ARREBATOS ALÍRICOS

Me fui sobreviviendo como pude

(José Luis Piquero)


miércoles, 5 de octubre de 2016

La vida del padre


Anteriormente, he traído a este blog algunos poemas brutales sobre la relación padre-hijo, como esta bestialidad de Juan Bonilla o este otro de Gsús Bonilla (for the record: NO son, que se sepa, hermanos). Además, acabo de hacerme con Mi padre, el rey, de este último y Carta al padre de Jesús Aguado, y, entre lo que he leído y lo que me han contado, tengo la certeza de que ambas lecturas serán provechosas. Incluso, al percatarme de lo fecunda que puede ser la reflexión ante el cadáver del progenitor, especialmente si se ha mantenido una relación difícil (como la que encabeza esta selección de citas de Plataforma, de Houellebecq) o si éste tenía un carácter duro, débil o contradictorio, llegué a plantearme usar como etiqueta "La muerte del padre" para juntar pequeñas y grandes obras maestras en torno a este leit-motiv tan impactante como productivo. El nombre, evidentemente, es un guiño al primer tomo de Mi lucha, de Karl Ove Knausgard, de donde rescato este fragmento:
Ahora veía su cuerpo sin vida. Y no había diferencia entre lo que una vez fuera mi padre y la mesa en la que ahora yacía o entre el suelo bajo la mesa o entre la toma eléctrica bajo la ventana o entre el cable que llegaba hasta la lámpara justo a su lado. El ser humano es meramente una forma entre muchas que el mundo produce una y otra vez no solo en lo vivo sino también en lo inerte, en arena, piedra y agua. Y la muerte, que siempre consideré como la mayor dimensión de la vida, oscura, absorbente no era más que un conducto del que brota una fuga, una rama que se parte por el viento, una chaqueta que resbala de una percha y cae al suelo.
Puede que todavía, si me lo permiten las clases, las carreteras infinitas y la vida alrededor, haga esa extraña (y morbosa) antología bloguera, porque es un tema que me interesa literariamente... a pesar de resultarme muy lejano personalmente. Y es que, desafortunadamente para mi carrera de escritor atormentado, mi padre ha sido siempre una persona espléndida, simpática, generosa y amable con la que jamás he tenido ningún problema digno de recordar (ni, que yo sepa, lo ha tenido nadie). O, para resumirlo parafraseando a Machado, ha sido, es y será (o mucho tendrán que torcerse las cosa para que no siga siendo) "en el buen sentido de la palabra, bueno".

Por tanto, me temo que ya ha cumplido con su mayor aportación a mi carrera "literaria" (si obviamos, por supuesto, haberme enseñado la habilidad y la costumbre de leer y haberme recomendado decenas de libros), que tiene pinta de quedarse en la magistral cita que pronunció sin darse cuenta (y de la que hoy, sin razón, reniega): "Siempre habrá un bar cerca", que pueden encontrar como epígrafe del poema "Primeras nupcias" de Diario de un puretas recién casado, accesible en este enlace).

Y es que escribir sobre la felicidad, especialmente si es la propia, admitámoslo, está mal considerado literariamente.
Yo, como soy una veleta sin principios, puede que, incluso llegue a borrar esta entrada tan sentida, cursi, ñoña, sincera. Pero hoy que mi padre cumple 74 añazos más vivo que nunca y sé, literaria, familiar y personalmente lo que supone eso, quería que estuviera aquí. Qué menos, copón.

2 comentarios:

  1. Otro libro que te encantaría (creo) es 'La vida desatada', de Miguel Ángel Velasco, dedicado todo él a la memoria de su padre y a la relación difícil con él y con su recuerdo.

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  2. Muchas gracias por la recomendación, Alejandro. Apuntado.
    Supongo que pronto traeré algo a este blog.

    Un abrazo, grande.

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