FRÜHROMANTIK UND IKEA
Debería aprender alemán para pensar mejor en estas cosas,
pero no es fácil.
El universo habita en mí, soy tremendo e inasible,
me alimento de bollería industrial
y siempre recito los Himnos a la noche de Novalis
antes de acostarme. Soy muy estricto en esto.
Qué le vamos a hacer, soy un romántico.
No creo en Dios ni en los bífidus activos, sólo en Lord Byron,
Schlegel, Wordsworth, en las pinturas de Friedrich
y en el catálogo de Ikea de 2006.
La belleza es mi religión e Ikea me la ofrece embalada en paquetes planos
y con las instrucciones necesarias.
Comprar en Ikea es un modo poético de vida,
una manera inacabada de mirar el mundo, de comprenderlo.
Gracias a Ikea mi apartamento es un microcosmos universal y progresivo.
Un paraíso engendrado a base de ladrillos y pintura plástica.
Todo lo que hay en él constituye una imagen de mí mismo,
me ayuda a conocerme, a aceptarme, a ser mejor persona.
Todo es fruto del juego y del misterio.
La alfombra Persik Belutch anudada a mano,
pone mis pies en contacto con verdades absolutas, más allá de la razón
o los productos congelados.
Cada vez que me siento a ver la tele en el sofá Karforms
tapizado en piel Fräsig marrón oscuro, mi columna vertebral
profundiza en algo secreto y primigenio.
Noto una reestructuración de mis moléculas,
el principio de incertidumbre de Heisenberg, no sé, algo
que está bajo la piel o entre los dedos.
El tacto de las fundas de cojín Fenja Rand
me revela texturas imperfectas, desconocidas,
aprecio la densidad de las paredes,
descubro grietas en mis manos, en el techo.
Los estores Setaria difuminan la luz y los sonidos
y me permiten recuperar la armonía con la Naturaleza.
Se venden en beige, azul oscuro, blanco, verde pistacho, rojo y fucsia.
La lámpara de pie Antífoni, junto al sofá,
ilumina mis cavidades más íntimas y hostiles.
Esto es lo bello.
Aquí.
Ahora.
El infinito.
Creo en el catálogo de Ikea como en el fragmento 116 de Athenäum.
Hay que romantizar la vida, hay que beber mucho vino, hay que brindar.
Las copas de vino tinto Rättvik, de soplado artesanal,
encierran símbolos y alegorías.
Nada de esto es útil, funcional, ineludible.
No se trata de lo que uno necesita para vivir.
Estoy hablando de poesía. ¿No lo entendéis?
Ikea es poesía de calidad a precios asequibles.
Aquí puedo ser yo,
me reconozco en cada maceta, jarra o paño de cocina.
La vida es un catálogo de Ikea.
Sus diseños se corresponden con mis impulsos más sublimes.
Es una nueva mitología de la decoración de interiores, de lo pequeño,
ilimitada y libre. No hace falta nada más.
Me preparo un café en la taza Trivsel
de acero inoxidable y plástico. Cierro la puerta con llave.
Ahí os quedáis,
hijos de puta.
Poema incluido en la antología ¿Por qué hay un plato que gira dentro del microondas?, publicado por Ediciones Liliputienses y cuyo prólogo, que hicimos entre Víctor Martín Iglesias y yo, pueden leer completo aquí.
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