Mirando lo que nadie quiere ver, Alfons Quintà oscurece la realidad con sus artículos a la vez que se autorretrata mostrando su carácter y sus obsesiones. Está la realidad, donde la vida pasa, y hay otra dimensión de la realidad, que también forma parte de la vida, donde domina la ambición, la lucha por el poder y la supervivencia. Esta otra dimensión es la que ve Quintà. La única. Como si viviera allí o casi siempre estuviera atrapado. Caído en sus ángulos muertos. (...)
El ataque había empezado con aquel artículo de página entera, a cuatro columnas, firmado por Quintà y Carlos Humanes. «Dificultades económicas del grupo bancario de Jordi Pujol.» Se había publicado el 29 de abril de 1980, cuando solo habían transcurrido cinco días de su elección como presidente de la Generalitat. Aquel artículo hizo pública una crisis bancaria que tendría consecuencias políticas. Quintà no lo sabe, pero lo que dice y aquello que da a entender esa página se convertirá en el centro irradiador de su vida profesional, y condicionará para siempre su proyecto de vida. No lo sabe ni lo puede saber. Como mucho, al final, lo intuirá. Pero nadie conoce el argumento completo de su vida. La vida no tiene argumento. Solo lo inventan los biógrafos cuando elaboran sus ilusiones biográficas. Ésta lo es, y es oscura, demasiado, como su protagonista. (...)
Es un círculo que se va ensanchando en torno a Pla. No son solo los amigos de Palafrugell. No es solo Vicens. Serán empresarios, financieros y economistas. Quintà los conoce, los ve y les habla de tú a tú porque él también tiene su poder: el capital social que significa haberse convertido en la mejor vía de entrada para acceder a Josep Pla. Para mantener ese capital, que se ha ganado conduciendo, se necesita dominar algunos códigos. La buena educación, el capital que da la información y una agenda. Así puede asistir al despliegue del poder intelectual de Pla, aprender cuál es la dinámica de la influencia. Cuando ha podido la ha usado en beneficio propio, de los suyos o de sus amigos. ¿Podría pedirle a ese profesor, amigo Vicens, que apruebe a mi hijo? Ése es su poder. Poder es la producción de los efectos deseados. Si no eres influyente —si no puedes descolgar el teléfono o pedir un favor cuchicheando al oído cuando los otros apenas se dan cuenta y al fin conseguir lo que pretendes— no estás dentro. Quintà lo está. Su hijo Alfons, mientras acumula resentimiento, lo ve. El diálogo entre Pla y Vicens es tan potente que gesta un nuevo poder intelectual. Vicens lo usa para establecer contacto con el poder político y trata de influir en él. (...)
Uno de esos pícaros es David Tennenbaum. El otro espabilado es Florenci Pujol, un hombre hecho a sí mismo que se gana la vida como agente de Bolsa. Juntos actúan de facto como testaferros de los industriales del textil. La mecánica es conocida. Los hombres de negro de los industriales le entregan a Pujol sacos llenos de billetes de cien pesetas. Su socio los hace llegar a Tánger. Algunos bancos —en especial el Banco Inmobiliario de Josep Andreu Abelló— aceptaban las pesetas y las transformaban en dólares en cuentas abiertas en Estados Unidos o Suiza. Por hacer aquella gestión, faltaría más, Tennenbaum y Pujol cobran una comisión. Parte del dinero lo dejan en Suiza. Con otra parte del dinero del contrabando, más el que gana como agente de Bolsa, Pujol, fascinado por el activismo antifranquista de su hijo Jordi, compra un banco. El 18 de marzo de ese 1959 se celebra la junta de accionistas de la Banca Dorca. La familia propietaria vende las acciones al grupo de Pujol. Dos años después la entidad pasa a denominarse Banca Catalana. Ese 24 de febrero de 1956, Valls i Taberner no dedica la comida a relatarle a Pla esos tejemanejes, por descontado. Pero Pla no es un ingenuo. «El seguro contra la precariedad de las dictaduras ha sido siempre y en todas partes la evasión de capitales», escribiría en sus notas personales, «sobre esta evasión la dictadura de Franco ha hecho la vista gorda, naturalmente.» Durante esos años de fracasada autarquía económica, algunas personas ganaron muchísimos millones con estas maniobras opacas. (...)
Pero un poder fundado en la corrupción, cuando esa corrupción es sistémica, aunque no tenga un contrapoder que lo cuestione, acaba corroyendo la estabilidad del Estado. A mediados de los cincuenta ésa era la situación en España, y el franquismo, para permanecer en el poder, busca y encuentra el mecanismo para estabilizarse. (...)
418 millones de dólares que debían usarse para hacer lo que Franco afirmaba en el decreto ley del 21 de julio de 1959: «Ha llegado el momento de iniciar una nueva etapa que permita colocar nuestra economía en una situación de amplia libertad». El Plan de Estabilización lo aprueba el dictador y es la clave de bóveda de la transformación ya no del Estado sino del país. Lo ha ideado, de manera destacada, Joan Sardà —por entonces director del Servicio de Estudios del Banco de España—, con la ayuda, entre otros, del catedrático Fabián Estapé. Sobre ellos dos, pocos días después de aprobado el Plan, hablan Ortínez y Pla, que lo plasma en sus libretas fascinado y desconcertado. «Son socialistoides, para no decir comunistoides, tienen un desprecio perfecto por la burguesía, pero colaboran y son los agentes más activos en la salvación de este régimen de abyección de Franco.» Había mucho antifranquista en el franquismo, le dice Ortínez. Pla extrae una lección: «Las dictaduras lo corrompen todo, porque como solo pueden combatirse desde dentro, crean apariencias de duplicidad escandalosas». (...)
Lo de ese adolescente que se define ya en términos de clase y que le amenaza es un auténtico problema. Lo que Alfons Quintà ha descubierto es que la información sobre la conducta de los otros puede usarse como un poder para conseguir lo que uno quiere. Lo que Quintà parece no tener en cuenta es que su deseo no es una orden, y esa confusión, que es incapaz de resolver porque le obligaría a reconocer que su conducta se basa en el chantaje, se convierte en un elemento constitutivo de su personalidad adulta. Parece que los otros no le importan. Solo le importa él mismo. (...)
En la formación de su conciencia se han producido accidentes profundos que la hacen inaccesible. Tal vez pueden intuirse, por unos segundos, a través de su mirada. Si la mirada es lo que primero y más se mira del rostro de los otros, la de Quintà revela extravagancia. Mira más fijamente de lo normal, con los ojos extraordinariamente abiertos, es incómodo mantenerle la mirada. La suya, a través de las gafas, agrede. No acoge. Repele. Inquieta porque es la puerta de entrada a la anormalidad. Detrás se intuye un sujeto con la moral agujereada por los ángulos muertos. Es un territorio de odio y dolor, dominado por otro rostro: el de su padre. Josep Quintà abandonando el piso familiar, otra vez las amantes, mientras los gritos de Lluïsa Sadurní se escuchan de fondo y él acumula resentimiento y afán de venganza. En el eje de su subjetividad, Quintà tiene ese ángulo muerto desde siempre y siempre lo ha ocultado con una conducta extremada. A algunos simplemente les resulta cargante, pero a otros les da pavor. Es el polo opuesto al modo en que su padre, en silencio y sin llamar la atención, se hizo uno más en la red de Josep Pla. Él se afirma con conductas que van de la mala educación a la violencia verbal. Alfons exhibe una virilidad bronca para ser reconocido. (...)
Presume con los colegas diciendo que cuando llegan a Barcelona ya tienen su teléfono, le llaman, las pasea por la ciudad, se las tira. Y si no se las tira, lo cuenta igualmente. Quiere que se sepa que es el mejor amante. Quiere ser el mejor periodista. Sigue siendo corresponsal del New York Times en Barcelona. A principios de 1975 viaja a Portugal para comprobar la transformación política del país para una agencia internacional, pero lo que de veras empieza a ser su especialidad es la política catalana. Lo demuestra en Dietari, en Presència, en Guadiana. En ese semanario, cuyo delegado en Barcelona era otro antiguo compañero del Tele/eXpres —Pere Oriol Costa—, Quintà se estrena en mayo de 1975 escribiendo la crónica de una conferencia del vicepresidente ejecutivo de Banca Catalana: Jordi Pujol está construyendo ya su partido para ganar el centro político y ser el actor principal de la democratización en Cataluña. Quintà se estrena con Pujol. En 1974, cuando se funda Convergència Democràtica de Catalunya, Jordi Pujol adquiere la cabecera del diario El Correo Catalán —se hará con el paquete mayoritario de acciones un año después— y compra el semanario Destino. Es consciente de que no ganará poder político si no tiene un pie en el cuarto poder. Por ello también es uno de los principales accionistas catalanes de la empresa que editará el diario El País. Su apuesta por convertirse en representante de las clases medias y un sector de la burguesía moderada es pública desde su conferencia del 21 de enero de 1975 en el auditorio de la escuela de negocios Esade, donde se congrega una parte no menor de la nueva clase dirigente catalana. Ya no es el poder esclerotizado de la dictadura. Es el poder blando catalanista y respira alternativa democrática. (...)
lo presenta como «vicepresidente ejecutivo de Banca Catalana» y subraya que «posee una fortuna personal procedente de una gran empresa de productos farmacéuticos». No dijo que es un accionista del periódico, y Pujol lo es, y sí dijo cuál era su potencial político: tiene las condiciones para liderar el espacio del reformismo democrático. Lo que tiene —y no tienen otros— es capital de lucha antifranquista —interrogatorios, tortura, cárcel—, reconocido por la pequeña y mediana burguesía. Un capital que Pujol pone en valor para que esas clases mesocráticas transiten del franquismo a la democracia sin necesidad de realizar examen de conciencia alguno. (...)
Al cabo de un mes y medio Quintà redacta una crónica que abría otra vez la portada del periódico. Era la información sobre la toma de posesión de Josep Tarradellas como presidente de la Generalitat. La elección del titular, en el corazón de la primera página, revela la interpretación que debía darse a ese acto de institucionalización: «Tarradellas juró ante Suárez lealtad al rey don Juan Carlos». En su intervención en el Palau de la Generalitat, Suárez también destacó el papel de la Corona y Quintà lo subrayó: «En un párrafo muy significativo, Adolfo Suárez afirmó concretamente: “Como dato histórico que ya ha sido destacado, hay que decir que si fue Felipe V quien firmó el Decreto de Nueva Planta que anulaba las instituciones autonómicas catalanas, ha sido el rey don Juan Carlos I quien las ha devuelto”». Era la clave de bóveda de la Transición. Mientras se celebraba aquel acto, Juan Carlos está en Arabia Saudí, acompañado de algunos ministros y empresarios. Por la noche, beben whisky de extranjis en el hotel y el rey fuma los habanos que le envía por valija diplomática Fidel Castro y se pacta la venta de armamento al país árabe sin pasar por las comisiones preceptivas del Ministerio de Defensa. (...)
para evitar la victoria de las izquierdas, la elite del empresariado financia una campaña de contrapropaganda. Los nombres y las cifras los dio Quintà en sus artículos. Desde el periódico dispara en múltiples direcciones y apunta a los dos principales candidatos a obtener la victoria: Reventós y Pujol. Y es aún en la precampaña cuando Quintà, al final de un artículo, incrusta una información a la que apenas se dio importancia. La capacidad de acción de Pujol está limitada porque algo le hipoteca. Se dedicaba a la política, pero no solo a la política. Acababa de hacer gestiones al máximo nivel para conseguir que el Banco de España encaminase a La Caixa a tapar agujeros de Banca Catalana. La crisis bancaria estaba desbocada y el banco del que Pujol era el primer accionista no se escapaba de una coyuntura crítica. Quintà lo contó a finales de 1979. Fue durante esas fechas cuando los tres principales líderes políticos catalanes viajaron juntos a Madrid. Han pedido hora a Juan Luis Cebrián para hacerle una petición. Pujol, Reventós y el dirigente comunista Antoni Gutiérrez Díaz. Le piden al director de El País que destituya a su delegado en Barcelona. El director del periódico les dijo que no se preocuparan. Pronto habrá una reestructuración de la delegación. (...)
Durante la primera posguerra Florenci Pujol se ha enriquecido gracias a una operación de tráfico de divisas. Su hijo, a quien los ecos del poder del dinero le llegan por lo que contaba su padre, es un activista del catalanismo católico contra la dictadura. Su primer panfleto pretende despertar a la burguesía de su torpe complicidad con el franquismo. Su ambición es fundar un poder catalán. Un instrumento necesario para conseguirlo es un banco. Su padre, que lo admira con temor, compra uno. Negocia con una familia a la que había conocido en la Bolsa y él, junto con un grupo de amigos suyos y de su hijo, adquiere ese banco local y familiar: Banca Dorca de Olot. Ahora que tienen un banco en propiedad deciden el equipo directivo. El presidente es un pata negra de la burguesía catalanista: el joven Jaume Carner, compañero de activismo católico de Pujol. El secretario del consejo es Francesc Cabana —casado con una hija de Florenci—. Quien manda es Jordi Pujol, aunque su papel queda en segundo término (en especial tras su detención, tortura y condena). Banca Dorca, que no tardó en cambiar de nombre para denominarse Banca Catalana, inicia una fuerte expansión para que Cataluña disponga de un potente instrumento financiero. (...)
Esa política bancaria pronto se solapa a la decisión de Pujol de crear su propio partido catalanista para la Transición. 1974. Desde su posición de poder, con apoyo social notable, Pujol es visto por los Gobiernos reformistas como uno de los mejores interlocutores posibles. Es visto como una figura de la oposición, pero un hombre de orden. Es un banquero. Formalmente, en 1976 Pujol deja su cargo como vicepresidente del banco. Lo sustituye su padre —como había contado Quintà y repite en el artículo—. Lo más probable es que sea entonces cuando Florenci, al comprobar cómo su hijo iba pignorando la fortuna para afianzar su pulsión de liderazgo político, decida destinar parte del dinero que tiene en el extranjero a su nuera y a sus nietos. Porque Pujol va lanzado. Él, un hombre del poder económico, empezaba a ser reconocido por los hombres del poder político y así se integraba en la trama que construyen los poderes entre sí. Ante la crisis que sufría Banca Catalana, de la que él seguía siendo su principal accionista, el Pujol diputado de las Cortes constituyentes y de la primera legislatura habría usado sus relaciones con el poder del Estado —no era la primera vez— para regatear esa situación crítica. Pero la losa que arrastra Banca Catalana limita las posibilidades de acción de Pujol como presidente de la Generalitat. (...)
Lo que debe quedar en los despachos se ha hecho público. Cabana, comprometido como pocos en el saneamiento de la entidad, busca los números rojos de su agenda y hace las llamadas pertinentes. Obtiene más información. Le dicen que hay preparado un segundo artículo. Saldrá al día siguiente y lo debe impedir. Maniobra para que Mariano Rubio —gobernador del Banco de España— lo pare. En la sede del Banco de España Mariano Rubio descuelga el teléfono, llama a Cebrián. Juan Luis Cebrián entiende perfectamente lo que está en juego. Lo sabe ahora, lo sabía ayer. Lo sabía antes incluso. Y ahora, casi como un ritual, puede ejercer su poder ante el poder. Es un acto reflejo. Porque él ya es poder y lo es porque en sus manos está la decisión de publicar o no, pongamos por caso, la segunda parte, este artículo que tiene sobre la mesa. Más que la deontología profesional se impone cierta idea de responsabilidad que, a la hora de la verdad, se solapa con el placer del mando. Sentir que de él depende la suerte de una entidad financiera o la carrera política de una figura de la Transición. Y Cebrián le concede el indulto. No lo publica. Llama a Barcelona, se lo dice a Quintà y, sorprendentemente, el periodista no parece disgustado. Él también entiende la lógica del poder y sabe que conserva un comodín que, de alguna manera, puede seguir empleando. (...)
El domingo 12 de abril, Pujol es entrevistado en El País. La entrevista ocupa una página y están claros los mensajes que quiere transmitir. O la dicta o la edita él, porque no contiene ni un titubeo argumental. El desarrollo autonómico catalán no puede ser el chivo expiatorio de la crisis política que desembocó en el golpe de Estado. Un dictamen de expertos no puede desnaturalizar un Estatuto votado en las Cortes, en el Senado y refrendado por la ciudadanía. Si la dinámica de la desnaturalización se impusiese tras el 23F, como parecía preludiar el recurso contra la ley en virtud de la cual las competencias provinciales se traspasaban a la Generalitat, podía iniciarse un período de inestabilidad. Ése era el mensaje central. ¿Podía de nuevo la cuestión catalana, que no había sido problemática durante la Transición, dividir a la sociedad española como había ocurrido durante la Segunda República? La pregunta se la formula el autor de la entrevista. Alfons Quintà. En la entrevista, Pujol se presenta como un político que advierte contra una situación que ve inquietante, pero se presenta como un factor de estabilización del Estado. Es la carta que quiere jugar. Y porque quiere jugarla ha solicitado públicamente reunirse con el monarca. Quiere que se sepa. Quintà lo publica el 22 de abril. Al día siguiente empieza el desenlace de otra información que Quintà había seguido durante los últimos meses. Pla agoniza. En su artículo da el último parte médico. Repite la idea de que el escritor, incomprensiblemente, ha decidido dejar de comer. (...)
¿Qué sabe de él Pujol? ¿Hasta qué punto lo conoce? Desde la conversación por teléfono de ayer o de hace dos días, sabe que Quintà está herido. Pujol sabe quién ha herido a ese hombre de personalidad vulnerable: los responsables del periódico que le han golpeado donde más le duele, en la herida del banco. Y sabe que El País está trabajando para sacar una edición catalana que le seguirá atacando. Como sabe lo que sabe, y como conoce la complejidad humana para usarla en favor de su afán de poder —Pujol es un animal político—, ahora puede convertir en aliado a quien hasta este momento ha sido un enemigo. Quintà está en una posición de debilidad que puede serle útil. Pujol, que conoce que el comercio de los hombres es la verdad profunda de la política, sabe que puede serle útil. ¿Qué sabe Quintà? Que no está en condiciones de chantajear a Pujol. Ni puede ni en aquel instante seguramente quiere. ¿De qué le va a servir? Le ha demostrado ya hasta dónde es capaz de llegar. No tiene reparos en usar el dolor ajeno. Lo había demostrado al día siguiente de la muerte de Florenci Pujol. Ni siquiera aquel día concedió una tregua. Quintà ya ha escrito sobre el engaño y la ruina de Jaume Carner. Y después de todo eso, tras algo más de un año de una campaña de acoso, lo ha citado. No es la primera vez que Quintà acude al Palau de la Generalitat para verse con él. Lo ha entrevistado y Pujol le ha pedido que apoye a la Generalitat en su reivindicación del legado Dalí. Se sientan uno frente al otro. Pujol quiere información sobre El País; no le pide el silencio que está a punto de conseguir. No hay chantaje ni compra. No es tan vulgar ni tan obvio. Pujol debe saber qué podría pasar si le ofreciese lo que en realidad sería una humillación. (...) Lo está fichando y al mismo tiempo lo está cooptando. Tal vez hablen ya entonces de la televisión. Pujol quiere tener una televisión y quien ha recibido el encargo —el Departament de Cultura— no avanza o apenas lo hace. ¿Quién podría hacerlo? ¿A quién necesitaría? Con Pujol ha hablado ya Jaume Casajoana o Quintà sugiere el nombre de Jaume Casajoana como equipo inicial. Por ahora es un pacto entre caballeros. La gente pensará que ha habido un chantaje. Piensas demasiado. No es un misterio. Es la otra cara de la realidad. Son los negocios del poder. Existen unos códigos y ellos dos, sin explicitarlos, los conocen. Pujol los domina. Quintà cree que también. Ni hace falta hablar de Banca Catalana. Forma parte del pacto. Silencio. Termina la reunión. Fin. (...)
El President confirma el encargo. Ellos van a ser los responsables de crear el tercer canal. Es el proyecto más importante de esta legislatura, lo necesita, y quiere controlarlo. Directamente. Lo entiende como el mejor paradigma del proceso de normalización que define y definirá su acción política: la asunción de Cataluña como una nación que, después de décadas de nacionalismo españolista autoritario, se institucionaliza en el Estado de 1978 a través del pacto que es el Estatut. TV3 es una pieza clave de ese proceso: mostrará la mejor cara del mito sobre el cual una sociedad se reconoce a sí misma. (...)
No es que sea sectario. No lo es. No tiene inconveniente alguno en contratar a alguien significado como Jaume Roures. Hacía tan solo unas semanas que este dirigente de la Liga Comunista Revolucionaria había sido detenido por presunta colaboración con una banda terrorista. La acusación era falsa, al cabo de pocos días salió en libertad y lideró cierta campaña de protesta contra el ministro Barrionuevo. En 1983 se sabía quién era y qué pensaba. Y esa fama no fue inconveniente alguno para contratarlo. Supera las pruebas y se incorpora al equipo, de la misma manera que Quintà tampoco puso reparo alguno a la incorporación de otros militantes de la izquierda revolucionaria. El problema no es ideológico. O eso es secundario. Es algo más peligroso. El problema es la conducta y la progresiva instauración de un clima de asedio y terror. El peligro es que normaliza el caos. Alguien que ya tiene cierta experiencia dimite. Un mes antes de la primera emisión dimite Enric Bañeres, responsable de deportes. «Las relaciones personales con el director no son buenas.» No es el único periodista que dimite. Algunos de los conflictos salen a la luz. La mayoría se silencian. La dinámica de trabajo no se ve afectada, pero él actúa como un tirano. (...)
Quintà cumple con el poder, para sus golpes cuando es necesario, al tiempo que actúa como un tirano. Quiere reconocimiento total y exige sumisión absoluta. Su conducta va de la mala educación al asedio. No es que sea raro o excéntrico. Es pérfido. Hay dos dimensiones de Quintà que pueden solaparse en el día a día: la del director que cumple con el intenso programa de reuniones y la del ogro arbitrario. A cualquier hora pueden ver cómo sale del despacho y se pasea entre las mesas del estudio de la calle Numancia. Si una le parece que está desordenada, grita. A veces si dos compañeros están simplemente hablando, les echa la bronca. Por el pasillo se cruza con un trabajador. Lo mira y le dice que no le gusta su cara. A veces no le gusta el bigote y exige que se lo corte. (...)
El fiscal jefe debe nombrar a los fiscales encargados de estudiar el caso. No puede ser solo uno porque la documentación existente es inmensa. Quienes lo asumen son los fiscales Carlos Jiménez Villarejo y José María Mena. Son dos profesionales muy respetados que han tenido un fuerte compromiso con la democracia durante la dictadura. Se sitúan a la izquierda del PSOE y tienen una vivencia estricta de la función democrática de la justicia. De ellos depende el camino que se siga a partir de entonces. Saben que la posibilidad de una querella disgusta al Gobierno, porque el ministro de Justicia así se lo ha comentado al fiscal general, pero no reciben presión alguna. Los fiscales de Barcelona saben que disponen de la máxima confianza del fiscal general. Durante meses trabajan obsesivamente, con unos recursos escasos. Básicamente estudian la documentación que ya han analizado diversas personas. Mantienen una comunicación constante con el fiscal general. Cuando tienen alguna duda, cuentan con la colaboración de los técnicos del Banco de España. Para el Banco de España el problema queda resuelto gracias a su intervención y, en realidad, la querella puede problematizar su imagen si los fiscales descubren algo que ellos ignoraron. Además no es el único banco que el Estado ha tenido que salvar y los gestores no han sido procesados por la fiscalía. Pero la conclusión a la que llegan Mena y Villarejo es que no solo hubo falsedad documental. No hacen una lectura política de la situación ni comparan lo ocurrido en Banca Catalana con otros bancos ni se preguntan por qué los dirigentes de otras entidades intervenidas fueron o no procesados. Ellos han llegado a una conclusión y sobre ella fundamentan su acusación. Su hipótesis de fondo es que se había producido también un delito de apropiación indebida. La clave era el desvío de fondos a una caja B. Ni la conocía el Banco de España ni la conocía la junta de accionistas. Mientras Banca Catalana se hundía, los responsables de la empresa se habrían enriquecido vaciando su patrimonio. También Jordi Pujol. (...)
De fondo un grito. «Som una nació!» Pujol, que sostiene el micrófono con la mano derecha, extiende el brazo derecho y repite por cinco veces «sí», y tras el último él lo afirma también. «Som una nació!» Fin del reportaje. Son cinco minutos de televisión poderosos. Lo tienen todo. El chivo expiatorio. La gente. Al fin el presidente. Habla de la fuerza que representa la manifestación y el uso que debe hacerse de ella. Es, sí, un plebiscito y la imagen que se proyecta es la de que Pujol lo ha ganado frente al Estado porque él encarna la nación. Con ese objetivo se había diseñado ese acto, que se pretendía fundacional. Ese relato, con palabras e imágenes, lo compacta el periodista que elabora el reportaje. Lo ha escrito un periodista sentado frente a su máquina de escribir. No lo escribe en su despacho sino en una sala de edición a la que ha ido expresamente. No se esconde. Quiere que todos lo vean. Porque no es algo habitual. Es el director de la televisión. Alfons Quintà apuntala el mito que antes quiso destruir. Hacía cuatro años de aquel artículo en que denunciaba la situación de Banca Catalana y disparaba contra Jordi Pujol. Aquel reportaje, que era el primero de una serie que se paró por las presiones políticas y económicas, podría haberlo convertido en el gran periodista de la democracia en Cataluña. Él podría haber tenido su Watergate. Pero él mismo se encargó de ocultarlo. Cerraba el círculo y se encerraba dentro de él el mito. La paradoja trágica de su vida es que su obsesión por el mito, que tardará más de veinte años en intentar volver a destruir, acabó destruyéndolo a él. Ha empezado a despeñarse por la línea descendente de la parábola de su vida. (...)
No es que quieran absolverlo. No es que quieran condenarlo. No lo quieren ni juzgar. El viernes 21 se resuelve. No habrá verdad judicial sobre el caso Banca Catalana. La querella llega a su fin. A las nueve de la noche de ese día Pujol hace una declaración institucional. «Toda Cataluña se libera de una gran presión.» La escenificación del momento está perfectamente calculada. En la sala desde la que habla Pujol hay un retrato: el del rey Juan Carlos. Llegar hasta aquí ha sido duro. El episodio no puede ser moralmente idealizado. No ha sido cuestión de ética. Está más allá del bien y del mal. Es poder. El poder entendido como la producción de los efectos deseados. Política sin máscaras. Sin la virtud. Política más allá de la ley. Es la naturaleza de la política que aspira la fuerza que posee todo momento fundacional. Ha sido un acto de fuerza sostenido, cubierto desde el primer momento por el manto de la noble mentira que siempre es el mito. El mito de la víctima cuyo sufrimiento se funde con el pueblo. El instante en que las víctimas se convierten en cómplices para sentirse parte de una misma comunidad. En ese instante, con la entronización plena del mito político, cuando se instaura un nuevo orden. En su vértice está Pujol y tras él la corte del pujolismo. (...)
Prenafeta ya no está en la Generalitat. Después de una década mandando, dos meses antes de la conferencia de Quintà ha dejado la secretaría general de Presidència. No son solo los enemigos internos, que le envidian el poder que en él ha delegado Pujol. En los círculos históricos del pujolismo incomodan los rumores sobre sus negocios. Después está también la información que desde hace algunos meses publica un equipo de periodistas de La Vanguardia. Pero hay más. Se sabe asediado por una investigación que ha emprendido la fiscalía de Barcelona. Otra vez Jiménez Villarejo. El 9 de marzo de 1990 dimite. Anuncia que deja la política y que pasa al sector privado. No es una decisión improvisada. Hace como mínimo año y medio que el lugar del que partió —la empresa familiar de curtidos— ha empezado una expansión paradigmática de ese momento. En el régimen se juega al pelotazo. En el subsistema dentro del sistema también. La empresa familiar, Tipel, ha absorbido a Geset. Era una empresa que pertenecía al padre de Marta Ferrusola y la operación la había liderado un joven comercial que trabajaba en la empresa de los Prenafeta: Jordi Pujol Ferrusola. Entonces Tipel renueva su estructura y desde mediados de 1988 tendrá dos divisiones. La tradicional, dedicada a producción de pieles y curtidos, y otra nueva, Vilassar Internacional, cuyo objetivo a corto plazo es comprar participaciones en empresas diversas y llegar a cotizar en Bolsa. Uno de los ejecutivos que ficha la propiedad para impulsar la dimensión financiera de la empresa es un prometedor director general de la Generalitat Artur Mas. No es un secreto. La noticia de la incorporación del economista Mas a Tipel se publica en prensa en julio de 1988. No es el único cargo que pasa de la administración a la empresa privada. Carles Vilarrubí. Su carrera en el pujolismo empieza también conduciendo un coche: era un militante prometedor del partido, fue chófer de Jordi Pujol. Se hace amigo de los hijos de Pujol, es hombre de la máxima confianza de Prenafeta y empieza a trabajar de consejero delegado en una empresa que se dedica a la inversión y cuyo presidente es Manuel Prado y Colón de Carvajal. Hasta hacía pocos meses ese hombre que gozaba de la máxima confianza económica del rey, que ha movido hilos para que otro hijo de Pujol —Josep— pueda estudiar en una universidad norteamericana, había sido el presidente de Vilassar Internacional. Era la sociedad a través de la cual los Prenafeta quieren crear su holding. (...)
Cuando el Estado del 78 se ha consolidado, algunos poderes españoles, nuevos y antiguos, no van a servir a la democratización sino que explorarán cómo servirse de la democracia. España es el país del mundo donde más fácil es hacerse rico rápidamente. Lo proclama el ministro de Economía Carlos Solchaga. Más que produciendo, invirtiendo. Más que con la industria, con las finanzas. No se trata de ser más competitivos. Es un buen momento para forrarse. Muchos lo intentan. Algunos acabarán mal. Otros ganarán. Así se pudre el felipismo. (...)
El diario El Mundo había empezado a publicarse en 1989, exactamente el mismo día pero un año antes que El Observador. Su propósito era cubrir un espacio vacío del cuarto poder español: un medio de papel, potente, ambicioso y moderno, que a través de la información asediase al felipismo, ya en fase declinante. La estrategia de Ramírez era cuestionar el poder establecido para ganar influencia y ejercerla. Ser poder. Personas y sectores con información y voluntad de impugnar el orden eran aliados potenciales en su afán de intervención en la vida pública. En Cataluña el orden era el pujolismo y un potencial aliado de El Mundo podía ser Quintà. Tiene cuarenta y siete años. Pedro J. lo nombra delegado en 1991. Delegado para crear una delegación. La vida no es una novela, pero en la biografía de Quintà se repiten los episodios. Primero como éxito, luego como fracaso. Él había sido el primer delegado de El País en Cataluña, entre 1976 y 1982, y así consolidó un prestigio como el periodista mejor informado. Ahora le encargan que sea el delegado del periódico que quiere disputarle la hegemonía periodística al diario de Polanco. Pero como ocurrió con el espejo de El Observador, que se resquebrajó al reflejar el mito de TV3, otro espejo se le rompe. El que proyectaba su imagen en El País de la Transición. Quintà sigue demoliendo su propio mito. (...)
Su conversación podía ser la más interesante del país y ellos podían tener los mejores contactos con la elite del poder española. Pero eso no garantizaba el éxito político. Ni entonces ni nunca. Ese éxito tiene como primer fundamento el mito —el mito de ser un país normal— y alguien debe encarnarlo para que la comunidad lo viva como una esperanza genuina. Y ese magnetismo, como él vio desde muy pronto, Pujol lo tenía y ésa es la sustancia de un liderazgo. Y liderar políticamente a una sociedad implica conocer la naturaleza del hombre como parte de la sociedad y saber cómo dominarla para transformarla. Quintà lo intuye y, poco a poco, va sintiéndose una víctima cómplice del poder del pujolismo. Existe un sistema de poder que se regenera y él quiere conocerlo, entrar dentro de él, porque necesita destruirlo. El mito lo neurotiza. Su padre ha muerto y parece que transfiere a Pujol el complejo nunca resuelto. Durante años es incapaz de escribir sobre él, como si fuera un tabú. Lo reprime, lo desnorta y lo obsesiona. (...)