domingo, 4 de septiembre de 2016

Enseñanza rural en la España vacía: misioneros e interinos buscando redención.

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Aunque la idea de las misiones pedagógicas estaba ya en el espíritu de Giner de los Ríos, quien las propuso por primera vez en 1881 con el nombre de "misiones ambulantes", fue Manuel Bartolomé Cossío (...). El proyecto era de una sencillez y de una ingenuidad propias de apóstoles y cristianos primitivos. Consistía en llevar la cultura a los rincones más aislados y remotos del país. (...)
El Patronato de las Misiones Pedagógicas, una de las primeras instituciones que se crearon en 1931, tenía unos mandamientos para quienes aspirasen a entrar en la orden: "Él (el misionero) podrá divertirse y gozar de la obra que realiza y con todo lo que a ella necesaria y legítimamente acompaña, pero se guardará muy y mucho de que pudiera producirse en el pueblo la sensación desmoralizadora de que ha ido allí a divertirse. Rompiendo los hábitos urbanos, pocas veces en concordia con los lugareños, debe amoldarse a éstos, sin hacer nada que pudiera, no ya servir de escándalo, mas ni siquiera llamar con rareza la atención o ser chocante".
(...)
Las memorias de los exiliados magnificaron aquellos días, que se convirtieron en días de redención y paraísos perdidos. Las misiones fueron copiadas en Argentina, en Brasil, en Uruguay y en otros lugares de Latinoamérica (en México ya existían), extendiendo su mito. El impacto real de las misiones es anecdótico, pero el símbolo es enorme y se ha pegado al ideal democrático de la República. Su espíritu está detrás de todas las aproximaciones que se han hecho a la escuela rural. Y persiste hoy.

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Vuelvo al año 2015, al tiempo de escritura de este libro. A las siete de la mañana de un día cualquiera de octubre. Estoy en mi ciudad, Zaragoza, pero puedo estar en Valladolid o incluso en Sevilla, Valencia o cualquier capital de comunidad autónoma que rebase el medio millón de habitantes. (...) Son las siete, pero a lo mejor son las seis. O las cinco. Todo depende de lo lejos que esté el destino. Hace frío. Cuatro jóvenes de entre veinticinco y treinta años se suben el cuello del abrigo, se frotan las manos y esperan bostezando en una esquina. Un conche para. Se suben. El coche arranca y enfila las salidas de la ciudad. Cada día es un coche distinto. Se turnan para no tener que conducir todos los días. (...) Llegan al pueblo recién amanecidos. Se desperezan y empiezan su jornada. Son los profesores del colegio. (...)
El diseño aparentemente meritocrático de reclutamiento de profesores para el sistema educativo público español propicia que los más jóvenes, los que empiezan en la docencia, a menudo no tengan más remedio que aceptar sustituciones e interinidades en pueblos remotos de su comunidad. (...) Entre esos jóvenes profesores que cada mañana comparten coche para viajar setenta, cien o ciento cincuenta kilómetros hasta su puesto de trabajo hay muchos vocacionales y enérgicos. El rodillo de los años no les ha mellado la voluntad ni las ganas de levantarse cuando suena el despertador. El contador de decepciones está casi a cero y la vitalidad, al cien por cien. Creen en lo que hacen, están convencidos de la importancia del magisterio y unos cuantos han ido más allá de la formación convencional, han leído mucha pedagogía y les apetece innovar dentro de los años límites del sistema (que pueden ser estrechos). En la escuela rural encuentran un campo de intervención prodigioso. Quizá muchos pueblos no tengan docentes veteranos y curtidos, porque nadie aguanta en ellos una temporada larga, pero, a cambio, disponen de jóvenes que se toman su trabajo muy pasionalmente (...)
Ya no son setecientos voluntarios apoyando a un cuerpo de maestros de escuela muy pobres y aislados, sino todo un sistema con miles de funcionarios. Quizá no se llamen Rafael Alberti o Antonio Machado, pero, en términos pedagógicos, están mucho mejor formados que cualquier joven misionero de los años 30 y tienen muchas más aptitudes y herramientas para enfrentarse a su trabajo. (...) Es difícil que muchos de estos docentes jóvenes no se sientan un poco misioneros. Están de paso, al fin y al cabo. Llevan la cultura y la educación a los pueblos como un bien importado porque ellos mismos no se quedan. Al terminar las clases, vuelven a sus ciudades. Persiste, débil aunque reastreable, una idea de redención. (...)
Quizá con otro sistema de reclutamiento del profesorado, con mayores facilidades para conseguir una plaza y menos interinidades, se producirían muchas epifanías como la de Doctor en Alaska. El urbanita reticente que se enamora del pueblo y hace de él su casa. Tal vez así se acabaría con todo resto de la vida redentora y misionera. Pero, mientras muchos docentes estén de paso, el espíritu de redención seguirá latente.

La España vacía.
Sergio del Molino.
(Turner Publicaciones, 2016) 

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