Ojalá no tuviera la sospecha
de que nos parecemos demasiado
y que compadecerte es un pretexto.(1)
Porque, si lo pienso, recuerdo
que yo también fui siempre el más rojo
entre los fachas y el más facha entre los rojos,
disfrazando de inocente rebeldía inofensiva
las ganas desesperadas de agradar por igual a todos.
También supe resultar gracioso si convenía,
y a veces pude fingirme incluso ingenioso:
con cuatro frases aprendidas se hacen maravillas
(siempre que no despiertes demasiadas expectativas).
Eso lo sabes tú tan bien como yo.
Opté también por hacerme la víctima ante quien parecía más
malo
y era simplemente más sincero. Y fui guardando el odio
para soltarlo cuando la vida me otorgara las herramientas
acordes a un poder inmerecido y desorbitado.
En el fondo quizás yo también sea un hijodeputa machista
y tú simplemente has llegado más alto.
Seguramente ninguno merezcamos seguir viviendo.
Pero es a Dios a quien le corresponde juzgarnos
y, por suerte, no a nosotros, mi querido Alberto.
(1) Estos tres primeros versos pertenecen al poema Cazador de autógrafos,
de José Luis Piquero
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