación:
donde también se vive.

(Ana Pérez Cañamares.
Economía de guerra.
Ediciones Lupercalia)