viernes, 25 de septiembre de 2015

El guardián.

Por alguna extraña razón, se me había pasado este texto en el que, como siempre, Gonzalo Hidalgo Bayal retrata inmejorablemente el mundo de Murania.


La banca defraudó 236 millones de euros a la Seguridad Social (un poema de Eva Vaz)

Mi madre murió
en el cielo de un quirófano.
Yo sé cuánto frío...
Sé como te lo quitan...
respirando,
respirando...

El limbo debe ser eso.

Mi madre murió allí.
Tenía las arterias demasiado pequeñas
Mi hija nació allí:
resbaló por la plancha
helada
y la sentí como un abrazo
a mi madre muerta.


Mi madre tenía las arterias estrechas.
Ahora sé por qué tenía
el corazón tan frío
y la mirada glacial


Mi madre estuvo esperando
dos años,
con el frío en los ojos
y el corazón aterido.

Con mi incomprensión
implacable.

Dos años esperando una
desembocadura amplia
para su corazón de piedras.

Pero no hubo un salario
para un cirujano
que le quitara la escarcha a mi madre,
que aligerase su turno en una lista
con muchos nombres
y muchos números,
con muchos hombres vivos.

Luego me contaron que yo estudié
con ese salario que no se dio.

Pero no me sirve la Filosofía
para dilatar
las arterias de mi madre.

No me sirvió ese salario
para comprender la estrechez
congénita
de sus arterias.

La causa de su frío.

Mis arterias también son débiles
madre...
Y a veces tengo los ojos nevados
y el corazón de hueso.

Y ahora no sé qué hacer
con todo
lo que no te dije.

Podría habértelo confesado
mientras respirabas
tu propia muerte
y perdías el frío.

O en un poema como éste
que me abrigue la conciencia.

La cría duerme
madre,
se parece a nosotras.

Se llama Eva.

Eva Vaz.
Frágil (Antología 2001-2009)
Baile del Sol

Gregorio Morán y los "aduaneros sociales"

No hay nada que no se pueda aprender o comprender si uno pone empeño y, a diferencia de un montón de gente que son de donde los echó su madre, algunos nos hemos tomado la molestia y tenemos el privilegio de ser de donde hemos querido ser. Una notable diferencia entre la obligación y la voluntad. Ente los hechos más patéticos que la experiencia nos ha colmado está aquel de encontrarnos con individuo de tal o cual lugar que cuando les decimos lo que quieren oír nos otorgan la bendición -"entiendes muy bien este país"- y cuando no coincidimos, es más, cuando rechazamos sus opiniones, nos espetan esta cómica coletilla: "Usted no conoce suficientemente este país". La invención del aduanero social -es decir, aquel que decide quién sabe o no sabe de su propia sociedad- es un producto reaccionario de reciente invención; no tiene más allá de siglo y medio de vida.
(artículo publicado en La Vanguardia el 24 de enero de 1998 y recogido en La decadencia de Cataluña

jueves, 17 de septiembre de 2015

Enric González y el referéndum catalán

Creo que es un momento oportuno para recordar este artículo de Enric González, que pego a continuación sin permiso, pero que deberían leer en JotDown, que es donde fue publicado originalmente el 30 de julio de 2013. Aunque no lo parezca.

Hay quien se siente muy orgulloso de haber nacido donde nació. Se trata, supongo, de un orgullo por delegación, porque el nasciturus suele carecer de capacidad de decisión y nace donde le nacen. Hay gente, pues, orgullosa de que su madre pariera donde lo hizo y en el momento en que lo hizo, y de que le enseñaran las primeras palabras en tal idioma o tal otro. No es nada nuevo. Los romanos adoraban a los «lares», los dioses de la familia y el terruño, antepasados remotos y benévolos; bien mirado, esa era una religión más sensata que otras con cierto éxito contemporáneo. De la patria, un concepto más o menos concreto (el lugar donde nació uno, o donde nacieron sus padres, según se opte por el droit du sol o el droit du sang), se pasa al patriotismo, algo completamente subjetivo que algunos aprecian y otros no llegamos a entender.
Deduzco que mi patria geográfica es Barcelona. Mis padres nacieron en Barcelona y yo nací en Barcelona. Mi lengua materna es el catalán. En ese sentido, mi patria es Cataluña. Carezco de sentimientos patrióticos, salvo una vaga querencia abstracta hacia Barcelona, una ciudad que me gusta cada día menos. Tengo un pasaporte de España, un país que me gusta cada día menos.
Dado que soy catalán, y dadas las circunstancias por todos conocidas, he acabado formándome una opinión sobre el referéndum que reclaman diversos partidos catalanes y un sector significativo de la ciudadanía catalana.
Estoy a favor del referéndum.
Sé que no existe espacio constitucional para esa consulta. También sé que las constituciones se cambian: me acuerdo de cómo se redactó la Constitución vigente, y de cómo se ha modificado cada vez que lo ha exigido la Unión Europea. Eso no es problema. También sé que el simple hecho de celebrarse el referéndum en el ámbito de la comunidad autónoma catalana implicaría el reconocimiento de Cataluña como territorio soberano, y que realizarlo en toda España sería una juerga formidable. Y no ignoro el marronazo europeo. La historia, todo eso de si Cataluña ha sido o no alguna vez independiente, si la guerra de Sucesión fue de Secesión, etcétera, me parece irrelevante en este caso.
Ya he dicho que soy catalán. Tengo además otros defectos. Me gustan, por ejemplo, los cambios y los conflictos, porque tiendo a creer (con la misma solidez argumental que los creyentes en Dios, es decir, ninguna) que pueden comportar mejoras y progreso. Cierto, también pueden comportar lo contrario. No se sabe hasta que se prueba.
Esa es una razón de mi interés por el referéndum.
La otra, la importante, está relacionada con la patria y la ciudadanía. En general, y mientras la emigración no constituya un fenómeno mayoritario, somos de donde nacimos. Porque sí, sin derecho a elegir. Como dice Galdós que dijo Cánovas, en referencia consciente o inconsciente a algo que dijo Quevedo, «es español el que no puede ser otra cosa». Aunque se pueda ser otra cosa, y se puede largándose a otro sitio y siguiendo ciertos trámites largos y complejos, resulta dificilísimo dejar de ser español.
El referéndum consagraría, como dice la propaganda del nacionalismo catalán, el «derecho a decidir». Eso me gusta. Me gustaría que el derecho a decidir fuera completo, porque entonces no tendría dudas sobre mi voto (elijo ser canadiense), pero poder optar entre España y Cataluña tiene su interés.
Ignoro aún qué votaría. Dependería de las condiciones objetivas o, para ser más claro, de lo que ofrecieran unos y otros. Ya he dicho que soy catalán y por lo tanto pesetero, interesado, gorrón, insolidario y refractario a la «marca España»; es más, reconozco que cuando se enfrentan las selecciones de España e Italia, voy con Italia. En resumen, un catalán de mierda. Por otra parte, fui educado en la devoción a la defensa de Madrid (hablo de la Guerra Civil, no del Bernabéu), escribo casi siempre en lengua castellana y cuando se enfrentan las selecciones de España y Alemania, voy con España.
Sospecho que, si me dieran la oportunidad, votaría por España. Porque siento que la caspa inagotable de ese país es un poco mía, porque siento que su desgracia es también la mía, porque no me fío de los míos más que de los otros, porque no es elegante abandonar un barco que zozobra (y menos en una lancha de fortuna), porque prefiero seguir quejándome y porque, pudiendo elegir, parece tonto quedarse con lo que uno ya es. Sospecho que me convertiría en español por elección, un español mucho más español que los españoles por casualidad.
Evidentemente, preferiría que ganara la independencia. Sería la forma más cómoda de vivir de una puta vez y para siempre en el extranjero.

lunes, 14 de septiembre de 2015

Tal vez, por fin, España haya dejado de ser una nación


"... Tal vez, por fin, España haya dejado de ser una nación y trate de convertirse en algo mucho más sensato y menos peligroso: una unidad pactada de gentes demasiado implicadas entre sí como para inventarse otro imaginario. (...)
Y ojo si se confirma que España no era una nación, porque podrían perder parte de su encanto o morbo los nacionalismos a la contra del nacionalismo español. (...) Los que no somos testigos de Jehová porque ni siquiera creemos en la religión verdadera, sea la que sea, también dudamos de los esplendores nacionalistas, incluso del nacionalismo verdadero, que es el serbio. (...) El día en que los jóvenes nacionalistas radicales crezcan y descubran que el nacionalismo no puede seguir enmascarando los problemas de la globalización, ese día construiremos por fin el territorio de la lucidez. Pero para llegar a esa tierra prometida hay que dejar solucionados los pletios mal aplazados, desde la razón democrática, que a veces no coincide con la democracia cuantitativa.
Que los nacionalistas se sientan tranquilos cuanto antes para que se supere este ya agotador, roñoso pleito esencialista de si España es una nación o un comistrajo y podamos volver a pensar en un mundo solidario por encima de la frontera de fondo: la que separa la riqueza de la pobreza."
Manuel Vázquez Montalbán
La aznaridad

Prólogo (de Víctor Peña Dacosta) a "Los hombres me han tratado bien" de Myriam Rubio



1- “El instante se prolonga para explicar algunas cosas, aunque no todas se explican”.

Al empezar a escribir estas líneas, servidor no puede evitar sentirse como el anfitrión que, en mitad de una bulliciosa reunión alegre de amigos, se ve obligado a apagar la música y ordenar silencio para hacer un brindis que sabe, seguro, inoportuno pero que considera necesario. Intentaré, eso sí, ser (lo) suficientemente breve como para que la fiesta no decaiga.
Muchos comprenderán la paradoja de que, desde el momento en que un libro es suficientemente valioso (ya sea por motivos literarios, sentimentales o sociológicos) como para merecer un prólogo, puede considerarse que se explica por sí mismo y, por tanto, deja, en rigor, de necesitarlo. Este es el caso del libro que nos ocupa, que, sin duda, exhibe pistas de sobra en su significativo título y su heterogéneo índice como para que razonar el motivo de la selección sea tan absurdo como, por ejemplo, explicar un chiste, un cuadro o, peor, una película de cine alternativo. Sin embargo, tanto por motivos literarios como sociológicos o sentimentales, merece un prólogo (aunque sea este) que, sin pretender servir de piedra roseta, sí aclare algunos de los motivos de su (elucubración y su) elaboración. Para empezar, ¿qué es este libro? Desde luego, en lo que respecta a los autores que lo conformamos, una trampa cuidadosamente trazada en la que caímos sucesivamente, sin tener idea de dónde nos metíamos, quizás por nuestra total confianza en la autora intelectual del artefacto poético que, enseguida, detonará en sus manos. Al final, miren por dónde, resultó que, sin saberlo, entrábamos en una especie de vehículo diseñado para un viaje a ninguna parte entre amigos que se acaban de conocer. Es decir, un bendito sindiós que, no obstante, vamos a intentar explicar. Y, para ello, será necesario, con su permiso, ir por partes.

2- “Mas quizá haya aún esperanza para los caballeros y el amor cortés”.
Los hombres me han tratado bien es una antología literaria surgida a raíz de otra antología, en este caso, el cuaderno encargado por Solidaridad Plasencia en las Navidades de 2012 con el objetivo de recaudar fondos para los más desfavorecidos. Entonces, Myriam Rubio (a partir de ahora My) mandó este poema:
:
LOS HOMBRES ME HAN TRATADO BIEN
Los hombres me han tratado siempre bien
aunque nunca pinté mis uñas con esmalte rojo.
Alguna vez creí en lo espiritual
de las aventuras sentimentales,
mientras leía.
Y dejé de leer
cuando ya no necesitaba llegar sin aliento
al final de cada historia.
Los hombres me han tratado bien.
De pequeños,
a veces afilaban sus armas espontáneas y torpes…
como niños que juegan con sus pistolas de agua,
como niñas que juegan a maquillar muñecas.
A escasos centímetros del asfalto
sobre patines, entonces,
rodaba cuesta abajo sin frenos,
arriesgada y feliz.
O ascendía la pendiente
inquieta, apasionada,
solitaria.
Las plantas de mis pies giraban inestables al revés de la tierra.
No llevo escotes…
Una madrugada de junio
alguien supo cómo asomarse a mi espalda,
sin desabrochar el único botón que sujetaba
aquella minúscula camisa blanca.
Los hombres me han tratado bien;
sólo mi nombre les bastaba. Después, mi piel.
Nunca tomaron nada sin permiso.
Nada robaron.
Ni siquiera el recuerdo de los besos que nunca existieron.
Encontramos en este magnífico poema, tal y como podrán observar más adelante, varios de los rasgos más característicos de la poesía de My: por ejemplo, el verso libre marcadamente desigual, la fusión entre profundas reflexiones de carácter general y el descarado subjetivismo lírico desplegado bajo un tono engañosamente naíf y verdaderamente confesional. Pero este texto nos interesa ahora, sobre todo, por su función simultánea de camión cisterna, aglutinante, cómplice y coartada, pues se convirtió sin saberlo ni pretenderlo, en la primera pieza de un complejo engranaje que acabaría arrastrando a muchos hombres a la caída. Y es que el cuaderno solidario, parece ser, tuvo una buena acogida, lo que es siempre deseable (y, mucho más, al tratarse de uno con tan nobles propósitos), mientras que el poema que acabamos de leer despertó un especial interés, según dicen, entre el género masculino, que agradeció a My verse retratado con desacostumbrada amabilidad y ternura infrecuente en un tiempo en que cierto feminismo mal entendido elige esgrimir, en ocasiones, el reproche resentido de pretéritas ofensas de índole misógina. 
My, que es una mujer que siempre ha estado rodeada, por suerte, de hombres, tanto en su hogar como en sus clases, recitales o en otras antologías, consideró que esta visión, ya de por sí simplista, resultaba, en lo referente a su caso, tremendamente injusta y decidió contribuir a repararla con una recopilación poética de algunos hombres que, además de haberse comportado con ella de forma óptima, eran o, gracias a la historia que atesoraban podían llegar a ser, escritores o, al menos, ofrecer testimonio. Así, debemos entender esta antología como una reivindicación de “bientratadores”, complementaria a la obligada repulsa a los maltratadores o, lo que es lo mismo, un homenaje a todas esas mujeres “agotadas, que no se tienen en pie, que (…) sostienen cualquier ciudad, todas las ciudades” , pero también a los hombres que, pese a su torpeza, a veces son capaces de tratarlas casi tan bien como merecen. Esta (creo) fue la intención de My al buscar entre sus amistades, viejos profesores y antiguos alumnos pero, también, referentes literarios con los que hubiera coincidido de una u otra forma, a autores interesantes debido a su obra y pertinentes gracias a su condición de bienhechores dispuestos, una vez más, a actuar como es debido cediendo o creando algún texto (un recuerdo, un homenaje, una anécdota) oportuno para la ocasión.
Por su parte, el hombre que mejor la trata y que por motivos sentimentales, literarios y estéticos no podía faltar, contribuiría al artefacto poético con su saber plástico, esto es, con las ilustraciones, que llevan un paso más allá el juego de referencias que intentaremos explicar más adelante.
El proceso sería, por lo tanto, muy sencillo y nada simple: los poemas de My, atrapados en azul, evocarían, anticiparían o servirían de réplica a distintos textos que, a su vez, provocarían nuevas creaciones de la autora, a la manera de un cromático efecto dominó.

3- “Y el mismo precipicio reflejado/ en nuestra mirada de cristal”

A pesar de valorar la franqueza de esta intención inicial, surgida del azar y criada bajo la única responsabilidad de la confianza, que fue mutando, poco a poco, en una selección vital, sin ningún afán de notoriedad, éxito ni, tan siquiera, orden o concierto, es preciso admitir que el libro incurre, aparentemente, en dos mentiras: desde el primer momento en que My decidió emprender este proyecto, se refirió a él como su “Antología (personal) de poetas vivos” y así seguirá haciéndolo, seguramente, cada vez que le pregunten. Pues bien, han querido las circunstancias que, en este proceso, hayan entrado textos que no son (en sentido estricto algunos y en absoluto otros) poemas e, incluso, que tres autores, por desgracia, no estén, oficialmente considerados como vivos. Sin embargo, esto no es motivo para que haya variado la intención y así se lo puede seguir confirmando la autora, que es la que manda: antología de poetas vivos, sí, y explicarlo, de nuevo, es tan absurdo como racionalizar un sentimiento tan ilógico y cursi como incuestionable (y todo aquel que mantenga presente el recuerdo de un amigo desaparecido sabe de qué hablo). Por eso, lo que en principio era una antología de poetas vivos en sentido estricto ha acabado siendo, sin traicionarse nunca, un libro que reúne tanto poemas como relatos, hagiografías, anécdotas, acuarelas o letras de canciones y en el que abundan, por supuesto, las referencias cruzadas, los títulos y guiños cómplices, formando un manto literario común que se retroalimenta de sus desperfectos, en una sana promiscuidad creadora que lee, engulle y vomita nuevas imágenes y versos enriquecidos de valiosos despojos: homenajes, influencias, cuentas pendientes y tributos debidamente pagados.
De este modo, a la manera de un disco conceptual (y este símil no es gratuito, pues el proyecto tiene, como verán, mucho que ver con la música), las referencias se acercan y alejan del punto neurálgico, esquivando y retomando la mínima línea argumental que cohesiona el libro: My como hilo conductor, sirena irresistible de hombres con propensión a perderse. Por eso, cada texto esconde detrás una historia y permite tanto a la antóloga y al antologado revivirla, como al lector la posibilidad de intentar reconstruirla y ensamblarla en la sinopsis general: la historia de una poeta que fue creciendo sabiendo siempre rodearse de la mejor compañía.
El resultado es, por así decirlo, algo parecido a un disco triple de extrañas canciones que, curiosamente, nos resultan familiares. En él, encontramos unas ya editadas, otras remezcladas, muchas inéditas e, incluso, disfrutamos de espacio para las rarezas, lo que facilita escucharlo sin cansancio, apreciando cada canción en sí misma y contemplando cómo el conjunto paratextual, formado por los textos, las magníficas ilustraciones perfectamente ensambladas y, si se quiere, la interactiva recreación novelesca de los encuentros por parte del lector, supera en mucho a la suma de sus partes.  

4- “Sin darnos cuenta hemos doblado una esquina del tiempo”.

Ahora bien, si optamos por disfrutar de cada ilustración y leer cada texto de forma independiente, prescindiendo de este prólogo, obviando el orden y sin cuestionarnos excesivamente su presunta coherencia general, siguen existiendo suficientes motivos para apreciar este libro, ya que contiene, precedida del sentido homenaje a cargo de José García Alonso -un autor (y, sin embargo, amigo) que demuestra que merece ser tenido en cuenta (después lo refrendará al final del libro)- la última obra del mítico Emilio Antero (y digo bien: los que le conocimos sabemos que Emilio nunca tendrá “obra póstuma”): un relato confesional y valiente que parece ajustar cuentas con su pasado, que es nuestro presente.
También incluye la letra de una de las postreras canciones compuestas por Germán Coppini, necesario impulso punk y madura evolución intelectual de aquello que se dio en llamar “la Movida” y que, en realidad, en su caso, quizás fuera la adolescencia post-franquista de un pop que desde entonces creció sin parar, unas veces siendo comprendido y disfrutado por el público y otras en proyectos tan olvidados (y tan rescatables) como, por ejemplo, América herida.
Además, gracias a la inmensa generosidad de Mª Luisa Capella (como testimonio de que habría material para continuar este proyecto con las autoras que han exhibido su bondad con My), la antología podría presumir, si fuera esta su intención, de incluir algunos de los últimos poemas escritos por un autor tan fundamental para la poesía española como Tomás Segovia. 
Pero, dejando de lado el morbo, este libro cumple también el principal objetivo de cualquier antología que se precie, es decir, descubrir nuevos nombres a tener en cuenta, en los que el lector con criterio acabará reparando, tanto si ha llegado hasta ellos por interés como si lo ha hecho por despiste: ese puede ser el caso de Julián Pérez, José Alberto Pardo, Raúl Iglesias, Julio Pérez… que nos sirven aquí el aperitivo de una obra semi-oculta que esperemos que vea la luz más temprano que tarde.
También, Los hombres me han tratado bien es un libro que asegura la inversión al recoger  infalibles autores consagrados como José Luis Piquero, Antonio Sánchez Zamarreño, José Manuel Díez, José Luis Peixoto, Eloy Sánchez Rosillo, Francisco Rodríguez Criado… Es decir, nombres que por sí mismos anuncian que el libro tiene muchas garantías de valer la pena.
Pero, además, esta antología de poetas vivos, sirve, incluso, como radar de futuras tendencias, ya que contiene un avance del que será el primer libro de poemas de Juan Ramón Santos, autor que, tras destacar en la prosa va a sorprender con su cambio de acera (palabrita de lector del manuscrito). También, incluye un texto de Nicanor Gil que sirve para quitarnos parte del mono que arrastramos desde su última publicación. Asimismo, encontramos un poema que, quizá, quién sabe, formará parte (o no) del esperado segundo libro de Víctor Martín Iglesias desde el magnífico y lejano (aunque recientemente reeditado por Ediciones Liliputienses) Cómo hemos llegado a esto; alguno que podrá entrar en las futuras obras de Demetrio Alonso y otros dos que, si nadie lo remedia, formarán parte del primer poemario de Víctor Peña.
No obstante, el mayor mérito de Los hombres me han tratado bien, es su condición de ser, posiblemente, la única antología en el mundo y en la historia capaz de albergar a los dos autores placentinos más conocidos allende nuestras murallas: Gonzalo Hidalgo Bayal y Roberto Iniesta Ojea. El primero, como todos saben o deberían saber, es un novelista fundamental que desde Mísera fue, señora, la osadía (1988) ha desarrollado una obra personalísima, insobornable e inapelable que, por suerte para el gran público, ha sido recuperada y editada como merece en los últimos años. Pues bien, My ha optado por rescatar su poesía, el género con el que se estrenó y que, quizás, muy en el fondo, nunca ha abandonado, no solo como divertimento en su blog o en sus rotundas novelas sino, según algunos, en el afán de sugestión y el mimo musical y rítmico que late bajo su prosa. (No parece mal momento para recordarle que alguna vez se comprometió a reunir su poesía completa, ahora que muchos comprobarán, quizás por primera vez, la certera precisión de sus versos). Por su parte, Roberto Iniesta, líder de Extremoduro, la mejor y más personal banda de rock surgida en España y, por tanto, símbolo de independencia absoluta y mesías de los descreídos más fanáticos, cede la letra de una canción inédita sin importarle el escrutinio que va a sufrir, seguro, por unos fans insaciables a los que siempre resulta demasiado largo, dure lo que dure, el periodo entre disco y disco. 
La coexistencia de esta extraña pareja, repito, inimaginable en ningún otro proyecto que no sea el que nos ocupa y, en cambio, absolutamente lógica en este, sintetiza muy probablemente la esencia de Los hombres me han tratado bien, a saber: la coherencia sentimental en torno a la obra de Myriam Rubio que, no solo jamás se planteó la posibilidad de separar o atemperar la relación entre “literatura” y “vida”, sino que, en la que puede ser su obra definitiva, ha optado por unirlas definitivamente en una especie de novela poemática que es, a su vez, unas memorias escrupulosamente incompletas y, sobre todo, un vertiginoso frontón de influencias en el que hay que estar atentos a los rebotes y devoluciones.

5- “Estamos locos y festejamos nuestra necedad”.

Como ya nos explicó Harold Bloom en su canónica obra Cómo leer y por qué:
“Leer bien (…) hace que uno se relacione con la alteridad, ya sea la propia, la de los amigos o la de quienes pueden llegar a serlo. (…) Leemos no sólo porque nos es imposible conocer a toda la gente que quisiéramos, sino porque la amistad es vulnerable y puede menguar o desaparecer, vencida por el espacio, el tiempo, la falta de comprensión y todas las aflicciones de la vida familiar y pasional.”
Esta observación puede servirnos de base para sentenciar que Los hombres me han tratado bien es el retrato de un yo construido durante años en la alteridad que, paulatinamente, gracias a sus lecturas, vivencias y encuentros, ha ido puliendo un estilo personal y una obra preñada de influencias que, ahora, engendra también muchos seguidores (lean y notarán el círculo vicioso del influjo lírico). Pero, sobre todo, es una prueba de amistad invulnerable que ha vencido al espacio, al tiempo, a la falta de comprensión y, en definitiva, no tiene la más mínima intención de menguar o desaparecer.
En fin, como todo orador que se precie, he faltado a la promesa que les hice al principio y va siendo hora, definitivamente, de finalizar el brindis que pretendí hacerles creer que sería breve. 
Y, ahora, la fiesta debe continuar.

Víctor Peña Dacosta

Presentación de "Los hombres me han tratado bien" de Myriam Rubio



Cuando logren apartar los ojos de la bellísima ilustración de portada, realizada, igual que los vídeos que hemos disfrutado hace un momento, por Miguel Pedrero, quizá alguno de los presentes abra Los hombres me han tratado bien y observe que esta obra, además de los 36 autores masculinos y la musa, compiladora y autora principal, lleva un prólogo que comienza con estas palabras:
Al empezar a escribir estas líneas, servidor no puede evitar sentirse como el anfitrión que, en mitad de una bulliciosa reunión alegre de amigos, se ve obligado a apagar la música y ordenar silencio para hacer un brindis que sabe, seguro, inoportuno pero que considera necesario. Intentaré, eso sí, ser suficientemente breve como para que la fiesta no decaiga.

Esta imagen, elegida un poco al hacer hace mucho tiempo, ha resultado mucho más profética o, al menos, acertada de lo esperado y hoy parece aún más inoportuno extenderse e interrumpir una fiesta que si en el libro se podría considerar metafórica, hoy tiene bastante de literal. 

Sí que me gustaría decir que este es el tercer prólogo que publico y, sin duda, el que más trabajo me ha costado, pues primero tuve que comprender en qué consistía el proyecto, cuestión más compleja de lo que parece, y después intentar explicar de forma algo pedante lo que no dejaban de ser, y me van a permitir ser pedante, simples pero precisos mecanismos del corazón de Myriam.
Por eso, la tentación hoy era hacerles un resumen del prólogo que tanto me costó, pero al final he decidido cambiar de estrategia: primero porque todo lo que quería expresar ha quedado allí y, sobre todo, resulta absurdo que os haga un resumen teniendo en cuenta que todos, absolutamente todos, vais a comprar y leer el libro. Incluso el prólogo.

Sí que me gustaría insistir en alguna idea básica: 
1- Los hombres me han tratado bien es una antología literaria publicada con fines solidarios, surgida a raíz de otra antología también solidaria: en este caso, el cuaderno encargado por Solidaridad Plasencia en las Navidades de 2012 con el objetivo de recaudar fondos para los más desfavorecidos. Por eso, entre otros motivos menores como la amistad, la admiración, el cariño o la afinidad literaria, es un orgullo haber formado parte de ella.
2- El proyecto consistía, básicamente, en una vindicación por parte de Myriam de figuras masculinas haciendo lo que mejor deben hacer los hombres para reivindicarse: portarse bien, especialmente con mujeres que se lo merecen, como es el caso.
3- Esta es la única antología capaz de reunir a los dos placentinos más universales allende sus murallas, Gonzalo Hidalgo Bayal y Roberto Iniesta. Y solo por eso merece la pena.

4- El resultado es una "antología viva de poetas", la mayoría oficial u oficiosamente vivos y con algunos que, circunstancialmente, se puede decir que ya no están con nosotros pero de lo que, si me permiten que me ponga moñas, tampoco se puede decir que hayan muerto. No, al menos, creo, mientras les sigamos recordando, leyendo y, en cierta manera, reescribiendo. 
Así que, desde aquí, un saludo a los amigos presentes y ausentes.
Esto de antología viva de poetas no es una forma de hablar o, si lo era, al igual que la imagen del principio, también ha dejado de serlo: este libro está tan vivo que siguió sumando nombres cuando parecía estar cerrado.
Incluso una vez que, por ejemplo, yo ya había entregado el prólogo y que, hoy mismo, sigue tan viva que ha tenido que adelantar la hora en que iba a tener lugar para atender al acto solidario que tendrá lugar a las 21:30 en el Alkázar.  Por tanto, otro motivo para ir terminando.
5- De hecho, está tan viva que, con su permiso, voy a leer un Whatsapp recibido casi, casi en riguroso presente por uno de los autores participantes con más futuro: Jaime Hernánez, miembro del grupo Farragua:
Quería darte las gracias, Myriam, por el gesto tan bonito de publicar tu libro. Hacen falta más detalles como este para que nos conciencemos de que realmente somos UN mundo y no EL mundo.
Me siento orgulloso de haber podido colaborar, sobre todo al saber que todo va a esta asociación y, por tanto, que he podido aportar mi granito de arena.
Seguiremos en la lucha haciendo el camino, porque nuestras huellas jamás se borrarán si lo que sentimos es así, sincero y bueno.

Ya sé que dije que no iba a recurrir al prólogo publicado pero este es un libro tan vivo, que obliga a improvisar y, preparando esta intervención, me di cuenta de que el último punto se llamaba:“Estamos locos y festejamos nuestra necedad”. Como podrán suponer, no puedo no leerlo: porque esto es justo lo que somos y exactamente lo que estamos haciendo en este instante.

Como ya nos explicó Harold Bloom en su canónica obra Cómo leer y por qué:
“Leer bien (…) hace que uno se relacione con la alteridad, ya sea la propia, la de los amigos o la de quienes pueden llegar a serlo. (…) Leemos no sólo porque es imposible conocer a toda la gente que quisiéramos, sino porque la amistad es vulnerable y puede menguar o desaparecer, vencida por el espacio, el tiempo, la falta de comprensión y todas las aflicciones de la vida familiar y pasional.”
Esta observación puede servirnos de base para sentenciar que Los hombres me han tratado bien es el retrato de un yo construido durante años en la alteridad que, paulatinamente, gracias a sus lecturas, vivencias y encuentros, ha ido puliendo un estilo personal y una obra preñada de influencias que, ahora, engendra también muchos seguidores (lean y notarán el círculo vicioso del influjo lírico). Pero, sobre todo, es una prueba de amistad invulnerable que ha vencido al espacio, al tiempo, a la falta de comprensión y, en definitiva, no tiene la más mínima intención de menguar o desaparecer.
En fin, como todo orador inoportuno, he faltado a la promesa que les hice al principio y va siendo hora, definitivamente, de finalizar el brindis que pretendí hacerles creer que sería breve. 
Y, ahora sí que sí, la fiesta debe continuar.

lunes, 7 de septiembre de 2015

La escuela del desconsuelo (poema de Antonio Orihuela)


El que obedece es la mejor copia del que manda,
la gente vive enamorada de su servidumbre,
pendiente siempre del jefe,
incapaz de decidir por sí misma.

La gente ama a los analistas financieros,
a los directores de los periódicos,
al ministro de Economía
susurrando crisis en sus oídos.

La gente ama al rey en Botswana,
a los empresarios que dicen que la solución es trabajar más y cobrar menos,
a la ministra de Trabajo hablando de la reforma laboral
y la Virgen del Rocío,
al ministro de Interior diciendo que las cosas podrían ir a peor,
al ministro de Economía justificando que la mayoría
deberá permanecer en la miseria,
al presidente del gobierno razonando que no hay alternativa.

La gente se adapta, colabora, sólo quiere ser uno más, no desentonar,
cambiar de canal siempre que se lo ordenen,
aunque no hay nada que ganar,
aunque la paga no será justa,
aunque la miseria continuará,
aunque el casero llame a la puerta,
aunque las cosas nunca vayan a cambiar.

Los pobres aman aquello que los domina y explota.

Los ricos acarician el sufrimiento de los pobres
como el que acaricia un buen perro.


Antonio Orihuela
El amor en los tiempos del despido libre
Ed. Amargord, 2014.

sábado, 5 de septiembre de 2015

Editorial doble

Hace mucho que los mejores editoriales en este país los firma El Roto.

Hoy, además, parece sintetizar la brillante columna de Enric González en El Mundo:

Sensación
ENRIC GONZÁLEZ Actualizado:05/09/2015  
Los niños biafreños con el vientre hinchado, en 1968. La niña vietnamita huyendo del napalm, en 1972. La niña colombiana muriendo poco a poco en el agua, en 1986. La niña sudanesa agonizante bajo la mirada de un buitre, en 1993. El niño sirio ahogado en la playa de Bodrum, estos días. Ciertas imágenes causan una tremenda conmoción en eso que llamamos "la opinión pública". Y a veces la conmoción sirve para algo, aunque suela durar muy poco. Cada uno tiene sus problemas y sigue con su vida.
Lo inquietante del asunto consiste en que, al parecer, sólo la conmoción tiene efectos. Decir conmoción es decir sensación. Uno acaba preguntándose por qué el término sensacionalismo suele pronunciarse despectivamente, cuando en realidad atendemos fundamentalmente a la sensación, a la emoción, a la lágrima que nos duele y a la vez nos reconforta porque nos recuerda que aún somos buenos. O un poco buenos. O un poco buenos por un ratito. Ese momento en el que gritamos: "¡Que alguien haga algo!"
Las fotografías de impacto constituyen un elemento fundamental de la información. Hay aún quien debate sobre la conveniencia de publicarlas: supongo que el onanismo mental cuenta con numerosos adeptos en el periodismo. Las imágenes brutales (no hablo de recrearse en la morbosidad) hacen falta como aldabonazos. Son, sin embargo, solamente eso: aldabonazos. Fogonazos efímeros en la oscuridad de un planeta en el que cada día mueren miles de niños que no deberían morir, decenas de miles sufren la guerra y millones de personas viven en una miseria creada por el hombre.
No todo tiene remedio. Cuando lo hay, aplicarlo requiere voluntad, constancia, algunos sacrificios. Las soluciones no surgen de la sensación, sino de la reflexión. Y la reflexión requiere información. El ciudadano que tras ver la foto se interesa por los refugiados y los emigrantes, piensa un rato, decide hacer algo y sigue queriendo hacer algo al día siguiente, forma parte de la solución. El que mira, se emociona, ignora y olvida es, en realidad, parte del problema.

martes, 1 de septiembre de 2015

SOBRE LA CORRUPCIÓN (O NO) DE LOS CERTÁMENES DE POESÍA: MI EXPERIENCIA COMO JURADO EN EL I PREMIO DE POESÍA JOVEN ANTONIO COLINAS (Ediciones de la Isla de Siltolá)

Sin duda, entre mis principales defectos, variados y, en algunos casos, me van a permitir la inmodestia, de una talla poco común, debería resaltar mi desmesurada capacidad de procrastrinación o, si se prefiere, mi incapacidad para sacar tiempo de hacer las cosas cuando resulta aconsejable, oportuno o, al menos, medianamente pertinente.
Por eso, aunque el I Premio de Poesía Joven Antonio Colinas se falló el pasado 16 de mayo de 2015, no es hasta este momento cuando me dispongo a desvelar la exclusiva de cómo se produjo el mismo desde mi privilegiada posición de testigo directo, ya que formé parte del jurado.

Si hago esto es porque, como lector de poesía, cliente habitual de esos antros de perdición llamados librerías-café y usuario de las redes sociales (posiblemente, otros de mis estigmas más evidentes y, seguramente, relacionados con la mencionada procrastrinación), uno lleva escuchando y leyendo mucho tiempo quejas relativas a la mafia imperante en los certámenes poéticos: que si la larga mano de Visor, que si ahora te premio yo y, cuando te corresponda, ya sabes lo que te toca, que si el Ciudad de Burgos… En fin, supongo que cada uno tendrá su escándalo evidente o sospechoso preferido.

Por eso, siempre he creído que la obligación de todos los que, sea por nuestra condición de honrados o por nuestra condición de humildes, queremos un mundo (literario) más justo, es denunciar cuando seamos testigos de tejemanejes, complots, conspiraciones o chanchullos. Posiblemente aún así no consigamos evitarlos pero es la única forma medianamente digna de dejar de ser cómplices directos o indirectos y, por lo tanto, morir medianamente bien cuando el calor y la programación televisiva lo permiten.

Dicho lo cual, lamento comunicarles que en mi única experiencia como jurado no se han cumplido las expectativas y solo puedo decir que el fallo del I Premio de Poesía Joven Antonio Colinas no ha podido ser más justo. Eso sí, considero que igual que resulta necesario denunciar la falta de ética, conviene pregonar la garantía de un juicio ecuánime. Por eso, les resumo brevemente el desarrollo de la deliberación para que puedan juzgar ustedes:

Según la editorial, y de esto no puedo dar fe pero tampoco tengo por qué dudar,
A la primera edición del Premio de Poesía Joven Antonio Colinas se han presentado 213 obras. De ellas 7 no cumplían algunas de las bases. 206 obras recibidas en plazo y forma. Tras la preselección resultaron finalistas 14 poemarios. Uno de ellos fue retirado por haber sido merecedor de otro certamen. Por tanto los 13 poemarios preseleccionados inicialmente fueron:
•        Mar negro
•        El sol sobre la nieve
•        Contrafacta
•        Destejer
•    Rinoceronte García desayuna solo en el Burger King una lluviosa mañana de diciembre
•        Por hablar contigo
•        El decapitado de Ashton
•        Permiso de residencia
•        El café de por las tardes
•        Levadura
•        El asa rota
•        Este es el momento exacto en que el tiempo empieza a correr
•        Hoy no estaré junto a vosotros

Yo, como miembro del jurado, recibí en sobres cerrados un ejemplar de cada uno de estos libros firmados con seudónimo y sin ninguna marca que permitiera identificar al autor. Cabe suponer que es lo que sucedió con el resto de los miembros.
De entre estos finalistas, se nos indicó que debíamos votar a tres, sin recibir ningún tipo de sugerencia, presión, precisión o simple comentario, y remitírselos a Javier Sánchez Menéndez, dueño de la editorial, quien nos facilitó después la hoja con las votaciones en las que aparecíamos identificados cada uno de los miembros del jurado con un número (“Jurado número 1”, “Jurado número 2”, etcéterea). En ella pude comprobar que los votos de mi número se correspondían con los libros que había elegido y, aunque no sé si se tomaron la molestia de hacerlo, sí sé que el resto de miembros podrían haber señalado las discordancias en el caso de hacerse producido. De esta criba resultaron tres libros finalistas. Curiosamente, los tres votados por mí, aunque la votación estuvo bastante ajustada.
Se nos citó a las 13 horas del día 15 de mayo y, hasta que no comenzó el acto de entrega de premios, no supe quién era ninguno de los miembros, que resultaron ser los siguientes: Antonio Colinas, Raquel Lanseros, Antonio Luis Ginés, José María Jurado, Tomás Rodríguez Reyes, Diego Vaya, Jaime Sánchez Martín y Javier Sánchez Menéndez. Además de, por supuesto, Víctor Peña Dacosta, servidor de ustedes.

Sin tener la más mínima opción de deliberar, comentar o hacernos ninguna seña, ya que nos encontrábamos en mitad de un acto público en la Feria del Libro de Sevilla, nos sentamos en una mesa y, allí, a plena luz del día y en presencia de testigos, hubimos de escribir en un papel el nombre del libro finalista que considerábamos merecedor del premio. 

Posteriormente, Javier Sánchez Menéndez procedió a sacar cada uno de los papeles y, mientras los enseñaba el público asistente, a contarlos en voz alta, hasta finalizar el recuento, que declaró vencedor por clarísima mayoría a Este es el momento exacto en que el tiempo empieza a correr, cuya plica, abierta en directo en ese mismo instante, desveló que su autoría correspondía a una tal de Ana Llurba. A la que, por cierto, aprovecho para felicitar desde aquí.
Finalmente, y solo entonces, llegó el momento de ir a comer, conocernos y comentar el desarrollo del certamen, entre otras muchas cuestiones.

Cuento esto ahora porque, repito, considero mi obligación y la de todos los que tengan la oportunidad de intervenir o asistir a lides semejantes, denunciar cualquier atisbo de corrupción. Pero también, insisto, señalar con la misma claridad los procedimientos limpios, como ha sido el caso (y ya me gustaría a mí que hubiera sucedido todo lo contrario y las visitas de este blog se dispararan con autores indignados…)
Por eso, he de decir que, si se desarrollan de la misma forma, podrá haber certámenes igual pero nunca más limpios que estos dos que organiza la misma editorial:

I Premio de Poesía Nicanor Parra (5 de septiembre)

Supongo que habrá quien pueda decir lo mismo de, espero, muchísimos otros premios de poesía. En ese caso, le agradecería que lo señalara en los comentarios o publicara una entrada parecida, que es un coñazo imprimir, grapar, comprar sobres y sellos para participar en concursos con los que a veces te queda una mínima sospecha con la que disculpar la derrota.
En el caso de que no sea así, espero que algún miembro del jurado, revele la engañifa.
En lo que a mí respecta, tengan por seguro que, si vuelvo a ser seleccionado como jurado en este o cualquier otro premio, les contaré cómo se han desarrollado. Espero, eso sí, que con menor retraso esta vez. Pero en esto último no confíen demasiado.