ARREBATOS ALÍRICOS

Me fui sobreviviendo como pude

(José Luis Piquero)


miércoles, 23 de diciembre de 2015

Nací para poeta o para muerto (un poema de Gloria Fuertes)

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Nací para poeta o para muerto,
escogí lo difícil
—supervivo de todos los naufragios—,
y sigo con mis versos,
vivita y coleando.
Nací para puta o payaso,
escogí lo difícil
—hacer reír a los clientes desahuciados—,
y sigo con mis trucos,
sacando una paloma del refajo.
Nací para nada o soldado,
y escogí lo difícil
—no ser apenas nada en el tablado—,
y sigo entre fusiles y pistolas
sin mancharme las manos.
(Gloria Fuertes

sábado, 19 de diciembre de 2015

Recuerden y sonrían (Víctor Martín featuring Pablo Iglesias)


Para terminar, solo voy a pedirles dos cosas: la primera es que recuerden y lloren.
Que recuerden el patetismo, las miserias diarias, las derrotas humillantes, los pactos cobardes con la rutina y el enemigo.
Que recuerden su papel de partypoppers, que no olviden tampoco su papelón de cómplices con una sociedad injusta a la que posiblemente no podrían detener pero que, sin duda, les necesita para seguir aumentando la desigualdad, la mediocridad y la mentira.
Recuerden el alcohol, el fracaso y, valga la redundancia, la poesía.
Recuerden. No olviden.
La segunda cosa que les voy a pedir es que recuerden y sonrían. Que recuerden la ironía, el humor desesperado y divertidísimo, los chistes que no tienen ninguna gracia en el fondo pero sí muchísima en la superficie. 
 Que recuerden a Samuel Beckett, Ricardo Lezón, Irene Albert, Anatoli Karpov y las odas al amor efímero.
Recuerden y sonrían, porque suplicarán clemencia.
(Presentación de Suplicaréis clemencia
el segundo libro de Víctor Martín Iglesias.
Plasencia. 19/12/2015)


martes, 15 de diciembre de 2015

José Luis Piquero: MENSAJE A LOS ADOLESCENTES (Seguro azar III)

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Mensaje a los adolescentes
     Esto no debéis intentar repetirlo en casa, niños.

Niños, probad a hacerlo en casa
y sabréis lo que es bueno sin que os lo cuente nadie.
Recordad que no hay nada que vuestros padres puedan enseñaros.
Ellos no son vosotros.

Acostaos, bebed.
Hace siglos que están ocurriendo estas cosas
y nadie ha demostrado
que sean mucho peores que una guerra.
Existe un paraí­so tras esa raya blanca.

Cuanto hace daño y no hacéis,
niños, lo estáis cambiando por la serenidad.
¿Os han hablado de ella? ¿Sabe alguno a qué sabe?

Si ignoráis quiénes sois evitad el rodeo
de averiguarlo uniéndoos a los demás. Una plaza en el grupo
es un puesto en el mundo;
    ahora bien,
      niños,
que levante la mano el que quiera morirse siendo útil y sensato.
Tenéis razón: no es nada divertido.

Por lo demás, sé que no sois felices,
a lo mejor pensábais que todo el mundo os odia. Pues es cierto,
pero sobran motivos: sois jóvenes y estúpidos
y no tenéis derecho
a todo ese futuro que vais a malgastar (como nosotros).

Entonces, ¿estáis solos? Así­ es.

Aprended a ser libres, no esquivéis la mentira;
sabréis por experiencia que es más sólida que una verdad pactada.

Y sobre todo,
niños,
no creáis
que la vida merece la pena de vivirse
sólo porque lo juren desde siempre los peores cabrones.

(El fin de semana perdido.
José Luis Piquero.
DVD Ediciones.
-Posteriormente incluido también en 50 poemas
antología publicada por Ediciones de la Isla de Siltolá)

lunes, 14 de diciembre de 2015

Presentación de SUPLICARÉIS CLEMENCIA, el nuevo libro de Víctor Martín Iglesias


Este sábado se presenta en Plasencia un librazo de poesía impresionante: Suplicaréis clemencia, de Víctor Martín Iglesias.
El que tenga la suerte de estar por allí, que no se lo pierda (yo intentaré hablar poco).

domingo, 13 de diciembre de 2015

Cuestiones de buen gobierno (un poema de Fernando P. Fernández)

¿Cómo organizarnos bien la vida?
Habitación, regazo, instituciones.
¿Y es preciso hacerlo?

Ministerio del cuidado. Ministerio de la risa forzada.
Ministerio de las ganas de seguir, de la noticia y del
cansancio.
Ministerio de los accidentes
siempre que tenga lugar
entre dos puntos lejanos.
Ministerio de la contemplación
de las personas que pasan
al lado, de camino a la piscina y a los bares.
Ministerio de paciencia. De los rótulos.
Ministerio de la hormiga.
Ministerio del resuello de la hormiga.

Cargas familiares.
Fernando P. Fernández.
Ediciones de la Isla de Siltolá

martes, 8 de diciembre de 2015

Nihilismo (Lennon y Walter)

Ahora que se cumplen 35 años del asesinato de John Lennon recuerdo esta canción y el poema que escribí, en parte, inspirado por ella:



Nihilismo
Dirás lo que quieras sobre los principios del nacional-socialismo 
pero, al menos, es una doctrina.
Walter Sobchak 

I don´t believe in Beatles.
John Lennon

Descreo de creencias, héroes,
mitos y demás chorradas
(hace mucho que cambié los posters
por cuadros que ni siquiera me gustan).

No creo en Dios y menos creo
en el telediario. Me temo
que los Reyes son los padres.

Creo que tiene muy poquita clase
hablar de lucha de clases
a estas alturas, pero que es
completamente necesario.

No creo en el sistema, pero
sí creo que entre todos
podemos cambiarlo.

(Desconfío, por supuesto,
por sistema, de cuantos dicen
que van a hacerlo).

Creo apenas en la existencia
de la gravedad, las ventajas
de la tecnología, la fibra óptica,
la relatividad y el ABS.

Si te confieso la verdad, no creo
en la sinceridad (al menos,
en la mía) ni en la psicología,
pero sí en la psiquiatría
(al menos, te dan pastillas).

No creo en el calentamiento global.

Creo en la educación pública
y de calidad. O, bueno, creía.
Ahora, la verdad, solo creo
en buscarme la vida. No creo
en las matemáticas ni en la magia,
ni en los amores para siempre
o los años bisiestos. No espero
que este año, por fin, vayamos
a ganar la Liga ni que podamos
luchar por el tercer puesto.

No creo que exista una forma
decente de ganarse la vida.

No creo
que se ahorre nada con los cambios
horarios (no sé en qué consisten,
pero me parecen un engaño).

No creo en teorías de la conspiración.

Si te soy sincero, no creo
que existieran los dinosaurios.

No creo en la felicidad.

Espero un día, de repente,
encontrarme con que estoy bien
(que no es lo mismo). Creo en muy poquitas
cosas: a veces en ti, otras en mí
y la mayor parte del tiempo en ninguno.

Tal vez sea solo una mala racha
que ya dura demasiado. No sé.
Pero, últimamente, por no creer,
ya no creo ni en el nihilismo.

(La huida hacia delante.
Ediciones de la Isla de Siltolá)

P.D. Walter Sobchak es un personaje mítico de los hermanos Coen
y la cita pertenece a El gran Lebowski.

Diciembre (un poema de Alberto Tesán)

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DICIEMBRE
Como todo lo que amas y no te pertenece
Diciembre te ha besado con sus labios de niebla
Y juega con los versos que no osaste escribir
Por rabia o por temor a ser otro, uno más.
Diciembre es para ti un cuerpo conocido
Que no duerme a tu lado; historias de chiquillos,
Amantes inexpertos que palpaban la sombra
De un deseo que aún te conmueve como antes.
Con las primeras lluvias -¿recuerdas?- os dijisteis
Hasta siempre y los meses pasaron cadenciosos,
Y con ellos la vida. Después de tanto frío,
Después de tanta espera, el recuerdo te quema
Por dentro como un cáncer que ardiera en tus entrañas.
Ha llegado diciembre para toserte al oído
Que lo mejor hubiese sido escribir los versos
Que no escribiste nunca, o no haberla dejado.
Escapar, o volarte la tapa de los sesos.

(El mismo hombre
Alberto Tesán.
Pre-textos. 1996)

sábado, 5 de diciembre de 2015

Ana Llurba: en la soledad sin fin de la vida adulta

ESTE ES EL MOMENTO EXACTO EN QUE EL TIEMPO EMPIEZA A CORRER


(Ana Llurba.
Ediciones de la Isla de Siltolá.
I Premio de Poesía Joven Antonio Colinas)

El I Premio del I Certamen de Poesía Joven Antonio Colinas es un libro breve y brillante, de apenas 24 poemas divididos en tres epígrafes de nueve, ocho y siete textos cada uno.

En ellos, da tiempo más que de sobra para darse cuenta de que estamos ante una voz propia, cultua, posmoderna, femenina, con ternura y mala leche que ha leído mucho y sabe perfectamente lo que quiere decir (y callar). Ana Llurba es también editora de Honolulú Books, donde ha ido publicando a autores interesantes como María Yuste mientras ella, se nota, iba escribiendo, sin prisa, y corrigiendo, sin pausa, un poemario inicial y maduro que nos deja tan satisfechos como con ganas de más. Pero llega el momento de centrarse en el libro:
El primer apartado se llama “Un dios salvaje” y va encabezado por una cita de Ingeborg Bachmann que ya advierte de cierta aspereza profunda que, por suerte, se introduce con tanta suavidad desesperada como la de estos versos de acero y vaselina:

(...)No conocer casi nada se parece a saberlo todo
una nueva religión nace
de la nave de mis costillas
con un hombre de dios salvaje
y la piel del mar durmiente
lo arrastra hacia la orilla
como la ignorancia
en su eterno tránsito a la experiencia

También merece ser destacado el poema “Volver al futuro”, con ese guiño freak a Marty McFly. de cuya epopeya futurista se acaban de cumplir treinta años, justamente la barrera que, ya traspasada pero nunca superada, parece obsesionar a Ana Llurba tanto como nos obsesionó a todos:
una vez viajé al pasado
para evitar que mis padres se conocieran
y en una fiesta californiana
le di besos con lengua a mi madre
(...)
yo quería anidar en su cerebro
así ella dejaría de ser solo mi madre
para convertirse en una célebre poeta lesbiana
con ojos color fiebre, belleza convulsa
y una fragilidad disfrazada con excéntricas puestas en escena

Pero si hay un poema especialmente generacional, ya desde el mismo título es “El espíritu de mi época” y la autora logra la identificación de todos los adolestreintañeros escribiéndolo exclusivamente en una primera persona del singular que, quizá, somos todos sin ser nadie:

un testigo de lo que sucede
cuando no sucede nada
y nada
no es la muerte
oscura y gloriosa
separación del cuerpo y el alma
sino el desencanto
esa medalla romántica que ahora habita
en sus ojos.

Ese ansia de adscripción, de identificación en un grupo se mantiene en el poema "Ahora" (éramos un puñado de gente dispersa/ después de una batalla perdida/ gesticulábamos nuestra incomprensión/ ante las desventras de este mundo/(...)y hasta nos inventábamos excusas de una manera tan funcional/ que en el Tercer Reich se hubiera considerado artística) y su fracaso queda finalmente asumido en el poema que cierra esta parte, “Cosas que no me importaría olvidar”:

porque sé que ya no soy joven
y por eso he aprendido
que de todas mis actitudes de vanidad y autocomplacencia
como apoltronarme en este sillón de bambú
o convertirme en una experta en la genealogía de las casas reales
simular que no conozco el final
de esas naturalezas muertas con libros 
es lo mismo que esconder
estas delgadas placas córneas
situadas en las extremidades de los animales vertebrados



El autoanálisis del yo, entre cínico y circunspecto, y la asunción del fracaso de encontrarse en la alteridad conducen a la segunda parte del libro, “Teorías de la catástrofe”, que es una resituación en el campo de batalla que supone el mundo y, de nuevo, un catálago de fracasos acumulados, a saber: la falta de pareja estable (“Matrimonio), la no-maternidad (“Introducción al conocimiento a través de la observación de bebés”), la constatación de la existencia de trampas ocultas en la ruina de la rutina (“Conversaciones sobre el tiempo”)... Finalmente, toca hacer balance en “Nuevos reflejos”:

comprendí que no se me pedía otra cosa que adaptarme
a un ritual que ahora me parece hasta humano:
soltera, de novia, casada, viuda o divorciada
así fue como descubrí mi obsesión
por el entrenamiento de las niñas, los boxeadores
y sus estados civiles

Por último, el tercer y definitivo epígrafe, llamado “Una historia personal del miedo”, se abre paso mostrando, como todas las buenas historias, una realidad universal. Aquí parece retomarse la intención más lúdica, pop e irónicamente desesperada del principio, como preparándonos para un aterrizaje suave que nos permita reflexionar con más tranquilidad sobre la caída definitiva e irreversible. Así lo vemos en "Piscinas vacías": (me compraré una camiseta con Jesucristo/ montado en un diplodocus sin dientes/ el abismo de su boca vacía/ al igual que esta piscina abandonada/ es una tumba abierta/ en el fondo de la casa de mi madre/ bostezando la fecha exacta/ del fin del mundo). En “Siesta milenaria (cuando era chica no me gustaba irme a la cama/le tenía demasiado pánico/a la siesta milenaria de la muerte/en cambio ahora mantengo largas conversaciones/malhumorada conmigo misma/para no despertarme nunca a altas horas de la madrugada). O en "Sobrenatural": a veces me pregunto qué pasaría/si me dejara llevar/si me caer en esa oscuridad/donde desembocan los puntitos grises de la pantalla.

Pero, sobre todo, en “Mi vida sin mí”: mientras yo escucho cedés de autoestima/ y olas de mar/ me ajusto el camisón/ con un hilito de piel muerta/ el mismo que nos ata/ a este cuarto de humedades/ en la soledad sin fin/ de la vida adulta.

En definitiva, un Premio de Poesía (no tan) Joven que retrata el tránsito de dejar de serlo con varias piruetas más o menos bruscas y culmina en un aterrizaje suave, profesional y controlado pero que no deja de ser una maniobra forzada y de emergencia al pozo de los treinta y tantos.
En cualquier caso, merece (mucho) la pena el viaje.

Oliendo a chamusquina (un poema de Antonio Orihuela)


OLIENDO A CHAMUSQUINA

Pienso en el número de ricos que hay en España,
no llegan a noventa mil, dicen los periódicos,
sin embargo, cómo es posible que noventa mil personas
sean capaces de convencer a once millones
para que voten por el PP
y a siete millones para que voten por el PSOE.

Cómo es posible que noventa mil personas
sean capaces de convencer a cuarenta y seis millones
que deben trabajar más por menos dinero,
que deben renunciar a la educación, la pensión
y a la sanidad,
que deben pagar impuestos que los ricos nunca pagarán.

No dejo de darle vueltas, de buscar una explicación,
sí, es cierto que vemos cuatro horas diarias de televisión,
que nuestros únicos intereses son el piso,
el coche y los electrodomésticos,
que vivimos en un estercolero mental y moral,
que la gente vive de doblegarse a los poderosos
y engañar a los débiles,
que no tenemos ni una sola universidad
entre las ciento cincuenta mejores del mundo,
que ¼ de la población está en el paro
y esa misma cantidad solo se moviliza si ganan al fútbol,
que en este país las personas brillantes provocan recelos,
que la creatividad y la independencia
son marginadas y sancionadas,
que hay miles de jóvenes buscando una plaza en GH
o en Operación Triunfo.

La verdad no necesita mártires, es cierto,
está ahí, no hace falta que nadie la defienda,
no valen excusas, no permanece opacada por la televisión,
cualquiera que quiera la verdad
no tiene que ir muy lejos para encontrarla
a lo mejor por eso nadie se mueve.

Sí, parece que esto es lo que hay,
aunque no por eso uno tiene que aceptar que
el retrato robot de la sociedad española
esté hecho de jerarquía, autoridad y docilidad.

Si hay alguna crisis
es, desde luego, la de los mansos

y me temo que no van a heredar la tierra.

Antonio Orihuela. 
El amor en los tiempos del despido libre. 
Ed. Amargord, 2014

jueves, 3 de diciembre de 2015

Cantando de mierda hasta el cuello: "Suplicaréis clemencia" de Víctor Martín Iglesias


Suplicaréis clemencia es el segundo libro de Víctor Martín Iglesias tras el nada primerizo Cómo hemos llegado a esto. Llega, por tanto, después de cinco años de larga espera en los que el autor ha tenido tiempo de volver de Estados Unidos (donde había publicado su primera criaturita), conocer la precariedad laboral española, abandonar y regresar a la docencia, ver reeditado su libro de la mano del infatigable Chema Cumbreño con un prólogo de Álvaro Valverde, establecerse en Madrid, abrirse hueco en un par de revistas online, asistir a uno o dos millares de conciertos y, sobre todo, yendo a lo que nos importa, de escribir una magnífica continuación, publicada en Ediciones de la Isla de Siltolá.


Lógicamente, en el poemario encontramos bastante del Víctor Martín que nos presentara Ediciones Casavaria y nos refrescara Ediciones Liliputienses pero, además, Suplicaréis clemencia relata, sin piedad, con muchísimo más detalle y, sobre todo, muchísima más fuerza y acierto, el párrafo que les acabo de soltar hace un momento y muchas otras cosas que son difíciles de resumir o de explicar sin dejarse la garganta o las tripas en el intento. Por tanto, si en Cómo hemos llegado a esto encontrábamos una voz sorprendentemente madura para los 25 años que tenía nuestro protagonista cuando lo publicó (y los 22 o 23 que tenía cuando escribió la mayor parte), ahora nos topamos con una voz aún más sabia, más grave, más experta, más ronca, mejor. Incluso.


El libro se abre con dos citas clarificadoras: la primera condensa perfectamente las dos fuerzas que vertebrarán la actitud del yo poético: “Sabía lo que no quería ser, pero nunca pensé que costara tanto”, de Ricardo Lezón. Anticipa, por tanto, una construcción del yo en la firme voluntad "fonollosiana" de no-ser, es decir, de renuncia a la sociedad, en parte por principios y en parte por la lógica rabia o el consabido hartazgo que conlleva vivir, tener conciencia y no estar absolutamente ciego. O quizá la no-renuncia llega por simple pereza. En cualquier caso, nos anuncia (atención, spoiler) que la crítica social será aguda, despiadada y constante.
Pensarán entonces que el poemario está condenado a un marcadísimo tono agrio, destinado a repartir estopa contra el mundo que nos rodea y a regodearse en el autofustigamiento masoquista. Y así sería y el libro sería muy bueno, muy duro y, sin duda, interesante pero, a la larga, repetitivo y quizás, al cabo, aburrido, de no ser porque, como han visto, la cita no acaba en manifiesto exacerbado, puño a destiempo en alto ni cóctel molótov vandálico, sino en una claudicación tan inteligente y deshonrosa como acaban siendo todas. Y es que este es un poemario sobre la rebeldía condenada al fracaso o, lo que es lo mismo, sobre la juventud perdida o la madurez autoconsciente. Es decir, ese proceso tan terrible vivido desde dentro y tan patético visto desde fuera de dejar de ser joven sin madurar en el intento.
Pero, como todos nuestros lectores sabrán o irán aprendiendo, los fracasos solo se pueden sobrellevar bajo tres premisas: con dinero, con alcohol o con humor. Por eso, la segunda cita es todavía más esclarecedora, ya que advierte de cuál será la otra atracción irrefrenable que impedirá al yo poético caer en la indigencia, el punk o el terrorismo: el esfuerzo y las consecuencias que conlleva esa renuncia, en muchísimas ocasiones condenada al fracaso y, por tanto, de nuevo, a la rabia o el desencanto pero, en esta ocasión, dirigido contra uno mismo. De este modo, apoyándose en Samuel Beckett, Víctor Martín nos recuerda que “Cuando uno está con la mierda hasta el cuello, ya solo le queda cantar” y nos advierte que, aunque desesperado, cruel e hiriente, el humor va a estar presente a lo largo de todo el poemario haciéndolo más variado, entretenido y, curiosamente, consiguiendo que el tono agrio que va y viene sea aun más efectivo. Si cabe.


Así, el primer poema es una andanada brutal contra un vosotros aparentemente despersonalizado y que en realidad somos todos, pero muy especialmente el yo que lo fustiga:

Debo confesar que me impresiona
vuestra capacidad para ir tirando,
capear el temporal y ser felices
con cuatro extremidades, cinco sentidos,
y aguantar ochenta y dos años de media.


Admito que quisiera tener vuestra solvencia
para coger el aire y expulsarlo
sin apenas daros cuenta,
y ese discurrir fluido y calmo
entre las cuatro estaciones de siempre.


Es verdad que envidio vuestra destreza
para abrir el paraguas cuando llueve
y el estoicismo con que esperáis
los medios de transporte en los andenes.


Con toda la humildad que me permite
el asco que me dais, quiero saber, de una vez,
cómo lo hacéis vosotros para no moriros de pena.


Después de este bofetón, el lector avanza tambaleándose hacia el siguiente poema sabiendo que no es bienvenido, que no le espera una lectura fácil ni un reflejo favocedor, sino la ira y el desprecio que, aunque no sabe qué ha hecho para ganarse, tiene la seguridad de merecer (y no hay reproche más doloroso que el que se sabe como cierto). Sin embargo, encuentra entonces un tono muy distinto, aparentemente amable, que parece aconsejar con, casi se diría cariño, un sencillo pero imposible manual de antiayuda:

Aprenderás palabras como ácido 
desoxirribonucleico, esternocleidomastoideo, 
así es como yo me entretengo,
pero sigamos, no quiero hablarte de mí,
quiero hablarte de esto.

Busca el vacío legal en las leyes.
Son, nada más son, te lo aseguro,
el relato de sus taras y prejuicios,
la prueba manifiesta por escrito
de algo que ya el tiempo te dirá:
no son trigo limpio.

Más allá de la música no hay nada,
es mejor que lo sepas cuanto antes.
Este mundo es triste y duele,
recomiendo subir bien el volumen.

Tendrás la sensación de que te engañan,
aquí dentro, junto al fuego,
la ignorancia reconforta, es tan extraño:
más incómodo estarás cuanto más sepas.

La verdad se la comieron los profetas,
el templo lo custodian sus soldados.

En fin, que solo puedo darte, amigo mío,
la receta de un antídoto inservible
que en algunas ocasiones me sirvió:
ríe como un cerdo, ama como un loco.


Pero Víctor Martín es un autor leído y letraherido que sabe que un tono de amenaza funciona mejor en segunda persona, especialmente en el poema que da título al libro:

Os he visto. Sé quiénes sois.
Observáis escaparates, conducís por la derecha,
respetáis los pasos de cebra.
Las tradiciones, el turno, las colas.
Acudís a la cita con el dentista,
pasáis la ITV cuando toca,
y si hay que renovar las ruedas
cada cuarenta o cincuenta mil kilómetros,
se renuevan.
(...)
Hace meses que tenéis las vacaciones planeadas.
Reservado el hotel y los billetes,
apalabrado un chófer.
Cerradas las ventanas, bajadas las persianas
(aunque no del todo) y bien echada la llave.

Tres. Cuatro vueltas.

La mejor ruta posible. Una batería de reserva.
Un vecino regará las flores,
alguien se ocupará del perro.
Se acumulará, es cierto, algo de polvo,
pero, salvo por eso,
todo estará perfecto a vuestra vuelta.

Os he visto. Sé quiénes sois
y solo quiero deciros que vosotros,
vosotros también,
suplicaréis clemencia.


Poco después el autor parece adoptar un tono más claudicante pero, principalmente, observamos en "Testigo de cargo" cómo el tono de amenaza, igual que sucediera con los reproches y los insultos, puede volverse en contra del ya bastante (aunque nunca suficientemente) castigado yo poético. Eso sí, dado que el narrador nunca será más que uno de nosotros, seguimos estando jodidos:

Un sujeto afirma haberte visto
caminando esta mañana por la playa.
Asegura que no hiciste
amago alguno de bañarte,
que dejaste atrás los bares del paseo
y no te detuviste a tomar nada.

Defiende que solo te guiaba
la sórdida intención de estar a solas.
Dice que caminaste sin medida,
que no hablaste con nadie,
sospecha (y ahora todos lo sospechan)
que estuviste solo y solo pensando:
dándole vueltas a la cabeza.

Y está dispuesto a testificar en tu contra.


Por suerte, como hemos dicho, el humor salva o, al menos, entretiene y, en este caso, llega justo a tiempo, primero en su vertiente más negra y después con un deje inconfundible a Nicanor Parra. Solo hay alguna interrupción esporádica, como la "Oda al amor efímero" o "XVIII", en una más que efectiva traca de chistes serios sin maldita la gracia. Verbigracia:
IX
Carlos Trujillo
—el Exiliado, el Gigante, el Poeta—
le envió una copia de mi primer libro
a su compatriota Gonzalo Rojas.

Poco tiempo después, este murió,
así que nunca supe
si llegó a leerlo o no,
si alcanzó siquiera a recibirlo.

Desde entonces,
me gusta pensar en mi libro
como en el gato de Schrödinger:
recibido y no recibido al mismo tiempo.

Leído y no leído.
Una singularidad cuántica que, de alguna manera,
me conecta con Gonzalo Rojas.

También me gusta pensar
que mi libro lo mató.

EL CICLO DE LA VIDA
Nacer, crecer,
cometer los mismos errores que la gente,
contratar a una latinoamericana que nos cuide, 
morir.





De aquí al final, quedan 10 poemas para que termine lo que podríamos considerar propiamente el libro. (Y digo “propiamente” porque Martín, igual que hiciera en Cómo hemos llegado a esto, ha incluido al final unos bonus tracks; en este caso compilados bajo el nombre de “Rarezas y Caras B). Son posiblemente los mejores poemas de un poemario con toda seguridad más que bueno y se abren con “Yo no soy yo”, una crónica, dividida en dos partes, de la expedición en busca de la propia identidad, tras cuyo fracaso queda el vacío del armisticio con la madurez sobrevenida, aceptada con humor amargo pero jamás asimilada:

Una parte de mí no ha terminado.
Y aún insiste en preguntarse
por qué remontan los salmones el río
o por qué todo gira y hacia dónde.

La otra está deseando
decir que los tomates
ya no saben igual
y que todo esto,
antes,era campo.


Al libro aún le queda tiempo, en estos estertores, de ofrecer “Anhedonia”, un poema generacional que pronto aparecerá, supongo en todos vuestros Instragrams, blogs y estados de Facebook, si es que lo permite la Ley Mordaza:

Vivir era esto:
procurarse ciertas calorías,
realizar, en ocasiones, la cópula.
Intentar que de esta rutina infecta
salga de vez en cuando algún poema.

Vivir era esto:
una batalla perdida contra el polvo,
Sísifo pagando facturas eternas.

Vivir era esto:
recorrer el camino que media
entre la joven promesa
y otro bala perdida.


Consigue en estos poemas finales condensar las dos fuerzas de las que hablábamos al principio, con un humor antisocial y amargo que resulta tan irónico y generacional como divertido y terrible. Es lo que encontramos en “Víctor Martín: Instrucciones de uso”, “El tapicero, señora” o en su identificación con la estética de los fracasos pop que despliega en el poema XXVI y que culmina irreprochablemente con los versos que siguen:
(...) 
El accésit en el concurso de la vida.
El que cancela una vez hecha la reserva. 
El saltador que duda encaramado al trampolín. 
Soy el programa que no responde, 
eternamente dividido 
entre seguir esperando 
o cerrarse definitivamente.


Sin embargo, si algo había demostrado Víctor Martín en su anterior libro era su habilidad para despedirse. De nuevo, lo va a hacer con cuidado, insistencia y acierto en un falso final y una coda que formarían el broche perfecto del libro de no ser porque el libro continúa en unas "Rarezas y Caras B" que, como mandan los cánones del rock, parecen contener joyas ocultas o guiños cómplices destinados solo para los fans más acérrimos. Pero claro, ¿quién no va a ser fan a estas alturas? En resumen, no esperen a la reedición (que llegará) y háganse con un ejemplar cuanto antes: empezarán suplicando clemencia y acabarán pidiendo más. Por caridad.