Aunque todos, sin excepción, son recomendables, me ha resultado especialmente interesante el último libro de Elena Román, ¿Qué hacer con Freud además de matar a Freud?. Y eso que, a estas alturas, después de 17, ojo, 17 libros publicados y tantos y tantos premios* parecía difícil que consiguiera seguir sorprendiéndonos así, como si tal cosa. Sin embargo, sin duda, en este caso lo logra desde el principio y hasta el final, si es que alguna vez se llega al final de un libro tan inagotable como el subsconciente (y las teorías, inagotables y agotadoras, que lo abordan).
*Entre los galardones recibidos destacamos el XXXV Certamen de poesía Manuel Garrido
Chamorro, XXX Certamen de poesía Ángel
Martínez Baigorri, VI Premio de
narrativa de Ediciones Oblicuas, XIII
Concurso de cuento infantil Ciudad de
Marbella, VIII Premio de poesía Luis
López Anglada, XXVII
Certamen Internacional de Poesía Barcarola,
Premio de poesía Iparragirre Saria
2011, IV Premio de novela corta Ciudad de
Noega, III Premio Internacional de poesía Blas de Otero–Villa de Bilbao,
XXV Certamen de poesía Villa de
Peligros, XX Certamen de relato
corto Ategua, XIV Certamen de poesía María del Villar, XVII Premio de poesía Elvira Castañón, V Certamen de relatos Luis del Val, XIV y XVI Certamen de poesía Villa de Pasaia, y
V Certamen de poesía Nené
Losada Rico. Ha sido finalista de Premios de poesía como el
Ciudad de Melilla (en tres ocasiones), Ciudad de Badajoz (en dos), Loewe, Ciudad de
Torrevieja, Dionisia García, Nicolás del Hierro, Ciudad de San Fernando y Ciudad de Mérida-Martín Romero... A estas alturas entenderán, por envidia (in)sana y necesidad de espacio, el cambio del tamaño de letra...
En esta ocasión logra llamar la atención (porque la calidad literaria, de nuevo, a estas alturas, se da más que por sentada) reuniendo una antología onírica de un periodo especialmente prolífico en sueños "enmarañados": el que va desde finales de 2015 a finales de 2016, posiblemente motivados por haber dejado el tabaco (desde aquí, nuestra enhorabuena). Así resume el proyecto nuestra soñadora: "para que me dé por perdida el psicoanálisis, prefiero seguir perdiéndome por la poesía".
Dejo a continuación una breve selección de un libro fascinante al completo: auténtico sueño hecho realidad, en sentido literal y figurado, para el lector más exigente.
Ana me ve mirando sus botes
y me enseña lo que guarda tras ellos:
una pequeña tabla sobre la que hay
una maqueta compuesta
por un pozo en un lado
y unas viviendas en otro
(no pueden estar juntos porque,
según dice, están enfadados).
Me pregunto si no será en breve
el cumpleaños de alguien
para regalarle la tabla,
pero al sostenerla
se me rompe en pedacitos
y la vuelvo a dejar en su sitio.
Vamos a un restaurante chino
donde ponen rock duro
y descalzarse es opcional.
Cambiamos de mesa
una y otra vez
y eso equivale a comer.
Cuando cojo mi chaqueta del perchero
para irnos,
un chico me dice guapa
y otro asegura que me conoce.
Voy a rascarme un ojo
y descubro que llevo gafas… ¿por qué,
si siempre salgo con lentillas?
Le digo a Ana que mi ginecóloga le caería bien
porque me ha recetado
aceite de onagra.
YA NO ES
Una mujer inglesa de mediana edad
me para en una calle toledana.
Me pregunta si hay cerca alguna academia.
Le respondo que, si se refiere a una academia de idiomas,
no hay ninguna por aquí y sí, a eso se refiere,
pero ya no es ella. Ahora es una conocida
que me explica que la han contratado
y necesita dar clases.
¿Dónde te han contratado? –le pregunto.
Es que en la zona de abajo
sí hay academias –le explico–, pero no aquí arriba,
y si te han contratado abajo podrías mirar allí.
Dejamos la conversación y seguimos andando.
Entramos en unas termas, bajamos unos escalones
y ya no es ella. Ahora es un hombre con gafas
y no vamos andando sino en coche.
Es el dueño de las termas o trabaja ahí,
porque le dejan pasar con el coche,
bajar otros escalones y aparcar en los servicios,
habiendo un portón por el que podría salir
y dejar el coche fuera.
Y no, ya no es él: ahora es un hombre con perilla
y no hay rastro de su coche en los servicios,
donde, en su lugar, hay cuatro camas.
Duerme junto a mí. Al otro lado están una mujer y un niño.
Extiendo la mano hacia él para comprobar si está ahí.
Habla alto, canta, se mueve mucho en la cama
y empieza a besarme
retirando lentamente las mantas.
Justo entonces el niño le dice
que su madre se ha cortado un dedo.
Ella nos enseña su mano ensangrentada
y pide al hombre que le acompañe al lavabo.
Él le dice que sí, que irá,
y no va.
GRABACIONES Y FOTOCOPIAS
Son las once de la noche y mi hermana me pide
que baje a la calle con ella y con mi sobrino
porque suenan cerca grabaciones ilegales.
Mi hermana toca algo entre dos coches
y escuchamos, en la voz de una anciana,
un discurso militar o eclesiástico.
Sólo la escuchamos, porque se ha vuelto todo tan oscuro
que echamos a andar despacito
sin saber qué nos espera delante y qué dejamos atrás.
Vuelve la luz. Queda otra grabación por desactivar,
han desaparecido mi hermana y mi sobrino
y estoy en una especie de nave convertida en oficina
donde tengo que hacer unas fotocopias.
Un antiguo compañero de trabajo, al decirle
que no conozco el funcionamiento de esa impresora
porque la compraron cuando ya me había marchado,
me explica el sistema para sacar correctamente
una copia por ambas caras: se arranca un botón de la camisa,
lo coloca en el tablero de mandos, y se saca de un bolsillo
la boca y mandíbula de una mujer.
Mira, tienes que clavar el bolígrafo en perpendicular
aquí en la lengua –dice, hundiéndolo en la mandíbula muerta–
para que la boca no se pueda cerrar.
Le agradezco que me haya enseñado el truco
pero la fotocopia sigue sin salir y por poco no esquivo
el puñetazo de un hombre que ha comenzado, a mi lado,
a boxear contra el vacío.
HACIA ATRÁS VUELO Y ME ENAMORO
Hablo con aquel hombre grande
que era amigo del hombre a quien amé
durante más de un lustro
y me confiesa que ya no está con aquella novia
que era tan grande como él.
Hablo con él y me enamoro,
como en todos los sueños,
porque tiene una sonrisa que
rompe la voluntad y los tejidos,
pues estamos desnudos el uno frente al otro
preguntándonos por dónde empezamos
y acabamos, por lo visto,
y es que ahora estoy
en la recepción de un hotel
en cuyo patio va a comenzar una fiesta:
analizo la orientación del sol
para saber dónde no debo ponerme.
Ando por la calle con Eva
y le cuento que el otro día vi a una amiga suya.
Hace aire, un aire muy agradable,
un aire con el que me elevo y vuelo
como si estuviera sentada en una silla sin silla,
vuelo sentada y hacia atrás
y veo desde arriba a Eva, y también a Ana,
y las tres charlamos como si nada
en dos alturas diferentes.
Les digo que eso de volar no es que sea habitual en mí
pero que tampoco es tan raro, que a veces lo hago,
que en mis sueños de antes lo hacía muchísimo
y ellas me dicen que sí, que sí, que sí…
que lo saben y que, por piedad,
no me repita tanto.
De nuevo estoy en la recepción del hotel
y paso al patio donde ya ha empezado la fiesta.
Aunque, en general, la gente va muy arreglada,
conozco a un hombre que lleva una camisa hawaiana
y que, a pesar de eso, me resulta tan atractivo
que no puedo dejar de oler su boca y su pecho
y hablo con él y me enamoro…
como en todos los sueños.
¿Qué hacer con Freud además de matar a Freud?
Elena Román.
Ediciones Liliputienses, 2017
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