Looking up at the stars, I know quite wellMe he descubierto tantas veces siendo yo el que más ama,
That, for all they care, I can go to hell
W. H. Auden
atravesado de alfileres sobre un corcho olvidado
junto a fotografías tomadas en ciudades remotas,
vértebras del esqueleto del mundo
donde amanecíamos radiantes
o durmiendo al raso bajo una rodaja de luz,
que ya puedo calibrar mi dolor
con la precisión de un alquimista.
Sé de lo que hablo: desprender la horquilla
y provocar tormentas eléctricas,
caminar en paralelo por la vía del tren
y patear los dos la misma lata,
desplazando la vida siempre hacia delante,
prestar mi camiseta para que duerma
con el logo de Nirvana arqueado sobre el pecho
y sangrarnos las encías sobre la pulpa de una manzana.
Hacer un fundido en negro en mi vida
y aparecer sonriente unos meses más tarde,
saludarla al descuido: hola, cómo te va,
y decir te equivocaste, sí te equivocaste,
aunque sepas que es mentira
y seas tú quien duerme hecho un ovillo,
mientras volteas de nuevo las fotografías
y acumulas recuerdos en un cajón apartado.
(Nirvana)
Consumido un tercio de mi vida,
el hígado mediado en su declive
y los pulmones encharcados,
una gota de aceite simula un arco iris,
no hallo nada que justifique tanto esfuerzo,
este devanar de sesos por unas pocas metáforas,
ni una figura sosteniendo una taza de café
ni un perro tendido frente a la hoguera.
Sólo una espiral, círculos concéntricos
alejados de un punto en el que fuimos,
arrogantes como una hermosa tormenta de verano,
jóvenes, anarkos y bellos,
aspas al viento en un cruce de caminos
esparciendo sobre el orbe infinitos fractales,
ruedas dentadas de un engranaje perfecto,
para sembrar los brotes de un mundo nuevo.
Nada permanece, la ciudad es oscura,
el firme estéril y no arraiga la simiente,
mis versos germinan entre la maleza,
pero quién se nutre de un fruto amargo.
Cae el día, una pulpa morada disipa las brumas
y propala tras las ventanas la comedia de la vida,
escenas bárbaras de un libreto perdido,
sólo soy un hombre que piensa en imágenes.
(La Edad de Oro)
Yo nací –¡respetadme!– con el cine.Rafael AlbertiNow you do what they told ya.RATMRespetadme,
fui un adolescente en los noventa,
nuestra religión era la música,
acampábamos en el margen de un río
y bailábamos como fuegos fatuos hasta el alba.
Ellas
vestían jerséis anchos,
ocultaban los puños en el interior de sus mangas
y se zarandeaban como sauces al viento:
sólo si estuviste ahí sabrás que algunas eran tan hermosas
que tu corazón doblaba sin consuelo durante horas.
Aún
percibo el flamear de sus crines
y cómo aullábamos sedientos en la orilla,
pero ese mundo ya no existe,
confié mis recuerdos a robustas carcasas
y frágiles memorias de ocho bits
que han evaporado buena parte de ellos.
Nos
bañábamos entre carrizos y espigas,
los caños manaban torrenciales
y hundíamos los tobillos en el fango.
Sé que en el futuro nos tributarán honores de Estado
como al último soldado vivo de las Ardenas
o a los actores centenarios del cine mudo.
¿Recuerdas?
Nos desorientamos,
el ruido se tornó ensordecedor,
la droga cabía en la yema de tus dedos
y nos conectaron unos a otros
como en una baliza interminable.
Entonces comencé a escribir
y a cuestionar las normas,
las calles ardían por cualquier motivo
y ellas se alejaron irremediablemente hacia la nada.
Aman,
hoy, sus pequeñas vidas, sencillas, ordenadas,
los arroyos son grises y estancados,
¿quién querría volver a sumergirse en ellos?
Pero a veces la música nos salva,
tararean una melodía
y se balancean suavemente
como el brote de una espiga
prolongándose hacia la luz.
Algunos aceptamos la derrota,
sigo sin hacer lo que me dicen
ni escribir como debiera,
pero no voy a cambiar ahora.
(Fuegos fatuos)
Ya no es posible viajar a lugares remotos,
entendedme bien, no soy un aventurero,
hablo de encender el ordenador
y encontrar cartografiado
cualquier accidente geográfico:
el relieve de aquel albergue de montaña
donde el granizo maltrataba las tejas
o el desnivel de esa calle cerrada
donde nos refugiábamos al caer el día.
Ahora el mundo no muere en aquella esquina.
Hoy puedo ver los muros de tu casa,
que también fue la mía,
quién sabe si aún no estaremos dentro,
pero no puedo penetrar en ella,
ni en los rincones que habitamos.
Tal vez deslizando el cursor por la ventana
acceda de nuevo a aquellas vidas,
en la que era incapaz de separar nuestros libros
y tus latidos alteraban las señales de radiofrecuencia,
para trazar minucioso los mismos planos:
el edificio de enfrente mantendrá el andamio,
las obras del colector permanecerán inacabadas
y al anochecer, cuando invadas sonriente
mi lado de la cama, saldré a sabotearlas,
porque mientras duren
nada de esto habrá ocurrido.
(Google Maps)
El cielo y la nada.
Toni Quero.
XXXII Premio Tiflos de Poesía.
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