Tener hijos es cosa de mediocres,
ineptos sensualmente, analfabetos
sexuales o de gente irresponsable.
O es un pobre y mezquino agarradero
para dejar constancia de su paso
por el tiempo de la vida. A través de otros.
La adopción de este medio deshonesto
delata su estulticia y su ignorancia.
José María Fonollosa
No sé quién eres pero tengo
la sensación de quererte*,
quizá por motivos morales,
económicos o de costumbre.
Tal vez sea el típico afán posesivo
del hombre capitalista en esta
sociedad patriarcal e interesada.
O por protegerte de quién sabe,
tan pequeñito, feo y poca cosa.
Calvo, como el abajo firmante
en cualquiera de esas noches
en las que pudo haber terminado
engendrándote sin darse cuenta.
No sé si eres promesa o amenaza.
Sé que tu llegada indica
un cambio radical de vida,
un nuevo ciclo, otra etapa.
Ampliación del campo de batalla.
Aún no sé si serás parche o broche
a una relación preciosa que hiciste
tambalearse durante unos meses,
pequeño malnacido tocahuevos.
Pero ya eres una excusa perfecta
para quedarse en casa, apuntarse
a terapia, suicidarse o matar
a alguien en tu nombre, Diego Pablo.
Y aun así te miro con miedo
y desconfianza, sin atreverme
a quitarte el envoltorio
ni pulsar el botón de encendido.
Quién sabe.
Espero que traigas garantía
y acrecentado el instinto
de supervivencia. Busca
en tu interior, no temas, debes
creerme: yo soy tu padre.
*Este poema nunca hubiera existido sin un soberbio tuit de Miguel Ortega Castillo, en el que citaba las bellas y terribles palabras de su abuelo, aquejado de Alzhéimer. Partiendo de ellas, y probando a darles la vuelta, intenté escribir un poema desde el punto de vista de mi amigo Pedro, pero no lo conseguí del todo. En cualquier caso, debe estar dedicado a ellos dos y, de paso, a Carmela. Aunque, en realidad, eso último sucede con todos mis versos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario