Chaak, el perro de mi hermana cree
que todos los alimentos han sido
puestos en el mundo para que un día
él pueda devorarlos.
No conoce límites y tienes
que controlar que coma lo que debe.
Literalmente debes vigilarle
para que no reviente
como un globo en un descuido.
A veces todos intentamos
explicarle infructuosamente,
que lo hacemos por él, que acaba
de comer y no puede, por tanto,
continuar zampando. Que, en esta vida,
en fin, todo tiene un límite.
Pero él parece haber sobrevivido
a un holocausto (¿se puede hacer
dieta después de Auschwitz?) y, cínico
con el mañana, prefiere seguir
engullendo mientras
haya una mínima ocasión de hacerlo.
Se limita, por tanto, a mirarte
con ojos acuosos y suplicantes,
que parecen el fondo de un pozo
o el comienzo de una noche eterna
y en los que no hay, en cambio,
espacio para el rencor. No comprende,
Chaak, tus explicaciones, pero tampoco juzga.
Quizás su filosofía se resuma
en aprovechar los buenos tiempos
y no perder un segundo en lecciones.
La vida, al fin y al cabo, no es más que un plato
A mí me gustaría ser como él:
tomar cada bocado como el último,
saber disfrutar de cualquier resto
que caiga por accidente en mis manos
y encontrar algo positivo a la mierda.
Pero, sobre todo, ojalá pudiera,
como él, mantener siempre las ganas.
Stay hungry, Chaak.
Stay foolish.
Obsolescencia programada.
RIL Editores, 2019.
Que preciosidad,tan hermoso.
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