ARREBATOS ALÍRICOS

Me fui sobreviviendo como pude

(José Luis Piquero)


miércoles, 13 de diciembre de 2023

Lo mejor de CONFESIONES DE UN OPIÓFILO (ANTONIO ESCOHOTADO)

 

Al fin se publicó el diario lisérgico póstumo de Antonio Escohotado, de cuya elaboración y futura publicación llevaba tiempo presumiendo en entrevistas y en el imperdible LOS PENÚLTIMOS DÍAS DE ESCOHOTADO, el libro de conversaciones con Ricardo F. Colmenero (cuyos mejores momentos, recuerdo, pueden disfrutar en este enlace).
Para mí ha resultado una lectura agradable de un autor siempre interesante. Sin embargo, me temo que decepcionará a quienes esperen encontrar lo que el filósofo auguraba: el secreto de su dieta de drogas. Se trata de un dietario, sí, pero más en el sentido de la búsqueda del aforismo juguetón, el pecio sentencioso. Hay drogas, claro, bastantes (una media de 2 gramos al mes cuando logra contenerse y de apenas 3 cuando se descontrola su medido consumo; al final 1 gramo de cocaína cada 4 semanas). Incluso alguna receta para fabricarlas pero, sinceramente, es lo de menos. 
Asistimos a la intimidad de un autor fecundo que lucha por mantener su cuerpo en forma y su mente ágil en maratonianas jornadas de trabajo y que peca más con el ajedrez online que con las sustancias. Hay dardos a sus hijos y parejas, los habituales comentarios despreciables contra los adictos y se puede observar el momento de su viraje ideológico mientras escribe LOS ENEMIGOS DEL COMERCIO y sueña con ganar el Planeta. En fin, dejo a continuación unas dosis junto con la recomendación de la compra como es debido:
Hay tantos ánimos como átomos en el universo, pero solo es objetivo el sí. Cumpleaños de Mónica. Probamos una dosis muy baja de MDMA con 12 miligramos de 2C-B. Bautizo en altura del nuevo dormitorio. La tesis, tan embozada, de Realidad y substancia1: que hay un sí incondicionado, objetivo, que es ánimo y no debe temer la amnesia, pues no nació de la palabra oída2. Por supuesto, el yo se desvanece en condiciones tales, pues todo en él es reflexión. El experimentum crucis lo trae la ebriedad, que amenaza convertir el juicio en un montón de ruinas. Pero solo amenaza, y si algún ebrio se extravía es porque le faltaba el sí incondicionado del ánimo, la substancia del vivir; para todos los otros, incluyendo los que han de elaborar algún duelo, el trance será una religación con el ánimo objetivo, monádico en sí, un baño en fugaces eternidades que tonifica para seguir cumpliendo con el mundo creado por uno mismo y la ingeniosa inteligencia, como aceite de infinitud para los ejes de un carro en permanente disipación. Nada indica que la disipación sea disipable, que el ánimo pueda reducirse espontáneamente (o nada lo indica de modo seguro). Obsérvese la mala fe del sujeto/yo en semejantes tesituras: invención de la enfermedad mental. Una ciencia orientada a gobernar lo otro, incluyendo a los demás humanos, casi nunca capaz de describir serenamente todo, y ante todo uno mismo, que acaba promoviendo una policía de trances; la vía ardua, con abundantes ejercicios de mortificación, será lo elegido como legal. Y sensato. Y decente. Y hasta sano. (...)

Sin embargo, la salud está en el contacto con el ánimo objetivo, que dice sí. Y se deteriora de manera manifiesta cuando falta. Sobran los paños calientes. Entre los que no tienen ahora ese sí hay que distinguir: a) los pobres desdichados; b) los intimidados ante una perspectiva incierta. Una evidente mayoría. Solo que b) es una magnitud en buena medida indecisa, mientras a) y tener ánimo son cuantos mucho más estables. Resuenan las conjuras de débiles para no ser menoscabados por los fuertes. Pero la filosofía debería ser una custodia del sí, un testimonio del ánimo objetivo. (...)

La solución idealista-subjetiva, que dota a la substancia singular de una naturaleza yoica, abstracta, equivale a ponerse en manos de psicoterapeutas esquizofrénicos. Aquí el diagnóstico se lo hace cada cual a sí mismo. Por ejemplo, con 50 miligramos de MDMA y 14 miligramos de 2C-B. Aunque amenazado por monstruos como el de Alien, constato que sigo teniendo contacto con el sí. Para ser exactos, los alien míos son un tanto de cómic, bien poco «extraños». (...)

La ventaja del sistema ebrio es que no deja campar por sus respetos a la ambigüedad. Quid non despachat, alimentat. El inefable progreso de Albert Hofmann ha sido llegar al núcleo de la ebriedad sin apenas costo somático, y con la cabeza casi demasiado clara (para el gusto de muchos). En definitiva, un billete barato al lugar de las revelaciones. (...)

No me controlarás. Vivirás conmigo en el respeto mutuo, o me dejarás en paz. Mi suerte última solo es de tu incumbencia si la humildad transforma la soberbia en merecimiento. El miedo es la madre de la violencia. (...)

Discutimos sobre la muerte. Mi amigo dice que le tengo tanto miedo que no pienso objetivamente. Le contesto que pensar objetivamente la enfermedad es como tratar de localizar el intelecto en la caja craneal. Para él la verdad son los hechos, el informe de los datos. Para mí solo hay la verdad del hacer, de nuestras obras. (...)

 


Mucha literatura, y la publicidad, viven fascinadas por lo que contiene de novedoso, y reservan para la confianza campos distintos del amor carnal. Sin embargo, algo va ahondándose y perfeccionándose a nivel carnal con la familiaridad; conocer al otro mejora el rendimiento, entendiendo por rendimiento la relación entre placer y tiempo; hay más placer por unidad de tiempo. Rodeadas de confianza, las ceremonias amatorias tocan registros inaccesibles para quienes están descubriéndose entonces mismo, o hace poco. Rara vez llega a la letra impresa, con todo este progresus luxuriae al acercarse o sobrepasar las bodas de plata. Quienes parecen saberlo a ciencia ciertísima son las doncellas en general, incluyendo a la minoría de vocación venérea: todas saben —en nuestra cultura— que cerrarse sexualmente sobre alguien familiar es lo preferible, quizá indoctrinadas expresamente por madres y educadoras. Razón no les falta. Lo tremendo es que tampoco le faltan entusiasmos al obrar movido por curiosidad. Ambos crean rendimiento. Pero si lo miramos un poco más detenidamente, resulta que sus respectivos temores son y no son el mismo. La curiosidad teme el aburrimiento, y la familiaridad teme el desconcierto, cosas que serían distintas si el adulterio no fuese aguijoneado por aburrimientos, y la monogamia por desconciertos. Eros regalará en función de las ofrendas que se le hagan, lo cual significa que cada individuo es arrastrado en su propio nombre, como quien se ata a una noria y luego gira con ella. (...)

Nochebuena, un día antes y rodeado de familia nuclear. Buen comer, buen beber, algunos regalos, apacible estar. Ferlosio dice que el derroche de estos días contiene una velada pero intensa súplica a Ananké, la Necesidad. A mi juicio, estas fiestas son sobre todo expresiones matriarcales, feministas, para instalar ilusión en las criaturas. Demuestran así que la vida les parece demasiado áspera sin un regalo de cuando en cuando. (...)

No hay buenas palabras para despedirse. Y, sin embargo, nunca hacen tanta falta buenas palabras. La ternura nos hace humildes en el último trance, cuando lo que se pide es elocuencia. También —o mejor aún— sería no inmutarse, borrar la despedida como singularidad. Eso, claro, cuando uno tiene el aplomo de un estoico. (...)

Hoy me desperté con la sensación de que tenía casi sesenta años, y apenas ayer tenía quince. Una sensación desoladora. He hecho ya gran parte del camino. Y, sin embargo, apenas he madurado entre tanto. Se diría que llegaré a la muerte sin haber dejado de ser un muchacho. Inquietante porvenir. (...)

conjunto del caso es el efecto concreto de las drogas (que solo conocen por referencias), y los subconjuntos aquellas otras jergas sobre drogas, incluyendo a las iglesias farmacológicas. Yo les molesto en la medida en que soy cierto teorema físico, no solo una opinión. Póngase muy enfermo, por favor, o se promoverá el consumo de estupefacientes. A esta ridiculez ha llegado el discurso cobarde del ignorante. (...)

Ella eligió a otro, disfruta con otro. Tiempo atrás, eso me convulsionó arteramente, siempre con vergüenza por ser como era (en alguna ocasión tan malparado por circunstancias pasajeras de la vida), y he resuelto enmendarme. Para empezar, ni siquiera admito la sosa paz: creo que la fidelidad absoluta es un signo de soberbia o de abyección, dos extremos de lo mismo; la soberbia del propietario, la abyección del inquilino. En segundo término, estoy dispuesto a alegrarme con la alegría de mi amada, no porque espolee mi complejo de inferioridad —y, así, la patética devoción hacia quien nos sostiene como normales o superiores—, sino porque solo el imbécil no saca provecho del dichoso y apasionado sosiego, cuando premia a nuestro ser querido. En tercer término, ella no dejará de querernos por gozar con otro, salvo que usemos nuestro resentimiento para fingir un amor ya marchito. En cuarto, así vale más, porque es libre y está en disposición de elegir hasta el fin de sus días. Y, por último, de los contactos aprendemos, y quien no se queme por altivez saldrá fortalecido del embate. Nos alejamos de nuestras amadas por su bien, para que tengan un cubridor que las proteja y sea más afín a su camino. Así serán nuestras para siempre. Y algún día, cuando nada abrume con esperanzas de cobijo, el rival se encarnará en nosotros y echaremos el superpolvazo. Pasa casi siempre. Y nadie sabe aún por qué no ser animales nos aprovecha tanto. Digo a mi amada: cuéntame, o no me cuentes. Lo primero me hará digno de la verdad. Lo segundo me dejará tranquilo, y algo anestesiado. Fundemos el sepulcro de los inquisidores, de los histéricos escribientes a lo Dostoievski, el reino de lo previsible. Si te quiero, quiero que puedas olvidarme a ratos, y hasta gozar con mi recuerdo en el tálamo de un rival —¡oh bucle vicioso!—, porque así lo que amo de tu ser florece. Ya trataré de hacer lo mismo, para ti, que me entiendes amorosamente. Sonata de invierno, contemplación de fuego consumiéndose. Es arriesgado el amor, aunque nadie elige sino el riesgo (cuando amar está en su mano). Abrir la mano, saber sacrificarse. O, mejor aún, quien está bendecido por el amor puede decir siempre a su amado: lo que sea tu bien, eso me gusta. (...)

La ebriedad del opio, tan suave y sosegada, exige la mayor de las mesuras. Ya lo indica que sea tan fácil vomitar; basta un buche de agua a destiempo. Pero no es solo cuestión de beber o comer. La euforia depende crucialmente de espaciar el empleo, como si fuese una novia a la cual no debiésemos ver más de una vez cada bastante tiempo. (...)

Receta para cultivar stropharia cubensis: 118 mililitros de vermiculita; 30 gramos de harina de arroz integral y entre 40-60 mililitros de agua destilada. Mezclar en un vaso, dejando libre un dedo, que se cubrirá con vermiculita seca, envolviendo todo en papel de aluminio. Meter en olla a presión de 30 a 60 minutos. El resto de las instrucciones vienen por escrito. (...)




Cuando copula a gusto, el varón entra en la sala de apuestas como una racha, y manda al casino al infierno, porque da sin pedir; pero no suplica dar —como el castrado sumiso a una dueña— sino que tiene su cosecha, grande o pequeña, en todo caso muy ventajosa si se compara con ofertas salvíficas. (...)
Los hijos no nos rejuvenecen hasta que los amamos tiernamente. Eso es algo que saben ganarse, sin imaginar que los beneficiarios somos ambos. Cada hijo amado es un brazo de nuestra raíz. (...)

Liberar lo real de infundios para dejarlo ser. La ciencia no es sino respeto por los datos de la experiencia, a quien beca vitaliciamente por eso mismo. Si el neurótico se mete en ciencia enloquece como Nietzsche o se suicida con Boltzmann. De modo que no somos neuróticos en mayor o menor medida. Vivimos sobre la gloriosa estela del contrato, nos da risa el monje-soldado y queremos ser monjes-soldados sin fimosis, abiertos a la lubricidad que tan generosamente nos donó el cuerpo cuando confiamos. (...)

El olor a anciano es olor a cosa guardada2. Escribí esta línea apresuradamente hacia las once, cuando una cápsula entera de lo que me dieron como 2C-B (no media, como el otro día) empezaba a mandar mensajes de meterse en la cama, apagar las luces y hacer frente a un embate con la metanfetamina. Nada como esporizarse en estos casos. Tuve destellos de visión intensa, pero muy fugaces. Afecta demasiado al cuerpo para ser 2C-B, aunque quizá tampoco sea una anfeta pura. El cocinero debe pulir su arte, y no aceptaré que difunda esto como bromodimetoxifenetilamina. Incluso estoy dispuesto a lanzar dicho mensaje a la Red. Porque a la juventud le iría bien tener algo más conceptual y carnal a la vez, algo que si se abusa lleva infaliblemente al terror, como sucede con la 2C-B. (...)


La izquierda debe hacer una retractación abierta, reconociendo que cantó una guerra de pobres contra ricos basada sobre la envidia. Todos amamos la ganancia, y predicando el envidioso «los últimos serán los primeros» quedaremos indefensos ante la diferencia que en verdad importa, que es el origen de cada riqueza. Dará igual que venga el inventor del tetrabrik o de violencias y fraudes. Por supuesto que la izquierda perdió y pierde escandalosamente votos, pero no basta con sucumbir por falta de apoyo político, porque siempre habrá descontentos, y cuanto más minoritarios sean más se inclinarán a conductas destructivas. Hace falta que sus popes se retracten de un camino rencorosamente equivocado, y entonces lo positivo de la izquierda —estar abierto a cambios, compadecerse del débil y el ignorante— podrá fructificar. Gente como Vázquez Montalbán o Haro Tecglen, tan burguesa en su vida privada, debe dejar de soliviantar a pobres diablos con promesas como «otro mundo es posible». Por supuesto, otro mundo es posible siempre que con tontorronadas resentidas no excitemos la nostalgia por alguna sociedad precomercial, olvidando que el hoy solo será perfectible reconociendo su inmenso progreso con respecto a todo lo previo. Liberal hasta la médula, reclamo para los liberales —y solo para ellos— la iniciativa de ayudar al menesteroso, la izquierda no tarada. Mírense los carteles de cualquier totalitarismo, y búsquense dos cosas: compasión por los demás, humildad intelectual. No en vano surgieron de estúpidos aupados al poder pisoteando la dignidad de cualquiera. Invariablemente, confunden inteligencia con obediencia, justicia con cartillas de racionamiento. Su revolución equivale a despotismo asiático, y el año de Indochina me permite decir ese término con fundamento. Fábricas de súbditos, tan desidiosos y saboteadores como fueron los esclavos para sus amos. (...)

En otra vida, si fuese justa, tocaría llorar todas las lágrimas que inútilmente hicimos correr, y también revivir todas las alegrías que evocamos. Al separar el Cielo del Infierno los contritos se privan de una u otra cosa. Los paganos llamaban sueño —en el sentido de dormir— a la muerte («sueño broncíneo de los héroes» dice la Ilíada), y los monoteístas acaban llevados a declarar que morir es más bien despertarse, algo en lo cual quizá no acaban de creer pero que casa con su deseo más inequívoco. Se espera que la contrición evite una atrición. (...)

Hacerse sabio es llenar la conciencia con aquello que afecta a todos. Permanecer en la necedad es ser consciente tan solo de algún asunto privativo. Qué pequeño se hace el yo cuando repite, yo, yo, yo. (...)

Ahora que empezó la noche de mi vida, y sé que no veré el nuevo día, la indefinida duración de esa tiniebla la atravieso como el búho, identificando lo despreciado por unos e invisible para otros, habitante de la noche luminosa otorgada a mi especie. (...)

Hace una década, poco más o menos, decidí cultivar crónicamente el caballo, un tónico de on and off desde los setenta. Me decidió quizá la tristeza de sentirme cobarde y mentiroso con Mónica, que tanto me quiso aunque fuese tan perversamente. Hoy uso 2 gramos mensuales de lo que hay, compartiendo un décimo o así con mis gorrones, que son unas ocho personas. Sé que mi experiencia podría serle útil a otros, aunque solo sea para sentar la regla del uso indefinido (y creciente) de un depresor orgánico general. No sé si podría recobrar mi vocación del ánimo ecuánime si no recibiera distancia estética y exigencia de ese estimulante al revés, que libera la energía integrada otherwise al metabolismo. Quiero creer que la sed de saber y expresar sobreviviría a ese poderoso estímulo. Pero ¿y qué en caso contrario? Mientras no llegue un caballo peor, o se acabe, cordura y amor propio mandan comportarse con la máxima frugalidad compatible con seguir obteniendo el efecto pretendido. Si se prefiere, que la escalada pueda mantenerse en leves aumentos, quizá acompañados por transitorios retrocesos. La vida sexual, un poderoso estímulo para mantener dosis elegantes, no es ni el todo ni el mayor, porque mi ejemplo podría servir para desdemonizar un fármaco muy potente —frío en tercer grado, según Galeno— que me recuerda la estrofa de Saint John Perse: «Que ese mal nos haga bien». Buscarse nos saca del sermón edificante, proponiendo encuentros distintos de la medicina preventiva. Y a partir de cierta edad, la diacetilmorfina podría ser un poderoso elemento preventivo. En todo caso, veremos. Una vez contextualizada, la verdad es siempre resultado, a posteriori, y la investigación me ha llevado a encontrar este alivio/estímulo, usado en las dos últimas décadas como coartada para dejar de buscarse. (...)
Tomar caballo porque es un derecho civil, como quien se compra la obra recién censurada, no es lo mismo que medicarse con él. El desplante libertario tiene el público de la provocación. Mi vida privada será cualitativamente más escandalosa. (...)

Físicamente he pasado de la postración a un moderado bienestar. Mi dieta farmacológica, ahora lo entiendo, me preserva de gripes et alia confundiéndolas con un estado general bajo, que no llega a producir fiebre ni otros síntomas. El uso cotidiano y controlado de heroína podría ser medicinal en ese específico sentido, además de aconsejable y desaconsejable por otras causas. En mi caso, una familiaridad que se remonta a 1970 se convirtió en empleo asiduo desde 2000. Llevo medio año estabilizado en 2 gramos mensuales del mismo proveedor, que considero adulterados al menos en dos terceras partes, y querría mantenerme sin desarrollar más tolerancia. Será imposible, quizá, aunque por ahora no me cuesta nada dosificar el producto. Veremos qué pasa (...).

Como el diabético con su insulina, aunque prescindiendo de agujas, tengo el estímulo de gozar controladamente (una distancia del mundo basada en reducir el metabolismo) lo que mis análogos aprovechan para lo opuesto, convirtiéndose rápidamente en piltrafas orgánicas y morales. (...)

El analgésico pasó a ser cotidiano, y llevo días despertando medio muerto. Hoy lloré de impotencia, cuando simplemente hacer los movimientos del desayuno me resultó insufrible, porque ya van días de lo mismo. He pensado que: a) alguna víscera falla; b) debo cambiar la ingesta de caballo, evitando las doce o catorce horas que mediaban hasta ahora entre la última y la primera; c) ha llegado una partida especialmente corrupta, que se mantiene hace semanas o meses, y me tiene hecho papilla. Por supuesto, nada impide que sean varias o todas esas causas al tiempo. Debo saber más, para ponerme en lo posible a cubierto, y para saber más necesito abstinencia, al menos dos meses enteros. Será un cambio, que rodeado de frío podría ser peligroso. Usaré el verano para ver qué pasa en general, y en particular. (...)

Llevo tiempo bien jodido, pero o la culpa es mía o no hay remedio, con lo cual sobran pataletas. La vida es tan grande como mísera, volcada sobre la reproducción para subsistir, a diferencia de todo lo ya muerto. (...)

Otro día hablaré de que las mañanas son un purgatorio, las tardes un limbo y solo las noches me devuelven quién fui. (...)

Me siento cada día mejor. El trabajo resulta muy grato, y quiero aprovechar lo restante de verano para que fructifique. Mi gente es maravillosa, y tomar unas chispas de opio anteayer y hoy me devuelve no solo la entereza sino el proyecto de mostrar su valor dietético. Fueron 0,35 miligramos el otro día y 0,20 miligramos hoy. Qué infame es el jaco de estos últimos tiempos. (...)

Sentía ternura por esto y lo otro. He llegado a sentir ternura por la vida, toda vida. La primera cortaba como un cuchillo caliente, doliéndome de amor. La actual sutura esos cortes, cada uno ligado a algún desprendimiento. Antes me dolía querer, y ahora es casi lo único libre de ambivalencia. (...)

Nuestra Secundaria se ha rendido al analfabetismo, y el programa de historia del pensamiento de mi hijo Antonio incluye a no-pensadores como san Agustín y santo Tomás. En lugar de Hegel ofrece a Marx, en lugar de Webber a Nietzsche, en el de Schumpeter a María Zambrano, y en el de Keynes y Hayek a Horkheimer y Adorno. Newton, Freud, Prigogine y Mandelbrot no existen. ¡Qué éxito para los fans de Schopenhauer! (...).

Al hacerme viejo la vida se centró en seguir siendo pugnaz con fair play, con dos campos básicos de desafío: el de estudiar sin presunción y el de practicar la mesura con mis drogas (tobacco excluded). Lo primero me obliga a reconocer qué poco sé, y qué torpemente lo expreso sin mil retoques. Lo segundo me permite dejar atónitos a propios y extraños con una disciplina basada en el hedonismo, no en la ascesis. Saben que tengo razón evitando (o mejor prolongando) el paso de la sensibilidad a la tolerancia, pero tan arraigado está que con las drogas se suspende el deber de evitar la bulimia, que no ser un tragón me convierte en perro verde. ¿Por qué consumo al año tres gramos de opio —el producto con mucho más eufórico— cuando tengo un centenar y suministro como quien dice ilimitado? No es por virtud, sino para asegurarme el gustazo de tomarlo una vez por trimestre, molido y encapsulado en unidades de 0,1 miligramos que se toman a lo largo de las tres primeras horas del día. En la cuarta hora, cuando empieza la sobreabundancia, el organismo dispone de unas treinta más sin molestar al estómago ni inducir sobresaltos del sistema nervioso. (...)

Mientras se encuentre en el mercado negro, prefiero el caballo como quien prefiere cotidianamente la clara de cerveza al mejor malta. Nunca comemos con más gusto que hambrientos, pero el tragón no entiende de gastronomía. De todas las buenas cosas que me legó el ADN de mis padres, ninguna me ha mantenido a flote en mayor medida que comer despacio y nunca por costumbre. Atracarse es reflejo de vacío interior, y siempre fui inapetente cuando la comida o la droga no eran dignas de admiración —o lo eran hasta el extremo de reservar un buen trozo para mañana—. No soy owenita ni pavloviano, no creo que la educación sea todo, pero sospecho que la intemperancia depende en alta medida de una barbarie heredada, en unos casos de haber rozado el hambre y en otros de asimilar la Prohibición.

CONFESIONES DE UN OPIÓFILO. 
Diario póstumo (1992-2020).
Antonio Escohotado.
Planeta, 2023

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