viernes, 26 de julio de 2019
miércoles, 24 de julio de 2019
José Luis Morante hace una magnífica reseña de OBSOLESCENCIA PROGRAMADA
Es imposible y, probablemente, absurdo intentar condensar en pocas líneas la trayectoria de José Luis Morante como autor, antólogo o crítico. Sirva pues esta entrada para enlazar a su soberbia reseña, ejecutada con la lucidez y profunidad habituales. Una de esas miradas que hacen crecer un libro:
El abismo es también ideología, las erosiones y derrumbes de un tiempo sin certezas que ha deshabitado los espacios más firmes de los dogmas. En “Menchevique” un repaso atinado a la conciencia de clase y a las contradicciones de una sociedad global que hace del consumo y el pragmatismo pequeño burgués sus muros de carga. La ironía se convierte en sarcasmo y acidez intelectual cuando el poeta recupera aquel hermoso episodio de las “Brigadas internacionales” luchando por la libertad frente al fascismo para constatar que los descendientes de aquellos idealistas por la libertad son ahora turistas gregarios que invaden cada uno de los espacios litorales con sus excesos.
Con sentido crítico y un pesimismo desolador, aunque se disfrace de humorada, el poeta extremeño corrobora el ocaso de las ideologías y la oquedad de cualquier revolución marxista. Los viejos camaradas superaron la interinidad para convertirse en colegas que sorben los tragos de la conciencia con cerveza fría y algún aperitivo pasado de fecha. Esa misma desolación futurista impregna los poemas de “Españolía”, pese al recuerdo futbolero del mago de Hortaleza y a los peinados gominosos de Margaret Thatcher, luminarias reflexivas del apartado. Desde Valle-Inclán hasta la fecha han caído muchos trienios pero parece que la imagen colectiva que prodiga Victor Peña Dacosta comparte trazos y colorines con el esperpento. Uno sale de cada poema con el ánimo encogido del “No es eso, no es eso”.
Obsolescencia programada es un libro intenso, de los que cuestionan el conformismo y dejan migas de pan para el retorno a sus páginas. Víctor Peña Dacosta, con dicción coloquial y directa, casi en el borde del prosaísmo, escribe versos que zarandean. ya se ha dicho que no son pocas las composiciones que encogen el ánimo y ponen en el pecho un golpe de tristura, otras incorporan un vocabulario epocal con voces nuevas y anglicismos o reactualizan aciertos expresivos de magisterios de magisterios y estéticas plurales (Dámaso Alonso, César Vallejo, la beat generation o la poesía social de Blas de Otero…) que soportan bien el tiempo en caída libre. Todos los poemas dan validez a una sensibilidad implicada en las coordenadas del presente. Alcanzan a trasmitir una visión natural y precisa de quien se esfuerza en entender el entorno y en entenderse a sí mismo, esas peculiares aspiraciones del optimista.
lunes, 22 de julio de 2019
Azahara Palomeque hermana 3 poemarios
Hace poco comentamos en esta entrada algo sobre Rest In Plastic, el fabuloso último libro de Azahara Palomeque.
Poco antes, habíamos hecho lo propio con El cielo y la nada, de Toni Quero y, anteriormente, con No supo Víctor Frankenstein ser padre de Francisco José Najarro Lanchazo.
Pues bien, la citada Azahara Palomeque ha unido Obsolescencia programada con las obras de Quero y Najarro en una de sus siempre recomendables columnas en El Periódico de Extremadura. Pueden leerla completa en este enlace.
QUIZÁ SEA PEÑA quien, de los tres, se aferre más a un ahora inmediato desde el que criticar problemas socio-políticos a base de una ironía arrolladora. Libro que roza lo iconoclasta, en él la obsolescencia evoca una caducidad que afecta tanto a humanos como a objetos, al discurso político y a la masa de ciudadanos minados por el paro y la ausencia –postmoderna– de conciencia colectiva. Así, la memoria en Peña funciona apenas como un objeto desechable anterior a Facebook, «lo último que aprendí fue la tabla del nueve», el lenguaje como una repetición absurda de lo ya codificado por su algoritmo, «me gusta, me divierte», el precariado como una experiencia darwinista donde sus víctimas se transforman en «mendigos que arrancan/los ojos de sus perros./ Y los acarician». En este clima sin redención posible, el poeta termina por afirmar ser el futuro pero convertido en su padre, es decir, en regresión.Puesto el tiempo en el paladar sin estómago, donde Peña dice balconing, Quero dice Ícaro y Najarro dice útero, todos apuntan al vacío. Un trío cuya lectura transforma la caída en emblema generacional."
domingo, 21 de julio de 2019
Alejandro González Terriza versiona OBSOLESCENCIA PROGRAMADA
El gran Alejandro González Terriza, magnífico profesor, poeta, lector y escritor, ofrece esta particular versión de Obsolescencia programada en su siempre recomendable blog:
Mi patria: mis alumnos y las pecas de mi novia,
confiesa Víctor (un piropo no hace daño a nadie
y así se lo aplaudimos): lo demás es casquería,
zahúrdas donde Évole no encontrará Mariano
que sea escrupuloso y al que no aguarde su Bárcenas.
Pues tú que eres mi ejército y mis leyes y mi patria,
campo de fresa a veces y otras pájaro o alcándara,
eres para el registro mercantil solo palabras
y por treinta monedas Putin hackeará tu alma.
Cautivo y desarmado, sin ejército, se queda
al borde de los créditos, expuesto a las reseñas,
dormido ya don Víctor: blanca peña sobre Peña,
la página lo acuna. Si este no es su mejor libro
(y en verdad lo parece: tanta tierna chicha enseña),
es porque ultima otro —o, descansándose, lo sueña.
Recordemos que Alejandro González Terriza ya nos permitió disfrutar de una aguda lectura de La huida hacia delante, mi primer libro. Pueden leerla completa en este enlace.
Complejo de Peter Pan, autocompasión, ombliguismo... Todos estos peros cabe ponerle a un libro de este tipo, y sin embargo el de Víctor sale vencedor de ellos, de un modo que habría que intentar precisar. Por lo que toca a Nuncajamás, no es, desde luego, la infancia lo que se anhela en este libro, sino en todo caso la adolescencia o la primera juventud, con sus éxtasis etílicos, sexuales y futboleros. Tampoco cabe hablar de autocompasión en un libro en el que, con muy pocas excepciones, se narran los desgarros propios y ajenos como asuntos pintorescos, que aparecen desinfectados por una buena dosis de distancia y sarcasmo. Queda, pues, la cuestión de la contemplación de la propia vida, incluidos y enfocados en primer plano los momentos que cabría en principìo considerar de menor interés público. El camino que lleva a esta temática es en este caso lo crucial. El narcisista cuenta su vida porque la cree apasionante o ejemplar: Víctor pertenece, pienso, a una escuela bien distinta que se siente desengañada de la literatura (y en especial de la poesía) por lo que esta tiene de evasión más o menos cómoda y gratificante de la sordidez cotidiana. Afronta, pues, esa sordidez autobiográfica como un deber moral: hay que tomar el toro por los cuernos y, puestos a contar algo, contar sin tapujos la verdad, y en especial la parte de ella que uno estaría más tentado de poner en sordina.
El deber moral coincide así con la necesidad casi fisiológica de cometer una travesura que le sitúe a uno fuera de la condición adulta y responsable, como si estuviera apostatando o abjurando de ella el mismo día que se espera que selle por fin su contrato y siente cabeza. Todo esto, ya digo, tiene sentido porque después de todo nos lo dice alguien que sabe dibujarse con arte y salir, aunque despeinado, bien parecido. Pero también porque el repaso que hace pasa por casillas que, con más o menos gracia, cualquier lector también ha recorrido o distingue, inminentes, en su propio tablero.
Gracias.
jueves, 11 de julio de 2019
"Perro burgués" (un poema de OBSOLESCENCIA PROGRAMADA)
Chaak, el perro de mi hermana cree
que todos los alimentos han sido
puestos en el mundo para que un día
él pueda devorarlos.
No conoce límites y tienes
que controlar que coma lo que debe.
Literalmente debes vigilarle
para que no reviente
como un globo en un descuido.
A veces todos intentamos
explicarle infructuosamente,
que lo hacemos por él, que acaba
de comer y no puede, por tanto,
continuar zampando. Que, en esta vida,
en fin, todo tiene un límite.
Pero él parece haber sobrevivido
a un holocausto (¿se puede hacer
dieta después de Auschwitz?) y, cínico
con el mañana, prefiere seguir
engullendo mientras
haya una mínima ocasión de hacerlo.
Se limita, por tanto, a mirarte
con ojos acuosos y suplicantes,
que parecen el fondo de un pozo
o el comienzo de una noche eterna
y en los que no hay, en cambio,
espacio para el rencor. No comprende,
Chaak, tus explicaciones, pero tampoco juzga.
Quizás su filosofía se resuma
en aprovechar los buenos tiempos
y no perder un segundo en lecciones.
La vida, al fin y al cabo, no es más que un plato
A mí me gustaría ser como él:
tomar cada bocado como el último,
saber disfrutar de cualquier resto
que caiga por accidente en mis manos
y encontrar algo positivo a la mierda.
Pero, sobre todo, ojalá pudiera,
como él, mantener siempre las ganas.
Stay hungry, Chaak.
Stay foolish.
Obsolescencia programada.
RIL Editores, 2019.