ARREBATOS ALÍRICOS

Me fui sobreviviendo como pude

(José Luis Piquero)


domingo, 1 de octubre de 2017

"¿QUÉ PASA EN CATALUÑA?": el separatismo como substancia de laboratorio

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Entusiasmo. Entusiasmo. En ninguna región de España se sabe lo que es el entusiasmo popular si no es en Cataluña. Pienso y no acierto a imaginar qué tendría que pasar en Madrid o en Sevilla, qué acontecimiento maravilloso habría de producirse para que los castellanos o los andaluces se entusiasmasen así.

No basta decir que los catalanes son gente fervorosa y propicia a la exteriorización de los sentimientos. Hay que reconocer que esos sentimientos que los catalanes exteriorizan de una manera tan contingente son típicamente multitudinarios y, en la medida de lo posible, unánimes. Cuando de algún otro lugar de España que no sea Catalunya decimos los periodistas que la multitud estaba entusiasmada, mentimos siempre un poco. Entusiasmo multitudinario no hay más que uno en España: el de los catalanes. Fuera de Cataluña esa multitud a que refieren los periodistas suele ser simplemente a un grupo, una parte del pueblo más o menos considerable, pero nunca el pueblo mismo entero y verdadero. Desgraciadamente, en el resto de España no hay ningún gran motivo de entusiasmo. Se entusiasman unos pocos o muchos y los demás callan o asienten. Aquí, en Cataluña, se entusiasman todos. Es más: se riñe una batalla. Si unos vencen, otros han de ser vencidos. Pues bien: en Cataluña esta sugestión del triunfo es tan fuerte que los arrastra a todos, a los vencidos como a los vencedores. No quiero con esto decir que los vencidos sean tan viles que se agarran a la trasera del carro de los vencedores. Pero sí que un sentimiento tan metido en la entraña de este pueblo como el del afianzamiento de su personalidad tiene fuerza bastante para subsistir soterrado y brotar pujante cuando llega su hora, aun en aquellos que se han esforzado por arrancárselo y sacrificarlo a otras convicciones. Hoy me sería imposible encontrar un solo anticatalanista. (...)

El separatismo es una rara substancia que se utiliza en los laboratorios de Madrid como reactivo del patriotismo, y en los de Cataluña como aglutinante de las clases conservadoras. No sé aún si será tan difícil encontrar separatistas como anticatalanistas; pero, desde luego, no me parece tarea fácil hallarlos. (...)

Esta impresión de que el vivir afanoso de Cataluña prosigue inalterable y un poco desdeñoso de los sucesos políticos, felices o adversos, es lo único que cabe deducir de la actitud de sus gentes. Para saber más, para anticipar algo de lo que pueda pasar en Cataluña, habrá que buscar, no a las masas que gritan entusiasmadas en un momento dado y vuelven luego a sus tareas de siempre, sino a los hombres representativos del pensamiento de Cataluña, porque estos hombres, aunque en Castilla esto parezca inverosímil, a veces arrastran tras ellos a la multitud. (...)

Esto del oficio de gobernar no se aprende tan fácilmente. Puede ocurrir que los consejeros de la Generalidad no sepan desempeñar con la misma brillantez el papel de revolucionarios que el de gobernantes. Para lo primero tenían un buen aprendizaje y para lo segundo no han hecho hasta ahora más que un ensayo poco afortunado que terminó a cañonazos (...).
Cuando se quiere de verdad conocer el pensamiento de quienes gobiernan a un pueblo es inútil ir a los despachos oficiales. (...)

Sostienen los hombres de izquierda de Cataluña que el proletariado catalán, la clase obrera industrial, los menesterosos y en general los desheredados que se mueven siempre por indiscutible espíritu protestatario y de insolidaridad social, carece de esa mentalidad doctrinaria creada por la sistematización marxista del dogma de la lucha de clase. Es decir, que los proletarios catalanes no son marxistas. (...)

Un millón de personas en las calles. Ni un solo guardia. El espectáculo era bonito. (...)

Dentro de poco Companys será, como lo fue Maciá, un puro símbolo. Reconozcamos que Cataluña tiene esa virtud imponderable: la de convertir a sus revolucionarios en puros símbolos, ya que no puede hacer de ellos perfectos estadistas. Lo uno vale lo otro. (...)
Bien es verdad que los tiempos son duros y gastan pronto a los hombres, aun a los que están revestidos de simbólicas corazas, pero si hay en España un lugar donde el pueblo conserve el amor y el respeto al hombre y al símbolo, ese lugar es Cataluña. (...)

Al atardecer, en uno de esos locales impresionantes, en los que suele reunirse la burguesía barcelonesa para consumir pastelillos de nata, he oído comentar el gran espectáculo de la jornada a quienes seguramente no han sido actores en él.
-El desfile -decía alguien- ha sido impresionante y revela la gran fuerza espiritual del pueblo catalán. A nuestro pueblo le entusiasman estas grandes paradas de la ciudadanía. No sabe pasar muchos meses sin provocar alguna. Pero acaso entre una y otra, aunque sólo mediasen tres o cuatro meses, tendría alguien que preocuparse de rellenar el tiempo con una tarea que tal vez no sea del todo superflua: la de gobernar, la de administrar, la de hacer por el pueblo algo más que ofrecerle ocasión y pretexto para estos deslumbrantes espectáculos. Si entre una manifestación de entusiasmo y otra no hay siquiera unos meses de silencioso y honesto trabajo en las covachuelas, llegará un día en que este pueblo catalán, tan entusiasta, tan fervoroso, tan bueno, cambiará. 
Y entonces será peor.

Gobernar es llegar fatalmente a un momento de impopularidad. (...)

Aparte de lo que se dio en llamar "obstáculos tradicionales", el mayor obstáculo con que el pueblo catalán ha tropezado en el resto de España ha sido la incapacidad de los hombres representativos de Cataluña para expresar con claridad sus sentimientos, sus ideas y sus necesidades y para convencer a los demás de que tenían razón en sus demandas. Han sido pésimos abogados de su propia causa. Desde el advenimiento de la República, el problema catalán tenía abierto un ancho cauce. Los parlamentarios catalanes no supieron utilizarlo, y el régimen autonómico, si se impuso al fin, fue por la fuerza irresistible que le daba el sentir unánime del pueblo catalán, no por la pericia de sus valedores. (...)
Así y todo, seguiremos creyendo que Cataluña, el pueblo catalán, vale más, mucho más, que sus hombres representativos. Los políticos catalanes son inferiores al pueblo. Es lógico que así sea. Los mejores hombres de Cataluña se consagran, por temperamento y por tradición, al servicio de la industria, las artes, el comercio y la pura especulación; saben que con estas actividades pueden conquistar su bienestar material y espiritual; saben también que el servicio público, la política, la gobernación, no paga a sus hombres con la misma largueza que la industria privada ni con la misma consideración moral que el ejercicio de las artes o las ciencias. Esto basta para explicar por qué Cataluña no tiene hoy el equipo de hombres públicos que el ejercicio de su autonomía requiere. 
Si a esto se une el egoísmo de las clientelas políticas, la codicia y el anhelo de conservar el poder en las mismas manos, el pueblo catalán no logrará ahora tampoco el alto exponente a que tiene derecho. Ochenta y tantos hombres que quieren seguir cobrando unas dietas no tienen derecho a restar calidad a un pueblo. (...)
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(Todos los fragmentos citados arriba pertenecen a distintos artículos que Manuel Chaves Nogales escribió como enviado especial del diario Ahora a partir de febrero de 1936.
Ahora han sido recopilados en una fantástica edición por la editorial Almuzara en 2013.
Cualquier parecido con la actualidad es, supongo, casualidad o pura clarividencia.)

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