domingo, 30 de noviembre de 2014

Escrito a cada instante

Cada vez que canto gol lo hago a coro
con varios millones de hijos de puta.

Cada ocasión que pago mis impuestos
supone un espaldarazo a la política
clasista y asesina de mi gobierno.

Cada vez que tomo una rotonda
estoy financiando a varios corruptos
que pisotean todos mis derechos.

Por eso no pongo el intermitente:
nunca hay que dar pistas al enemigo.

Ir hacia lo desconocido es la única forma respetable de vivir (Prólogo a "¿Por qué hay un plato que gira dentro del microondas?" de Manuel del Barrio Donaire (Ediciones Liliputienses)

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Instrucciones para consumir un gran poeta
Como ya habrá notado el lector inteligente que, obviando este prólogo, se haya lanzado directo a devorar los poemas de Manuel del Barrio Donaire, el lenguaje que encontramos en este libro es el que cabe esperar en un amigo algo maniático pero inteligente, que te habla en confianza y con el que te entiendes bien. Sin embargo, la plasmación del detalle cotidiano, la focalización en los elementos más triviales o el empleo constante de su particular dialecto oral no son, para el andaluz, un fin en sí mismos y en absoluto se regodea en su dominio de este estilo desenfadado por el mero afán de, digamos, sonar cercano o, peor, aparentar ser “cool”. Bien al contrario, Del Barrio se sirve de estos accesorios como medio para continuar una tradición, brillantemente actualizada, que parece transcribir en riguroso directo lo que le sucede ahora al hombre de hoy. Por eso, aunque la poesía hace tiempo que dejó de ser un arma cargada de futuro, si los versos de Del Barrio te desarman es, precisamente, por estar rebosantes de presente, un presente imperfecto que apenas deja espacio para la felicidad, inmersos como nos tiene en la rutina, la desesperación, la lucha por mantener el cuerpo sano y las redes sociales que actualizamos trece veces por minuto.
Por este motivo y por otros que esperamos argumentar a lo largo de este prólogo, Del Barrio es, en nuestra opinión y con perdón, el poeta contemporáneo por antonomasia, dada su capacidad para plasmar, tanto con sus versos como con sus silencios, un “ahora” indefinido que viene de antiguo y que nos va a acompañar aún por un tiempo. Y es que la poesía de Del Barrio es “moderna” sin necesidad de ser “actual” y sin estar, por tanto, condenada a fechas de caducidad, estéticas o sociológicas. Por eso, creemos, Del Barrio sabe servirse de los know-how y las tribulaciones de hoy sin quedar en absoluto constreñido a ellas. Es decir, muy mal se le tienen que dar las cosas para no seguir siendo el poeta contemporáneo por excelencia dentro de, al menos, un par de meses más.
Dostoievski 2.0
En realidad, Del Barrio sigue la tradición literaria predominante desde el Realismo, aquella que sabe que para escribir acertadamente de los sentimientos más personales de un individuo no se pueden obviar sus hábitos sociales, por mecánicos o frívolos que puedan parecernos a priori. Pero, como remarca Eloy Fernández Porta, “el realismo tiene un tema (la épica de la clase media); la cultura pop tiene otro (la épica del consumo)”[1]. Y especialmente cuando “hacer propio lo que nos ha sido impuesto”[2], según la lectura que hace el ensayista catalán de Theodor Adorno, es el proceso que define a la sociedad de consumo. Merced a esta asimilación y tal y como revela, de nuevo, Porta para explicar la fotografía de Carlos Albalá, “el sujeto, sometido a la presión de los media y los metamedia, acepta y experimenta como convicciones íntimas una serie de inducciones de carácter ideológico (opinar), político (votar), performativo (actuar en sociedad)”[3]. Manuel Del Barrio Donaire, posmoderno por encima del canon establecido por los gurús de la posmodernidad, ha ido un paso más lejos al prescindir de inducciones ideológicas o políticas y sabiendo condensar en el retrato lírico de su adaptación al medio la actitud del hombre ante la sociedad que es, en esencia, la del poeta ante la hoja (perdón, pantalla) en blanco: intentar simular que no tiene importancia, seguir adelante sin que parezca que se lo toma en serio, abrir otra ventana del navegador, lograr escabullirse con dignidad.
Sin embargo, este envoltorio coloquial, cotidiano, por más que insista en un deje en ocasiones superficial o, incluso, humorístico, no es ni nos remite, en absoluto, a una literatura escapista. Del Barrio, aunque sea de forma cobarde (como cualquier bípedo que se precie), se enfrenta al mundo, se sabe parte de él y, sobre todo, es muy consciente de una verdad última: el ¨cuerpo es una máquina imperfecta¨ que, irremediablemente, terminará fallando. Ante esto, opone dos estrategias: encomendarse a su médico de cabecera y a la industria farmacéutica o atrincherarse tras los objetos cotidianos, es decir, en todo aquello de lo que no cabe esperar traición alguna, dado que lo conoce por tenerlo ¨a menos de 3 metros de distancia¨. Así, lejos de seguir el camino emprendido por poetas pretéritos (a saber: la búsqueda de verdades trascendentes mediante el rechazo de lo material y el mercadeo de mitologías más o menos vergonzantes), del Barrio se aferra a lo tangible, a lo inmediato, a lo que puede tocar. En otras palabras, hace suya la máxima cartesiana: consumptio ergo sum.
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La vida como catálogo de Ikea
Del Barrio hace suyo, efectivamente, lo que le es impuesto. Pero no se limita a eso: pretende, ridiculizándolo seriamente, desentrañar su significado. El título, en este sentido, resulta clarificador: no solo al progreso y la novedad técnica (todas las marcas y cachivaches en los que Donaire se sostiene serán polvo o, peor, estarán fuera de catálogo en unos pocos años), sino que pretende desentrañar las principales preguntas de la humanidad, es decir: ¿quién soy yo?, ¿qué hago aquí?, ¿con qué podría combinar esta chaqueta?, ¿por qué demonios hay un plato que gira dentro del microondas?
El tono auto-paródico del que el poeta se sirve nos resulta no ya una opción respetable sino, precisamente, el único camino posible hacia la hipotética redención: el recurso lógico con el que se emprende la tarea de desmontar el sinsentido de la oferta y la demanda, la ilógica diabólica de nuestro carro de la compra (reflejo no solo de lo que somos, sino de lo que quisiéramos ser y vehículo, en definitiva, en el que arrastramos nuestras adquisiciones junto con nuestros deseos, frustraciones y esperanzas).
Pero vayamos por partes. Y, para ello, mejor hacer el estudio individualizado de cada una de las secciones que forman el conjunto que usted tiene entre las manos. Esta antología contiene bastantes elementos de la poética de Del Barrio y la estructura y la selección (realizada por el propio autor) les permitirá hacerse una idea aproximada de su recorrido poético, incluso a pesar de este prólogo. Quedan advertidos, eso sí, de que acercarse a los poemas de Donaire no suele suponer solo la mera descodificación del signo lingüístico, el simple disfrute cabal de la palabra escrita. Implica, o al menos debería, la entrada en materia, el cuerpo a cuerpo. Conviene que el lector se tire al barro.
Acertadamente, la antología liliputiense no recoge la poesía de Del Barrio según criterios cronológicos, sino temáticos (lógico, por tanto, que el poemario se abra con el subversivo ¨Instrucciones para ser un gran poeta¨ en solitario). Esta disposición permite que sea al final, tras páginas y páginas, poemas y poemas de búsqueda personal, de intentos más o menos frustrados de buscar lo trascendente en lo cotidiano, cuando descubramos (irremediablemente) la cruda realidad: “tu semen es igual / al de cualquier agente de seguros.” Pero vayamos, decíamos, por partes.

1 - “No creo en Dios ni en los bífidus activos...
... sólo en Lord Byron / Schlegel, Wordsworth, en las pinturas de Friedrich / y en el catálogo de Ikea de 2006” afirmará pronto Del Barrio como síntesis ideológica de su manifiesto personal. Retroalimentación se titula esta primera sección de la antología: “Solo me necesito a mí” nos dice, demoledor, al comienzo del primer poema. “Me escribo y me reescribo”, continúa. Una declaración de intenciones que no debemos entender como exclusivista ni excluyente: el poeta no niega el mundo ni pretende abstraerse de él sino más bien al contrario: comprende que, le guste o no, él es el filtro a través del cual el mundo va a construirse y tomar forma. Sin dramatismos: no podemos evitar construir nuestra visión del mundo ni tenemos alternativa alguna. Es lo que hay.  Partiendo de esta declaración de intenciones, podemos afirmar que Del Barrio desarrolla una poesía amorosa con el medio y, así, tratando a los objetos como si fueran mujeres, establece su torre de marfil, su contemptus mundi y su beatus ille: la tecnología, la salud, ser capaz de escribir bien comiendo sano. Sin embargo, esta relación no es platónica, ni siquiera onanista, sino que parece aproximarse más a una relación de pareja tan disfuncional y recíproca como la del resto. En este primer apartado se desarrollan ya los rasgos más distintivos de la poesía de Del Barrio, que está escrita desde un presente extremo, probablemente para disimular el horror por el porvenir: la vejez, las arrugas, las enfermedades o, incluso, el devenir apocalíptico, esto es, quedarse sin portátil. Nuestro poeta, haciendo suya la máxima de Gabino-Alejandro Carriedo (“En poesía hay que ser seriamente frívolos y no frívolamente serios”),[4] desarrolla sus deseos y, sobre todo, temores, desde una desesperación hilarante que sitúa a la sociedad de consumo como el único código sentimental aceptable. Además, de paso, aprovechando que Ikea también vende por internet, emprende un viaje iniciático en el medio que, a través de paradas deseadas o forzadas en la amistad, la pose y la metafísica quizá, depare el autoconocimiento o, lo que es más importante, el etiquetado de los demás:
Cuando entro en Starbucks y pido un café tengo que decir mi nombre,
que es como decirme a mí mismo y fabricarme de pronto, […]  
Esa es mi identidad, ahora mi vaso dice quién soy,
lo rodeo con mis manos, está caliente, es suave, blanco, de cartón. […]
Sangre de mi sangre a 82º C. Eso es lo que soy.
Salgo a la calle para que la gente pueda verlo.

Rafael Sánchez Ferlosio señaló que la poesía no tiene “receptores” (dado que no comunica ningún contenido semántico), sino, únicamente usuarios, que serán los que, según la analogía desarrollada por José Luis Pardo[5], ocupen una casilla vacía, siempre receptiva con quien quiera servirse del poema para expresar sus propios sentimientos. La poesía de Del Barrio, por su parte, sería, ya lo hemos dicho, el equivalente al carrito de supermercado que, defectuoso o trucado, poco importa, nos conduce a bandazos por un centro comercial para, realmente, guiarnos hacia lo que de verdad necesitamos: aquellos objetos que definen nuestra personalidad y nos hacen ser nosotros:
compras cosas para hacer cosas,
 te compras un coche para sentarte dentro y ser un coche
(…)
Para construir tu propio cuerpo y ser tú mismo
tienes que seguir las instrucciones,
leer algunos libros, improvisar, salir de compras,

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James Zeta sugiere que te gusta James Zeta
La originalidad de Del Barrio reside especialmente, como señalamos al inicio, en la asimilación y, en buena medida, reelaboración de una tradición literaria que permite la plasmación fidedigna del instante presente. En este sentido, la primera sección del libro nos ofrece el ejemplo más claro y directo: ¨Facebook¨, texto elaborado con una técnica muy similar a la empleada por Nicanor Parra allá por 1962 en su poema ¨Noticiario 1957¨ y que nos sirve, pues, para emparentar al hipster adoptivo de Del Barrio con uno de los padres de esto que, a falta de un nombre mejor, hemos dado en llamar poesía posmoderna.
Aquel, entonces, como este ahora, se limitaba a ¨transcribir¨ un poema que ya tenía frente a sus ojos, que llevaba tiempo ahí pero que nadie, hasta ese momento, había sabido ver: o sea, el poeta como traductor, como chófer o como  chamán, lo que ustedes prefieran. Ambos (intentando dejar de lado cualquier posible elitismo cultural) recurren a un medio de comunicación masivo, literariamente hablando casi vulgar. Ahora bien, si para el chileno la elaboración (la pura redacción de texto) era mínima, en Donaire es, diríamos, sencillamente inexistente. Si aquel estaba obligado a una selección de los titulares (por azar, por voluntad o por simple zapeo inconsciente), Del Barrio, aparentemente, se limita a enumerar la información que El Muro le ofrece en ese momento concreto. El verso también es directo, anti-poético, inmediato: su longitud viene marcada por el titular en cuestión o el aviso correspondiente, es decir: huelga de profesores y estudiantes / Romería a la tumba de Óscar Castro / Enrique Bello es invitado a Italia, por un lado, y Eduardo Boix ahora es amigo de Tania Tomás Albert / James Zeta sugiere que te gusta James Zeta / A dos personas le gusta esto, por el otro.
Así, el listado indiscriminado de los hechos obliga al lector (harto de oírlos y, por ello,  fuertemente naturalizados) a un distanciamiento de los mismos y, por tanto, a un cuestionamiento del  formato en sí mismo. Hace que se produzca, en resumidas cuentas, eso que hace ya mucho Víktor Shklovski llamó extrañamiento o desfamiliarización: presentar lo conocido desde una nueva perspectiva. Por eso, el lector y su cotidianidad se ven a sí mismos en un espejo que, aunque los deforma, los refleja fielmente, porque todos nuestros perfiles acaban pareciéndose demasiado y, bueno, siempre podemos pulsar el botón de actualizar y Facebook nos ofrecerá un nuevo muro-poema con otros titulares sobre otras personas: prueba última de que la tierra gira y blablablá.
En conclusión, si su muro de Facebook dice más de ustedes de lo que piensan, el Facebook de Del Barrio es un ejemplo manifiesto de uno de los objetivos de su poética: la capacidad de sorpresa ante la más absoluta (y, como saben, escalofriante) cotidianeidad.

2 - Imagina la mitad de un elefante. Wait for me
En la segunda parte del poemario llega la revelación Blade Runner: esto es, la aceptación de que los prejuicios, deseos, sentimientos y miedos hacia y contra los que dirigimos nuestra vida, han sido heredados de (o anti) nuestros padres, cultivados por los medios o producidos por juicios desafortunados: o sea, que el carrito de la compra, tal vez, no nos llevaba por buen camino. No queda, entonces, más remedio que la autoindagación, primero, y la salida al exterior para buscar un amor o, al menos, un replicante aceptable que, a su vez, acepte al poeta pese a todo lo desvelado en la primera parte que, como habrán podido ver, no es poco. De ahí el título del poema que le da nombre, Wait for me. De ahí, sobre todo, poemas como “Cuentos por palabras” (con guiño incluido a Las ciudades invisibles de Italo Calvino) o el que es, en nuestra humilde opinión, el mejor poema amoroso de los últimos años: “Y te lleve a la cama el desayuno”.
El Del Barrio más íntimo se nos aparece en esta segunda sección, aunque se ha levantado, parece, con el pie izquierdo: “No hay nada más allá del desayuno”, nos asegura para, cuitas amorosas aparte, lanzarse a reflexionar sobre el hecho de “coger una sartén, una cuchara, / rascarnos, mirarnos un lunar, tirarnos pedos, / escuchar un pitido siempre que apretamos un botón.” Es decir, dedicarle un poco de tiempo y espacio literario a “Todo eso que ocupa el 90% de tu vida / y que sin embargo, / inexplicablemente, / no aparece en los manuales de escritura, // ni en los poemas”. Todo eso de lo que, por algún motivo nunca del todo aclarado, los escritores se suelen olvidar a la hora de sentarse a escribir.
La sección (con notables incorporaciones respecto a la primera edición de este libro) termina con uno de los indiscutibles greatest hits del ubetense: “Sábado”. Es decir, follando. Pero no por el mero, fisiológico y vulgar hecho de follar, evidentemente, “sino para escribir sobre ello y ser alguien en la vida / y poder mirar atrás”.

3 - Cómo mirar.
El fracaso de esta interacción provoca de nuevo el encerramiento, esto es, Lo de siempre, tercera y última parte del libro. Y, con ella, la evidencia de que la tecnología no podrá, como tampoco lo ha hecho el amor, salvarnos. Llega pues la aceptación de la inexorabilidad de la condena: “el pasarnos lo que nos pasa / el cáncer de colon”, pero sin caer en el drama sino, más bien, qué remedio, desde una paródica desesperación sin traumas.
De nuevo, el poeta, aun en la cotidianidad de la degradación, la rutina y la muerte, descubre su verdadera función: “descubrir lo que otros ojos no,/ lo que otros ojos nunca”. Y para eso no queda sino buscar sin descanso, lo que ya nos anticipa la cita que utilizará para el último poema del libro, posiblemente, con perdón, el mejor poema en castellano que hemos leído en los últimos años. Pero todo a su tiempo. La cita, de Christian Bobin, es: “Hay una manera de escribir que busca, no encuentra/ Más que por accidente o por gracia, y sigue buscando” y sirve como declaración de intenciones acerca de la actitud del poeta que, así, hace suya la máxima de Oscar Wilde (“en la vida es misterioso lo que se ve, no lo que no se ve”) y alcanza las cotas más profundas y metafísicas en esta última parte del libro que, sin embargo, no pierde un ápice de ironía ni humor. Y, precisamente esto, es decir, la capacidad de Donaire de conseguir la carcajada incluso con sus textos más serios, es otra de las señas de identidad de su poesía: en estos tiempos en que tanto abundan los payasos que saben hacerse pasar por genios, Del Barrio se destapa como un genio que consigue que nos riamos cada vez que hace el payaso.
Esta última sección contiene también uno de los momentos más brillantes y característicos de Manuel Del Barrio: su “Confesiones de un soltero autopoético”, cuyo recorrido desde la seguridad del refugio hacia el terror de los pasos de peatones resume la esencia de ¿Por qué hay un plato que gira dentro del microondas? mejor que dos prólogos como este. En su lectura de Walt Whitman, Harold Bloom sostiene que sigue el camino de la autoconfianza marcado por Emerson y que el Canto a mí mismo es una consecuencia directa de la exhortación “no te busques fuera de ti”[6]. Como podemos ver, el soltero autopoético se encuentra en los objetos que le protegen y, curiosamente, a diferencia de Whitman, que encuentra la alteridad al oírse a sí mismo, Del Barrio va a darse cuenta de su propia insignificancia en los otros: “Pierdes tu identidad en los transportes públicos (…) El conocimiento de uno mismo / no llega a través de la lectura ni de la terapia de grupo”.

Con qué podría combinar esta chaqueta
Visto lo visto y leído lo leído, resulta difícil situar a Manuel del Barrio en algún lugar de la nueva poética nacional. Aparte de que no haya sido incluido en dos de las antologías más trascendentes de los últimos años[7] (La inteligencia y el hacha, de Luis Antonio de Villena y Tenían veinte años y estaban locos, de Luna de Miguel, en esta última por un motivo evidente). A este respecto, lo que más nos interesa es que, leídos los cincuenta y nueve poetas antologados (treinta y dos y veintisiete respectivamente), resulta complicado establecer paralelismos con cualquiera de ellos, ya que carece tanto del pretendido lirismo de la mayoría de los primeros como del juvenil desmadre de los segundos. Quizás, simple o, mejor, simplistamente, la poesía de Del Barrio supone una evolución más irónica y autoparódica de la llamada Poesía de la Experiencia, que, como bien sabemos, optó por identificarse y buscarse en lo inmediato, lo cotidiano, en las pequeñas cosas que les rodeaban y que, mal que bien, conformaban su mundo. Es decir, el viejo truco de ir desde lo local a lo universal y de fuera a dentro.
Por no dejarle solo en su tierra, podríamos citar a Pablo X. Suárez, joven poeta asturiano que bebe con acierto de todos los grupos antes citados y cuyo libro Pop Retórika (el último y el único publicado en castellano hasta la fecha) no desentonaría en absoluto colocado en la misma estantería que los de Donaire. Pero, en realidad, necesitamos viajar un poco más lejos para establecer auténticos paralelismos. Las  mayores similitudes se encontrarían con uno de los poetas más mediáticos de Estados Unidos en la actualidad: Tao Lin. Poemas como ¨i am about to express myself¨ (estoy a punto de expresarme)[8] o ¨Things I wanted to do today¨ (Cosas que quería hacer hoy)[9], algún día aparecerán junto a “Dime un insecto en una planta”, “Y te lleve a la cama el desayuno” o “Instrucciones para ser un gran poeta” en una antología que no tenga en cuenta otros criterios que los puramente estilísticos[10].

El viaje no deja de ser peligroso aunque no levantes el culo de la silla.
Cabe señalar, a modo de cierre, que las influencias y relaciones aquí citadas, las ocultas y aquellas que, lamentablemente, se nos han escapado, indicarían, en nuestra opinión, un cierto grado de globalización poética, al menos en la parte del mundo autodenominada ¨occidental¨, que debería ser cuidadosamente estudiado en otro lugar y momento y, a ser posible, por otras personas. El catálogo de Ikea, las compañías multinacionales y, sobre todo, el ruido de fondo de la televisión, verdadera lingua franca de nuestra época, algo han tenido que ver en estos acercamientos poéticos. De nuevo nos servimos de Eloy Fernández Porta para recordar lo que hoy, especialmente gracias a libros como este, es una evidencia: “La literatura posmoderna (…) combina la crítica a la cultura popular desde la alta cultura con la crítica del pop desde la basura: con este doble movimiento, no tan pop como populista, devuelve al pueblo lo que es del pueblo”.[11]
En resumen, y ahora sí terminamos, tienen ante ustedes una colección de magníficos poemas dispuestos en una inmejorable selección. Pasen, pues, y vean. Y toquen si quieren: a la poesía de Donaire, pese a su enfermiza hipocondría, no le desagrada el tacto de los desconocidos.

Víctor Peña Dacosta y Víctor Martín Iglesias



[1]              FERNÁNDEZ PORTA, Eloy, Afterpop: La literatura de la implosión mediática, Córdoba, Berenice, 2007, p. 41
[2]              FERNÁNDEZ PORTA, Eloy. “NOSTALGIA™ Un mapa afectivo sobre la fotografía de Carlos Albalá”
[3]              Íbid.
[4] CARRIEDO, Gabino-Alejandro. Poesía interrumpida. Vizcaya, Huerga y Fierro Editores, 2006, p. 202
[5]              PARDO, José Luis. Esto no es música. Introducción al malestar en la cultura de masas. Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2007, p. 36.
[6]              BLOOM, Harold. Cómo leer y por qué. Barcelona. Anagrama, 2000. p 92

[7]              Es decir, desde que Donaire es susceptible de ser incluido en antologías, esto es, desde el año 2009, fecha de publicación de Confesiones de un soltero autopoético, su primer libro.

[8]              “i want to check my email / i want to see a movie / i want to kill people. O Friday: I woke up at 12:30 and sat on my bed. I emailed people and ate cereal and that took three hours because I took my time” (Quiero mirar mi correo/ quiero ver una peli/ quiero matar gente./ Oh viernes: me levanté a las 12:30 y me senté en la cama. Escribí a gente y comí cereales y eso me llevó tres horas porque me tomo mi tiempo) (Nuestra traducción).

[9]              “ I wanted to join a water polo club / i wanted to buy a white t-shirt / I wanted to walk around for one hour staring at people’s faces…” (Quería unirme a un club de waterpolo / quería comprar una camiseta blanca / quería caminar por ahí durante una hora mirando las caras de la gente…) (Nuestra traducción).

[10]             Definitivamente, recomendamos un ejercicio de lectura comparativa entre estos dos poetas. Dos poetas que no solo saben escribir (¿quién, entre los quince y los treinta y cinco años, no ha tenido diez minutos de brillantez?) sino, lo más importante de todo, que han sabido leer.
Otro parecido razonable es el ya señalado por Kirsten Irving en su excelente blog Sidekickbooks : Sam Riviere, cuatro años menor que nuestro escritor pero que ya, habiendo publicado solo un libro (81 Austerities), se ha convertido en miembro de pleno derecho de la joven nueva poesía inglesa gracias al gran aliento y ambición de su opera prima. Es evidente que textos como ¨Nobody famous¨ o ¨Thumbnails¨ permiten, precisamente por esa búsqueda de la trascendencia desde lo más insignificante y ordinario, establecer vínculos entre ambos.
[11]             FERNÁNDEZ PORTA, Eloy, Afterpop: La literatura de la implosión mediática, Córdoba, Berenice, 2007, p. 160

La huida hacia delante de Andrés Calamaro



Pues sí, a lo largo de este mes de diciembre La Isla de Siltolá, editorial que ha publicado a autores como Lord Byron, José Luis Piquero, San Álvaro Valverde, J.M. Cumbreño, Cristián Gómez Olivares, Álex Chico, Diego Vaya, Rafael Suárez Plácido, Santos Domínguez o Enrique Villagrasa, editará mi primer poemario, La huida hacia delante.

Ha querido la casualidad que muy poco tiempo antes, Lengua de Trapo publique el último libro de Darío Manrique, Honestidad brutal o la huida hacia delante de Andrés Calamaro, y que la anterior entrada de este blog esté dedicada a Juan Ramón Santos quien, mucho antes de que supiéramos nada de todo esto, definió La huida hacia delante de Víctor Peña como un ejercicio de "honestidad brutal".
Casualidades, vaya.
Por cierto, Andrés Calamaro aparece citado en mi poemario, junto con Manuel Vilas, Hidalgo Bayal, T.S. Eliot, Homer J. Simpon, San Álvaro Valverde, Fidel Castro o Mariano Rajoy. Concretamente un verso de esta canción:


jueves, 13 de noviembre de 2014

Contra Jaime Gil de Biedma


   CONTRA JAIME GIL DE BIEDMA

De qué sirve, quisiera yo saber, cambiar de piso,
dejar atrás un sótano más negro
que mi reputación —y ya es decir—,
poner visillos blancos
y tomar criada,
renunciar a la vida de bohemio,
si vienes luego tú, pelmazo,
embarazoso huésped, memo vestido con mis trajes,
zángano de colemena, inútil, cacaseno,
con tus manos lavadas,
a comer en mi plato y a ensuciar la casa?

Te acompañan las barras de los bares
últimos de la noche, los chulos, las floristas,
las calles muertas de la madrugada
y los ascensores de luz amarilla
cuando llegas, borracho,
y te paras a verte en el espejo
la cara destruida,
con ojos todavía violentos
que no quieres cerrar. Y si te increpo,
te ríes, me recuerdas el pasado
y dices que envejezco.

Podría recordarte que ya no tienes gracia.
Que tu estilo casual y que tu desenfado
resultan truculentos
cuando se tienen más de treinta años,
y que tu encantadora
sonrisa de muchacho soñoliento
—seguro de gustar— es un resto penoso,
un intento patético.
Mientras que tú me miras con tus ojos
de verdadero huérfano, y me lloras
y me prometes ya no hacerlo.

Si no fueses tan puta!
Y si yo supiese, hace ya tiempo,
que tú eres fuerte cuando yo soy débil
y que eres débil cuando me enfurezco...
De tus regresos guardo una impresión confusa
de pánico, de pena y descontento,
y la desesperanza
y la impaciencia y el resentimiento
de volver a sufrir, otra vez más,
la humillación imperdonable
de la excesiva intimidad.

A duras penas te llevaré a la cama,
como quien va al infierno
para dormir contigo.
Muriendo a cada paso de impotencia,
tropezando con muebles
a tientas, cruzaremos el piso
torpemente abrazados, vacilando
de alcohol y de sollozos reprimidos.
Oh innoble servidumbre de amar seres humanos,
y la más innoble
que es amarse a sí mismo!

Las personas del verbo


sábado, 8 de noviembre de 2014

Cicerone, el primer poemario de Juan Ramón Santos





Conocí a Juan Ramón Santos hace ahora doce años, cuando él tenía 27 y yo 17 y éramos ambos aspirantes a escritores, aún inéditos, que asistían al taller literario impartido por Gonzalo Hidalgo Bayal en la Universidad Popular de Plasencia. Desde entonces han pasado una docena de años tras los que, mientras que yo sigo siendo un aspirante a escritor aún inédito, Juanra ha publicado cuatro libros de relatos, una novela y, ahora mismito, su primer poemario, Cicerone, editado por la Luna de poniente, la colección de poesía de de la luna libros. Es decir, ha demostrado ser un escritor de verdad, no tanto por cantidad (suficiente) como por calidad (más que sobresaliente).

Para esta incursión en un terreno inexplorado (o, al menos, con constancia editada de la incursión ya que, atención, spoiler, tiene otra joya de poemario pendiente de publicación) Santos ha optado por usar las armas que le ayudaron a salir victorioso en anteriores batallas: léase el humor, la ironía, la ternura, un elegante cinismo (próximo al decadentismo menos veneciano) y, especialmente, la metaliteratura: y es que el estilo de Juanra, cada vez más reconocible, siempre se ha distinguido por jugar con las cartas de las influencias bocarriba, como hacen los mejores tahúres, magos y escritores, que no necesitan de añagazas para conseguir que resulte efectivo el truco.

En este caso, igual que anteriormente escribió brillantes relatos que eran declarados homenajes a Pessoa (sobre todo en el más que recomendable Palabras menores, reseñado por servidor aquí) y su ambiciosa novela (Biblia apócrifa de Aracia) debía bastante a Gonzalo Hidalgo, Cicerone puede entenderse como una réplica a su maestro en la poesía, San Álvaro Valverde, y, más concretamente, a su poemario Plasencias (reseñado por servidor aquí), que también da lustre al catálogo de la luna de poniente desde hace poco más de un año. Para dejarlo claro, Juanra le otorga el epígrafe con el que abre su obra (“Habito una ciudad de la memoria”, única cita del poemario exceptuando una pintada urbana y unas palabras que, supuestamente, pronunciaran el abuelo, la abuela y un antiguo profesor del autor, demostrando de esta forma que sabe valerse de influencias, sí, pero sin necesitar más voces que su propia polifonía) y se impregna de cierto tono sentencioso, melancólico, crítico y compasivo hacia esta ciudad nuestra.

Y digo "nuestra" porque, efectivamente, Juan Ramón Santos y yo hemos nacido y vivido en la misma ciudad, sí, pero, sobre todo, porque hemos habitado (y amado, odiado, sufrido y añorado) los mismos lugares que él recrea en este deambular callejero y reflexivo, sin prisa ni pausas o compasión. En resumen, vuelvo a sentirme como al leer (o releer) Plasencias, es decir (me plagio): "Servidor, que solo se siente patriota en algunas manifestaciones y orgulloso de su tierra al leer algo de Gonzalo Hidalgo, Juan Ramón Santos o Gabriel y Galán, admite que necesitaba un guía afectivo para su propia ciudad, ahora reconocida, revalorizada y pronto, seguro, releída. Pero, más allá de desapegos particulares que a nadie importan, lo vital es la forma en que (...) hace suya la máxima de John Dewey, “lo local es lo único universal”, logrando, como ya hicieran anteriormente otros con Murania o Aracia, levantar un territorio para agrado, no sé si de Dios, pero sí seguro de los hombres. O, al menos, en este caso, de aquellos que aprecian la buena poesía."

De esta manera, resulta imposible no sentirse identificado con ese arrebatador inicio

La ciudad es mediana,
todos nos conocemos.
Mujeres que no acaban de ser guapas
y hombres que hablan de fútbol y del tiempo
abarrotan sus calles
no demasiado anchas
donde no siempre es fácil extraviarse.

La ciudad es tranquila,
de ordinario vivimos y morimos
sin hacer aspavientos,
porque el mundo sucede en otra parte.

A partir de ahí, Santos va dejando sentencias personales (“Por ellas galopé desaforado/ interminables noches de diciembre/ con mi hermano y mi primo,/ arreándonos con rítmicas palmadas/ tras escapar los tres de la justicia”) , localistas (“Nuestro río es discreto/ apenas el afluente de un afluente,/ un río tan breve y poco caudaloso/ que no salía en los libros escolares”) y universales (“en este centenario laberinto/ nada hay más esquivo y engañoso/ que la clara noción de cercanía (…) Son lances que, al final, hacen que pienses/ que el confuso lugar en el que habitas/ contiene, aprisionado entre sus muros,/ cifrado en el trazado de sus calles,/ el insondable mapa de la vida”).

Gracias a esta capacidad de observar y contar con un tono próximo a la confidencia hecha en voz baja, Santos avanza buscando lo memorable que trascienda la anécdota (aunque ese recuerdo azaroso sea, tantas veces, un buen punto de partida para la reflexión) y yendo de lo particular a lo general, para acabar demostrando que este tratado de urbanismo placentino es, a fin de cuentas, como lo fue Venecias o lo era Plasencias, mucho más que todo eso (que, desde luego, no era poco): “La ciudad es extraña, y me refiero/ no a esta ciudad concreta/ ni a otra en otra parte,/ sino a la mera idea/ de vivir entre muros y adoquines”.

Pero, sobre todo, Juanra deja poemas inmensos, enormes, como “Mal agüero”, “Ciclo vital”, “La plaza de los naranjos” o “Recreativos”, donde recuerda “la escasa atención/ que, ingratos, le prestamos/ a muchos personajes secundarios/ que, en su papel allá en segundo plano/ ayudaron de forma generosa,/ muchas veces, incluso sin saberlo/ a que hayamos llegado/ a ser quien somos”.

Para no destriparles un libro que, si no tienen, deberían comprar lo antes posible, solo voy a poner entero uno. Y, créanme, la elección no ha sido nada fácil en absoluto:

MADUREZ

Con el paso del tiempo te das cuenta
de que muchas de aquellas
que tanto alguna vez te deslumbraron
no fueron nunca hermosas,
solo jóvenes,
y de que las mujeres, con los años,
terminan pareciéndose a sus madres,
lo mismo que los hombres
se convierten en copias de John Wayne,
viejos sheriffs de western decadente,
con pantalones de cintura alta
y un aire permanente de resaca
que arrastran su existencia por el pueblo,
entre el polvo y matojos vagabundos,
esperando a que llegue el forajido
que acierte entre sus ojos el ansiado
tiro de gracia.

El que tenga un amor, que lo cuide

Me gustaría dedicar esta canción a mi presidente, José Antonio Monago, que, en estos momentos, debe o debería estar cantando algo parecido a esto:



"Yo estaba listo para todos tus mordiscos
y preparado para todos tus pecados;
yo tenía el corazón adormecido
tú casi siempre el paladar anestesiado.

En el momento en que dejaste tu trabajo,
te cotizaste de cintura para abajo;
yo tenía la Visa que provoca tu sonrisa
pero la vida no es un plástico dorado.
Y el que tenga un amor que lo cuide
y que mantenga la ilusión,
porque la vida es un baile de ilusiones
y el que no baila está muerto.
Y el que tenga un amor que lo cuide
y que mantenga la ilusión
porque la vida es un sueño
y los sueños sueños son.

Y a mis espaldas mis amigos se reían
y apostaban hasta cuanto duraría
yo sabía que la envidia no es buena consejera
y que el amor se ve distinto desde afuera.

Que en el fondo me quería y me adoraba,
por eso yo al final la perdonaba,
cuando desaparecía sin decir nada

y aparecía al otro día totalmente colocada."

viernes, 7 de noviembre de 2014

Tres poemas de "Lectura del mundo" Enrique Villagrasa

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Facebook lee antes la voz del poeta.
Twitter es su eco. Y en mi mirada queda
el naufragio azul de tu gesto altivo.

El verso es verso en el cáliz del poema,
cuando lo lees. Cuando abres la puerta y sales
a jugar con la vida, no conforme con Google.

El sueño de una sombra que te nombra
del olvido, del azar, del silencio. Desde
Burbáguena, donde el Jiloca suena cerca
y siempre... siempre está por llegar.

Mil trillones de zeptosegundos por tu mirada.
Pues el Higgs no me explica por qué no me amas.
Dejo de soñarte. Dejo de escribir el poema,
el poema que me revela el sueño que te sueña.

XI

El poeta dibuja su entrada en el poema,
el umbral por el que accede al verso;
y al dintel infinito trata de acercarse
a través de la palabra no dicha,
del silencio sido. Muerte y vida: origen,
infancia en Burbáguena, camino de la viña.
¡Todo es un juego! Balbuceo del ser
en la página no escrita. ¡Vuelo a ser niño!

Tu madre coge rojas cerezas y recreas
la creación artístico del mundo. Y bebes
del recuerdo. Capta el momento el iPhone.

CODA
(...)

II
La cuarta persona gramatical proyecta
un holograma poético gigante
en el límite del espacio-tiempo.

¿Acaso el verso no es un estado vibracional?
¿Y el poema no es un horizonte de sucesos?

La poesía siempre será lectura del mundo.

Lectura del mundo, de Enrique Villagrasa, publicado en la Colección TIERRA de la ISLA DE SILTOLÁ.

sábado, 1 de noviembre de 2014

Hostia de democracia

- No haga nada, Méndez.
-¿No? ¿Por qué?
- Arriba.
-¿Arriba quién? ¿El Sumo Hacedor? ¿Qué he de hacer? ¿Rezarle un padrenuestro antes de irme?
- El Ministerio –dijo ambiguamente el jefe, como desde los tiempos de Felipe V miles de funcionarios habían dicho antes que él, y exactamente con la misma cara.
- ¿El propio ministro? –sonó la voz de Méndez.
- No diré tanto.
- ¿El subsecretario?
- No le daré nombres, Méndez. Usted es un hombre de la calle, o sea un cotilla. Pero he dicho el Ministerio, ¿entiende? (…) Nada de escándalos, nada de influir en el voto, nada de llamar a tíos que dentro de diez días van a tener inmunidad parlamentaria. Sobre todo, evitar que parezca una puñalada trapera contra un partido. Yo lo he entendido. Ahora tiene que entenderlo usted.
Méndez dijo bruscamente:
- No quiero.
- ¿No?
- Que el partido eche a ese tipo.
- Ya no puede. Luego harán una combinación, tal vez, siempre y cuando la gente no sospeche por qué. Pero ahora no pueden. También nosotros guardaremos el asunto más adelante, se lo prometo.
- Hostia de democracia.


(Las calles de nuestros padres. Francisco González Ledesma. 1984.)