domingo, 28 de junio de 2015

Y así la deuda se reproduce a sí misma

Comparto este fragmento que he visto en el blog del poeta zaragozano David Mayor, dado que me ha resultado muy esclarecedor para entender la crisis griega. Ya sé que es la visión de uno de los directamente implicados pero, dado que le expulsan de las reuniones del Eurogrupo, al menos que pueda expresarse en sus libros y nuestros blogs:

En octubre de 2009, el recién elegido gobierno socialista de Grecia anunció que el verdadero déficit del país superaba el 12% de los ingresos nacionales (en lugar del 6,5% proyectado, que ya era más del doble del límite impuesto por Maastricht). Casi inmediatamente, las CDS basadas en la deuda griega explotaron, al igual que el tipo de interés que el Estado griego tenía que pagar para pedir prestado a fin de refinanciar sus 300.000 millones de euros de deuda. En enero de 2010, estaba claro que, sin ayuda institucional, el gobierno griego iba a tener que declararse en quiebra.
El gobierno griego pidió ayuda a la eurozona informalmente. La canciller alemana Angela Merkel emitió su célebre nein al cubo: nein a un rescate de Grecia; nein a bajar los tipos de interés; nein a un impago por parte de Grecia. Ese triple nein fue único en la historia de las finanzas públicas (e incluso privadas). Imaginemos si, el 15 de septiembre de 2008, el secretario Paulson le hubiese dicho a Lehman Brothers: «No, no voy a rescataros» (cosa que dijo); «No, no voy a organizar créditos a un tipo de interés bajo para vosotros» (cosa que probablemente también dijo) y «No, no podéis declararos en bancarrota» (cosa que jamás habría dicho). Este último «no» es inconcebible. Y aun así eso es precisamente lo que se le dijo al gobierno griego. El gobierno alemán no podía concebir la idea ni de ayudar a Grecia no de que Grecia se declarase en quiebra ante tanta deuda con los bancos franceses y alemanes (en torno a 75.000 millones de euros y 53.000 millones de euros, respectivamente).
Durante cinco angustiosos meses, el Estado griego tuvo que pedir prestado a tipos de usura, hundiéndose cada vez más en la insolvencia, fingiendo que podía capear el temporal. La señora Merkel parecía dispuesta a dejar a Grecia retorciéndose en la tormenta hasta el último momento. Ese momento llegó a principios de mayo de 2010, cuando los mercados mundiales de bonos entraron en algo cercano a la contracción del crédito de 2008. La crisis de la deuda griega había creado el pánico entre los inversores y los había llevado a no comprar bonos de nadie, temiendo un efecto en cascada similar al de 2008. Así que, el 2 de mayo de 2010, la eurozona, el BCE y el FMI acordaron extender un crédito por valor de 110.000 millones de euros a Grecia a un tipo de interés lo bastante alto como para que fuese altamente improbable que las arcas públicas pudiesen devolver tanto este nuevo crédito como los ya existente.
Comprensiblemente escépticos ante la idea de que darle nuevos y costosos créditos a un gobierno insolvente que presidía una economía en profunda recesión pudiese volverlo solvente por arte de magia, los inversores siguieron apostando por la quiebra de Grecia (y de otros miembros vulnerables de la eurozona). Así que, unos días más tarde, la UE anunció la creación del Mecanismo Europeo de Estabilidad Financiera (el MEFF, cuya estructura tóxica discutimos en el capítulo 7), una supuesta reserva de emergencia de 750.000 millones de euros por si otro miembro de la eurozona necesitaba ayuda para pagar su deuda pública.
Los mercados, tras unos pocos días de calma, estudiaron detenidamente el MEFF y decidieron que no era más que una medida provisional. Así, la crisis del euro siguió avanzando con ganas. La razón era, por supuesto, que los nuevos créditos caros no evitan el descenso a la bancarrota de los estados deficitarios, y que desde luego no hacen nada por la arquitectura defectuosa, el nocivo simulacro, cuyo potencial destructivo se desató en el momento en que el Minotauro global fue barrido por el crash de 2008.
Si estoy en lo cierto, y la crisis del euro es un fallo sistémico que empezó como crisis bancaria, entonces la medicina europea es peor que la enfermedad. Es como enviar a un mal nadador al mar para salvar a un bañista que se ahoga: lo único que puedes esperar es la triste visión de los dos malos nadadores agarrados el uno al otro con todas sus fuerzas, mientras ambos se hunden en el fondo del mar.
Los dos nadadores son, por supuesto, los estados deficitarios de la eurozona y el sistema bancario europeo. Sobrecargados como están los bancos con deudas en papel prácticamente carentes de valor emitidas por estados como Grecia e Irlanda, constituyen auténticos agujeros negros a los que el BCE sigue inyectando océanos de liquidez que, por supuesto, sólo rinden un diminuto goteo de créditos extra a la empresa. Mientras tanto, el BCE, los países excedentarios y el FMI se niegan en redondo a discutir la crisis bancaria, concentrando sus energías únicamente en imponer una austeridad masiva a los estados deficitarios. En un ciclo interminable, la austeridad impuesta empeora la recesión que aflige a esos estados deficitarios, e inflama así las ya grandes dudas que los banqueros sobre si Grecia, Irlanda, etc., devolverán algún día su deuda. Y así la crisis se reproduce a sí misma.
 Yanis Varoufakis
El Minotauro global. Estados Unidos, Europa y el futuro de la economía global, 
Capitán Swing, 2012, pp. 266-268, trad. Celia Recarey y Carlos Valdés.

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