sábado, 20 de junio de 2015

Reseña de "La huida hacia delante" por José Luis Piquero en la Revista Clarín (y mucho más)


El pasado número de la Revista Clarín (116 ya y correspondiente a los meses marzo-abril) incluía un homenaje a Santa Teresa de Jesús a cargo de Rosa Navarro Durán, un artículo sobre la vida de Azorín escrito por Manuel Alberca, reciente ganador del premio Comillas con una ejemplar biografía de Valle-Inclán, trabajos sobre cine firmados por Christophe Rabiet y Felipe Benítez Reyes y un largo y jugoso etcétera más que recomendable. 
Además, en su sección crítica (llamada Paliques), incluía muchas reseñas interesantes, entre las que me van a permitir que destaque la lectura que José Luis Piquero hace de La huida hacia delante de servidor de ustedes:

UNA COMEDIA AMARGA
La huida hacia delante
Víctor Peña Dacosta
Isla de Siltolá (Sevilla). 84 páginas.

El primer libro de Víctor Peña Dacosta (Plasencia, 1985) es el ensayo de una despedida: la del joven que se va adentrando en la madurez. A los treinta años su autor se sitúa en ese punto intermedio en que se recuerdan los veinte pero ya se vislumbran los cuarenta, los de la famosa crisis de los cuarenta. Gil de Biedma lo expresó en un sucinto verso prodigioso en su simplicidad: “No volveré a ser joven”.
La huida hacia delante consiste en la crónica de esa transición y constituye, previsiblemente, un tácito autorretrato en el que los rasgos más llamativos son la desilusión, la desesperanza y el descreimiento; pero, y esto es importante, revestidos de un humor y una ironía que borran cualquier rastro de solemnidad y autocompasión. No hay patetismo en estos poemas, lo que no impide que, tras regalarnos durante su lectura algunas sonrisas, nos dejen finalmente un poso de amargura, un poco de frío en el corazón. Al personaje que oímos hablar aquí le gusta reírse de sí mismo, aunque sepa muy bien, como nosotros, que en el fondo todo esto es un asunto muy serio.
El recuerdo de las aventuras y los descubrimientos de la juventud ocupa casi toda la primera parte de La huída hacia adelante. El sexo, la promiscuidad, las locuras, pero también el desamor y las traiciones. No nos engañemos: es el treintañero quien escribe retrospectivamente. Y así, si bastantes de estos poemas resultan divertidos, ninguno es alegre, ninguno vitalista. En la sección titulada “Un añito en el infierno” el tono se vuelve imprecatorio y el nihilismo se intensifica. Es aquí donde la mirada social, que acompaña durante todo el libro al tono intimista, se vuelve más patente, revelándonos las causas de tanto desengaño, explicando quizá esa incapacidad para saber vivir en sociedad y con uno mismo: en un mundo roto toda vida nace rota.
¿Y cuál es la salida inevitable? Adaptarse al miedo, aceptar que no somos héroes y tragar la sopa boba del conformismo. El personaje que no deja de autoparodiarse se ensaña en esta última parte consigo mismo, se rinde y asume que se ha convertido, o esta a punto de convertirse, en todo lo que odiaba. Algo que no dejará de reprocharle el joven que un día fue, en uno de los poemas más redondos de La huida hacia adelante.
Por eso, pese a su heterodoxia gamberra, su cínica frivolidad y su irreverente sarcasmo, La huida hacia adelante es un libro triste, desolado. No sabemos hasta qué punto su autor es consciente de ello. Lo cierto es que se ha tomado muchas molestias para disimularlo. Su ligereza es una máscara del pudor.
Irreverencia, heterodoxia. Podemos extendernos sobre ese particular y señalar que Víctor Peña huye de cualquier grandilocuencia tanto en la forma (versos transparentes, coloquiales, con un tono conversacional y directo) como a la hora de buscar referentes: en el libro se cita a Eliot, a Cortázar, a Jaime Gil de Biedma, a Thomas Mann, a Gramsci... pero también a David Bowie o a John Lennon, y, atención, a Homer Simpson, a Fidel Castro o a Mariano Rajoy. ¿Y por qué no? En un poemario que habla de la vida, de lo que a todos nos ocurre, la alta cultura puede y debe estar muy cerca de lo más cotidiano, de lo que vivimos y sufrimos diariamente.
Si La huída hacia adelante fuera una película, sería una comedia con un trasfondo amargo, de un costumbrismo atroz, esperpéntico a veces, que nos arrancaría sonrisas crispadas. Una película, por cierto, con varios cameos cercanos (Álvaro Valverde, Luis Alberto de Cuenca..., que presentan algunos poemas). Y una película de la que podríamos decir: tiene gracia, pero maldita la gracia que tiene.
Entre bromas e ironías, con un tono casual de parodia y hasta a veces de chiste grueso, Víctor Peña Dacosta acierta a documentar el doloroso tránsito del desengaño adolescente al puro desengaño sin etiquetas. Y lo hace con verdad: sabe de lo que habla. Intuyo, aunque en poesía no es conveniente hacer predicciones, que la veta dramática que en este libro discurre subterránea acabará por imponerse en la dicción de un poeta que sólo acaba de empezar a decir lo mucho que tiene que decir.
José Luis Piquero 


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