Daniel J. Rodríguez hace un No-Perfil de Víctor Peña en ZENDA
Ves a un hombre en desengaño, una garganta en guerra contra todo. Tal vez contra sí misma. Observas un ser ideal tan solo a su manera, bronco con quienes no han visto ‘la luz’ de una verdad política, social, ética. A la vez y sobre todo, miras un perfil patético que se arrastra —sabandija etérea con escamas de consigna— por el suelo hasta el tacón de tus zapatos. Lo aplastas. Lo aplastas con una calma rabiosa, como estampando contra el pavimento tus fantasmas. Y susurras: «Es verdad, es verdad, es verdad».
Te quedas ahí. De pie. Consciente de un juego que no es fácil entender. ¿Quién escribe estos versos? ¿Qué tiene del poeta? ¿Se odia tanto? ¿Nos odia tanto? ¿Será el único sincero? ¿Es esto poesía social? ¿Tal vez una ironía? ¿Una burla? Cartón piedra, carne de gabinete psicológico, yonqui social, farsante convencido… o el hilo con el que se cosió el traje nuevo del emperador.
Sea como sea, su escritura —a veces sucia, otras de línea clara, siempre con un reborde de humor raro, como morder un pomelo esperando el ácido del limón— genera un reflejo de miseria: la de uno mismo encontrándose con sus contradicciones. Porque en versos como «Tú has seguido los desahucios en tu ciudad / retuiteando a los que pedían ayuda», o como «Leve impulso homicida diario / al ver el avance informativo / que precede a los Simpson» no hay solo provocación, la víscera por la víscera. Existe un pensamiento, una propuesta, un minucioso proceso de pulido, un saber qué se quiere decir, hacia dónde enfoca el texto. Luz de cruce, si lo quieren, apuntando directamente a los ojos.
Víctor Peña Dacosta ha publicado dos libros más uno: La huida hacia delante (La isla de Siltolá, 2014), Diario de un puretas recién casado (Ediciones Liliputienses, 2016) y Obsolescencia programada (Ril Editores, 2019). Todos ellos atravesados por este monstruo que lo habita; un ‘engendro’ que desde el humor, el análisis sociopolítico y la honestidad del kamikaze ha construido una obra sólida, coherente, rotunda, verdadera. Y con capas y capas de reflexión: un espacio literario donde lo primero es destruirse a uno mismo, aunque de ello no surja —el ave fénix es mitología— ninguna versión mejor:
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