ARREBATOS ALÍRICOS

Me fui sobreviviendo como pude

(José Luis Piquero)


miércoles, 25 de enero de 2012

RESEÑA DE "Cómo hemos llegado a esto" (Víctor Martín Iglesias)



Esta reseña podría resumirse diciendo que, a los veinticinco años, Víctor Martín ha publicado un poemario atrevido, de calidad y con fuerza. Y es que no creo que sea pertinente aburrirles con detalles biográficos cuando, como aclara el propio autor en el primer poema del libro, empezó “a escribir a la misma edad que todos”. Sí es, en cambio, necesario precisar que, pese a una aparente ingenuidad manifestada ya desde la misma portada, entre naif y terrible, como cualquier juego de niños que se precie, este es un libro de poemas ambicioso y que, como cualquier libro de poesía que se precie, aspira a nada menos que la totalidad.
Porque, como asegura Jorge Riechmann, “nuestra totalidad, si en algún sentido existe, desde luego se halla fuera de nosotros” y, por tanto, a base de fragmentos aparentemente inconexos, desorganizados y, a menudo, saliéndose de sí mismo, es como Víctor Martín logra comunicar su totalidad, que es la de cualquier joven de su tiempo y, por tanto, también la de cualquiera que ha sido joven o vaya a serlo. O sea, de cualquier joven que pierda su tiempo en leer poesía o de cualquiera que pierda su tiempo en añorar el tiempo inútil en que fue joven. Es decir, de casi cualquiera o, al menos, de cualquiera, con perdón, de ustedes.
Estos fragmentos de totalidad dispersa o, lo que podríamos llamar “la totalidad relativa de Víctor Martín”, como cualquier totalidad que así ose llamarse, parten de una descarada individualidad, en el caso que nos ocupa zarandeada, revuelta, influenciada por la música pop (aparecen citados Los Rolling Stones y Sr Chinarro), la poesía (Dylan Thomas, pero también “la infinidad de hijos de puta dedicados/ a la redacción de manifiestos y evangelios”), la infancia y adolescencia en los terribles años 90 (tan terribles como los de cualquier otra década), con sus juegos y sus veras y, sobre todo, manteniendo la amenaza constante de un futuro triste, ignominioso, desde luego muy lejano a la expectativa creada. Por lo tanto, patético y embaucador, decepcionante sin reservas. Como cualquier futuro que se precie.
Pero nos equivocaríamos gravemente si nos dejáramos llevar por el dramatismo, porque no estamos hablando más que del duro trámite de hacernos mayores sin envejecer en el intento, quiera eso lo que quiera decir y, por supuesto, tan terrible desgracia sólo puede encararse con el cinismo y el humor del que se sabe afortunado. Y es que estamos ante otro maldito libro de poesía posmoderna, cuyo sujeto lírico no es sino un niñato que, como, con perdón, casi todos ustedes, tiene todo, o casi, para ser feliz, sin que por ello sea capaz de serlo.
A fin de cuentas, atendemos a la voz de un narrador que, de amigos, afirma encontrarse bien, gracias (“gasto todo mi dinero/ en billetes de avión y en autobuses”). Que nació, perdónenle, en democracia y que a cuantos creyeron en su talento dejó, como es debido, en la estacada.
Al fin y al cabo, compartimos las contingencias de un yo poético que pretende creer que nos desvela “Cosas que su madre nunca supo”, por ejemplo, que desde años deambula de país en país, de amor en amor y de amante en amante, de la playa de Penarth a Cardiff y de allí a Lieja, y todo para volver indefectiblemente a unas mismas coordenadas (40 º, N- 6* O), de la única forma que se puede volver a casa: agotado, derrotado, a lamerse las heridas o a buscar más comida hogareña y dinero de los padres. Pero, sobre todo, a reencontrarse en esos lugares “que siguen siendo iguales/ porque si no lo fueran/ tampoco yo sería el mismo” (…) sin que por ello pierda la certeza de que acabe “pudriéndose en sus rincones”.
En resumen, estos y otros fragmentos de totalidad forman ese algo que hay dentro de él que no le deja ser él mismo y que es muy parecido a lo que, por nuestra parte, nos aleja de nosotros. Que, por tanto, le fuerza a arrastrarse por el tablero de este juego que llamamos vida y que le lleva a caer, alternativa o simultáneamente, en la casilla de las esperanzas perdidas, de las amistades decepcionantes, de la carrera de Magisterio, aún “buscando cuerpos entre los escombros” y guardando apenas las fuerzas justas para seguir tirando el dado. Es decir, la historia de siempre: ya hemos dicho, pero no viene mal repetirlo, que este libro, como cualquier libro que se precie, relata el viaje iniciático desde que se es un niño nada inocente hasta que te vas haciendo, a duras penas y muy a tu pesar, adulto, percatándote inevitablemente de la decadencia como ser humano que implica convertirse en hombre. Lo que, entre otras cosas, sacrifica esa facilidad de insultar a los telediarios, alguien que antes “gritaba y hacía muecas/ ante el más mínimo indicio de barbarie”.
           
Mientras tanto, esta totalidad relativa de Víctor Martín permanece pertinentemente aterrorizada por la inminencia de un futuro que no llega pero que se acerca amenazador. Aunque no por eso, ni mucho menos, va a añorar “La miseria absoluta que deja a sus espaldas” y que, como toda miseria que se precie, se presenta y nos presenta en su libro teñida por una nostalgia vital lejana a cualquier melancolía, usando para despedirse, por ejemplo, lo que parece el reverso tenebroso que cada tarjeta de “Espero que te guste” debiera incluir:

Lo más probable es que no me acuerde ya ni de tu nombre
reconozcamos que mereció la pena
que esto es todo y seguiremos en contacto.
Pequeñas mentiras para que no acabe
nuestro amor también en gritos.

            En definitiva, y ya termino, este yo poético intenta seguir adelante, simplemente, permaneciendo justamente enfurruñado contra “todo el que se empeña en convertirle/ a sus veintipocos años, en carnaza ya de oposiciones”, narrando mínimas epopeyas cotidianas que siempre aspiran a superar la anécdota pero jamás osan creerse momentos de vital importancia, reflexionando sobre la trascendencia de lo superfluo y, sobre todo, notando cómo, sin remedio, sin posibilidad alguna de escape o redención, sigue acercándose a ese futuro imantado que tanto teme, que no es un mal final, pero que es un final desesperado, y que, estoy seguro, muchos de ustedes sabrán reconocer:

Y nos vemos envueltos en la maraña
de órdenes y contraórdenes y de periscopios
y de relojes y de calendarios y desesperadamente
miramos la hora y preparamos nuestras clases.

No hay cena lista en el apartamento
donde intentamos convencernos de que todo
es algo meramente pasajero,
una forma limpia de ganar
el dinero con el que daremos rienda
suelta por fin a nuestros sueños.

Pero vamos posponiendo la excedencia.

Y el muro que creímos construir contra la muerte
lo destruyeron unos niños que jugaban.

Rara es la noche en que merece
la pena alguna película y sin darnos cuenta
mientras hacemos el amor pensamos
en los dos adolescentes que vinieron
esta mañana a nuestro despacho.



*Este artículo se realizó a raíz de la presentación del libro de Víctor Martín que tuvo lugar en el Instituto Español Juan Ramón Jiménez de Casablanca y se publica ahora con motivo de la segunda edición de Cómo hemos llegado a esto, que está disponible tanto en formato físico como electrónico
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1 comentario:

  1. Se agradece el detalle, aunque ya esté cansado de decirlo :-) No hay nada como tener amigos. Víctor.

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