MEGUSTA
Mis poemas, mis escasos títulos,
mi vida toda, me la he hecho yo, despacio,
con precisión y constancia.
Nadie me regaló ningún sobre con dinero
en una boda absurda,
no creo en las fantasías neoliberales:
tengo una sola hija, un minicoche de segunda mano
y una casa que, generosamente,
siempre le dejo a los amigos.
Y también soy hija de obrero y madre ama de casa.
Y también conozco las fauces del paro.
Y vosotros, amantes del megusta,
¿qué hacíais mientras yo abandonaba el sueño
para aprender?
¿Desde cuándo estudiar es un defecto?
¿Desde cuándo leer y escribir tantos años
es execrable?
¿Qué hacíais vosotros mientras tanto,
sin botones de megusta?
¿A quién os arrimaríais en aquella época
como ratas voladoras?
¿En qué Universidad estudiasteis para ser
tan excepcionales parásitos?
¿Conocéis el significado de la gratitud?
Eso tampoco lo conocéis y no se estudia
en la Universidad.
Yo os podría enseñar en qué consiste.
Arduo trabajo el megustismo,
debéis estar agotados.
“Gracias, odio, gracias, resentimiento.
Lo peor de vosotros mantiene vuestro mundo en marcha”.
Esos sentimientos, ¿en qué asignatura o despacho?
Ay, megustistas, víctimas de nadie pero siempre
víctimas.
Qué mal os sienta el fracaso y la desdicha
recogida en cajas de mudanza.
De mí ya no podéis sacar ni una letra más,
ni un poema, ni un reproche, ni un techo,
ni una cama.
Y a ti, amiga, está claro que jamás podremos
ser amigas.
Amigas, ratas así,
ni en el infierno.
Y ahora, con el mejor de los cinismos, dadle a
megusta.
Trabajo sucio.
Eva Vaz.
(Ediciones de la Isla de Siltolá, 2016)
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