lunes, 13 de mayo de 2019

ESPAÑA: HISTORIA DE UNA FRUSTRACIÓN (Josep M. Colomer)

Resultado de imagen de ESPAÑA HISTORIA DE UNA FRUSTRACION
La aventura imperial española fue un desastre tanto para los colonizados como para los colonos y para los que se quedaron en España, del cual el país nunca se ha recuperado del todo. La Monarquía española se debatió, primero, entre el Imperio europeo, incluido el Sacro Imperio Romano-Germánico durante un tiempo, y el nuevo Imperio Americano –como continúa vacilando ahora entre la Unión Europea e Hispanoamérica– y desperdició sus escasos recursos en una múltiple empresa enorme y ruinosa. Los historiadores han escrito mucho sobre el coste del Imperio y las consecuencias económicas de su pérdida para España, pero mucho menos sobre el coste de oportunidad del Imperio mismo: qué otras cosas podrían haberse hecho si las aventuras imperiales no se hubieran emprendido tan temprano y tan rudamente y no hubieran durado tanto tiempo. Se suele reconocer que la plata y el oro de América no fueron fuentes importantes de inversión productiva, sino más bien de inflación, deuda y desperdicio. Pero la peor parte no fueron los escasos resultados, sino la ocasión perdida de crear una administración eficiente de un estado efectivo, así como una cultura integradora dentro de la Península, como otros países europeos comenzaron a hacer en esa época. (...)
El temprano Imperio español, por el contrario, partía de una sociedad agraria, rural y pobre, dependía de débiles aparatos financieros, técnicos, organizativos y militares, tuvo que recurrir a la Iglesia, y en gran parte al saqueo y la violencia, y se desintegró en mil pedazos. Durante el período que algunos historiadores han llamado «la era del imperio», a finales del siglo XIX y principios del XX, el Imperio español ya estaba desmantelado. Cuando, a mediados del siglo XX, Estados Unidos y Europa occidental establecieron las bases de un nuevo orden global, España estaba completamente aislada. En Gran Bretaña, como en Francia, un Estado temprano fundamentó un Imperio tardío, mientras que en España un Imperio prematuro aplazó y frustró un Estado moderno. El intento más serio de construir un estado nacional moderno en España comenzó tan tarde como a fines del siglo XX. Desde entonces, el número de funcionarios públicos y la recaudación de impuestos se han multiplicado. Pero a diferencia de las condiciones favorables que habrían existido en el pasado, el proyecto de estado nacional está lastrado actualmente por la inserción en la Unión Europea y en amplias relaciones internacionales y globales, así como por las tendencias centrífugas de la descentralización territorial. Una gran parte del legado del fracaso imperial se ha reproducido: una clase política incompetente, corrupta y arrogante que ni siquiera es capaz de formar un gobierno mayoritario, y un paisanaje que duda entre la apatía, el cinismo y la bullanga. Según lo define el diccionario, «frustración» es un sentimiento que resulta de no poder lograr algo que se esperaba o se intentaba alcanzar. España no es un «estado fallido» en el sentido que se aplica a algunas antiguas colonias que carecen incluso de las mínimas estructuras administrativas y viven en permanente conflicto violento. Para la gente que vive en la pobreza extrema y la ignorancia en lugares aislados, no hay «frustración» porque nadie espera que algo cambie o se logre; las personas más despiertas tienden a emigrar en masa. La frustración de España se deriva, en cambio, de haber pretendido ser el imperio más grande y poderoso, un estado moderno eficiente, una nación orgullosa y una democracia ejemplar, y haber quedado lejos de lograr plenamente estos objetivos. (...)

el régimen democrático establecido desde fines de los años setenta se basa en unos partidos políticos oligárquicos que tienden a producir gobiernos minoritarios y decisiones excluyentes. La competencia entre autonomías territoriales en dispersión también erosiona el apoyo al régimen. La insatisfacción y la desconexión de la gente con la forma como funciona la democracia están generalizadas. (...)
En resumen: un Imperio ruinoso hizo un Estado débil, el cual construyó una Nación incompleta, la cual sustenta una Democracia minoritaria. Esta es, en pocas palabras, la historia política de la España moderna. (...)

CATALUÑA
Resultado de imagen de EL ROTO CATALUÑA 
Por un lado, Cataluña nunca ha sido lo suficientemente grande para liderar España. Muchos catalanes se han visto a sí mismos como más prósperos, listos y emprendedores que la mayoría de los españoles, y por lo tanto capaces de liderarlos. Pero el tamaño relativo de Cataluña en población y economía (actualmente alrededor de un sexto y un quinto, respectivamente) nunca ha sido lo suficientemente grande y las otras cualidades tampoco lo suficientemente excelsas para tener éxito en los intentos de liderazgo. Por otro lado, Cataluña nunca ha sido lo suficientemente pequeña para que Castilla y el resto de España la dejen ir por su cuenta o negocien un camino hacia la autodeterminación. La pérdida para España sería demasiado grande, y los gobernantes centrales españoles nunca han estado dispuestos a permitir a Cataluña los altos niveles de autogobierno que han aceptado, en cambio, para una comunidad más pequeña como el País Vasco. Al mismo tiempo, Cataluña está abocada al fracaso por sus divisiones internas. Por un lado, la sociedad catalana fue históricamente suficientemente burguesa y mediocre como para permitir que el Estado español intentara llegar a arreglos con sectores catalanes moderados en torno a una autonomía limitada. (...)
A través de una serie de ciclos, que se repiten como un tiovivo, los bloqueos y las diferencias tienden a producir una inestabilidad infinita. Las tres estrategias alternativas recién mencionadas se han intentado una y otra vez en la historia catalana moderna: liderar y modernizar España, llegar a un arreglo con un autogobierno limitado, o buscar la independencia de Cataluña con respecto a España –siempre llevando a fracaso y frustración. Para hacer frente a la tensión sostenida, muchos de los gobernantes del Estado español han tendido a confiar en la doctrina de la «conllevancia». Según el diccionario español, la palabra significa llevarse bien, congeniar, pero también sufrir algo adverso o penoso. (...)
Ortega y Gasset en su discurso contra el proyecto de Estatuto de Autonomía en 1932, la actitud se basa en la creencia de que «el problema catalán no se puede resolver, solo se puede conllevar; es un problema perpetuo, que ha sido siempre, antes de que existiese la unidad peninsular, y seguirá siendo mientras España subsista». Este punto de vista implica que la España dominada por Castilla es demasiado débil tanto para asimilar a los catalanes como para confiar en su capacidad de atracción y reconocer la autodeterminación de Cataluña; solo puede tratar de lograr arreglos para ir tirando. (...)
las tres estrategias catalanas mencionadas han sido apoyadas al mismo tiempo por diferentes grupos o partidos, pero cada una de ellas ha prevalecido en diferentes etapas: bien liderando España, bien centrándose en el autogobierno, bien persiguiendo la independencia. Cada etapa ha implicado una reacción ante la decepción o el fracaso de la anterior, la sustitución del grupo dirigente y la elección de un curso de acción alternativo y una nueva fórmula institucional. Si los españoles no aceptan el liderazgo catalán, dediquémonos –pensarán algunos catalanes—a cultivar nuestro propio jardín; si esto también resulta insuficiente y frustrante, vayámonos por nuestra cuenta. (...)
 Resultado de imagen de EL ROTO CATALUÑA CAPA MÁGICA
Los votos a las candidaturas a favor de la independencia ascendieron al 37 % del electorado nuevamente (el 48 % de los votos con una participación del 76 %). Con el nuevo presidente, Carles Puigdemont, se convocó un referéndum ilegal sobre la independencia en 2017 que, según los datos de los organizadores, atrajo alrededor del 38 % del electorado una vez más (un 90 % de «sí» con un 42 % de participación). Unos días más tarde, Puigdemont interpretó que tenía «el mandato del pueblo de que Cataluña se convierta en un Estado independiente en forma de república», pero propuso «suspender los efectos de la declaración de independencia». El episodio fue noticia de primera plana en todo el mundo, aunque nadie entendió muy bien qué es lo que había querido decir exactamente. Dos semanas después, el Parlamento de Cataluña votó una resolución para constituir «la república catalana, como Estado independiente y soberano». A continuación, los consejeros y diputados se fueron de fin de semana. El gobierno de España disolvió el gobierno y el Parlamento catalanes y convocó unas elecciones autonómicas. El presidente catalán huyó del país mientras varios miembros de su gobierno eran encarcelados. En las elecciones, los partidos por la independencia recibieron, por cuarta vez, el apoyo de un 38 % del electorado (un 48 % de los votos con una participación del 80 %). Sobre un fondo de alta división y polarización de los ciudadanos, con un empate permanente entre los partidarios y los adversarios de la independencia, Cataluña –como, cada vez más, España— se mostró ingobernable y quedó enredada en una duradera inestabilidad política. (...)
 Resultado de imagen de EL ROTO CATALUÑA MURO
La historia de las relaciones políticas de Cataluña con el Estado español, que han estado rotando como un tiovivo, ha sido una historia de fracasos y frustraciones. Los catalanes no fueron capaces de liderar la Península, como el Piamonte; no han logrado un estado autogobernado dentro de una federación, como, pongamos, Massachusetts (o siquiera como el enclave privilegiado del País Vasco); ni han conseguido ser un país separado de España, como Portugal. La histórica «experiencia de disociaciones externas y contradicciones internas ha acabado por constituirse en resorte psicológico del comportamiento colectivo», observó el historiador Jaume Vicens Vives. (...)
Cuando el presidente Carles Puigdemont anunció la convocatoria de un referéndum por la independencia en 2017, auguró: «Aunque nos quieran ver vencidos o derrotados», al final «seremos soldados derrotados de una causa invencible». (...)

Obsérvese que cualquier expectativa de lograr algún éxito concreto tendió a estar ausente de todos esos compromisos y convocatorias; el pronóstico más común fue la derrota y la reanudación de las quejas. Pasarán los años, los gobiernos, los parlamentos, los partidos, y el problema de Cataluña continuará sin resolverse; volveremos a sufrir una y otra vez; pero continuaremos teniendo derecho a lamentarnos y a levantarnos con la cabeza bien alta; continuaremos picando piedra durante trescientos años más, empezando, una y otra vez, nuevas etapas de lucha, y seremos, una y otra vez, vencidos y derrotados en una causa invencible. Que estas declaraciones se pronunciaran durante dos ciclos históricos separados durante un período de más de ochenta años confirma que esto fue lo que realmente sucedió casi todo el tiempo. (...) Cuando la Unión Soviética se disolvió y se crearon quince nuevas repúblicas en torno a 1991, se descartó explícitamente la oportunidad política de seguir la tendencia y reclamar la independencia de Cataluña. El presidente Jordi Pujol sostuvo entonces que «tenemos iguales derechos que Lituania, solo que ellos los ejercen a través de la vía de la independencia, y nosotros, de la autonomía». (...)
España: historia de una frustración.
Josep M. Colomer.
Anagrama, 2018

No hay comentarios:

Publicar un comentario