domingo, 21 de julio de 2019

Alejandro González Terriza versiona OBSOLESCENCIA PROGRAMADA

El gran Alejandro González Terriza, magnífico profesor, poeta, lector y escritor, ofrece esta particular versión de Obsolescencia programada en su siempre recomendable blog:
Mi patria: mis alumnos y las pecas de mi novia,
confiesa Víctor (un piropo no hace daño a nadie
y así se lo aplaudimos): lo demás es casquería,
zahúrdas donde Évole no encontrará Mariano
que sea escrupuloso y al que no aguarde su Bárcenas.
Pues tú que eres mi ejército y mis leyes y mi patria,
campo de fresa a veces y otras pájaro o alcándara,
eres para el registro mercantil solo palabras
y por treinta monedas Putin hackeará tu alma.
Cautivo y desarmado, sin ejército, se queda
al borde de los créditos, expuesto a las reseñas,
dormido ya don Víctor: blanca peña sobre Peña,
la página lo acuna. Si este no es su mejor libro
(y en verdad lo parece: tanta tierna chicha enseña),
es porque ultima otro —o, descansándose, lo sueña.

Recordemos que Alejandro González Terriza ya nos permitió disfrutar de una aguda lectura de La huida hacia delante, mi primer libro. Pueden leerla completa en este enlace.
Complejo de Peter Pan, autocompasión, ombliguismo... Todos estos peros cabe ponerle a un libro de este tipo, y sin embargo el de Víctor sale vencedor de ellos, de un modo que habría que intentar precisar. Por lo que toca a Nuncajamás, no es, desde luego, la infancia lo que se anhela en este libro, sino en todo caso la adolescencia o la primera juventud, con sus éxtasis etílicos, sexuales y futboleros. Tampoco cabe hablar de autocompasión en un libro en el que, con muy pocas excepciones, se narran los desgarros propios y ajenos como asuntos pintorescos, que aparecen desinfectados por una buena dosis de distancia y sarcasmo. Queda, pues, la cuestión de la contemplación de la propia vida, incluidos y enfocados en primer plano los momentos que cabría en principìo considerar de menor interés público. El camino que lleva a esta temática es en este caso lo crucial. El narcisista cuenta su vida porque la cree apasionante o ejemplar: Víctor pertenece, pienso, a una escuela bien distinta que se siente desengañada de la literatura (y en especial de la poesía) por lo que esta tiene de evasión más o menos cómoda y gratificante de la sordidez cotidiana. Afronta, pues, esa sordidez autobiográfica como un deber moral: hay que tomar el toro por los cuernos y, puestos a contar algo, contar sin tapujos la verdad, y en especial la parte de ella que uno estaría más tentado de poner en sordina.
El deber moral coincide así con la necesidad casi fisiológica de cometer una travesura que le sitúe a uno fuera de la condición adulta y responsable, como si estuviera apostatando o abjurando de ella el mismo día que se espera que selle por fin su contrato y siente cabeza. Todo esto, ya digo, tiene sentido porque después de todo nos lo dice alguien que sabe dibujarse con arte y salir, aunque despeinado, bien parecido. Pero también porque el repaso que hace pasa por casillas que, con más o menos gracia, cualquier lector también ha recorrido o distingue, inminentes, en su propio tablero. 
Gracias.

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