ARREBATOS ALÍRICOS

Me fui sobreviviendo como pude

(José Luis Piquero)


sábado, 14 de septiembre de 2019

DESPIECE DE "LA VIDA EN LAS VENTANAS" (Andrés Neuman)

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La primera parte de Obsolescencia programada (RIL Editores, 2019) se llama "La vida en las ventanas" porque pretende reflejar cómo la vida moderna es eso que pasa mientras esperamos actulizaciones. También se trata de un homenaje a la novela del mismo título publicada en 2002 por el argentino afincado en Granada Andrés Neuman
La obra está escrita en forma epistolar posmoderna, es decir, reúne los supuestos correos electrónicos que un tal Net manda a la pobre de su exnovia contándole todo lo que pasa por su cabeza mientras ella le ignora.
Recientemente, por fin, esta gran obra ha sido reeditada, lo que supone una ocasión inmejorable para compartir, como ya es costumbre en este blogs, algunos de sus fragmentos más potentes, líricos o agudos intentando también, como siempre, desvelar lo mínimo posible de su trama (si es que la tiene).
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Ayer resucité. No estuvo mal. No hay grandes cosas que hacer, los domingos. Afuera han empezado a limpiar la piscina. Los vecinos se asoman de vez en cuando a las ventanas, como para presionar al jardinero. Por mí puede tomarse todo el tiempo que quiera. Verlo trabajar me tranquiliza. Arrincona las hojas que han caído en la superficie, cuela el agua con una paciencia adormecedora, pasa un aspirador por el fondo y vuelta a empezar. Cuando se marcha, el agua va aquietándose. Avanzada la tarde, toma un brillo de pantalla. Nadar en la piscina se parece bastante a navegar por la Red. Es silencioso. Es fresco. Es fácil sumergirse. Y muy fácil ahogarse. Mi madre acaba de llegar y ni siquiera me ha mirado. Vete a saber qué ha hecho con su antiguo entusiasmo. Admito que yo tampoco me he levantado a saludarla. Llamémoslo empate. (...)
Cuando estoy en el aula suelo acordarme de uno de mis autores predilectos. Lo cual confirma, por cierto, la utilidad de asistir a clase. Gombrowicz afirmaba que un joven sabe que todavía es tonto. Y que, si no lo sabe, es incluso más tonto. Gombrowicz fue un joven asmático que estudiaba Derecho para seguir recibiendo el dinero de su padre. La juventud, escribió más tarde, es inferior a la edad madura. Es más crédula, más débil, más indolente, y sólo es superior en una cosa: en la juventud. ¡Elemental, Witold! Quizá por eso él, maduro hombre inmaduro, se follaba a tantos jovencitos. ¿Te imaginas si Gombrowicz nos viese ahora, en pleno año 2000? Él, que se burlaba de los cachorros del 68. Nuestro nuevo milenio no le daría risa, sino un ataque de asma. No logo. Este lema, amigos, lo ha financiado X. Los héroes del mañana: ¿y mientras tanto? Se es joven, pero paciencia. (...)
En los últimos tiempos, prefiero las fotos de Internet a las chicas que me presentan en el bar de Xavi. Lo peor es que se nota que ellas piensan lo mismo de uno: que seducimos por costumbre, besamos por hastío, tocamos por desánimo. Hoy en la cama gobiernan ellas. Eso a mí me parece una conquista política. Era lo último que nos faltaba a los hombres para alcanzar la intrascendencia. Quizá deberíamos repartir vibradores entre nuestras amigas y retirarnos con el debido sigilo. Me dirás que también están los sentimientos, y que en eso mujeres y hombres somos insustituibles. ¡El amor, claro! Al respecto, sólo comentaré que ya he llenado el disco duro con las fotos que me bajo de Internet. (...)
Se me ocurrió buscarnos, y tecleé nuestros nombres uno a continuación del otro, unidos por un signo +, luego por and, luego por &, luego por un guion, luego en orden inverso, separados por una barra, una coma, incluso un punto. Y no apareció nada, Marina. Ni una palabra. No existíamos. (...)
Las noches en mi habitación se componen de insomnio, mensajes y masturbaciones. Bah, y también de lectura. Televisor no tengo. Lo tiré: me encantaba. ¿Has leído al mártir de Ducasse? Xavi me prestó un par de libros suyos. Yo prefiero a Rimbaud. Cuando se lo dije, Xavi me contestó muy serio: Mira que eres mainstream. (...)
Para serte franco, no me molestaría en absoluto doctorarme en onanismo. Xavi dice que pronto las enfermedades venéreas van a poder contraerse por Internet. Quizá sea cierto que las rutinas del onanista y del internauta son la misma, la del que busca solo. Te ordeno que contestes. En otras palabras, te lo suplico. (...)
"Con dos dedos torpísimos, tecleaba por ejemplo los nombres de las chicas que me gustaban: en tinta negra si no me hacían ningún caso, que era la gran mayoría, y en tinta roja si creía que la atracción era mutua. Inventaba una sinopsis de cómo sería nuestro primer encuentro, el momento de la seducción y la conquista final. Cuando me sentía lo suficientemente estimulado por esa vida paralela, tiraba de un extremo del folio, lo doblaba y lo escondía. Entonces corría al baño, para vengarme de todas las chicas en tinta negra. Diez o doce años después, te escribo a ti sin tinta en un PC color amianto, y me masturbo menos. También hay menos chicas en la lista. De hecho, hay sólo un nombre, que yo sepa. Ya no pliego las páginas, sino que las archivo en un segundo. Igual que sé que están ahí todas juntas, comprimidas, disponibles, sé también que algún día podrían desaparecer en un imperceptible desplazamiento de energía. Nuestra memoria, en apariencia tan amplia, puede borrarse por azar sin que nos demos cuenta. (...)
Cuando te escribo a ti es distinto. Algo me impide mentir demasiado. Mejor dicho —porque no existe la sinceridad desinteresada—, imagino que no creerías mis mentiras, que conoces mis palabras mejor que yo. Quizá por eso te escribo: para hacerme con mis palabras, para que me las devuelvas. (...)
 
De cualquier forma, para mi padre los asuntos internos son siempre provisionales. Lo que de verdad le quita el sueño son los conflictos de la empresa. Mi padre no descansa del trabajo en casa: huye de su casa hacia el trabajo. Así que quien padece estas cuestiones suele ser mi madre. Sé que, si ella hubiera tenido una profesión a la que dedicarse, todo habría sido más equilibrado en nuestra familia. Pero, qué quieres que te diga, como madre tampoco está siendo demasiado profesional. Ya estoy oyéndote: ¿Y qué clase de hijo has sido tú? No se admiten golpes bajos. A veces pienso en pasar por tu casa y ver si estás. No lo hago porque supongo que te incomodaría. Siempre fuiste tan clara conmigo, Marina, que resultas casi indescifrable. Yo soy incapaz de sentenciar las cosas de ese modo. Suelo dar las suficientes vueltas alrededor de ellas como para saber que es perfectamente posible regresar al punto de partida. Confieso que, en realidad, he pasado unas cuantas veces por tu casa. Pero no tuve la valentía de quedarme esperando en la puerta. O tuve la prudencia de dar media vuelta antes de que fuese demasiado tarde. Lo que más me intimida es la certeza de que no reaccionarías como en el cine o la tele. Jamás te rendirías ante un ramo repentino o una fragancia afrancesada. Quizá necesitemos concebir en las pantallas la perfección narrativa de la que nuestras vidas carecen. Por eso, en vez de pretender que en las películas suceda lo mismo que nos sucede a nosotros, corremos a ver historias donde todo encaja. Aunque a ti, que yo sepa, las comedias románticas te dan náuseas. Más que reconfortarte, te hacen pensar en lo difícil que es tu vida. (...)
Hay soledades que se revelan de improviso, como un golpe en la nuca. Piensas: estoy solo. No ahora. Siempre. Solo. Esa palabra afónica, redonda. Están también las soledades lentas, las que se forman con el tiempo. Hay otras que estaban ahí desde el principio, que son las soledades de las que estamos hechos. Suelen permanecer larvadas bajo alguna memoria difícil. De vez en cuando esas soledades despiertan, se enderezan y te hablan al oído. Entonces uno escucha algunos secretos acerca de sí mismo. (...)
También existe, ¿sabes?, la soledad que de tanto conocerla y tratarla a todas horas, acabas necesitando como a una leal, discreta compañía. Una soledad casi querida que, al marcharse, nos deja de verdad a solas. No sé si alguna vez has sentido deseos de estar sola también en tu cabeza, dejar de escuchar voces que se contradicen. Y entonces has gritado hacia dentro, esperando que todos esos personajes desalojaran tu mente. Cuantas más voces emergen, más parecen quedar dentro: las que sabías que vivían emboscadas ahí, algunas que sospechabas que existían, también otras que ni siquiera reconoces (...).
Porque la soledad es generosa, Marina. O por lo menos sé que existen soledades propias, que no son pérdidas sino conquistas. Yo quisiera tener una de esas, disfrutarla despacio, comprenderla sin miedo. Pero cada vez que estoy a punto de sentirla, se me esfuma y me veo solo. Y quedo cara a cara con un extraño, intentando averiguar qué ha sucedido. (...)
Como estamos en época de rebajas (el capitalismo es una interminable rebaja), había un gentío alrededor de los expositores. Parecía una reunión de canguros: todos daban saltos con una bolsa a cuestas. (...)
Dicen que soy noctámbulo, pero lo único que busco es una porción de silencio. Si para eso hay que esperar hasta la madrugada, espero. Uno no ama la noche, sino sus atributos. (...)
Supongo que ella pensaba que el salto de las caricias al sexo era como pasar del agua tibia a la caliente. Aún le faltaba descubrir que a veces, en mitad de la compañía, te cae el hielo encima y el otro desaparece. (...)
Por la calle tengo la sensación de cruzarme con menos desconocidos que enemigos. La gente parece pasarlo tan bien que me da asco, es decir, una envidia incrédula: tiene que haber grandes razones para deprimirse, ¿no? Razones que los demás todavía no han descubierto. (...)
El único refugio, entonces, es el bar de Xavi. Ahí suelo terminar. Me figuro que, en el fondo, todos los que vamos ahí vamos a terminar algo. ¿No es eso el bar de siempre? No el lugar al que se va de fiesta, a bailar o a conquistar el mundo. Sino ese lugar inevitable al que acudes porque no hay adónde ir, porque es el último que no aborreces. Al menos que yo sepa, existen tres maneras universales de beber: por timidez, por euforia, por olvido. Pero en el bar de siempre se descubre otra manera: beber por solidaridad. Cuando voy donde Xavi acabo emborrachándome por solidaridad con quienes, como yo, han acabado ahí porque no había otro remedio. ¡Cráneos previlegiados! Tengo tanto sueño que me quitaría la cabeza. (...)
Mi padre hacía bien en obligarme a leer, pero yo hacía bien en resistirme, no sé si me explico. La lectura necesita tener algo furtivo: se lee mejor a escondidas, en contra de algo o de alguien. (...)
Había quedado en encontrarme con unos compañeros de clase (debería decir: con unos compañeros que tampoco van a clase) y aún faltaba un rato para la hora. Me acomodé en uno de los bancos y me dediqué a ver circular, calle arriba, calle abajo, a la juventud alcohólica local. Todos hacían muecas. Se habían disfrazado de no haberse disfrazado. Sentí una moderada confianza en mis posibilidades: un payaso consciente nunca ha sido ridículo. (...)
Te sorprendería ver cuánto ha cambiado mi hermana. Hasta hace un par de años, me hacía caso en todo y quería parecerse a mí. Ahora no sólo ha comprendido que sus héroes deben ser otros, sino que además ha empezado a ser quien da las órdenes en casa. Teniendo en cuenta el estado de nuestra familia, no me parece mala idea. El rol de primogénito me produce espanto. Aunque no hablemos mucho (llegados a cierta edad, los hermanos parecen alcanzar un acuerdo tácito mediante el cual el amor se presupone pero rara vez se demuestra), la considero una chica inteligente. También es caprichosa y un tanto melodramática, como toda la gente de su edad. Tiende a golpear las puertas y adora a cualquier músico que se vista de negro y le cante a la destrucción. Cada vez que hace falta, sin embargo, Paula se pone seria y trae algo de sensatez a esta casa. ¿Y yo? Intento no molestar demasiado. Soy, digamos, un huésped permanente. (...)
En el chat todos tienen un nombre distinto al suyo y unos deseos diferentes de los que declararían en su propio nombre. (...)  Pero a veces las mentiras nos salvan. A mí me gusta, por ejemplo, mentirme diciendo que soy buena persona. La gente, en un principio, está dispuesta a creerme. No por ingenuidad, sino por comodidad. Desconfiar de todo el mundo resulta agotador. Así que yo me miento: Soy un buen tipo, soy un buen tipo. Y, al cabo de algún tiempo, no me queda más remedio que serlo para no defraudar a nadie. El único peligro de mentirse consiste en elegir la mentira equivocada. Una que sea indigna del fingimiento al que obliga o del propio fingidor. (...)
La vida en las ventanas.
Andrés Neuman.
Finalista Premio Primavera de Novela 2002.
Espasa 2002/ Alfaguara 2019. 

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