ARREBATOS ALÍRICOS

Me fui sobreviviendo como pude

(José Luis Piquero)


sábado, 7 de mayo de 2022

VERDADES A LA CARA (PABLO IGLESIAS)

PRÓLOGO: Estas no son las memorias del fundador de Podemos ni las del exvicepresidente del Gobierno, aunque contiene elementos de ambas. Esa nunca fue la intención. Este libro es un testimonio: el de alguien plenamente convencido de haber sobrevivido, por poco, a un intento inédito de destrucción personal cuyos ejecutores no han ahorrado en recursos: desde el uso de medios de comunicación a la compra de voluntades o a la activación de células judiciales durmientes. Contra ellos se ha empleado uno de los recursos que suelen reservarse para las ocasiones importantes: las estructuras parapoliciales de las cloacas del Estado. «Lo que define a uno no son sus amigos, sino sus enemigos», resume, sin esconder su orgullo, el fundador de Podemos. (...) Si nos hacían lo que nos hacían era porque estábamos siendo capaces de llegar más lejos que nadie». La frase de Pablo Iglesias explica cómo logró afrontar el que ha sido, sin duda, el episodio más duro que ha vivido desde que lanzara Podemos en enero de 2014: el acoso sufrido durante meses en su propia casa, donde vive con su pareja y actual ministra de Iguadad, Irene Montero, y con los tres hijos de ambos. Los hechos son claros: día tras día, un grupo de ultras más o menos numeroso se apostó en la puerta de la residencia del entonces vicepresidente del Gobierno para insultarle a él, a su familia y a cualquiera que los visitara, prácticamente sin consecuencias. Solo las hubo cuando se traspasó la línea del atentado contra la autoridad o la toma de imágenes del interior de la vivienda. «Hubo impunidad durante mucho tiempo y no hubo ninguna solidaridad», sentencia. (...)

 «El acoso al que nos sometieron tenía un objetivo político muy claro, un mensaje mafioso: no te merece la pena a nivel personal. No te metas. No luches, no pelees. No defiendas lo que crees». Las decisiones en política nunca suelen responder a un único condicionante, pero no es descabellado pensar que otras circunstancias personales hubieran supuesto un escenario diferente. Es imposible disociar el desarrollo del primer Gobierno de coalición de España en ocho décadas de los sucesos de Galapagar porque tampoco fueron hechos aislados, sino la consecuencia de un proceso que arrancó mucho antes, inmediatamente después de que Podemos rozara los 1,3 millones de votos en las elecciones europeas de 2014. Pablo Iglesias se convirtió en el enemigo a batir para una parte del Estado que considera ilegítimas, no tanto las aspiraciones del espacio político armado alrededor del partido —que no son novedosas y, de hecho, muchas de ellas ya se han puesto en práctica en España—, como su vocación de acceder a los resortes de poder a los que les daba derecho el nada desdeñable apoyo popular logrado. 

El acoso que sufrimos en casa Irene y yo empezó el 6 de marzo de 2020, apenas dos meses después de haber prometido nuestros cargos en el primer Gobierno de coalición que se formaba en España en décadas. Aquel día se concentraron frente a nuestra casa unos policías nacionales de Jusapol con una excusa impresentable: la equiparación salarial. Decían que, como allí vivía la ministra de Igualdad y ellos reclaman la igualdad con la Ertzaintza y los Mossos d’Esquadra, tenían derecho a concentrarse en nuestra puerta a apenas cuarenta y ocho horas del Día de la Mujer. Una excusa totalmente absurda que dejaba bien claro el sesgo ultraderechista de Jusapol. Además, como recordaron algunos medios, desde octubre de 2018 hasta noviembre de 2020, el Gobierno —primero con el PSOE en solitario y, después, con nosotros— aprobó tres tramos de incremento salarial que supusieron una subida media del 20% en sus nóminas. (...)

En un primer momento, no pensamos que nada de aquello se fuera a repetir, ni mucho menos a alargar. De hecho, lo que nos ocurrió a nosotros no se hubiera consentido nunca con ningún miembro de ningún Gobierno antes. Si hubiera habido concentraciones frente a la vivienda de cualquier ministro, habrían terminado en cuestión de minutos, eso lo sabemos todos. Y, por supuesto, jamás se habría permitido que se produjeran manifestaciones constantes durante meses frente a la vivienda de un miembro del Gobierno. Nunca, hasta que llegó Podemos. (...) Muchas veces me sacan el ejemplo de Soraya Sáenz de Santamaría, cuando la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) convocó un escrache frente a la casa de la entonces vicepresidenta primera del Gobierno en abril de 2013. Pero hay que recordar y recalcar que aquello duró solamente unas horas. La concentración se disolvió en minutos con una intervención policial contundente y, por supuesto, se abrió un procedimiento contra algunos de los manifestantes. Aquel proceso judicial finalmente se archivó después de casi un año. Pero la impunidad es facilitadora del acoso y, unas semanas después de la protesta de Jusapol, comenzó a concentrarse ante nuestra casa la ultraderecha civil. (...)

La consecuencia inmediata fue un cambio total en nuestro día a día en el ámbito personal: tuvimos que dejar de salir a pasear con los niños, no podíamos sacar a los perros ni ir al supermercado. Teníamos que pedir favores para hacer estas tareas sencillas, habituales, a las que casi no das importancia porque asumes que, en una democracia, nadie te va a impedir llevar una vida familiar normal. Prácticamente no podíamos hacer vida en el pueblo en el que vivimos, lo que volvió la situación cada vez más desagradable. Pero quienes más lo sufrieron, como es lógico, fueron los niños, que eran muy pequeños. El acoso llegó a un punto en el que había días en los que era difícil dormirlos por los gritos de fuera. Cuando entrábamos y salíamos, siempre había mucha gente, mucho alboroto. Una situación nada sana para unos niños que, lógicamente, percibían la alteración de sus padres. (...)

El acoso al que nos sometieron tenía un objetivo político muy claro, un mensaje casi mafioso: «No te merece la pena a nivel personal. No te metas. No luches, no pelees. No defiendas aquello en lo que crees». Me lo pregunté no pocas veces en esos meses: ¿Si hubiera sabido que me iban a hacer esto habría asumido las responsabilidades que asumí? La respuesta la tengo clara: no. Porque esto no le compensa ni le merece la pena a nadie. Es algo que te supera que escapa de tu control y que tensa muchísimo a tu familia. A mi padre, que arrastra enfermedades muy graves, lo persiguió Cake Minuesa por las calles de su ciudad llamándole terrorista; mi madre, cuando venía a estar con sus nietos, tenía que ver a esta gentuza en la puerta de casa actuando con total impunidad. Es algo que produce un estrés enorme y que tiene un efecto político muy eficaz: «No te metas en política; vamos a ir a por ti y no nos va a pasar nada». (...)

No solo es duro para los niños y para la familia: ver que tu pareja sufre es insoportable. Aunque estas situaciones unen, es tremendo ver a tu compañera sufrir y que ella te vea sufrir a ti, día tras día. No se lo deseo a nadie. Por suerte, el hecho de que los dos seamos militantes con muchos años de experiencia política nos ayudó a no perder la capacidad de razonar políticamente lo que estaba ocurriendo, comprender sus objetivos y evitar concederles esa victoria. (...)

Ser militantes nos ayudó a afrontarlo, tanto en lo personal como en lo político. Pero lo que estábamos viviendo, y que se prolongó durante meses, no tenía precedentes. Es cierto que los dos venimos de unas experiencias muy determinadas. En mi caso las aprendí también por vía familiar, por todo el compromiso que aprendí en casa. Pero hasta entonces en España se podía separar el ámbito familiar de la actividad política. Teníamos mucha experiencia militante, como digo, pero nunca habíamos vivido una situación que afectara tanto a un ámbito tan privado. Eso hay que vivirlo para saber lo que es. Uno puede afrontar experiencias políticas enormemente duras y, después, irse a descansar tranquilamente a su casa, pero lo que nos ocurrió a nosotros fue un antes y un después que se asentó en aspectos muy novedosos, como el papel de los medios de comunicación, gracias a los cuales cualquiera sabe dónde vivimos y dónde estamos en cada momento. Y esa es la clave: las televisiones contaron a toda España dónde estaba nuestra casa y mostraron con esmero todos los detalles de la vivienda durante días y días. (...)


También ha sido constante la deshumanización a la que nos han sometido los ultras. No utilizan insultos políticos para referirse a nosotros. A mí me llaman «chepudo» y «rata». Hay que tomárselo a risa, pero me duele que mis hijos tengan que vivir sabiendo que hay gente que, públicamente, llama a su padre «rata» y a su madre «puta». Es un clásico de la ultraderecha y de los medios de comunicación conservadores que son, como digo, la clave de lo que está ocurriendo. No hay que olvidar, insisto, que los primeros promotores de las concentraciones frente a nuestra vivienda eran periodistas. En concreto, fue la estrella de la Cope, Carlos Herrera, quien convocó una «romería» frente a mi casa pocos días después de que la compráramos, en 2018. Al final él no acudió, pero otros sí. Me pregunto cómo se sentiría Herrera si hubiera regularmente gente de izquierdas rodeando su casa para pedirle explicaciones. (...)

La diferencia fundamental es que el que iba a hacer un escrache a la casa de Soraya Sáenz de Santamaría o el que le decía algo a Cristina Cifuentes sabía que no le iban a permitir hacerlo. Era absoluta la conciencia de que el que lo hacía se la estaba jugando, de que le detendrían, le darían un palo y le caería un marrón considerable, porque ni la policía ni los jueces iban a permitir que eso se prolongara más allá de unos segundos. Con nosotros, por contra, hubo impunidad durante mucho tiempo y no hubo ninguna solidaridad, ni por parte de otros representantes políticos ni por parte de una prensa que, en buena medida, dijo que nos lo merecíamos. (...) "Siempre insisto en esto, pero es la clave de todo: el papel de los medios de comunicación de derechas es determinante en todo lo que tiene que ver con nuestro acoso porque es lo que leen, ven y escuchan muchos jueces, muchos policías y, en definitiva, mucha gente. Y el mensaje que han lanzado de forma sistemática sobre la ilegitimidad de que nosotros formáramos parte del Gobierno fue fundamental en el desarrollo de los acontecimientos. (...)

 

FERRERAS

Se lo he dicho a Antonio García Ferreras muchas veces: si los de Okdiario le hicieran lo mismo a tus hijos, tu amigo Inda y su gente no estarían en tu televisión. Y, cuando algunos compañeros de Unidas Podemos o de otros partidos me dicen que quizá no sea inteligente por mi parte criticar a alguien tan poderoso como Ferreras, no puedo dejar de responderles que si el protegido de Ferreras y Florentino Pérez hubiera hecho a sus hijos lo que le ha hecho a los míos, quizá no serían capaces de mantener el buen rollo que mantienen con el jefe de La Sexta. Uno de los éxitos de cierto tipo de periodismo ha sido usar su enorme poder para evitar una estrategia común de todos los referentes de la izquierda. El éxito de Ferreras, que es muy listo y además es un trabajador metódico, tiene que ver con su capacidad para tener amigos en todas partes y ser capaz de recompensarles. «Aléjate de Iglesias y La Sexta te tratará bien» ha sido un mensaje explícito de Ferreras a mucha gente de izquierdas. Creo que para cualquier observador un poco atento a las escaletas de sus programas lo que digo le resultará evidente. Y en lo que respecta a los tertulianos, ¿alguien piensa que cualquiera de los tertulianos de Ferreras, por rojo que sea, se puede permitir criticarlo? Para muchos, estar en una tertulia en La Sexta representa un complemento salarial imprescindible, además de prestigio e influencia. Así es el juego. (...) La Sexta es una televisión muy inteligente, porque es un canal para una audiencia de izquierdas con propietarios de derechas. Y juegan bien sus cartas: bas ver su papel durante las primarias del PSOE cuando enfrentaron a Susana Díaz y a Pedro Sánchez o, por ejemplo, en las elecciones de Madrid de mayo de 2021. La estructura de poder mediático está muy bien armada para los intereses conservadores. Ferreras, que es el más listo de todos, ha sido capaz de moverse allí como pez en el agua. Es amigo del expresidente Zapatero y, a la vez, uno de los hombres de Florentino Pérez. Ha logrado que su programa sea una referencia política ineludible, tejiendo alianzas que le han permitido eliminar a sus competidores. Que se lo pregunten a Jesús Cintora. (...) Pero nadie podrá esconder su pecado conocido más impresentable: ser amigo, colaborador y protector de Eduardo Inda. Luego puede decir que es socialdemócrata, sentirse como Bob Woodward desvelando el caso Watergate, pero en realidad es el chófer del narco que describía el periodista de ficción Will McAvoy en The Newsroom: «Si dejas a alguien mentir en tu programa, quizás no seas el traficante que vende droga, pero eres el conductor que le lleva en su coche». (...)

cualquiera de los bulos que se publican sobre mí fueran ciertos, aunque fuera mínimamente, habría alguna prueba. Alguna foto, algún vídeo. Algo. Pero en el fondo da un poco igual porque ese «algo habrá» que se genera es muy peligroso. Es enormemente sencillo construir un rumor sobre alguien. (...) 


Hace unos meses hablaba con Fernando Berlín y me decía que cómo espero que me trate bien Ferreras con las cosas que le he dicho en directo. Y tenía razón, ya lo sé. Pero no hay que regalar la legitimidad a quien no la merece. De Ferreras yo solo digo la verdad incluso cuando digo que en lo personal me cae muy bien. Pero después de nuestra experiencia de acoso, especialmente a los niños, hay que decirle que es amigo de Inda y que le protege. Decirle: «por muy amigo que digas que eres de Zapatero, por mucho que digas que eres socialdemócrata y no sé cuántas cosas más, la realidad es que eres una pieza más en el engranaje de las fake news y del periodismo basura. Dar la voz a Inda es ser su cómplice».

EL "NO ES NO" DE SÁNCHEZ

Sánchez hizo un movimiento inteligente cuando no aceptó esa gran coalición. Salvó a su partido y se salvó a sí mismo. Y es por lo que pasará a la historia. Lo curioso es que él no tomó esta decisión por razones ideológicas. Sánchez nunca ha representado la izquierda del PSOE ni ha sido un perfil que haya destacado por tener un proyecto político muy definido. No era el Oskar Lafontaine español. Había otros perfiles que habrían podido jugar ese papel, pero no era el caso de Sánchez. Incluso Edu Madina, que era la derecha del PSOE respecto a Sánchez, podría haber jugado a eso: creo que su personalidad se lo hubiera permitido. «Si Sánchez rechazó la alianza con el PP, lo hizo guiado por un agudo instinto de supervivencia política. No es que Pedro estuviera ideológicamente en contra de lo que planteaba la vieja guardia del partido; es decir, salvar al régimen aliándose con el PP. Simplemente era consciente de que eso era incompatible con ser una fuerza política que tuviese los resultados que pudieron mantener finalmente. Una vez quedó claro que no habría gran coalición, nuestras opciones de ser fuerza de Gobierno crecieron, aunque fuera en una posición subalterna respecto al PSOE. Eso acrecentó la cacería sin precedentes contra nosotros. (...)

Un observador extranjero podría pensar que las cloacas del Estado se pusieron a operar para encontrar pruebas reales de una eventual financiación ilegal de Podemos o algo similar. Pero la clave es que, desde el principio, desde que se ponen a investigar, se dan cuenta de que no hay nada. Absolutamente nada. Y, entonces, concluyen —y esto es lo interesante— que, en realidad, lo importante no son las pruebas: lo importante era el relato. El Informe PISA es una chapuza de principio a fin1. Si alguien tuviera que acreditar algún mérito como huelebraguetas o como policía de la cloaca, ese pastiche no serviría para nada. Es una basura. Pero es un artefacto que sirve para generar escándalo mediático continuo. A partir de ahí se construye un modus operandi contra nosotros que consiste en generar escándalos y ruido, y eso permite que se relacionen ciertos policías de la cloaca, ciertos jueces y periodistas claves. La idea es sencilla: ustedes no se preocupen porque no se les condenará por nada. No hace falta que esto tenga ninguna verosimilitud o que llegue a ningún lugar a nivel procesal. Simplemente, manténganlo abierto policial y judicialmente la mayor cantidad de tiempo posible y denme de comer, que lo importante es alimentar tertulias, alimentar telediarios, alimentar titulares. (...)

La prueba de que todo eran patrañas es que, siete años después, las únicas condenas de las que ha podido ser objeto Podemos son por su activismo social y por la habilidad que tenemos a la hora de practicar artes marciales con policías antidisturbios. Cualquier día condenan a Echenique por lanzar cócteles molotov. Pero jamás han podido armar nada que tenga que ver con dinero ni con financiación. Lo de Isa Serra es un montaje policial contra una activista que acude a intentar parar un desahucio. Se fundamenta en declaraciones policiales falsas, en las que dicen que Isa les insultó y les empujó. No solo no hay ni un solo vídeo de tales agresiones o insultos, sino que en las imágenes aportadas como prueba no se ve a Isa cerca de los policías en ningún momento. Es evidente para cualquiera que es mentira, pero tenían que ir a por nosotros. Y con Alberto Rodríguez ocurre tres cuartos de lo mismo: puro activismo político. Dicen que le dio una patada a un policía, pero es inverosímil. Nuevamente no hay pruebas y, las que hay, apuntan en sentido contrario a la condena que el Supremo finalmente le impuso contra dos votos particulares. A mí ni siquiera han logrado imputarme. Por nada. Que tampoco significa mucho que te imputen, pero ni siquiera han logrado eso. ¿Qué es lo más duro que podían tener contra mí? Cosas que decía en La Tuerka cuando presentaba el programa. O construir una trama de película sobre vínculos con Venezuela, Irán o lo que fuera. Saben que eso no va a ninguna parte, pero les permite generar un relato. Y, entonces: repetir, repetir, repetir y repetir en bucle los marcos y los mensajes. (...)


Nosotros somos los bárbaros de Constatino Cavafis. Somos los herederos de una tradición que en ochenta años no había formado parte del Estado y que, de repente, llama a la puerta de la Moncloa. Y con mucha fuerza. Pedro J., que todo lo que tiene de personaje abyecto no le quita un gramo de inteligencia, entendió perfectamente que procedíamos de una corriente democrática de fondo que existe en España desde el siglo xix. Él pensaba que esa corriente estaba muerta y enterrada, o muerta y cooptada. Pero con nosotros el viejo fantasma democrático volvió a atormentar los sueños de los que casi siempre ganan. (...)

Cuando aparecimos nosotros, los bárbaros, se asustaron porque pensaron que les podíamos quitar el cortijo. Su cortijo. Entonces Felipe González ya les parece estupendo, tanto a la gente de derechas como a El Mundo. Y casi que viceversa. Hasta los viejos barones del PSOE, que eran aguerridos enemigos del PP, empiezan a decir que es mejor pactar con el PP que con Podemos. (...)

En la guerra sucia contra Podemos han confluido tres ramas del Estado Profundo: la judicial, la policial y la mediática. De dónde vienen y cómo se interrelacionan está más o menos claro: los colegios en los que estudian, los matrimonios, los restaurantes de Madrid donde cierran sus negocios. Hay en todos ellos una serie de características culturales y geográficas que los uniformiza. Por una parte, Madrid. Madrid es un lugar en el que se da cita gente que ha podido nacer en otras provincias, pero que son altos funcionarios del Estado. En Madrid es donde se juntan las altas magistraturas, donde están los altos cuadros de la Administración. Es donde se radican la mayoría de las sedes de las grandes empresas. Y donde vive —o, al menos, tiene vivienda— buena parte de la gente con más dinero del país. A partir de ahí se producen una serie de relaciones con los medios de comunicación que funcionan muy bien en la medida en que los medios de comunicación tienen dueño. Yo he visto personalmente al jefe de un banco llamar por teléfono al director de un periódico y al dueño de un medio de comunicación, y decirles delante de mí: «Estoy con Iglesias, me parece un tipo interesante, quiero que comáis con él». Y verme cenando con ellos esa misma noche. (...)

Es bastante evidente de dónde venimos. Todos tenemos apellidos y no nos lo perdonan. Eso explica lo que le han hecho a mi padre, que le ganó los juicios a Hermann Tertsch cuando le acusó de terrorista por haber militado en las JCE(m-l) y haber estado en la cárcel por repartir octavillas. O lo que han intentado hacer con la memoria de mi abuelo. El mismo Tertsch escribió en Abc de él que fue un «miliciano criminal» y también perdió cuando mi padre presentó acciones legales. Parece que algo han aprendido porque Cayetana Álvarez de Toledo se atrincheró tras la inmunidad parlamentaria para llamar a mi padre «terrorista». Después, en la presentación de sus memorias, fuera del Congreso, no se atrevió a repetirlo3. Es un clásico de la derecha española; jamás han sido valientes si no ven asegurada su impunidad. (...)

Su reivindicación simbólica de la virilidad, exacerbada con la llegada de Vox, lo que en realidad expresa es el síntoma de una carencia y una frustración. Se quedan en poca cosa si pierden el poder, por eso lo defienden como hienas. La obsesión de Aznar por los abdominales o la barba de Abascal para disimular la ausencia de mentón, harían las delicias de cualquier aficionado a Lacan, consciente de que ni los batidos de proteínas ni las tablas de gimnasia pueden cambiar lo que uno es. (...) 


TEORÍA Y PRÁCTICA REVOLUCIONARIA

Lo que se ha revelado desde la irrupción de Podemos, y desde la constatación de que no veníamos a ser una fuerza testimonial de la izquierda, es la conciencia que tienen de que «sus abuelos no ganaron la Guerra Civil para que ahora llegaran los perroflautas de Podemos». Y eso también explica la agresividad y la reivindicación de la docilidad de cierta izquierda frente a nosotros. Es cierto que cada vez hay menos capital patrio y que esos nombres tan ilustres son cada vez más gestores de fondos extranjeros. Los círculos de poder de hoy ni de lejos tienen el poder de clase que pudieron haber tenido en el pasado, básicamente porque han vendido todas sus industrias. Les puede ir de maravilla en lo personal, pero es verdad que cada vez van quedando menos apellidos que estén en la estructura de propiedad, que sean los dueños. Pero eso no altera una estructura de poder que tiene diferentes niveles y donde el Estado es crucial. Porque —y esto es clave— el Estado no desaparece. Al contrario: crece. Siempre va a haber jueces, magistrados, militares de alta graduación, mandos de la Policía y la Guardia Civil y altos funcionarios que a su vez se puedan relacionar con grandes empresarios, con los dueños de los medios de comunicación y de algunas empresas españolas que siguen teniendo mucha importancia. Pero el poder actual es un poder cada vez más dependiente del exterior, lo que precisamente ha acrecentado el miedo con respecto a nosotros porque, en realidad, un Gobierno nuestro habría sido perfectamente viable desde el momento en que nos hubiéramos puesto de acuerdo con los que mandan fuera de España —y eso no era tan difícil como lograr el consentimiento del viejo poder español—. Y, desde ese poder exterior, nunca llegaron presiones. No les generamos preocupación política. Una vez se llega al Gobierno, si se intenta hacer algo que está fuera de las reglas globales, evidentemente sí pueden destruir y hacer desaparecer a cualquiera. Pero nosotros éramos —somos— perfectamente conscientes de las reglas de funcionamiento de la economía global. Como ha explicado muchas veces Enric Juliana, hace cien años la izquierda quería hacer la revolución socialista. Ahora, la izquierda quiere acabar con la ley mordaza, subir el salario mínimo, defender los derechos de las mujeres, asegurar el ingreso mínimo vital, que predominen los convenios de sector para mejorar la capacidad negociadora de los sindicatos, proteger a las minorías y legislar derechos sociales para gays, lesbianas y transexuales. ¿Ese programa de la izquierda va en contra de los intereses del gran capital? Pues menos de lo que nos gustaría. (...)

Si me leen esto saltarán los anticapitalistas a criticarme y a decirme que ellos tenían razón, que somos unos vendidos y que no queremos cambiar las cosas. Si puedes, cámbialo tú con la revolución armada que tiene aterrorizado al gran capital. Pero si tu revolución da menos miedo a los empresarios que subir el SMI, a lo mejor el problema no está en ser reformista o revolucionario, sino en el poder que tenemos para cambiar las cosas. La política no va de las ideas que tenemos, sino del poder que podemos acumular para llevarlas a cabo. Las ideas revolucionarias sin poder revolucionario, no sirven para gran cosa y, si se llegan a convertir en una de las miles de religiones postmodernas, pueden incluso resultar funcionales al poder. El poder quiere a los revolucionarios lejos del Estado, lejos de los medios y en general lejos del poder. Precisamente porque, si están lejos dejan de ser a revolucionarios. (...)

Eso es el poder de verdad, las dinámicas geopolíticas. Pero nuestro programa no hubiera tenido nunca grandes resistencias a nivel internacional. El nuestro era un modesto programa socialdemócrata. La reacción llegó por los de aquí. En realidad esto siempre ha sido así. El marxismo decía, con razón, que la revolución solamente podía tener éxito a nivel mundial, porque el poder se organiza a nivel mundial y el capital funciona a nivel mundial y, por lo tanto, la revolución en un solo país no contaría con los instrumentos de fuerza suficiente para cambiar las cosas. Esa es la teoría, claro. Luego, en la práctica, los únicos instrumentos administrativos disponibles para cualquiera que quiera hacer algo o cambiar alguna cosa eran, y son, los Estados nacionales. Y cuando uno llega, se encuentra con un Estado que puede tener décadas o siglos de existencia, que tiene sus dinámicas, sus estructuras, sus vicios, sus defectos o sus oportunidades.

Podemos teorizar que lo único que tendría sentido para superar el capitalismo como sistema de organización económica es una revolución mundial y apostar por el decrecimiento. Teoricamente, es cierto. Pero claro, si eso se traduce en una concentración de un puñado de personas con muy buenas intenciones y no en un desafío militar global que nadie desea, todos sabemos que políticamente no llegará muy lejos. Esta es, básicamente, la premisa del pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad. (...) Esa distancia entre la teoría y la práctica siempre es abismal. Uno puede tener previsto cruzarse con un grupo de neonazis y que le den una paliza. Pero la cara que se le queda después de que le hayan dado la paliza de verdad, no hay libro de historia que prepare a uno para asumirlo. A nosotros nos ocurrió lo mismo. En términos teóricos sabíamos que la ofensiva iba a ser brutal. Incluso que podría haber sido peor. Que nos mataran, que nos eliminaran. Es algo que ha ocurrido muchas veces en la historia. Y ahora que hemos visto que Villarejo va presumiendo por ahí de que había comandos destinados a hacer desaparecer a algunas personas, y que eso coincide con la desaparición física de un montón de gente del PP de la Gürtel, pues a lo mejor tenemos que dar gracias de que no nos hayan pegado un tiro y lo hayan presentado después a los medios de comunicación como un ajuste de cuentas entre clanes mafiosos o una vendetta de iraníes o venezolanos. Porque, insisto, una cosa es teorizarlo, e incluso escribir una novela sobre ello, y otra muy diferente vivirlo en carne propia. Es muy diferente. La reacción contra Podemos no nos sorprendió, pero sí nos obligó a manejarlo y a vivir con ello. No fue nada sencillo. Uno puede teorizar sobre lo que significa que le partan la cara, pero no hay universidad que le prepare para ello. Eso lo da solo la experiencia de recibir el puñetazo. (...)

EL ERREJONAZO

Recuerdo una reunión en el Círculo de Bellas Artes poco antes de la Marcha del Cambio, en enero de 2015, en la que estábamos Juan Carlos Monedero, Carolina Bescansa, Luis Alegre, Íñigo Errejón y yo. Y entonces Carolina nos contó que el mensaje que le habían dado los compañeros de Venezuela era: «no os peleéis, no os peleéis, porque si os peleáis, es el fin de todo». Y allí nos conjuramos bajo una premisa simple: mejor equivocarnos juntos que acertar por separado. En términos teóricos, lo teníamos claro. Sin embargo, la naturaleza humana está por encima de eso. Es como en la famosa fábula del escorpión. Y el escorpión, finalmente, no pudo evitarlo. (...) No hace falta que dé mi versión. Además, todos somos nuestro mejor abogado defensor. Creo que es mejor que la gente juzgue los hechos; como siempre, a cada personaje le definen sus enemigos y sus alianzas. Puede que haya quien intente justificar sus alianzas mediáticas y editoriales poco edificantes como habilidad táctica o como capacidad de seducción, pero, a estas alturas, no sé si muchos comprarán ese argumento. Si Ferreras y Planeta te han terminado cuidando y publicando creo que es difícil vender ciertos relatos.

EL GOBIERNO DE COALICIÓN

El acuerdo que ofrecía Sánchez consistía en elevar tres secretarías generales a la categoría de ministerios, pero manteniendo la estructura previa. Eso sí, con una guinda que podía resultar muy suculenta: una Vicepresidencia de Asuntos Sociales e Igualdad. Y no conozco muchas personas que pudiendo tomar la decisión de ser vicepresidenta del Gobierno de España digan, «no, porque más allá de que yo sea vicepresidenta, lo que nos están ofreciendo es un insulto». Esa es Irene Montero. Pudo ser vicepresidenta de España y líder de UP con 31 años y renunció para defender el interés colectivo a pesar de que yo le sugerí que aceptara. Nadie es lo que dice de sí mismo. Somos hechos y somos nuestros enemigos. Comprueben los hechos y vean quien ataca a Irene. Pocos como ella podrían sentir tanto orgullo. (...)

Sabía que si me desinteresaba por la moción de Sánchez y simplemente anunciábamos el voto a favor, no iba a salir. Sabía, también, que teníamos otra vez al alcance de la mano el sorpaso y consolidarnos como principal oposición al PP. Pero, para entonces, ya tenía claro que si hacíamos eso, no gobernaríamos jamás. La única posibilidad de que tocáramos poder y empezáramos a cambiar cosas era hacerlo con el PSOE, asumiendo que ellos tenían que llevar el liderazgo. Era una apuesta muy poco cómoda en la medida en que nos iban a tratar peor. Todo iba a ser mucho más difícil; sobre todo, convencer o imponerse al PSOE —que es lo que finalmente ocurrió— y, si al final gobernábamos, entendernos con ellos. Pero eso era lo que realmente podía cambiar la historia de España. Porque, paradójicamente, si se producía el sorpaso, nosotros podíamos gozar de una comodidad parlamentaria que durase muchos años, pero sin alcanzar el poder. Y, sin poder, no íbamos a acceder a los resortes para cambiar nada. (...)

 

EL CASO DILMA

el robo fue un encargo cuyo objetivo era comprobar si en ese teléfono móvil había algo con lo que pudieran acusarme de algún delito. De eso no había nada, pero sí había unas fotos íntimas con las cuales pensaron que se podía construir un escándalo sexual, pero no pertenecían a una pareja mía. ¿Qué les quedaba? Un vídeo de Echenique en el que canta en una jota «chúpame la minga, Dominga» y un comentario machista mío sobre una presentadora de televisión. Esto es, básicamente, el Watergate de Podemos: «chúpame la minga, Dominga» y los azotes a Mariló Montero. Desde luego, nuestro nivel humorístico quedó a la altura de Arévalo y Bertín Osborne, eso es indudable, pero aquello era poca cosa tanto para la policía patriótica como para nuestros enemigos. (...)

Esta es una constante desde 2014: todos los procesos judiciales contra nosotros acaban en nada. Pero, tal y como ha ocurrido con este, sirven para generar escándalos mediáticos. Son alpiste para un cierto tipo de prensa y nos han desgastado mucho porque, luego, cuando se cierran, el archivo casi no merece ningún tipo de atención en los telediarios y las tertulias. Las pocas condenas contra dirigentes de Podemos que existen son el resultado de dudosos procedimientos que, además, nada tienen que ver con la corrupción, como las inverosímiles agresiones de Alberto Rodríguez y de Isa Serra contra policías. Estos casos serán materia de estudio para historiadores. Toda la documentación está pertinentemente archivada para el que quiera conocerla. En el caso de Alberto están, además, los votos particulares y, tanto en uno como en otro, están disponibles las filmaciones de las declaraciones en los juicios, para que cualquiera pueda comprobar la calidad del procedimiento. Con todo, eso es lo único que han conseguido armar contra nosotros: condenarnos como activistas que se enfrentan a los antidisturbios en una protesta, nunca como corruptos (...).

Leyendo la descripción que hacía Eduardo Galeano de la burguesía y la derecha de Caracas, yo no reconocía a la nuestra en los tiempos de Aznar o Zapatero. Pero ahora sí la reconozco. En España se utiliza el lawfare de forma cada vez más evidente. Los medios de comunicación se van latinoamericanizando también. Ya no hay deontología: escándalos sexuales, fake news y mentiras que se expanden desde ese Little Caracas madrileño.


Verdades a la cara: recuerdos de los años salvajes.

Pablo Iglesias (Navona, 2022)