viernes, 13 de octubre de 2017

La princesa, la muerte, el hijo, el carpintero y GHB

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Tusquets acaba de reeditar La princesa y la muerte, soberbia colección de cuentos publicados por Gonzalo Hidalgo Bayal hace años en la colección La Gaveta de la Editora Regional de Extremadura.
Aprovecho para recordar a Tusquets que Mísera fue, señora, la osadía, debut como novelista de GHB en 1988 es inencontrable y tremendamente disfrutable y para dejar aquí mi relato preferido de La princesa y la muerte, junto con mi recomendación encarecida:

El hijo del carpintero
Cuando el hijo del carpintero cumplió diecisiete años, se dispuso a cumplir el destino que predijeron los oráculos en el día de su nacimiento, así que abandonó la aldea y se encaminó al palacio del rey para conquistar la mano de la princesa y convertirse en heredero del trono. Tendría que superar numerosos peligros en el trayecto, pero, según los augurios, sólo uno de ellos era tan espantoso y extraordinario como para impedir el logro de su objetivo. ‘Cuídate de las insidias y asechanzas del guardián con un parche en el ojo izquierdo, porque ni el fuego ni la cólera darán tregua a su maldad’, había dicho el oráculo. De modo que el hijo del carpintero recorrió los bosques y cruzó los ríos y atravesó las montañas del país camino del palacio, venciendo sin dificultad los obstáculos que salían a su paso, porque era intrépido y valiente. A la orilla del mar, en efecto, en los restos de un barco que había naufragado tiempo atrás, encontró a un viejo pirata con barba y un parche en el ojo izquierdo. Al hijo del carpintero le pareció una persona inofensiva y nada terrible, incluso afable, pero, cumpliendo su destino, lo mató con un golpe de remo en la cabeza y lo arrojó al agua. Después, aunque con el remordimiento de haber dado muerte tal vez a un hombre inocente, siguió su camino con alegría, seguro y confiado, sintiéndose ya dueño del corazón de la princesa.Y así llegó a la ciudad. Pero apenas llamó a la puerta de la muralla, los centinelas lo acusaron de haber asesinado al marinero predilecto del monarca, lo detuvieron y lo condujeron a los tribunales de justicia. Fue entonces, al encontrarse ante el juez, cuando el hijo del carpintero maldijo entre dientes la fatalidad de los designios divinos, pues la severidad del magistrado que lo observaba desde el estrado lucía un parche en el ojo izquierdo y un rayo de cólera y de fuego en el derecho.
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