Mis padres no tuvieron ningún hijo,
ningún niño rechoncho de ojos negros.
A mí me construyeron como casa
para vivir en ella una vez muertos.
(...)
Imagina un ejército de niños
gordos, el roce fuerte de entrepiernas;
un himno cuya letra solo puede pensarse,
una bandera de colores grises.
Un niño gordo lame el torso verde
del militar de plástico, el deseo.
(...)
Quieren que hable de mi país, y digo:
El país que dejé no ha perdido su forma,
encuentro manchas que se le parecen
y señalo ciudades.
El país del que soy, por el contrario,
achicó sus fronteras y sus fuerzas,
y canta mucho menos.
El país donde vivo tiembla a veces,
me recuerda al derrame cerebral
que desplomó a mi abuela.
Al país del que soy quiero volver,
peinarle el pelo mientras le murmuro
mamá, es cierto que vine.
El peine era de color azul,
el tono importa porque se trata de un recuerdo. (...)
Ciertas palabras dejan en la piel
un olor asqueroso al escribirlas,
como las tripas del pescado azul
cuyo olor se rompe con el corte.
(...)
Como cambia la víbora su piel
mi lengua se recubre de palabras.
Son nuevas y calientes: la traición.
Donde dije soñar me desperezo,
donde dije luchemos digo lucha.
(...)
No supo Victor Frankenstein ser madre.
Francisco José Najarro Lanchazo.
RIL Editores, 019
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