viernes, 22 de febrero de 2019

"No hay quinto malo": centrifugando con Machado, Orwell y Cumbreño


Hoy es 22 de febrero de 2019. Por tanto, se cumplen 80 años del fallecimiento de Antonio Machado en Collioure, pueblo en la frontera con Francia al que llegó huyendo del fascismo para dejarse morir cansado y pobre como un perro. La efeméride se ha celebrado mucho, de forma casi institucional y por oportunistas políticos de toda ideología. Incluso ha reabierto el debate acerca de si sus restos se deberían repatriar a España o continuar en el cementerio francés convertido en sitio de peregrinación. Es decir, si debe volver a la patria que amó hasta el punto de llevarse un puñado de tierra para que le enterraran con ella o si es mejor que siga siendo un símbolo de todos los exiliados.

Mañana, por tanto, es 23-F pero, como advertiría Lakoff, no piensen en un elefante, ni siquiera blanco. Mañana es también mi cumpleaños y, casualmente, y esto es lo que nos importa, la fecha en que durante los últimos 4 años se celebró en Plasencia el festival de poesía independiente Centrifugados. Recuerdo que cuando José María Cumbreño me contó su plan de convertir esa ciudad aislada y envejecida en el punto de encuentro de los mejores poetas alternativos a ambos lados del Atlántico di por hecho que la hostia iba a ser de órdago. En mi vida he llegado a tener razón alguna vez, no se crean. Pero esa vez no pude estar más equivocado: Centrifugados no solo fue el feliz refugio de decenas de autores y editores con obras brillantes sino, además, como hemos comentado con estupefacción muchas veces, el festival de poesía más integrado en la vida de una ciudad que nunca hayamos visto. Lejos de ceñirse a la rueda recíproca del “quítate tú para que recite yo e intercambiemos aplausos”, base de casi todos los saraos culturales, desde el principio fue un éxito. Fue creciendo edición tras edición, provocando un verdadero cónclave literario y social y, posteriormente, se convirtió en la mejor excusa para encuentros y reencuentros que creaban o consolidaban amistades. Al final, el órdago de Cumbreño resultó ser la hostia.

Todos esperábamos la llegada de febrero con la ilusión de comprar, vender y regalar libros, de poner cara o abrazo a autores que admirábamos pero, sobre todo, de volver a ver a los que, a fuerza de centrifugar, se habían convertido en amigos. 
A mí esta fecha me ilusionaba de manera especial porque, no sé si por casualidad o por una muestra más de la infinita generosidad de Cumbreño, siempre coincidió con mi cumpleaños, así que regresaba a casa para un finde completísimo de emociones y afectos. Aunque siempre intenté estar el mayor tiempo posible, aprendiendo, aplaudiendo, echando una mano o acercando una cerveza, guardo con especial cariño dos momentos de Centrifugados: mi participación junto a autores tan queridos y admirados como Alberto Guirao, Fernando P. Fernández, Elías Moro o Inma Luna y, sobre todo, cuando Víctor Martin Iglesias hizo que toda la sala Impacto me cantara con desafino beodo un insuperable “Cumpleaños feliz”.
Sin embargo, poco antes de la cuarta edición, comenzaron a llegar noticias tan negativas que parecían capaces de conseguir un imposible: hartar a Cumbreño. Y, efectivamente, en el cierre de esa cuarta edición Chema explicó por qué, a pesar del incontestable éxito del festival, de nuestro hiperbólico disfrute y de su titánico esfuerzo, era imposible que el show continuara. Yo no quise creerlo y me pasé toda esa triste mañana repitiendo dos mantras: uno fue “nos vemos en Cleveland” (donde este año se producirá una especie de continuación sin nosotros, los de entonces, que ya no somos los mismos). El otro, un desesperado “no hay quinto malo” que quería sonar esperanzador.
George Orwell vino de voluntario al mismo conflicto bélico que acabaría matando a Machado, a luchar en su mismo bando, aunque en otro frente menos metafórico. Lo explica todo en el imperdible Homenaje a Cataluña (1938), una de las mejores crónicas de esa Guerra Civil. En ella ofrece una mirada irónica, antiépica y precisa de la vida en las trincheras. Cuenta por ejemplo que, lejos de cumplir su sueño de luchar contra el fascismo, se dedicó la mayor parte del tiempo a matar piojos. Aburrido en el frente de Aragón, Orwell se desespera esperando avances del ejército republicano y una gran batalla en la que participar y dar muestras de su valor. Repite como un mantra una broma que seguramente pretendía sonar esperanzadora y acabaría sonando desesperada: “Mañana nos tomaremos un café en Huesca”. No pudo hacerlo: herido, fue evacuado y asistió, además de a la derrota del ejército republicano, a la persecución de su partido, el trotskista POUM, por los que pensaba que eran sus camaradas. Ya en Inglaterra, sintió dos necesidades. Contarlo todo y desquitarse: “Si alguna vez regreso a España, me tomaré un café en Huesca”. Sin embargo, murió antes de ver cumplida su revancha.
El mismo año que Orwell publicó el testimonio de sus desventuras en la Guerra, Antonio Machado, desde Valencia, escribió: "Para los estrategas, para los políticos, para los historiadores, todo está claro: hemos perdido la guerra. Pero humanamente, no estoy tan seguro... Quizá la hemos ganado".
Pienso esto durante una tarde de 22 de febrero en que las redes se llenan de fotos y testimonios de Centrifugados, una batalla que, sin duda, para los estrategas, para los políticos, para los historiadores, claramente, hemos perdido. Quiero pensar que humanamente la ganamos, quizá para siempre, al menos durante cuatro años. Espero que algún día todos podamos volver a encontrarnos y brindar por Cumbreño y esa locura colectiva de la que fuimos cómplices. Aunque sea con un café. Y, si no puede ser en Plasencia, que sea en Huesca. O en Cleveland.
Porque no hay quinto malo.

1 comentario:

  1. Víctor comparto en Facebook.

    Gracias por tu RECUERDO Y REFLEXION

    Y AAAH! Felicidades para mañana y para muchos Febreros maaaaás

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