Media España despierta un domingo a las siete de la mañana sin motivo alguno. Media España despierta, los demás duermen aún, niños, adolescentes, pensionistas, funcionarios. Media España se asoma al balcón y contempla las gruúas detenidas, los retretes envasados, las puertas sin pomo, los encofrados al aire. Y piscinas sin agua y céspedes quemados. Media España cambiaría la dignidad por uno de esos apartamentos a pie de costa. Media España se pregunta en qué nos equivocamos, qué hicimos mal. Media España despierta a las siete de la mañana, el día será caluroso, pero ahora es fresco y limpio. Media España escucha las fauces de lo que se avecina. Tiene miedo, mucho más que indignación, unos pocos ahorros, cuentas que no salen, hijos que se precipitan por los acantilados sin poder hacer otra cosa por ellos que rezar, rezar, rezar. Media España quisiera leer otra vez la Biblia y entenderla, y creer de nuevo en el Apocaplipsis. Y sentirse abrumado por la violencia de los capiteles románicos. Media España quiere ser Mariano Rajoy justo antes de ganar las elecciones. Media España quiere mudarse a la arcadia de José Luis Rodríguez Zapatero. Media España quiere volver a 2008, a ese verano feliz, cuando creíamos que Cesc Fábregas, al marcar el penalti decisivo frente a Italia, había cambiado para siempre el inequívoco signo de nuestra historia. Media España creímos en esos ojos diáfanos y limpios que miraban el futuro sin las marcas en el rostro de Luis Aragonés. Éramos tan jóvenes y tan felices que hubiéramos votado a Lincoln, porque este país era nuevo, reluciente, y las estaciones estaban limpias y la mierda no se acumulaba en los retretes de las bibliotecas. Y podíamos dedicar toda nuestra vida a escribir poemas de amor. Media España quiere volver a cerrar los párpados, volver a dormir, descansar hasta bien entrada la mañana, pero es demsiado tarde, y ya han repartido los periódicos.
Pablo García Casado.
García (Visor)
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