miércoles, 28 de febrero de 2018

"Al menos estoy escribiendo": fragmentos de TRIESTE de Urbano Pérez

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Lloramos por el difunto. También lo hacemos por nuestra vida.
Al poco de haber muerto la abuela, me fui de alquiler con Emma.
Todo lo que había dado sentido a mi mundo se había ido desvaneciendo ante mis ojos, minando mi modesta confianza.

La negatividad se instaló en mi retina: un fallido investigador universitario, aspirante a escritor, como tantos doctorandos ilusos, que había regresado a casa de su madre para estar concentrado y escribir, y no había logrado ni lo uno ni lo otro.

Así me veía yo en el espejo de la estima.

Recuerdo bien una de las primeras mañanas. Desayunábamos. Ambos estábamos preocupados por la investigación que parecía incapaz de llevar a cabo, por el daño que comenzaba a hacerme.

Antes de irse a una de sus clases, tras haber agotado casi todos sus consejos, Emma me dijo: "Deja que se resuelva poco a poco todo, sin mediación tuya".

Mientras eso sucede, trabajo en el negocio de sus padres.

Creo que soy feliz. Trato de convencerme de ello.
(...)
Amamos y odiamos la Navidad.

Amamos y odiamos.

Tras la cena, la tristeza ya tradicional -como la costumbre de dar a los niños el aguinaldo, como un aguinaldo más- va surgiendo lentamente, del mismo modo en que se apaga el enfermo de cáncer una mañana cualquiera de escasa luz.

Le cuento a Moy mi versión de lo sucedido.

Al terminar, me pide que le diga qué puede hacer si lo que le acabo de contar es cierto.

Entonces me he despertado.

Año 2000. Algunos amigos y yo probamos la cocaína.
La había traído Moy que, convertido aquella en una especie de gurú, hizo unos tiros semejantes para todos, transformó un billete en un rulo y sostuvo en sus manos la caja de un CD, mientras nosotros, uno a uno, culminábamos solemnemente el ritual de iniciación a las drogas duras.

Moy es tres o cuatro años mayor que yo.

¿Es posible evitar ciertos errores a ciertas edades? Y no me estoy refiriendo precisamente a-lo-de-la-cocaína.

Me conocen todos. No me conoce nadie.

Dramático. Soy así. E igual que en Azorín "(...) esta idea de que siempre es tarde, es la idea fundamental de mi vida".

Al menos estoy escribiendo.
Ese es más o menos el otro propósito vacacional: recuperarme de tanta exigencia; no ha sido hasta el momento demasiado productiva.

Mis recuerdos de las vacaciones "no aburridas", las de los veranos de mocedad, huyen en tropel del olvido, como una multitud febril.

Los días de diario pillábamos litronas y nos íbamos a la chopera que hay junto al parque.

Nos gustaba la oscuridad cuando cortaban el alumbrado principal.
La respirábamos.
(...)
Tengo la impresión -lo anoto casi al tiempo que adquiero conciencia de ello- de que el registro de los días neutraliza las tonalidades de la vida y no disocia lo que es presente verdadero de lo que solo lo parece. El diario tiende a la monocromía.

Dominio del gris en mi caso.
Trieste.
Urbano Pérez Sánchez.
Editora Regional de Extremadura.
Colección La Gaveta, 2017

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