1- “El instante se prolonga para explicar algunas cosas, aunque no todas se explican”.
Al empezar a escribir estas líneas, servidor no puede evitar sentirse como el anfitrión que, en mitad de una bulliciosa reunión alegre de amigos, se ve obligado a apagar la música y ordenar silencio para hacer un brindis que sabe, seguro, inoportuno pero que considera necesario. Intentaré, eso sí, ser (lo) suficientemente breve como para que la fiesta no decaiga.
Muchos comprenderán la paradoja de que, desde el momento en que un libro es suficientemente valioso (ya sea por motivos literarios, sentimentales o sociológicos) como para merecer un prólogo, puede considerarse que se explica por sí mismo y, por tanto, deja, en rigor, de necesitarlo. Este es el caso del libro que nos ocupa, que, sin duda, exhibe pistas de sobra en su significativo título y su heterogéneo índice como para que razonar el motivo de la selección sea tan absurdo como, por ejemplo, explicar un chiste, un cuadro o, peor, una película de cine alternativo. Sin embargo, tanto por motivos literarios como sociológicos o sentimentales, merece un prólogo (aunque sea este) que, sin pretender servir de piedra roseta, sí aclare algunos de los motivos de su (elucubración y su) elaboración. Para empezar, ¿qué es este libro? Desde luego, en lo que respecta a los autores que lo conformamos, una trampa cuidadosamente trazada en la que caímos sucesivamente, sin tener idea de dónde nos metíamos, quizás por nuestra total confianza en la autora intelectual del artefacto poético que, enseguida, detonará en sus manos. Al final, miren por dónde, resultó que, sin saberlo, entrábamos en una especie de vehículo diseñado para un viaje a ninguna parte entre amigos que se acaban de conocer. Es decir, un bendito sindiós que, no obstante, vamos a intentar explicar. Y, para ello, será necesario, con su permiso, ir por partes.
2- “Mas quizá haya aún esperanza para los caballeros y el amor cortés”.
Los hombres me han tratado bien es una antología literaria surgida a raíz de otra antología, en este caso, el cuaderno encargado por Solidaridad Plasencia en las Navidades de 2012 con el objetivo de recaudar fondos para los más desfavorecidos. Entonces, Myriam Rubio (a partir de ahora My) mandó este poema:
:
LOS HOMBRES ME HAN TRATADO BIENLos hombres me han tratado siempre bienaunque nunca pinté mis uñas con esmalte rojo.Alguna vez creí en lo espiritualde las aventuras sentimentales,mientras leía.Y dejé de leercuando ya no necesitaba llegar sin alientoal final de cada historia.Los hombres me han tratado bien.De pequeños,a veces afilaban sus armas espontáneas y torpes…como niños que juegan con sus pistolas de agua,como niñas que juegan a maquillar muñecas.A escasos centímetros del asfaltosobre patines, entonces,rodaba cuesta abajo sin frenos,arriesgada y feliz.O ascendía la pendienteinquieta, apasionada,solitaria.Las plantas de mis pies giraban inestables al revés de la tierra.No llevo escotes…Una madrugada de junioalguien supo cómo asomarse a mi espalda,sin desabrochar el único botón que sujetabaaquella minúscula camisa blanca.Los hombres me han tratado bien;sólo mi nombre les bastaba. Después, mi piel.Nunca tomaron nada sin permiso.Nada robaron.Ni siquiera el recuerdo de los besos que nunca existieron.
Encontramos en este magnífico poema, tal y como podrán observar más adelante, varios de los rasgos más característicos de la poesía de My: por ejemplo, el verso libre marcadamente desigual, la fusión entre profundas reflexiones de carácter general y el descarado subjetivismo lírico desplegado bajo un tono engañosamente naíf y verdaderamente confesional. Pero este texto nos interesa ahora, sobre todo, por su función simultánea de camión cisterna, aglutinante, cómplice y coartada, pues se convirtió sin saberlo ni pretenderlo, en la primera pieza de un complejo engranaje que acabaría arrastrando a muchos hombres a la caída. Y es que el cuaderno solidario, parece ser, tuvo una buena acogida, lo que es siempre deseable (y, mucho más, al tratarse de uno con tan nobles propósitos), mientras que el poema que acabamos de leer despertó un especial interés, según dicen, entre el género masculino, que agradeció a My verse retratado con desacostumbrada amabilidad y ternura infrecuente en un tiempo en que cierto feminismo mal entendido elige esgrimir, en ocasiones, el reproche resentido de pretéritas ofensas de índole misógina.
My, que es una mujer que siempre ha estado rodeada, por suerte, de hombres, tanto en su hogar como en sus clases, recitales o en otras antologías, consideró que esta visión, ya de por sí simplista, resultaba, en lo referente a su caso, tremendamente injusta y decidió contribuir a repararla con una recopilación poética de algunos hombres que, además de haberse comportado con ella de forma óptima, eran o, gracias a la historia que atesoraban podían llegar a ser, escritores o, al menos, ofrecer testimonio. Así, debemos entender esta antología como una reivindicación de “bientratadores”, complementaria a la obligada repulsa a los maltratadores o, lo que es lo mismo, un homenaje a todas esas mujeres “agotadas, que no se tienen en pie, que (…) sostienen cualquier ciudad, todas las ciudades” , pero también a los hombres que, pese a su torpeza, a veces son capaces de tratarlas casi tan bien como merecen. Esta (creo) fue la intención de My al buscar entre sus amistades, viejos profesores y antiguos alumnos pero, también, referentes literarios con los que hubiera coincidido de una u otra forma, a autores interesantes debido a su obra y pertinentes gracias a su condición de bienhechores dispuestos, una vez más, a actuar como es debido cediendo o creando algún texto (un recuerdo, un homenaje, una anécdota) oportuno para la ocasión.
Por su parte, el hombre que mejor la trata y que por motivos sentimentales, literarios y estéticos no podía faltar, contribuiría al artefacto poético con su saber plástico, esto es, con las ilustraciones, que llevan un paso más allá el juego de referencias que intentaremos explicar más adelante.
El proceso sería, por lo tanto, muy sencillo y nada simple: los poemas de My, atrapados en azul, evocarían, anticiparían o servirían de réplica a distintos textos que, a su vez, provocarían nuevas creaciones de la autora, a la manera de un cromático efecto dominó.
3- “Y el mismo precipicio reflejado/ en nuestra mirada de cristal”
A pesar de valorar la franqueza de esta intención inicial, surgida del azar y criada bajo la única responsabilidad de la confianza, que fue mutando, poco a poco, en una selección vital, sin ningún afán de notoriedad, éxito ni, tan siquiera, orden o concierto, es preciso admitir que el libro incurre, aparentemente, en dos mentiras: desde el primer momento en que My decidió emprender este proyecto, se refirió a él como su “Antología (personal) de poetas vivos” y así seguirá haciéndolo, seguramente, cada vez que le pregunten. Pues bien, han querido las circunstancias que, en este proceso, hayan entrado textos que no son (en sentido estricto algunos y en absoluto otros) poemas e, incluso, que tres autores, por desgracia, no estén, oficialmente considerados como vivos. Sin embargo, esto no es motivo para que haya variado la intención y así se lo puede seguir confirmando la autora, que es la que manda: antología de poetas vivos, sí, y explicarlo, de nuevo, es tan absurdo como racionalizar un sentimiento tan ilógico y cursi como incuestionable (y todo aquel que mantenga presente el recuerdo de un amigo desaparecido sabe de qué hablo). Por eso, lo que en principio era una antología de poetas vivos en sentido estricto ha acabado siendo, sin traicionarse nunca, un libro que reúne tanto poemas como relatos, hagiografías, anécdotas, acuarelas o letras de canciones y en el que abundan, por supuesto, las referencias cruzadas, los títulos y guiños cómplices, formando un manto literario común que se retroalimenta de sus desperfectos, en una sana promiscuidad creadora que lee, engulle y vomita nuevas imágenes y versos enriquecidos de valiosos despojos: homenajes, influencias, cuentas pendientes y tributos debidamente pagados.
De este modo, a la manera de un disco conceptual (y este símil no es gratuito, pues el proyecto tiene, como verán, mucho que ver con la música), las referencias se acercan y alejan del punto neurálgico, esquivando y retomando la mínima línea argumental que cohesiona el libro: My como hilo conductor, sirena irresistible de hombres con propensión a perderse. Por eso, cada texto esconde detrás una historia y permite tanto a la antóloga y al antologado revivirla, como al lector la posibilidad de intentar reconstruirla y ensamblarla en la sinopsis general: la historia de una poeta que fue creciendo sabiendo siempre rodearse de la mejor compañía.
El resultado es, por así decirlo, algo parecido a un disco triple de extrañas canciones que, curiosamente, nos resultan familiares. En él, encontramos unas ya editadas, otras remezcladas, muchas inéditas e, incluso, disfrutamos de espacio para las rarezas, lo que facilita escucharlo sin cansancio, apreciando cada canción en sí misma y contemplando cómo el conjunto paratextual, formado por los textos, las magníficas ilustraciones perfectamente ensambladas y, si se quiere, la interactiva recreación novelesca de los encuentros por parte del lector, supera en mucho a la suma de sus partes.
4- “Sin darnos cuenta hemos doblado una esquina del tiempo”.
Ahora bien, si optamos por disfrutar de cada ilustración y leer cada texto de forma independiente, prescindiendo de este prólogo, obviando el orden y sin cuestionarnos excesivamente su presunta coherencia general, siguen existiendo suficientes motivos para apreciar este libro, ya que contiene, precedida del sentido homenaje a cargo de José García Alonso -un autor (y, sin embargo, amigo) que demuestra que merece ser tenido en cuenta (después lo refrendará al final del libro)- la última obra del mítico Emilio Antero (y digo bien: los que le conocimos sabemos que Emilio nunca tendrá “obra póstuma”): un relato confesional y valiente que parece ajustar cuentas con su pasado, que es nuestro presente.
También incluye la letra de una de las postreras canciones compuestas por Germán Coppini, necesario impulso punk y madura evolución intelectual de aquello que se dio en llamar “la Movida” y que, en realidad, en su caso, quizás fuera la adolescencia post-franquista de un pop que desde entonces creció sin parar, unas veces siendo comprendido y disfrutado por el público y otras en proyectos tan olvidados (y tan rescatables) como, por ejemplo, América herida.
Además, gracias a la inmensa generosidad de Mª Luisa Capella (como testimonio de que habría material para continuar este proyecto con las autoras que han exhibido su bondad con My), la antología podría presumir, si fuera esta su intención, de incluir algunos de los últimos poemas escritos por un autor tan fundamental para la poesía española como Tomás Segovia.
Pero, dejando de lado el morbo, este libro cumple también el principal objetivo de cualquier antología que se precie, es decir, descubrir nuevos nombres a tener en cuenta, en los que el lector con criterio acabará reparando, tanto si ha llegado hasta ellos por interés como si lo ha hecho por despiste: ese puede ser el caso de Julián Pérez, José Alberto Pardo, Raúl Iglesias, Julio Pérez… que nos sirven aquí el aperitivo de una obra semi-oculta que esperemos que vea la luz más temprano que tarde.
También, Los hombres me han tratado bien es un libro que asegura la inversión al recoger infalibles autores consagrados como José Luis Piquero, Antonio Sánchez Zamarreño, José Manuel Díez, José Luis Peixoto, Eloy Sánchez Rosillo, Francisco Rodríguez Criado… Es decir, nombres que por sí mismos anuncian que el libro tiene muchas garantías de valer la pena.
Pero, además, esta antología de poetas vivos, sirve, incluso, como radar de futuras tendencias, ya que contiene un avance del que será el primer libro de poemas de Juan Ramón Santos, autor que, tras destacar en la prosa va a sorprender con su cambio de acera (palabrita de lector del manuscrito). También, incluye un texto de Nicanor Gil que sirve para quitarnos parte del mono que arrastramos desde su última publicación. Asimismo, encontramos un poema que, quizá, quién sabe, formará parte (o no) del esperado segundo libro de Víctor Martín Iglesias desde el magnífico y lejano (aunque recientemente reeditado por Ediciones Liliputienses) Cómo hemos llegado a esto; alguno que podrá entrar en las futuras obras de Demetrio Alonso y otros dos que, si nadie lo remedia, formarán parte del primer poemario de Víctor Peña.
No obstante, el mayor mérito de Los hombres me han tratado bien, es su condición de ser, posiblemente, la única antología en el mundo y en la historia capaz de albergar a los dos autores placentinos más conocidos allende nuestras murallas: Gonzalo Hidalgo Bayal y Roberto Iniesta Ojea. El primero, como todos saben o deberían saber, es un novelista fundamental que desde Mísera fue, señora, la osadía (1988) ha desarrollado una obra personalísima, insobornable e inapelable que, por suerte para el gran público, ha sido recuperada y editada como merece en los últimos años. Pues bien, My ha optado por rescatar su poesía, el género con el que se estrenó y que, quizás, muy en el fondo, nunca ha abandonado, no solo como divertimento en su blog o en sus rotundas novelas sino, según algunos, en el afán de sugestión y el mimo musical y rítmico que late bajo su prosa. (No parece mal momento para recordarle que alguna vez se comprometió a reunir su poesía completa, ahora que muchos comprobarán, quizás por primera vez, la certera precisión de sus versos). Por su parte, Roberto Iniesta, líder de Extremoduro, la mejor y más personal banda de rock surgida en España y, por tanto, símbolo de independencia absoluta y mesías de los descreídos más fanáticos, cede la letra de una canción inédita sin importarle el escrutinio que va a sufrir, seguro, por unos fans insaciables a los que siempre resulta demasiado largo, dure lo que dure, el periodo entre disco y disco.
La coexistencia de esta extraña pareja, repito, inimaginable en ningún otro proyecto que no sea el que nos ocupa y, en cambio, absolutamente lógica en este, sintetiza muy probablemente la esencia de Los hombres me han tratado bien, a saber: la coherencia sentimental en torno a la obra de Myriam Rubio que, no solo jamás se planteó la posibilidad de separar o atemperar la relación entre “literatura” y “vida”, sino que, en la que puede ser su obra definitiva, ha optado por unirlas definitivamente en una especie de novela poemática que es, a su vez, unas memorias escrupulosamente incompletas y, sobre todo, un vertiginoso frontón de influencias en el que hay que estar atentos a los rebotes y devoluciones.
5- “Estamos locos y festejamos nuestra necedad”.
Como ya nos explicó Harold Bloom en su canónica obra Cómo leer y por qué:
“Leer bien (…) hace que uno se relacione con la alteridad, ya sea la propia, la de los amigos o la de quienes pueden llegar a serlo. (…) Leemos no sólo porque nos es imposible conocer a toda la gente que quisiéramos, sino porque la amistad es vulnerable y puede menguar o desaparecer, vencida por el espacio, el tiempo, la falta de comprensión y todas las aflicciones de la vida familiar y pasional.”
Esta observación puede servirnos de base para sentenciar que Los hombres me han tratado bien es el retrato de un yo construido durante años en la alteridad que, paulatinamente, gracias a sus lecturas, vivencias y encuentros, ha ido puliendo un estilo personal y una obra preñada de influencias que, ahora, engendra también muchos seguidores (lean y notarán el círculo vicioso del influjo lírico). Pero, sobre todo, es una prueba de amistad invulnerable que ha vencido al espacio, al tiempo, a la falta de comprensión y, en definitiva, no tiene la más mínima intención de menguar o desaparecer.
En fin, como todo orador que se precie, he faltado a la promesa que les hice al principio y va siendo hora, definitivamente, de finalizar el brindis que pretendí hacerles creer que sería breve.
Y, ahora, la fiesta debe continuar.
Víctor Peña Dacosta
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