NUESTROS ERAN LOS BOSQUES
Al atardecer ya éramos otros
los que transitaban el sendero de antes.
Fue aquel pueblo isla primera
que abarcamos con los pies y con las dudas,
tras haberla sentido tanto
territorio hostil.
Extraviamos en el monte a las abuelas,
porque la libertad era perder
las horas vagando solos,
mientras tardos y seguros
como quejigo frente al aire, roble,
nos enderezábamos.
Se burlaban de nosotros aquellos
que amanecían entre osos pardos.
Pero estábamos aprendiendo a enfrentar
al animal que ladraba y respetaba
el refugio donde moría una niña;
en nosotros estaban creciendo
también los bosques.
Donde el ganado abreva hemos jugado,
nos hemos regado con su saliva;
hemos visto a los perros engancharse.
En el verano del noventa y ocho
empezamos a soñar los besos
que aún tardaríamos en dar,
mientras entreteníamos la boca
estallando higos,
y en ese gesto sensual estaban
las primeras ascuas de las brasas.
Los labios manchados de moras
delataban al ladrón de zarzas,
al que había tenido que herirse
para morder:
ahora existía el cuerpo.
No podría repetir ninguna de las frases
de aquel estío, pero sé
que renunciamos entonces
a las señas del campamento,
esperando descubrir las palabras
que nos abrieran otras puertas.
Autobús a Fermoselle.
Maribel Andrés Llamero.
XXXIV Premio de Poesía Hiperión.
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