sábado, 4 de febrero de 2023

NUNCA FUIMOS MÁS FELICES (Carlos Marzal)

Nadie ha averiguado hasta la fecha en qué consiste ser padre, igual que nadie termina de descubrir en qué consiste ninguna de las cosas en que nos convertimos. Ahora bien, no me cabe la menor duda de que los padres, al menos durante la infancia, debemos ejercer todos los oficios conocidos, aunque los desconozcamos, para tratar de que nuestros hijos sean felices. Cualquier padre es una suerte de diminuto y satisfecho taumaturgo doméstico encargado de satisfacer los caprichos de pequeños tiranos, que no son nuestros hijos, sino el amor: el amor que profesamos a nuestros hijos. La única forma de no arrepentirnos de nuestras acciones reside en acometerlas por amor. Esa es la única fórmula conocida para no equivocarnos jamás, por más que nos equivoquemos a toda hora. Quienes aman son los sin culpa. Los felices. (...)

Cualquier escritura pertenece al género de la confesión, ya sea de forma encubierta o declarada: las novelas, los poemas, los tratados de aeronáutica, las enciclopedias de animales, los prospectos farmacéuticos. Con ello quiero decir que lo que escribimos y lo que leemos dan cuenta por necesidad de cuáles son nuestros intereses en la vida, nuestras preocupaciones, nuestras servidumbres. Y de eso nos habla siempre la literatura. (...)

Digo todo esto para afirmar que no creo demasiado en los temas, y mucho menos en la idea de que existan argumentos más importantes que otros acerca de los que escribir. El verdadero interés de la literatura reside en el talento del escritor para interesarnos en aquello que nos cuenta, nos interese o no en principio. (...)

Este libro tiene por excusa el fútbol, pero es un libro de amor: de amor a mi hijo, de amor al fútbol, de amor a las cosas, de amor a la vida. Como todo lo que he escrito. Como todo lo que escribiré. Mi propósito es ofrecer unas páginas cordiales en el sentido etimológico del adjetivo; es decir, que traten del corazón. De mi corazón, más o menos al desnudo. Del corazón de quienes conozco. Lo que más me interesa al leer es descubrir una aventura humana por detrás de la escritura, un individuo a través del lenguaje. Todo es intimidad. (...)

El fútbol es un asunto demasiado serio para dejarlo en manos de los profesionales del fútbol. Es demasiado serio para dejarlo en manos de los futbolistas: por lo común, los futbolistas se limitan a jugarlo, a disfrutarlo, sin saber la importancia verdadera de lo que están haciendo. (...)

Mi impresión general es que en el universo del fútbol la gente inteligente, cultivada, sensata, escasea más que en otros ámbitos, sobre todo en ámbitos en los que se maneja tanto dinero y tanta energía moral y sentimental de los habitantes del planeta. De ahí que, cuando aparece alguien con sensatez e inteligencia, destaque tanto por encima del resto. Los nuevos ricos metidos a empresarios del fútbol, los viejos peloteros sin la EGB, los exfutbolistas con pasado glorioso enmohecido, los animales de bellota con ínfulas de Copa de Ferias, los pelmazos fundamentalistas del club de sus amores: hay mucho cateto sobrevolando el árbol del fútbol, el árbol del bien y del mal. (...)

El aficionado ilustrado no solo debe ser un aficionado educado, sino un aficionado educándose, un aficionado que alimente el relato del fútbol, su tradición, sin la cual nada de este mundo alcanza la condición de mitología. Sin arte y sin literatura, nada de este mundo adquiere su estatura real, porque para adquirirla son imprescindibles la hipérbole, el cuento, la leyenda, y eso solo lo proporcionan la literatura y el arte. (...)

Los padres del fútbol, tras fracasar durante la juventud en su ilusión de ser futbolistas, reviven en la persona de sus hijos el sueño épico que no fueron capaces de cumplir. Mi hijo me vengará, y, de paso, convertido en estrella del fútbol mundial, me sacará de pobre. Quién sabe. Las explicaciones simples no suelen existir, ni siquiera para explicar las simplezas que la gente comete. (...)

He comprobado que a quienes no son lectores solo hay una cosa que les guste más que el acto de no leer libros: es no dejar que los lean los demás. Me ha pasado en todos los trabajos y ámbitos: en la enseñanza, en la Diputación, cuando trabajaba en asuntos taurinos, en el club de campo del que soy socio en Náquera. La usurpación del tiempo ajeno representa el gran entretenimiento de la especie humana, y, en el caso de la usurpación del tiempo ajeno de los lectores, ese entretenimiento alcanza proporciones de voluptuosidad. Como te identifiquen como lector, estás muerto para la lectura. De manera que si quieres leer, lo mejor es que dejes en el entrenamiento a tu hijo y te marches a una cafetería que esté lejos del campo en donde entrena, fuera del ámbito misericorde de los padres del equipo. La lectura es siempre una actividad clandestina, secreta, íntima. El universo conspira para no dejarte leer. Apréndelo pronto, o no leerás ni dos libros. (...)

He observado que todos los padres aceptamos mejor, por regla general, el hecho de que nuestro hijo se lleve por delante al hijo del vecino en una entrada, que no el caso contrario: que el hijo del vecino se lleve por delante a nuestra criatura. De ahí que, a menudo, se puedan producir roces, y tropezones, entre los padres de los niños más competitivos y belicosos. La cortesía versallesca que debería imperar en estos asuntos se transforma al final en realpolitik. (...)

El personal que se tatúa ignora el origen de lo que hace, pero el origen es este, aunque no lo sepa. Casi todas las tonterías que se cometen a lo largo de los siglos han nacido en la cabeza de algún iluminado, de algún profeta, de algún místico, de algún filósofo (incluso de algún filósofo místico iluminado con apetito de profeta). Por eso hay que tener tanto cuidado con lo que se piensa, y más con lo que se dice, y aún más con lo que se deja por escrito a la posteridad, esa fase de la historia tan proclive a tomarse las cosas en serio y a armarla a las primeras de cambio. Ahora, los futbolistas se tatúan. Los brazos, las manos, el cuello, las piernas, los huevos, el culo, la polla, la cabeza, la frente. Son muy pocos los que escapan a cobrar aspecto portuario, delincuencial, macró. Parece que consiste en una ceremonia de carácter intimidatorio, para que los contrarios se atengan a las consecuencias. Soy un tío peligroso. Soy un tipo duro. Un hombre con mi preparación física puede matar. Más allá de mi piel hay dragones. Cágate de miedo, amiguito. Acojónate, porque esto es la guerra, mariconcete. Y cosas así. Los futbolistas se tatúan y se ponen piercings, y se peinan como los mohicanos y los iroqueses, con crestas que producen asombro y risotadas. Se tiñen la melena o el cepillo o el felpudo, de color ceniza con mechas de remolacha. A las primeras de cambio —porque para eso se tatúan todos los que se tatúan— se fotografían en bañador, en pantalón corto, en calzoncillos, en bolas. Los tatuados dan un poco de pena, porque están obligados a vestir camisetas de tirantes en invierno, para que se les vea la colección pictórica. (...)

Voy a acuñar una definición de buen aficionado al fútbol. Otra más. Aquel que nunca acude al campo sin pensar que el mundo merece la pena, también, porque hoy hay partido, pero que nunca se marcha del campo pensando que el partido de hoy le ha arruinado el mundo. (...)

El noventa por ciento de la población no ha pasado de jugar en el colegio con los amigos, pero habla como si terminase de ganar la Champions siendo entrenador, por tercera vez, después de haberla ganado cinco como jugador. Me imagino que si esto ocurre en España, ocurre en todos los rincones del planeta, porque los españoles somos mónadas temperamentales del gran temperamento universal. Nunca he conocido a nadie que hablase de fútbol con cierta frecuencia y reconociese que no sabía mucho del asunto. A menudo se está condenado a jugar y ver partidos desde antes de nacer, en los tiempos en que se ocupa la tribuna amniótica de una madre embarazada, seguidora a hierro del club de sus amores. El fútbol constituye un ámbito de sabiduría infusa, por así decir. Incluso los que admiten odiar el fútbol y no explicarse cómo se ha propagado en el universo ese virus alienador, se permiten hablar de fútbol desde un negacionismo concienzudo, erudito, fruto de muchas horas de reflexión indignada. (...)

Llegas al desierto de Wadi Rum, en Jordania, y, bajo una jaima, el guía que te ha conducido por el desierto te recita la última alineación del Real Madrid y te explica cuáles son los problemas del club. Terminas de dar una lectura de poemas en San Petersburgo, y el catedrático de español que te ha presentado en la universidad te recita la alineación del Barcelona y te analiza las soluciones para los problemas del club. Te comes un pedazo de cola de cocodrilo, con guarnición de plátano macho, en la selva del Perú, a la orilla del río Ucayali, y el cocinero, mientras tuesta una incomestible piraña para comérsela, te recita la alineación de la Selección Española y te aconseja que traslades a quien corresponda la idea de que la Selección no puede ni debe actuar como un club. La globalización creo que consiste en eso, entre otras cosas. La globalización creo que funciona así. Se difunde a través del fútbol, y no al revés. El fútbol global no es fruto de la globalización, sino todo lo contrario: el fútbol es uno de los canales mediante los que se globaliza la globalización. Es el líquido elemento —uno de ellos, de los más importantes— por el que fluye el elemento líquido de la realidad contemporánea. Que tomen nota los filósofos, y los poetas, y los registradores de la propiedad. Todo esto lo digo con el conocimiento de causa que me infunde la causa del conocimiento futbolístico. (...)

La victoria deportiva es un absoluto, como el gol, se produzca en donde se produzca. Por eso la universalidad de la alegría deportiva, que no sabe ni de edades, ni de ámbitos, ni de tiempos, ni de jerarquías, ni de escalafones, ni de premios que no sean el premio de la alegría misma. La alegría es la fuerza mayor, como la llamó el gran Clément Rosset, y la alegría deportiva es la fuerza deportiva más grande. En términos de entusiasmo íntimo, vale lo mismo el gol que se marca en la final de un mundial que el gol que marca un niño de seis años, en el parque de su barrio, cuando juega con sus amigos dando patadas a una lata de cerveza vacía. La victoria es la victoria, una demasía sentimental que se celebra como un bien perfecto. El gol no es jamás únicamente el gol; es decir, el procedimiento mediante el cual se logra avanzar en el juego y conseguir vencer cuando concluye. El gol es una construcción física y afectiva de todo un conjunto de participantes en la trama del fútbol: los jugadores y quienes los contemplan. (Y, por extensión, así sucede también con el tanto logrado en cualquier otro deporte.) Ya sean cincuenta mil espectadores en directo y cincuenta millones por televisión, o ya sea la abuela de uno de los chiquillos que da patadas a la pelota en una favela, el gol significa siempre el precipitado de una actitud plural del ánimo, la quintaesencia de un complejo proceso del espíritu. De ahí que, cuando se produce, se celebre de la misma manera en un patio de vecindad que en un estadio olímpico, en un claro de la selva que en el Bernabéu, en el pasillo de casa que en Maracaná. Cuando un niño escoge ser su jugador favorito —me pido ser Pelé, Cruyff, Maradona, u Óscar Rubén Valdez, mi ídolo de infancia—, para jugar contra sus amigos, no es que se establezca una identificación de personajes, sino que se produce una transubstanciación de la carne, inmediata. Aquel niño es su jugador favorito. Yo fui Pelé, Cruyff, Maradona, y, sobre todo, Valdez. Creo en la eucaristía del fútbol: el juego se hace carne y habita entre nosotros, sus fieles. (...) 


El gol, si además sirve para la victoria, no tiene un más allá ni un más acá, no admite más comentario ni más explicación que su disfrute mayestático. El satori terrenal (valga el sinsentido), el nirvana de los pobres, el despertar místico portátil y al alcance de todos. El gol, el gol de la victoria, significa la catarsis suprema, la reconciliación con el presente. Gol, eureka. Si Buda —que tenía nombre de jugador brasileño— hubiese podido, habría querido jugar la final, marcar el gol en el último minuto de descuento y después sentarse a celebrarlo en posición de loto y con su sonrisa beatífica. (...)

NUNCA FUIMOS MÁS FELICES.
CARLOS MARZAL.
TUSQUETS, 2022

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