lunes, 31 de octubre de 2016

"Conmigo y por mí": El País de Cebrián y Fraga


El proyecto del diario El País había nacido en 1972 en torno a tres figuras. Una de raigambre cultural, otra empresarial y otra política. La cultural la formaba José Ortega Spottorno, hjo del pensado José Ortega y Gasset, (...) hombre siempre bien visto por los sectores más abiertos del régimen, al que había servido militarmente durante la Guerra Civil. La figura política no podía ser sino Manuel Fraga Iribarne, de quien nadie dudaba -ni dentro ni fuera del sistema- que por sus manos pasaría el posfranquismo. El dinámico promotor cultural no era otro que Jesús Polanco, cuya andadura en la suculenta industria de los libros de texto estaba muy unida, personal y profesionalmente, a la de Carlos Robles Piquer, cuñado de Fraga y director general de Cultura Popular en la década de los sesenta.
En los blocs de notas que Manuel Fraga redactaría durante su larga estancia en Londres como embajador -publicados luego en el volumen Memoria breve de una vida pública (1980)- hay referencias muy significativas respecto a El País. El 25 de mayo de 1974, José Ortega Spottorno le visista en Londres para proponerle una terna de directores, una vez que el escritor Miguel Delibes ha renunciado a serlo. De la conversación saldría como director Juan Luis Cebrián, un periodista entonces de treinta años, que gozaba de un pedigree perfecto para quienes desde el régimen aspiraban a capitanear una transición, cualquiera que esta fuera.
Era hijo de Vicente Cebrián -falangista veterano, influyente miembro de la Jefatura de Prensa del Movimiento Nacional-, había estudiado en El Pilar, semillero de jóvenes con patrimonio y futuro, inició sus prácticas periodísticas en el órgano de los Sindicatos Verticales, Pueblo, bajo la dirección del mítico Emilio Romero, quien le nombraría redactor jefe. Posteriormente, en Informaciones, llegaría a subidrector, máximo cargo que podía regentar en un periódico controlado por una familia del régimen de toda la vida como eran los De la Serna. A mayor abundamiento, cuando decide ponerle a la cabeza del nuevo diario, Juan Luis Cebrián es director de los Servicios Informativos de Televisión Española, designado expresamente por el ministro Pío Cabanillas, colaborador estrechísimo del embajador Fraga. El 27 de enero de 1975, el ya director in pectore viaja a Londres y Fraga anota en su diario: "Juan Luis Cebrián me dice que se embarca en la aventura conmigo y por mí".
El precio de la Transición
Gregorio Morán
Ediciones Akal (1991, 2015)

Gloria y miseria del Partido Socialista

 
Conforme avanzaba la Transición, los partidos, en vez de reforzarse se debilitaron. (...) Al filo de 1981 la situación de los partidos se precipitó con la crisis de la UCD, el estancamiento crítico de AP, la endémica sangría del PC, sin contar fenómenos periféricos tan importantes como el fraccionamiento familiar del PNV, los giros suicidas del Partido Andalucista, el desligamiento del izquierdismo... ante todo eso sl PSOE se ofrecía no solo como única alternativa, sino como única realidad política. Fuera de él, dificultades o desolación.
Todos los defectos de ese partido, su falta de consistencia, la fragilidad de sus líderes, la ausencia de raíces: prácticamente su historia se reducía a la refundación en el Congreso de Suresnes (1974) y una trayectoria durante el franquismo minoritaria y perezosa... estos defectos resultaban virtudes: le permitían afrontar lo nuevo sin ataduras. En realidad, el PSOE era la única alternativa diferente durante la Transición; incluso la marginación a la que fue sometido por el tándem Suárez-Carrillo resultaba ahora un privilegio y no una sanción. Aunque en el contenido de su programa hubiera elementos de progreso y radicalidad que atrajeron a una parte del electorado que no era suyo, la evidencia política les llevaría a que, para ocupar todo el terreno político que los adversarios habían dejado huérfano, tenian que hacer una administración centrista.
La estabilidad del Partido Socialista, tras el intento de golpe militar del 23-F y la arrolladora victoria posterior de octubre de 1982, les desplazaría hacia el centro. (...)
Si el Congreso de Suresnes había sido la refundación del partido al dotarle de un nuevo equipo dirigente, la Transición sería para el Partido Socialista la segunda parte de esa refundación: su constitución en instrumento. (...) De ahí que sea muy importante situar cronológicamente el final de la Transición en la victoria del Partido Socialista. (...) En apariencia, la España de 1982 empalmaba con lo mejor del periodo republicano. Pero nada que ver. El Partido Socialista de los ochenta no conservaba del pasado más que el nombre. (...) Un grupo político sin patrimonio y sin historia se hacía cargo de la democracia parlamentaria. La Transición había terminado. La izquierda retiraba en las urnas la hegemonía a la derecha. Una clase política iba a ser obligada socialmente a retirarse, mientras que otra, sin memoria y sin mala conciencia tampoco, se hacía cargo de las instituciones. No quiero decir que tal o cual dirigente no tuviera su patrimonio y su historia, sino que como cuerpo social habían nacido a la vida política en vísperas del 15 de junio de 1977 (...).
El Partido Socialista, que había ganado en las urnas su derecho a escribir la historia, acababa de decidir hacer uso de sus prerrogativas. Iban a gobernar con la satisfacción de no haber renunciado a ningún principio ni estrategia y con la convicción de que el mundo los contemplaba con el mismo arrobo con el que aún hoy se mira la columna de Trajano.

El precio de la Transición
Gregorio Morán, 1991 
(edición corregida y actualizada en 2015)
Akal. 

jueves, 27 de octubre de 2016

Sigue el bucle dylaniano con Alejandro González Terriza

Alejandro González Terriza, de quien hemos hablado varias veces en este blog aunque, ni de lejos, tantas como deberíamos, sigue reflexionando sobre el (¿todavía?) candente tema del Nobel de Literatura al bueno de Bobby Zimmerman en esta entrada
Excusa más que suficiente para traer otro de los poemas relativos al bardo de Minnesotta incluidos en su, insisto, recomendadísimo Devocionario pop y ahora, también, contenidos en el imprescindible El agua siempre encuentra su camino:


(Por cierto, sigo pensando que Dylan no merecía ni merece el Nobel aunque si alguna letra merece la disputa es, justamente, ésta)

miércoles, 26 de octubre de 2016

Nuevo número de "El ático de los gatos"


Encuentro en mi buzón el número 6 de EL ÁTICO DE LOS GATOS: revista literaria y cultural dirigida por la gran Rosario Troncoso y que cuenta con la aportación de grandes autores como Elías Moro, Marcos Matacana, Itziar Mínguez Arnáiz, Ismael Cabezas, Ballerina Vargas Tinajero, Jesús Montiel, Jesús Cárdenas, José Luis Morante... y un largo y admirable etcétera. Además, quizá para compensar, también han incluido un poema mío.
Un placer leerse en tan grata compañía.

jueves, 13 de octubre de 2016

Como en el blues de Pulgarcito (Víctor Peña featuring Bob Dylan)


Quizá sea este y no otro el mejor momento para contar que LeTour, la editorial de Mario Quintana, va a reeditar Hey Bob!, una antología de homenaje al "bardo de Minnesota" (con la colaboracion de autores como Benjamín Prado, Joaquín Pérez Azaustre, José Luis Rey, Ángel Gómez Espada...).
La nueva edición incluirá este poema que les ofrezco a continuación:


COMO EN EL BLUES DE PULGARCITO 
(Featuring Jack Frost, Elmer Johnston y Blind Boy Grunt)

Cate Blanchett disfrazada de Bob Dylan
saca una ametralladora y dispara:
dile a la banda que se vaya a casa,
el Never Ending Tour ha terminado.

Los pájaros siguen encadenados
al cielo y alguno cerró la puerta
con llave. Doble vuelta. Knocking
on heaven's doors y nadie responde.

Atrapados en azul bajo el cielo rojo.

Si los tiempos están cambiando
cualquiera sabe hacia dónde. Sombras
en la noche por desolados caminos:
todo está roto en este mundo político.

Los dioses de la guerra se frotan las manos.

Y has sido un payaso, un pirata,
un poeta, un mesías y su judas
o una verdadera caricatura beatnik.
Eres un Napoleón andrajoso y elegante
que contempla un imperio de basura.
A veces hasta la gravedad te falla.

El manipulador de multitudes
ya no encuentra refugio en la tormenta.

Pasamos demasiado tiempo escuchando
las pálidas mentiras del niño negro,
saliste como un fantoche en cofradía
y nunca has tocado la misma canción dos veces.

Son tiempos modernos de amor y robo.
El novio sigue en el altar esperando.

Esto parece el blues de Pulgarcito:
no queda claro que haya moraleja.

Bob Dylan, el Nobel y la poesía (apocalípticos y desintegrados)

La Academia Sueca ha concedido el Premio Nobel de Literatura a Robert Zimmerman, más conocido como Bob Dylan. Me parece un músico fantástico y me declaro, sin ambages, fan de su música, especialmente de 4 o 5 discos básicos y de otras cuantas joyas ocultas que me gusta reivindicar cuando me pongo hipster tontorrón (valga la redundancia). De hecho, en mi primer libro, La huida hacia delante, lucía (es un decir) una camiseta suya.


Ahora bien, aunque entiendo por qué le han premiado(Xaime Martínez las resumen con bastante acierto en este enlace), no creo que sea un premio justo (y perdón por el oxímoron). Y es que, si bien es cierto que Dylan cambió para siempre la música e influyó enormemente en la literatura, en mi opinión su valor poético queda constreñido a unos cuantos discos muy interesantes en los que mezcla la poesía beatnik con la tradición folk y un toque surrealista. 


A partir de entonces (esto es, en la mayor parte de su larguísima carrera) ha dejado discos irregulares con letras que buscaban más el efecto esperado en un disco (es decir, musicalidad, ritmo, fraseo, algún que otro hallazgo coreable...) que poético. Por poner un par de ejemplos muy claros: "Like a rolling stone" cambió para siempre la música pop sin dejar de ser una letra muy normalita y "Knocking on heaven´s door" es una maravilla de canción y un "poema" de nivel adolescente.
Todo esto lo explica con más detalle y más bilis Martín López-Vega en este enlace. Hay excepciones, claro.

Y caben, también opiniones contrarias. Por ejemplo, la mantenida hace años por el gran Raúl Zurita en este artículo.

O la reflexión actual de Jordi Carrión sobre lo que significa este Premio de Literatura.

En cuanto al perfil más completo, como es habitual, lo vuelve a hacer Diego A. Manrique. 

Considero que, por ejemplo, Leonard Cohen se merece el Nobel mucho más que Dylan y, que aún así, tampoco sería un ganador especialmente justo, porque hay autores (en las quinielas habituales y fuera de ellas) con carreras literarias más firmes, originales, interesantes, influyentes y rompedoras. Creo.


Sin embargo, reconozco que hacía tiempo que no conocía en tanto detalle la obra de un ganador del Nobel (quizás desde que lo ganara Vargas Llosa) y que mi tendencia por la celebración se activa rápidamente, así que hagámoslo con matices o con dudas pero, a la vez, con alegría.

Podemos comenzar rastreando alguna de tantas huellas como ha dejado Dylan en la poesía, como en este spoken-poem de El Hombrecito, publicado en Ediciones Liliputienses de Chema Cumbreño:



Resultado de imagen de el agua siempre encuentra su camino alejandro gonzalez terriza
También, aunque pronto habremos de volver sobre ese libro, recientemente se ha publicado El agua siempre encuentra su camino, última obra de Alejandro González Terriza en la que recoge su ya mítico Devocionario pop, que contenía, entre otros, estos poemas hechos a partir de, para o con Bob Dylan:






Limónov (Pablo Und Destruktion featuring Emmanuel Carrére)


Distintas obras de Emmanuel Carrére ya han ido apareciendo por este blog aunque, sin duda, muchas menos de las debidas. Y es que, después de Franzen y Houellebecq, ha sido el autor que más me ha reconciliado con la novela en los últimos años: me parece un autor irreprochable y fundamental que nunca falla y, en ocasiones, da absolutamente en el clavo. Sin duda, lo consiguió con Limónov, una biografía novelada del curiosísimo personaje ruso que les recomiendo, sin duda, a todos ustedes.
A continuación y, como ya hiciera con Plataforma de Michel Houellbecq (en esta entrada), les dejo con algunos fragmentos del libro que, espero, no les arruinen el argumento, porque, si no lo han hecho ya, deberían leerse este libro:
Él mismo se ve como un héroe y se le puede considerar un canalla: me reservo la opinión sobre este punto. Pero lo que pensé, después de haberme parecido meramente divertida la anécdota de los lavabos de Sarátov, es que su vida novelesca y peligrosa decía algo. No sólo sobre él, Limónov, no sólo sobre Rusia, sino sobre la historia de todos nosotros desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Algo, sí, pero ¿qué? Emprendo este libro para averiguarlo.
(...)
Vaya donde vaya, es el más joven, el más pequeño, el único que lleva gafas, pero siempre tiene en el bolsillo una navaja de muelle cuya hoja sobrepasa la anchura de su palma, lo que mide la distancia entre el pecho y el corazón y significa que con ella se puede matar. Además, sabe beber. (...) Ese talento social le permite dejar estupefactos hasta a los azeríes que vienen de Bakú a vender naranjas en el mercado y ganar apuestas que le dan dinero de bolsillo. Le permite también participar en esos maratones de embriaguez a los que los rusos llaman zapói.
Zapói es una asunto muy serio, no una curda de una noche que se paga, como en mi país, con una resaca al día siguiente. Zapói es pasar varios días borracho, vagar de un lugar a otro, subir en trenes sin saber adónde van, confiar los secretos más íntimos a conocidos casuales, olvidar todo lo que has dicho y hecho: una especie de viaje.
(...)
Al escribir esto, me viene el recuerdo de que yo también, hasta una edad relativamente avanzada, incurrí en el culto romántico a la locura. Se me ha pasado, gracias a Dios. La experiencia me ha enseñado que ese romanticismo es una gilipollez, que la locura es lo más triste e ingrato dle mundo, y pienso que Eduar siempre lo ha sabido instintivamente, que siempre se ha felicitado de ser lo que se quiera, duro, egocéntrico, despiadado, pero loco no, en absoluto. Lo contrario, en caso de que exista.
(...)
Ha descubierto también que en un poema no vale la pena hablar del "cielo azul" porque todo el mundo sabe que es azul, pero que los hallazgos del estilo "azul como una naranja" son casi peores, debido a que han circulado por todas partes. Para asombrar, que es su objetivo, apuesta más por el prosaísmo que por el preciosismo: nada de palabras raras ni de metáforas, sino llamar gato a un gato y, si hablas de personas que conoces, mencionar su nombre y su dirección. Así se forja un estilo que no le convierte, a su juicio, en un gran poeta, pero sí al menos en un poeta identificable.
 Resultado de imagen de limonov
(...)
Existía la literatura oficial. Los ingenieros del alma, como Stalin había llamado un día a los escritores. Los realistas-socialistas, fieles a esta línea. (...) Pero estos privilegiados no lo tenían todo. Lo que ganaban en confort y seguridad lo perdían en amor propio. En los tiempos heroicos de la construcción del socialismo, todavía podían creer en lo que escribían, (...) pero en la época de Brézhnev, del stalinismo blando y de la nomenklatura, esas ilusiones ya no eran posibles. Sabían bien que servían a un régimen podrido, que habían vendido su alma y que los demás lo sabían. Solzhenitsyn advirtió los remordimientos de todos ellos: uno de los aspectos más perniciosos del sistema soviético es que si no eras un mártir no podías ser honesto. No podías enorgullecerte de ti mismo. Si no estaban completamente embrutecidos o no eran unos cínicos, los escritores oficiales se avergonzaban de lo que hacían, de lo que eran. Se avergonzaban de escribir en Pravda grandes artículos denunciando a Pasternak en 1957, a Brodsky en 1964, a Siniavski y Dániel en 1966, a Solzhenitsyn en 1969, siendo así que en el secreto de su corazón les envidiaban. (...) Pero también, para dar color a la época, existía la grisura de los que no eran ni héroes ni podridos ni listillos. La gente del underground, que tenían dos convicciones, los libros publicados, los cuadros expuestos, las obras representadas eran obligatoriamente venales y mediocres; un artista auténtico sólo podía ser un fracasado. No era culpa suya, sino de unos tiempos en que fracasar era un acto noble. Pinar significaba ganarse la vida como vigilante nocturno. Ser poeta, retirar la nieve con una pala delante de la editorial a la que jamás de los jamases le enseñaría sus poemas, y cuando el director, al apearse de su Volga, te veían con la pala en el patio, era él el que se sentía vagamente humillado. Llevaban una mierda de vida, pero no habían traicionado. Los fracasados se calentaban entre ellos, en las cocinas donde parloteaban noches enteras, entre el samizdat que circulaba de mano en mano y el samagonka que bebían, el vodka casero que se fabrica en la bañera con azúcar y alcohol de farmacia.
(...)
 Resultado de imagen de limonov carrere
Soy consciente de que esta mezcla de desprecio y envidia no hace más simpático a mi personaje, y conozco en Moscú a personas que se coderaon con él por esa época y le recuerdan como un impresentable. Esas mismas personas reconocen, sin embargo, que era un sastre hábil, un poeta de gran talento y, a su manera, un tipo honesto. Arrogante, pero de una lealtad a toda prueba. Carente de indulgencia, pero atento, curioso y hasta caritatitvo. (...) Incluso para la gente que no le apreciaba, Eduard era un hombre con quien se podía contar, que no te dejaba en la estacada, que aunque echara pestes sobre algunos se ocupaba de ellos si estaban o eran desgraciados, y pienso que muchos de los que se proclaman amigos de la humanidad y de cuyos labios sólo brotan palabras de benevolencia y de compasión, son en realidad más egoístas e indiferentes que Eduard, el chico que se pasó la vida describiéndose con los trazos de un malvado.
(...)
Un escritor, en resumen, para darse a conocer puede elegir entre inventar historias, contar historias verídicas o expresar su opinión sobre la marcha del mundo. Eduard no tiene ninguna imagniación, las crónicas que intenta colocar sobre los maleantes de Járkov y el underground moscovita no interesan a nadie, de los versos mejor no hablar, queda la carrera de polemista.
(...)
Él, que se acuerda de todo, no recuerda nada de los días siguientes. Debió de caminar por las calles, acechar delante de la casa de Jean-Pierre, pelearse con él o con algún otro -algunas marcas lo atestiguan-y sobre todo beber hasta perder la conciencia. Zapoi total, zapói kamikaze, zapói extraterrestre. Sabe que Elena se marchó el 22 de febrero de 1976 y que él se despertó el 28 en una habitación del Hotel Winslow con el bueno de Lionia Kossogor en la cabecera de su cama.
(...)
Me aburre hablar con tan poca indulgencia del adolescente y el jovencito que fui. Quisiera quererle, reconciliarme con él y no lo consigo. Creo que estaba aterrorizado; por la vida, por los demás, por mí mismo, y que el único modo de impedir que el terror me paralizase por completo era adoptar aquella posición de repliegue irónico y hastiado, abordar cualquier especie de entusiasmo o compromiso con el sarcasmo de alguien al que no le engañan, que está de vuelta de todo sin haber ido nunca a ninguna parte.
(...)
Escribir no había sido nunca para Eduard un fin en sí mismo, sino el único medio a su alcance para alcanzar el verdadero objetivo, hacerse rico y famoso, y al cabo de cuatro o cinco años en París se dio cuenta de que quizá no lo alcanzase. Iba a envejecer quizá como un escritor de segunda fila, de reputación agradablemente cáustica, al que sus colegas miran con envidia en los salones del libro porque atrae a las chicas guapas un poco destroy (...) pero en realidad vive en una buhardilla con una cantante alcohólica, se vacía los bolsillos de la ropa para ver si tiene con qué comprar una loncha de jamón, y se pregunta con angustia qué recuerdos les quedan para embutir en su próximo libro, porque lo cierto es que está llegando al fondo, prácticamente lo ha contado todo de su pasado, sólo le queda el presente y el presente es esto: nada de qué vanagloriarse, sobre todo cuando se entera de que Brodsky, ese enculado, acaba de recibir el Premio Nobel.
(...)
En la misma medida en que me creo sinceramente incapaz de violencia gratuita, me imagino fácilmente, quizá demasiado bien, las razones o el concurso de circunstancias que en otras épocas podrían haberme empujado a la colaboración, el estalinismo o la revolución cultural. Tengo quizá una tendencia excesiva a preguntarme si entre los valores evidentes en mi medio, los que las personas de mi tiempo, de mi país, de mi clase social, creen insuperables, eternos y universales, no habrá algunos que algún día parecerán grotescos, escandalosos o simplemente erróneos.
(...)
El lirismo panteísta no es mi fuerte: aunque amante de los paisajes alpinos, no me siento cómodo a la hora de describir las hogueras, los torrentes, las mil variedades de hierbas, de setas, de huellas de animales salvajes, y paso rápidamente la página del robinsonismo.
(...)
Yo entendí, en sus labios, la palabra decent en el sentido que le daba George Orwell cuando hablaba de common decency: esta gran virtud que está, decía él, más extendida en el pueblo que en las clases superiores, que es sumamente rara en los intelectuales y que consiste en una mezcla de honradez y sentido común, de desconfianza hacia las grandes palabras y de respeto a la palabra dada, de apreciación realista de la realidad y de atención al prójimo.
(...)
¿Cómo contar lo que debo contar ahora? Son cosas que no se cuentan. Las palabras se esconden. Si no lo has vivido no tienes la menor idea de cómo es, y yo no lo he vivido.
(...)
Me gustaría ser más extenso, más detallado, más convincente sobre este punto, pero veo que sólo puedo escribir un oxímoron tras otro. Oscura claridad, plenitud del vacío, vibración inmóvil, podría continuar así un largo rato sin que el lector ni yo hayamos avanzado.
 Imagen relacionada
Putin repite en todos los tonos algo que los rusos tienen una necesidad absoluta de oír y que puede resumirse así: "No tenemos derecho a decir a ciento cincuenta millones de personas que setenta años de su vida, de la vida de sus padres y de sus abuelos, que aquello en lo que creyeron, por lo que se sacrificaron, el aire mismo que respiraban, que todo eso era una mierda. El comunismo ha hecho cosas horribles, de acuerdo, pero no era lo mismo que el nazismo. Esta equivalencia que los occidentales exponen hoy como obvia es una ignominia. El comunismo era algo grande, heroico, hermoso, algo que confiaba en el hombre y que daba confianza en él. Había inocencia en aquella fe, y en el mundo despiadado que vino después cada cual la asocia confusamente con su infancia y con las cosas que te hacen llorar cuando respiras bocanadas de la infancia".
Estoy seguro de que Putin era totalmente sinceor al pronunciar esta frase que he destacado del libro. Estoy seguro de que le salía del fondo del corazón, porque todo el mundo tiene el suyo. Habla al corazón de todo el mundo en Rusia, empezando por Limónov, que si estuviera en su lugar, diría y haría ciertamente todo lo que dice y hace Putin. Pero no está en su lugar, y el único que le queda es el de opositor virtuoso -tan incongruente para él- que defiende valores en los que no cree (democracia, derechos humanos, todas esas chorradas), junto con personas honestas que encarnan todo lo que él siempre ha despreciado.
(...)
Toro salvaje, por ejemplo, en cuya escena final se ve en las últimas, totalmente vencido, al boxeador intrepretado por De Niro. Ya no tiene nada, ni mujer ni amigos ni casa, se ha abandonado, está gordo, se gana la vida haciendo un número cómico en un antro cutre. Sentado ante el espejo de su camerino, espera a que le llamen para entrar en escena. Le llaman. Se levanta con esfuerzo de su butaca. Justo antes de salir de campo, se mira en el espejo, se balancea, hace algunos movimientos de boxeo, y se le oye mascullar, no muy fuerte, sólo para su coleto: "I´m the boss. I´m the boss. I´m the boss."Es patético, es magnífico.
Limónov.
Emmanuel Carrère.
Anagrama. 

miércoles, 12 de octubre de 2016

España, duerme (Manuel Vilas)

Resultado de imagen de el hundimiento manuel vilas

Me acuerdo de que todos, con dieciocho años, teníamos ganas de largarnos, irnos muy lejos, far away; me he pasado más de veinte años viendo ministros de gobiernos de España entrar en los juzgados, así pasó mi vida, viendo telediarios con ministros y secretarios de estado y diputados y alcaldes de pueblo y concejales y miembros de la monarquía entrando en las dependencias judiciales, muy escoltados, con una nube de periodistas. Esto era mi país y esto sigue siendo. Me hubiera gustado ser uno de ellos, así al menos hubiera salido en televisión.
Pero los españoles, anestesiados, vivíamos en los bares, y las mujeres españolas son muy hermosas y los hombres españoles son muy guapos. Bebíamos y bebemos. Se bebe mucho aquí.
Pensaba en ese error histórico de la gente de aquí, ese gran error que consiste en abrir un abismo entre la vida que tenemos y la vida mejor que podríamos haber tenido. Para eso estaba la política y la literatura, para cerrar ese abismo, para alcanzar una vida diferente.
En verano me voy a las playas de España, al broncearme, beber sangría y comer paellas y gambas a la plancha. Casi todas las playas españolas (alguna excepción hay, como el Delta del Ebro) son tan grotescas como nuestros telediarios. Somos una masa caliente, muy caliente de corazones suspendidos.
Se va a parar España. Como uno de esos fúnebres relojes del siglo XIX.
El hundimiento.
Manuel Vilas. 
Visor.

Spanish dream (Manuel Vilas)


I
España, ¿qué has hecho de mí? Me he tirado veinticuatro años madrugando, levantándome a las 6.30 de la mañana, veinticuatro años dando clases en institutos de enseñanza secundaria en pueblos perdidos del Norte desértico y frío. Vi a la clase media baja española, más baja que media. Hijos de obreros y de desempleados. Quería hacer algo por ellos, algo importante, yo vengo del mismo sitio. No me quejo. Me enorgullezco. La queja no va conmigo, la queja es una vulgaridad imperdonable. Creo que a don Antonio Machado le fue peor por esos institutos tuyos, más viejos entonces, con estufas de leña, sin tecnología alguna. Si Machado lo hizo, cómo no lo iba a hacer yo, si soy tan buena persona como él y tengo un móvil de última generación.
(...)
II
España, me gusta la realidad. Es dura. Es clara. Es fuerte.
España, ¿eres real? ¿Lo soy yo?
España, he intentado ser feliz.
España, soy santo.
España, jamás he odiado a nadie. Creo que he amado a todo el mundo. Sí, espera, deja que lo piense: sí, sí, a todo el mundo, porque todo el mundo es santo y todo el mundo merece ser amado.
España, jamás mentí.
(...)
IV
España, muchas veces me diste miedo.
España, sentí terror.
España, en la ciudad en la que he vivido, sentí terror, mucho terror, pero igual tú no eras, España, la ciudad en la que me tocó vivir, eso pienso ahora.
España, vivo en la ciudad más cainita de la tierra, pero tú, España, no eres esa ciudad, porque tú eres generosa y buena. España, tu cainismo en mi ciudad es patrimonio histórico de la humanidad, debería reconocerlo la UNESCO.
España, conozco tu historia.
Dime si te importo.
Yo sé que sí.
España, déjame ser el escritor que quiero ser, permíteme eso, qué te importa a ti, déjame ser otro tipo de escritor. Déjame ir a mi aire. Qué puede importarte eso, si finalmente me moriré de hambre y en silencio, entonces qué más te da. Quítame de encima a los fascistas, España, que ahora están tan bien, tan impolutamente camuflados. Mesiánicos, maledicentes, intolerantes, siempre allí, queriendo pegarte un tiro.
España, nos das trabajos muy dolorosos.
(...)
V
España, pensé en pasar de ti, pero no puedo, eres mi esposa.
España, el mundo es como tú; da igual que te llamaras Francia o Alemania o Estados Unidos, ya todo es España.
España, a veces me trataste muy bien, me dabas besos con lengua y me acariciabas el miembro y lo pasábamos de lujo, haciendo el amor toda la noche.
España, no adoro a otro país, y todos los países me parecen peor que España, pues eres tú quien me sostiene, a quien piso con mis pies desnudos todos los días.
España, I love you.
España, sé perfectamente que todos los países más civilizados de la tierra son tan necios como tú, o incluso más que tú, mucho más que tú.
España, tú y yo sabemos de qué estamos hablando, estamos hablando de una rara forma de clarividencia, amor y sentido del tiempo y de la historia.
(...)
España, qué raro es todo, igual nos han engañado a los dos.
España, los españoles pobres son mis hermanos, eso siempre.
España, creo en la pobreza, en la mala suerte, en la bondad martirizada.
España, estamos solos tú y yo. Yo más solo que tú, y aun lo estaré más.
España, ¿nos conocemos, hemos sido presentados?
Ahora mismo no lo recuerdo.

El hundimiento.
Manuel Vilas.
XVII Premio de Poesía Generación del 27.
Visor

viernes, 7 de octubre de 2016

"Como la Generación del 27, pero en subnormal": capítulo II de la GENERACIÓN SIMPSON

De nuevo, la Revista Oculta publica el segundo capítulo de mi ensayino La Generación Simpson. 
Pueden leerlo completo en este enlace.

"la Generación Simpson se caracteriza por haber crecido en un clima generalizado de ligero optimismo (o, si prefieren, de abúlica complacencia) en el que se daba por sentado que las grandes luchas sociales anteriores carecían ya de sentido: se habían legalizado el divorcio y el aborto y no se perseguía con excesivo ahínco el consumo de drogas, los sindicatos nos aseguraban que nuestros derechos laborales estaban bien y, como todo el mundo decía haber corrido delante de los grises, la mediocre cima de derechos sociales y laborales alcanzada parecía lo más alto que se podía llegar sin temor a romper la cuerda de lo atado y bien atado. Si nos pusiéramos metafísicos podríamos decir que la generación anterior a la nuestra aprendió que luchando nunca se consiguen nada más que derrotas y, por tanto, consciente o inconscientemente, nos educó en la aceptación disimulada de la derrota y la espera impaciente de una oportunidad. Pero, si les parece, vamos a intentar evitar ponernos metafísicos. Al menos, por el momento.
Además, daba la impresión de que los puestos de trabajo eran medianamente acordes a la titulación de los aspirantes y, el resto, «lúmpenes, gentuza de una clase social mucho más baja que la nuestra», que diría aquél, se repartían entre los que optaban por esa opción tan española de aguantar hasta reventar (sin quejarse fuera del perímetro del bar o el vandalismo) y los que nunca llegaron a tener voz. Por supuesto, esta sensación de saciamiento post-comida familiar era compartida con las generaciones anteriores, pero con la vital diferencia de haber sido demasiado jóvenes para vivir la explosión, eclosión e impacto de Nirvana y la explosión, eclosión y muerte de la nihilista ruta del bakalao, últimos vestigios de rebelión contracultural oportunamente fagocitada por el capitalismo. Poco a poco, los yonkis que quedaban fueron muriendo o desplazándose al extrarradio, el punk perdió fuerza y el rock transgresivo y sus distintas variantes pronto evolucionaron a una actitud menos social y más pretendidamente (ay) lírica. Por todo ello, nuestro destino estuvo pronto marcado: estudiar para conseguir labrarnos un futurillo aceptable, JAMÁS probar la heroína, no drogarnos, en general, muy a lo bestia y, sobre todo, tomarnos la vida, siempre que fuera posible, con mucha ironía y mayor distancia.
Así, nuestra generación vivió su preadolescencia, adolescencia, juventud y entrada en la precariedad laboral en torno al bucle infinito de los capítulos de Los Simpson, repetidos una y otra vez (sin que eso fuera, en absoluto, motivo para dejar de verlos) hasta dejarnos claras varias cosas: Lisa, el único personaje comprometido, era un absoluto coñazo, la mejor opción ante los problemas es beber y no hay nada suficientemente grave como para que no acabe arreglándose al cabo de un rato, como por arte de magia y sin necesidad de emplear excesivo esfuerzo."

jueves, 6 de octubre de 2016

Series VS Storytelling (artículo de Vicente Luis Mora)


Compruebo que había olvidado traer a este, ya ha quedado dicho, inconstante e incompleto blog, que parece moverse a impulsos, un completísimo artículo de Vicente Luis Mora sobre las series que está escrito con su lucidez habitual y termina (atención, spoiler) con un poema de mi primer libro, La huida hacia delante.

miércoles, 5 de octubre de 2016

La vida del padre


Anteriormente, he traído a este blog algunos poemas brutales sobre la relación padre-hijo, como esta bestialidad de Juan Bonilla o este otro de Gsús Bonilla (for the record: NO son, que se sepa, hermanos). Además, acabo de hacerme con Mi padre, el rey, de este último y Carta al padre de Jesús Aguado, y, entre lo que he leído y lo que me han contado, tengo la certeza de que ambas lecturas serán provechosas. Incluso, al percatarme de lo fecunda que puede ser la reflexión ante el cadáver del progenitor, especialmente si se ha mantenido una relación difícil (como la que encabeza esta selección de citas de Plataforma, de Houellebecq) o si éste tenía un carácter duro, débil o contradictorio, llegué a plantearme usar como etiqueta "La muerte del padre" para juntar pequeñas y grandes obras maestras en torno a este leit-motiv tan impactante como productivo. El nombre, evidentemente, es un guiño al primer tomo de Mi lucha, de Karl Ove Knausgard, de donde rescato este fragmento:
Ahora veía su cuerpo sin vida. Y no había diferencia entre lo que una vez fuera mi padre y la mesa en la que ahora yacía o entre el suelo bajo la mesa o entre la toma eléctrica bajo la ventana o entre el cable que llegaba hasta la lámpara justo a su lado. El ser humano es meramente una forma entre muchas que el mundo produce una y otra vez no solo en lo vivo sino también en lo inerte, en arena, piedra y agua. Y la muerte, que siempre consideré como la mayor dimensión de la vida, oscura, absorbente no era más que un conducto del que brota una fuga, una rama que se parte por el viento, una chaqueta que resbala de una percha y cae al suelo.
Puede que todavía, si me lo permiten las clases, las carreteras infinitas y la vida alrededor, haga esa extraña (y morbosa) antología bloguera, porque es un tema que me interesa literariamente... a pesar de resultarme muy lejano personalmente. Y es que, desafortunadamente para mi carrera de escritor atormentado, mi padre ha sido siempre una persona espléndida, simpática, generosa y amable con la que jamás he tenido ningún problema digno de recordar (ni, que yo sepa, lo ha tenido nadie). O, para resumirlo parafraseando a Machado, ha sido, es y será (o mucho tendrán que torcerse las cosa para que no siga siendo) "en el buen sentido de la palabra, bueno".

Por tanto, me temo que ya ha cumplido con su mayor aportación a mi carrera "literaria" (si obviamos, por supuesto, haberme enseñado la habilidad y la costumbre de leer y haberme recomendado decenas de libros), que tiene pinta de quedarse en la magistral cita que pronunció sin darse cuenta (y de la que hoy, sin razón, reniega): "Siempre habrá un bar cerca", que pueden encontrar como epígrafe del poema "Primeras nupcias" de Diario de un puretas recién casado, accesible en este enlace).

Y es que escribir sobre la felicidad, especialmente si es la propia, admitámoslo, está mal considerado literariamente.
Yo, como soy una veleta sin principios, puede que, incluso llegue a borrar esta entrada tan sentida, cursi, ñoña, sincera. Pero hoy que mi padre cumple 74 añazos más vivo que nunca y sé, literaria, familiar y personalmente lo que supone eso, quería que estuviera aquí. Qué menos, copón.

martes, 4 de octubre de 2016

Honestidad brutal (un poema de Héctor Castilla)


HONESTIDAD BRUTAL

Ya es primavera, y eso
agranda las distancias
ahora que tengo la sensación
de un abandono entre tantos.
Ese extraño sabor a impureza.

Cómo competir con un médico
residente en Italia
—hospital privado y dinero en un mes
que yo no veo en todo un año—
con el que decides volver
porque el amor, dices, tiene estas cosas.

Así que me pregunto
qué has hecho los últimos tres meses
en mi cama; quiero decir, en mi casa.

Te mando un último SMS:
Buenas y drogadictas noches;
vuelve pronto, aunque sea para nada.

Cantando en voz baja.
Héctor Castilla.
Editorial Balduque

No soy un hombre

Descubro en el muro de Facebook de Gsús Bonilla, a quien ya hemos mencionado varias veces en este blog, un poema que no me deja más remedio que compartir por aquí:

Resultado de imagen de harold norse


NO SOY UN HOMBRE
No soy un hombre, no puedo ganarme la vida, comprar cosas nuevas para mi familia. Tengo acné y un pene pequeño.
No soy un hombre. No me gustan el fútbol, el boxeo y los autos.
Me gusta expresar mis sentimientos. Me gusta incluso colocar un brazo
alrededor del hombro de mi amigo.
No soy un hombre. No interpretaré el papel reservado para mí -el papel creado por Madison Avenue, Playboy, Hollywood y Oliver Cromwell; la Televisión no dicta mi comportamiento.
No soy un hombre. Una vez cuando disparé a una ardilla juré que no volvería a matar. Dejé de comer carne. Ver sangre me da náuseas. Me gustan las flores.
No soy un hombre. Fui a la cárcel por resistirme a ser reclutado. No peleo cuando los hombres de verdad me pegan y me llaman marica. Me desagrada la violencia.
No soy un hombre. Nunca violé a una mujer. No odio a los negros. No me emociono cuando ondea la bandera. No pienso que debo amar América o abandonarla. Pienso que me tengo que reír de ella.
No soy un hombre. Nunca tuve gonorrea.
No soy un hombre. Playboy no es mi revista favorita.
No soy un hombre. Lloro cuando me siento infeliz.
No soy un hombre. No me creo superior a las mujeres.
No soy un hombre. No uso suspensorios.
No soy un hombre. Escribo poesía.
No soy un hombre. Medito sobre la paz y el amor.
No soy un hombre. No quiero destruirte.

Harold Norse, 
en EL RINCÓN DE MIS DESVARIOS, Revistas Digital, Julio 2012.