Tal vez nací de rodillas,
nací tosiendo en el largo invierno,
nací esperando el beso de la piedad,
nací con cierta pasión por la rapidez
y así, cuando las cosas progresaron,
aprendí sobre la empalizada
y lo que se saca fuera, el gas de la enema.
Por dos o tres aprendí a no arrodillarme,
a no esperar, a plantar mis fuegos bajo tierra
donde no hay nadie a quien susurrarle o acostar a morir
excepto las muñecas, perfectas y terribles.
Ahora que escribí muchas palabras,
y revelé tantos amores, y para tantos,
y he sido enteramente lo que siempre fui –
una mujer de exceso, de fervor y ambición,
encuentro que el esfuerzo fue inútil.
¿Acaso en estos días
no miro al espejo y veo
a una rata ebria esquivarme los ojos?
¿No siento tan intenso el hambre
que moriría antes de mirarla a la cara?
Me arrodillo una vez más,
por si acaso la piedad llegase
justo a tiempo.
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