lunes, 31 de octubre de 2016

Gloria y miseria del Partido Socialista

 
Conforme avanzaba la Transición, los partidos, en vez de reforzarse se debilitaron. (...) Al filo de 1981 la situación de los partidos se precipitó con la crisis de la UCD, el estancamiento crítico de AP, la endémica sangría del PC, sin contar fenómenos periféricos tan importantes como el fraccionamiento familiar del PNV, los giros suicidas del Partido Andalucista, el desligamiento del izquierdismo... ante todo eso sl PSOE se ofrecía no solo como única alternativa, sino como única realidad política. Fuera de él, dificultades o desolación.
Todos los defectos de ese partido, su falta de consistencia, la fragilidad de sus líderes, la ausencia de raíces: prácticamente su historia se reducía a la refundación en el Congreso de Suresnes (1974) y una trayectoria durante el franquismo minoritaria y perezosa... estos defectos resultaban virtudes: le permitían afrontar lo nuevo sin ataduras. En realidad, el PSOE era la única alternativa diferente durante la Transición; incluso la marginación a la que fue sometido por el tándem Suárez-Carrillo resultaba ahora un privilegio y no una sanción. Aunque en el contenido de su programa hubiera elementos de progreso y radicalidad que atrajeron a una parte del electorado que no era suyo, la evidencia política les llevaría a que, para ocupar todo el terreno político que los adversarios habían dejado huérfano, tenian que hacer una administración centrista.
La estabilidad del Partido Socialista, tras el intento de golpe militar del 23-F y la arrolladora victoria posterior de octubre de 1982, les desplazaría hacia el centro. (...)
Si el Congreso de Suresnes había sido la refundación del partido al dotarle de un nuevo equipo dirigente, la Transición sería para el Partido Socialista la segunda parte de esa refundación: su constitución en instrumento. (...) De ahí que sea muy importante situar cronológicamente el final de la Transición en la victoria del Partido Socialista. (...) En apariencia, la España de 1982 empalmaba con lo mejor del periodo republicano. Pero nada que ver. El Partido Socialista de los ochenta no conservaba del pasado más que el nombre. (...) Un grupo político sin patrimonio y sin historia se hacía cargo de la democracia parlamentaria. La Transición había terminado. La izquierda retiraba en las urnas la hegemonía a la derecha. Una clase política iba a ser obligada socialmente a retirarse, mientras que otra, sin memoria y sin mala conciencia tampoco, se hacía cargo de las instituciones. No quiero decir que tal o cual dirigente no tuviera su patrimonio y su historia, sino que como cuerpo social habían nacido a la vida política en vísperas del 15 de junio de 1977 (...).
El Partido Socialista, que había ganado en las urnas su derecho a escribir la historia, acababa de decidir hacer uso de sus prerrogativas. Iban a gobernar con la satisfacción de no haber renunciado a ningún principio ni estrategia y con la convicción de que el mundo los contemplaba con el mismo arrobo con el que aún hoy se mira la columna de Trajano.

El precio de la Transición
Gregorio Morán, 1991 
(edición corregida y actualizada en 2015)
Akal. 

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